Vida y escritos del Dr. José Rizal/Rizal en capilla

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Vida y escritos del Dr. José Rizal: Edición Ilustrada con Fotograbados (1907)
de Wenceslao Retana
Rizal en capilla
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

EL DÍA SUPREMO




RIZAL EN CAPILLA


El 29 de Diciembre, muy de mañana, el juez Domínguez acudió á la fuerza de Santiago á comunicar oficialmente á Rizal la sentencia recaída en el proceso. El Secretario leyó íntegramente el documento condenatorio, el dictamen del Auditor, Sr. Peña, y la aprobación del general Polavieja. Rizal dióse por enterado, y «protestando de lo que se le había leído», firmó, previo requerimiento, al pie de la diligencia judicial. Cuantos han visto esa firma y otras de Rizal, declaran que nunca éste escribió su nombre con pulso más sereno, con letra más robusta, clara y perfecta. ¡Al fin se cumplía su pronóstico! Cumplíase, al fin, lo que en él había sido vaga aspiración: ¡Morir por la Patria! Rizal, como Ibarra, de Noli me tángere, tenía que morir sólo por el delito de haber ansiado libertades para la tierra que le vió nacer[1]. —La sentencia de muerte acogióla, pues, Rizal como una ley del Destino. É inmediatamente de firmar el «enterado», fué puesto en capilla, en una habitación habilitada al efecto, en la fuerza de Santiago, donde ya se hallaba. Y el Juez se retiró, no sin haber hecho antes entrega del Reo al Jefe del piquete, D. Juan del Fresno, que lo recibió con las formalidades de rúbrica. «Por un singular privilegio y consideración inusitada, dicen los jesuítas[2], Rizal estuvo en capilla sin ataduras, aunque con tres centinelas de vista y dos oficiales, todos españoles.»

Al cundir la noticia, cundió la más intensa emoción por toda la ciudad, y durante las veinticuatro horas que Rizal permaneció en capilla (siete de la mañana del 29 á siete de la mañana del 30), en Manila no se habló de otra cosa. El Capellán del regimiento de artillería ofrecióse á Rizal; pero éste, agradecido, rehusó los auxilios espirituales que el Capellán le brindaba. El Arzobispo dispuso que asistieran al Reo los jesuítas, los cuales destacaron inmediatamente á los PP. Miguel Saderra y Mata y Luis Viza. —«Rizal les recibió con mucha cortesía y con verdadero gozo, y después de saludarles pidió un Kempis y un Evangelio, y les manifestó deseos de confesarse»[3]. —No se olvide que los jesuítas habían sido sus maestros desde los diez hasta los diez y seis años, y que Rizal les tenía profunda consideración, tanto por esta circunstancia, como porque veía en ellos la antítesis de los frailes.

Y añaden los autores del opúsculo tantas veces citado:

«Fué también cosa singular que se encontrara en Manila, desde poco tiempo antes, el P. José Vilaclara, antiguo profesor suyo, y el P. Vicente Balaguer, misionero que había sido de Dapitan, á los cuales mandó llamar. Pero más providencial aún parece lo siguiente: Siendo Rizal alumno del Ateneo Municipal de Manila, se entretuvo en labrar con un cortaplumas, en tiempo de recreo, una imagen del Sagrado Corazón de Jesús. La imagen tiene unos 15 centímetros; es tosca, aunque no muy imperfecta. Quedó dicha imagen en el Ateneo, pero sin ser especialmente guardada, y en circunstancias tales, que lo más natural era que hubiera desaparecido, aunque quiso Dios que se conservara para siempre. Al ser llamados los Padres á la Capilla, recordaron que la imagen era obra de Rizal, y el P. Viza la llevo consigo, para que le recordase su antigua devoción y piedad. […]

»Al llegar á la Capilla los dos primeros Padres [Saderra y Viza], y después de saludarles, el mismo Rizal les preguntó:— Si por casualidad se conservaba aún la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que él había hecho. —El P. Viza, sacándola del bolsillo, le dijo:— Aquí la tiene usted: el Sagrado Corazón viene á buscarle.

»Rizal tomó la imagen y la besó; estuvo en su mesa, delante de sus ojos, las veinticuatro horas de Capilla; y esa imagen fué la última que besó al salir para el patíbulo.

»Aunque era poco menos que visible la acción de la gracia invitando á Rizal para que se salvara, no obstante, se había arraigado en el corazón de aquel infeliz la impiedad de una manera tan fria, calculada y escéptica, que resistió tenazmente á la gracia de Dios, causando no poco dolor á los que con tanto celo deseaban su salvación, durante el día y parte de la noche que precedió á su muerte. El P. Saderra y el P. Viza se retiraron, y les reemplazó un rato el Padre Rosell, quien salió mal impresionado, coligiendo, por lo poco que le oyó á Rizal, que éste era protestante. Volvieron á la Capilla los Padres Vilaclara y Balaguer á las diez de la mañana, recibiéndolos el reo con mucho afecto; y, entablando conversación con ellos, habló de diversos asuntos. Manifestaba deseos de confesarse; mas, observando su modo de hablar, se confirmaron los Padres en que el criterio de Rizal oscilaba entre protestante y racionalista.

