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Tal vez un movimiento

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Este texto ha sido incluido en la colección Textos póstumos
de Felisberto Hernández
Compilado de relatos, no agrupados en libros, revisados por la Fundación Felisberto Hernández en colaboración con Creative Commons Uruguay
Tal vez un movimiento
Tal vez un movimiento
de Felisberto Hernández

Día 1

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Hace tiempo que tengo una idea. Y como hace tiempo que tengo una idea, me recluyeron. Ahora estoy mejor. Pero estoy mejor por otra cosa: no porque me vaya curando de esa idea, sino porque ahora voy a poder realizar la idea. Antes tenía que trabajar en cosas que me sostuvieron la vida y no tenía tiempo de realizar la idea. Ahora, como estoy enfermo, me sostienen la vida de tal manera, que puedo realizar la idea. Si un día se me termina la realización de esa idea, es posible que me crean curado y me den de alta. Y si me dejan encerrado, pagaré con gusto entregando la vida –no a la muerte sino al encierro– por la realización de esa idea. Pero lo más posible es que si al terminar la realización no quieren reconocer que la idea se terminó y me dejan encerrado, vuelva a realizar la idea de nuevo, porque esa idea es mi vida, la siento siempre y necesito sentirla siempre. Si alguna vez dejo de sentirla por un momento, es para tenerla mejor de nuevo, como si por un momento dejara de sentir el perfume y los recuerdos arrugados en un pequeño pañuelo, y respirara el aire puro, y mirara la casa de enfrente, y pensara que por la altura del sol deben ser las once de la mañana, y mientras tanto, estuviera vigilando el deseo de volver el pañuelo con los recuerdos y las arrugas.

Esa idea para mí –afortunadamente–, es inmensamente difícil de realizar. Soy dichoso cuando pienso cómo realizar esa aventura; seré dichoso mientras la esté realizando; pero seré desgraciado si al estar por terminarla no siento deseos de empezarla de nuevo.

Tú, mi lector, o sobre todo tú, mi director de clínica, ya te habrás hecho, seguramente, una idea de lo que será la mía. Pero una de las formas que yo utilizaré para exponer mi idea será la de suponer también tus ideas posibles, y decir, precisamente, que la mía no tiene nada que ver con las tuyas. En general, me veré obligado a expresar ideas que no son la mía, para que se comprenda mejor cómo es la mía. Aun en ese caso las ideas de otros que mejor comprendan la mía, han de ser distintas. Y por último diré que esa idea mía la siento distinta en otros instantes del día, y en otros días de la vida. En cada instante del mundo que se diga idea, todo el mundo tiene ideas distintas.

Día 2

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Cualquiera de los locos que hay aquí, tienen una idea fija. Pero yo soy un loco que tiene más bien, una idea movida. Pero si como dije ayer, mi idea de cada instante es distinta, ¿cómo reconozco al mismo tiempo que es una misma idea? ¿Tengo que imaginarme algo común en las ideas de cada instante? Sí, a esa cosa común empezaría a llamarle movimiento. ¿Entonces tendría que tener otra idea, la de movimiento? No, yo quiero tener como idea importante, como la que más me preocupa, la idea de movimiento. Realizar esa idea sería realizar un movimiento. ¿Pero qué movimiento? ¿Un movimiento de qué? Realizar un movimiento de una idea. Pero la idea de por sí, ¿no describe un movimiento? Sí, pero yo quiero describirla con otra cosa que no sea la idea, pero que me haga sentir la idea moviéndose. No entiendo. Pues bien, yo quiero ver moverse una idea fuera de mí. Claro que para eso tendré que representármela dentro de mí y entonces parecerían dos ideas simultáneas. ¿Pero otra idea moviéndose fuera de mí con persona y todo? ¿La idea que está fuera de mí no necesita ser producida por otra persona? No señor, yo no sé por qué cosa necesita ser producida, pero quiero que sea producida por lo que fuera, aunque intervinieran pedazos de personas y de cosas para dar el movimiento de una idea; que yo sienta que es una idea que se mueve, que vive, y no ideas muertas; y que esté fuera de mí. Pero que todo eso, lo de adentro y lo de afuera sea una misma cosa, que sea el movimiento de una idea mientras se hace. La idea que yo siento se alimenta de movimiento. Y de una porción de cosas más que no quiero saber del todo, porque cuando las sepa se detiene el movimiento, se muere la idea y viene el pensamiento vestido de negro a hacerle un cajón de medida con agarraderas doradas. Yo sé que hay muertos que han abonado la tierra de una manera especial, y son los muertos que en la vida sufrieron con grandes ideas, que transformaron algo de la tierra con el abono de su cuerpo cansado de sufrir, que esa tierra dio frutos para que los hombres que comieran, soñaran y persiguieran un sueño loco en el que el mundo apareciera lo que llamarían un poco mejor, que ya este sueño le daba al mundo otra calidad, aunque de pronto aparecieran hombres nuevos que no habían sufrido ideas profundas y pisotearan la tierra con frutos y todo. Aquél sería el hombre bueno, o el de mejor calidad, el que especula con la idea para el bien, y que sufre por ella y con ella.

