Recordación Florida/Parte I Libro III Capítulo II

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CAPÍTULO II.

En que se prueba que este reino de Goathemala no estuvo jamás sujeto al imperio Mexicano, y que siempre fué reino aparte y separado del de México.


Es muy preciso recurrir d que los Mexicanos, en todas aquellas provincias y pueblos que dominaban, fuese por voluntario rendimiento ó sojuzgados á fuerza de armas, el primer estatuto á que obligaban á los rendidos era á que aprendiesen su idioma mexicano, como lo refiere Acosta [1]. De donde se establece, que no habiendo hallado este idioma como general y corriente en este dilatado y poderoso reino de Goathemaia, sino sólo en algunos pueblos de la costa del Sur, que desde el pueblo de Esquintepeque se señalan con el nombre de los Pipiles, que en Mexico tiene la etimología de lengua ó idioma de muchachos (esta es su propiedad, porque á tanto como esto quiere explicar que había llegado su corruptela), y esta era producida de algunos mercaderes y oficiales, que mañosamente había introducido con este pretexto Montezuma; por si así, introduciendo mucho número de los suyos, podía sojuzgar este Reino. Y los pueblos que hoy la hablan son los que, descendiendo de los indios que vinieron á la conquista con nuestros españoles, la tietienen como materna, que son muy pocos; pero es verdad que siempre fué reino aparte del mexicano, como lo siente quien lo miró y supo de más cerca.[2]

Y si no fuera suficiente lo referido para pensar que, por faltar aquí el establecimiento de aquel estatuto, se debe creer que Montezuma no llegó, no sólo con su dominio, pero ni con sus armas á Goathemala, aunque quiera conjeturarse que su gran poder lo tuvo todo avasallado, hasta lo más remoto; es muy de razón el que nos pongamos en este crédito, cuando lo aseguran lugares muy inmediatos á su corte, que jamás, aunque lo procuró muchas veces, consiguió dominarlos, resistiendo á poderosos ejércitos que echó sobre ellos infructuosamente: puesto que á Tlaxcala, á quien procuró debelar con tanto ahínco «no pudo ni por ardid, ni por guerra manifiesta debelarla, ni traerla á su obediencia jamás; quedando libre esta provincia de aquella sujeción, siendo bastante á mantenerse en su libertad contra un Reino tan poderoso, y tenaz en las resoluciones de sus máximas, y esto no distando más camino de corte á corte que treinta leguas.» ¿Pues cuánto menos debe presumirse que dominara á Guathemala, reino que se mantenía al calor y fomento de tres reyes, que imperaban en él, y que dista de la corte de México trescientas y treinta leguas de doblado y trabajoso camino? Y que, habiendo de venir con grande aparato de guerra, el mismo tránsito de su ejército había de apestar y esterilizar estos países tan dilatados, que no permitiesen alejarse á muy remotas jornadas de aquella corte por falta de bastimentos; porque no tenían, como nosotros, el uso de los bizcochos, ni otras menestras que pudieran conducirse, sin que para este portaje no fuera necesario otro número tan considerable de gastadores como el de los combatientes.

