Rozas cautivo
Rozas cautivo
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Hermoso tipo de raza criolla
como el padre, el hijo; con la
diferencia que éste se desvió
desde su infancia de los buenos
consejos de aquel honrado
patricio.
Cristiano rubio apartando pa semilla, había gritado el Cacique, dispersando a caballazos el grupo de indios que al concluir la refriega, atropellábanse por repartirse su chapeado y prendas de plata. En tan apurado trance, sin duda á su belleza debió Rozas su salvación.
De don Juan Manuel se dijo, posteriormente, que fué uno de los más hermosos tipos de su raza.
En aquel terrible año 40, que todo lo coloreó, cuando bajara de la Escuadra Francesa el Vicealmirante Mackau á visitarle, en circunstancias que un mismo sofá de crin negra sobre caoba conversaban ambos, salía el General Guido del salón de Gobierno exclamando con admiración:
— ¡Jamás he visto juntos dos hombres más buenos mozos!
Agregando la hermana del Gobernador, al ver entraba el General Mansilla:
— Ni militar de más gallarda planta que mi marido.
— Tiene razón, Agustinita; ni mujer más hermosa que la que con tanta perspicacia lo observa.
Y el galante diálogo entre una dama de esprit y el más culto y galante de nuestros diplomáticos, seguiría derramando rosas en el salón del mismo, más largo sin duda que aquella visita.
Pero como ninguno de los referidos personajes lo es de esta tradición, agregaremos solamente que tratándose de cristiano tan gallardo, nada extraño fué anduvieran Cacicas y Capitanejas á tirones de crenchas, cuando cristianas muy recatadas, caso hay más de uno acostumbraban imitarlas.
Cómo, cuándo y dónde cayó Rozas cautivo, tema es de capítulo aparte. Mientras alguna alma caritativa ruega á San Pedro Nolasco por su redención, de cajón viene aquí una manito de historia pampa...
Recuerda la tradición que un viernes trece, Diciembre de 1783, caía postrado de un bolazo en la frente, el Mayor de milicias don Clemente López Osornio.
Cerca del palenque, frente á las poblaciones de su Estancia, Rincón de López, se encontró cubierto por el del padre, el cadáver de su hijo Andrés, á quien defendió hasta el último aliento.
La invasión de indios fué aquel año terrible y devastadora.
Pasado el Río Salado, sólo se divisaban por todas partes ruinas humeantes por el gran malón.
Lo que poco se recuerda es que, el mismo día y más de cien leguas al Sur, por otro certero tiro de bolas que le maniatara ambos brazos, dejándole indefenso, caía también cautivo el Alférez don León Ortiz de Rozas.
El 3 de Enero de 1785, salía del fuerte de Patagones don Francisco Javier Piera, al comando de cincuenta soldados, hacia las tribus más cercanas, refugio de cuatreros y desertores. No había transcurrido veinte días cuando, derrotados sus exploradores en los desfiladeros de la sierra, apenas escapó el que llevara el cuento.
De notar fué que contra las órdenes superiores y advertencias de subalternos más prácticos, desoyendo los consejos de la prudencia, iniciara Piera su injustificada invasión.
Confirmando una vez más que á la crueldad unida va la cobardía, á este jefe, que tan inhumanamente había pasado á cuchillo toda una tribu el año anterior, no sólo se le aflojaron los calzones, sino que cayó muerto de susto, al saber la pérdida de su hermano, Oficial de vanguardia.
La situación era bien afligente; pero quedaba Gómez, á quien no se le cayeron, porque llevó durante toda la vida bien puestos los muy ajustados que por entonces se usaban.
Este Oficial en quien recaía el mando, no era hombre de atortolarse, y no obstante quedar á pie en media pampa, rodeado de indios, su prudencia y serenidad salvó á los que la impericia de su jefe dejaba á punto de perecer en el desierto.
Improvisado un atrincheramiento al pie de la Sierra de la Ventana, mientras que entretenía á los indios con parlamentos, acechaba la ocasión de hacer salir algún chasqui bajo las sombras de la noche, pidiendo auxilios á Patagones. Aunque pocos ó ninguno aguardaba de la tierra, puso su confianza en Dios, y esperó...
Era de los soldados cristianos que, como los oficiales de Belgrano posteriormente, tanto enseñaban á un tiempo la carga del fusil en once veces, como el rosario en cinco paternóster.