Pero yo soy otra cosa. He dicho que soy otra cosa, y cuando uno dice eso después de haber citado una cosa buena, o la mejor, parece que lo de él, lo nuevo, ha de ser mejor todavía. Pues no señor. Yo me considero, con profunda sinceridad, peor. Y esto es lo que costará creer; en mi sinceridad. Entonces, ¿dónde iré a parar? A ningún lado. Precisamente, lo que no quiero es parar. Yo soy un loco más bien movido y más bien malo. Pero yo soy malo porque no quiero especular para el bien, yo no quiero sufrir con una idea, yo quiero el placer egoísta de gozar con una idea mientras ella se mueve. Si los otros conceptúan, para aprovechar el concepto, yo quiero dejarme conceptuar y sentir el momento en que se me forma el concepto. Si la idea que yo quiero hacer mover, les sirve a los demás y la aprovechan, bien. Pero yo no me propongo otra cosa que perseguir la realización de esa idea, de un movimiento vivo que se realice fuera de mí y que siga viviendo y moviéndose solo. No hay ni qué decir que no ha de ser el caso de un físico que persigue el movimiento continuo. En realidad yo ya he especulado con esta idea aunque todavía ella no haya empezado a moverse fuera de mí. Al menos así lo creo. Cuando yo vine a esta clínica pública, no dije que venía a pedir hospedaje. Vine como hombre malo que aprovecha su sinceridad cuando sabe que no han de creer en ella. Fui al escritorio y le dije al Director: mire señor, yo tengo una idea. Después él tocó un timbre, yo seguí exponiendo la idea y él revisando unos papeles. Cuando vino el médico de guardia el Director dijo: “Este señor tiene una idea, pabellón primero, pieza diez y ocho”. El pabellón primero era el de los paranoicos. Además yo había sido recomendado a él por otros a quienes les había hablado de mi idea.

Día 3

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Hablando con muertos conocidos, o expresándome con pensamientos corrientes, diré que encuentro tres muertos que se interponen en la realización de mi idea: primero, la dificultad que existe en dejar vivir una idea, en que ésta no se pare, se termine, se asfixie, se muera, se haga pensamiento conceptual, es decir, otro muerto más. Segundo, que al observar la idea con otra idea no se detengan las dos, en vez de una. Y tercero, que al expresar esa idea con muertos, o pintarlas con letras, o con lo que sea, no se detengan ninguna de las tres. Pero es difícil hacer algo vivo con muertos; tendré que sentir con otra cualidad de ideas, con otra cualidad de pensamiento que sea vivo; que éste no mate a otros: al que observa y al que describe.

¿Cómo cambio tres vivos por tres muertos? Y en caso que de los tres muertos hiciera tres vivos ¿cómo hago un vivo con los tres vivos?, ¿cómo los fundo?, ¿cómo hago un movimiento vivo? Ese movimiento vivo lo tengo que sacar del mientras vivo, del mientras siento, del mientras pienso. Pero ¿cómo? Algunos dicen que eso se hace espontáneamente. Sin embargo yo he visto obras teatrales que para que las escenas hayan quedado con una secuencia espontánea, el autor ha pasado años y años matando ideas. Yo he visto caras, que en el momento en que su dueño sentía ideas, en el mientras las sentía, esas caras han tenido el aspecto de cosas colgadas y muertas. Y han sido espontáneas. Yo he visto fracasar relacionismos, implicancias, deduccionismos y determinismos, en la flor de la juventud. He conocido artificiosidades espontáneas, he conocido naturalidades artificiales; he visto, en personas espontáneas, gestos artificiosos que se les quedaron olvidados en el cuerpo desde la época de la adolescencia; he visto personas que espontáneamente nunca pudieron quedar naturales; y otras que no saben ser naturales y espontáneas.

Así como algunos caminan con movimientos muertos en el cuerpo, otros se han dejado olvidados y tropiezan siempre, con ideas muertas. Pero hay muertos que ni siquiera abonan la tierra. Y hay muertos que transforman sustancias de la tierra donde nacen y florecen toda clase de plantas misteriosas, del bien y del mal, y de la vida y de la muerte.

Pero esto no es mi idea. Tal vez lo fuera mientras lo estaba pensando. Ahora ya pasó.