Siendo muy de considerar que, al tiempo de las mayores revueltas y peligros de la conquista deste reino de GoatheGoathemala, no había camino abierto por la parte de Trujillo, ni menos en la provincia de Chiapa, sino unas sendillas estrechas que se perdían de unos pueblos á otros, y en partes eran montañas vírgenes y impenetrables, por donde aquellos infatigables y valerosos conquistadores abrían camino con sus propias espadas, valiéndose, para el acierto de las situaciones que buscaban, del aguja de marear, para acertar con los rumbos, y no extraviarse á torcidas y desacertadas sendas, de lo que pretendía el intento. Y siendo esto por la parte que ahora llamamos el camino de arriba, que sirve y es el tránsito acomodado para el tiempo de las aguas, tampoco por el camino de abajo, que es el de Soconuzco, y por donde se vino conquistando, había camino abierto, como lo dice el coronista Herrera,[3] que dice hablando de Teguantepeque, «que desde entonces comenzó Pedro de Alvarado á abrir camino para las provincias de Soconuzco y Goathemala.» Con que asentando el principio, de que de Mexico hasta Teguantepeque sólo había camino, es ilación que no habiéndole desde allí á Soconuzco, ni á Goathemala, que ninguna de sus provincias estuvo sujeta á Montezuma; porque si lo estuviera, hubiera camino seguido hasta esta ciudad de Goathemala, así para la comunicación de un reino á otro y dirección de órdenes especiales, como para la conducción del feudo de estos señores Tultecas á aquellos Mexicanos; que son tan aborrecidos, y repugnan tanto á los indios de Goathemala, que jamás se mezclan con los pocos que de allí vienen á este Reino, porque los tienen por aleves y de fácil palabra, y teniéndolos por femeniles y delicados, y por muy dados al ocio y descanso, rehusan darles sus hijas en casamiento.

Y no habiendo sojuzgado la provincia de Chiapa, que dista de esta corte de Goathemala cien leguas, ni siéndolo Soconuzco que dista ochenta y ambas á dos son provincias numerosas de este Reino, y que estas tenían por antemural á la provincia de Teguantepeque, que es hasta donde allegaba el camino que salía de México, que tampoco fué debelada ni poseída de las armas de Montezuma; es necesario que se discurra que, para haber de dominar á Goathemala, pasasen los Mexicanos por la mar del Norte ó por estotra banda del Sur, y á esto se opone lo que llevo asentado. Ni por la parte de Trujillo ni el Golfo Dulce había camino que manifestara su llegada á estas partes, ni menos por el Sur, ni en toda aquella costa se halló otra señal más de la de los Pipiles, que como mercaderes y tratantes se habían introducido en la tierra, en poco número de personas, que con este pretexto habían venido por tierra; y para haber de pensar que pudo emprenderse la jornada de los Mexicanos de esta manera, era necesario tener certidumbre de que tenían embarcaciones de alto bordo para entregarse á la incertidumbre y contrastes de los mares y tiempos; y sólo es cierto que usaron de canoas para aquel tráfico de su laguna, como acá los del Quiché para la navegación de estotro lago de Atitlán. Ayuda, no sólo á pensar, sino á creer esto, de que no tuvieron el uso de navegación, lo que dice Herrera,[4] de que los primeros navíos nuestros, que llegaron á los puertos del Norte, los llevaron pintados á Montezuma los indios de la ribera, para que pudiera ver lo que le proponían acerca de aquella novedad; y mucho más es de advertir, que cuando tuvieran (que no le alcanzaron) el uso y práctica de la navegación, necesitaban para esta empresa de una poderosísima armada, y de grandes y diestros pilotos en ella; porque no era lo mismo traginar las aguas estables y tanquilas de su laguna, que lo proceloso y inquieto de los mares.