Con esta ciega confianza en el buen Dios de su destino, al venir el dia, y cuando acababa sus devociones matinales, se le presentó un indio como llovido del cielo, y la lenguaraz Catalina, trayendo papelito que habla (papel pintado, carta ó comunicación). El Cacique mandaba decir que todos los cristianos habían sido derrotados, que pasaría a degüello los cautivos y también á los de ese campamento, si no se retiraban prontito. Que fuera el Capitán grande y el cirujano, para tratar de las paces y auxiliar á los heridos.
Genuina muestra de la correspondencia de cautivos, transcribimos la carta del Piera cautivo, al Piera muerto, copiada del diario militar de Gómez:
«Querido hermano: Estoy bueno, á Dios gracias, y cautivo en poder de Catruén, el que me considera en ciertas cosas; pero estoy esclavo en poder de todos los del toldo. En fin, hazte cargo cual será nuestra miseria; pero no debes darte por entendido de nada de esto, pues me han encargado todo lo contrario, y así me conviene. Avisa á Buenos Aires de nuestra infelicidad y la de Rozas, que está aquí en poder del Cacique Negro; los demás están con Dios.
«Me mandarás un barrilito de vino, un par de arrobas de yerba, el tabaco que tiene Varena, catorce ó diez y seis cuadernillos de papel, una muda de ropa, el poncho y cuentas de las que tienen en los cajones, para pasarlo menos mal. Y así conviene los trates bien, y les digas que te digo que me tratan como á ellos. Mándame uno ó dos reales de jabón, para lavar; y mándame, ¡por Dios! todo cuanto te pido, y te puedes retirar que no te puedan hacer daño; y reza; y encarga nos encomienden á Dios, por los cautivos y muertos, por nuestra redención, y á Dios que te dé feliz viaje y á todos los compañeros. Yo me quedo á poca distancia.
Cuando allá por los años de 1742, llegó nombrado Gobernador y Capitán General, don Domingo Ortiz de Rozas, trajo un segundo Domingo, en calidad de sobrino y ayudante; y cuando don Domingo Iº. pasó á desempeñar la Presidencia de Chile, donde por las poblaciones que fundó, fué agraciado con el título de «Conde de poblaciones» el sobrino de su tío, vencido ya en otras lides, próximo á caer en las de Himeneo, quedó en esta ciudad de la Santísima Trinidad, pasando á servir en el batallón real de infantería como Capitán y en los brazos de su esposa como esposo.
Este alto y erguido señor Rozas, que poco se daba con la mayor parte de los Oficiales, encontró entre ellos un otro más alto y no menos Capitán, que le caía en sayo, así en humos, pergaminos y estiramientos.
De Castilla la Vieja ambas familias casi á un tiempo llegaron á ésta; y si las preferencias de sobrino del tío Gobernador, realzaban propios méritos en el flamante Oficial últimamente incorporado, los del más antiguo en el batallón, sirviéronle de intermedio para la aproximación con los demás. Alto, delgado y de morena faz el uno; rubio, sonrosado y grueso el otro; si aparecía entre ambos contraste físico, así se armonizaban en lo moral, como en lo noble se igualaban.
Si el rubio descendía de los duques de Normandía, el moreno provenía de los antiguos Condes de Gómez, abuelos de doña Ximena, esposa del Cid Campeador, don Rodrigo Díaz de Vivar, castellano á las derechas.
Y larga lista de Condes, Duques y Marqueses, en líneas paralelas de ambas prosapias ascendían á las alturas, como que los dos tenían santo en el cielo.
Los Capitanes don José Gómez del Canto y don Domingo Ortiz de Rozas, con mayor predilección por el estrado que la carpeta y otras distracciones de cuartel, galantearon en la flor del coloniaje descollantes pimpollos de belleza, por lo que, si no al mismo tiempo colgaron la espada, en la misma hora misteriosa del corazón, levantaron el velo nupcial de la frente virginal de sus prometidas.
Gómez desposó á una de las más hermosas doncellas del Virreinato, doña Juana Rospillosi, (cuya estirpe contaba tres Pontífices en la Corte Romana y un Santo en la Corte celestial) y el señor de Rozas á doña Catalina de la Cuadra.
Lo que poco acontece en estos tiempos del telégrafo y el vapor, que todo pasa rápido, y ni caudal ni amistades duran tres generaciones, los hijos de ambos siguieron hasta la tumba, la amistad que de sus padres heredaran.
