Soliloquios/Biografía de Marco Aurelio

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RESUMEN DE LA VIDA

DEL EMPERADOR MARCO AURELIO.


Respiró el Imperio de la opresión y tirania de Domiciano con una continuada serie de príncipes que, ó de nacimiento ó de inmediato origen, no eran italianos. Nerva, oriundo de Creta, adoptó á Trajano, nacido en Itálica[1]; á éste sucedió Adriano, casado con la sobrina heredera de su antecesor, é hijo de un primo hermano del mismo; siguióse Antonino Pio, de familia que pasó á Roma de Nimes en la Galia, y á éste nuestro Marco Aurelio, que nació en Roma á 26 de Abril del año 872 de su fundación, de Cristo 121, siendo cónsul por la segunda vez su abuelo paterno, Marco Annio Vero. El padre de este último fué el primero que se estableció en Roma, transfiriéndose á ella de Succubo[2], lugar de la Bastetania, hacia el niar, y no Imuy distante de Itálica, patria de Adriano; lo que facilita el parentesco de Marco Aurelio con éste, annque no se sepa el grado, como se sabe que era sobrino de Annia Galeria Faustina, mujer de Antonino Pio. La madre de Marco Aurelio fué Domicia Calvilla Lucilla, hija de Calvisio Tullo, dos veces consul, y nieta de Catilio Severo, que adoptó al biznieto y le dió su nombre, hasta que adoptado también por el abuclo paterno, reasumió el de Annio Vero, que Adriano convirtió en Verisimo. Y esto baste acerca de la genealogia de Marco Aurelio, sin emboscarnos en la obscuridad de hacerle descendiente por parte de padre de Numa Pompilio, y por la de madre de un rey de los Salentinos.

Su educación corrió por cuenta del abuelo paterno, muerto el padre de poca edad en el ejercicio de la Pretura. Tuvo en las ciencias, artes y ejercicios corporales (entre los cuales Capitolino comprende el juego de pelota, y Dión la caza de bravisimos jabalies) los mis excelentes maestros de aquella edad, sobresaliendo entre ellos Herodes Attico, griego; Cornelio Frontón, latino, y Junio Rústico, de una familia tan ilustre como apasioada de la filosofia estoica, amigo después y confidente del Principe su discipulo; que tomaba sus (nsejos en los negocios públicos y particulares; le Faludaba primero que á los jefes de Palacio; le nombró dos veces consul, y después de su muerte negoció con el Senado que se le erigiesen estatuas.

[2] Vease á Plinio en su Ili:toria Natural, lib. 111, cap. I.

En general sería dificultoso de resolver el problema: quién se esmeró más, si los maestros de M. Aurelio en cultivarle, ó éste en mostrárseles agradecido en sus escritos, en distinguirlos y premiarlos, sin que ellos tuviesen que pedirlo ni esperarlo, dando á la Providencia gracias de haberle puesto en estado de corresponderles; ni se contentaba con honrarlos en vida, que muertos conservaba sus estatuas entre los Penates domésticos, y coronaba de víctimas y flores sus sepulcros.

El mayor crédito que del gobierno y costumbres de Marco Aurelio resultó á sus maestros, fué fruto del tesón y empeño con que desde sus tiernos años se dedicó al estudio de la filosofía estoica, fijándose no tanto en la especulativa y estéril como en la práctica, extirpadora de todos los vicios y resabios indecorosos á la nobleza del hombre. Su natural parecía una materia dispuesta á recibir toda la impresión y realce de la severidad estoica; de modo que á los doce años se distinguía ya por las propiedades de aquella secta filosófica, privándose aun de las comodidades más inocentes de la vida; en lo que se hubiera excedido, á no habérselo estorbado la vigilancia de su madre y el estrago que semejante rigor empezaba á ocasionar en su salud. Tal fué el tono constante é inalterable de su vida, y el mismo le granjeó el sobrenombre de Filósofo[3], que le dis- [3] « In omni vita philosophanti viro, et qui sanctitate vitæ omnibus Principibus antecessit. Frugi sine contumacia, verecundus sine ignavia, sine tristitia gravis.» Eusebio (Hist. Eccles., lib. 1v, cap. XII) noe asegura que Justinoya le llamó filósofo; pero es observación de Fabricio ( Biblioth. Graec., lib. 1v, part. alt., cap. XXI11), repetida tingue de los demás emperadores, según es la expresión de Capitolino.

A esta conducta, más que al parentesco, debió M. Aurelio el declarado favor de Adriano, que en la edad de seis años lo promovió á la dignidad de caballero, en la de ocho á sacerdote de Marte[4] entre los Saliares, y á los quince, apenas vestida la toga viril, lo trató de casar con la hija de Vero César; tratado que no tuvo efecto, como adelante veremos. Poco después le nombró prefecto de Roma en tiempo de las Ferias Latinas; prefectura de ceremonia, pero en que el joven principe supo mostrar todo el decoro y dignidad. Por el mismo tiempo hizo con su hermana única, por nombre Annia Cornificia, una acción de sumo desinterés. Estaba ella en visperas de casarse, y su hermano no solamente la cedió toda la legítima paterna, sino que reprendiéndole por ello su madre, replicó á ésta que mejor sería que ella tambien cediese lo suyo á la novia, para que no fuese desigual al marido en riquezapor Bruckero (Hıst. crit. Philos., per. 11, part. 1., lib. 1, cap. I1, sect. 7), que la historia antigua, las inscripciones y medallas no hacen mención de semejante dictado; y es verosímil la conjetura de Bruckero, que entonces se reputaba indecente á la majestad, y por eso más propio de la mordacidad que no de la historia. Vulcacio refiere (in Cas., cap. 1) que Casio llanaba por desprecio á nuestro M. Aurelio Philosopham aniculam, y Capitolino fuisse Populi sermonem, cum sustulisset ad bellum gladiatores; quod Populum, sublatis voluptatibus, vellet cogere ad Philosophiam. Adriano fué igualmente satirizado con el nombre de escolástico.

[4] Fué mirado como presagio del Imperio lo que acaeció en una de las funciones de aquel culto: tiraba cada Sacerdote su corona de flores sobre la estatua de Marte; la de Marco Aurelio fué puntualmente á dar sobre la cabeza, y en ella se fijó.

La intención de Adriano habría sido dejar por sucesor á M. Aurelio; pero su poca edad le precisó á tomar el rodeo de adoptar á Tito Antonino, con la carga de que éste hiciese otro tanto con M. Aurelio y con el hijo de Cejonio[5], prefiriendo al primero, no obstante que el segundo era su nieto adoptivo.

Verificóse esta adopción á 27 de Abril del año 138 de Cristo, y antes de cumplir los diez y siete años fué declarado pretor con dispensa del Senado, que Adriano consiguió. Con este motivo tuvo que mudarse á las casas que el mismo Adriano había habitado antes de ser emperador; y las ocupó con tal encogimiento y tristeza, que asombrándose de ello los criados, tuvo que desengañarlos con un razonamiento en que les manifestó los embarazos, cargas y desvelos de la soberanía. A esta disposición de ánimo correspondió en todo su porte, así con Adriano, que falleció á 10 de Julio del 138, como con el sucesor Antonino Pio, de la familia Aurelia, cuyo nombre pasó con la adopción á nuestro Marco.

Antonino; desde el año siguiente á su exaltación mudó la disposición de Adriano en punto de casamientos, y desposó á su hija Faustina con M. Aurelio, pretextando la niñez de Lucio Vero, á quien Adriano la destinaba, y á Marco una hermana de Vero; trueque en que Marco tuvo tanto que agrade- [5] Lucio Cejonio Cómodo fué el primero á quien adoptó Adriano, y por eso se llamó después Elio César, y más comúnmente Vero, aunque el origen de este último apellido Bo ignora. Este murió tres años después de adoptado, la noche precedente al 1. de Enero del año 889 de Roma, 138 de Cristo, y dejó un hijo, Lucio Vero, que presto veremos reinar con M. Aurelio.

cer al suegro, como que padecer y ejercitar su filosofía con la esposa.

