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Luego se elevaba en ondulación de muchas leguas, hasta unirse con las líneas fronterizas con Chile, que en el confín lucían, como las dos víboras plateadas de un enorme caduceo.

La atmósfera opaca del anochecer parecía saturada de emanaciones mercuriales.

En el cielo predominaban tintes trágicos de disolución y plėtora.

En la verdosa lividez del horizonte, se abrían estanques tristes de sangres coaguladas bajo la inmovilidad de escarchas de oro.

Los dos horizontes me parecieron simbólicos: El uno hosco y severo.

El otro riente é ilusivo.

Uno era de oro funeral é inmóvil.

El otro de oro tierno y ondulante.

Uno era de oro amargo, de oro con sabor á cadaverina de magnates.

El otro de oro dulce, tan dulce como la miel de los panales y la carne de la espiga.

El uno iba á despertar de su letargo de momia, mordido por el cuño de la ley, para entrar luego en la catalepsia bancaria.