Revista del Jardín Zoológico de Buenos Ayres/Tomo II/Notas biológicas
Durante mi último viaje á la Pampa Central, Julio á Octubre del corriente año, me llamó fuertemente la atencion la resistencia que tienen las ovejas para la sed.
He tenido ocasion de ver majadas muy gordas, y en perfecto estado, que hacía tres meses no tomaban agua, porque, en el lugar donde se hallaban, aun no se había podido extraer ese líquido tan necesario para la vida.
La majada se transportó á ese punto á principios de Mayo, y conjuntamente se había principiado la excavacion de un jagüel; la poca agua extraída hasta entónces era intomable, sumamente cargada de sulfatos y cloruros, de un gusto salado amargo imposible.
La majada, entre tanto, no había experimentado atraso alguno por la falta de agua, favorecida por el Invierno, que no estimula la sed. Se procuraba el agua necesaria comiendo los pastitos jugosos comunes allí, y en los que el rocío se depositaba abundantemente todas las noches.
El dueño de la majada, un vasco francés, se había empecinado en encontrar agua potable, y abandonando el jagüel primero, iniciaba en esos dias la excavacion de otro. Fiado en su práctica de cuidar ovejas, me dijo que, de cualquier modo, en ese campo se aguantaría aún dos meses más, pasados los cuales llevaría su majada á otra parte, para que tomase agua, si él no tenía la suerte de hallarla allí. Es decir, á los cinco meses justos.
Esto me pareció excesivo entónces; pero mas adelante he tenido ocasion de convencerme de lo contrario, hablando sobre lo mismo con varias personas que me comunicaron hechos muy curiosos al respecto.
Un hacendado del Valle de Marracó, don Julio Doubedou, que se halla al frente de la estancia María Luisa de los señores Maupas, Laclau y Cª., me refirió el siguiente caso:
Cierta noche, una majada que se hallaba en la altiplanicie, sorprendida por el Puma (Felis concolor) se asustó y se desparramó.
Al juntarla, notaron, al hacer el recuento, la falta de una punta de mas ó menos veinte ovejas.
El que cuidaba la majada, las buscó mucho infructuosamente; se pidieron datos á los vecinos, y nada; á ninguno de los jagüeles de los alrededores habían bajado á tomar agua.
Las ovejas eran por demás conocidas para que, al verlas, no las reconociesen, de modo que las dieron por perdidas, despues de repetidas é infructuosas pesquisas.
A las cansadas, recorriendo la altiplanicie, á distancia de varias leguas, despues de cuatro meses, un peon del establecimiento observó unos bultos blancos á lo léjos y creyéndolos guanacos trató de acercárseles para bolearlos.
Cuál no sería su sorpresa al ver, cuando pudo distinguirlas, que lo que creía guanacos, eran ovejas! más cerca ya, las reconoció: eran las de la estancia; pero los cuatro meses de libertad las habían transformado enanimales tan chúcaros que, ni bien lo percibieron, dispararon.
A fuerza de trabajo, el peon pudo arrearlas de léjos, y por fin fueron tomadas. Inútil es decir que, en cuanto llegaron á un jagüel, se precipitaron sobre las bebidas, con una ansiedad indescriptible.
Habían estado cuatro meses sin tomar agua, porque, en las altiplanicies de la Pampa, difícilmente se la halla, y por la parte en donde fueron encontradas no había una sola gota, á muchas leguas á la redonda, de manera que sólo deben haber ingerido la que se precipita en forma de rocío sobre los pastos y la que éstos contienen en abundancia cuando están tiernos.
Otro animal resistente tambien á la sed es el Huanaco, que, en la Pampa, vive en grandes tropillas impuestas de cientos de indivíduos, las que andan principalmente en las altiplanicies, bajando rara vez á los valles.
He visto una, cerca de la Estacion Hucal, que cubría una gran extension, y cuyo número no bajaría de quinientos indivíduos.
Segun datos que recogí, muy raras veces se ve á los Huanacos cerca de las lagunas potables. Es creíble que, cuando bajen á los valles, se dirijan principalmente á las lagunas saladas.
Los habitantes de las inmediaciones de la sierra de Lihue Calel en la Pampa, en donde tambien hay Huanacos, me han asegurado no haberlos visto nunca bajar al valle, y ellos tienen la creencia de que son animales que no toman agua. Lo que creo en este caso es que apaguen su sed, á intérvalos mas ó menos largos, en el agua de las lluvias que recogen los huecos de las rocas y que coman muchas especies de Cactáceas que crecen entre las piedras, y las que, como es sabido, contienen una gran cantidad de agua en sus tejidos.