El nuevo enlace hizo que Antonino acumulase las honras sobre el yerno: declaróle césar, tomóle por colega en el consulado para el año siguiente 140, dióle el mando de una centuria de caballeros romanos, dispúsole casa, destinándole para su habitación el palacio de Tiberio, y pasados cuatro años tuvieron juntos el segundo consulado de M. Aurelio, Lo que más lisonjearía el gusto de Marco sería sin duda la atención de hacerle venir de Calcis, en Siria, á un célebre estoico, por nombre Apollonio, muy alabado del discípulo, pero bien merecidamente ridiculizado por Antonino en el fanmoso dicho, que Apollonio no había puesto dificultad en hacer el viaje de Siria á Roma, y la tenía en ir á Palacio á dar lección, pretendiendo que Marco fuese á tomarla á la posada del maestro. Benéfico Antonino, pero prudente, no confirió al yerno la potestad tribunicia y autoridad proconsular, que según los romanos constituían la soberanía, hasta después de haberle experimentado por espacio de nueve años; cuando Marco había sido dos veces cónsul, estaba en los veintiséis de su edad y era ya padre de una princesa[6]. M. Aurelio era bien acreedor á esta distinción: amoldábase en todo á la voluntad de su padre, y en casi veintitrés años que vivieron juntos, solas dos noches durmió fuera de Palacio. Con esto se cerró la puerta á las envidias[6] Lucilla, que casó en primeras nupcias con Lucio Vero, y en segundas con Claudio Pompeyano, desigual en edad y nacimiento, pero de extraordinario valor y probidad.

SOLILOQUIOS.

XXV — de los cortesanos, y se renovó el ejemplo y armonía de los emperadores Vespasiano y Tito.

A 7 de Marzo del año 912 de Roma, de Cristo 161, murió Antonino en Lori, casa de campo á que tenía particular cariño por haberse criado en ella. Antes de morir, en presencia de los principales jefes de Palacio y amigos, confirmó la elección de M. Aurelio por sucesor suyo, encomendándole á la República y á Faustina, su hija única; y en cierto modo traspasó en él toda la autoridad suprema, mandando que llevasen alcuarto de su hijo la estatua de la Fortuna, perpetua compañera de los emperadores. Apenas empuñó el cetro M. Aurelio, cedió la mitad de él al hijo de Cejonio, y como si le adoptara, le comunicó su nombre, de que usaremos en lo sucesivo, prometiéndole solemnemente en matrimonio á su hija Lucilla. La única cosa que se reservó fué la dignidad de pontífice máximo; y en lo demás los dos Augustos no dividieron entre si las provincias del Imperio, como Octaviano y Antonio; antes bien las gobernaban de mancomún, al modo que dos hermanos de condición privada pro indiviso administran su patrimonio; sin embargo de que M. Aurelio tenia sobre Lucio Vero la prerrogativa de la edad, y mucho más la del mérito. Los principios del reinado se emplearon en las honras de Antonino, en distribuciones de dinero[7] á la tropa, y de congiarios ó comestibles al pueblo, aprovechándose Marco de la paz en que estaba el Imperio para continuar sus estudios, sin desdeñarse de asistir con la púr- [7] Según consta de Suetonio, lib. 1, cap. XXXVIII, pura á las lecciones del estoico Sexto[8], sobrino de Plutarco, y de Hermógenes, insigne retórico. Creció el público alborozo con haberle nacido á Marco á 31 de Agosto de este primer año dos gemelos, Cómodo, que fué después la ruina del Imperio, y Antonino, malogrado en su niñez, de solos cuatro años Parece que el nacimiento de Cómodo atrajo desde luego como en presagio las calamidades futuras del Imperio. Sale de madre el Tiber, inunda los campos y mieses, corrompe los viveres, y por consiguiente causa carestía y hambre. Al mismo tieinpo sobrevienen terremotos, incendios, infección del aire y movimientos de guerra por parte de los Bretones, Partos y Alemanes. Dióse el mando en Bretaña á Calpurnio Agricola; en Alemania á Aufidio Victorino, y la expedición de Oriente se reservó á Lucio Vero. Parte éste, y apenas pierde de vista á Marco, se entrega á los placeres, de modo que cae enfermo en Cannosa. Convalecido, se pone otra vez en viaje, más en aire de paseo y recreación, que de ir á reprimir el ímpetu del vencedor Vologeses. Llegado á Antioquía, allí se encenagó en el infame arrabal de Daphne, sin haber visto la guerra en cuatro años que duró.

[8] En comprobación de esto puede servir de testimonio el pasaje acaecido con un filósofo llamado Lucio, el cual, viendo á nuestro Emperador á las puertas de Sexto, y sabiendo el fin con que había venido, exclamó, levantando Jas manos al cielo: & Zeo, 6Pwpaiwv Bzoleùç ynpioxuv Kön ôthzov iay iuevoç diç didáoxadov porta, ösnep bi natdec.

Philost. in vita Herod. Proh Jupiter, Romanorum Imperator ium ætate grandior, tabellis lacerto suspensis, ad ludimagistrum, puerorum ad instar, appellere non erubescit.

Como vierte Mr. DAcier.

Dirigióla desde Roma Marco, y la concluyeron felízmente los tres esforzados generales Estacio Prisco, Avidio Casio y Marcio Vero. Durante esta guerra tuvo efecto el matrimonio de Lucilla, á quien no quiso el padre que las ciudades por donde pasaba hiciesen recibimiento. Vuelve Lucio Vero con su mujer á Roma; y el Senado concede á los dos Emperadores el título de Padres de la Patria (antes, y repetidas veces ofrecido á Marco en ausencia del colega), el nombre de Césares á los hijos[9] de M. Aurelio y el triunfo para todos; pues todos con admirable unión triunfaron en un mismo carro. Aguóse presto esta alegría, desolada Italia, las Galias y frontera del Rhin con una cruel peste que el ejército trajo consigo de Oriente. En ella mostró Marco sus buenas entrañas, dando orden para que fuesen asistidos los enfermos, enterrados los muertos y socorridos los sanos. Otro cuidado suyo fué dar al compañero ejemplos de virtud, que sin embargo no bastaron á corregir su abandono, agravado y hecho incurable con las delicias y corrupción del Asia.

Marco Aurelio, igual en todas fortunas y sucesos,[9] Muerto Antonino Gemino, le quedaban entonces dos varones, Cómodo y Vero César; á éste le perdió de siete años, estando de partida para la guerra de los Marcomanos; matóle una apostema en el oido mal curada, y el padre lo llevó con tanta resignación, que él mismo consolaba á los médicos, y los premió, como si hubieran acertado. Las hijas fueron inuchas, pero Lucilla es la única bien conocida en la bistoria, contentándose con decirnos acerca de las otras, que su padre en la elección de maridos para ellas más atendia al méito persoual y virtud que no á los abolorios y riquezas.

Otros dos niño8 parece que le murieron antes de reinar; pero vivieron tan poco, que apenas ha quedado memoria de ellos, y es cuanto sabemos en orden á la posteridad de M. Aurelio.

olvidado de sí mismo, parece que sólo pensaba en la quietud y prosperidad de sus vasallos. Al Senado defería más que ninguno de sus antecesores: exactísimo en asistir á las sesiones aunque para ello tuviese que volver del campo, se mantenía en ellas hasta que el Cónsul las levantaba. Lejos de tener celos de la autoridad del Senado, él mismo la ensalzaba y se sometía á ella. Saliendo á una expedición, le pidió licencia para tomar del público tesoro las sumas necesarias; porque todo, decía, es propio del Senado y del pueblo, hasta el palacio en que habitamos.

Inhibíase del conocimiento de muchos negocios que le tocaban, y los remitía al Senado, dando parte en el gobierno, no solamente á los magistrados actuales, sino también á los que lo habían sido, y consultando con los principales senadores los negocios más graves de la paz y de la guerra. Por eso decía: «Más justo es que yo me gobierne por el dictamen de tantos y tan hábiles consejeros, que no el que ellos sigan mi voluntad.» A los ciudadanos más ilustres les permitía igualarse en el tren de casa y familia con el Emperador. No admitía en el Senado más que á sujetos muy beneméritos y experimentados, y si algún senador se hallaba implicado en causa criminal, la examinaba él antes que se ventilase en juicio, y en éste no dejaba entrar á caballero romano ú otro que no fuese igual al reo.

