Recordación Florida/Tomo II Libro X Capítulo II

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.



CAPÍTULO II.

Del monte de Petapa, tránsito inexcusable de esta ciudad de Goathemala para las provincias orientales y septentrionales, y cosas particulares de él y de este Valle de Canales.

Por lo memorable y conocido aun de los sujetos de otros reinos, como á los de Lima, Panamá y Santa Fe de Bogotá que lo han andado con experiencia de sus dificultades, parece que se echara de menos, si en este discurso no se hiciera memoria del monte de Petapa, temido de los arrieros, de los indios de á pie y de los demás progresores de á caballo que han de penetrar esta dificultosa senda; y siendo en este valle su sitio y preciso paso, se dirá, como en su lugar, lo tocante á esta breñosa y áspera montaña; quitando antes la duda de este conocido pronombre de monte de Petapa, que debiera ser el de monte de Canales: y es lo uno y no lo otro, por causa de que, viniendo á Goathemala, de Grenada, Comayagua y de otras provincias y lugares, luego que se sale de esta montaña se entra en el pueblo de Petapa al bajar la cuesta, y porque en la mayor porción de la fértil y maravillosa tierra desta montaña tiene parte el común de esta numeroso pueblo de San Miguel Petapa.

Seis pesadas breñosas leguas se atraviesan de esta monmontaña, siempre umbrosa y tejida por la ramazón de tanto infinito número de robustos y levantados árboles, á cuya causa este camino queda asombrado y sin el beneficio de enjugo, de que necesita para consumir y gastar la húmeda materia de greda, que se ocasiona de las continuas y delgadas pluvias que el Norte á modo evaporable le envía, rebalsándose de la llanura de calidad de barrial encendido en roja naturaleza, que al trillo de un frecuente pasaje, queda todo lo transible de tan prolijas leguas alagado y casi impertransible, por quedar convertido en pantanos y atolladeros, y unas sartenejas estrechas y profundas, en que apenas hay caminante, aun los más asegurados en mulas muy castizas, que no dé peligrosas caídas; y en muchas ocasiones se ha visto que algunas de estas alentadas y fuertes bestias han quedado ahogadas en lo líquido y congregado de aquella rubia materia de barro, sin ser reparable este daño con ninguna industria del arte. Mas aunque en esta peligrosa senda se padece por lo voraginoso y destemplado de su constelación, se halla mucho divertimiento en lo delicioso del país, porque en lo breñoso de su pompa se ven diversas y singulares suertes de pájaros, fuera de grande copia de pavas que en esta montaña empollan y crían, á que acompaña una traviesa suma de monos, unos negros y otros alazanes, muchas ardillas, comadrejas, guatuzas y otros muchos animales que tienen su rústica habitación en tan capaz y libre territorio.

Por esta peligrosa y difícil senda hizo tránsito nuestro ejército español cuando la guerra de Petapa, y cerca de ella se mantuvo la batalla que queda referida. Volviéndola á recordar ahora por ser éste, no sólo el sitio más peligroso, sino uno de los en que fueron acometidos sangrientamente aquellos pueblos rebelados, pues dice mi Castillo[1] fueron combatidos y acosados de ellos entre Petapa y Guanagazapa, que en aquella parte de llanura que llamamos Cerro redondo, á donde terminan y concluyen las seis leguas de este desacomodado y desapacible sitio del monte de Petapa; por donde podrá conocerse que si hoy con tanto trajín, tanta huella y tanto más cuidado en abrir y desnngrar de las aguas invernizas esta selva, y en el regazo y blandura de la paz que gozamos, es senda y tránsito tan escabroso y áspero, cuál sería para aquellos valerosos y admirables Españoles, cortado con fosos y zanjas muy profundas en varias partes de su angosta y alagada senda, impedido y casi anegada la caballería en los atolladeros, sin poder formar acometida derecha ni escaramuza trabada en que no peligrase la vida y crédito del más veterano; sin que la infantería adelantase un paso de la orden de sus filas sino era á fuerza del sudor y de la fatiga, cuando en estas breñas emboscadas y de mampostería eran oprimidos de aquellos indios guerreros muy á su salvo, y que estos soldados nuestros, faltos de la esperanza del socorro, sólo acometían y batallaban fiados en sus manos, y lo principal en el amparo de Dios, que era en su ayuda; acometiendo á las empresas llenos de fee inflexible y de espíritus militares, con que se mantenían en todas ocasiones, y más en ésta después de tantos días atroces y sangrientos de ocupaciones marciales.