»Se le indicó que antes de confesar era preciso hiciera una retractación de los errores que había sustentado, y habló de su retractación en tales términos, que se creyó debería procederse en esto especialmente de acuerdo, ó más bien seguir las disposiciones del Prelado. Fueron á medio día á Palacio los PP. Balaguer y Viza, y dieron cuenta al señor Arzobispo [Nozaleda] del estado del reo y de la poca espezanza que ofrecía de rendirse á la gracia de Dios. Por la mañana había visitado el R. P. Superior al Prelado, tratando de la fórmula de retractación que debería firmar Rizal…»

«Entre tanto, acompañaba al P. Vilaclara, asistiendo á Rizal, el P. March, á quien Rizal había conocido antes, cuando estudiaba en el Ateneo.»

Aquella mañana, el redactor-corresponsal del Heraldo de Madrid, D. Santiago Mataix, logró entrar un rato en la capilla[4]. Halló á Rizal tan tranquilo y tan corriente como si en vez de hallarse en capilla se hallara en su propia casa. Mataix, al sentarse, tenía el sombrero en la mano; Rizal se lo tomó y se dispuso á colocarlo donde no constituyera una molestia: el periodista quiso rehusar amablemente la galantería; y Rizal, insistiendo, pero en los términos más joviales, repuso: «¡No faltaba más! Estoy en mi casa, y, por lo mismo, déjeme usted que cumpla los deberes de cortesía que debo tener con los que me honran visitándome.» Entre Rizal, el jesuita que le asistía y Mataix establóse conversación: «estudios y travesuras de la infancia (escribe Mataix) é historias de chicos, constituyeron el tema de nuestra charla». El religioso dijo que el reo había sido Presidente de la Congregación de San Luis, y Rizal contestó con viveza:— «Padre, recuerde usted que yo no fuí nunca Presidente, sino Secretario: era yo muy pequeño, y no podía presidir; porque fíjese usted que yo no he presidido nada en mi vida; he sido y soy muy pequeño.» —Y aludiendo á la época en que escribió Noli me tángere, dijo:

«—Entonces era yo un pobrete á quien los cocheros de Manila engañaban, y hacían burla de mí hasta los banqueros del Pásig. Los mismos filipinos no estaban muy prendados de los hechos de este infeliz: algunos me combatían, pero de igual á igual, sin que nadie hablara aún de esos apostolados, supremacías ni monsergas que me han perdido. Pero marché á Londres, y allí pude notar que se me atacaba con saña, se predicaba contra mi libro, se abominaba de mí, y aun creo que se concedieron [así es la verdad] indulgencias á folletos [de Fr. José Rodríguez] en que se me injuriaba. Resultó lo que había de suceder: cada sermón, á los ojos de mis paisanos, era una homilía; cada injuria, un elogio; cada ataque, nueva propaganda de mis ideas. ¿A qué negarlo? Me envanecía semejante campaña; pero, créanme —y eso lo saben ustedes mejor que yo,— que ni tuve importancia para tales censuras, ni soy digno de la fama que mis engañados partidarios me dan: los que me han tratado, ni me suben á los cuernos de la luna, ni me fusilarían tampoco. Creeríanme como soy: inofensivo; los más fanáticos por mí son los que no me conocen; si los filipinos me hubieran tratado, no hubieran hecho de mi nombre un grito de guerra.»

Y añadió en seguida:— «Si se hubieran seguido los prudentes consejos del P. Nozaleda, entonces Rector del Colegio de San Juan de Letrán, que lejos de avivar la campaña contra mí marcaba el camino del desvío, no dando importancia á los actos de un jovenzuelo ni á sus escritos, yo no estaría ahora en capilla, ¡y quién sabe si en Filipinas no camparía la insurrección!»[5].

É inmediatamente profirió algunos conceptos de marcado desdén para otros redentores, que suponían al pueblo filipino en condiciones de regirse por sí mismo; á su juicio, el pueblo necesitaba una preparación que aún no tenía, por más que no faltase quien creyera lo contrario.— «¡Eso es, exclamó, lo que propalan los Lunas y los de Malolos! ¡Bah!…»[6]. —Prosigue el Sr. Mataix:

«Asimismo me indicó, ante testigos (recuerdo á D. Manuel Luengo [Gobernador de Manila] y al P. Rosell, de la Compañía de Jesús), que él reconocía ser la bandera de la insurrección, y que bajo el punto de vista español, iba á estar bien fusilado.

»Se quejó amargamente del general Blanco, porque lo hizo prender antes de llegar á Barcelona, siendo así que él no fué á España como deportado; y la prueba, me dijo (y de esto hacía un argumento en pro de su inocencia, que impresionaba), es que el Capitán del barco en que viajábamos con rumbo á España D. Pedro Roxas y yo, no tenía instrucciones del Marqués de Peña Plata; y, como los demás viajeros, pudimos desembarcar, y desembarcamos, Roxas y yo, en Singapore, restituyéndome á bordo por mi propia voluntad…»[7].

