Prosa por José Rizal/Madrid

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Prosa: edición del centenario (1961)
de José Rizal
Madrid
MADRID[1]


"Cuando en un país del Norte de Europa alguien os quiere hablar de España, Vd. no oirá sino tristezas y nostalgias hacia el bonito cielo azul, las brisas perfumadas y saturadas, las hermosas mujeres de ojos negros, profundos y ardientes con sus mantones y su abanico, siempre llenas de gracia, de fuego, de amor, de celos y a veces de venganza. Eso es verdad, porque siempre hablamos de lo que se ha perdido, de lo que no se ve más; se siente y se envidia siempre el bien de otros. Es verdad que el cielo de España es de azul transparente, aún en el invierno cuando hace terriblemente frío; sí que las brisas son perfumadas, sobre todo en Valencia, en Andalucía, solamente que el perfume no es siempre exquisito, agradable. Es verdad también que las mujeres son bellas, apasionadas de un espíritu inocente, natural y gracioso, que han nacido para amar, que viven para amar y que se mueren porque han amado, eso es verdad. Uno se fija en todo eso cuando está dentro de un país cubierto de nieve, cuando uno no oye más sino una lengua dura, ruda lastimando el oído, cuando uno siente el frío que le penetra hasta la médula, cuando uno ve muchachas altas, rubias, bellas, pero formales, sin una sonrisa en los labios, sin chispa en las pupilas, andando más o menos como los hombres, con ese paso rápido apurado del que va a los negocios o a la fábrica. Pero al lado de esta poesía de la Naturaleza que cría la rosa con su tallo espinoso y las flores más bellas con su perfume envenenado para el que osara respirarlo, cautivado por sus bellos colores, Vd. encontrará también en España cosas que le harán sentir nostalgias por los países del Norte cuando Vd. esté allá. No le hablaré de aquellas partes de Andalucía que no conozco sino muy poco, porque no pasé allí más que unos cuanto días; si me atreviera a describir su clima o sus costumbres, no diría más que disparates, exageraciones o hechos excepcionales. Prefiero hablarle de Madrid donde permanecí largo tiempo y cuyas costumbres, clima, historias secretas o públicas creo conocer algo por lo menos durante el tiempo que yo estaba allí.

"Madrid es una de las ciudades más sonrientes del mundo que participa al mismo tiempo del espíritu de Europa y del Oriente, que acepta la regularidad, la conveniencia, el buen tono que viene de la Europa civilizada, sin despreciar, sin rehusar los colores brillantes, las pasiones vivaces, las costumbres primitivas de las tribus de África, de aquellos árabes caballerosos cuyas huellas aún se pueden reconocer en todas partes, en el tipo, en los sentimientos, en los prejuicios y hasta en las leyes. Lo que siempre le extrañará cuando llega del Extranjero, es la animación, los colores brillantes y el andar campechano que encontrará en las calles. Vd. verá ropa sucia decorando los balcones como la bandera de la familia. Son las lavanderas que cojen esta oportunidad para enseñar delante del público el secreto del tocador y de las prendas de sus amos. Pero no hay que andar con la cabeza alta mirando los balcones para admirar a las jóvenes que les adornan en medio de flores y de plantas atrayentes, porque se expondrá al peligro de pisar algo que le pondrá en la necesidad de cambiar las botas. Tenga Vd. cuidado, si alguien se acerca para preguntar alguna cosa, no diga que es extranjero, le podrían hacer una mala jugada. Procuran engañarle imaginando mil trampas de las cuales los extranjeros escapan con dificultad. No se dirija a los guardias de policía para obtener una información; es una molestia inútil, son palabras perdidas. Le contestarán tranquilamente que no lo saben, que entraron ayer en el servicio; pero si Vd. les apura dando algunas explicaciones con el deseo de utilizar sus conocimientos, le darán un jeroglífico que ellos mismos no entienden.

"La más bella cosa de Madrid es la burguesía. Es amable, distinguida, ilustrada, franca, digna, hospitalaria y caballerosa. Es también un poco aristocrática en sus gustos, quiere los reyes, los títulos, las dignidades, aunque se precia de republicana. Se ríe de los curas, de los sacerdotes, y aunque no lo practica mucho, se precia de ser católica; tiene horror a los protestantes, a los judíos, a los librepensadores. Se siente siempre orgullosa de la historia de su país. Cree que es la mejor del mundo, pero tan pronto como oye de algún crimen, o falta de sus compatriotas, empieza a gritar: Aquí siempre somos salvajes, siempre tenemos sangre africana, etc…

"El verdadero madrileño desaparece cada día. De él no se queda más que la clase baja, canalla que es el lodo, el fango de Madrid. Cada vez que pienso de esta sociedad, me imagino la clase baja como el fertilizante, la burguesía como flor que crece en este terreno abonado. La aristocracia se divide en dos clases: la vieja y la nueva. La vieja es siempre un poco altiva, pero de una altivez de espuma; desaparece tan pronto como se la toca. La nueva es el término medio que conduce de la burguesía a la aristocracia antigua. Es muy difícil definir sus límites: es amable, a veces un poco ridícula por darse apariencias falsas y por pretender esconder sus blasones forjados anteayer.

"El clima de Madrid es terrible; no se sabe por la mañana si el día será caliente o frío a las doce; el Guadarrama que está al lado manda un viento que causa muchas neumonías. Las casas están mal levantadas, el suelo es de ladrillos. En la casa se encuentran una o dos chimeneas que dan escalofríos en invierno y producen reuma. Felizmente, se pasa la vida en los cafés, en los restoranes donde se habla de política, de toros, se discute, se grita, se ríe, se pelea, sin estar seguros de los motivos o de las causas de las diferencias de opinión.

"Queda mucho que decir de Madrid, pero no tengo el tiempo de hablar de ello.

"Heidelberg, 1886."



  1. El original en francés aparece en el apéndice pág. 337.