Pero volviendo á continuar el discurso de la calidad y naturaleza del sitio de aspecto y sabrecejo asombroso, en cuyos oscuros senos y vivares terrestres no sólo se halla la belicosa y entretenida caza de ligeros ciervos y de conejos infinitos, dantas, jabalíes ó especie de ellos; es preciso decir de muchas fieras que en él se albergan, como leones, tigres, osos, y muy nocivas venenosa serpientes, entre las cuales se hallan unas de dos tercias de largo, que aunque muerden embravecidas es sin la malicia venenosa que en otras se experimenta, pues aunque se ven mordidos muchos indios en este sitio de semejantes bestias, jamás peligran ni sienten movimiento en la naturaleza.

Corriente y antigua tradición hay de que en esta tierra de Canales existen excelentes minas de plata, y de que, abriendo las zanjas y fundamentos de la iglesia de Pinula, pueblo numeroso y rico (cuya etimología corresponde á agua de harina, establecido con suma propiedad de la lengua pipil, de pinul, que es harina, ó pinole, y de ha, que es agua), se descubrió en esta ocasión una gruesa y interesada veta, y en viéndola los indios descubierta la ocultaron como acostumbran, usando de la industria de pasar más arriba á la parte superior la situación de la capilla mayor, dejando dentro la veta como si hubieran de limitarla a aquel término sin pasar adelante: como aseguran corre á más de cuatro leguas, hasta aquel pequeño arroyo que corre con nombre del Río del naranjo, por una quebrada del monte Petapa antes de la tierra colorada, yendo de Goathemala á Cerro redondo. Examinando yo á D. Pascual de Guzmán, indio cacique y gobernador de Petapa, acerca de estas cosas, me confesó ser cierto lo de esta mina de Pinula y pertenecerle á D. Rafael de Guzmán, su hermano, y haber por aquel contorno otras riquezas. Mas como quiera que ha muchos años que en este Reino se dejaron las labores de las minas, por las razones que diré adelante, y que en esta Primera parte, en la Segunda y Tercera de esta historia he de hablar muchas veces en materia de minerales, es necesario saber que, además de la tradición, hay la evidencia de muchas minas que están patentes y dejan de labrarse por la falta de ánimos generalmente, y en muchas partes por falta de gente para la manufactura de sus cavas; y es mayor la evidencia porque en los libros de Cabildo, como los cito,[2] hallo muchas ordenanzas, provisiones, licencias, repartimientos de cuadrillas de mineros: fuera del cuaderno de los registros que comprueban y aseguran la verdad de que las hubo y las hay, como por la experiencia que tengo de muchos metales que por mi propia inspección me han dado plata con correspondencia de buena ley, lo tengo conocido; pero la desgracia es, lo dicho de la pusilanimidad de los hombres que tienen con qué fomentarlas y dejan de hacerlo por el amor que tienen á una libra de tinta. ¡Ojalá no la hubiera! que con eso trataran de esto y no del añil, ni otros logros, que éste es el daño y el de muchos embusteros, que por la docílidad del metal le sacan á una libra ó dos la ley que tiene de plata, fingiéndose muy inteligentes pasan á hacer la inspección por mayor, y por sus embustes y no entender el beneficio no les da cosa, y dicen y divulgan que es metal que da por menor y no acude por mayor, como si esto pudiera ser por la naturaleza del metal sino por su insipiencia.