Y volviendo al relato de los jesuítas: «Además (dicen) de los Padres mencionados, visitó á Rizal aquella mañana el P. Federico Faura, Director del Observatorio Meteorológico de Manila; y al verle entrar, dijo:—«Padre, ¿se acuerda usted de la última vez que hablamos, y de lo que vuestra reverencia me pronosticó? Ha sido usted profeta: voy á morir en un cadalso.» —El P. Faura, á pesar de haberse afectado sobremanera, estuvo un rato hablando con él.»

Según refiere otro periodista[8], el P. Faura dijo á Rizal:

«—Convéncete[9], Rizal, de que nosotros, los que fuimos tus maestros, somos los únicos que no te han engañado. Arrepiéntete á tiempo. Nosotros te consolaremos. Acuérdate de que cuando estudiabas en nuestra Casa, siempre rezabas ante aquella imagen del Sagrado Corazón que tú tallaste. Pidiéndoselo, ella te salvará.

»Rizal, emocionado, vaciló, y después de permanecer un rato silencioso, dijo al P. Faura que quería confesarse…

»Después operóse en Rizal una extraña reacción. Pidió papel y pluma y se puso á escribir versos. Luego, hablando con los que le rodeaban, dijo:— «Los coloquios con los españoles ilustrados me han hecho filibustero[10], porque me han hecho desear la independencia de mi patria. Cuando estuve en Madrid, los republicanos me decían que las libertades se pedían con balas, y no de rodillas. Verdaderamente, estas ideas depositadas en mi alma son las autoras de mi obra; mi único pecado es el de la soberbia: he creído hacer algo muy grande sin tener condiciones para ello.» —Hasta el momento de la ejecución ha expuesto sin cesar esta idea fija de que la soberbia es la que le ha perdido. —Dijo también:— «Yo quería para las Islas Filipinas un sistema foral, como el que en España tienen las provincias Vascongadas[11]. Insisto en condenar la rebelión. La sentencia que me priva de la vida es justa, si se ha querido castigar en mí la obra revolucionaria; pero no, si se atiende á mis intenciones.»

Lo que escribió Rizal fué lo siguiente:

Unas breves disposiciones testamentarias, por una de las cuales dejaba á su defensor, D. Luis Taviel de Andrade, el alfiler de corbata que llevaba puesto. Cuando el Defensor lo supo, indicó á la familia que agradecía la delicadeza de su defendido; pero que no podía aceptarlo; que aceptaría, en cambio, con sumo gusto, un retrato del Doctor. Pero es que el alfiler no habría ido á manos del Sr. Taviel de Andrade, aun en el caso de que éste lo hubiera querido conservar. En efecto: hallándose Rizal en capilla, el Juez le leyó la parte dispositiva de la sentencia en la cual se le exigía la cantidad de cien mil pesos «para asegurar las responsabilidades civiles que nacen del delito» (así consta oficialmente); y Rizal manifestó que no tenía otras propiedades que las de Dapitan (que le fueron embargadas), y «como valores, tiene un par de gemelos que entrega al Sr. Juez instructor, y un alfiler de corbata, de oro, y de plata su aguja, figurando una abeja»; y con ambas alhajas, de escaso valor, se quedó el Juzgado.

Seguidamente escribió la carta, que con toda fidelidad se reproduce á continuación[12]:

«Herrn Prof. Ferdin. Blumentritt.

Mein lieber Bruder: Wenn Du diesen Brief erhalten hast, bin ich schon todt. Morgen um 7. Uhr werde ich erschossen werden; ich bin aber unschuldig des Verbrechens der Rebellion.

Ichs terbe gewissensruhig.

Lebe wohl, mein bester, liebster Freund, und denke nie übel von mir.

Festung des Santiago, den 29 Decem. 1896.José Rizal.

Grüsse der ganzen Familie, der Frau Rosa, Loleng, Curt, und Friedrich.

(Á lo largo de la margen interior:) Ich lasse Dir ein Buch zum Andenken.»

Después «escribió á su hermano, dándole buenos consejos y pidiendo perdón á toda su familia»[13], y, por último, escribió sus célebres versos, que nos parece inexcusable reproducir aquí[14]:

[ÚLTIMO PENSAMIENTO]

¡Adiós, Patria adorada, región del sol querida,
Perla del mar de Oriento, nuestro perdido edén!
A darte voy alegre, la triste, mustia vida:
Si fuera más brillante, más fresca, más florida,
También por ti la diera, la diera por tu bien.

En campos de batalla, luchando con delirio,
Otros te dan sus vidas, sin dudas, sin pesar.
El sitio nada importa: ciprés, laurel ó lirio,
Cadalso ó campo abierto, combate ó cruel martirio,
Lo mismo es, si lo piden la Patria y el hogar.

