Ir al contenido

Su vida (Santa Teresa de Jesús)/Capítulo IX

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPITULO IX

Trata por qué término comenzó el Señor á despertar su alma y darle luz en tan grandes tinieblas, y á fortalecer sus virtudes para no ofenderle.

Pues ya andaba mi alma cansada, y, aunque queria, no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenia. Acaecióme, que entrando un dia en el oratorio, vi una imágen que habian traido allí á guardar, que se habia buscado para cierta fiesta que se hacia en casa. Era de Cristo muy llagado, y tan devota, que en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fué tanto lo que sentí de lo mal que habia agradecido aquellas llagas, que el corazon me parece se me partia; y arrojéme cabe él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez, para no ofenderle.

Era yo muy devota de la gloriosa Madalena, y muy muchas veces pensaba en su conversion, en especial cuando comulgaba; que, como sabia estaba allí cierto el Señor dentro de mí, poníame á sus piés, pareciéndome no eran de desechar mis lágrimas; y no sabia lo que decia, que harto hacia quien por sí me las consentia derramar, pues tan presto se me olvidaba aquel sentimiento; y encomendábame á aquella gloriosa santa para que me alcanzase perdon.

Mas esta postrera vez, desta imágen que digo, me parece me aprovechó mas; porque estaba ya muy desconfiada de mí, y ponia toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces, que no me habia de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo cierto me aprovechó, porque fuí mijorando mucho desde entonces. Tenia este modo de oracion, que como no podia discurrir con el entendimiento, procuraba representar á Cristo dentro de mí, y hallábame mijor, á mi parecer, de las partes adonde le via mas solo. Parecíame á mí, que estando solo y afligido, como persona necesitada, me había de admitir á mí. Destas simplicidades tenia muchas; en especial me hallaba muy bien en la oracion del huerto, alli era mi acompañarle. Pensaba en aquel sudor y aflecion que alli habia tenido: si podia, deseaba limpiarle aquel tan penoso sudor; mas acuérdomeque jamás osaba determinarme á hacerlo, como se me representaban mis pecados tan graves. Estábame allí lo mas que me dejaban mis pensamientos con él, porque eran muchos los que me atormentaban. Muchos años las mas noches, antes que me durmiese, cuando para dormir me encomendaba á Dios, sienpre pensaba un poco en este paso de la oracion del huerto, aun desde que no era monja, porque me dijeron se ganaban muchos perdones: y tengo para mí, que por aquí ganó muy mucho mi alma, porque comencé á tener oracion, sin saber qué era; y ya la costumbre tan ordinaria me hacia no dejar esto, como el no dejar de santiguarme para dormir.

Pues tornando á lo que decia del tormento, que me daban los pensamientos, esto tiene este modo de proceder sin discurso de entendimiento, que el alma ha de estar muy ganada, ú perdida, digo perdida la consideracion; en aprovechando, aprovecha mucho, porque es en amar. Mas para llegar aquí es muy á su costa, salvo á personas que quiere el Señor muy en breve llegarlas á oracion de quietud, que yo conozco algunas: para las que van por aquí, es bueno un libro para presto recogerse. Aprovechábame á mí tambien ver campos, agua, flores: en estas cosas hallaba yo memoria del Criador, digo, que me despertaban y recogian, y servian de libro, y en mi ingratitud y pecados.

En cosas del cielo, ni en cosas subidas, era mi entendimiento tan grosero, que jamás por jamás las pude imaginar, hasta que por otro modo el Señor me las representó.

Tenia tan poca habilidad para con el entendimiento representar cosas, que si no era lo que veia, no me aprovechaba nada de mi imaginacion; como hacen otras personas, que pueden hacer representaciones adonde se recogen. Yo solo podia pensar en Cristo como honbre; mas es ansí, que jamás le pude representar en mí, por mas que leia su hermosura, y via imágenes, sino como quien está ciego ú ascuras, que aunque habla con alguna persona, y ve que está con ella, porque sabe cierto que está allí, digo que entiende y cree que está allí, mas no la ve. De esta manera me acaecia á mí, cuando pensaba en nuestro Señor. A esta causa era tan amiga de imágines. ¡Desventurados de los que por su culpa pierden este bien! Bien parece que no aman al Señor, porque si le amaran holgáranse de ver su retrato, como acá aun da contento ver el de quien se quiere bien.