Socorría generosamente á los que sin culpa carecían de lo necesario para sostenerse con esplendor.

No fué menos religioso en guardar los fueros al pueblo. Nunca le cortó la libertad, sino para impedirle de obrar mal; y en esto usaba de la mayor moderación, sirviéndose más bien de alicientes que no de amenazas, de premios que no de castigos, y haciéndose cargo «que no pudiendo hacer á los hombres, como se quisiera que fuesen, más vale sufrirlos cuales son y sacar de ellos el mejor partido que quepa».

Prohibió que en los baños entrasen promiscuamente ambos sexos, y reprimió otros varios desórdenes, principalmente la relajación de la juventud y de las mujeres. Por estos medios consiguió que en su tiempo la virtud fuese no menos respetada que apetecida. Atentisimo á no empobrecer los pueblos, usó en la administración de su hacienda de una bien entendida economía, tanto que después de una victoria negó á los soldados la gratificación acostumbrada, dándoles por disculpa «que sobre su sueldo nada se les podría regalar que no saliese de la sangre de sus padres y parientes». En otra ocasión, falto de fondos para la guerra, por no imponer nuevos tributos, puso en venta los muebles y alhajas mis preciosas de Palacio, sin exceptuar la recámara de su mujer con sus telas de seda y oro: dos meses duró la venta, y concluída la guerra felizmente, pudo rescatar sus alhajas, pero sin obligar á nadie á retrovenderlas. Celaba que de las contribuciones del pueblo nada se quedase en mano de los recaudadores; castigaba severísimamente las extorsiones, y con los cohechados era inexorable. Perdonó crecidas sumas devengadas por el Fisco y Tesoro, y Dión cita una de éstas, que no se extendía menos que á cuarenta y seis años, con la precanción de hacer quemar los documentos justificativos de la deuda. No hubo calamidad pública que no encontrase en él pronto remedio; en una carestia abasteció á toda Italia de grano forastero, acopiado á su costa y almacenado en Roma, «En nuestra provincia de España[10], que como á más fructifera que á otra la esquilmaban demasiado sus predecesores, hizo acortar mucho los tributos y descargar de pechos y servicios.» Reedificó á Esmirna, Epheso, Nicomedia, destruidas con temblores y á Cartago incendiada. Hasta los espectáculos tan geniales al pueblo merecieron su atención; conocía cuán frívolos eran, y concurriendo á ellos, en vez de deleitarse con su vista, se ocupaba en leer, apuntar ó dar audiencia; pero no por eso dejaba de darlos con magnificencia, y hubo fiesta en que hizo salir del anfiteatro hasta cien leones, que todos fueron muertos á saetazos. Ausente de Roma, con todo, disponía que no le faltasen al pueblo estas diversiones, y no influía poco en esto el desmedido celo de su reputación, sabiendo que la muchedumle tachaba de quererla reducir por fuerza á la estrechez y severidad de la vida filosófica. Este respeto le arrancó la tolerancia de la escena pantomímica[11],[10] Asi consta de la Historia Imperial y Cesúrea escrita por el magnífico caballero Pedro Mejía, é impresa en Sevilla á 30 de Junio de 1545, en donde pueden verse los autores que hasta entonces habían escrito de M. Aurelio.

[11] Representaciones burlescas, ó por mejor decir, bufonerfas, tan contrarias por su asunto y gesticulaciones al buen gusto y reglas del drama, como á la decencia y buenas costumbres. Contra semejantes representaciones se dirigen principalmente los dichos y censura de los Santos Padres en materia de teatro, y á las mismas alude Ammiano Marcelino, refiriendo, lib. XXVII, que amenazada Roma de carestía, fueron expelidos de ella los forasteros, y entre ellos los pocos profesores que había de buenas artes; pero quedaron dentro tres mil bailarines con sus coros y otros tantos maestros, paso sobre el cual dejamos á la discreción del lector que haga sus reflexiones.

prohibida por algunos de sus antecesores menos virtuosos que él; bien que puso coto en los gastos, mandando que ningún comediante pudiese pedir de salario más que cinco monedas[12] de oro, y que en ningún caso se les aumentase pasado de diez.

La misma delicadeza le hizo niudar la resolución tomada de conducir personalmente á Lucilla su hija, volviéndose desde Brindisi, por haber entendido que algunos atribuían su viaje á envidia de la gloria que Vero habia adquirido en su expedición contra los Partos. En general, su carácter distintivo era la bondad, que divinizó consagrándola un templo en el Capitolio. Esta le hizo moderar en los castigos la pena, no echando jamás á los delincuentes todo el rigor de la ley. Merecía un pretor ser depuesto; Marco se contentó con privarle del ejercicio conservándole el título. Si este hecho es disculpable; si lo es la mansedumbre con que oyó á un gladiador á quien dificultaba la pretura reconvenirle descaradamente con haberla otorgado á muchos de sus compañeros en la esgrima; si es loable la humanidad con que trató á los príncipes extranjeros, particularmente á Tiridates, que había sublevado la Armenia, y al Rey de los Cuados Ariogeses; si lo es igualmente la providencia de que los gladiadores usasen de floretes en vez de espadas blancas, y que á los bailarines de cuerda se les pusiese debajo mullido, no es tan fácil disculpar su demasiada indulgencia con el colega, con la consorte, con su hijo, con los cómplices de Casio y aun con las personas más viles. Un saltimbanco, subiéndose á un árbol en el campo[12] Las cinco equivalen á 250 reales según Crevier.

Marcio, anunció desde allí al pueblo que lloverían rayos y abrasarían al mundo cuando él se trasformase en cigüeña. El día señalado se dejó resbalar mañosamente por el árbol, y soltó una cigüeña que llevaba escondida, y era la señal concertada con una compañía de ladrones para incendiar y saquear á Roma. Preso el impostor, convencido y confeso, Marco no tuvo valor para castigarle.

Principe que en la clemencia pecaba por demasía, no era de temer que faltase á la justicia. Administrábala, cuando era necesario, por sí mismo, y hacía que sus delegados la ejerciesen escrupulosamente. Ofendíale la precipitación en los juicios, y á un pretor que incurrió en ella, le obligó á formar de nuevo el proceso. En negocios de importancia gastaba los once y doce días en examinarlos por sí propio. Acrecentó el número de jueces; disminuyó las vacaciones de los tribunales, de modo que quedaron en el año doscientos treinta dias útiles para juzgar los pleitos y controversias judiciales; también minoró considerablemente los litigios, despreciando las delaciones, aunque fuesen á favor del Fisco, y castigando rigurosamente á los calumniadores que no probaban la denuncia. Como su reinado era el de la filosofía, un enjambre de zánganos comia á expensas del público, sin tener de filósofos mas que el nanto y la barba: despojólos Marco del salario y privilegios concedidos á la profesión.

El Derecho romano antiguo no permitia que las madres heredasen á sus hijos, ni al revés: Antonino desagravió á las primeras, y Marco á los segundos.

Para la tutela de los menores dió á un pretor comisión privativa, desmembrándola de los cónsules demasiadamente distraídos en otros más graves negocios. Mandó que en los archivos del templo de Saturno se conservasen empadronadas las fes de haber nacido libres; las cuales, en término de treinta días del nacimiento, se debían presentar en el depósito; y extendió igual orden á las provincias.

Prohibió hacer pesquisas de oficio, relativas al estado y condición de los que hubiesen fallecido cinco años antes. Anuló el matrimonio entre parientes muy cercanos. Trajano había ordenado que los senadores candidatos de los empleos arraigasen en Italia hasta la concurrencia de la tercera parte de su patrimonio. Marco impuso á todos ellos la misma obligación, pero obligando solamente á la cuarta parte de su hacienda. Mucha sabiduría y cordura se nota en estos reglamentos, evitando el prurito de innovar, tan peligroso en todos estados, y edificando con solidez sobre los fundamentos zanjados por otra mano. Para ellos se valía M. Aurelio del consejo de los más acreditados jurisconsultos, entre otros de Cerbidio Escévola, famoso por su doctrina, y mucho más por haber sido maestro de Papiniano.

Dada esta ligera y sumaria noticia de la vida pública de M. Aurelio, en la privada sería ocioso inculcar sobre la templanza y sobriedad, sobre la modestia, decoro, seriedad é incansable aplicación.