Pero lo más cierto, de todo lo que pasa acerca de este punto, es que habiéndose hecho por parte del imperio Mexicano todos los esfuerzos posibles para sojuzgar este reino de Goathemala, y habiéndole salido todos inútiles y sin efecto, y que por parte de las armas siempre se reconocían débiles las empresas aun en sus propios principios; que desesperado el deseo de conseguir su rendimiento por este lado, el emperador Ahuitzol hizo especiales embajadores á este Reino, para que éstos pasasen á tratar con los señores Tultecas de concordia, unión y confederación entre aquel Reino y éste; y que estos embajadores ó mensajeros, por ser pocos y caminar con poco aparato, mas de aquel muy preciso y el bastante para sólo introducir sus creencias, según su estilo, pudieron pasar desde Teguantepeque á este Reino; pero habiéndose introducido á la presencia del rey Utatlán y propuesto su embajada, este señor de Utatlán como no poco mañoso y advertido, se excusó con ellos, negándose á todo, con el pretexto sagaz de no entenderlos. Y despedidos de aquella corte pasaron á esta de Goathemala, donde fueron más bien recibidos y oídos del señor de los Cachiqueles; pero no por razón de esta urbanidad quedó asentado punto alguno de aquellos tratados, mas de la conmunicación de un reino á otro, sin obligarse el señor de Goathemala á obviar sus daños, ni tomar las armas en su defensa, por el daño que les pudiesen hacer losQuicheles y Sotojiles, por razón de que estos eran señoríos y cacicazgos distintos, que podían á su arbitrio usar de la concordia ó de las armas cuando les pareciese. Pero restándoles, para cumplir y perfeccionar su embajada, pasar á la corte de Atitlán á verse con el cacique ó rey de los Sotojiles en este país se vieron en grande y apretado conflicto, porque allí fueron recibidos con vara y flecha; por cuyo inminente riesgo, siendo rechazados, dieron la vuelta por la propia corte de Utatlán y el gran cacique ó señor de aquella región les hizo intimar que, dentro del término de un día natural, saliesen de su corte, y dentro del curso de veinte soles de toda la jurisdicción de su Reino. Nacía esta repulsa tan agria, no de frágiles ni voltarios principios, sino de que en él término que estos embajadores gastaron en la jornada y residencia de algunos días en la corte de Goathemala, calaron y descubrieron sutilmente los señores de el Quiché y Sotojil, que el pretexto de la concordia era título honesto, con que el emperador Ahuitzol rebosaba sus máximas interiores; siendo estas, á la verdad, las de que estos embajadores, con el motivo y pretexto de la unión, reconociesen las sendas, la calidad de los reinos, sus fuerzas y la flaqueza y debilidad de algunos países para intentar su conquista: engañándose Enrico Martínez[5] en lo que pensó, ó divulgó la fama y jactancia mexicana, sobre querer introducir al crédito humano, el que este rey Ahuitzol dominó á Goathemala.

Mas como Ahuitzol era astuto, y sabía usar de maña en todas ocasiones, no dándose por vencido con la relación que le llevaron sus embajadores, quiso introducir en estas provincias de Goathemala, por las playas y riberas del Sur. alguna de su gente, que fueron los que llevo dicho, que pasaron con título de mercaderes y oficiales; malográndose y quedando pausada esta máxima, á poco tiempo de empezarse á introducir, y frustrándose la astucia con su muerte este mismo año, que fué el décimosegundo de su reinado.[6] Pero habiéndole sucedido en el Imperio Montezuma, último señor de Mexico, volvió con mayor esfuerzo á emprender la conquista y dominación de Teguantepeque; mas confederado el señor de aquella provincia con el gran cacique Tutepeque, y unidas las armas de estos dos príncipes, le hicieron perseverante y esmerada resistencia, que durando largo tiempo, disminuído y enfermo el ejército mexicano, les fué no muy dificultoso á los defensores romper y desbaratar el ejército de Montezuma, haciéndole tomar la vuelta de Mexico con unas pobres reliquias de sus tropas. Con este suceso, que derramó la fama hasta este reino de Goathemala, oprimieron los reyes del Quiché, Cachiquel y Sotojil á los intrusos Mexicanos de la costa del Sur, disminuyéndose mucho en el número, porque gran cantidad de ellos fué despeñada en los sitios que hoy se ven entre San Salvador y Tecoluca, que son unas barrancas muy profundas, y otra despeñó en la costa del Norte que llaman Cuilonemihi, que quiere decir despeñadero de los Somehios de Mexico.[7] Aunque á los fundamentos dichos se pudieran añadir otros muchos, se deja de hacer por no dilatar más el capítulo.

  1. Libro VII, cap. 28.
  2. Torquemada, segunda parte, libro VI, cap. VII de la Monarquía Indiana.
  3. Decada III, libro III, capítulo 17.
  4. Década III, libro III, capítulo 25.
  5. Enrico Martínez: tratado II, capítulo II, folio 118.
  6. Id., fol. 118.
  7. Bernal Díaz, cap. CI, del original borrador.