Cuentos Estrambóticos
CUENTOS ESTRAMBÓTICOS
Primera edición 1966.
Página | |
Prólogo |
3 |
Los tacos |
9 |
Los pianos |
25 |
Hormiguitas |
37 |
Las sombras |
49 |
Los cheques |
59 |
Soliloquio de un omnibús cualquiera |
73 |
La justificación del miedo |
79 |
La propaganda |
87 |
El desaparecido |
99 |
Roberto no sabía la verdad |
109 |
El mandatorio |
119 |
El imperio |
133 |
La esfera |
141 |
PRÓLOGO
La obra cuentística de Domínguez Hidalgo se ha caracterizado en la literatura mexicana por un denso compromiso con la educación, sin embargo, esto nunca ha significado que lo didáctico haya avasallado a lo estético en su obra literaria. Para eso se encuentra su abundante producción didáctica que abarca desde el jardín de niños hasta la enseñanza superior en el área de la lengua y la lingüística, el estudio y la comunicación, la literatura y la semiótica. Más de cien libros escolares. Una verdadera máquina de producción pedagógica dentro de las más actuales estrategias educativas, incluso se ha adelantado con frecuencia a ellas. Por cierto, entre otras cosas, es Doctor en Pedagogía.
Sus cuentos, que él ha denominado desde sus inicios como escritor literario, cronicuentos, así como en el terreno artístico musical habla de cronicantos, son equivalencias y evidencias de la realidad social en que vivimos, envueltos en una sorprendente imaginación que de tan fantaseada, parece real o de tan real, parece fantasía que oscila de los cuentos maravillosos a los de ficción científica, pasando por todas las temáticas: detectivescos, de humor negro, neorrealistas, eróticos, de misterio, de terror; incluso, románticos hasta el kitch o absurdos hasta lo underground. No suele despreciar algunos rasgos porno y aún malditos. Incluso ha inventado anticuentos de hadas waldisneanos e ingeniosos juguetes lingüísticos narrativos.
Siempre preocupado por los educandos, como excepcional maestro que es, el arte de la palabra le ha servido para presentar a los jóvenes y a sus profesores un intento de tomar conciencia de las vidas que transcurren cotidianas en las urbes y en los pueblos a través de sus narraciones expresadas en distintos formatos y tendencias literarias. Su original acepción de “Cronicuentos”, como el denomina a sus relatos, constituye una manera de enfrentar a sus abundantes lectores (casi siempre alumnado, casi siempre profesorado) ante los acontecimientos, a veces brutales, en los cuales vivimos inmersos, con el propósito de detectar la poesía diaria que emana en el ajetreo citadino y que sin embargo, casi siempre se pierde: una poesía extraída de todas las interacciones humanas, aún las menos concebibles. Poesía que es sorpresa, si se medita en ella; o desparpajo cruel, si se lee como contracultura.
Desde sus primeros libros de cronicuentos Fabiana y las demás (1963) y Cuentos promiscuos (1964) se observó en él, una habilidad para satirizar las ideologías de todas las clases sociales producidas y patrocinadas por la demagogia de los herederos de una revolución institucionalizada y cada vez más seducida por el modelo yanqui; actitud que se prolongó, con un dejo de amarga ironía en sus Volanterías (1965), título sugerido por Arqueles Vela, el gran prosista del estridentismo, primer gran movimiento de vanguardia en México hacia 1922. Domínguez Hidalgo, dijeron algunos críticos, parecía tomar la estafeta en los 60s de tal vanguardia y convertido en un derivado neoestridentista construía una parodia de la vida mexicana de esos años donde la estridencia de la barahúnda popular, desde la bisutería de lo insulso folletinesco y de pasquín hasta las posturas cómics, mostraba el ordenado desorden de una sociedad comodona y deseosa de consumismo para sentirse a la moda y gozar de su libertina revolución. Acaso por ello, en su obra literaria inicial, los archivos sentimentales de la narrativa no importaron tanto, sino las manifestaciones del habla, como ecos de personajes sin crónica, diseñados en una polifonía de alienaciones cuentísticas; de ahí el uso del diálogo constante: la palabra y lo que se dice con ella es lo que importa. Dígalo quien lo diga. Las voces ajenas construyen el mundo narrado. Domínguez Hidalgo sólo deja que fluyan y el lector haga la efigie de quienes las hablan.
