Víctor el burlón: 3
El próximo viernes 13, trece amigos rodeaban mesa de opíparo almuerzo, servido en el largo y angosto salón de «Catalanes»! Las honras que se rasguñaron, los hombres en camisa y las mujeres sin ella se entremezclaban con los tomates y ajíes en la ensalada rusa, en mesas donde posteriormente pontificaba el tigre Pizarro, el capitán Mentirola, ó el célebre Pepe Heguerra, trágicamente muerto por bromas semejantes
De más es recordar que si se comió bien y se bebió rnejor, se mintió por los codos, exagerando como andaluces de cepa, sin ninguno presente.
— Somos trece; alguna desgracia va á suceder, — había dicho el oficial francés que al levantarse de la mesa llamó al jactancioso, diciéndole, con más gravedad de la que la efervescencia del vino provocaba, éstas ó semejantes palabras:
— Señor don Víctor: he oído á usted, entre dos brindis, el nombre de una dama que estimo en mucho. Puede que usted no sepa soy su cortejo. Como extranjero, no estoy al corriente de ciertas costumbres, y haciendo poco arribé, eche anclas ó no en ese puerto, quisiera saber si corro peligro de embicar entre ocultas sirtes. Usted me entiende. Si gasto inútiles galanteos en quien no merece, ó si es digna de toda distinción la joven á quien he sido presentado.
Medio vidriosa la mirada, y algo balbuceante, contestó:
— No venga á aguar la fiesta, á echar pelos en la leche. Pero ya que entre espumas de champañe desliza tal confidencia, debo hablar en serio, — dijo quien pasó toda la vida en broma, — aconsejando á usted se diga: «Dónde vas corazón, volvete».
— ¿Qué quiere decir eso?
— Que si empieza usted á marearse y para la gente de mar, los mareos en tierra producen más fuertes vendavales, si comienza verdaderamente á enamorarse de la bella de la calle Esmeralda, cuya fama tiene cierto viso del color de tan hermosa piedra, va pisando mal, cambie el paso.
— Lo contrario me han asegurado dos de mis compañeros de mesa.
— Entonces, ¿qué le voy á decir? El Diablo ciega á los que quiere perder. ¿Cuando va usted de visita á esa casa?
— La próxima semana. Me hacen el honor de recibirme los jueves por la noche.
— ¿A qué horas acostumbra llegar?
— ¡A las ocho!
— Bien! Al toque de ánimas en San Miguel, me encontrará usted en el aposento de la doncella. Y dando media vuelta se escurrió.
Aunque incrédulo el marino, siempre sereno entre tumbos de borrasca, todo encendido, menos por los repetidos brindis que por tan punzante saeta trastabilló un momento tambaleando, sin caer.
Era Víctor retacón, grueso, de amplio rostro rubicundo, tan ligero en el andar como en la ironía de su contestación, sonriente siempre, de locuacidad inagotable, sin tal vez mal corazón, pero sin reflexionar sobre el resultado de sus bromas, por demás pesadas, al soltar la sin hueso. ¡En cuantas ocasiones comprobó lo de: «palabra suelta, no tiene vuelta».