Los animales vacunos no resisten tanto á la sed; pero, en cambio, se adaptan fácilmente á tomar aguas saladas y amargas, que contienen en disolucion mayor ó menor cantidad de sulfatos, cloruros, etc.
Este hecho lo he podido comprobar, personalmente, en un campo que se estaba poblando, y en el que las aguas eran intomables, hasta para la hacienda misma, que la probaba y abría luego la boca volviéndola con un gesto de invencible repugnancia; varios dias despues, la sed fué obligándola á beber, y al fin concluyó por acostumbrarse.
Las ovejas que no toman agua, ó toman poca, engordan mucho y bastante rápidamente: cuando visitamos la majada que he descrito al principio, compramos un capon que carneamos y asamos sobre la marcha. Teníamos bastante apetito, porque hacía mucho frío, pero debo confesar que tan gorda estaba la carne que nos repugnaba.
Conversando con el Doctor Holmberg, á propósito de esto, me dijo que, cuando se hizo cargo de la Direccion del Jardín Zoológico, notó con extrañeza que no daban agua á los Cóndores que había allí enjaulados desde hacía muchos años.
Como preguntase el motivo, los guardianes le dijeron que el Cóndor era animal que no tomaba agua y que por eso no le daban.
Inútil es decir que ordenó inmediatamente se les diera, y fué algo curioso el ver cómo se precipitaron sobre ella, y con qué avidez la tomaron.
Habían pasado la friolera de más de diez años sin beber, y sólo el agua contenida en la carne que les daban de alimento diario les había bastado, agregándose alguna que podrían haber conseguido durante las lluvias.
Este hecho es decisivo y demuestra qué resistencia á la sed pueden tener algunos animales.
Lo mismo me ha dicho respecto de los Conejos, y ha observado exactamente la misma cosa. Es opinion general, entre muchas personas, que no debe darse agua á los Conejos, porque se mueren. El Director del Jardín Zoológico afirma que no se mueren, sino que se matan entre ellos cuando hay mas de un macho para cada hembra.
Eso es lo que hay de verdad.
Despues de lo ya publicado sobre este terrible Carnicero por autoridades como Azara, Renngger, Humboldt, Wied, Brehm y tantos otros autores eminentes, que se han ocupado de la Fauna Americana, parece que ya el tema estuviera agotado. No es así.
Entre las infinitas manifestaciones de la vida y costumbres de nuestro Tigre, en su enorme dispersion geográfica (ambas Américas), aún hay mucho que decir de él, ya nuevo, ya apoyando lo aseverado, ó corrigiendo lo mismo, cuando los datos han sido adquiridos de malas fuentes ó con cierta precipitacion.
En nuestra República, el Jaguar se encuentra desparramado en casi todo su territorio, menos en la parte austral inferior, á la que no llega; pero no por eso deja de acercarse á ella lo más que puede, como lo prueba el nombre de Monte Tigre, dado á una elevacion que se halla cerca de la costa del Atlántico, un poco al Norte del Rio Gallegos (52 kilómetros) en el territorio nacional de Santa Cruz, es decir, casi hasta los 52° de Latitud Sur; y si el Tigre ha llegado hasta allí, bien pudo haber alcanzado hasta el estrecho de Magallanes.
En el vocabulario de la lengua Tehuelche hállase tambien la palabra Tigre (Halshehuen).
Si remontamos más al Norte, á la region que fué ocupada por los Araucanos, hallamos á cada paso, entre los nombres geográficos, el de Nahuel (Tigre) y no es difícil tampoco encontrarse con el animal, sobre todo entre los grandes carrizales que bordan los rios que cruzan la Pampa.
El Tigre, desde esta comarca, continúa hallándose sin interrupcion, aumentándose naturalmente el número de ejemplares en las partes mas desiertas. Todas las provincias Argentinas tienen ó han tenido tigres, y aun hoy, en las más pobladas, como la de Buenos Aires, hállase por acaso alguno, que, fiel á la vida peregrina inherente á sus costumbres y modo de ser, llega á veces de muy lejos, para proporcionar á los cazadores una variante en su sport favorito y un cuero vistoso para adornar algun salon de lujo.