Mas como quiera que sea cierto el que la tierra es rica de oro y plata y otras riquezas, de que tengo experiencia y muestra de muchas cosas en mi poder, se afianza más esta verdad, tan despreciada de ignorantes y codíciosos materiales, sólo inclinados á la tinta, achyote, vainillas y otras cosas que les ponen delante á precios abatidos y á trueque de trapos viejos y caros, con la certeza de la mina rica, que en esta misma sierra de Canales, á la parte que mira y se llega más al Norte, tuvo y labró con largo aprovechamiento no ha muchos años Fernando Vaca, de quien tomó su pronombre el sitio que llaman lo de Vaca, bien conocido; y éste, habiendo de pasar á España, dejó tapada y asegurada la boca á la labor principal, llevando consigo grande interés producido de esta mina. Pero habiendo de volver á este Reino á proseguir sus labores, á la partida de la flota se halló gravemente enfermo, de cuya indisposición murió, socorriendo para este beneficio con el suplemento de un hijo, Francisco Vaca, que habiéndose embarcado con un tiempo, desgaritada la conserva de flotas y apretados de la tormenta, al desalijar de su nave fueron al agua los papeles de la instrucción y señas de la boca mina, en una escribanía que traía dentro de un cofre; y aunque perdido el rumbo y derrotero, perseveró por largo tiempo en busca de las labores, no pudiendo dar con la puerta y boca principal, hasta que exhausto y totalmente destruído hubo de desistir de la empresa, quedando hasta hoy oscurecida y encubierta esta riqueza. Y para mnyor comprobación de lo de Pinula, referiré lo que me ha dicho el padre predicador Fray García Colmenares, vicario de Pinula, á cuyo crédito, ingenuidad y autoridad debo dar el entero asenso y fe que merece su nombre y general estimación. Dice este verídico y religioso Padre, que en ocasión que administraba un venerable varón de su Orden dominicana, sucedió que de la sacristía faltó una salvilla de plata del servicio de los altares, y habiendo hecho que los Alcaldes pusiesen en prisión y seguro á un indisuelo de quien había sospecha, su padre salió á la paga de la alhaja, y á la noche siguiente vino á la celda del vicario con una cantidad de metales hilados, de plata, preguntando al religioso si habría bastante, y respondiendo que no, porque lo más de ello era piedra, á otro día trajo doblada porción de metal, que se remitió á esta ciudad á Pedro Esteban, platero muy conocido, y hubo con la plata de los metales para la salvilla, candeleros y otras alhajas de que necesitaba la sacristía.

Pero dejando esta materia odiosa para los que no conocen que en las piedras estuvo y está el oro y la plata y fían poco de aquel poder infinito de Dios, que puede sin limitación darnos mucho, pasaré á decir, por lo perteneciente á las cosas de este país, que en las tierras de cultivo suele descubrir y manifestar el arado espantosas y descomunales figuras de ídolos de tal proporción de piedra robusta y dilatada, que de estos ídolos se forma y hace banco á las vigas y prensas de los ingenios de azúcar; siendo á resistir suficiente su firme y sólida materia á tan graves y ponderosos maderos. Donde estas infames representaciones del demonio, que tan servido fué de estos miserables indios, ó por mejor decir, de sus errados y ciegos progenitores, están trillados y hallados del ordinario piso de los hombres operarios de estas oficina, hállanse otras menores y pequeñas, de piedra y de barro cocido en innumerable porción, que cada día se desentierran y sacan de los surcos de los sembrados con figuras de feísimas y desproporcionadas representaciones de hombres y de mujeres, de sierpes, de monos, águilas y otras infinitas ridículas figuras que ruedan de unas partes en otras.

Las aguas que proveen este famoso valle son suficientes para el uso de las gentes, y porción notable de los ganados dele redundancia de los riscos que en pobres y sedientas fuentes se deslizan y corren con lenidad, pausadas y detenidas de le porción espongiosa de aquella tierra, sin que pueda la industria del arte por agotables y igualmente rebalsadas de la llanura valerse de ellas para beneficio y aumento de los sembrados. Sólo el de Pinula, río abundante y noble, y otro pequeño de dulces y ligeras aguas, con el de Morán abundante y rico, pueden servir providentes á la pingüe belleza de aquel terreno; aunque ¡e derraman pródigos y deleznables á lo profundo y bajo del Valle de Petapa, casi en las cristalinas y transparentes urnas de sus frescas linfas, que algunas sirven sujetas y obedientes al extraño país, con prodigio y liberal desperdicio de sus caudales, entrando todos en la laguna, para de allí salir incorporados en Michaloya para la Mar del Sur.

  1. Bernal Díaz. - Capítulo clxxxix, fol. 236.
  2. Libro I de Cabildo, folios 65 vuelto, 96 y 96 vuelto, 115 y 137 vueltos. - Libro II, folios 144, 126 vuelto y 203.