Yo muero cuando veo que el cielo se colora
Y al fin anuncia el día tras lóbrego capúz:
Si grana necesitas para teñir la aurora,
¡Vierte la sangre mía, derrámala en buen hora,
Y dórela un reflejo de su naciente luz!

Mis sueños cuando apenas niño o adolescente,
Mis sueños cuando joven, ya lleno de vigor,
Fueron el verte un día, ¡joya del mar de Oriente!,
Secos los negros ojos, alta la tersa frente,
Sin ceño, sin arrugas, sin manchas de rubor.

Ensueño de mi vida, mi ardiente vivo anhelo,
¡Salud!, te grita el alma que pronto va á partir.
¡Salud!… ¡Oh, que es hermoso caer por darte vuelo,
Morir por darte vida, morir bajo tu cielo,
Y en tu encantada tierra la eternidad dormir.

Si sobre mi sepulcro vieres brotar un día,
Entre la espesa yerba, sencilla humilde flor,
Acércala á tus labios y besa el alma mía,
Y sienta yo en mi frente, bajo la tumba fría,
De tu ternura el soplo, de tu hálito el calor.

Deja á la luna verme con luz tranquila y suave,
Deja que el alba envíe su resplandor fugaz,
Deja gemir al viento con su murmullo grave;
Y si desciende y posa sobre mi cruz un ave,
Deja que el ave entone su cántico de paz.

Deja que el sol ardiendo las lluvias evapore,
Y al cielo tornen puras con mi clamor en pos;
Deja que un sér amigo mi fin temprano llore,
Y en las serenas tardes, cuando por mi alguien ore,
Ora también, ¡oh Patria!, por mi descanso á Dios.

Ora por todos cuantos murieron sin ventura,
Por cuantos padecieron tormentos sin igual,
Por nuestras pobres madres que gimen su amargura,
Por huérfanos y viudas, por presos en tortura,
Y ora por ti, que veas tu redención final.

Y cuando en noche oscura se envuelva el cementerio
Y sólo, sólo muertos queden velando allí,
No turbes su reposo, no turbes el misterio:
Tal vez acorde oigas de citara ó salterio:
Soy yo, querida Patria; yo que te canto á tí.

Y cuando ya mi tumba, de todos olvidada,
No tenga cruz ni piedra que marquen su lugar,
Deja que la are el hombre, la esparza con la azada,
Y mis cenizas, antes que vuelvan á la nada,
El polvo de tu alfombra que vayan á formar.

Entonces nada importa me pongas en olvido.
Tu atmósfera, tu espacio, tus valles cruzaré.
Vibrante y limpia nota seré para tu oído;
Aroma, luz, colores, rumor, canto, gemido,
Constante repitiendo la esencia de mi fe.

¡Mi patria idolatrada, dolor de mis dolores,
Querida Filipinas, oye el postrer adiós!
Ahí te dejo todo: mis padres, mis amores:
Voy á donde no hay esclavos, verdugos ni opresores;
Donde la fe no mata, ¡donde el que reina es Dios!

¡Adiós, padres, hermanos, trozos del alma mía,
Amigos de la infancia en el perdido hogar!
¡Dad gracias, que descanso del fatigoso día!…
¡Adiós, dulce extranjera, mi amiga, mi alegría!
¡Adiós, queridos seres!… ¡Morir es descansar!

¡Ni una palabra de odio para los sentenciadores!… ¡Todo es amor para la Patria y para los suyos!

«También le visitaron (dicen los jesuítas) el Gobernador civil, el Fiscal de S. M., varios oficiales de artillería y algunos otros; quedando todos pasmados de la serenidad que mostraba y que conservó hasta última hora. Le visitaron su madre, septuagenaria, y una de sus hermanas, y besó la mano á su madre.»

Las hermanas de Rizal acudieron á las puertas del palacio de Malacañang, donde esperaron que saliera Polavieja. Salió éste al cabo, y, «deshechas en llanto», «arrojáronse á sus plantas, para pedirle clemencia. El General hubiera deseado que el cumplimiento de inexorables deberes le permitiera identificar la clemencia del gobernante con la piedad de sus sentimientos íntimos»[15]. Rizal, por su parte, desde que entró en capilla no abrigó ni un momento la menor esperanza de ser indultado. Después de todo realizábase su aspiración de morir por la Patria. Así es que aquellas precauciones que se tomaron para evitar que se suicidara[16], no pasaron de lujo de previsión. Puesto á morir, harto sabía Rizal que moría más gloriosamente ante un piquete de soldados, que suicidándose.

