Su vida (Santa Teresa de Jesús)/Capítulo XXVII
CAPITULO XXVII
Pues tornando á el discurso de mi vida, yo estaba con esta aflicion de penas, y con grandes oraciones, como he dicho que se hacian, porque el Señor me llevase por otro camino, que fuese mas siguro, pues este me decian era tan sospechoso. Verdad es, que aunque yo le suplicaba á Dios, por mucho que queria desear otro camino, como via tan mijorada mi alma (sino era alguna vez, cuando estaba muy fatigada de las cosas que me decian, y miedos que me ponian) no era en mi mano desearlo, aunque siempre lo pedia.
Yo me via otra en todo: no podia, sino poníame en las manos de Dios, que él sabia lo que me convenia, que cumpliese en mí lo que era su voluntad en todo. Via que por este camino le llevaba para el cielo, y que antes iba á el infierno: que habia de desear esto, ni creer que era demonio, no me podia forzar á mí, aunque hacia cuanto podia por creerlo y desearlo: mas no era en mi mano.
Ofrecia lo que hacia, si era alguna buena obra, por eso. Tomaba santos devotos, porque me librasen del demonio. Andaba novenas, encomendábame á san Hilarion, y á san Miguel angel, con quien por esto tomé nuevamente devocion; y á otros muchos santos importunaba mostrase el Señor la verdad, digo que lo acabasen con su Majestad. A cabo de dos años, que andaba con toda esta oracion mía, y de otras personas, para lo dicho, ó que el Señor me llevase por otro camino ú declarase la verdad (porque eran muy continas las hablas, que he dicho me hacia el Señor) me acaeció esto.
Estando un dia del glorioso san Pedro en oracion, vi cabe mí, ú sentí, por mejor decir, que con los ojos del cuerpo, ni del alma no ví nada, mas parecióme estaba junto cabe mi Cristo, y via ser El el que me hablaba, á mí parecer. Yo como estaba inorantísima de que podia haber semejante vision, dióme gran temor á el principio, y no hacia sino llorar, aunque en diciéndome una palabra sola de asigurarme, quedaba, como solia, quieta y con regalo y sin ningun temor. Parecíame andar siempre al lado Jesucristo; y como no era vision imaginaria, no via en que forma: mas estar siempre á mi lado derecho sentíalo muy claro, y que era testigo de todo lo que yo hacia, y que ninguna vez que me recogiese un poco, ó no estuviese muy divertida, podia inorar que estaba cabe mí.
Luego fuí á mi confesor harto fatigado á decírselo. Preguntóme, que ¿en qué forma le via? Yo le dije que no le via. Díjome, que ¿cómo sabia yo que era Cristo? Yo le dije, que no sabia cómo mas que no podia dejar de entender que estaba cabe mí, y le via claro, y sentia, y que el recogimiento del alma era muy mayor en oracion de quietud y muy contina, y los efetos que eran muy otros que solia tener, y que era cosa muy clara. No hacia sino poner comparaciones para darme á entender; y cierto para esta manera de vision, á mi parecer, no la hay que mucho cuadre: que ansí como es de las mas subidas, sigun despues me dijo un santo hombre y de gran espíritu, llamado fray Pedro de Alcántara, de quien despues haré mas mencion, y me han dicho otros letrados grandes, y que es adonde menos se puede entremeter el demonio, de todas; ansí no, hay términos para decirla acá las que poco sabemos, que los letrados mejor lo daran á entender.
Porque si digo, que con los ojos del cuerpo ni del alma, no le veo, porque no es imaginaria vision, ¿cómo entiendo y me afirmo con mas claridad, que está cabe mí, que si lo viese? Porque parecer, que es como una persona que está á escuras, que no ve á otra que está cabe ella, ó si es ciega, no va bien: alguna semejanza tiene, mas no mucha, porque siente con los sentidos, ú la oye hablar, ú menear, ú la toca. Acá no hay nada de esto, ni se ve escuridad, sino que se representa por una noticia al alma, mas clara que el sol.