Venidos á la vida en corta diferencia sus primogénitos, como á hijos de Capitanes del Rey, á un tiempo les llegaron de la Metrópoli los cordones de cadete; juntos entraron á la escuela del Rey, don Lázaro Gómez y don León Ortiz, menos porque vivieran en un barrio, que por ser la única en muchos años. Más tarde, ingresaron al batallón en que sus padres habían seguido carrera. En un mismo buque se embarcaron para su primera campaña; una era la fecha de sus despachos; juntos arrollaron con sus valientes soldados del Fijo á los veteranos ingleses de la Plaza de Toros, en la tarde del II de Agosto de 1806. Cuando el Capitán Rozas supo que Gómez había caído muerto en la brecha de Montevideo, el 3 de Febrero del año siguiente, tan gran sentimiento le apesadumbró, que antes de concluir ese año, colgó la espada.
Tales antecedentes explican la clase de íntima y sincera amistad que estrechaba á los dos alféreces del Fijo.
¡Cuál sería, pues, la sorpresa de Gómez al tener la primera noticia de su amigo! No sólo vivía Rozas, sino bueno y sano se encontraba á poca distancia de su campamento.
Como la desgracia le había hecho desconfiado poco creía en promesa de indios; pedía mayores pruebas, algo como una muestrita que le dejaran ver, de lejos siquiera, la punta de la nariz de tan deseado cautivo.
En estos parlamentos, chasques y mensajes se estaban, cuando un buen día se le presentó de cuerpo entero y tan entero de alma como de cuerpo, el mismo Rozas; tan llorado compañero...
Abrazándose entre lágrimas, pasados los primeros momentos de efusión, dijo Gómez:
— Y bien, hermano: ¿qué debemos hacer para que tu visita en mi campamento pase de tal, reteniéndote por siempre?
— Lo primero, empezar por retirarse. Enviar el parlamento pedido, que yo dejo el terreno preparado en el ánimo de los Caciques, haciéndoles ver cómo siempre les fué mejor vivir en paz con los cristianos.
— Pero empecemos por el principio, y puesto que estás entre nosotros, quédate.
— ¡Imposible! He dado mi palabra, y me conoces desde chico, esclavo de la palabra de honor.
— ¿Palabra á indios?
— Palabra de cristiano, que yo siempre cumplí.
— De aquí no te sacarán, sino después que nos hayan muerto á todos.
— Lo que no tardará mucho, pues te encuentras rodeado de indiadas sedientas por no dejar cristiano con cabeza, y son Caciques aconsejados por su propio interés, que no sólo entre indios es el mejor consejero, los que hacen esfuerzos en detenerlas. Catruén, principal de los que aquí acampan, quiere mucho al hermano que fué de parlamento ante el Virrey. Escribirás á S. E. para terminar el tratado por el que los indios prometen someterse. Ha sido la mayor imprudencia traer invasión con tan poca gente, como se te inculpará que, rechazando esta proposición del Cacique, se malogre ocasión tan propicia. No es fácil salgas bien en tan afligente circunstancia, mientras que por algunas yeguas si les devuelven los rehenes, te dejarán regresar sin hostilizarte.
Los últimos malones han dado pésimos resultados, pues están las haciendas muy reconcentradas. Más cuenta hace á los indios vivir de las raciones y regalos del Gobierno, que de robos y asaltos, convencidos hoy, por mi propaganda, que les es mejor ser honrados por conveniencia. — Todo esto está muy bueno; pero lo que es á tí, no te largo.
— Así será, señor Comandante; pero como León Rozas solo tuvo una palabra, y ésta la he empeñado en volver, me largo solo, dijo, dirigiéndose al palenque y montando el picazo.
No hubo razones que le hicieran apearse, ni los cariñosos pedidos de sus compañeros, ni las afecciones que á Buenos Aires le atraían.
Algunos días más pasaron en idas y venidas, chasques, mensajes y parlamentos; pues, si bien Gómez aceptaba las proposiciones, hacía hincapié en la entrega inmediata de Rozas.
Quedaría el Capellán y demás prisioneros en rehenes, entregaría todos los víveres y objetos pedidos, cuya lista era larga como lista de poncho á pedido de indio. La comisión de éstos y la de cristianos marcharían juntas hasta la Capital. Harían las paces según lo convenido; pero nada de esto tendría cumplimiento, sino cuando en libertad Rozas en el campamento de Gómez, pudieran juntos emprender marcha de regreso...
