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¡Sacrificio!

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

¡SACRIFICIO!


Como los viajeros que han atravesado el desierto y después de una larga caminata entran en la ciudad admirados de todo cuanto ven, así penetraron Rosa y Pedro en el matrimonio; parecía imposible que el amor hubiese aproximado seres tan distintos, y no acertaba la razón á explicarse una unión tan desigual.

Rosa era alta, delgada, rubia, de ojos azules, dulces, dormidos y soñadores, orlados de largas pestañas, que retorciéndose en manojos, daban á su mirada algo de varonil y sombrío; ojos en los que se leia un mundo de ideas encontradas, de ardientes deseos, de ensueños ideales; unos ojos verdaderos abismos del pensamiento, iluminando el rostro de facciones irregulares, que seguramente no hubiese tomado por modelo un escultor.

La tez fina, sonrosada y transpaparente, dejaba adivinar la red de sus azules venas, y su cuerpo esbelto, nervioso y flexible, denotaba que bajo la apariencia de debilidad y gracia, Rosa era fuerte como la mitológica Diana. El rubio dorado brillante y metálico de sus largos cabellos; ese rubio que dió fama á las antiguas venecianas, y que Ticiano y Rubens copiaron con sus inimitables pinceles, daba á conocer la poderosa sangre andaluza que animaba aquella esbelta estatua, capaz de los sentimientos más exaltados.

Pedro, por el contrario, era pe queño, rechoncho, coloradote, de tez cobriza, labios gruesos; el infe rior caido y vuelto hacia abajo, le daba apariencia de pasiones poco nobles, y su mirada vaga, estúpida y sin brillo, indicaba un espíritu embrutecido y apático.

Cómo llegaron al matrimonio Pedro y Rosa, es un misterio; quizás los dos soñaran seres distintos, la casualidad los acercó, cada uno creyó ver en el otro el tipo soñado y los dos se equivocaron obrando de buena fe.

Desde el primer momento, el choque entre aquellas naturalezas tan distintas, fué inevitable. Pedro, sensual, incapaz de ternura ni delicadeza, trató á Rosa como la hembra destinada á servir de instrumento á sus placeres brutales, y ella recogió dentro de sí todas las ilusiones quecomo encantadas mariposas, la habrían acariciado deslumbrándola con el polvo de oro que se desprendía de sus alas, y que con raudos giros huían ahora de ella; su alma, al contacto de la horrible realidad, se replegó en sí misma como esa flor tropical que conocemos con el nombre de sensitiva se repliega y cierra sus hojas al contacto de un cuerpo extraño.

Rosa ocultó dentro de su pecho los insaciables deseos de una dicha soñada, que punzaba su alma, dejándola sin mieles ni perfumes como deja la abeja la flor donde se posa para libar el néctar cuando después de saciada tiende las alas al sol y va á buscar una nueva flor donde posarse.

Pedro se entregaba entretanto á la vida de crápula, al alcoholismo y á toda clase de excesos, tratando brutalmente á su esposa, que pasaba los días sumida en la mayor tristeza.

Un circulo azulado rodeó sus hermosos ojos, sus labios adquirieron una expresión extraña y dolorosa; pero grande en su desgracia, guardó altivamente su dignidad, y á pesar de que su martirio era del dominio público, ni sus más íntimas amigas la oyeron exhalar una queja.

Emilio había sido su compañero de la infancia; nunca una idea amorosa había turbado la pureza de su amistad, aumentada ahora por la compasión que le inspiraban los sufrimientos de Rosa.

Esta tenía un vivo agradecimiento por el joven y viéndose comprendida, sintió el cariñoso respeto de su amigo, entregándose confiadamente á un sentimiento en el cual nadahabía de culpable.

El cariño que los dos jóvenes se profesaban no tardó en ser pasto de la maledicencia, y una noche Pedro oyó en la taberna, entre aquel nauseabundo ambiente de humo y vino, en medio de las maldiciones escapadas de los balbucientes labi s de los beodos y los descarados chistes de las mujerzuelas, el no ubre de su esposa pronunciado por un amigo cariñoso que quería enterarlo de su desgracia.

Pedro estaba ebrio; no conocía e' sentimiento del honor en Cuanto éste tiene de noble y delicado, pero vió que se reían de él; su amor propio habló tan alto como debía había haber'o hecho su dignidad, y tomando un cuchillo de la mesa, salió con paso vacilante, sin que ninguno de aquellos scres degradados intentara detenerle.

Nadie ha sabido la escena que se desarrolló en su casa cuando, á su llegada, pretendió herir á la inocente Rosa, que en lucha desesperada, hubiera sucumbido á no llegar Emilio oportunamente para oir sus gritos y volar en su socorro.

La lucha entre los dos hombres debió ser terrible...

A otro día los caritativos amigos de Pedro pudieron saciar la sed de emociones contemplando su cadáver ensangrentado.

Es este un cuento sencillo y verdadero: nada hay en él de imaginativo. Es sólo uno de los muchos casos producidos por la maledicencia, que goza clavando su garra y manchando con su baba impura los sentimientos nobles, que no es capaz de comprender; y por las estúpidas leyes que condenan á vivir unidos dos seres que se repelen, dos existencias entre las cuales no podia haber nunca ni afinidad orgánica, ni afinidad moral, y que se ven imposibilitados de romper el lazo que han hecho indisoluble el egoismo y la barbarie.