Los grandes rios son el vehículo de transporte de los tigres, que gustan habitar sus márgenes tan pobladas de caza, y en su persecucion recorren poco á poco grandes trayectos, emigrando generalmente hácia el Sur.
El Rio Paraná es el que posee mayor cantidad de estos Carniceros, prestándose para ello las numerosas islas de que su curso abunda.
En ellas, en su mayor parte de formacion reciente, cubiertas de vegetacion enmarañada, muchas de ellas bajas y pantanosas, pobladas de ciervos (Cervus paludosus, rufus y campestris), Carpinchos (Hydrochoerus capybara), Nutrias (Myopotamus coypu) etc., se ofrece, junto con las numerosas aves que anidan en ellas, y muchos otros pequeños mamíferos, abundante provision de carne fresca al animal que nos ocupa.
En ellas, el señor de las selvas americanas reina absoluto, durmiendo de dia, cazando de noche, dedicando algunos ratos de ocio á la pesca, sobre todo de Sábalos (Prochilodus spp.)
Es un hecho positivo que nuestro Tigre pesca. Renngger ya lo observó en el Paraguay, cerca de una corredera, ocupado en la pesca del Dorado (especies de Salminus), que es comun en ellas. Estos grandes pescados parece gustaran luchar contra las corrientes impetuosas de las caídas de agua, y, gracias á su cuerpo poderoso, se les ve amenudo nadar obstinadamente contra ellas, á fin de salvarlas, y como les es más cómodo tomar por cerca de las piedras que las forman, presentan fácilmente blanco casi á flor de agua para ser manoteados por la formidable garra del Tigre, que, sentado sobre una de ellas, acecha con paciencia su proximidad imprudente.
En el Bajo Paraná, los Dorados andan principalmente por la canal y por esto es más difícil al Tigre su pesca; en cambio, los grandes cardúmenes de Sábalos que, en ciertas épocas, marchan cerca de las costas, en legiones compactas, le ofrecen abundante alimento, que se proporciona fácilmente, con zarpazos repetidos, que echan fuera los pescados.
La imaginacion popular, tan rica en cuentos variados sobre los animales, á los que hace jugar un papel de personas en sus cualidades, y que es el Esopo, Lafontaine, Perrault, Samaniego é Iriarte espontáneo y natural, fruto, las más veces, de la observacion directa de la Naturaleza, ha creado, entre otros, el siguiente cuento á propósito de la pesca del Tigre:
Cuando un Tigre pesca, dicen, se abstrae de tal modo en ello, que no observa que el Zorro, por detrás de él, le roba todos los peces que ha ido echando fuera del agua. Este cuento está muy generalizado entre la gente isleña y costera, pero no pasa de una simple fábula.
El Tigre, ya llevado por su aficion á la pesca, ó por las necesidades de la caza, no deja de tomar posesion de los grandes camalotes fijos ó desprendidos de la masa comun. En estos últimos se embarca y aprovecha la parte flotante para transportarse á grandes distancias aguas abajo.
Hay muchos que llegan á la provincia de Entre Ríos y áun á la de Buenos Aires de este modo, y que se supone con fundamento vengan del Chaco.
Aun cuando el Tigre es un excelente nadador y que en cualquier momento podría dejar su curiosa embarcacion, lo que haría suponer por esto que sus migraciones son voluntarias, me inclino á pensar en cambio que no.
Creo que una vez en marcha el camalote, y cuando toma por la canal, el Tigre embarcado sobre él no dejará de experimentar cierta prevencion en abandonar su refugio flotante en presencia de la anchurosa faz titilante del río, cuyos variados mirajes han de imponerle seguramente, exagerando la distancia de las costas.
Y entónces, nuestro Carnicero, á pesar del buen apetito que las brisas del Rio le proporcionen, no se atreverá á abandonar su balsa y se dejará transportar sendas leguas, como lo hace, hasta que el camalote, impulsado, ya sea por el viento, ó por la misma corriente, se aproxime á alguna isla ó costa para que él se anime á desembarcar.
Lo que dejo expuesto anteriormente, lo asevera el hecho de que todos los que han visto tigres viajando en los camalotes que han encontrado durante la navegacion, ha sido en una misma posicion, es decir, sentados sobre las patas traseras y con la mirada fija hacia adelante, como prestando toda su atencion á la esperanza de pisar un terreno más firme, lo que me hace suponer que el Tigre, en esas condiciones, no debe llevarlas todas consigo, y de allí que su emigracion hácia el Sur, por los grandes rios, en camalotes, deba ser involuntaria.