A ésta, en las pocas horas que podía hurtar al gobierno, debemos los doce libros de Reflexiones morales, ó Soliloquios, que son un extracto y quinta esencia de la menos imperfecta filosofia. Comía regularmente solo, por no molestar á sus amigos obligándoles á que le hiciesen compañia, por ahorro de tiempo y por la suma frugalidad de su mesa.

Esta, la igualdad de ánimo y el uso diario de la triaca le alargaron la vida, en medio de ser tan laboriosa y combatida de sinsabores domésticos y públicas calamidades, hasta los sesenta años, poco más ó menos, según consta de los historiadores.

Ya es tiempo de sacarle del ocio de la paz á la agitación de los viajes y al tumulto de la guerra.

La de los Marcomanos (á que sirvió de preludio la de los Catos, domados últimamente por Didio Juliano, que después fué emperador) ocupó á M. Aurelio casi todo el tiempo de su reinado. Habitaban la que hoy llamamos Bohemia, y eran los principales st, pero no los únicos pueblos alborotados, nombrando la historia, entre otros, á los Jacyges, Cuados y Victovalos. Estas inquietudes empezaron desde que las fuerzas del Imperio estaban ocupadas en hacer frente á los Partos. M. Aurelio contemporizó por entonces, hasta desembarazarse de la expedición de Oriente. El tiempo que él se tomó no le desperdiciaron los enemigos, engrosando su partido con nuevas alianzas, de suerte que, cuando llegó el caso de hacer la paz con los Partos, ya la guerra de Alemania se había embravecido con tal furor, que hubo quien la comparase con la de Aníbal; y las disposiciones que se tomaron para ella no desdicen de aquel paralelo. Para reclutar el ejército se echó mano de esclavos que voluntariamente sentasen plaza, de gladiadores, y aun de foragidos y salteadores de la Dalmacia y la Dardania. La venta de los muebles de Palacio suministró los fondos. A estas medidas de prudencia juntó M. Aurelio las que su religión le dictaba, para hacerse propicios á los dioses. Convocó de todas partes sacerdotes y sacrificadores; inmoló un prodigioso número de víctimas, y expió á Roma con todo género de purificaciones y lavatorios; y la libró de ritos y cultos extranjeros, abominados de la política romana, como era el de la diosa Isis, condenado en tiempo de Augusto, euyo templo fué demolido en el de Tiberio, arrojada al Tiber la estatua y los sacerdotes degollados. Parecióle que aun así no se darian los dioses por satisfechos, á no ser que les sacrificase otras víctimas de mayor precio, esto es, los cristianos, enemigos del politeismo; y abrió la mano á la cuarta persecución[13] de la Iglesia.

[13] En ella nos dice Eusebio en el proemio al libro v de su Historia Eclesiástica: Innumerabiles propė martires per universum orbem enituisse. El mayor número padeció en las Galias; y entre los más ilustres de otros paises se deben contar San Policarpo y San Justino. Sin duda que el buen Emperador se vió agobiado de quejas de los magistrados, que atribuían todos los trabajos y calauidades á venganza de los dioses, por estar sus templos desiertos y el culto abandonado con la propagación del cristianisıno ; y amenazaban sediciones y tumultos de los pueblos, con apoyo de la religión dominante. Anmiano Marcelino (lib. xxv, cap. IV) le califica de supersticioso á nuestro M. Aurelio, contra lo que él mismo nos dice (lib. 1, pár. 6) haber aprendido de Diogneto; esto es, á no atribuir á causas sobrenaturales los efectos de la naturaleza. Semejantes efectos la secta estoica no los atribuye sino al fatalismo inevitable; al cual enseñaba que el hombre se debía someter sin queja ni murmuración : la misma secta corregia pero no condenaba la superstición popular, autorizando el culto de la divinidad, dirigido filosóticamente al alma universal difundida en todo el universo ; de donde resultaba ser tantos los dioses cuantos son los elementos y partes constitutivas del mundo. La superstioión creería M. Aurelio estaba de parte de los eristianos, cuya constancia en la fe la tiene por mera obstinación (lib. xi, pár. 3), imitando á Plinio, que aunque fué Hechos todos estos preparativos, parten de Roma entrambos Emperadores el mismo año que triunfaron de los Partos, 166 de Cristo, de Roma 917, y se encaminan á Aquileya con el fin de anticipar la campaña del año siguiente. La primera época de esta guerra corre desde su principio hasta la muerte de Vero; la segunda tiene por término la rebelión de Casio, y la tercera fenece con la vida de M. Aurelio.

La escasez de las memorias, su confusión y la falta testigo y defensor de la inocencia de los mismos, no por eso dejó de ponerles la tacha de obstinados: Non dubitandum qualecumque esset, quod dicerent, pervicaciam certè, et obstinationem inflexibilem debere puniri (lib. x, ep. 97). Así lo juzgó M. Aurelio, violentando su genio bondadoso y compasivo, por el citado error común á todo paganismo; y mucho más por los clamores de magistrados crueles, de sacerdotes interesados y de un pueblo iluso y enfurecido, at cual en aquellas circunstancias era preciso contentar. Por esto nos inclinamos al parecer de Brukero (tom. II, pág. 592, edit. Lips., an. 1766), que le absuelve de la nota de supersticioso y sanguinario.

Resplandece la bella alma y el juicio de M. Aurelio, cuando con sinceridad informó al Senado que la milagrosa lluvia que salvó al ejército romano en una jornada contra los Cuados era efecto de las oraciones de la legión Melitana, toda compuesta de cristianos. Tertu!liano cita esta carta en su Apolog., cap. Ix, y fuera locura el fingirla, empeorando con semejante ficción su propia causa. Garantes del prodigio son San Apolinar de Hierápolis, contemporáneo; Dión, que la refiere muy á la larga; Člaudiano, que la describe (de vi Cons. Honor., v. 340); y sobre todos, la columna Antonina subsistente en Roma (Nard. Rom., vet. VI, 9), que en bajo relieve le representa, con las demás hazañas de Marco contra los Germanos. Ni esto, ni el ver que ningún cristiano siguió la facción de Casio, como observa Tertuliano, bastó para que la persecución cesase: i tan dificil es que los hombres, por virtuosos que sean, muden una de aquellas resoluciones en que creen interesarse la Religión y el Estado.

de datas, solamente nos permiten asegurar que desde el año 166 hasta el 169 se dió un gran número de batallas, las más con ventaja de los Romanos, pero en una fué vencido y muerto el prefecto del Pretorio, Furio Victorino. No fueron menores en número los tratados de paz que se entablaron, siendo propio de aquellos bárbaros pedirla en viéndose arrollados, como romperla después que el enemigo se retiraba. Vero la promovía eficazmente, pareciéndole admisibles todas las condiciones que le facilitasen el re greso á las delicias de Roma. Con que M. Aurelio hubo de contentarse con fortificar las fronteras de la Italia y de la Illiria y ponerlas á cubierto de las incursiones del enemigo.

Volvían juntos á Roma y en un mismo carruaje los dos hermanos, cuando Vero fué asaltado de un insulto de apoplejía ; sangráronle y le transportaron á Altino, ciudad poco distante; allí murió á los tres días, sin haber recobrado el uso de la lengua, en la fresca edad de treinta y nueve años, el de Cristo 169.

Capitolino, con razón, trata de sacrílegas las sospechas esparcidas contra Marco con la ocasión de esta muerte: más cuajaron las que hubo contra Lucilla, rabiosamente indignada contra el marido por su incestuoso comercio con la propia hermana Fabia, que, engreída con él, maltrataba á la cuñada Lucilla.

