Azabache/XVI

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XVI

UN LADRÓN

Mi nuevo amo era un hombre soltero. Vivía en una gran ciudad, y tenía muchos negocios. Su médico le aconsejó que hiciera ejercicio á caballo, y al efecto me compró. Alquiló una cuadra, á corta distancia de su habitación, y tomó un criado llamado Sarmiento, para que me cuidase. Mi amo entendía muy poco de caballos, pero me trataba muy bien, y hubiera sido excelente para mí aquella casa, á no ser por circunstancias que él ignoraba completamente. Ordenó que se me diese el mejor heno, y abundante avena, habas partidas, afrecho, paja de centeno, y, en una palabra, todo lo que el mozo considerase necesario. Le oí dar la orden, y por consiguiente me satisfice de que iba á tener pienso abundante y bueno, y que lo iba á pasar bien.

Por unos cuantos días todo fué perfectamente. Comprendí que el mozo sabía su obligación; conservaba la cuadra limpia y ventilada, y me cuidaba á la perfección, siendo además muy bondadoso conmigo. Había sido antes mozo de caballos en una gran posada, posición que dejó para dedicarse á cultivar por su cuenta una huerta, vendiendo en el mercado las legumbres y las frutas, mientras que su mujer criaba y engordaba aves de corral y conejos, para la venta. Pasado un poco de tiempo, noté que el pienso de granc se acortaba; me daba las habas, mezcladás con afrecho, pero muy poca avena, tal vez menos de la cuarta parte de la que debiera darme.

A la segunda ó tercera semana, esto empezó á influir en mi vigor y en mi ánimo. El heno, la paja y el salvado, aunque muy agradables, no eran por sí solos alimento bastante para mantener mi condición; pero no podía quejarme ó hacer conocer mis necesidades. Así pasaron dos meses, maravillándome de cómo mi amo no se apercibía de que algo me pasaba. Una tarde, en uno de sus paseos, fué conmigo á casa de un amigo suyo, labrador acomodado, que vivía en una granja. Aquel caballero tenía un ojo inteligente para los caballos, y tan luego como saludó á mi amo, dijo, mirándome de arriba abajo:

-Me parece, señor Barnuevo, que su caballo no luce como cuando lo compró usted; ¿ha estado enfermo ?

-No, señor-contestó mi amo;-pero, realmente, noto que no está tan alegre; mi criado dice que todos los caballos se ponen pesados y débiles en el otoño, y que no debo extrañarlo.

-Qué otoño, ni qué narices-replicó el amigo; en primer lugar, estamos todavía en agosto; y además con el poco trabajo que tiene, y buen alimento, no debiera decaer así, aunque fuese en el otoño. ¿Qué le da usted de comer?

Mi amo se lo dijo, y el otro movió lentamente la cabeza, y empezó á pasarme la mano por todas partes.

-Yo no podré decir á usted quién se come el pienso, amigo mío; pero, mucho me engaño si es su caballo. ¿Ha venido usted muy aprisa?

-No; todo lo contrario.

-Pues toque usted aquí-dijo, pasando la mano por mi cuello y pechos ;-está tan caliente y sudado, como un caballo acabado de llegar del verde. Si quiere usted oir mi consejo, inspeccione un poco más su cuadra. No me gusta nunca pensar mal, y, afortunadamente, en mi casa no tengo motivo para ello, pues puedo confiar en mis criados, esté yo presente ó ausente; pero hay pícaros, bastante malvados para ser capaces de robar el alimento á un pobre animal que no puede quejarse.-Y volviéndose á un criado que había venido para sujetarme, añadió :Dé usted á este animal un buen pienso de avena, sin escaseárselo.

Tenía razón aquel señor; si yo hubiera podido hablar, habría dicho á mi amo adonde iba á parar mi comida. Sarmiento acostumbraba venir todas las mañanas á las seis, y con él un muchachito que siempre traía consigo una cesta cubierta. El muchacho entraba con su padre en el cuarto de los arneses, donde estaba el cajón del pienso, y cuando dejaban la puerta entreabierta, yo podía verlos llenar un saquito con avena, y en seguida se retiraba.

Cinco ó seis días después de la escena en casa del labrador, vi que una mañana, apenas el muchachito había salido de la caballeriza, se abrió de nuevo la puerta y entró un policía conduciéndolo cogido de un brazo; venía detrás otro policía, que cerrando la puerta por dentro, dijo:

-Enséñame el sitio donde tu padre guarda el grano para sus conejos.

El muchacho parecía estar muy asustado, y empezó á llorar; pero no había escapatoria, y tomó el camino hacia donde estaba el arcón del pienso. Allí encontró el policía otro saquito vaVol. 377 Azabache. -12 cío, igual al que se hallaba lleno de avena en el cesto del muchacho.

Sarmiento me estaba limpiando en aquellos momentos, pero los hombres lo vieron pronto, y aunque gritó y echó bravatas, se lo llevaron preso, y al muchacho con él. Después of que éste no fué culpado; pero su padre fué sentenciado á dos meses de prisión.