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Una traducción del Quijote: 22

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


IX.

La modista cesó de leer, y dijo:

— Aquí acaba la carta, ó, mejor dicho, no acaba; pues como veis, está interrumpida. Pero ¡Dios mío! ¿Qué es eso? Llorais, señora Princesa.

— Sí, —contestó ésta enjugándose los ojos con su pañuelo;— no he podido sobreponerme á mi emoción. A qué ocultároslo: esa jóven se refiere á mí en su carta.

— ¡Ah! No me engañaba.

— Le conocí en Madrid: no me ha hablado nunca, pero sé que me ama.

— ¡Y con qué amor, señora Princesa! Ya no extraño su desden hácia mí.

La Princesa contó a Madlle. Guené los paseos del Retiro, el incidente de su caída el dia en que Miguel la llevó en brazos hasta su coche; la noche que le vio en el vestíbulo del teatro, y sus sospechas é inquietudes respecto al duelo.

— ¿Y qué vais á hacer, señora Princesa? —preguntó la modista;— ese jóven os ama hasta el extremo de morir por causa vuestra.

— ¿Lo sé yo acaso, puedo remediarlo?

— ¿ Mr. Miguel os interesa ?

La Princesa no respondió.

— La pregunta es ociosa, —repuso Madlle. Guené;— esas lágrimas son la mejor respuesta.

— Y aun cuando me interesara, aunque le amase, ¿qué me es dado hacer por él?

— Lo que yo haria en vuestro lugar.

— ¡Ah, Madlle.!

— Mr. Miguel, aunque pobre, es de buena familia.

— ¿Basta eso por ventura? ¡Oh! No comprendeis las preocupaciones de nuestra clase. — Perdonad, señora Princesa, —interrumpió la modista, sintiéndose ofendida en sus ínfulas nobiliarias;— creo que conoceis algunos antecedentes mios.

— Esto no es Francia, querida Madlle. Guené. En Francia se prescinde de ciertas cualidades, cuando las suplen la distinción ó el talento. Ese jóven es un desconocido, y mi padre sólo piensa en enlazarme á un hombre de alta posición social.

— Ninguno vale tanto como Mr. Miguel.

— Es posible. Esa carta ha acabado de dármele á conocer. ¡Ah! Siento haberla oido.

Y nuevas lágrimas corrierron por las mejillas de María.

La modista iba á hablar; pero el ruido de un portier que se abria y la presencia del aya de la Princesa puso fin al diálogo de ambas jóvenes.

La Princesa se llevó el pañuelo á los ojos para enjugarse las lágrimas.

Afortunadamente el aya era muy corta de vista.


FIN DE LA PARTE SEGUNDA.