En este tiempo me dieron las Confesiones de san Agustin, que parece el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré, ni nunca las habia visto. Yo soy muy aficionada á san Agustin, porque el monesterio adonde estuve seglar era de su orden; y tambien por haber sido pecador, que de los santos, que despues de serlo el Señor tornó á sí, hallaba yo mucho consuelo, pareciendome en ellos habia de hallar ayuda, y que, como los habia el Señor perdonado, podia hacer á mí; salvo que una cosa me desconsolaba, como he dicho, que á ellos solo una vez los habia el Señor llamado, y no tornaban á caer, y á mí eran ya tantas, que esto me fatigaba; mas considerando en el amor que me tenia tornaba á animarme, que de su misericordia jamás desconfié, de mí muchas veces.

¡Oh, válame Dios, cómo me espanta la reciedumbre que tuvo mi alma, con tener tantas ayudas de Dios! Háceme estar temérosa lo poco que podía conmigo, y cuán atada me veia, para no determinar á darme del todo á Dios. Como comencé á leer las Confesiones, paréceme me via yo allí: comencé á encomendarme mucho á este glorioso santo.

Cuando llegué á su conversion, y leí cómo oyó aquella voz en el Huerto, no me parece sino que el Señor me la dió á mí, segun sintió mi corazon: estuve por gran rato que toda me deshacia en lágrimas, y entre mí mesma con gran aflecion y fatiga. ¡Oh, qué sufre un alma, válame Dios, por perder la libertad, que habia de tener de ser señora, y qué de tormentos padece! Yo me admiro ahora, cómo podia vivir en tanto tormento; sea Dios alabado, que me dió vida para salir de muerte tan mortal: paréceme, que ganó grandes fuerzas mi alma de la divina Majestad, y que debia oir mis clamores y haber lástima de tantas lágrimas.

Comenzóme á crecer la afecion de estar mas tienpo con El, y á quitarme de los ojos las ocasiones, porque quitadas, luego me volvia á amar á su Majestad; que bien entendía yo, á mi parecer, amaba, mas no entendia en qué está el amar de veras á Dios, como lo habia de entender. No me parece acababa yo de disponerme á quererle servir, cuando su Majestad me comenzaba á tornar á regalar.

No parece, sino que lo que otros procuran con gran trabajo adquirir, granjeaba el Señor conmigo, que yo lo quisiese recibir, que era, ya en estos postreros años darme gustos y regalos. Suplicar yo me los diese, ni ternura de devocion, jamás á ello me atreví: splo le pedia me diese gracia para que no le ofendiese, y me perdonase mis grandes pecados.

Como los via tan grandes, aun desear regalos ni gusto, nunca de advertencia osaba: harto me parece hacia su piedad, y con verdad hacia mucha misericordia conmigo, en consentirme delante de sí y traerme á su presencia, que via yo, si tanto él no lo procurara, no viniera. Solo una vez en mi vida me acuerdo pedirle gustos, estando con mucha sequedad; y como advertí lo que hacia, quedé tan confusa, que la mesma fatiga de verme tan poco humilde, me dió lo que me habia atrevido á pedir.

Bien sabia yo era lícito pedirlo, mas parecíame á mí, que lo es á los que están dispuestos, con haber procurado lo que es verdadera devocion con todas sus fuerzas, que es no ofender á Dios, y estar dispuestos y determinados para todo bien. Parecíame, que aquellas mis lágrimas eran mujeriles, y sin fuerza, pues no alcanzaba con ellas lo que deseaba.

Pues, con todo, creo me valieron; porque como digo, en especial despues de estas dos veces de tan gran compuncion de ellas y fatiga de mi corazon, comencé mas á darme á oracion, y á tratar menos en cosas que me dañasen; aunque aun no las dejaba del todo, sino como digo, fuéme ayudando Dios á desviarme: como no estaba su Majestad esperando sino algun aparejo en mí, fueron creciendo las mercedes espirituales de la manera que diré: Cosa no usada darlas el Señor, sino á los que están en mas limpieza de conciencia.