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Recuerdos de provincia/Los hijos de Jofré

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¿De dónde descienden los hombres que vemos brillar en nuestra época, en ministerios, presidencias, cámaras, cátedras y prensa? De la masa de la humanidad. ¿Adónde se encontrarán sus hijos más tarde? En el ancho seno del pueblo. He aquí la primera y la última página de la vida de cada uno de nuestros contemporáneos. Aquellas antiguas castas privilegiadas que atravesaban siglos contando el número de sus antepasados, aquel hombre inmortal que se llamaba Osuna, Joinville u Orleans, ha desaparecido ya por fortuna. ¡Cuánto ha debido depurarse la masa humana para arribar a sacar de su seno los candidatos que han de llamarse Pitt, Washington, Arago, Franklin, Lamartine, Dumas, y ser nobles de su país, y aun reyes de la tierra, sin que su elevación haya costado un gemido! Las antiguas familias coloniales han desaparecido en la República Argentina: en Chile se agarran todavía de la tierra y resisten al nivel del olvido que quiere pasar sobre ellas.


Luminoso rastro de sus proezas y valimiento había dejado el capitán Juan Jofré en la conquista e historia civil de Chile. En 1556 el cabildo de Santiago, sabedor del plan de un levantamiento general de indios que había urdido Lautaro, ordena a Juan Jofré entrar con treinta soldados a la tierra de los promaucaes y acudir con sus lanzas dondequiera que el incendio estalle; habiendo el capitán logrado el objeto, y dado tiempo a precaverse y prepararse para más decisiva jornada.


Mucha fama y peso debió darle esta proeza, pues que el 9 de julio del mismo año, decretando el cabildo de Santiago fuese fiesta solemne la de este santo, como patrón de la capital, nombró alférez real a Juan Jofré, con encargo de presentar en el día del santo el real estandarte en que salieron bordadas de oro las armas de la ciudad y en su cima la imagen del apóstol a caballo, cuya ceremonia quedó desempeñada el 24 del mismo mes, diciendo los alcaldes desde una ventana al alférez que estaba en la calle: "Este estandarte entregamos a vuestra merced, señor alférez de esta ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, en nombre de Dios y de S. M., nuestro rey y señor natural: y de esta ciudad, y del cabildo, justicia y regimiento de ella, para que con él sirváis a S. M., todas las veces que se ofreciere, y, el dicho capitán Jofré dijo que así lo recibía y prometía de hacerlo y cumplir" , y lo recibió a caballo; y se fueron todos juntos con otros caballeros, acompañándolo a la iglesia mayor, donde oyeron vísperas, y después de acabados tornaron a cabalgar, anduvieron por las calles de esta ciudad hasta que volvieron a la casa de este capitán, donde se quedó el estandarte" [6.]. Cuál fuese su influencia y valimiento en los complicados negocios de aquella época, puede traslucirse del hecho de que, siendo don Juan Jofré alcalde de Santiago en 1557, recibió orden de convocar el cabildo el 6 de mayo, ante quien fueron presentados los poderes y despachos de don García Hurtado de Mendoza, quien después de reconocida la autoridad de justicia mayor, puso en su empleo de alcalde a Diego Araya, no sin queja de injusticia hacia Jofré, que fue depuesto.


Yo alcancé al último descendiente de don Juan Jofré, fundador de San Juan. Era don Javier un grueso y ostentoso señor, digno representante en 1820 de su ilustre abuelo. Su casa estaba contigua al consistorio municipal, como era general en las colonias, en que la cárcel y el gobernador ocupaban el mismo frente de la plaza de armas. La revolución de la independencia lo halló vivo, y se dieron un abrazo, haciendo él la inauguración solemne de la nueva época, en su salón espacioso, decorado de molduras de estuco de gusto delicado, obra de arquitectos de mérito que solían penetrar a las colonias, y aun producirse entre los jesuitas. Este salón, a que daban solemnidad colgaduras de damascos pendientes de perchas doradas, sirvió de sala para la inauguración de la representación provincial. Sus sillas de nogal y sus sofás de terciopelo carmesí, han servido hasta ahora poco en todas las grandes solemnidades políticas, degradados ya y hechos trizas por la incuria gubernativa. El mismo salón sirve hoy de sala de billar, después de haber sido consagrado a funciones de teatro. Un álamo robusto se alzaba en el límite norte de su espacioso solar, que el hacha de la codicia no habrá respetado quizás. Era el padre de esos millones de alamos que hacen barata y fácil la construcción civil: era el primer inmigrante de su especie que se estableció en San Juan. A diez cuadras de la plaza hacia el Occidente, se levanta una aguja o pirámide, que hoy eleva su punta truncada en medio de un erial desapacible. Dos veces la he visto por las tardes rodeada de dos o tres vacas que iban a buscar abrigo bajo su sombra contra los rigores del sol. La pirámide aquella es la tumba de la revolución, muerta en la infancia, ruina ya a los treinta años de erigida. También señala la propiedad de don Javier Jofré y su patriotismo. De noche, cuando el aire reseco, tostado, se anda azotando por el rostro que baña sin refrescarlo, mi madre en el verano de 1816 iba con nosotros, niños aún, a pasearse en las alamedas en cuyo centro estaba la pirámide. Partían de allí dos diagonales a los extremos de un cuadrado, flanqueado de lindas alamedas, a cuyos pies corrían líneas de lirios blancos y de rosas encarnadas. Cuatro pilastras, a guisa de basamentos de estatuas, señalaban los cuatro ángulos, y no sé qué idea confusa recuerdo de laberinto de callejuelas y círculos de varias direcciones. Viénenme aún las ráfagas de aire fresco y perfumado, y diviso grupos de faroles que arrojaban su luz por entre el follaje de los árboles. Construyó la pirámide el ingeniero español Díaz, de quien quedan tan chuscos recuerdos en la historia de la guerra de la independencia, y debía conmemorar la expedición del ejército libertador a Chile.


En 1839 uno de los herederos de don Javier Jofré reclamaba el terreno en que había estado el paseo público, por haber faltado la condición y el objeto con que fue donado. Y no encontrando objeción de parte del gobierno, el interesado preguntaba en mi presencia al ministro: "¿Y el pírame , señor?..." Quería decirle: ¿Qué hacemos con aquel monumento? A lo que el ministro contestaba con una bondad infinita: "En cuanto al pírame , puede usted echarlo abajo..." ¡Yo lo he oído! Pocos días después escribí en El Zonda un artículo titulado La Pirámide , primera vez que las fantásticas ficciones de la imaginación me sirvieron para encubrir la indignación de mi corazón. No la han destruido todavía los bárbaros; se necesitaba comenzar por la cúspide, y no sabrían armar un andamio.


[6.] Gay, Historia de Chile , t. I, cap. 28.