Ir al contenido

Vida y escritos del Dr. José Rizal/La ejecución

De Wikisource, la biblioteca libre.
Vida y escritos del Dr. José Rizal: Edición Ilustrada con Fotograbados (1907)
de Wenceslao Retana
La ejecución
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
LA EJECUCIÓN


(30 de Diciembre de 1896)


La mañana era hermosa, iluminada por los esplendores del sol tropical[1]. Ni una sola nube empañaba el cielo, teñido de un azul misterioso. La transparencia de la atmósfera permitía distinguir perfectamente la silueta de los montes de Cavite y la del islote del Corregidor, á la entrada de la inmensa bahía de Manila. Desde el amanecer, «por las calles, casi desiertas [de la población], empezaron á discurrir hombres uniformados y paisanos, europeos en su mayoría, que se dirigían á la Luneta para presenciar, en aquel Gólgota filipino, el sacrificio del Ídolo de este pueblo que se lanzara desesperadamente á la lucha, pocos meses antes, para reivindicar derechos preteridos… La noche anterior fué pavorosa. Sin duda alguna, ningún corazón filipino que latiera bajo los sombríos techos del caserío de Manila, dejó, aquella noche inolvidable en que estaba en capilla nuestro héroe, de sentirse angustiado, ni labio que dejase de pronunciar una oración… Al lúgubre sonido de las cornetas y al sordo compás de los tambores, fué conducido al sitio señalado para el suplicio. Alta la frente, serena la conciencia y con la sonrisa en los labios, marchaba José Rizal por el camino que iba á terminar en el sitio en que debía morir. Sin duda le fortalecía, en momentos tan supremos, la concepción de la grandeza de su sacrificio…»[2].

«Iba tranquilo, dicen los jesuítas, y con una serenidad y entereza que pasmaba á los hombres de más valor; no iba con arrogancia y altivez, como ha dado en decir alguno; volvió la cabeza varias veces, porque estaba muy sereno…

»—Vamos camino del Calvario, decía á los jesuítas que le acompañaban: ahora se considera bien la Pasión de Cristo. Lo mío es poco; Él sufrió mucho más; á Él le clavaron en la Cruz; á mí me clavarán las balas en la cruz que forman los huesos de la espalda»…

Para los que no conozcan la topografía de Manila y sí la de Madrid, les diremos que Rizal recorrió un trayecto semejante en cierto modo al que aquí representa un trozo del Paseo de la Castellana y Recoletos (este trozo era en Manila el paseo llamado de María Cristina), más el Salón del Prado (cuando era Salón, y no jardín), equivalente en Manila al paseo de la Luneta. Á la derecha, á todo lo largo del trayecto, el mar; á la izquierda, primero, la ciudad murada de Manila; después, y frente á la Luneta precisamente, el fatídico campo de Bagumbayan, «el Gólgota Filipino», donde, en 1872, habían sido agarrotados, y proclamados mártires, los sacerdotes Gómez, Burgos y Zamora, á cuya memoria había dedicado Rizal El Filibusterismo. En ese campo de Bagumbayan se hallaba formado el cuadro, compuesto por «dos compañías del batallón de cazadores expedicionario número 7, una del batallón de cazadores núm. 8, otra del regimiento de línea núm. 70 [de soldados indígenas], y otra del batallón de Voluntarios, al respecto de cien hombres cada una, con bandas y músicas»[3]. Mandaba las fuerzas el comandante de artillería de plaza D. Manuel Gómez Escalante[4], que tenía «nombrado previamente y preparado con las instrucciones necesarias el piquete» que había de fusilar al Reo

Rizal fué conducido «entre una escolta de artilleros, llevando delante y á retaguardia alguna fuerza de caballería, y á los dos lados dos padres jesuítas [Estanislao March y José Vilaclara], á más de su defensor, D. Luis Taviel de Andrade. Rizal marchaba de prisa, animoso y sin afectación ninguna, con naturalidad, y mirando especialmente al lado del mar [á su derecha]. Hablaba con uno de los dos Padres, y en un momento en que el cortejo hubo de disminuir la marcha, para pasar la estrechez que producía la batería llamada del Pastel, me acerqué cuanto pude, y le oí estas palabras:

«—¡Qué hermoso día, Padre! ¡Qué mañana más despejada! ¡Qué claros se ven el Corregidor y los montes de Cavite!… Algunas mañanas como ésta, he venido á pasear por aquí con mi novia [Leonor].