A Marco Aurelio le sobraban motivos para no sentir la muerte del hermano, que sólo causaba embarazos y mortificación; y cuando dió gracias al Senado de los honores divinos que á petición suya le había concedido, no tuvo reparo en decir que desde aquel día fijaba en cierto modo la data de su imperio, desprendido de un colega cuya negligencia era de estorbo al gobierno; dando á entender que á su vigilancia y consejos, no al trabajo de su hermano, debia la República el buen éxito de la guerra de los Partos; lenguaje bien diferente del que usa en sus reflexiones. Por esto y otros discursos, quisiera M. DAcier enervar la narración de Capitolino, sin hacerse cargo que, desautorizado el historiador en el poco mal que cuenta de este Príncipe, lo quedara igualmente en el casi continuo elogio con que hablade sus acciones. Aquí mismo pondera inmediatamente su atención en consolar á las tías y hermanas de Vero, conservándolas en la misma clase en que estaban, y sañalándoles liberalmente pensiones que sufragasen á mantenerse con decoro. A los libertinos[14] del mismo Principe, que tanto habían abusado de su facilidad, se contentó con echarlos de Palacio, reteniendo únicamente á Eclecto[15], permitiéndolo asi la Providencia, para librar al mundo del monstruo de Cómodo, hijo y sucesor de M. Aurelio.

Ocupado en Roma con estas disposiciones y con el matrimonio de la viuda Lucilla y Pompeyano, llégale al Emperador la fatal nueva de una victoria completa conseguida por los Marcomanos sobre el prefecto del Pretorio Vindice; en ella, si hemos de[14] Nuestra lengua los llama horros, palabra que no sé si disonará á los oidos criticos de este siglo.

[15] El citado Pedro Mejia llama Alecto al que emponzoñó el vino para uatar á Cómodo, y añade la particularidad de que, estando vomitándolo, fué necesario entrase otro, nombrado Narciso, para que le diese de puñaladas, y asi fué muerto en gracia y contento de todo el pueblo de Roma y aun de todo el mundo. Gatakero y el anónimo francés sólo nombran á Eclecto por autor de este atentado.

"creer á Luciano[16], murieron veinte mil Romanos, y el vencedor siguió el alcance de modo que puso en consternación á toda la Italia, avanzándose hasta Aquileya, que por poco no tomó.

Acaso las prevenciones extraordinarias de que ha blamos arriba se han de referir á este apuro: que á todo da lugar la obscuridad y falta de orden en la historia. Lo cierto es que M. Aurelio, dueño ya de su persona y movimientos, partió con diligencia para la Pannonia el año de Cristo 170, donde se mantuvo cinco años consecutivos, tolerando extraordinarias fatigas con un ánimo muy superior á su interca dente salud, y obligando á los otros con su ejemplo á un tal rigor de vida, que muchas veces levantaban el grito contra la austeridad y máximas de la Filosofía.

Daba también ejemplos de valor militar : separaba un río á los enemigos del ejército romano; Marco, con poca escolta, se avanza á reconocer el paraje donde sus soldados pudiesen vadearle, y fué tal la lluvia de piedras que descargaron sobre él las[16] In Pseudomante, donde con su acostumbrada sal refiere los embustes del famoso impostor Alejandro. Este prometió la victoria, con tal que fuesen echados al Danubio dos leones vivos con muchos aromas, y algunas ceremonias, Reconvenido después del mal suceso, se zafó diciendo que él no había especificado si la victoria sería en favor de los Roinanos ó de sus enemigos. La narración de Luciano indica que Alejandro propuso su receta en presencia del Emperador, ó en campaña (lo que se combina mal con la historia) ó en Roma, de donde se enviase orden al ejército de practicarla, y en ambos casos, es preciso decir que los Estoicos creían que los oráculos pueden descubrir, ya que no mudar, la serie de los hados.

hondas del enemigo, que bajo de ellas hubiera quedado enterrado si los pocos que le acompañaban no le hubieran cubierto con sus broqueles. Espárcese el peligro en que estuvo el Emperador por el ejército, enfurécense los soldados, atraviesan el rio y derrotan completamente á los bárbaros. Marco, antes de pasar adelante, reconoce por sí mismo el campo de batalla, no para hacer jactancia de la victoria y sí para compadecer á los muertos, curar á los heridos y ofrecer sacrificios. Este y otros sucesos favorables, contrapesados con pérdidas muy inferiores, empeñaron á M. Aurelio en la continuación de la guerra, que pensaba terminar con la entera sumisión de los Germanos. Mientras él se afanaba de este modo, en Roma celebraban sus vasallos los Docennales, esto es, el año décimo de su coronación, que concurrió con el de Cristo 171. Entre los hechos de armas más famosos de esta época, fué un sangriento combate sobre el Danubio helado; en él, la destreza y disciplina romana triunfó del valor y fuerza de los Jacyges. Otro fué aún más reñido con los Cuados. Estos, vencidos de los Romanos, dejaron en su retaguardia algunas compañías de tropa ligera, que, en aire de disputar todavía la victoria, empeñasen á los vencedores en unas gargantas y angosturas muy escabrosas y absolutamente faltas de agua. Los Romanos cayeron en el lazo y penetraron ciegamente hasta donde el enemigo los esperaba, y los rodeó por todas partes. Creían los Romanos que se trataba de un segundo combate, y para él se prepararon, haciendo con los escudos la que llaman tortuga.

El enemigo, dueño de las alturas y los pasos, y seguro de la presa, se estaba muy tranquilo en sus puestos; entonces el Emperador y su ejército, advertido el yerro y la situación, se desalentaban con el cansancio, las heridas de muchos, el calor del sol que caía sobre ellos á plomo, la sed intolerable, y sobre todo la imposibilidad de salir del desfiladero aunque vendiesen caras las vidas. En este conflicto, cada uno acudió al dios que veneraba; y la legión Melitena[17], formada de cristianos de Capadocia, consiguió del verdadero una repentina lluvia que templó el ambiente, y que los soldados empezaron á recibir ansiosamente, primero en los broqueles, después en los morriones. Parecióles á los Cuados que ésta era la suya, y envisten con ímpetu á los Romanos; pero aquí se dobló el prodigio, convirtiéndose para los Cuados en tormenta con piedra y rayos, lo que para sus enemigos era una lluvia fresca y deliciosa: á vista de esto, los Cuados arrojan las armas y se entregan á discreción del Emperador, que les concedió las vidas, fué aclamado general por la séptima vez, y dió cuenta al Senado de lo acaecido. Es verosímil que en esta ocasión cayese en[17] Véase la Historia Eclesiástica de Eusebio, lib. v, capítulo v, y á Orosio, lib. vi11, cap. xv. A lo que dijimos en la nota de la pág. xxxv, se puede añadir que la variedad de los gentiles en atribuirlo unos, como Dión, á magia del gitano Arnuphis, y otros, como Capitolino, á la oración de M. Aurelio, prueba en favor del milagro; y sentado éste, ¿á quién se le ha de dar por autor sino al Ďios de los cristianos? Ni contra la sustancia del hecho hace el haberse perdido la verdadera carta del Emperador al Senado, siendo supuesta la que hoy tenemos al fin de la Apologia de San Justino, ni tampoco el incidente de que á la legión intercesora no se diese titulo de Fulminea ó Fulminante, como escribió San Apolinar; habiendo ya desde e! tiempo de Augusto una Legión Fulminatriz, por tener en el escudo un rayo por divisa.

mano de los Romanos Ariogeses, rey de los Cuados, á quien Marco no impuso más pena que el destierro. Este prodigio le fija Sebastián Tillemont al año de Cristo 174.

Muchos pueblos de la Germania siguieron el ejemplo de los Cuados, pidiendo la paz á Marco Aurelio; concediósela, y el primer fruto que de ella sacó, fué el rescate de más de cien mil Romanos que estaban prisioneros. Condescendió también en que algunas colonias de los vencidos se estableciesen en tierras del Imperio, como en la Dacia, Pannonia, las dos Germanias, las riberas del Rhin y aun en Italia y Rávena. Presto conoció el inconveniente de semejantes gracias, pues los de Rávena conspiraron para apoderarse de la ciudad; echólos de Italia, y jamás volvió á admitir en ella semejantes huéspedes. Entre los oficiales que en esta guerra se distinguieron, uno fué Rufo Baseo, que de los infimos grados de la milicia subió á prefecto del Pretorio; otro Pompeyano, yerno del Emperador. Éste mostró un género de fortaleza más rara y estimable que la militar. Declaróse en favor de Pertinaz, que después sucedió á Cómodo, no obstante que estaba en desgracia de su suegro por una de aquellas tramas tan usadas en las cortes. Pertinaz era hijo de un libertode Lolliano Avito, varón consular, por cuya protección consiguió una compañía, dejando la escuela de gramática que regentaba, y que á su ambición venia muy estrecha. Sirvió en Siria con distinción, y ahora en Germania lo empleó Pompeyano en el destacamento que él niandaba.