Luego vinieron, hacia 1966, estos Cuentos estrambóticos que de poco en poco, como toda la obra literaria y artístico musical de Domínguez Hidalgo, comenzaron a circular en los medios escolares; muy distantes de los cenáculos literarios de mafias efímeras y dependientes de grupúsculos demagógicos, ambiciosos, hipócritas y manipuladores. Al fin y al cabo, el mundo para quien Domínguez Hidalgo siempre ha escrito, hablado o cantado, se ubica en el magisterio y sus discípulos. No desea más.
El maestro Antonio siempre ha sido de la escuelas; siempre feliz profesor de banquillo rodeado de su alumnado que lo escucha, dialoga y discute con él; suele refutarle, pero a la vez, comprende que crece en sus aprendizajes ante la vida. Domínguez Hidalgo ha dicho que él también aprende mucho de sus alumnos y alumnas, pues ellos y ellas lo han puesto frecuentemente en contacto con los diversos mundos de las culturas juveniles tan degradadas por los mercachifles.
Y esa es la sensación que se desprende de su obra estética, algo nos quiere enseñar de lo aprendido a través de otros, sin caer en la moralina, sino impulsándonos a reflexionar en nuestras actitudes en pos de cambiar en algo al mundo, por lo menos, el personal. Si no, ahí están también sus Lo ineludible y otros cruentos (1967), Los telones de la noche (1968), Entre la bruma (1969), Por ver qué grande es el mundo del amor (1971), La Cien y otras cosmogonías (1972), Los tristes tienen sueño y otras imaginerías (1973), Anticuentos (1975), Cronicuentos ejemplares (1980). Toda una continuidad literaria. O sus veintidós libros de poemas y sus cincuenta discos de cronicantos, reflejo de sus espectáculos unipersonales de teatro que él ha denominado Cancionales. Más muestras de su disciplina sensible.
Cada uno de los cuentos “estrambóticos” que constituyen esta colección, resulta una extravagancia fantasiosa cuyas tramas van construyendo desenlaces, no solo inesperados, sino exageradamente paródicos hasta la carcajada. Los personajes se ven envueltos en búsquedas alucinantes y en efectos enloquecedores. La psicosis y la paranoia de las ciudades los envuelven hasta pensar que es realidad lo que quizá sólo sucede en su mente. El narrador se convierte en un aliado de las voces ajenas que atormentan a estos seres acosados por los arrinconamientos de una sociedad capitalista que parece post industrial y se vuelve un cómplice de las locuras que relata. Inverosímiles acaso, dan muestra de que en la literatura todo se puede cuando se trabaja desde las perspectivas de una realidad inexistente, pero existente.
Marizela Ríos Toledo.
Poeta y Maestra de Literatura.
LOS TACOS
No sé ni cómo, pero con esta audacia que me cargo, he llegado hasta aquí... Sabía que esa cañería secreta algo cabrón ocultaba... Con la experiencia que me boto, nadie me puede engañar. Y si no fuera por tanta pendeja penumbra que hasta a mí me cisca; yo que estoy tan acostumbrado a las peores desgraciadeces y a las situaciones más pelonas, ya hubiera recorrido todo este laberinto de desagües.
¡Es un perfecto escondrijo bajo la ciudad! ¡Qué escenario sórdido! Propio para crímenes de película. ¡Y esa pestilencia! ¡Carajo! ¡Uf...!
No se oye ni un ruido de las calles de encima. Sepulcral es esto... Hay un silencio tan enorme que me imagino que así debe ser cuando uno se encuentra en la pinche tumba. ¡Qué sombrío total!
Mis pasos apenas si resuenan entre el chapoteo del agua que escurre por allí. Y ni un indicio humano reciente. Se nota que estos túneles no han sido utilizados desde la época virreinal. Aquí se podrían esconder todos los misterios del mundo.
Yo ya sabía de la existencia de estos pasadizos, aunque creía que sólo eran fantasías de ese escritor... ¿Cómo se llamaba? ¡Qué importa ahorita! Casi no puedo ver... Falta oxígeno. Cada vez es menos... pero hay que seguir. Tengo que descubrir lo que he sospechado y demostrar que es cierto.
