Zadig, o el Destino/Capítulo V
Vino la época de la celebridad de una solemne fiesta que se hacia cada cinco años, porque era estilo en Babilonia declarar con solemnidad, al cabo de cinco años, qual de los ciudadanos habia hecho la mas generosa accion. Los jueces eran los grandes y los magos. Exponia el primer satrapa encargado del gobierno de la ciudad, las acciones mas ilustres hechas en el tiempo de su gobierno; los jueces votaban, y el rey pronunciaba la decision. De los extremos de la tierra acudian espectadores á esta solemnidad. Recibia el vencedor de mano del monarca una copa de oro guarnecida de piedras preciosas, y le decia el rey estas palabras: «Recibid este premio de la generosidad, y oxalá me concedan los Dioses muchos vasallos que á vos se parezcan.»
Llegado este memorable dia, se dexó ver el rey en su trono, rodeado de grandes, magos y diputados de todas las naciones, que venian, á unos juegos donde no con la ligereza de los caballos, ni con la fuerza corporal, sino con la virtud se grangeaba la gloria. Recitó en voz alta el satrapa las acciones por las quales podian sus autores merecer el inestimable premio, y no habló siquiera de la magnanimidad con que habia restituido Zadig todo su caudal al envidioso: que no era esta accion que mereciera disputar el premio.
Primero presentó á un juez que habiendo, en virtud de una equivocacion de que no era responsable, fallado un pleyto importante contra un ciudadano, le habia dado todo su caudal, que era lo equivalente de la perdida del litigante.
Luego produxo un mancebo que perdido de amor por una doncella con quien se iba á casar, se la cedió no obstante á un amigo suyo, que estaba á la muerte por amores de la misma, y ademas dotó la doncella.
Hizo luego comparecer á un militar que en la guerra de Hircania habia dado exemplo todavía de mayor generosidad. Llevábanse á suamada unos soldados enemigos, y miéntras la estaba defendiendo contra ellos, le viniéron á decir que otros Hircanos se llevaban de allí cerca á su madre; y abandonó llorando á su querida, por libertar á la madre. Quando volvió á tomar la defensa de su dama, la encontró expirando, y se quiso dar la muerte; pero le representó su madre que no tenia mas apoyo que él, y tuvo ánimo para sufrir la vida.
Inclinábanse los jueces por este soldado; pero el rey tomando la palabra, dixo: Accion es noble la suya, y tambien lo son las de los otros, pero no me pasman; y ayer hizo Zadig una que me ha pasmado. Pocos dias ha que ha caido de mi gracia Coreb, mi ministro y valido. Quejábame de él con vehemencia, y todos los palaciegos me decian que era yo demasiadamente misericordioso; todos decian á porfía mal de Coreb. Pregunté su dictámen á Zadig, y se atrevió á alaharle. Confieso que en nuestras historias he visto exemplos de haber pagado un yerro con su caudal, cedido su dama, ó antepuesto su madre al objeto de su amor; pero nunca he leido que un palaciego haya dicho bien de un ministro caido con quien estaba enojado su soberano. A cada uno de aquellos cuyas acciones se han recitado le doy veinte mil monedas de oro; pero la copa se la doy á Zadig.
Señor, replicó este, vuestra magestad es el único que la merece, y quien ha hecho la mas inaudita accion, pues siendo rey no se ha indignado contra su esclavo que contradecia su pasion. Todos celebráron admirados al rey y á Zadig. Recibiéron las dádivas del monarca el juez qus habia dado su caudal, el amante que habia casado á su amada con su amigo, y el soldado que ántes quiso librar á su madre que á su dama; y Zadig obtuvo la copa. Grangeóse el rey la reputacion de buen príncipe, que no conservó mucho tiempo; y se consagró el dia con fiestas que duráron mas de lo que prescribia la ley, conservándose aun su memoria en el Asia. Decia Zadig: ¡con que en fin soy feliz! pero Zadig se engañaba.