Hizo prodigios de valor, que referidos por Pompeyano al suegro y apoyados por la recomendación del uno, justicia y generosidad del otro, volvieron á Pertinaz la gracia; de modo que el Emperador, confesado su yerro (lo que es tan raro en los hombres, como general y casi necesario el cometerlos por siniestros informes), lo desagravió, admitiéndole en el Senado, confiándole una legión, promoviéndole al consulado, y lo que más es, alabảndole, no sólo en presencia de los soldados y senadores, sino en un discurso hecho de intento, para vindicarle de la envidia exasperada de su elevación; discurso que leyó y cita Capitolino, y en que el Emperador hacía relación de las hazañas y servicios de este general.

Marco Aurelio dedicó estatuas en la plaza de Trajano á todas las personas ilustres que perdieron la vida en esta guerra. Y cuando él pensaba internarse en el país de los Sármatas y sojuzgarlos, le atajó los pasos la rebelión de Oriente. Avidio Casio, siro de nación, era uno de aquellos hombres en quienes todo es grande, vicios y vírtudes, y predomina uno ú otro según las circunstancias. Usurpó el nombre del matador de César, afectando igual entusiasmo por el gobierno republicano, igual ojeriza con el monárquico, siendo así que lo que á él le dolía era que otro fuera el monarca: en lo que imitaba de veras al antiguo Casio, era en la fiereza, osadía y humor atrabiliario; tan diestro en el arte militar como esforzado é inexorable en la exacta disciplina. Por eso fueron puestas á su cargo las legiones de Siria, relajadas en Antioquía, á cuya moda vivían más que á la romana. Redújolas á su método, que no toleraba en campaña más mochila que lardo, bizcocho, y vinagre, que mezclado con agua servía de bebida. Publicó un bando con pena de degradación á cualquiera oficial ó soldado que fuese cogido en el arrabal de Daphne; amenazólos con que tendrían que acampar si no mudaban de vida; obligábalos á hacer el ejercicio una vez á la semana, y les visitaba él mismo personalmente las armas y uniformes. Este fué el ejército que venció á los Partos é hizo proezas en Armenia y Arabia. El rigor de Casio degeneraba en crueldad; ponía en un palo á los merodistas, no le detenía el número, arrojando á veces al agua hasta diez soldados aherrojados con una misma cadena. Peor era otra invención suya: plantábase un palo elevado, y á lo largo de él eran atados en fila los condenados á muerte. Hacíase al pie una hoguera, y á los que el fuego no consumía, los ahogaba el humo. A los desertores los desjarretaba ó les cortaba las manos, creyendo que de este modo era más durable el escarmiento. Unos centuriones suyos que mandaban un cuerpo de auxiliares, atacaron y deshicieron tres mil enemigos, pero sin orden de sus jefes: el premio fué condenarlos á muerte de cruz; alborotóse al oirlo el ejército, cunde la sedición, y Casio la apacigua presentándose casi desnudo y gritando: Heridme si os atrevéis, y añadid nuevo desorden á la disciplina relajada.

Con esto, aquietándose todo, logró ser respetado, porque no temió, como dice Vulcacio Galicano. A proporción de lo violento era su carácter inconstante, ya impio, ya religioso; parco y sobrio unas veces, otras glotón y bebedor; hoy casto, otro día lascivo; llamábanle y él se preciaba de ser otro Catilina, protestando que para serlo de veras pensaba matar al autor de Diálogos filosóficos, comparando en esto á Marco con Cicerón, padre no menos de la filosofía que de la elocuencia romana. Sus malos designios los conjeturó Lucio Vero y los comunicó á su hermano, diciéndole, entre otras cosas, que á él mismo le llamaba luxuriosum morionem, y á Marco Philosopham aniculam. La respuesta de éste respira un heroísmo tan notable, que se hace sospechosa; cita en ella el dicho de su abuelo Adriano[18].

Continuó, pues, empleándole como si no tuviera de él recelo alguno, y últimamente le cometió la guerra contra los Bucolos ó pastores sublevados en Egipto. El año 175 de Cristo se quitó Avidio la máscara, pues con la ocasión de una enfermedad del Emperador, esparció la voz de haber fallecido en ella, pareciéndole que, sin eso, ni los soldados ni los pueblos nunca se apartarían de la fidelidad debida á tan buen Príncipe. Confirmó este falso rumor con otro consiguiente, de haberle aclamado á él por sucesor de Marco el ejército de Pannonia. Reconócenle las legiones de Siria, engañadas, y uno de los primeros oficiales le viste con las insignias imperiales, recompensado con la Prefectura del Pretorio. Continuando la farsa, cuenta entre los dioses á M. Aurelio. Dale la obediencia todo el Oriente; con eso resucita Marco, y Casio se declara contra él abiertamente, bien que conservando algún respeto á su persona: Marco realmente es bueno, pero con el[18] Successorem suum nullus occidit; y otro igualmente verdadero y sin aire de acertijo: Misera comditio imperatum, quibus de affectata tirannide nisi occisis non potest credi; y concluía: Nam quod dicis, liberis meis cavendum esse morte illius, planè liberi mei pereant, si magis amari merebitur Abidius, quám illi; et si Reipublicæ expediet Cassium vivere, quámliberos Marci.

pretexto de conservar la fama de clemente, tolera aquelos cuya vida no es de su aprobación; no dejando por eso de zaherirle: Maroo Antonino filosofa y disputa de los elementos, del alma, de lo honesto y justo, sin cuidar de la República, que así se explica en una carta á su yerno, gobernador de Alejandria.

El valeroso y fiel Marcio Vero, gobernador de Capadocia, dió parte al Emperador de la rebelión de Casio, cuya fama puso en consternación al ejército y mucho más á Roma. Aquietáronse los soldados con una alocución de Marco, verdaderamente de oro, y que bastaría sola para calificar á su autor, no solamente de filósofo sano, sino también de uno de los mejores soberanos que nos ofrece la Historia.

No llegó el caso de emplear la buena voluntad de los soldados, excitada con este discurso : al cabo de tres meses y seis días, mataron á Casio, en una marcha, el centurión Antonio y un decurión: igual suerte tuvieron el hijo Meciano y el Prefecto del Pretorio; y su partido se vió enteramente abandonado, volviendo en si los pueblos y las legiones de Siria, que celebraron unánimemente la muerte del tirano Casio. No lo hizo asi Marco Aurelio, con ser el principal ofendido, pues habiéndole presentado la cabeza de Casio, no mostró más afecto que de compasión, y mandó luego darla honrora sepultura.

El Senado habia declarado traidor á Casio y confiscádole los bienes: M. Aurelio concedió la mitad á los hijos, y el producto de la otra mitad no quiso que entrase en el Fisco imperial, sino en el Tesoro público; exceptuando de la confiscación las joyas, de que hizo donativo á las hijas. Alejandra, una de ellas, con su marido Drunciano, quedó en plena libertad; y lo mismo sucedió á los varones, á excepción de Heliodoro, que como más delincuente fué confinado en una isla.

Por colmo de su clemencia, añadió Marco Aurelio la prohibición que se insultase á la familia de Casio por lo sucedido, y hubo condenados en juicio por haber contravenido á este decreto. Fué tan indulgente con los sublevados como lo habia sido respecto á la familia de Casio, encargando al Senado no los tratase según sus delitos; y no bastando su primera carta[19], repitió la segunda, mucho más obligante, con la amenaza de que le costaría la vida, por estas palabras: Si id á vobis non impetrabo, ad mortem ipse ibo celeritèr. La única pena que sufrieron los culpados fué la del destierro (que presto se alzó á los más de ellos), conmprendido Flavio Calvisio, que había sublevado á Egipto, de que era prefecto.

