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Viaje maravilloso del Señor Nic-Nac/XXX

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CAPÍTULO XXX
la llanura

Era la época en que los Naranjos elaboran en su sávia la esencia del azahar y difundiéndola en el aire cual vapor invisible, perfuman los bosques y los montes y los valles de aquella region felíz.

La tarde sonrosaba los cielos.

Un vientecillo suave gemía entre los céspedes humildes, conmoviendo sus hojas,—céfiro murmurador, eternamente descontento, volaba un instante alrededor nuestro, para luego alejarse, llevando sobre sus alas el eterno lamento de su inconstancia.

Las aves de los campos modulaban el himno del ocaso, que vibrando en el corazon como el gemido del dolor, se perdía suáve y blandamente.

¿Porqué tanta tristeza en aquellas notas?

¿Porqué tanta melancolía?

¿Acaso saludahan el último sol de su existencia?

¿Acaso era el rayo postrero que iba á lanzar desde el fondo de los espacios la luz y la vida?

Las nubes á semejanza de flotantes crespones, volaban al poniente sobre las invisibles alas de los vientos, y al agruparse en torno del astro agonizan­te, cubríanse con el carmin de los cielos, como si un pudor encerrado en su seno, se difundiera en ellas al recibir la caricia de la estrella del dia.

Allá en las alturas, donde se apaga casi la misteriosa luz de la mirada, se cernian, cual puntos imperceptibles, las aves que guardan aquel mar de cesped, cuyas olas, á veces agitadas por furiosos torbellinos, levantan en su cresta la espuma de sus flores.

Y á medida que nos alejábamos de Sophopolis, cuyos edificios dorados por los rayos del sol, se perdian en la vaguedad de la distancia, la tarde declinaba, arrastrando hácia occidente los tules luminosos del dia; y los vapores crepusculares, elevándose del suelo como fantasmas helados, rompian la uniformidad del horizonte con su ropaje fatídico.

La insondable llanura desplegaba la pompa de su inmensidad, y las flores, por un esfuerzo supremo, absorvian los últimos destellos de la tarde.

Pero nó! la Naturaleza no es una tumba, y el silencio de los valles es una nota de la infinita armonía de los mundos; la palidez de una nube no es un sudario, sino talvez una sonrisa del aire; el trino del ave no es un himno al dolor,—es un canto de gracias; y la estrella que titila en el fondo de los cielos, es una bendicion de los espacios.

¿Qué vago presentimiento, perdido en el alma, arranca mi alegría, y la difunde en torno mio cual sombras sepulcrales?

Ah! presentimientos sin duda, que vienen á turbar una existencia de porvenir risueño!

—"Decidme, maestro, ¿porqué se agita mi espíritu en extraños devaneos, cuando debiera sentir el corazon palpitante de gozo?"

—"Disipad esas tinieblas, señor Nic-Nac; ellas son hijas de vuestra situacion, y de cierta influencia que en vos ejerce la naturaleza circundante. Esta llanura ilimitada, con su majestuosa monotonía, es para vuestra alma un reflejo de la eternidad, y al hallaros sumerjido en el caos de tan grandiosa idea, no podeis menos de interpretar vuestras impresiones sino con pensamientos lúgubres. Pero bien pronto cambiará la escena, y la vida agitada de las nuevas comarcas á que llegaremos, trasformarán vuestro malestar."

—"Y porqué no me decis á dónde vamos?"

—"No he pretendido hacer de ello un secreto: vamos á la gran capital de la Nacion Aureliana, donde un pueblo siempre agitado y turbulento, á la vez que generoso, os reserva inauditas sorpresas."

—"Si?"

—"Sí. Mañana cuando destelle el sol sus primeros rayos, vereis aparecer la ilustre ciudad, á donde nos llaman las circunstancias mas extrañas."

—"Y despues?"

—"Emprenderemos un nuevo viaje."

No pude ménos de mostrarme sorprendido; pero Seele, que observaba mis facciones, de las cuales habia desaparecido ya la expresion melancólica, me dijo:

—"Admiro mucho, señor Nic-Nac, la metamórfosis que habeis experimentado. ¿Fuí yo, por ventura, quien manifestó deseos de volar de planeta en planeta, para imponerse de los misterios de las altas regiones inaccesibles al hombre, mientras no abandona su crisálida humana? Nó, fuisteis vos, y á instancias vuestras emprendí una de mis últimas peregrinaciones á Marte."

—"Disculpad, maestro¡ yo no he solicitado de vos que abandonarais la Tierra para acompañarme á este planeta."

—"Directamente nó, es cierto; pero como deseabais transmigrar, yo no podía—habiéndoos dirijido desde el primer momento—abandonaros como á un átomo lanzado al acaso en los confines de la Naturaleza."

—"Gracias, maestro."

—"No las acepto, señor Nic-Nac, pues aún no os hallais en condiciones de poder apreciar vuestra situacion. Pero ¿qué nueva sorpresa viene á retratarse en vuestra fisonomía? Podría conocerla con sólo penetrar en vuestro espíritu, pero desearia no emplear ese medio."

—"¿Cómo no quereis que admire este fenómeno?"

—"¿Cuál?"

—"Que nuestros cuerpos ya no tienen aureola."

—"Lo que significa que es inútil en la capital. Allí hay mas positivismo, y el pueblo aprecia mas un reflejo amarillo del mejor de los metales, que todas las aureolas que se ostentan en Sophopolis."

—"Nuestra situacion, en ese caso, será penosa, porque..."

Seele sonrió como sólo saben hacerlo los génios de las montañas. Una vislumbre azulada iluminó sus dientes, y sus ojos lanzaron dos vibraciones extrañas, semejantes á dos relámpagos lívidos.

Al punto reconocí que mi observacion había sido inútil, porque Seele estaba dotado de extranaturales poderes, de misteriosas fuerza, ante las cuales retrocedía cualquier dificultad.

—"¿Quereis que hagamos abstraccion de nuestro peso, y viajemos como dos palomas que llevaran las alas en la voluntad?" me preguntó.

A un habitante de la Tierra, no acostumbrado á tantas maravillas, esta pregunta hubiera parecido un sarcasmo, pero á mi no me sucedió tal cosa, porque estaba tan familiarizado con el imposible, que respondí afirmativamente.

—"Volad!" exclamó Seele, recobrando sus destellos, revistiéndose de su aureola.

Las alturas nos atrajeron, y cortando lentamente las capas del aire, nos elevamos como dos almas luminosas que van á lanzarse en el éter de los espíritus-imágenes.

No dejó de causarme cierto malestar este nuevo medio de locomocion, porque pensaba que bien podía ocurrírsele á Seele hacer abstraccion de los cuerpos tambien, los cuales, al rodar en la caida, habrían ido á estrellarse sobre el duro suelo, y las dos almas, reducidas á su peregrinacion ante-marcial, irían á reunirse con el torbellino de los espíritus, que en aquel momento lanzaban al planeta los rayos de los espirales luminosos.