Prosa por José Rizal/Un Rumboso Gobernadorcillo

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Prosa: edición del centenario (1961)
de José Rizal
Un Rumboso Gobernadorcillo
UN RUMBOSO GOBERNADORCILLO[1]


Capitán Pepe va a Dar Una Cena:

Todos los prohombres del arrabal de Binondo están invitados: el cura, el alcalde, el promotor fiscal, el Teniente de la Guardia Civil Veterana, recientemente instituída, un franciscano muy amigo de Cpn. Pepe, el cura de Tondo, dos o tres comerciantes extranjeros y algunas personas más. Esta fiesta la da capitán al cura por ser el aniversario de la muerte de la madre del cura acaecida allá en Calahorra, por lo que decía a sus convidados íntimos secretamente: Vaya V. a casa, tenemos fiesta por la muerte de Da. Calorra, la madre del cura; no diga Sr. nada al padre.

Allí podemos ir si no estamos invitados haciendo lo que los cadetes, esas mariposas que van a donde haya luz, música o cena, aire que se cuela en todas partes, de los cuales basta que uno conozca o no al dueño de la casa para que todos sean o no presentados.

Capitán Pepe es un hombre de cuarenta o cuarenta y cinco años: bajo de estatura, grueso, de un color bastante claro, pelo muy largo por delante y corto por detrás, frente un poco estrecha, cabeza redonda y pequeña, cuello corto y robusto. Es un hombre que sabe tomar un aspecto de conquistador o sultán cuando trata a sus paisanos e inferiores, y ademanes de bufón serio cuando se dirige al cura y a varias autoridades. Rico, con cinco casas en la Calle del Rosario y Anloague, tiene varias contratas con el Gobierno. Cambiaría de religión por no reñir con el cura, manda decir dos misas por semana en provecho de las almas del purgatorio, los domingos, y días de fiesta oye la misa de diez y después se va a la gallera de la cual es asentista. Se le suele ver a menudo a la cabeza de una orquesta para felicitar al cura, al teniente de la Guardia Civil, al alcalde y hasta si mal no me acuerdo, a un chino muy amigo del Gobernador Civil. Él pondera sus discursos, canta los himnos hechos ad hoc para desear la palma y la corona al buen padre. Manila le conoce por sus bailes y banquetes; los empleados del gobierno le protegen y le adoran los sacristanes. Él es quien regaló un bastón de oro y piedras preciosas a la Virgen de Antipolo por haber sido nombrado gobernadorcillo, lo que disgustó algo al cura de Binondo que era dominico, disgusto que zanjó diplomáticamente capitán Pepe regalando a la Virgen de Binondo un manto bordado de oro del valor de 1,000 duros. Dios le ha premiado su religiosidad haciendo que muchas familias vertiesen voluntariamente en sus manos las economías de mucho tiempo. Así que aquel mismo año pagó cuatro misas solemnes de dos cientos duros en el santuario de Antipolo con fuegos artificiales, con músicas, muchos repiques de campana. Jamás la gloria de un hombre se elevó a tanta altura. Tenía por émulas a muchas viejas santurronas y cuéntase que en esta lid, salió más de una vez vencido por una viuda heredera de sus hijos, hermanos y sobrinos y que entonces gozaba también de mucha fama en las sacristías y confesionarios.

Capitán Pepe, fiel a su política, trataba a Dios como a los hombres. Tal como llovían los regalos cuando algo quería conseguir del cura, del alcalde, o del Gobierno Civil, así también cuando quería ganar en la gallera una buena cantidad, se preparaba con misas solemnes tres o cuatro días antes: si ganaba aumentaba sus misas, distribuía dinero a los sacristanes, regalaba al cura capones y pavos; si perdía, se acusaba de haber escaseado los cirios, poco repiqueteo, mala voz en el que oficiaba, se daba dos o tres golpes de pecho, metía después la mano en el bolsillo para otra misa de más ruidos e iluminaciones, y renacía su esperanza.