»El Padre. —Esta mañana es todavía más hermosa…

»Rizal. —¿Por qué, Padre?…

»(La comitiva siguió su marcha algo más acelerada, y nada más pude oir.)» (Dr. Saura.)

«Pasando frente al Ateneo, volvió hacia él su rostro varias veces. Cuando iba a entrar en Bagumbayan (Paseo de la Luneta) volvió la cabeza, y mirando las torres de la iglesia del Ateneo, preguntó: «¿Es aquello el Ateneo?» —«Sí, le dijeron» [los jesuítas]. —«Pues siete años pasé yo allí».

»Y dirigiéndose á su defensor, que iba junto al P. March, le dijo:

»—Todo lo que me han enseñado los jesuítas ha sido bueno y santo: en España y en el extranjero es donde me perdí»[5].

«Siguió [Rizal] por el paseo de la Luneta (dice el Dr. Saura), primeramente por la pista que los carruajes llevaban al entrar por el lado del mar, y luego hizo un cambio hacia la izquierda; subió ágil, de un salto, el pretil, algo elevado, que separaba dicha pista del paseo de á pie, y entrando en el cuadro, fué á colocarse al otro lado del paseo, contiguo al campo de Bagumbayan.

»Allí, en su puesto ya, pidió al Capitán que mandaba la fuerza del regimiento de infantería que había de fusilarle, que le fusilase de frente. —«No puede ser, porque yo tengo orden de fusilarle á usted por la espalda», respondió el Capitán. —Y Rizal arguyó: —¡Yo no he sido traidor á mi Patria ni d la nación española!

»El Capitán. —Mi deber es cumplir las órdenes que he recibido.

»Rizal.Pues bien: fusíleme como quiera».

Rizal había puesto gran empeño en ser fusilado de frente; pero no pudo lograrlo. Logró, en cambio, que fuese respetada su cabeza, aquella cabeza pensadora, y se le ofreció que le harían los disparos al corazón. No quiso arrodillarse, á lo que fué invitado. Momentos antes de haber penetrado en el cuadro había dicho, dirigiéndose á uno de los jesuítas: «¡Oh, Padre!; ¡cuán terrible es morir!; ¡cuánto se sufre!… Padre; perdono á todos de todo corazón; no tengo resentimiento con nadie; créame vuestra reverencia. —Y casi la última palabra que habló, fué: Mi gran soberbia, Padre, me ha traído aquí»[6].

Habíase despedido de su defensor con un fuerte apretón de manos; había hecho otro tanto con los jesuítas, que le dieron á besar un crucifijo, y después del breve diálogo que mantuvo con el Capitán, volvióse de cara al mar, y quedó, por consiguiente, de espaldas al piquete que debía fusilarle. Formaba el piquete una línea de ocho soldados indígenas, del regimiento núm. 70, provistos de fusil Remingthon, tras de la cual había otra de ocho cazadores peninsulares, provistos de Maüsser, en previsión de que los indígenas se resistieran á disparar… «Rizal se hallaba con el cuerpo erguido, sin oscilación alguna, con los brazos caídos á los lados del cuerpo, como en la posición de firmes, y así estuvo un rato, mientras se preparaban las armas.

»En ese preciso momento, el médico militar Sr. Ruiz y Castillo, que estaba próximo á Rizal, se le acercó y le dijo: .

»—Compañero, ¿me permite usted el pulso?

»Rizal, sin contestar nada, separó el brazo izquierdo del cuerpo y le tendió la mano para que se lo tomase.

»—Lo tiene usted muy bien, le dijo Ruiz Castillo.

»Rizal tampoco contestó nada. Hizo un leve encogimiento de hombros, y breves momentos después sonó la descarga. Giró el cuerpo hacia la derecha, y cayó muerto sobre el costado derecho, presentando al aire la cara»[7]. Eran las siete y tres minutos[8].