«Volvió [al obscurecer] el P. Balaguer á la capilla para tratar de la cuestión religiosa con el reo. Los síntomas eran bien tristes; las esperanzas escasas. Por la mañana, al darle una medalla de la Santísima Virgen, la tomó más bien por cortesía, y dijo con frialdad: Soy poco mariano… Abordada la cuestión religiosa, Rizal comenzó á hablar, con reverencia, de Dios, de Nuestro Señor Jesucristo, del santo Evangelio y de la sagrada Escritura: decía que él hacía oración, y que siempre pedía luz á Dios, porque sólo deseaba cumplir su santa voluntad. Parecía un novicio fervoroso. Pero observando sus frases y viendo que todo aquello lo podía decir un protestante, á pesar de que el reo pedía confesión, el P. Balaguer le estrechó con preguntas concretas y categóricas, resultando que Rizal no admitía la autoridad de la Iglesia romana ni del Pontificado, y tenía por regla de fe la Escritura interpretada según su criterio, y, en suma, que se guiaba con un criterio protestante al parecer, pero mezclado en realidad con el librepensamiento y un extraño pietismo. Apretado más, vino finalmente Rizal á decir que él se guiaba sólo por su entendimiento, y que no podía admitir otro criterio que el de la razón que Dios le había dado; añadiendo, con una sangre fría capaz de helar la sangre á cualquiera, que así iba á aparecer ante Dios, tranquilo, y que no cambiaría; porque de admitir otro criterio, Dios le reprendería por haber dejado el de la razón pura que le había dado. Manifestábase, pues, resueltamente librepensador.

»Hubo que entrar en discusión para demostrarle lo desatentado de su modo de discurrir. Rizal había leído todo lo escrito por protestantes y racionalistas, y recogido todos sus argumentos. Se discutió el criterio ó regla de fe y la autoridad de la Iglesia. Admitidas éstas, arguyó sobre la Escritura, sobre el disentimiento de San Pedro y San Pablo, sobre el poder de hacer milagros, sobre la pena de muerte y la muerte de Anania y Zafira, sobre la Vulgata de San Jerónimo, el texto griego y la traducción de la versión de los LXX, sobre el Purgatorio, sobre las variaciones de las Iglesias protestantes; mencionó el argumento de Balmes contra ellas, que quería desvirtuar, y sobre todo, discurrir acerca de la extensión de la Redención, etc. El P. Balaguer refutó de una manera contundente y victoriosa todos los argumentos de Rizal, y al fin de esta discusión le atacó de frente, diciéndole que si no rendía su entendimiento en obsequio de la fe, iba á comparecer ante el juicio de Dios, y á ser condenado para siempre con toda seguridad. Al oir esta amenaza, le saltaron las lágrimas, y repuso:

»—No; no me condenaré.

»—Sí, repuso el Padre; irá usted al infierno sin remisión; pues que, quiera ó no quiera usted, extra Ecclesiam catholicam nulla datur salus: la verdad es intransigente en todos los órdenes, y mucho más en el orden religioso.

»Emocionado ante esta increpación, dijo:

»—Mire usted, Padre; si yo por complacer á vuestras reverencias dijese á todo que sí, y firmara todo lo que me presentan, sin sentirlo ni creerlo, sería hipócrita y ofendería á Dios.

»—Ciertamente, dijo el padre jesuíta; y no queremos eso; pero crea usted que es un dolor sin segundo el ver á una persona amada obstinada en el error, y que se condena sin poderlo remediar. Usted se precia de hombre sincero; pues crea usted que si dando los Padres la sangre y la vida pudiéramos lograr la salvación de su alma, ahora mismo, sin dudarlo, la daríamos antes que usted.

»—Pero, Padre, ¿qué quiere usted que haga, si no puedo dominar mi razón?

»—Que ofrezca usted el sacrificio de su amor propio; y aunque le parezca á usted que obra contra su razón, pida á Dios que le dé la gracia de la fe. Dios le ofrece la gracia á raudales: basta sólo que usted no la rechace.

»—Pues bien, Padre; esta noche pediré de veras á Dios la gracia de la fe.»

El asedio jesuítico no puede negarse que fué perseverante y eficaz. Pero se nos ocurre: Supongamos por un momento que el 29 de Diciembre de 1896 no hubiera habido en Manila más sacerdotes que frailes, y que media docena de éstos, á ser posible dominicos, los explotadores de Calamba, se hubieran plantado en la capilla con la pretensión de reducir á Rizal: ¿qué habría pasado? Que Rizal no los hubiera querido ver ni un segundo, porque los despreciaba con toda su alma; y hé aquí que Rizal, hubiera muerto tan librepensador como lo fué hasta que, rendido por el asedio del jesuita Balaguer, acabó por entregarse, bajo la influencia del medio, de las circunstancias extraordinarias en que se hallaba, de la visión de la imagen que él, siendo niño, había tallado en el Ateneo…

Continúan los jesuítas:

«Los Padres que asistían al reo dejáronle un rato para que descansara: ya de noche, empezó éste á impacientarse algo, y pidió le confesara el P. Vilaclara. Dijéronle que no podía confesarse sin hacer antes una retractación. Pidió con instancia la fórmula de la misma; pero la fórmula del Prelado todavía no se había recibido en la Capilla. Esperaron, pues. Por la noche quedaron con el reo los PP. Vilaclara y Balaguer; y el P. Viza estuvo también con el H. Tillot, con quien tuvo una entrevista muy tierna y al parecer útil. La fórmula de la retractación fué enviada á la Capilla á las diez de la noche. Aconsejó el Prelado que antes de presentársela le dejaran solo algunas horas para que meditara. Así se habría cumplido. Mas al llegar el escrito no faltó quien diera de ello aviso á Rizal, y como ya estaba ansioso de retractarse, pidió luego la fórmula. No era aún ocasión oportuna; porque aún el reo luchaba interiormente consigo, no estaba aún rendido. Por fin, hubo de presentársele la fórmula enviada de Palacio. Rizal leyó, y aunque iba asintiendo al contenido, como éste era extenso, dijo:

»—Venga la pluma, Padre; dicte usted lo que sea preciso profesar, y yo lo escribiré. Dígame usted lo que debo expresar.

