Una traducción del Quijote: 23

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


UNA TRADUCCIÓN DEL QUIJOTE.[editar]

NOVELA ORIGINAL.[editar]

PARTE TERCERA.[editar]

I.[editar]


«¿Qué tiene la Princesita Lucko, por qué está tan pálida y tan triste?»

«¿Padece alguna enfermedad?»

«¿Por qué siendo tan entusiasta por la música, va tan raras veces á la ópera y se retira tan pronto del teatro?

«¿Estará enamorada?»

Su primo el Barón de Pratasoff, no obstante su fatuidad, se queja de sus desdenes.

— La Princesa es nerviosa: influirá en ella el tiempo espantoso que hace. El Neva se ha helado con tal consistencia, que podría sostener sobre su superficie la catedral de Kazan.

Estas y otras frases, referentes á la Princesa, añadidas y comentadas de mil modos, dejábanse oir en los círculos elegántes de San Petersburgo.

El Príncipe de Lucko pensaba también:

¿Qué tendrá mi hija?

Y todos se admiraban de la rápida mutación del carácter de la Princesa: ántes tan alegre, tan risueña, tan expansiva; al presente tan ensimismada, tan retraida, tan deseosa de soledad.

Un dia la Princesa, á quien su padre observaba con inquieta solicitud, acariciando sus blancas y pálidas manos, dijo. — Papá, yo quisiera aprender ingles; porque este idioma va siendo indispensable en sociedad.

— No veo inconveniente en ello, —contestó el Príncipe, satisfecho al ver salir á su hija de su triste retraimiento.— Haré avisar á un profesor.

— Mi modista, Madlle. Guené, me ha recomendado uno muy inteligente, —repuso la Princesa bajando los ojos.

— Sea, pues, el recomendado de Madlle Guené, —dijo el Príncipe. — Olao puede ir á verle cuando quieras comenzar tus lecciones.

Al dia siguiente, el Mayordomo del Príncipe, se presentó en el despacho de Miguel, que estaba ya completamente restablecido de su herida, y le trasmitió el deseo de la Princesa, en nombre de su padre.

Si Miguel hubiera podido ponerse más pálido de lo que estaba, por causa de su pasada dolencia, el Mayordomo le creería atacado de un grave accidente. Aquella inesperada misiva le aturdió hasta el punto de privarle del uso de la palabra.

Por fin se repuso un tanto y dijo:

— Mañana á la una, puesto que es la hora señalada por él, tendré el honor de ver al señor Príncipe de Lucko.

El Mayordomo, algo sorprendido de tan seca respuesta, saludó y salió.