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Al caer de la maquina excessiva
del esquadron poetico arrogante,
que en su no vista muchedumbre estriva,
un poeta mancebo y estudiante,
dixo: «Cay, paciencia, que algun dia
sera la nuestra, mi valor mediante.
»De nuevo afilaré la espada mia,
(digo, mi pluma) y cortaré de suerte,
que de nueva excelencia a la porfia.
»Que ofrece la comedia, si se advierte,
largo campo al ingenio, donde pueda
librar su nombre del olvido y muerte.
»Fue desto exemplo Juan de Timoneda,
que, con solo imprimir, se hizo eterno,
las Comedias del gran Lope de Rueda.
»Cinco buelcos dare en el propio infierno,
por hazer recitar una que tengo,
nombrada: El Gran bastardo de Salerno.
»Guarda Apolo, que baxa, guarde Rengo
el golpe de la mano mas gallarda
que ha visto el tiempo en su discurso luengo.»
En esto el claro son de una bastarda
alas pone en los pies de la vencida
gente del mundo, perezosa y tarda.
Con la esperança del vencer perdida,
no hay quien no atienda, con ligero paso,
si no a la honra, a conserbar la vida.
Desde las altas cumbres del Parnaso,
de un salto uno se puso en Guadarrama,
nuevo, no visto y verdadero caso,
y al mismo paso la parlera fama
cundio del vencimiento la alta nueva
desde el claro Caistro hasta Iarama;
lloró la gran vitoria el turbío Esgueva,
Pisuerga la rió, riola Tajo,
que, en vez de arena, granos de oro lleva.
Del cansancio, del polvo y del trabaxo,
las rubicundas hebras de Timbreo,
del color se pararon de oro baxo;
pero, viendo cumplido su desseo,
al son de la guitarra mercuriesca
hizo de la gallarda un gran paseo,
y de Castalia en la corriente fresca
el rostro se labó y quedó luziente
como de azero la segur turquesca.
Puliose luego y adornó su frente
de magestad mezclada con dulzura,
indicios claros del plazer que siente.
Las reinas de la humana hermosura
salieron, de do estavan retiradas,
mientras durava la contienda dura.
Del arbol siempre verde coro[na]das,
y en medio la divina Poesia,
todas de nuevas galas adornadas:
Melpomene, Tersicore y Talia,
Polimnia, Vrania, Erato, Euterpi y Clio,
y Caliope, hermosa en demasia,
muestran vfanas su destreza y brio,
texiendo una entricada y nueva dança,
al dulze son de un instrumento mio.
Mio, no dixe bien, menti a la (a)usança
del que dize propios los agenos
versos, que son mas dignos de alabança.
Los anchos prados y los campos, llenos
estan de las esquadras vencedoras,
que siempre van a mas, y nunca a menos,
esperando de ver de sus mejoras
el colmo con los premios merecidos
por el sudor y aprieto de seis horas.
Piensan ser los llamados escogidos,
todos a premios de grandeza aspiran,
tienense en mas de lo que son tenidos;
ni a calidades ni a riquezas miran;
a su ingenio se atiene cada uno,
y si ay quatro que acierten, mil deliran.
Mas Febo, que no quiere que ninguno
quede quexoso del, mandó a la Aurora
que vaya y coja in tempore oportuno,
de las faldas floriferas de Flora,
quatro tabaques de purpureas rosas
y seis de perlas, de las que ella llora.
Y de las nueve, por estremo hermosas,
las coronas pidio, y al darlas ellas,
en nada se mostraron perezosas.
Tres, a mi parecer, de las mas bellas,
a Partenope se que se embiaron,
y fue Mercurio el que partio con ellas.
Tres sujetos las otras coronaron
alli, en el mesmo monte, peregrinos,
con que su patria y nombre eternizaron.
Tres cupieron a España, y tres divinos
poetas se adornaron la cabeça,
de tanta gloria justamente dignos.
La embidia, monstruo de naturaleza,
maldita y carcomida, ardiendo en saña,
a murmurar del sacro don empieça.
Dixo: «¿sera posible que en España
aya nueve poetas laureados?
Alta es de Apolo, pero simple hazaña.»
Los demas de la turba, defraudados
del esperado premio, repetian
los himnos de la embidia, mal cantados.
Todos por laureados se tenian
en su imaginacion, antes del trance,
y al cielo quexas de su agravio embian.
Pero ciertos poetas de romance,
del generoso premio hazer esperan,
a despecho de Febo, presto alcance.
Otros, aunque latinos, desesperan
de tocar del laurel solo una hoja,
aunque del caso en la demanda mueran.
Vengase menos el que mas se enoja,
y alguno se tocó sienes y frente,
que de estar coronado se le antoja.
Pero todo deseo impertinente
Apolo resfrió, premiando a quantos
poetas tuvo el esquadron valiente.
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