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Un cuento de amores/Capítulo II

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Capítulo II de Un cuento de amores
escrito en colaboración de D. José Heriberto García de Quevedo

de José Zorrilla
Capítulo II


Después que hubieron cruzado
por tres solitarias piezas
que en los dueños de la casa
acusaban indigencia,
pues adornos no se veían
ni aun casi muebles en ellas;
alumbrando al forastero
llevó el viejo ante una puerta,
a través de cuyos quicios
se veía luz; y abriéndola
ante el mozo: «Entrad», le dijo
haciéndole reverencia.
Entró el viajero en la estancia
y halló en su centro una mesa
como de labriego franca,
como de pobre modesta.
Limpio mantel la cubría,
que aunque de trama grosera,
en su extremada blancura
a la nieve se asemeja.
Platos de vidriado barro,
y cubiertos de madera,
con vasos de asta la cubren
y blanco pan, que aún humea.
Dos taburetes de roble
y un gran sillón de vaqueta
ocupan entrambos lados
y el sitio de cabecera:
y una muchacha, que cumple
diez y siete años apenas,
de pie al lado del sillón,
que el viejo se siente espera.
Mas éste, hacia el caminante
la canecida cabeza
tornando, de aquella silla
le brindó la preferencia.
Ocupóla a su pesar
el forastero; a su diestra
sentóse el viejo, y la niña
tomó lugar a su izquierda.
Bendijo la mesa el viejo
con breve oración secreta,
y a una voz de la muchacha
entró un jayán con la cena.
Y como en toda la historia
es ésta la vez primera
que juntos sus personajes
y con buena luz se encuentran,
contemplémoslos despacio,
mientra ellos también se enteran
unos de otros en silencio
antes de tomar franqueza.
El viejo es hombre robusto,
que aunque raya en los sesenta,
en su exterior todavía
ágil y sano se muestra.
los años por él pasados,
trabajos y acaso penas,
han dejado en sus facciones
largas e indelebles huellas.
Su ancha calva, y de su barba
las lacias y blancas hebras;
las arrugas de su frente
despejada, alta y serena;
las miradas de sus ojos
donde clara reverbera
la calma de la honradez,
la luz de la inteligencia;
sus palabras comedidas
y sus muy graves maneras,
reclaman en favor suyo
el respeto y deferencia.
Y aunque entre toscos ropajes
su noble persona envuelta,
al través del burdo paño
algo de grande revela.

El forastero es un mozo
que años veinticinco cuenta;
con un semblante expresivo
y una gallarda presencia.
Sus negros ojos, que brillan
bajo sus arqueadas cejas;
su frente tranquila y ancha,
su nariz algo aguileña,
su boca algo desdeñosa,
y su tez algo morena,
en él fácilmente acusan
la osadía y la nobleza.
Sus blancas manos, su riza
y cuidada cabellera,
su bien cincelado estoque
y una riquísima piedra
que en un primoroso anillo
engastada, al dedo lleva,
prolijamente declaran
su noble sangre y riqueza.

La muchacha que a su lado
y frente al viejo se sienta,
es una rosa de abril,
llena de aroma y belleza;
es un lucero humanado,
un ángel sobre la tierra,
como en sus versos amantes
suelen decir los poetas.
Sus negros ojos, que adornan
largas pestañas espesas,
cuya sombra se dibuja
en su tez rosada y fresca;
el delicado contorno
de su virginal cabeza,
en que de negros cabellos
cuidan dos ricas madejas
que en su vértice recoge
en dos abultadas trenzas:
la sonrisa imperceptible
que en sus labios juguetea:
su cuello, en cuya piel suave
y blanca, se trasparenta
el puro azul enramado
de sus delicadas venas;
y la expresión peregrina
de candidez y modestia
derramada en sus facciones
y en su modales, demuestra
que no es su fina hermosura
hija de tan pobre aldea,
ni flor tan pura han podido
crear aquellas laderas.
Tales son los personajes
que toman parte en la escena
de esta historia, y que trabaron
plática de esta manera.

EL VIEJO
¿Conque solo? ¿Y dónde bueno?
si no es pregunta indiscreta.

EL FORASTERO
Sin cierto rumbo camino;
donde me arrastra mi estrella
voy, pues me es indiferente
cualquier lugar de la tierra;
de uno he salido en el cual
a disgusto mi existencia
se arrastraba, y fuera de éste
viviré en paz en cualquiera.
Y aunque en el lugar que dejo,
personas y cosas quedan
que amo mucho, han de pasarse
años antes de mi vuelta.

