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Su vida (Santa Teresa de Jesús)/Capítulo I

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPITULO PRIMERO

En que trata cómo comenzó el Señor á despertar esta alma en su niñez á cosas virtuosas, y la ayuda que es para esto serlo los padres.

El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastára, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecia, para ser buena. Era mi padre aficionado á leer buenos libros, y ansí los tenia de romance para que leyesen sus hijos. Estos, con el cuidado que mi madre tenia de hacernos rezar, y ponernos en ser devotos de Nuestra Señora y de algunos Santos, comenzó á despertarme, de edad, á mi parecer, de seis ú siete años. Ayudábame no ver en mis padres favor sino para la virtud. Tenian muchas. Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piadad[1] con los enfermos, y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los habia gran piadad; y estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como á sus hijos; decia, que de que no era libre, no lo podia sufrir de piadad. Era de gran verdad, jamás nadie le oyó jurar ni murmurar. Muy honesto en gran manera.

Mi madre tambien tenia muchas virtudes, y pasó la vida con grandes enfermedades. Grandísima honestidad: con ser de harta hermosura, jamás se entendió que diese ocasion á que ella hacia caso de ella; porque con morir de treinta y tres años, ya su traje era como de persona de mucha edad; muy apacible y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el tiempo que vivió; murió muy cristianamente. Eramos tres hermanas y nueve hermanos; todos parecieron á sus padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, sino fuí yo, aunque era la mas querida de mi padre; y antes que comenzase á ofender á Dios, parece tenia alguna razon, porque yo he lástima, cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que, el Señor me habia dado, y cuán mal me supe aprovechar de ellas. Pues mis hermanos ninguna cosa me desayudaban á servir á Dios.

Tenia uno casi de mi edad[2], juntábamonos entramos á leer vidas de santos, que era el que yo mas queria, aunque á todos tenia gran amor y ellos á mí; como vía los martirios, que por Dios los santos pasaban, pareciame compraban muy barato el ir á gozar de Dios, y deseaba yo mucho morir ansí, no por amor que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes que leia haber en el cielo y juntábame con este mi hermano á tratar qué medio habria para esto.

Concertábamos irnos á tierra de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen, y paréceme que nos daba el Señor ánimo en tan tierna edad, si viéramos algun medio, sino que el tener padres nos parecia el mayor embarazo. Espantábanos mucho el decir, que pena y gloria era para siempre en lo que leiamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto; y gustábamos de decir muchas veces, para siempre, siempre, siempre. En pronunciar esto mucho rato, era el Señor servido, me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad. De que vi que era imposible ir adonde me matasen por Dios, ordenábamos ser ermitaños, y en una huerta que habia en casa procurábamos, como podiamos, hacer ermitas, poniendo unas pedrecillas, que luego se nos caian, y ansí no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo; que ahora me pone devocion ver cómo me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa. Hacia limosna como podia poco.

Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre era muy devota, y ansí nos hacia serlo. Gustaba mucho, cuando jugaba con otras niñas, hacer monesterios, como que éramos monjas; y yo me parece deseaba serlo, aunque no tanto como las cosas que he dicho.

Acuérdome que cuando murió mi madre, quedé yo de edad de doce años poco menos: como yo comencé á entender lo que habia perdido, afligida fuíme á una imágen de Nuestra Señora, y supliquéla fuese mi madre con muchas lágrimas. Paréceme que aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado á esta Vírgen soberana en cuanto me he encomendado á ella, y en fin me ha tornado á sí. Fatígame ahora ver y pensar en qué estuvo el no haber yo estado entera en los buenos deseos que comencé. ¡Oh Señor mio! pues parece teneis determinado que me salve, plega á vuestra Majestad sea ansí; y de hacerme tantas mercedes como me habeis hecho, ¿no tuviérades por bien, no por mi ganancia, sino por vuestro acatamiento, que no se ensuciara tanto posada, adonde tan continuo habíades de morar?

Fatigame, Señor, aun decir esto, porque sé que fué mia toda la culpa; porque no me parece os quedó á vos nada por hacer, para que desde esta edad no fuera toda vuestra. Cuando voy á quejarme de mis padres tampoco puedo, porque no via en ellos sino todo bien, y cuidado de mi bien.

Pues pasando de esta edad, que comencé á entender las gracias de naturaleza, que el Señor me habia dado, que segun decian eran muchas, cuando por ellas le habia de dar gracias, de todas me comencé á ayudar para ofenderle, como ahora diré.


  1. Confrontada esta palabra con el original, en el Escorial, se encuentra que tanto aquí como en otros pasages, dice claramente piadad.
  2. Supónese que este era su hermano Rodrigo,