Este hombre, porque es hombre al fín —estaba en paz con todo el mundo. Las viejas excepto una, elogiaban su moralidad y buenas costumbres: el cura le alababa delante de todo el mundo proponiéndole como modelo a las personas ricas y poderosas. La gracia del cielo llovía en efecto sobre él: el contrato del opio le producía mucho dinero; sus gallos ganaban casi siempre, sus fincas de bien en mejor.

Un día, cierto hermano de la orden tercera para mortificarle quizás le aseguró que Jesucristo había dicho que es más fácil a un carabao entrar por el ojo de una aguja que a un rico en el Cielo, y como el hermano lo dijese con cierta unción asegurando que lo había leído en una novena, capitán Pepe se preocupó mucho y fue a consultárselo al cura párroco. Éste le consoló con estas palabras dichas con mucha gravedad y en muy mal tagalo: Hay que saber interpretar las palabras de nuestro Señor Jesucristo; aludía a los ricos que no dan nada a la Iglesia, que no se acuerdan de mandar decir misas, dar limosnas, hacer donaciones. Ya ves Pepe: (aquí se conmueve el capitán), Abraham, David, Salomón, Job y otros santos eran muy ricos, pero como no se olvidaban de Dios y mandaban decir misas por las almas del purgatorio, fueron queridos del Señor. Sigue Pepe, (aquí se asoma una lágrima de ternura a capitán Pepe) —sigue en esa buena senda y no imites a otros impíos que no dan nunca nada a la Iglesia. Mira, yo te diré en secreto una cosa pero no lo divulgues; guárdalo en el fondo de tu corazón; lo digo porque te quiero mucho, Pepe —(llora de veras capitán Pepe) —Anoche soñé que te llevaban los ángeles al cielo en medio de luces de bengala y cohetes, y los impíos iban al infierno de cabeza levantando hacia tí sus manos en ademán suplicante.

A esto contestó capitán Pepe con sollozos, dejando diez monedas de cuatro duros para una misa de gracia, besó la mano y se marchó.

¡El día en que le hicieron gobernadorcillo! El Simbang-baras ha sido un día de rosa para todos los sacristanes, empleados, cesantes, carabineros, alguaciles y… ¡Qué billetes versificados, qué pabalsás!

Su gobernadorcillo ha sido una continuada fiesta. El frac cortado por Alberto Reyes se veía en todas partes, de día y de noche ya en las procesiones, ya en la gallera, ya presidiendo a los munícipes de Binondo o a los chinos cargadores, portadores de jamones, pavos, manzanas, mangas, gallinas enteras, compañeros de capitán Pepe, lictores como dirían en la antigua Roma, para visitar a las autoridades de intramuros y al Cpn. General de Malacañang. Por eso las relaciones con los dioses del Olimpo, sus familiaridades con ciertas grandezas.

Durante el tiempo de sus regalos y genuflexiones, esto es, mientras gobernó pequeñitamente, en Binondo se oyeron los juicios más célebres, sentencias las más originales y variadas: Por si nuestro lector no es de Manila traeremos aquí dos de los menos célebres que tiene peso que le caracterizan.

Discutían dos individuos sobre si el uno había prestado al otro tantos duros: el otro aseguraba que eran menos, apoyándole ambos en sus papeles, recibos, cartas, etc. y agriándose.


NOTA

En este artículo, el Dr. Rizal nos describe la triste figura de un hombre, que gracias a su imbecilidad, es elevado al puesto de gobernadorcillo del pueblo. El pobre hombre entregado completamente a los curas, hace todo cuanto éstos le mandan, convirtiéndose en el ser más despreciable de la localidad. Y esa es la figura grotesca del rumboso gobernadorcillo llamado capitán Pepe.

La descripción de este capitán Pepe nos recuerda, por su similitud la figura de capitán Tiago del Noli Me Tángere.



  1. La Biblioteca posee el original de este escrito de Rizal.