Dejemos al Tigre en tierra firme y observemos su modo de cazar. En tésis general, es como el del gato, los mismos acechos, los mismos saltos rápidos sobre la víctima: pero nunca juega con ella como lo hace aquel: el Tigre al caer sobre su presa, grande ó pequeña, la mata, si le es posible, de un solo golpe.
Sus dentelladas se dirigen principalmente al pescuezo, y sus zarpazos á la cabeza.
Segun Azara, el modo de matar que tiene el Tigre á las muías es el siguiente: «saltando al cuello, poniéndole luego una pata delantera sobre el occipucio, mientras que con la otra cogen el hocico y levantan su victima, rompiéndole la nuca en un momento.»
Segun Renngger, «el tigre abre la garganta de sus victimas con el auxilio de sus garras y dientes, cuando el animal es de gran tamaño.»
Segun los datos que he recogido durante mis viajes por Misiones, el Tigre quiebra á las mulas el pescuezo, al decir de todos los troperos, que son los que lo pueden saber mejor que nadie, pues son los que más perjuicios reciben de ese terrible animal.
Segun ellos, el Tigre, al caer sobre las mulas, las muerde en el pescuezo, y apoyándose con una de las manos en la paleta ó pecho de la víctima, le agarra con la otra el hocico y se lo tuerce para arriba hácia un lado para desnucarla.
En cuanto al modo que tiene de caer sobre su víctima, creo sea variado segun la posicion de ella y en las condiciones en que la encuentre, pero pienso que sea casi siempre de lado y un poco de atrás.
En la Pampa, un peon que se había bajado del caballo, fué atropellado, por un Tigre, de atrás [1], pero á un muchacho, que iba á caballo en una picada de los yerbales de Tacurú-Pucú, Paraguay, el Tigre le saltó á la cabeza del caballo, derribándolo; el muchacho dejó al felino trenzado con el caballo y aprovechó de esta oportunidad para disparar á pié, presa de un terrible susto que le duró varios dias.
Estos hechos prueban dos cosas: una, que el Tigre cae sobre la víctima de varios modos, y que mata sólo una cada vez, ya sea porque es previsor, ya porque toda su atencion se concrete á la que elije y sólo hace más cuando es atacado por los compañeros de ella: hombres, perros, chanchos jabalíes, &. [2]
Esta última afirmacion se comprueba con el siguiente hecho: entre las víctimas que el Tigre tiene producidas en los lejanos campamentos de yerbateros del Alto Paraná, siempre han sido sacrificadas de á una.
En un campamento de estos, desapareció un dia el capataz; á la noche siguiente, mientras los yerbateros dormían al aire libre, al rededor del fogon, llegó el Tigre y mató á uno de los peones, que trató de llevarse; en esto uno de los compañeros, que se dió cuenta del hecho, agarró al muerto de un pié para impedir que se lo llevase, mientras que con la otra mano buscaba el machete y simultáneamente gritaba á los demás dormidos. El Tigre forcejeaba por su lado para llevarlo, y él por la suya, á su vez, no dejaba el pié del muerto, hasta que el Tigre, observando lo que sucedía, soltó al muerto y se precipitó sobre el vivo, quien, adivinando sus intenciones, se tiró de espaldas, y alzando al aire los piés y las manos, trató de impedir que le llegara á morder la cabeza.
En esto se levantaron los compañeros que mataron al Tigre á machetazos; el vivo salió herido en los brazos, y lo vi cuando lo bajaron en Posadas para curarlo.
Dos dias despues de este suceso se halló el cadáver del capataz, con el pecho comido por el Tigre; de modo que este hecho demuestra que, si bien el Tigre se ceba en la carne humana, no mata sino de á una víctima á la vez, porque si así no fuera, nada le habría costado matar á varios de los yerbateros dormidos, y recien despues habría tratado de transportar sus víctimas.
Los tigres se ceban con la carne humana á causa de los Indios que encuentran aislados en el monte y que matan.
Pero para que el Tigre llegue á atreverse á atropellar al Hombre, deben presentarse ciertas circumstancias especiales, pues, en tésis general, puede afirmarse que no lo ataca.