«Un pintor español se acercó rápidamente á tomar un boceto (añade el Dr. Saura); se dieron dos vivas á España y un viva á la Justicia, y por delante del cadáver desfilaron las tropas… Ruiz Castillo, después, todo asombrado, decía que ne comprendía como un hombre podía atravesar por ese trance fatal conservando normal el pulso…»[9].

La Voz Española, de Manila, órgano de los frailes de Filipinas, cierra la reseña del suceso con estos renglones:

«Inmediatamente [del fusilamiento], como si una chispa eléctrica se produjera, miles de voces, pues el gentío era inmenso, prorrumpieron en estentóreos ¡viva España!, que contestó, con la conocida marcha patriótica de Cádiz, la música del batallón de Voluntarios»[10].

Y aquel hilo de sangre que brotó del corazón de Rizal convirtióse en el acto, á los acordes —siniestros— de la marcha de Cádiz, en caudaloso Amazonas, que separó para siempre, ¡definitivamente para siempre!, á la raza filipina de la raza española. ¡Acababa de cometerse la gran injusticia, al grito de ¡viva la Justicia!, de fusilar por la espalda á un hombre honrado, trabajador, sincero, caballeroso, espiritual, sabio, que no había cometido otro delito que el de ansiar para Filipinas las libertades que le habían enseñado á amar en la Metrópoli!… Y recogido el cadáver de aquel hombre extraordinario (que, por serlo en todo, lo fué manteniéndose con el pulso imperturbable aun en los instantes en que se cuadraba solemnemente para recibir en el corazón ocho balazos á un tiempo), depositáronlo en un furgón, que lo transportó al cementerio de Paco[11].

¡Los españoles estaban satisfechos!


¡Pobre España, tan vitoreada por miles de patrioteros dementes!… ¡Pobre España!… ¡Aquella mañana, al son de la marcha de Cádiz, dejaste de reinar, de una manera definitiva, en el corazón de Filipinas! Ese corazón era el de Rizal, y tus patrioteros, ¡oh infeliz España!, ¡lo atravesaron de parte á parte!… No; no fuiste tú, noble España, la que privaste de vida á aquel Gran Justo, á aquel á quien siete millones de ex hijos tuyos comparan hoy, no sin razón, con Jesucristo: fué el espíritu reaccionario de tus peninsulares, alentado por un atajo de frailes; de esos frailes que si no supieron cumplir con sus deberes sagrados, los más sagrados para los que á sí se llaman «ministros del Señor», yendo á la capilla á ofrecer sus auxilios espirituales al condenado á muerte, supieron, en cambio, ir al campo de Bagumbayan á refocilarse mentalmente viendo caer al Gran Amante de la Libertad, cohonestando con un mal entendido patriotismo la sed de sangre que les abrasaba… Y mientras Rizal, en la hora suprema, decía á un jesuíta: —«¡Padre; perdono á todos de todo corazón; no tengo resentimiento con nadie!», —los frailes, y si no éstos sus allegados, escribían en La Voz Española:

«Y sólo así, barriendo la mala semilla, segando las mieses secas del campo, se ha de evitar el daño que á sí mismo se han hecho los ignorantes y pérfidos desleales que otros más malvados han lanzado en armas contra la Madre patria, y á quienes á la rebelión y al descreimiento empujaron las protervas doctrinas del médico mestiso chino»[12].

¿Cómo no había de ser fusilado el Dr. José Rizal, si los que encauzaban la pública opinión en Filipinas estimaban que sólo se salvaba España en su colonia malaya barriendo y segando; es decir, exterminando? Desgraciadamente, los españoles no habían acabado de aprender: á pesar de que el sistema del barrido y del segado había dado fatales resultados en todas partes y en todos tiempos, prosiguióse en Filipinas… Y barriendo y segando, al son de la marcha de Cádiz y al grito de ¡viva España!, perdimos aquel hermoso archipiélago, atravesando su corazón en el corazón del mayor de los hombres allí nacidos, el insigne tagalo José Rizal.