¡Qué batidillo de lodo, ya me atasqué de mierda o no sé de qué...! ¡Pinche porquería! ¡Ahhh, me lleva la chingada…! ¿Y qué es eso? Parecen unas siluetas en el fondo. ¿Qué serán? No tienen forma precisa ni distingo claramente lo que sean. ¿Objetos arrumbados? Puede ser cascajo o simples piedras; no creo que pueda ser otra cosa. Tal parece que es residuo de mucho tiempo... como de muchos siglos...
Si pudiera avanzar más rápido, ya hubiera dado con lo que busco, pero tengo que ir agachándome...a veces arrastrarme y a duras penas... avanzo... Esta parte de los túneles se está achicando cada vez más. No sé por qué, pero... hay algo...
Como que este lugar no me resulta desconocido por completo, casi me parece familiar. Alguna vez... quién sabe cuándo... como que yo ya hubiera estado aquí en otra época... con muchos otros cuyos nombres he olvidado para siempre...¿O lo leí?. ¿Será por eso que a ratos siento escalofríos? ¡Ah, ya me acordé! Era Riva Palacio. Con razón he tenido de pronto la impresión de que ya había vivido esto. Si lo leí en la secu... Me siento como ese Martín Garatuza encerrado en calabozos y cayendo en un abandono mortal.
¡Chingaos! ¡Brrr...! Que no me castañetén los dientes por culpa de esta temblorina rara en mí, que me las doy de duro. Porque un agente de la judicial no puede ser más que duro. Nada de blandenguerías. ¡Qué miedo ni qué la verga! Debo seguir... Nada de mariconerías.
Si al menos pudiera ver con más claridad esas malditas sombras que quien sabe qué sean, acaso surgirían algunas respuestas a mis sospechas; sabría mejor qué son esos manchones embarrados en estas oscuridades y tal vez me podría ubicar mejor. Pero ya ni el encendedor me sirve. ¡Chin! ¡Y no traje ni un cerillo! ¡Cómo fui a apendejarme!
Hace ya tantas horas que ando recorriendo estos laberintos de túneles que hasta he perdido la noción del día y de la noche. Creo que llevo una semana aquí encerrado y sin tragar. ¡Ni sé! Me acabé las provisiones que traía. Hasta el maldito reloj se descompuso. Pero estoy seguro que por aquí se encuentra la solución a lo que investigo. Tengo que aguantarme el hambre, aunque no quiera. No puedo perder esta oportunidad. La fama me espera y la lana...
Si las manchas de sangre se perdían ahí, al llegar a la tapadera de la atarjea, entonces sólo basta continuar persiguiendo esos indicios. Qué importa que ande entre estos apestosos drenajes, embarrado de cagada y de porquería; entre ratas cabronas, no voy a renunciar. ¡Parecen prietos y chillones conejos mojados! ¡Quítate maldita! Sin embargo... creo que a pesar de todo voy con paso firme.
Desde que no hace poco, mucha gente de feria comenzó a preocuparse por eso, decidí por propia conveniencia emprender la búsqueda.
En un principio nadie valoraba aquello, pero de pronto, al ver lo que venía sucediendo, los grandes cacas de la jefatura también se vieron involucrados ante las protestas de los poderosos ricachones y no tuvieron más que prestar mayor atención a los insólitos sucesos. Los hechos criminales se volvían planificadas repeticiones y día con día se incrementaban.
De manera cotidiana, y casi siempre a la misma hora, acontecían las desapariciones: hombres y mujeres, mujeres-hombres y hombres-mujeres, de manera alternada; un día uno... otro día una; un día una-uno... y otro uno-una... Se sucedía aquello de un modo tan misterioso y angustiante que parecía imposible su contención. Así fue como descubrí una pauta; todos tenían un común denominador: eran súper millonarios.
Desde entonces ha cundido tal pánico entre los habitantes linajudos, que ninguno de ellos se siente tranquilo ni en la ciudad ni en el campo, a pesar de que se han reforzado los cuerpos de su seguridad personal. Como que presienten su fin y se alborotan por encontrar la solución al caso...
Todos los cuerpos policíacos han realizado numerosas investigaciones para saber cuáles son los motivos de tantos cabrones acontecimientos, de tantos posibles asesinatos, aunque eso aumenta lo enigmático, pues si hubieran sido matados por robo, por venganza, por ira, por vicio o por placer, los cuerpos de los victimados tendrían que haber sido descubiertos en algún suburbio, en algún basurero, en algún jardín, pero no... tal parece que algo, que alguien los ha convertido en invisibles. Como si se los hubieran tragado... Como si... ¿O acaso los habrán incinerado? Mas dónde, cuándo, cómo... Es extraño. No se han podido encontrar rastros presumibles. Sólo yo creo haber descubierto los signos... y en eso estoy.