»Indicando el Padre las ideas, él las iba pensando una por una, y escribiendo con pulso firme y letra clara, añadiendo y quitando algunas frases con aprobación del Padre. Por ejemplo, al decirle: «Me declaro católico, y en esta religión quiero vivir y morir», él intercaló después de la palabra religión: «en que nací y me eduqué», como queriendo hacer constar su educación católica. Siguió el Padre indicando más ideas, y él asintiendo y escribiendo. Llegóse á la detestación de la Masonería, que por la mañana no admitía de ningún modo, y hallaba dificultad en escribir lo siguiente: «Abomino de la Masonería como Sociedad prohibida por la Iglesia.» Porque, según él decía, aunque había conocido masones muy malos, los que trató en Londres, donde él se inscribió, eran, á su juicio, buenas personas, que podían ofenderse. Parecía que en sus adentros quería dar á entender que la Masonería de Filipinas no era opuesta al Catolicismo. En ella, según parece, Rizal era de grado bastante inferior. En fin, preguntó si se podría expresar aquello en otras palabras, para que no se ofendieran con razón aquellos ingleses. Entonces el Padre le propuso que escribiera: «Abomino de la Masonería, como enemiga que es de la Iglesia y reprobada por la misma.» Y dijo: Así yo lo firmo. Éstas eran las últimas batallas del amor propio, que ya se iba rindiendo, pero que quería aún discutir algo, aunque sólo fuera por vana apariencia. Antes de transcribir el texto de la retractación, importa advertir que como al fin del mismo se dijera: «Puede el Prelado diocesano», quiso añadir estas palabras: como Autoridad superior eclesiástica, «hacer pública esta manifestación». Rindiéndose cada vez más, exclamo: «Padre, quiero añadir espontánea y voluntaria mía, porque crea usted que esto lo hago y digo de corazón; que si no, no lo hiciera.»

»—Bien, dijo entonces el P. Balaguer, ponga usted espontánea, que esto basta.

»Acabada de escribir la fórmula, preguntó:

»—¿En qué día estamos?

»Eran las once y media: fechó, pues, el escrito á 29 de Diciembre. Después de firmado, hicieron que el reo se acostara, y durmió tranquilamente un buen rato.

»La fórmula decía así:

«Me declaro católico, y en esta Religión, en que nací y me eduqué, quiero vivir y morir. Me retracto de todo corazón de cuanto en mis palabras, escritos, impresos y conducta ha habido contrario á mi calidad de hijo de la Iglesia. Creo y profeso cuanto ella enseña, y me someto á cuanto ella manda. Abomino de la Masonería, como enemiga que es de la Iglesia, y como Sociedad prohibida por la misma Iglesia.

»Puede el Prelado diocesano, como Autoridad superior eclesiástica, hacer pública esta manifestación, espontánea mía, para reparar el escándalo que mis actos hayan podido causar, y para que Dios y los hombres me perdonen.

»Manila, 29 de Diciembre de 1896.José Rizal


«Á la una y media se levantó; había dormido un rato, y lo demás del tiempo lo pasó orando y meditando. En aquellas horas ya no era el rebelde racionalista y el rehacio discutidor de antes; era el antiguo Secretario de la Congregación Mariana de Manila; arrodillóse á los pies del P. Vilaclara, y estuvo largo rato confesándose. Luego descansó; meditó; volvió á confesarse; quedó humildemente silencioso. Tan rendido estaba ya aquel corazón antes rebelde, que el P. Vilaclara le leyó extensos actos de fe, esperanza y caridad: los aceptó; y tomando la pluma, después de decir el Credo, los firmó en el mismo librito… Después de firmarlos, se arrodilló Rizal delante del altar; y acompañado de los padres jesuítas, del Juez instructor, Jefe del piquete, Ayudante de la plaza y tres Oficiales de Artillería, todos también arrodillados, espontáneamente fué leyendo con pausa y devoción la protesta que él mismo había firmado, en medio de un profundo silencio interrumpido sólo por la voz del Reo, que confesaba la fe católica. —Los militares estaban pasmados, los Padres profundamente conmovidos; y todos maravillados de aquel espectáculo, tan hermoso y agradable á los ángeles y á los hombres.