  1. Para la redacción de este capitulo, tenemos à la vista, amén del opúsculo tantas veces citado Rizal y su obra y de los relatos de los periódicos, algunas cartas particulares. Pero sin duda el relato que acogemos con mayor estimación es el inédito que ha tenido la bondad de dedicarnos el distinguido médico militar, ya retirado, D. Pedro Saura y Coronas, que siguió á Rizal por el paseo de María Cristina hasta el lugar de la ejecución, la cual presenció á cortísima distancia. Las nueve cuartillas con que nos ha honrado el Dr. Saura son de un interés extraordinario, porque aclaran, amplían y rectifican las noticias publicadas.
  2. La Patria, de Manila, número extraordinario del 29-30 Diciembre 1902, dedicado á conmemorar el aniversario del fusilamiento de Rizal.
  3. Orden de la plaza de Manila, del 29 de Diciembre de 1896, reproducida por la prensa diaria de aquella capital.
  4. El Sr. Felipe G. Calderón, Profesor de la Escuela de Derecho de Manila, en carta fechada á 15 de Febrero de 1906, nos dice que el comandante D. Manuel Gómez Escalante nació en Filipinas. Su padre era también filipino, de raza española: fué el conocido abogado D. Juan Gómez. Quiso, pues, la Providencia que los que intervinieron en la ejecución de Rizal fuesen todos paisanos suyos: los soldados que dispararon y el Jefe del cuadro. Un caso excepcional, porque en casi todos los demás fusilamientos los ejecutores fuéronlo soldados peninsulares.
  5. Rizal y su obra, capitulo citado. —El Sr. Taviel de Andrade, á quien consulté, me contestó en carta que conservo ratificando la veracidad de esta frase del relato jesuítico.
  6. Rizal y su obra, capitulo xviii.
  7. Relato inédito del Dr. Saura. —«Y en la Luneta ya, al caer acribillado de balas disparadas por manos de otros filipinos, pues, como Cristo, fué sacrificado por los de la propia raza, un supremo esfuerzo de la voluntad distendió sus músculos lo bastante para conseguir su anhelo de caer muerto, no de cara al suelo, sino mirando al cielo, donde, como confiaba su corazón cristiano, no existen verdugos ni opresores, donde la fe no mata, ¡donde el que reina es Dios!» —Articulo publicado en La Patria, de Manila, número extraordinario citado.
  8. El Sr. Calderón, en su carta citada, dice: «El dato de la hora lo tengo muy presente, puesto que aquel día no quise salir de mi casa, y sentado en mi escritorio estuve mirando reloj: vivía yo en la Ermita, desde donde oí la descarga, que me hizo saltar las lágrimas. Mi pobre mujer, que tenía un hijo enfermo en los brazos, cayó al suelo sollozando. En una casa de filipinos vecina á la mía, desde las seis de la mañana se oían rezos por el alma de Rizal. —También le puedo decir, y esto lo se por testimonios auténticos de personas que estaban en el campo, que de Cavite, mejor dicho, del campo insurrecto, habían llegado hasta Pasay unos 200 hombres dispuestos á entrar en Manila en el momento del fusilamiento.» —Algo parecido se intento también en 1872, cuando ahorcaron á los presbíteros Gómez, Burgos y Zamora.
  9. Este Sr. Ruiz Castillo es el mismo que, en unión de otro compañero, certificó oficialmente la muerte de Rizal, en estos términos:
    «Don Felipe Ruiz y Castillo, Médico mayor con destino en el Hospital militar de esta plaza, y D. José Luis y Saavedra, Médico segundo, en expectación de destino. —Certifican: que por orden del Excmo. Sr. General Gobernador militar de la plaza y nombramiento del Excmo. Sr. Inspector de Sanidad militar, han asistido, en la mañana de hoy, á la ejecución del sentenciado á muerte José Rizal y Mercado, el cual ha quedado en estado de cadáver, después de haber sido fusilado por la espalda. Manila 30 de Diciembre de 1896. —Felipe Ruiz. —José Luis y Saavedra
  10. La Voz Española: Manila 30 de Diciembre de 1896.
  11. «Su cadáver, según mis informes, se halla sepultado en el cementerio de Paco, entrando á mano izquierda, hacia el extremo del muro semicircular y frente á los nichos del mismo; en el suelo, inmediatamente después del punto donde se enterró el del general Montero.» —Carta del P. Pablo Pastells, á mi dirigida, fechada en Sarriá (Barcelona) el 29 de Diciembre de 1904.
  12. La Voz Española: Manila 30 de Diciembre de 1896.