Semblanza de García Gutiérrez
Al oirnos hablar de D. Antonio á todas horas en el saloncillo del teatro de la Comedia, decía un forastero:
— ¿Por qué se ocupan ustedes tanto de Cánovas?
— No, no es Cánovas nuestro ilustre amigo, nuestro padre común, por todos los autores dramáticos venerado. Le llamamos como al jefe del Gobierno; pero sépalo usted, el hombre que ocupa todas nuestras conversaciones es D. Antonio García Gutiérrez.
Para nosotros, los que vivimos de telón adentro, este venerable anciano es, antes que el autor y el poeta, el ilustre amigo á quien salimos á recibir á la puerta del escenario, y á quien llevamos del brazo al sillón de junto á la concha, cuando puede ir á ver los ensayos de sus comedias.
— Don Antonio, ¿le parece á usted bien así? — dice la actriz.
— ¡Qué hermosos versos, D. Antonio! —le dice un poeta.
— ¡Pero este D. Antonio, parece que tiene quince años! — exclama un compañero suyo en la Academia.
Y D. Antonio, con sus cabellos blancos, su sombrero un poco echado hacia atrás, sus gafas azules, su gabán largo y las manos en los bolsillos, temeroso como un principiante, y cariñoso con todo el mundo, parece, allí en el escenario, el abuelo de aquella familia de artistas y de poetas.
Ni le hay más modesto ni más afable.
Nadie que le ha hablado una vez dejará de quererle, y aunque valiera menos se le querría lo mismo; tal es la atracción que ejerce sobre sus semejantes.
Los grandes éxitos le cogen dormido. Carlos Coello suele ir á despertarle y darle cuenta de lo que ocurre. No haya miedo de que se vista y vaya al teatro y salga á la escena. Fué, sin embargo, el primer autor dramático español á quien el público hizo los honores de la presentación en público. Pero desde que conoce su autoridad, quiere prescindir de estas vanidades. A su actitud debo yo la resolución de no salir nunca á la escena en noche de estreno, porque cuando estos genios de la escena dan ejemplos de tal modestia, ¿quién que sienta la pena de no serlo ha de atreverse á asomar á la puerta del foro cada vez que le aplaudan una redondilla, como diciendo: — Aquí estoy, ó esperando estaba á que me llamaran? En ningún país de Europa se abusa tanto de estas exhibiciones como en el nuestro.
Don Antonio García Gutiérrez es de los que han logrado la inmortalidad en vida.
Para el público de Madrid es ya un autor legendario. Es siempre el autor de El Trovador y del Rey Monje, de Venganza Catalana y de Crisálida y Mariposa. En sus dramas no suele haber grandes tiradas de versos, ni décimas preparadas para hacer efecto, ni nada de lo que constituye el metier de los perros viejos del teatro; pero con sólo abrir un manuscrito, y sin conocer su letra, se adivinaría que era suyo por las finezas del estilo.
Sólo él sabe decir aquello de
Cuando lejos de ella esté,
Veré si olvidarla puedo....
Pero ¡ay señor! tengo miedo
De que no la olvidaré.
Sólo él ha presentido, desde que hacía centinela, las delicadezas que suelen tener los poderosos de la tierra. Cuando escribió El Trovador era soldado. Hoy impera en las letras españolas.
- Le premier qui fut roi fui un soldat hereux,
decía el poeta francés. ¡Dichoso soldado el venerable poeta, que ha llegado al trono de la gloria por aclamamación de todas las personas de buen gusto!