Marco Aurelio tuvo que vencer no poca contradicción en el ejercicio de su clemencia. Afeábasela uno con la pregunta: Y si Casio hubiera vencido? Responde: No hemos servido tan mal á los dioses, ni vivido de modo que él nos había de vencer; principio muy falso para quien sabe que Dios tiene una eternidad en que trocar las suertes de este mundo, pero adoptado de M. Aurelio tan firmemente, que lo quiso persuadir con ejemplos, citando por una parte á Caligula, Nerón, Otón, Vitelio, Domiciano y Galba, cargándoles por delito imperdonable la ava- [19] Ó sea, oración mandada leer en el Senado, como se hizo con las más expresivas aclamaciones, entre otras prendas, á la filosofia de Marco; título que sin embargo no valeció, como en otra parte notamos.

ricia ; y, por el contrario, apoyando la clemencia y desinterés de Augusto, Nerva, Trajano, Adriano y Antonino.

Quien más hacia fuego contra los rebeldes era la emperatriz Faustina. Su marido responde: Que la clemencia es el mayor timbre de un emperador romano, y que por su voto, aun á Casio le hubiera salvado la vida. El alzamiento de este gobernador de Siria ocasionó una ley, para que á nadie se diese el gobierno de su patria. Parecióle al Emperador que su presencia era necesaria para acabar de sosegar el Oriente conmovido. Parte, pues, á la vuelta de aquel pais al fin del año 175, después de haber dado á su hijo Cómodo[20], por representación del Senado, la potestad tribunicia; y le condujo consigo, como también al resto de la familia. Apenas llegado allá, le presentan todos los papeles de Casio, con las pruebas de la conjuración y lista de los cómplices: sin leerlos los mandó quemar, por no ponerse en la necesidad de aborrecer[21] á algunos. Perdonó á las ciudades que habían seguido las partes del rebelde; con la sola Antioquía estuvo al principio más severo; cuando entró en Siria no la quiso ver, y por un decreto la privó de teatros y diversiones públicas, de poder juntarse á deliberar, con lo demás que es[20] Divulgada la rebelión, le hizo ir al ejército, para asegurarse más de los soldados; y allí, á 7 de Julio de este año 175, le vistió ln toga viril.

[21] Algınos atribuyen este hecho á Marcio Vero, que por salvar á otros se expuso á desgraciarse con el Emperador; á cuya gloria es indiferente que él lo ejecutase, ó ejecutado por otro, lo tuviese á bien. Ammiano Marcelino, lib. xx1, es el que dice: Ne insidiatoribus cognitis, invitus quosdam habere posset offensos.

propio de la jurisdicción municipal. Poco duró el enfado: no le sufrió el corazón ver la grande aflicción de aquella ciudad, y contentándose con las señales que dió de arrepentimiento y sumisión, la restituyó sus privilegios, la visitó y consoló como á las otras. En todas se dejaba ver en los templos, escuelas, casas de Ayuntamiento y otros parajes públicos, prestándose afablemente para que todos le pudiesen ver y hablar, granjeándose con tan repetidas demostraciones de magnificencia y piedad el afecto y estimación general del pueblo. Por estos caminos reinaba M. Aurelio en los corazones de sus vasallos; y era tan respetado en las más remotas provincias del Imperio como en la misma capital de Roma. ¡Tal es la fuerza de la justicia y equidad de los reinantes! Estando en Siria le cortejaron algunos reyes de Oriente; y el de los Partos le envió una embajada. Marco los recibió muy cortésmente; renovó con todos los tratados antiguos, y se hizo amar de eus vecinos y aliados, como de sus propios vasallos, dejando en todas partes vestigios de una filosofía fecunda, no en discursos alambicados, sino en obras realmente convenientes á la humana sociedad.

Por este tiempo perdió á su esposa Faustina, de mal improviso y repentino, que la sobrevino en una aldea de Capadocia, á las faldas del Tauro, por nombre Halala. Sus costumbres no fueron tan aplaudidas ni correspondientes á la austeridad con que M. Aurelio se conducía en sus acciones privadas y públicas. En el Capitolio[22] se conserva todavía un[22] Memorias de Trevoux, Junio de 1751, art. 74, fragmento de arco triunfal de M. Aurelio, en que se representa la apoteosis de Faustina.

Marco Aurelio pidió esta distinción de Faustina al Senado, el cual añadió á la apoteosis estatua de oro en el sitio principal del teatro que ella ocupaba viva, debiendo concurrir allí en su memoria las matronas romanas; y además acordó que se la erigiesen estatuas de plata en el templo de Venus, y una ara, en que sacrificasen los que se desposaban.

En el pueblo de su muerte fundó el Emperador una colonia, llamada Faustinópolis, con templo, que después fué dedicado á Heliogábalo. En el primer libro de sus reflexiones alaba M, Aurelio las prendas de Faustina, su esposa, dando un ejemplo de la atención que los hombres deben al decoro del matrimonio, por más que algunos disgustos domésticos pudiesen alterar otro ánimo menos filosófico. Fabia, hermana de Lucio Vero, ansió ciegamente suceder á Faustina. Marco no quiso dar madrastra á sus hijos, permitiéndose otros ensanches no reprobados en el paganismo. De Siria pasó Marco á Egipto[23], y en Alejandría se familiarizó con aquellos ciudadanos, viviendo como uno de ellos, y como filósofo más que como emperador.

En Pelusio suprimió las licenciosas fiestas de Se- [23] Mr. DAcier le lleva primero á Egipto y después á Siria; á nosotros nos pareció más arreglado el orden que seguimos. Más disonante nos parece el empeño del mismo escritor en impugnar lo que dice Capitolino (cap. xXIx) de la concubina de Marco Aurelio. Esto de tomar los autores á medias, dándoles fe en lo que nos acomoda y negándosela en lo que se impone á nuestras ideas, no no8 parece conforme á las leyes de la historia y de la sana critica.

SOLILOQUIOS.

LI rapis, permitiendo solamente á los sacerdotes hacer sus funciones sin algazara ni romería. En el poco tiempo que se detuvo en Esmirna, distinguió singularmente al orador Arístides, y le oyó la elegante oración en alabanza de la misma ciudad, que todavía se conserva, y para la cual juiciosamente pidió tiempo el orador, desaprobando á los que faltan al respeto al auditorio hablando de repente y sin prepararse. De allí vino á Atenas, donde fué iniciado en los misterios de Ceres Eleusina. Concedió á la ciu dad muchos privilegios útiles y honorificos, dotando cátedras para las ciencias. En la vuelta á Italia padeció una borrasca, pero á pesar de ella entró felizmente en el puerto de Brindis, donde él y su corte soltaron la armadura y se vistieron de paz. Llegado á Roma con la gloria de vencedor de Germania y pacificador del Oriente, triunfó con su hijo Cómodo el 23 de Diciembre del año de Cristo 176, 927 de Roma. Al triunfo se siguieron juegos y espectáculos suntuosos; ocho monedas de oro repartidas á cada ciudadano. Casi dos años parece que se detuvo en Roma, reformando abusos, mejorando el gobierno y filosofando en el retiro de Lavinio. En 177 asoció en el imperio á Cómodo, apellidándolo augusto y padre de la patria, desposándole el año siguiente con Crispina, hija de Bruttio Presente, varón consular.

Creía el buen padre que esta elevación alejaría á Cómodo de las bajezas de sus costumbres sórdidas, habiendo mostrado desde su tierna edad inclinaciones impropias de su alta cuna y de la dignidad imperial á que estaba destinado: justador, bailarín, cantor, gladiador y comediante, jamás se aprovechó de las lecciones de los excelentes maestros que su padre le había señalado. La crueldad empezó en él desde la edad de doce años: no encontrando el baño caliente, mandó arrojar en un horno encendido al que tenía ese cuidado. Juliano fué de opinión que en tales circunstancias M. Aurelio debió desheredar al hijo y nombrar por sucesor al yerno, por ser providencia más conveniente á la seguridad propia.

Muy lejos estaba M. Aurelio de semejante rigor; antes con su blandura y disimulo dió lugar á que acabase Cómodo de pervertirse. Ensoberbecido con los nuevos honores, apartó de sí á los virtuosos fieles consejeros, puestos por su padre, y buscó gentes sin decoro que fomentasen sus vicios. Echólas de palacio Marco, pero fueron tales el sentimiento del hijo yla flaqueza del padre, que se las restituyó, y con eso acabó de soltar la rienda á las pasiones, especialmente á las del vino, juego y lascivia, escandalizando á Roma y profanando el Palacio, dentro del cual hizo alguna vez de gladiador y cochero. No fué ésta la única adversidad que trabajó los últimos años de Marco Aurelio.