Asi, pues, la desnudez y el olor característico de los Indios, pueden llegar á decidirlo á atropellarlos; pero lo que más debe inducirle á atacarlo por vez primera son los cadáveres abandonados en el monte, ó las criaturas indefensas, principalmente las que aún no caminan, y gatean, cuyos movimientos más de una vez debe observar, confundiéndolos con los de algun animal, cuando se halla en asecho de las aves ó animales domésticos que los Indios suelen tener en sus ranchos.
Al hablar de los cadáveres, esto puede hacerse extensivo á los heridos, resultado, unos y otros, de las contínuas luchas que las tribus tienen entre sí; luchas cortas, principalmente entre individuos más ó menos aislados, que se encuentran á veces en el monte y que tratan de matarse de buenas á primeras, ganándose el tiron.
Los Indios me han referido muchos casos de criaturas arrebatadas por el Tigre, pero que casi siempre, á los gritos de las madres, han abandonado, lo que probaría que, al atreverse á hacerlo, lleva cierto temor consigo, reconociendo quizás en el Hombre un enemigo que hay que temer.
Este otro caso, que me fué referido, viene á corroborar la afirmacion anterior.
Hallándose unos Indios acampados en un punto al que habían llegado ese dia, dormían, segun su costumbre, al rededor de una gran fogata.
Una de las chinas sintió que la destapaban, y, entre dormida, no dió mayor importancia al hecho, sino que volvió á cubrirse, recogiendo la manta; otra vez, al rato, sucedió lo mismo, y, por fin, á la tercera, se despertó del todo, y, al quererse volver á cubrir, vió cerca de ella un gran Tigre, con un extremo del cobertor en una de las garras.
Sin perder su serenidad, la china dió un grito, y tomando de la hoguera un gran tizon encendido, le pegó en la cabeza.
Los Indios se levantaron y dieron muerte á la fiera, que rugía de dolor, con los ojos quemados.
¿No demuestra acaso este hecho que el Tigre no cebado no ataca fácilmente al Hombre?
Toda esa operacion de querer destapar á la china por tres veces y con intérvalos ¿no es una manifestacion de cierto temor á lo desconocido? Porque bien fácil le hubiera sido precipitarse de una vez.
Los ejemplos pueden multiplicarse, y, todos juntos, me han inducido á creer en lo que dejo dicho.
Cuando el Tigre no se ha cebado aún con la carne humana y puede elegir entre ésta y la de un animal, prefiere siempre esta última.
Asi, no es raro que los tigres, mas de una vez, hayan arrebatado de entre las carpas de expedicionarios ó soldados, á los perros que dormían junto á sus amos, sin hacer daño á éstos.
En Misiones se han presentado muchos casos de arrebatabas de perros, áun de entre la gente que se hallaba rodeando un fogon.
Un Tigre se había hecho tan práctico, que se recorrió diez y ocho campamentos yerbateros, en los cuales, á cualquier hora, saltaba dentro del círculo de personas y se llevaba los perros que, junto al fuego, se encontraban echados; era tan violento el bote que daba y tan rápida la accion, que pocas veces dió tiempo para que se repusieran de la sorpresa que producía.
El perro es su víctima predilecta. Cuando el noble animal le sigue el rastro, ladrando entre aquellos montes enmarañados, para obligarlo á trepar ó pararse, el Tigre, que es baqueano en la muerte de perros, se vale del siguiente ardid para cazarlo: Se deja perseguir por un gran trecho, y, en cierto momento, circunda algun tronco de árbol corpulento, detrás del cual espera á que pase el perro olfateando el suelo y aprovecha ese momento para tirarle un zarpazo á la cabeza.
El Tigre que no conoce todavía al perro, huye generalmente de él, y cuando éste está muy cerca y lo lleva acosado, trata, la mayor parte de las veces, de trepar á un árbol algo grueso para instalarse en una de las ramas transversas, mirando á su perseguidor, que queda abajo ladrando siempre, sin quitarle la vista, esperando á que lleguen los cazadores.
Lo que hay de interesante en esto, es que, áun los perros chicos, que son siempre los preferidos por los cazadores, hacen trepar al Tigre, lo que permite suponer que no sea un animal valiente, y ello se explica por el hecho de que mata siempre sus víctimas á traicion.