No digo que se ve sol, ni claridad, sino una luz.
que sin ver luz alumbra el entendimiento; para que goce el alma tan gran bien. Tray consigo grandes bienes.
No es como una presencia de Dios, que se siente muchas veces, en especial los que tienen oracion de union y quietud; que parece en queriendo comenzar á. tener oracion, hallamos con quien hablar, y parece entendemos nos oye por los efectos y sentimientos espirituales, que sentimos, de gran amor y feé, y otras determinaciones con ternura. Esta gran merced es de Dios, y téngalo en mucho á quien lo ha dado; porque es muy subida oracion, mas no es vision, que entiéndese que está allí Dios, por los efetos que, como digo hace á el alma, que por aquel modo quiere su Majestad darse á sentir: acá vése claro, que está aquí Jesucristo, Hijo de la Virgen. En esta otra manera de oracion represéntanse unas influencias de la Divinidad: aquí junto con estas se ve nos acompaña, y quiere hacer mercedes tambien la Humanidad sacratísima. Pues preguntóme el confesor, ¿quién dijo que era Jesucristo? El me lo dice muchas veces, respondí yo: mas antes que me lo dijese, se emprimió en mi entendimiento que era El, y antes de esto me lo decia, y no le via. Si una persona que yo nunca hubiese visto, sino oido nuevas de ella, me viniese á hablar estando ciega, ó en gran escuridad, y me dijese quien era, creerlo hia, mas no tan determinadamente lo podria afirmar ser aquella persona, como si la hubiera visto. Acá sí, que sin verse se imprime con una noticia tan clara, que no parece se puede dudar; que quiere el Señor esté tan esculpida en el entend miento, que no se puede dudar mas, que lo que se ve, ni tanto; porque en esto algunas veces nos queda sospecha, si se nos antojó: acá aunque de presto dé esta sospecha, queda por una parte gran certidumbre, que no tiene fuerza la duda. Ansí es tambien en otra manera, que Dios enseña el alma, y la habla sin hablar, de la manera que queda dicha.
Es un lenguaje tan del cielo, que acá se puede mal dar á entender, aunque mas queramos decir, si el Señor por espiriencia no lo enseña. Pone el Señor lo que quiere que el alma entienda, en lo muy interior del alma, y allí lo representa sin imágen, ni forma de palabras, sino á manera de esta vision que queda dicha. Y nótese mucho esta manera de hacer Dios, que entiende el alma lo que El quiere, y grandes verdades y misterios; porque muchas veces lo que entiendo, cuando el Señor me declara alguna vision que quiere su Majestad representarme, es ansí; y paréceme que es adonde el demonio se puede entremeter menos, por estas razones: si ellas no son buenas yo me debo engañar. Es una cosa tan de espíritu esta manera de vision y de lenguaje, que ningun bullicio hay en las potencias, ni en los sentidos, á mi parecer, por donde el demonio pueda sacar nada.
Esto es alguna vez y con brevedad, que otras bien me parece á mí que no están suspendidas las potencias, ni quitados los sentidos, sino muy en sí, que no es siempre esto en contemplacion, antes muy pocas veces: mas estas que son, digo, que no obramos nosotros nada, ni hacemos nada; todo parece obra del Señor. Es como cuando ya está puesto el manjar en el estómago sin comerle, ni saber nosotros cómo se puso allí, mas entiende bien que está. Aunque aquí no se entiende el manjar que es, ni quien lo puso, acá sí; mas como se puso no lo sé, que ni se vió, ni se entiende, ni jamás se había movido á desearlo, ni habia venido á mi noticia que esto podía ser.