»Levantóse Rizal, se confesó por tercera vez, y se sentó: pidió á un jesuíta que le diera el salmo Miserere mei, Deus, y lo fué recitando con pausa y meditando. Recordó las oraciones que siendo colegial en el Ateneo rezaba á la Virgen Santísima, y las rezó íntegras, como también el santo Rosario; él mismo pasaba las cuentas, y rezaba con los ojos bajos ó cerrados. Impusiéronle el escapulario azul. Contaba las pocas horas que le quedaban de vida, y decía que era una misericordia de Dios morir en el patíbulo, porque jamás hubiera muerto mejor asistido. Leía el Kempis, y tenía ansias de comulgar: á las tres en punto empezaba la misa el P. Balaguer. Rizal volvió á reconciliarse. Oyó la misa como cuando era colegial de los jesuítas; comulgó como cuando era congregante mariano; dió gracias, y oyó otra misa, casi toda de rodillas; fué preciso mandarle que se sentara. El tiempo que medió lo pasó leyendo el Kempis y arrodillándose á ratos, espontáneamente, junto al altar. Á eso de las cinco y media tomó el desayuno en compañía de los Oficiales, que ya le miraban, con razón, de otra manera.

»Á las seis[17] entró la inglesa [Josefina], llorando á mares, acompañada de una hermana de Rizal. El P. Balaguer los casó; y aquellos esposos se separaron para siempre, dando Rizal á su mujer consejos de resignación y piedad, y pidiendo á los que le asistían la ayudaran para que pudiera retirarse á un convento y allí acabar sus días[18]. Faltaban quince minutos para salir al patíbulo, cuando llegó el P. March. Rizal dijo entonces al P. Balaguer que no le acompañara, por estar muy conmovido; despidiéndose con un abrazo y con lágrimas, no sin recomendarle el Padre que sus últimas palabras y afectos fueran para Dios, con aquella humilde súplica del ciego de Jericó: Jesu, filii David, miserere mei.»

Durante todo el tiempo que Rizal había permanecido en capilla mantúvose tranquilo, á ratos con buen humor, y comió con buen apetito. En uno de esos ratos de «cierto buen humor», «dijo al P. Vilaciara, antiguo profesor suyo de Física, una idea suya propia sobre el movimiento continuo, y otra sobre la dirección de los globos, para que no quedaran estériles y alguien pudiera hacer ensayos prácticos»[19].

Á las seis y media, «formado el piquete de Artillería, Rizal besó la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, que él había hecho veinte años atrás; y después de firmar y dedicar á su esposa, madre y hermanas varios libros de devoción y estampas, colocado en el centro del piquete, y entre los PP. March y Vilaclara, partió de la fuerza de Santiago»… Iba á emprender el camino del Calvario. Su indulto no había sido pedido por nadie[20]: ni por el Arzobispo ni por los frailes; ni uno solo de éstos había aportado por la capilla con el bálsamo de los consuelos que tanto recomienda el Cristianismo…