La falta de costumbre de que lo ataquen otros animales, hace que, uno ó dos perros, ladrándolo, le hagan perder su serenidad y la conviccion de su formidable poder, hasta el punto de hacerle huir, trepar, y, en último caso, sentarse en el suelo en una actitud defensiva, sin animarse á atropellarlos, y acabar de una vez, de dos zarpazos, con sus importunos perseguidores.
En este caso, sólo mata los perros cuando imprudentemente se ponen á tiro de sus garras poderosas, y entónces, por lo comun, asegura siempre con una mano el cadáver de su víctima y sigue defendiéndose con la otra libre.
Esa falta de criterio en no abandonar el cadáver sino en persistir en asegurarlo, hace que, cuando los perros son numerosos, puedan acercársele y morderlo, ya en la cola, ya en los flancos, etc., y faciliten de este modo la tarea del cazador.
El Tigre tiene una fuerza muscular extraordinaria: una vez que ha dado muerte á su víctima, casi siempre la transporta á grandes distancias del sitio en que la mató, para comerla con tranquilidad.
El lugar que elige es principalmente un matorral espeso, que pueda guardar las sobras, las que sigue comiendo hasta que empiece á declararse en ellas la putrefaccion, con lo cual las abandona.
Si su víctima es chica, la suspende con la boca y así la lleva; pero si es de un tamaño regular ó grande, como una mula, por ejemplo, entonces la transporta arrastrándola: para ésto la muerde en el cogote, asegurándola bien, y así, llevándola á su lado, y gracias á sus potentes músculos, empieza la marcha, dejando trás de sí, al lado de sus características pisadas, el ancho rastro de su víctima.
Parece que el Tigre, despues de cazar, vuelve á tomar el mismo camino que trajo, y me guio, para insinuar esto, por el siguiente dato, entre otros:
En Misiones, en casa de un amigo mío, el Tigre bajó por un cerro de unos sesenta metros, que había sido rozado, y limpiado para plantar tabaco.
En la base del cerro, cerca de la costa, se hallaban unas mulas, de una tropa que ese dia había llegado; el Tigre mató una de ellas, y asegurándola en la forma ya descrita, empezó á trepar el cerro, bastante empinado en ese punto; al llegar á la mitad, más ó menos, tropezó seguramente con algun tronco de los que siempre quedan y entónces tuvo que largar la mula, que bajó rodando desde esa altura.
Al ruido que produjo, los troperos salieron, y despues de hallar la mula muerta por el Tigre, de lo que pronto se dieron cuenta, trataron al día siguiente de dar con el rastro para perseguirlo, pero ¡cuál no sería su sorpresa cuanda vieron la ancha rastrillada que subía por el cerro y que les revelaba lo que había sucedido!
Por el lado que había tomado el Tigre había tan poca inclinacion, que los hombres tenían que trabajar para subir. Con ayuda de los perros, lo mataron, y tuvieron ocasion de observar que, por esa parte del cerro que había pretendido trepar con su gran carga, era la misma por donde había bajado.
El verdadero nombre del Jaguar, en Guaraní, es Yaguá. Sobre esto me he extendido ya en la Nota biológica núm. VII. publicada en esta Revista, Tomo I, entrega XI, al hablar del Tapiro.
Los tigres, cuando encuentran en los montes algun rancho abandonado, se suelen instalar en él: en uno, en Tacurú Pucú (yerbales del Paraguay), unos peones que pasaban y quisieron guarecerse de noche en él, se encontraron, al entrar, una Tigre con cachorros, que había tomado posesion desde hacía algun tiempo, á juzgar por los restos de sus festines.
Este dato es comprobatorio de lo ya publicado sobre lo mismo.
Segun los datos que me ha comunicado el Dr. Holmberg, Director del Jardín Zoológico, los Jaguares que se han reproducido en él han tenido un período de gestacion que ha durado 3 meses con un producto de 2 á 4 cachorros cada vez.
Como es sabido, los dos sexos, en libertad, sólo se juntan en la época del celo y permanecen entónces poco tiempo unidos, mientras dura la luna de miel, que pasan de un modo muy pintoresco, jugando y chacoteando entre ellos como los perros, y abstraídos de tal modo, que muchas veces permiten á las canoas acercarse á ellos, lo suficiente para que sean bien observados.
En el Jardín Zoológico, en cambio, se ha podido observar que no tienen época fija, y que la preñez no es un obstáculo para la buena armonía.