En el de Cristo 178 retoñó la guerra de Alemania, que no había sido terminada radicalmente. A detener el ímpetu de los bárbaros se adelantan Pertinaz y los dos Quintilios, tan célebres por su valor y pericia militar como por su fraternal unión. Siguelos el Emperador con su hijo Cómodo á 5 de Agosto del mismo año. Dió el mando del ejército á Paterno, que derrotó completamente al enemigo en una función que duró todo el día; y de resulta de ela los soldados aclamaron general á Marco Aurelio por y última vez. Otros generales consiguieron también décima grandes ventajas, á saber: Pertinaz en la Mesia y en la Dacia, y otros en varias provincias.

Con sucesos tan favorables, el Emperador consintió en poner fin á la guerra, domando de una vez aquellas belicosas naciones. Estorbóselo la muerte, que le asaltó en Viena de Austria antes de cumplir los dos años de campaña. Quién la atribuye á traición de los médicos, ganados por Cómodo[24], impaciente de reinar; quién á resolución de Marco, por la vergüenza y dolor que le causaba el desarreglado porte de su hijo, y quién más sencilla y verosímilmente á efecto de la peste que había contagiado al ejército.

A los seis días de enfermedad procuró con una paternal amonestación abrir los ojos á su hijo, y ponerle en el verdadero camino de una vida racional y un gobierno justo. Hízole llamar á su cama en compañía de los mejores amigos y consejeros más fieles, y apoyándose sobre el codo les dijo en sus- [24] Mr. DAcier, pro suo etiam in malos æquiori ingenio, como nota Estanhope, defiende á Cómodo; y para eso recurre á Herodiano, según el cual Cómodo no se dejó dominar de los vicios hasta después de la muerte de su padre, y se desentiende de lo que expresamente dice Capitolino, que Marco al morir aplicó á su hijo la sentencia de Filipo de Macedonia acerca de Alejandro en sentido bien diferente, esto es, que todo el Imperio no bastaría para saciar los vicios y liviandades de Comodo. El misno historiador dice (cap. XXVII) que á Marco Aurelio no le pesaba de morir y perder de vista al hijo: Nam jam Commodus turpem se, et cruentum ostentabat. Y poco después: Fertur, illum mori voluisse, cum filium talem videret futurum, qualis extitit post ejus mortem; ne, ut ipse dicebat, similis Neroni, Caligulæ, et Domitiano esset. Y Dión refiere su respuesta al tribuno que le pedia la palabra : Abi ad orientem: ego enim jam ad occasum commeo.

tancia, según lo refiere en su historia Herodiano: « Amigos míos, no es maravilla que os enternezca mi estado, porque es natural al hombre compadecer á su semejante, y más si le ve por sus ojos padecer.

Más me prometo yo de vuestro afecto; y el que os profeso me es fiador de vuestra reciproca amistad.

Ha llegado el tiempo, para mí, de coger el fruto de los beneficios de que en tantos años os he colmado, para vosotros, de mostrar hasta dónde se extiende vuestro, agradecimiento. Mi hijo os necesita: vosotros me le habéis criado hasta ahora, y no podéis dejar de conocer á cuántos peligros queda expuesta su mocedad, que con razón se puede comparar á la agitación de las olas embravecidas; y asi, necesita en ella de pilotos diestros que le gobiernen con prudencia y no permitan que su inexperiencia le precipite en los escollos que le rodean, y le arrastren hasta sumergirle las corrientes halagüeñas de los vicios. Moderadle, dirigidle con vuestros consejos; portaos de manera que en vosotros encuentre otros tantos padres por uno que la muerte le arrebata.

Porque has de saber, hijo mío, que no hay riquezas que puedan henchir el abismo insondable de la tiranía; no hay guardia tan numerosa que asegure la vida de un príncipe descuidado en granjearse el amor de sus vasallos. Los acreedores á gozar larga y felizmente de la soberanía son los que se esmeran, no en espantar con la crueldad, y sí en apoderarse de las voluntades por medio de la afición que labondad del que manda inspira á los que obedecen.

En quien te has de fiar no es en esclavos sujetos por necesidad, y sí en ciudadanos bien inclinados, que la benevolencia cautiva, que obran por afecto y no por adulación; cuya lealtad es tan inalterable como los principios en que se funda. Ánimos asi dispuestos jamás intentan sacudir el yugo, á no ser que el príncipe con su arrogancia y dureza excite en ellos tan mal pensamiento. Pára mientes, hijo mío, y reflexiona que es sumamente arduo poner coto á las pasiones, cuando no le tiene el poder de satisfacerlas. Tales son, amigos míos, las lecciones que á mi hijo convienen: repetídselas con frecuencia; que así tendréis en él un manantial de felicidad privada vuestra, y pública de todo el Imperio, y á mí me corresponderéis con usuras, obligando mi memoria y haciéndola inmortal. » Avisos tan cuerdos como inútiles! á los cuales no sobrevivió M. Aurelio más que un día y una noche, espirando á 17 de Marzo del año de Cristo 180, de Roma 931, en los cincuenta y ocho[25], diez meses y veintidós días de su edad.

El sentimiento causado por su muerte fué tan sincero como universal.

[25] Capitolino, citado por Gatakero, le da sesenta y uno, de cuyo dictamen es Eusebio, alegado por Pedro Mexía, que fija la muerte de Marco á los 182 del Señor; pero nosotros seguimos á Dión, con quien se conforma Sexto Aurelio. Por lo demás, Capitolino es á quien principalmente ha de acudir el que quiera más noticias de M. Aurelio. Los otros autores antiguos que se pueden consultar son Xiphilino (tomándolo de Dión), Herodiano traducido por Angelo Policiano, Vulcacio Galicano, Esparciano, Paulo Orosio, Eutropio, Jornandes ó Jordano, San Isidro, y entre los moderuos Tillemont en sus Memorias para la Historia de los Emperadores, Guillermo Wotton en la Historia romana desde la mnerte de Antonino hasta la de Alejandro Severo, DAcier, Gatakero, Crevier (á quien nosotros seguimos casi en todo) en el tomo vIi de su Historia de los Emperadores, Mr. de Servies en su Historia de las Emperatrices, y el Abad de Condillac en el lib, xIv, caps. iv y v de la Historia antigua.

El Senado y el pueblo por aclamación y sin deliberar le publicaron por dios y le reverenciaron como á tal; lo que después se confirmó por un decreto que comprendía todos los honores humanos y divinos: arco triunfal, estatua de oro en el Senado, templo, altar, sacerdotes; no por costumbre, como sucedía con sus antecesores, sino por una persuasión tan intima de su inocencia y santidad de vida, que pasaría por impio, según afirma Capitolino, el que entre sus dioses caseros no tuviese alguna imagen de M. Aurelio; y Diocleciano, más de un siglo después, se preciaba de contarle entre sus principales divinidades. Prueba de esta persuasión es lo acaecido en Roma el día de sus honras, que se celebraron con demostraciones del mayor júbilo, juzgando todos que no se debía llorar á quien suponían colocado entre los dioses. Del mismo autor es la reflexión de haber sido tal la virtud de M. Aurelio, que no bastaron á empañarla las costumbres de Cómodo ni las de Faustina; consistiendo la gloria de nuestro Emperador en que, reinando él, no se echase de menos á su padre Antonino Pio.

Marco Aurelio usó de la razón de tal modo, que siendo austero en sus costumbres personales, siguió la filosofia para templar sus pasiones y hacer felices á los pueblos que la Providencia habia puesto bajo su mando, ó por mejor decir, había encomendado á su patrocinio. ¡Qué senda tan propia para asegurarse Cómodo en el Imperio, si con él hubiera heredado é imitado las virtudes de Marco su padre y antecesor! Habria sido completa la sabiduría de M. Aurelio si á ella hubiese unido el conocimiento de los dogmas de la religión cristiana.



  1. Itálica, colonia romana, fundada por Escipión, que dejó en ella á los soldados de su ejército imposibilitados de continuar el servicio. Uno de éstos, ascendiente de Trajano, era de la familia Ulpia.
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