EL VIEJO
Pesares o fantasías
veo ¡oh joven! que os aquejan,
que queréis en vuestro pecho
guardar. Mas enhorabuena
y en paz sea dicho, y oídme
sin que con esto os ofenda.
El mundo engaña a los jóvenes
con muy sutiles quimeras,
y tal vez con algún sueño
vuestra mente se enajena.
Continuamente en la vida
viento revoltoso reina
que a lo que a una vuelta ensalza
lo derriba en otra vuelta;
y hay ideas que los mozos
en su corazón engendran
con pretensión de montañas
y son granillos de arena.
Mirad, pues, atentamente
lo que vais a hacer, no sea
que de la arenilla huyendo
tropecéis en rudas peñas.

EL FORASTERO
Comprendo y estimo en mucho,
señor, las palabras vuestras,
pues fácilmente se dan
por hijas de la experiencia.
Mi alma, aunque en cuerpo de mozo,
escucha siempre y respeta
de la sabia ancianidad
las palabras y prudencia.
Mas no habéis dado en el blanco:
mi alma, de pasión ajena,
tras quiméricos fantasmas
desatinado no vuela.
Y porque, en fin, no creáis
que son necias mis respuestas,
y vuestro consejo excuso,
os relataré completa
mi historia en breves palabras
y me juzgaréis por ella.

EL VIEJO
Antes de que la empecéis,
tomad, caballero, en cuenta
que yo no os la he demandado,
y que tal como ella sea,
vais a confiarla a personas
a quien conocéis apenas.

EL FORASTERO
No olvidéis tampoco vos
que pues sin saber la vuestra
voy a fiaros mi historia,
no es cosa que me avergüenza.
Hacia vos, señor, me atrae
simpática deferencia,
y sé que no abusaréis
de lo que os fíe mi lengua.

EL VIEJO
No a fe; mas tal vez…

EL FORASTERO
            Señor,
si los rastros que reflejan
vuestra alma en vuestro semblante
y que hoy a tal confidencia
me impelen, son engañosos,
no hay verdad sobre la tierra.
Hablaré por mil razones:
por ver lo que me aconseja
la vuestra; por si tal vez
vuestra voz alivio presta
a mis cuitas, y a lo menos
por mis recuerdos siquiera.

EL VIEJO
Yo os agradezco, buen joven,
vuestra urbanidad atenta,
y haré a vuestra simpatía
la justa correspondencia.

Diciendo así, a la muchacha
con imperceptible seña
mandó el viejo retirarse:
y abandonando la mesa,
con un gracioso saludo
salió cerrando la puerta.
Quedó un momento el viajero
sus claveteadas maderas
contemplando, cual si aún
a través pudiese verla.
Sonrióse el viejo, entendiendo
por su expresión sus ideas;
y echando en los vasos de asta
el licor de una botella,
dijo: «Os escucho», y el otro
empezó de esta manera.

