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Ramos de violetas 32

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época


Miscelánea


La religión romana empequeñece al hombre,
le quita su albedrío, su libre inspiración,
y al invocar sus labios de Dios el dulce nombre,
no late conmovido su helado corazón.

«Sepulcros blanqueados» son esos pobres seres
que acuden á los templos lo mismo que á un festín,
y creen que ya han cumplido con todos sus deberes
si asisten á la misa que rezan en latin.

Lenguaje desusado que el pueblo no comprende
y que su sentimiento no puede despertar.
¿Qué ha de sentir el hombre que escucha y que no entiende?
¿se puede acaso á un ciego la luz impresionar?

No basta que al creyente le digan: «Desgraciado,
un mundo de tormentos te espera, si al morir
no dejas á las almas que gimen en pecado
tus bienes que en responsos se deben consumir».

No basta que á Dios pinten terrible en su venganza,
y el pecador temblando eleve una oración,
temiendo que á su muerte se incline la balanza
al lado en que se encuentra su eterna perdición.

Si el miedo no convence, ni juzga, ni razona,
¡si de la triste «sombra» jamás la luz brotó!
¿puede quererse acaso á un Dios que no perdona?
Podrá inspirar espanto, pero ternura no.

Si ya pasó del mundo el tiempo de su infancia,
¿porqué sin causa el hombre á Dios ha de temer?
¿porqué no se le instruye, que acabe su ignorancia
para que el Evangelio lo llegue á comprender?

Parece hasta imposible ¡oh! siglo diez y nueve!
que unido á tu adelanto y en pos de tu invención,
aun viva el fanatismo que hipócrita se atreve
á sugetar del hombre la libre inspiración.

Pero su afán es nulo, que el genio del «presente»,
el que á la ciencia impone la ley de su poder,
venciendo los escollos avanza lentamente,
porque el mortal no puede jamás retroceder.

«La libertad de cultos» nos brinda horas serenas
pero aunque dominara «la Santa Inquisición...»
protestarían los hombres, rompiendo sus «cadenas»,
porque protesta el tiempo, protesta «la razón».

Que siempre ha protestado, pero el oscurantismo
no le ha dejado al hombre pensar ni definir;
sin darse cuenta de ello pensó en el «ateísmo»
qne con la indiferencia le vino á confundir.

Los sabios más profundos, su voz al cielo alzaron
pidiendo que imperara la ley del Redentor,
los padres de la Iglesia su audacia excomulgaron,
los débiles temieron, y dominó el «error».

Pasaron luengos siglos, huyeron las edades
y siempre la teocracia dictó su voluntad,
y tuvo falsos ritos, y pompa y vanidades,
reinando la «mentira» en vez de la «verdad».

El mártir de los Cielos, el héroe del Calvario,
sintió por los humildes inextinguible amor,
y en cambio, sus ministros creyeron necesario
que al siervo dominara tiránico Señor.

Y hasta en los cementerios les dieron á sus muertos
distinta jerarquía ¡oh humana ceguedad!
que hasta en la helada tumba comete desaciertos
y hasta el «no ser» despierta su loca vanidad.

¡Qué importa que la ciencia conserve á la materia!
¡que un cuerpo embalsamado no tenga corrupción!
¿circulará por esto la sangre en una arteria?
¿podrá por un momento latir el corazón?

Inútil es su empeño, y loca su porfía.
El siervo y el magnate, sollozan al nacer;
el procer opulento sucumbe en su agonía
y el mísero mendigo se duerme en el no ser.

Y apesar de esta «prueba» tan clara, tan patente,
¿porqué persiste el hombre en que halla distinción?
¿porqué no te comprende? ¡Oh Ser Omnipotente!
¿Porqué? ¡Porqué le falta «la luz» de la «razón»!


1874.