Los tigres, en sus atropelladas, no siempre salen victoriosos; muchas veces tienen que renunciar á su intento, y otras hasta dejar su vida.
Segun voz corriente por el Alto Paraná, el Tapiro, cuando se siente asaltar por el Tigre, atropella el monte para obligarlo á bajarse á causa de las ramas cruzadas que chocan con fuerza en él, en la vertiginosa carrera del Tapir.
Los animales vacunos, segun dicen, se saben defender muy bien contra sus ataques, gracias á sus potentes aspas.
Las mulas, cuando pueden, se defienden á patadas y hasta logran matarlo segun el siguiente dato:
En las Altas Misiones hállanse, en medio de la selva virgen, unas pequeñas abras ó campiñas llamadas del Paraiso, cerca del arroyo del mismo nombre, ó Ipané, que desagua en el Alto Uruguay.
En ese punto, que conozco bien y que es célebre por los yerbales que allí hay cercanos, hallábanse una noche acampadas cuatro tropas de mulas.
Como á las ocho de la noche, más ó menos, los troperos, que ya estaban reposando, se despertaron á causa de un gran barullo de bufidos, rebuznos, patadas, ruido de monte atropellado, cañas rotas, etc., lo que les dió á entender que algo curioso pasaba con las pacientes mulas, de las cuales muchas bufaban cerca de sus dueños, como buscando su proteccion.
Esa noche, con el tumulto, no pudieron conocer la causa de todo él, pero ya lo sospecharon, lo que hizo que la pasaran en vela.
Al dia siguiente, vieron que varias mulas estaban heridas, y buscando mejor, hallaron, en la costa del monte, entre un tacuaral roto y deshecho, el cadáver de un Tigre muerto á patadas por ellas.
Al desollarlo, lo vieron lleno de magullones y con gran número de huesos rotos.
Los troperos trataron de explicarme el por qué de todo esto, diciéndome que, al saltar el Tigre, habría caído mal sobre alguna mula, la que corcobeó, arrojándolo de sobre sí y recibiéndolo en las patas, con las cuales debe haberle pegado en la cabeza ó barriga, y que, ya derribado, no le dieron más tiempo las otras, las que harían causa comun con la primera, y de allí la cantidad de patadas y todo aquel barullo y tacuaras rotas.
Al decir de la gente, el burro y la mula se defienden del Tigre poniendo la cabeza entre las manos y tirando patadas á diestra y siniestra.
Tambien está muy generalizada la version de luchas entre el Tigre y el Oso hormiguero (grande) y dicen que, cuando éste es atacado por aquel, se tira de espaldas, y así espera que se precipite sobre él para clavarle en los flancos sus aceradas uñas y de este modo, en un estrecho abrazo, el Yaguareté y el Oso hormiguero pasan á mejor vida.
No sé qué opinar sobre esta version: me inclino á creer que sea inverosímil, pero á veces dudo tambien, á causa de la pertinacia con que este hecho se cuenta en muchos puntos de nuestro territorio, algunos muy distantes entre sí, y en el Brasil.
Segun dicen, al acercarse el Tigre á su presa, produce un sonido cartilaginoso especial con las orejas, una especie de tic, por lo cual traiciona su presencia. Hablando de ésto con el Dr. Moisés Bertoni, me dijo que él creía que ese sonido fuera producido nó por las orejas, sino por el cuero mismo al contraerse, algo como un fenómeno eléctrico producido por los pelos al rozarse, como ya lo había observado tambien en los gatos domésticos.
El Jaguar, segun las observaciones hechas por el Doctor Holmberg, en el Jardin Zoológico, necesita gastarse las uñas de tiempo en tiempo para evitar que, creciendo en el mismo sentido de la curva, se le entierren en las carnes, y por eso es que en los felinos enjaulados se observa el prurito de arañarlas; segun el mismo, ha observado en sus viajes troncos de árboles arañados, cuya obra atribuían las gentes al Tigre. (Véase Tomo II, entrega 1ª, pág. 28.)
Hasta aquí los datos que he recogido sobre este interesante animal; esperemos que pronto se completarán con nuevas observaciones.
- ↑ He referido este hecho en mi viaje á la Pampa Central, Boletin del Instituto Geográfico Argentino.—Tomo XIV.
- ↑ Sobre las luchas sostenidas entre el Tigre y los Chanchos jabalíes, véase mi Nota biológica VI, Tomo I, entrega 7ª.