La metrópoli se ha ido escandalizando y los potentados claman a las autoridades la pronta resolución al problema, porque, según lo que se lee en los periódicos o se dice en la tele, cada vez está más cabrón para ellos. Hasta parece que los oigo: ¡Qué clase de garantías personales se nos brinda! ¡Dónde está la vigilancia personal! ¡De qué sirven nuestros elevados impuestos!
Lo curioso es que mientras sucede esto, en los barrios humildes, en las zonas proletarias, todo parece transcurrir con normalidad. El pueblo huevón se divierte en su paseíllos por las ferias que llegan a sus colonias y se deleitan como si nada aconteciera con los sabores suculentos de sus rústicas comidas; en cambio, qué absurdo, ¿o paradójico?, los omnipotentes se encierran a puerta y lodo en sus palacetes, que para poca cosa que les sirven, y se consumen de aburrimiento, de angustia y de ansiedad. ¡Qué gacho!
Mientras tanto, la bola pobre sobrevive sin temer a nadie ni a nada y se le ve disfrutar de los antojos que se dan en calles y ferias sin pizca de preocupaciones. Hasta el más jodido puede engañar la panza con ellos, sus alimentos favoritos: garnachas, sopes, pambazos, tostadas, tacos... Es lo bueno de no tener tanto dinero. Alguna ventaja debía haber.
Sin embargo... a pesar de que se ven alegres disfrutando de juegos y antojos, he encontrado algunos que ya comienzan a sentirse alarmados y, en medio de su desmadre, les he escuchado comentar, casi espantados, mientras devoran sus fritangas que:
—De seguir así, como va todo esto, no tardarán en cerrar nuestros centros de trabajo. Si se escabechan a todos los ricos, ¿quiénes van a darnos empleo? ¿Quiénes van a ocuparnos en las fábricas y en las oficinas? Si faltan los patrones ¿quién sostendrá las empresas?
—Por un lado qué bueno que soy pobre. Si yo fuera de esos ricachones... ¡ufff! Más vale ser de abajo, pero vivo... y para nada soy un muerto de hambre. Deme otros dos de oreja.
Es por eso que ando por aquí... mi olfato de investigador presiente, como en las películas, que me acerco al final de este truculento caso. Muchos hasta piensan que todo esto es cuestión de brujerías y magias. ¡Pendejos! ¡Cómo se dejan engañar! Hasta limpias carísimas les han dado a los poderosos pesudos para que no los desaparezcan... pero cuando menos lo esperan, ¡zas! De nada les ha servido. Ni yendo a bailar a Chalma.
Yo inicié todo esto por mi propia cuenta, cuando me pregunté ¿Y por qué sólo los acomodados peligran? ¡Qué miope soy! De pronto tuve una...cómo dicen... ah, sí, como una epifanía. Se me hace que son acciones de una guerrilla neorrevolucionaria para desestabilizar los capitales y provocar una cascada de devaluaciones. Cuando revelé a mis jefes mis sospechas, dijeron que se me había zafado la cuica y me mandaron a la goma. La de risa que les dio, ojetes. Pero ya van a ver...
Si los asesinados siempre han sido banqueros, empresarios, gerentes, mandamases; o también, los exigentes, y los intransigentes, y los funcionarios, y los políticos, sin faltar algún ocioso que se las da de aristócrata o intelectual; y no se diga de los pinches corruptos líderes enriquecidos... Algo sabroso se está cocinando.
Todo rayaba en lo inexplicable, pero ahora, luego de mis conjeturas, creo haber descubierto el hilo del tejido. Si siniestramente se han ido como esfumando los acomodados y siempre están en peligro, entonces... ¿Qué es esa luz? Creo que es... A ver... ¡Oh!... ¡Qué enorme sótano se ha hecho aquí abajo! ¡Increíble! ¡Y cuántos refrigeradores! Parecen estar repletos de carne.
Si mis sospechas son ciertas, estoy a punto de dar en el clavo... ¡Qué clavo macabro! Ni yo lo puedo creer... ¿Será verdad lo que malicio? ¡Chingada madre! Con razón a los pobres nada les hace el fenómeno de la desaparición; como están tan raquíticos. En cambio los riquillos con tanta lana... ¡Qué notición voy a provocar si esto me resulta cierto¡ Se lo merecen por codiciosos y presumidos.