En la habla, que hemos dicho antes, hace Dios al entendimiento que advierta, aunque le pese, á entender lo que se dice; que allá parece tiene el alma otros oidos con que oye, y que la hace escuchar, y que no se divierta; como á uno que oyese bien, y no le consintiesen atapar los oidos, y le hablasen junto á voces, aunque no quisiese lo oiria. Y en fin algo hace, pues está atento á entender lo que le hablan: acá ninguna cosa, que aun este poco que es solo escuchar, que hacia en lo pasado, se le quita. Todo lo halla guisado y comido, no hay mas que hacer de gozar; como uno que sin deprender, ni haber trabajado nada para saber leer, n tampoco hubiese estudiado nada, hallase toda la ciencia sabida ya en sí, sin saber cómo, ni dónde, pues aun nunca habia trabajado, aun para deprender el abece. Esta comparacion postrera me declara algo de este don celestial; porque se ve el alma en un punto sabia, y tan declarado el misterio de la Santísima Trinidad, y de otras cosas muy subidas, que no hay teólogo con quien no se atreviese á disputar la verdad de estas grandezas. Quédase tan espantada, que basta una merced de estas para trocar toda un alma, y hacerla no amar cosa sino á quien ve, que, sin trabajo ninguno suyo, la hace capaz de tan grandes bienes, y le comunica secretos, y trata con ella con tanta amistad y amor, que no se sufre escribir. Porque hace algunas mercedes, que consigo train la sospecha, por ser de tanta admiracion, y hechas á quien tampoco las ha merecido, que si no hay muy viva fee, no se podrán creer: y ansí yo pienso decir pocas de las que el Señor me ha hecho á mí, si no me mandaren otra cosa, sino son algunas visiones, que pueden para alguna cosa aprovechar, ó para que, á quien el Señor las diere, no se espante, parecióndole imposible, como hacia yo; ó para declararle el modo ú camino por donde el Señor me ha llevado, que es lo que me mandan escribir.
Pues tornando á esta manera de entender, lo que me parece es, que quiere el Señor de todas maneras tenga esta alma alguna noticia de lo que pasa en el cielo: y paréceme á mí, que ansí como allá sin hablar se entiende (lo que yo nunca supe cierto es ansí, hasta que el Señor por su bondad quiso que lo viese, y me lo mostró en un arrobamiento) ansí es acá, que se entienden Dios y el alma, con solo querer su Majestad que lo entienda, sin otro artificio, para darse á entender
el amor que se tienen estos dos amigos. Como acá si dos personas se quieren mucho, y tienen buen entendimiento, aun sin señas parece que se entienden con solo mirarse. Esto debe ser aquí, que sin ver nosotros, como de hito en hito se miran estos dos amantes, como lo dice el Esposo á la Esposa en los Cantares: á lo que creo, hélo oido que es aquí.
¡Oh benignidad admirable de Dios, que ansí os dejais mirar de unos ojos, que tan mal han mirado, como los de mi alma! Queden ya Señor de esta vista acostumbrados en no mirar cosas bajas, ni que les contente ninguna, fuera de vos. ¡Oh ingratitud de los mortales! ¿Hasta cuándo ha de llegar? Que sé yo por espiriencia, que es verdad esto que digo, y que es lo menos de lo que vos haceis con una alma que traeis á tales términos, lo que se puede decir. O almas que habeis comenzado á tener oracion, y las que teneis verdadera fee, ¿qué bienes podeis buscar, aun en esta vida (dejemos lo que se gana para sin fin) que sea como el menor de estos? Mirá, que es ansí cierto, que se da Dios á sí, á los que todo lo dejan por El. No es acetador de personas, á todas ama: no tiene nadie escusa, por rui que sea, pues ansí lo hace conmigo, trayéndome á tal estado. Mirá, que no es cifra lo que digo de lo que se puede decir, solo va dicho lo que es menester, para darse á entender esta manera de vision y merced, que hace Dios á el alma; mas no puedo decir lo que se siente, cuando el Señor la da á entender secretos y grandezas suyas, el deleite tan sobre cuantos acá se pueden entender, que bien con razon hace aborrecer los deleites de la vida, que son basura todos juntos. Es asco traerlos á ninguna comparacion aquí, aunque sea para gozarlos sin fin. Y de estos ¿qué da el Señor? sola una gota de agua del gran rio caudaloso, que nos está aparejado.
