Página:Voz del desierto (1907).djvu/86

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me impuso como la claraboya única de ese enorme calabozo.

Por momentos temblaba en la tiniebla una fulguración azul violácea, algo como el aletazo ígneo de un murciélago de azufre.

Al favor de ese vuelo funerario, los ventisqueros de la frontera albeaban sus cúpulas marmoreas de sepulcros seculares.

De que el desfiladero era abrupto, tenía la mayor prueba: cuando un valiente tiembla, la situación es grave: Y Chacay llegaba por momentos á temblar bajo la silla.

Resbalaba á menudo sobre el escorial metálico, y entonces sus herraduras hacían saltar en trizas aderezos de Mefisto y ramilletes ígneos de miosotis; ó espantaban abejas de oro y sangre que iban á apagar sus alas de fuego fátuo en el abismo.

De la rugosa Cordillera del Viento, desaforado fuelle de estas forjas neuquenianas, llegaban resoplidos de cansancio.

Otras veces gemían suspiros de órgano, que al propagarse en las grietas de la basílica salvaje, hacían oir á la quebradita Milla.

Michicó rezando entre la hondura su rosario, en sonoras cuentas de oro.