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Viaje maravilloso del Señor Nic-Nac/XXXVI

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CAPÍTULO XXXVI
descenso y ascenso

No hay espectáculo mas bello para un espíritu contemplativo, que el que presenta un pueblo dominado por un ser que lo fascina en cada uno de los momentos de su evolucion; un ser que concentra en sí todas las manifestaciones intelectuales posibles de ese pueblo, y al cual descubre la parte mínima, insignificante casi, de lo que guarda en lo mas íntimo de su alma; un ser, en fin, digno de todas las aureolas, como la que en aquel momento envolvía, circundaba, á Psique.

La admiracion, esa bella hija de la ignorancia, se manifestaba con todos los atractivos de su esplendor, abriendo desmesuradamente las bocas de los unos, dilatando fuera de medida los ojos de los otros.

¿Creis que por ellos se disgustaba Psique?

De ninguna manera;—y si os repitiese lo que dijo Psique cuando observó que comenzaba á descender, sin duda alguna os admirarias, porque...

—"¿Porqué?" preguntará el lector.

— "Porque," responderá el autor, "siempre habeis creido que Psique sólo tiene un alma, y un corazon y un deseo, y una esperanza...... y una voz... pero un ser extranatural como yó, sí, yó, Nic-Nac, que he sido testigo de mas maravillas que el espíritu mas soñador, puedo aseguraros que en Psique hay dos almas, y dos corazones, y dos deseos, y dos esperanzas, así como sus palabras tienen doble intencion en su doble intensidad, lo cual sólo puede percibirse cuando un espíritu supremo como el de Seele ha Martificado corpórea y psíquicamente un habitante de la Tierra, dominado por el único deseo de conocer y juzgar.

—"¿Y qué dijo Psique?" volverá á preguntar el lector.

Nó, no puedo decíroslo ahora; pero alguna vez lo sabreis.

Entretanto dejadme descender, porque aquel simple espejo, en su doble reflexion, no puede soportar la embriaguez inmensa del infinito.

Pero qué! ¿es necesario que Psique descienda como ha subido, pausada y lentamente?

Nó!

Psique descenderá con violencia. ¿Quereis verle? Pero no quiero concluir con él: es necesario que viva, pero que viva como un testimonio elocuente de la fuerza poderosa que rije tanto los destinos humanos, como los destinos del mundo, y que comprenda que desde el átomo inaccesible hasta la mas poderosa y brillante de las estrellas, existe un equilibrio misterioso del que no puede eliminarse una parte mínima, porque ella determinará el desquicio universal, rompiendo la armonía, desconcertando el equilibrio mismo.

Cesan de pronto las fuerzas que mantienen á Psique aislado del centro de atraccion planetaria y cual una gota de agua que se precipita de la nube, salva el espacio que nos separa del suelo y se hunde, hasta quedar invisible en su mismo pedestal de arena.

El pueblo, en tanto, que no ha sido testigo de la catástrofe, continúa contemplando la aureola caprichosa, y sólamente cuando comienza el sol á destellar sus primeros eflúvios comprende que ha sonado la hora de retirarse, nó sin justificar, ante quien nada interroga, que esperaba el descenso visible.

La prensa, no obstante, encona los ánimos: los unos señalan los fenómenos que han acompañado la exaltacion de Psique y pretenden explicar la aureola como "una emanacion luminosa desprendida del planeta para circundar al mas ilustre de los hombres," con lo cual manifiestan con tenacidad que la aparicion es eminentemente cósmica, á lo que contestan los otros diciendo que no puede darse mayor prueba de necedad que discutir la evidencia de las cosas evidentes, tanto mas cuanto que las mismas curvas, ascensos y descensos de Psique, no pueden explicarse sino aceptando de que ellos hayan sido determinados por una fuerza psíquica.

Pero todo se calma.

El órden se restablece; mi aureola se apaga, absorvida por las luces del dia, y nadie se acuerda, mas de Psique, porque todos le creen en las alturas y sinembargo.... ha modificado ya considerablemente el equilibrio de las moléculas de su pedestal.

Bajo, invisible, á la ciudad y distingo con sorpresa momentánea, que un grupo de gente se ha reunido cerca de un edificio antiguo, y que este grupo va á servir de núcleo para que se aglomere una vez mas la poblacion entera, pues la curiosidad trivial, esa hija de la pereza orgánica, extiende sus dominios aun en aquellas regiones apartadas del planeta Marte.

Me acerco.

¿Que creis que es lo que causa su acumulacion?

Una carta.

¡Una carta!

Sí, ó mas bien su direccion.

Ignoro cuál sea, pero de cualquier manera, no opino que el pueblo deba reunirse de este modo—Si fuera por el contenido.... pase.

En un instante me confundo con los otros, y como además de ser invisible no ocupo un lugar en el espacio, de manera que en el mismo punto en que se encuentra mi cuerpo puede existir otro simultáneamente, hé aquí porqué nadie se preocupa de mi presencia latente.

Algunas palabras incoherentes parecen indicarme que se trata de iniciar una nueva lucha, pero, felizmente, he visto que ellas no presentan un carácter tan grave que deben temerse, y que, por el contrario, deben existir, en pró de la misma, sociabilidad.

Llego por fin y veo la carta.

—"Y cuándo ha venido?" pregunta uno.

—"No lo sé; pero en todo caso no se ha valido de los medios regulares de transporte."

—"Es muy curioso."

—"Sin duda alguna, pero no deja de ser mortificante."

¿De qué se trata? Cuando ha llegado ¿quién? ¿la carta? ó el individuo á quien va dirijida?

Fácil es de saberlo;—me aproximo y leo con sorpresa:

"Á Nic-Nac."

"en la Capital."

Ahora lo comprendo todo. Mi llegada á Sophopolis anunciada en la Capital, y el deseo del pueblo, manifestado siquiera esta vez por la prensa, de que viniera á despertar las aletargadas reminiscencias de la Tierra... todo, todo contribuye á explicarme aquella nueva aglomeracion, que de otro modo habría considerado como una superfluidad de gente ociosa.

Pero mi llegada á la gran ciudad Capital no podía pasar inapercibida, no obstante de que nadie se dió cuenta de ella, precisamente porque mi manera de presentarme fué tan original, tan poco terrestre, que si no hubiera sido por la carta, habría podido volar eternamente sobre la ciudad, llevando en mi curso aéreo hoy á uno, mañana á otro, sin que nadie dijera: "hé ahí á Nic-Nac."

—"Dadmela" exclamo.

Y al punto, sin explicarse nadie de dónde parte aquella voz, la carta comienza á circular de mano en mano. Un momento despues estaba en mi poder y al abrirla, con gran admiracion de los circunstantes que consideran que la carta se abre espontáneamente, me lanzo á las altas regiones á donde voy á enterarme de su contenido.