Vergüenza es, y yo cierto la he de mí, y si pudiera haber afrenta en el cielo, con razon estuviera yo allá mas afrentada. ¿Por qué hemos de querer tantos bienes, y deleites, y gloria para sin fin, todos á costa del buen Jesus? ¿No llorarémos siquiera con las hijas de Jerusalen, ya que no le ayudemos á llevar la cruz con el Cirineo? Qué ¿con placeres y pasatiempos hemos de gozar lo que él nos ganó á costa de tanta sangre? Es imposible. ¿Y con honras vanas pensamos remediar un desprecio, como El sufrió, para que nosotros reinemos para siempre? No lleva camino. Errado, errado va el camino, nunca llegarémos allá. Dé voces vuesa merced en decir estas verdades, pues Dios me quitó á mí esta libertad. A mí me las querria dar siempre, y oyóme tan tarde, y entendí á Dios, como se verá por lo escrito, que me es gran confusion hablar en esto, y ansí quiero callar: solo diré lo que algunas veces considero. Plega al Señoo me traiga á términos, que yo pueda gozar de esr bien. ¿Qué gloria accidental será, y que contentt de los bienaventurados, que ya gozan de estoe cuando vieren, que aunque tarde, no les quedó, cosa por hacer por Dios de las que les fué posible, ni dejaron cosa por darle de todas las maneras que pudieron, conforme á sus fuerzas y estado, y el que mas, mas? ¡Qué rico se hallará, el que todas las riquezas dejó por Cristo! ¡Qué honrado, el que no quiso honra por El, sino que gustaba de verse muy abatido! ¡Qué sábio, el que se holgó que le tuviesen por loco, pues lo llamaron á la mesma Sabiduría! ¡Qué pocos hay ahora por nuestros pecados! Ya, ya parece se acabaron los que las gentes tenian por locos, de verlos hacer obras heróicas de verdaderos amadores de Cristo! ¡Oh mundo, mundo, cómo vas ganando honra en haber pocos que te conozcan! Mas si pensamos se sirve ya mas Dios de que nos tengan por sábios y discretos, eso, eso debe ser, segun se usa discrecion: luego nos parece es poca edificacion no andar con mucha compostura de autoridad, cada uno en su estado.
Hasta el fraile y el clérigo y monja nos parecerá que traer cosa vieja y remendada es novedad y dar escándalo á los flacos; y aun estar muy recogidos y tener oracion, sigun está el mundo, y tan olvidadas las cosas de perfecion de grandes impefus que tenian los santos, que pienso hace mas daño á las desventuras, que pasan en estos tiempos, que no haria escándalo á nadie dar á entender los religiosos por obras, como lo dicen por palabras, en lo poco que se ha de tener el mundo, que de estos escándalos el Señor saca de ellos grandes provechos; y si unos se escandalizan, otros se remuerden, si quiera que hubiese un debujo de lo que pasó por Cristo y sus Apóstoles, pues ahora mas que nunca es menester.
Y qué bueno nos le llevó Dios ahora en el bendito fray Pedro de Alcántara. No está ya el mundo para sufrir tanta perfecion. Dicen que están las saludes mas flacas, y que no son los tiempos pasados. Este santo hombre de este tiempo era, estaba grueso el espíritu, como en los otros tiempos, y ansí tenia el mundo debajo de los piés; que aunque no anden desnudos, ni hagan tan áspera penitencia como él, muchas cosas hay, como otras veces he dicho, para repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. Y cuán grande le dió su Majestad á este santo, que digo, para hacer cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como todos saben. Quiero decir algo de ella, que sé es toda verdad. Díjome á mí y á otra persona, de quien se guardaba poco; y á mí el amor que me tenia era la causa, porque quiso el Señor le tuviese para volver por mí, y animarme en tiempo de tanta necesidad, como he dicho y diré. Paréceme fueron cuarenta años los que me dijo habia dormido sola hora y media entre noche y dia, y que este era el mayor trabajo de penitencia, que había tenido en los principios, de vencer el sueño, y para esto estaba siempre ú de rodillas, ú en pié.