EL FORASTERO
Familia de ilustre sangre
entre los nombres asienta
de sus varones el mío:
y harto sobrado de hacienda,
y harto colmada de honores,
de España es de las primeras.
Mis padres viven: si tienen
más virtudes que flaquezas,
pues su hijo soy, no me toca
tacharlas ni encarecerlas.
A Francia, que en ciencias y artes
es hoy de Europa academia,
y adonde gloriosamente
el rey Luis catorce impera,
me enviaron a que cursase
sus más célebres escuelas,
en que adquirí yo opiniones
que hoy mantengo con firmeza.
Fatigaron mi cerebro
escolásticas tareas,
y desengaños y azares
avanzaron mi experiencia.
Portéme como español
en seis años que en aquella
corte estuve: estudié mucho,
reñí poco, que fué prueba
de juicio, porque en verdad
sangre ardiente y extranjera
doquiera en aquel país
halla sazón de contienda.
Por fin, con nombre sin tacha,
y harto atestado de letras,
di vuelta a España, y al techo
de mi mansión solariega.
Recibiéronme mis padres
con las caricias más tiernas,
y el rey me admitió al servicio
de su persona. Mis rentas
me daban lujo; lo noble
de mi alcurnia, y mi opulencia,
me dió muchos envidiosos,
mas también fortuna inmensa:
mis estudios y mis viajes
y mi educación francesa,
y mis trajes a la moda,
y mi suerte al fin, con llenas
manos sobre mí vertían
dichas y venturas: y era
del rey casi el favorito
y el mimo de la grandeza.
Mi padre, al ver mi fortuna,
se decidió a no perderla,
y se ingenió de tal modo,
que logró que una princesa
de sangre real, me otorgara
su mano con real licencia.
Infanta es, y hermosa acaso;
mas aunque con sangre regia
emparentar siempre es honra,
tal vanidad no me tienta.
Mi pensamiento es distinto
y mi opinión bien diversa,
y en las horas solitarias
en que a los hombres desvelan
afanes del porvenir,
y con lo futuro sueñan,
soñaba auroras de dicha
en menos sublime esfera,
y a costa de mi ventura
no anhelé tamaña alteza.
Yo ansié con una mujer
más virtuosa que bella,
más amorosa que rica,
y más casta que princesa,
partir mi amor respetuoso,
mi favor y mi opulencia,
si quier sus solas virtudes
al matrimonio trajera.
Vi, pues, que iba hacerme esclavo
en vez de esposo: con fuerzas
no me hallé para hacer a otro
de mi libertad ofrenda,
y me negué a tal enlace
y enojé a mi parentela.
Montó en cólera mi padre,
vino mi familia entera
sobre mí, cual si ello fuese
causa de alguna vergüenza.
Todos sus futuros planes
viendo fallidos, con terca
tenacidad se empeñaron
en probarme la excelencia
de tan ventajoso enlace,
y en rendir mi resistencia.
Mas en vano, pues cansado
de sus disputas eternas,
de la furia de mi padre
que en no escucharme se cierra,
y decidido a no ser
de este afán víctima necia,
dispuse secretamente
de una parte de mi herencia;
tomé un caballo una noche,
y de la corte, y paterna
casa, me ausenté discreto
para dar trecho a que venza
el tiempo, tal vanidad
y la razón tal demencia.

Esta es mi historia, señor,
esta es también la postrera
resolución que he tomado
de mi porvenir acerca.
Mi posición, mi fortuna,
la avanzada edad que pesa
sobre mis padres, en fin,
exigen que me establezca.
Mas rico soy, y no busco
mujer que doble mis rentas;
soy noble y poco me importa
que mi mujer sea plebeya:
mujer virtuosa quiero,
pura, religiosa y tierna,
consuelo en la adversidad,
y en la dicha compañera.
Mujer quiero que aunque se haya
educado en la pobreza,
el alcázar de su honor
con fe y convicción defienda;
mujer quiero que cumplir
sus obligaciones sepa,
para mí y para mis hijos
casta esposa y madre buena.
Tal la quiero: y pues en esto
todo el porvenir se arriesga,
y de esta elección depende
la fortuna venidera,
si tal no la hallo, la vida
así en soledad perpetua
pasaré, si quier me hereden
quienes mi nombre no tengan.

EL VIEJO
Por Dios que os honran, mancebo,
opiniones tan opuestas,
a las que ahora en el mundo
por los hombres se profesan.
Bien haya los buenos años
dedicados a las ciencias
que os han puesto el corazón
en opiniones tan rectas.

EL FORASTERO
Dejad, buen viejo, por Dios,
alabanzas que no aciertan
a dorar la oscura mancha
que mi conducta sombrea,
de abandonar mis hogares
aunque preciso lo sienta.

EL VIEJO
No os lo abonaré yo nunca,
mas siempre con indulgencia
veré a quien su honor estima
más que el oro y las grandezas.
Y al fin, mirándolo bien,
tal vez disculpa merezca,
pues pende del matrimonio
aún la salvación eterna.

EL FORASTERO
Quédese aquí.

EL VIEJO
           Aquí se quede;
mas para que no os parezca
que correspondo mezquino
a la confianza vuestra,
os diré en cuatro palabras
mi historia.

EL FORASTERO
          Jamás hubiera
osado sobre ella haceros
pregunta alguna indiscreta;
mas os confieso en verdad
que os oiré con complacencia.

EL VIEJO
Os comprendo: habéis notado
que hay en mí cierta extrañeza,
que con mi ser de labriego
casa mal y se despega:
y acaso me hayáis tenido
por algún noble que encierra
en esta vetusta fábrica
vida de misterios llena.
Mas no: mi historia es sencilla
y de asombros tan ajena,
que os parecerá monótona;
mas donde os canse se deja.

Y aquí, cruzando los brazos
y apoyándose en la mesa
el joven, y en el anciano
fijando mirada atenta;
brillando la calma en éste
y en el otro la impaciencia,
comenzaron a escuchar
y a decir de esta manera.