Recordación Florida/Parte I Libro II Capítulo III

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


CAPÍTULO III.

Que continúa sobre el texto del ya citado original de mi Castillo, capítulo 162, la dichosa y feliz entrada del Adelantado D. Pedro de Alvarado, con nuestro valeroso ejército español, en esta ciudad de Goathemala.


Habiendo esparcido el eco agradable de la fama, por todos los más distantes términos de este grande y precioso Reino de Goathemala, los hechos heroicos y singulares facciones con que el Adelantado D. Pedro de Alvarado se había señalado por uno de los alumnos de la fortuna, y llegado á este tiempo la gloria y nombre de sus victorias, que había conseguido desde que pisó afortunado la raya de este Reino, al grande y numeroso pueblo de Goathemala; esparciéndose también la noticia de que se hallaba entonces en tierras de Utatlán, de donde, haciendo muchas entradas en los pueblos convecinos, consiguió de ellos admirables triunfos, de que no recibieron mucho disgusto los indios de Goathemala, por estar por entonces enemistados con los de Utatlan; determinaron hacer embajadores, con un presente de oro á D. Pedro Alvarado, reconociéndose por vasallos del rey de España, y prometiéndole fidelidad; y que, si para el progreso de aquella guerra era necesario el servicio de sus personas, que vendrían los suficientes, con otros comedimientos de paz y de señalada amistad. A que D. Pedro de Alvarado correspondió, dándoles muchas gracias y recibiéndolos debajo de la obediencia Real, y les envió á pedir dos mil guerreros; llevando en este dictamen algunos fines particulares, que se reducían á descubrir, con esta precautela, si la paz y amistad tratada era segura; y el que, ignorando las sendas y los tránsitos generales que había de unos pueblos á otros y de unos á otros parajes, estos dos mil goathemaltecos los convoyasen seguros, y á los sitios más convenientes á donde llamase la ocasión militar: nó siendo menos importante el que, habiendo muchos pasos impertransibles y peligrosos, por haberlos cortado los indios de la tierra, éstos de Goathemala los aliñasen y dispusiesen de calidad, que diesen paso á su trabajado ejército, y que juntamente condujesen á hombros el bagaje y lo demás necesario.

Correspondió el efecto á la promesa de los goathemaltecos indios, viniendo puntualmente á incorporarse, los dos mil indios que se demandaron de socorro, con nuestro ejército católico; y D. Pedro de Alvarado, recibido este refuerzo de gente, todavía se detuvo en los contornos de Utatlán siete ú ocho días, entretenido en hacer entradas en algunos pueblos rebeldes, que, habiendo dado la obediencia á su Majestad, la habían negado y se volvían á alzar: con cuya ocasión de rebeldía, y para asegurarlos más y poder reconocer en adelante si eran indios por conquistar ó indios alzados, fué en esta ocasión preciso, en todo el país de Utatlán, herrar muchos indios; los cuales, pagados de ellos los reales quintos, se repartieron entre los soldados de nuestro ejército español, quedando con esto sujetos á la obediencia católica toda la parte del rey de el Quiche.

Concertadas así todas las cosas, de aquellas numerosas poblazones del contorno del señorío de el Quiché, dispuso el triunfante y animoso Adelantado D. Pedro de Alvarado, partirse de aquella comarca y acercarse á la de Goathemala; y aunque refiere la verdad de mi Castillo, que entraron en la principal ciudad llamada Goathemala, donde fué bien recibido y hospedado, y luégo pasa á referir lo perteneciente á otros pueblos de otro señorío, siendo constante que pasó como lo refiere, y que el ejército español no tuvo embarazo en el progreso de esta jornada; mas, sin embargo, no pasó sin recelo: porque antes de llegar á Goathemala, todo lo que nuestros soldados hollaban eran tropas numerosísimas de cadáveres, sangre y despojos de los mismos muertos, que aunque eran indios, porque otro linaje de gentes no podía ser, sin embargo traía confusos y admirados á nuestros españoles, que, ignorando la causa, entraron en recelo al encontrar muchos escuadrones armados y en ordenanza de batalla, según su estilo, y alentados del són de sus flautas y caracoles que tocaban en semejantes ocasiones militares. Siendo en esta muy importante la gran prudencia de Alvarado, para portarse, en confusión semejante, y ir pasando á vista de tantas escuadras de guerra, que como se suspendieron y no le acometían, sin embargo de estas reseñas, su gran corazón le hacía pasar adelante: porque, aunque por esta parte tocaba estos accidentes marciales, por otra vía á cada paso muchas embajadas, regalos y agasajos del rey de Cachiquel ó Goathemala; pero se temía, escarmentado, no fuese esto lo sucedido con los caciques y embajadores convidantes para el pueblo de Utatlán, experimentado ya en el voltario natural de los indios, que había experimentado
desde Mexico.

Con estas dudas, acompañadas de prudentes recelos, caminó el heroico capitán D. Pedro de Alvarado mucho trecho de aquel camino, hasta que, encontrándose y dando vista al rey Sinacam, que lo era de Goathemala y de la generación de los Cachiqueles, se desmontó del caballo en que iba, y encaminándose para él, el Adelantado con muchas muestras de cortesía y estimación, y dándole en su mano una alhaja curiosa de plata, le dijo; «¿Por qué me pretendes hacer mal, cuando vengo á hacerte bien?» Pero el fiel Sinacam, entendiendo por medio de los intérpretes lo que se le decía, poniéndose algo severo y demudado, agradeciendo con cortés demostración la dádiva, con gran severidad respondió: «Sosiega tu corazón, gran capitán hijo del Sol, y fíate de mi amor;» y prosiguió su razonamiento, diciendo en sustancia, que todo aquel aparato de guerra, que había encontrado en el camino, no era prevención hecha contra los Teules (así llamaban á los españoles, Dioses), sino contra sus propios vasallos rebeldes, con ocasión de haber enviado un cobrador de sus tributos á los pueblos cercanos al señorío de los Sotojiles, y que este aleve, y mal advertido, siendo de la propia sangre real, con ayuda y confederación del Sotojil y el Quiché, que le daban calor para que hiciera reino aparte , se había puesto en arma para conseguir el perpetuarse y establecerse en el dominio usurpado. No le pesó al noble Adelantado, de oir esta relación de la boca del rey Sinacam, ni que el rebelde Ahpocaquil procurase mantenerse en su adquirido señorío; porque juzgaba, que divididos entre sí se disminuían en fuerzas, y que se hacía más menesteroso y apetecible de la parte del señor natural, y que teniéndolos á raya, de esta suerte, podría más bien sojuzgarlos á entrambos; y así no procuró, por entonces, atraer al intruso Ahpocaquil á la obediencia y amistad de Sinacam; dejándolos combatir entre sí: así por las máximas concebidas, como porque le llamaban nuevos cuidados y empleos militares, en que si bien no embarazó la guerra entre el rey y el rebelde, pero la divirtió en parte con la conquista que emprendió de Atitlán, cuyo rey era aliado del intruso y traidor Ahpocaquil, como se dirá adelante en la Segunda parte.