Lo que dormia era sentado, la cabeza arrimada á un maderillo que tenia hincado en la pared. Echado, aunque quisiera, no podia, porque su celda, como se sabe, no era mas larga que cuatro piés y medio. En todos estos años jamás se puso la capilla, por grandes soles y aguas que hiciese, ni cosa en los piés, ni vestido, sino un hábito de sayal, sin ninguna otra cosa sobre las carnes, y este tan angosto como se podia sufrir, y un mantillo de lo mesmo encima. Decíame que en los grandes frios se le quitaba y dejaba la puerta y ventanilla abierta de la celda, para que, con ponerse despues el manto y cerrar la puerta, contentaba el cuerpo, para que sosegase con mas abrigo. Comer á tercer dia era muy ordinario. Y díjome, ¿que de qué me espantaba? que muy posible era á quien se acostumbraba á ello. Un su compañero me dijo, que le acaecia estar ocho dias sin comer. Debia ser estando en oracion, porque tenia grandes arrobamientos y ímpetus de amor de Dios, de que una vez yo fuí testigo. Su pobreza era extrema y mortificacion en la mocedad, que me dijo, que le habia acaecido estar tres años en una casa de su Orden, y no conocer fraile, si no era por la habla; porque no alzaba los ojos jamás, y ansí á las partes que de necesidad habia de ir, no sabia, sino ibase tras los frailes: esto le acaecia por los caminos. A mujeres jamás miraba, esto muchos años. Decíame que ya no se le daba mas ver, que no ver; mas era muy viejo cuando le vine á conocer, y tan extrema su flaqueza, que no parecia sino hecho de raíces de árboles. Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras, si no era con preguntarle. En estas era muy sabroso, porque tenia muy lindo entendimiento. Otras cosas muchas quisiera decir, sino que he miedo dirá vuesa merced para que me meto en esto; y con él lo he escrito. Y ansí lo dejo con que fué su fin como la vida, predicando y amonestando á sus frailes. Como vió ya se acababa, dijo el salmo de Lactatus sum im his quae dicta sunt mihi, é hincado de rodillas murió.
Despues ha sido el Señor servido, yo tenga mas en él que en la vida, aconsejándome en muchas cosas. Héle visto muchas veces con grandísima gloria. Díjome la primera que me apareció, que bienaventurada penitencia, que tanto premio habia merecido, y otras muchas cosas. Un año antes que muriese me apareció estando ausente, y supe se habia de morir, y se lo avisé, estando algunas leguas de aquí. Cuando espiró, me apareció, y dijo, como se iba á descansar. Yo no lo creí; dijelo á algunas personas, y desde á ocho dias vino la nueva como era muerto, ó comenzado á vivir para siempre, por mijor decir. Héla aquí acabada esta aspereza de vida con tan gran gloria: paréceme que mucho mas me consuela, que cuando acá estaba. Díjome una vez el Señor, que no le pedirian cosa en su nombre, que no la oyese. Muchas que le he encomendado pida al Señor, las he visto cumplidas. Sea bendito por siempre, amen.
Mas que hablar he hecho para despertar á vuesa merced á no estimar en nada cosa de esta vida, como si no lo supiese, ú no estuviera ya determinado á dejarlo todo, y puéstolo por obra. Veo tanta perdicion en el mundo, que aunque no aproveche mas decirlo yo, de cansarme de escribirlo, me es descanso, que todo es contra mí lo que digo. El Señor me perdone lo que en este caso le he ofendido, y vuesa merced, que le canso sin propósito. Parece que quiero haga penitencia de lo que yo en esto pequé.