Tres cortes armara el rey
todas tres á una sazón,
las unas armara en Burgos,
las otras armó en León,
las otras armó en Toledo,
donde los hidalgos son,
para cumplir de justicia
al chico con el mayor.
Treinta días da de plazo,
treinta días, que más non,
y el que á la postre viniese
que lo diesen por traidor.
Veinte y nueve son pasados,
los condes llegados son;
treinta días son pasados,
y el buen Cid no viene, non.
Allí hablaran los condes:
—Señor, dadlo por traidor.—
Respondiérales el rey:
—Eso non faría, non,
que el buen Cid es caballero
de batallas vencedor,
pues en todas las mis Cortes
no lo había otro mejor.—
Ellos en aquesto estando
el buen Cid allí asomó
con trescientos caballeros:
todos fijosdalgo son,
todos vestidos de un paño,
de un paño y de una color,
si no fuera el buen Cid,
que traía un albornoz;
el albornoz era blanco,
parecía emperador,
capacete en la cabeza,
que relumbra como el sol.
—Dios vos mantenga, buen rey,
y á vosotros sálveos Dios,
que non fablo yo á los condes,
que mis enemigos son.—
Allí dijeron los condes,
fablaron esta razón:
—Nos somos fijos de reyes,
sobrinos de emperador;
¿merescimos ser casados
con fijas de un labrador?—
Allí hablara el Cid,
bien oiréis lo que fabló:
—Convidáraos yo á comer,
buen rey, tomástelo vos,
y al alzar de los manteles
dijistes esta razón:
Que casase yo mis fijas
con los condes de Carrión.
Diéraos en respuesta
con respeto y con amor:
Preguntarélo á su madre,
su madre que las parió,
preguntarlo he yo á su ayo,
al ayo que las crió.
Dijérame á mí el ayo:
Buen Cid, non lo fagáis, non,
que los condes son muy pobres,
y tienen gran presunción;
mas por non contradeciros,
buen rey, ficéralo yo.
Treinta días duraron las bodas,
que non quisieron más, non.
Cien cabezas yo matara
de mi ganado mayor;
de gallinas y capones,
buen rey, non lo cuento, non.