Ramos de violetas 16
A un niño
¡Pobre niño! Tú, al nacer
te fué ingrata la fortuna;
que abandonaron tu cuna
los que te dieron el ser.
Y de tu desgracia en pos,
fuistes la tierra cruzando,
y en tu orfandad, implorando
una limosna, por Dios.
Algunos te acariciaron,
y muchos te repelieron:
trabaja, pues, te dijeron,
¿y por qué no te enseñaron?
Por intuición no hay saber,
es necesario enseñar;
y se tiene que sembrar
si se quiere recojer.
Han pasado algunos años
y hoy la caridad te llama,
y un colegio te reclama
para darte desengaños.
Que aun en la primera edad
el magnate de la tierra,
ya revela que en sí encierra
imperiosa voluntad.
Los niños, como eres pobre,
con desdén te mirarán,
y avaros, te negarán
lo supérfluo que les sobre.
Cuando llegue un día de fiesta,
á todos los verás ir
que se van á divertir
y a jugar en la floresta.
Sólo tú te quedarás
mirándolos tristemente,
diciendo con voz doliente:
¡Madre... madre...! ¿En dónde estás?
Cuando tú sepas leer,
yo te daré un libro santo,
para que enjugues tu llanto
y cese tu padecer.
Lo reservo para tí,
que en las hojas de la Biblia,
tu hallarás esa familia
que no has encontrado aquí.
Tal vez con pena dirás:
«Me encuentro desheredado;»
no es así, quien te ha creado
no deshereda jamás.
Porque ese Dios de consuelo
amor y justicia encierra,
y si algo niega en la tierra
es para darlo en el cielo.
Sólo su herencia retarda
á aquellos desventurados
que los mira dominados
por una pasión bastarda.
Por la envidia, cuyo afán,
al hombre lo precipita,
y tras su huella maldita
todos los crímenes van.
Al cielo le pediré
que no conozcas la envidia;
que aquel que con ella lidia,
pierde en el mundo la fé.
Y la fé es el gran tesoro
que enriquece nuestra vida;
cuando perdemos su egida
de nada nos sirve el oro.
Con la fé nuestra razón
comprende de Dios el nombre,
porque la fé es para el hombre
¡la tierra de promisión!