Y tanto alegó y sostuvo, que al fin lo consiguió, cumpliéndose el adagio de que:
- «Más te vale un buen amigo
- Que en tu troja mucho trigo». V
Espigado, enjuto, puro nervios y puro corazón, era don Lázaro Gómez un pundonoroso Oficial, y á su perseverancia y buen tino debióse la salvación de los expedicionarios; redimir á Rozas, abreviar el cautiverio de sus compañeros y hacer la paz más duradera.
Aquí y en la otra banda, se distinguió batallando contra portugueses y charrúas, pampas é ingleses. Instruido y valiente heredó con la virtud de sus padres el honor, herencia legal á sus descendientes, que han sabido conservar como religión de familia ciento setenta años en esta tierra.
No había sido muerto don León, ni siquiera herido, apenas sí, cautivo; y aunque al principio tratado con severidad, más humanamente fué, desde que le cambiara el Cacique Negro, demostrado en dejarle ir, bajo su palabra, al atrincheramiento de los cristianos.
Este Cacique recordaba que su padre había hecho la paz más duradera con otro Rozas (1743); como un hijo de él repetía á don Juan Manuel, en vísperas de Caseros, donde le ayudó á bien disparar, que su padre (don León) había sido cautivo de su progenitor. Comprueba ello una vez más que siempre es bueno ser bueno, aun con malos; pues supo don León portarse como hombre honrado y buen cristiano en todas las circunstancias de la vida.
Consiguió hacerse querer de todos. Primeramente por las prendas que vestía; reservando para canjearlo, por su varonil belleza y hasta por el recuerdo de su humanitario tío, gobernante que consideró á los indios, y en todas partes llegaran á apreciarle.
De más de una toldería lo pedían prestado, cuando en compañía del Padre Montañés empezaron á instruir á las indias, en cristianos principios y, sin duda en otras muchas cosas...
Así acabó ésta que pudo llamarse la expedición de los milagros; pues milagro y no chico fué que no mataran á Rozas, que lo conservaran intacto por tanto tiempo; le exhibieran, comprobando su existencia; volviera, resignado cristiano, á seguir la suerte de sus compañeros cautivos; que al fin lo entregaran por las exigencias de Gómez; y, por último, y no el menor de los milagros, que una partida tan reducida salvara en su travesía al través de indiadas sedientas de pillaje.
Sobre si dejó ó no, semilla entre pampas el hermoso cautivo, aunque poco dados á genealogías de princesas y cacicas, agregaremos únicamente que más raro fué la aparición entonces de un cacique negro entre lampiñas caras bronceadas, que posteriormente, más de una de las nietas de éste, peinar trenzas rubias sobre blancas mejillas rosadas ó color de rosas pálidas.
Misterios son estos que Darwin á su paso no profundizó, ni tampoco nosotros...
Hombre honrado á carta cabal, era don León de Rozas, humanitario y valiente; contemporizando por su prudencia, supo conquistarse simpatías hasta en los salvajes.
De temperamento afable, irradiaba un buen genio en su abierto semblante, y por su carácter parsimonioso arreglaba toda disidencia, así entre indios como entre cristianos.
Proverbial fué siempre su distracción, y, sin duda, para evitar volviera á caer entre pampas, á su regreso, ya sin padres, congreso hubo de tías que le condenaron á cautiverio perpetuo.
Encargado de casamentera misión, su guía espiritual, como en tales tiempos era usanza, llegó á descubrir que otro colega mercedario contaba entre sus hijas de confesión, la más hermosa flor del verjel espiritual.
También sin padres, pues entre las calamidades que al señor don León persiguieron, no conoció la de suegra, crecía la más bella mercedaria que hábito de tal vestía el fatal viernes trece en que su padre y hermano fueron muertos por los indios, la misma tarde que cayó Rozas cautivo...
En la del martes 30 de 1790, desposó el Capellán Castrense, en el Convento de Mercedarios, al señor León Ortiz de Rozas con doña Agustina López de Osornio...
Y así salió de un cautiverio para caer en otro sin salida. Pero si angustias hiciera pasar la enérgica Agustinita al blando y cariñoso marido bonachón, misterios fueron que encubrieran cortinajes de aposento conyugal que nunca fuimos dados á descorrer.
A pesar de su nombre, don León Ortiz de Rozas fué bondadoso y honrado en este valle de rosas, que el hijo regó con sangre.