  1. Recuérdense los tres documentos que constituyen el testamento político de Rizal, insertos en las págs. 241 á 244.
  2. Rizal y su obra, opúsculo citado, capítulo xvii.
  3. Mientras no se advierta otra cosa, entiéndase que los trozos entrecomillados se toman del opúsculo Rizal y su obra, ya citado, cuyos últimos capítulos fueron escritos precisamente por los jesuitas que le asistieron en la capilla.
  4. «Pude infringir disposiciones severísimas y entrar en la fúnebre estancia, sin intentar la grosera crueldad de someter á interviews al pobre preso.» —S. Mataix: carta fechada en Manila, 30 de Diciembre de 1896, publicada en el Heraldo de Madrid del 5 de Febrero de 1897. Además de este documento, disponemos de otra carta, inédita, del propio Sr. Mataix, que nos fué dirigida particularmente, á nuestro ruego, fechada en Madrid, 12 de Abril de 1906, en la que amplia algunos conceptos.
  5. Carta particular de S. Mataix, citada en la nota precedente.
  6. ¿Qué mejor prueba del antagonismo que existía entre Rizal y algunos de sus más calificados paisanos? Como que Rizal era el teorizante romántico, y los otros los verdaderos revolucionarios de acción.
  7. Carta inédita de D. Santiago Mataix, citada.
  8. Don Manuel Alhama; su telegrama á El Imparcial, de Madrid, fechado en Manila, 30 Diciembre, 6,45 de la tarde; publicado el 31.
  9. Versión inexacta: el P. Faura no tuteaba á Rizal. —Este P. Faura murió á poco de acaecido el fusilamiento del Doctor. Hase dicho que le impresionó tan hondamente el trágico fin de su ex discípulo, que á consecuencia de ello se le precipitó el término de una antigua dolencia. El P. Faura, un sabio de reputación europea, había sentido siempre un gran amor por Rizal, á quien consideraba como el hombre de mayor genio de cuantos habían estudiado en el Ateneo de Manila.
  10. Entiéndase que Rizal no empleó este vocablo como sinónimo de separatista, sino en la acepción corriente en Filipinas de desafecto radical al régimen triunfante en la Colonia. Es digno de notarse que las hemos perdido sin que la Academia Española haya definido debidamente la palabra filibustero en sus acepciones más usuales.
  11. Luego no era separatista, siquiera sintiese el ideal de la Independencia, por las razones que él mismo adujo repetidas veces.
  12. Copia del original, en poder del Prof. Blumentritt, quien, al remitírmela, decíame en carta que conservo, fechada en Leitmeritz, 29 Octubre 1897:— «El texto alemán es casi poético; escrito con mano firme y segura; las señas del sobre, hasta con caligrafía.» —Véase la traducción, hecha por el propio Blumentritt:
    «Mi querido hermano: Cuando recibas esta carta, ya estaré muerto. Mañana á las 7 seré fusilado; pero soy inocente del crimen de la rebelión. —Yo voy á morir con la conciencia tranquila. —Adiós, mi mejor, mi más querido amigo; y nunca pienses mal de mí. —Fuerza de Santiago, 29 Diciembre 1896. —José Rizal. —Recuerdos á toda la familia, á la Sra. Rosa, Lóleng, Conradito y Federico. —(A lo largo de la margen interior:) Yo te dejo un libro como último recuerdo mío.»
    Acerca de este libro, díjome Blumentritt en la carta mencionada:— «Al fin yo lo recibí: es una crestomatía alemana, ó mejor dicho, una crestomatía de poemas alemanes y de poemas extranjeros traducidos al alemán; libro que yo le había regalado cuando fué deportado á Dapitan. La lectura de este libro fué un consuelo en sus últimos días, y con lápiz anotó (el XII de Diciembre) muchos versos que le parecieron exprimir (sic) sus ideas, que tuvo en aquellos días; particularmente le interesaron: el poema de Camoens del poeta austriaco alemán F. Halm (pseudónimo del barón Münch-Bellinghausen, célebre dramaturgo de mi patria; el Apóstrofe á la Nación, del filósofo prusiano Fichte, y el Adiós del poeta francés Béranger. Es muy interesante observar que se creyó [Rizal] no ser político en primer lugar, sino poeta; pero poeta patriota y nacional.» —Blumentritt conserva este volumen como preciada reliquia.
  13. Rizal y su obra, cap. xvii. —Una de las cartas iba dirigida al padre. (Véaso lo dicho por el Sr. Santos, copiado en la nota 88.)
  14. De esta célebre poesía se han hecho infinidad de ediciones. La reproducimos tal como nos la remite el Sr. Paciano Rizal. Corren las copias con leves, pero no escasas variantes. (Como muestra de edición crítica, puede verse la que dimos en el tomo iv de nuestro Archivo del Bibliófilo Filipino.) —Acerca del original de esta poesía, escrita en una hoja de papel comercial, ha dicho el Sr. Ponce en El Renacimiento: «Rizal antes de morir advirtió [á su familia?] la existencia de este papel dentro de la lamparilla [de alcohol, ya vacía], encargando además que recogieran otro papelito que estaría dentro de sus botas, en la planta del pie, cuando fuese cadáver. Este papelito ya no se halló, pues cuando fué exhumado en 1898, ya no existía más que polvo.»
  15. Telegrama del Sr. Mataix, fechado en Manila á 29 de Diciembre; publicado en el Heraldo de Madrid del día siguiente.
  16. «Están tomadas todas las medidas para evitar que Rizal se suicide.» —Telegrama del Sr. Mataix al Heraldo de Madrid, publicado en la edición de la noche del 29 de Diciembre de 1896.
  17. En el periódico El Comercio, de Manila, núm. del 30 de Diciembre, dícese que Rizal contrajo matrimonio á las cinco de la madrugada.
  18. Según refiere D. Manuel Alhama, en un telegrama fechado en Manila el 30 de Diciembre á las 6 y 45 minutos de la tarde, «cuando la ceremonia [del matrimonio] terminó, Rizal preguntó á Josefina:
    »—Y ahora, ¿qué va á ser de ti? ¿De qué vas á vivir?
    »Josefina contestó: —Viviré dando lecciones de inglés.
    »La mujer trataba de contener la emoción que sentía»… Rizal «despidióse de su mujer, y al irse ésta, Rizal la habló algunas palabras en inglés y la hizo una pregunta en voz baja, á que ella contestó: Yes, yes. —Al desaparecer Josefina, Rizal, sollozando, se arrojó en los brazos del P. Faura (sería en los del P. Balaguer; el P. Faura no estaba en la capilla). Mientras tanto, Josefina, en la habitación inmediata, pateaba con furia, gritando: ¡Miserables! ¡Crueles!» —Manuel Alhama.
  19. Rizal y su obra, capitulo citado.
  20. Se ha dicho que alguien, en nombre del Casino Español, fué á solicitar del general Polavieja el indulto de Rizal. El Sr. Mataix, en su carta citada del 12 de Abril 1906, dice terminantemente: «Autorizada por el general Polavieja puedo decir á Vd. que el Casino Español de Manila no le pidió el indulto de Rizal. Sólo lo pidió su familia.»