De seguro que en el fondo los miserables se alegrarán a carcajadas que quienes los explotan, se los lleve la chifosca. (Tal vez con el tiempo los que hoy están arriba desaparezcan y sus propiedades pasen a nuestras manos, para que nosotros, los que en verdad trabajamos, seamos los únicos dueños...) pensarán como ardidos en lo más íntimo de sí y sonreirán, como lo hago yo hoy, de complacencia y burla. Aunque a lo mejor a muchos pobres diablos que nada tienen, les hubiera gustado también ser eliminados para no seguir en su miseria. Así ya no penarían ni pasarían estrecheces ni estarían en la última chilla siempre ni se conformarían con medio engañar el hambre con lo que sea...
Ahora sí de nada va a servir la campaña que las autoridades han iniciado para resolver el enigma de los esfumados. ¿Qué utilidad podrá haber en el espionaje mutuo recomendado en top secret? Se ha querido convertir en agentes a cada uno de los habitantes de la ciudad: Ernesto espía a Gustavo; Gustavo espía a Irma; Irma espía a Luis; Luis espía a Alfonso; Alfonso espía a Miguel; Miguel espía a Carlos; Carlos espía a Ernesto y así sucesivamente; todos se espían; aunque nadie resuelva los crímenes ni los evite.
Recuerdo cómo al principio, hasta algunos de ellos, pinches hipócritas culeros, se miraban satisfechos cuando sabían que sus rivales iban siendo eliminados. Pero ante el avance mortal... ya resultaba imposible vivir entre tanto miedo; entre tanta angustia reflejada en cada uno de quienes se presentían futuras víctimas...¡A toda madre! Creo que son ciertas mis intuiciones y me voy a convertir en el detective más famoso y solicitado del país. Con lo que estoy viendo... Ya está...Tengo los pelos en la mano. Voy a comprobar qué hay en los refris...
Con mi consagración de gran investigador ningún potentado temerá más y como siempre podrá salir al disfrute y goce de los clubes fastuosos que se encuentran en estos días a punto de fracasar como negocios. La noche lúgubre al fin acabará. Adiós al chingado pavor que reina en muchos. Y todo gracias a mí. ¡La papeliza que voy a ganar!
Como me lo propuse, he venido paso a paso, husmeando hasta aquí... A ver... ¡Cuidado...! Alguien se aproxima, se acerca hasta este nauseabundo salón subterráneo; escondrijo perfecto en donde ahora estoy asqueado curioseando como gato, todo. ¡Silencio!... Debo permanecer inmóvil. Varias sombras se deslizan por esas como escaleras que se ven al fondo. Me esconderé atrás de estos barriles. Los contemplaré a través de estas rendijas. Parecen cargar enormes bultos... ya llegan... Mejor me voy a meter en este barril para ocultarme y enterarme de todo. Parece ser de mi tamaño... Rápido. Veo que se abren dos puertas laterales que no había percibido. Entran con gran rapidez... uno... dos... tres... cuatro... cinco... seis... son tantos que ya perdí la cuenta. Entre la escasa luminosidad sólo alcanzo a distinguir siluetas.
Varios hombres regordetes, en batas de carnicero plasmadas de manchas sanguinolentas y frescas, sonrientes, como triunfales, encienden más lámparas. Se desparrama la luz... Veo claro. Como que me estoy espantando. Arrojan al piso los costales. Los vacían. ¡Son más cadáveres! Tiemblo y sudo como nunca. No debo temer. Control. Control. Se dirigen hacia enormes cajones que se encuentran en todos los lados de este gigantesco sótano. Los arrastran y los unen para formar una gran mesa; una enorme plancha. Me estoy arrepintiendo de haber venido, chingados. No seas puto. Deja de mariconear. ¡Contrólate! Es que nunca había tenido miedo.... pero por vez primera... ahora sé lo que es terror... Ya colocan sobre la enorme mesa hecha cual rompecabezas de pequeñas mesas, los cuerpos de todos los muertos... ¡Terrible... qué terrible...! Son como cuarenta. Distingo al desaparecido dueño de la Compañía... y al diputado... y a la cantante... ahí está el senador... el futbolista... y el gobernador de... Van a destazarlos... Veo ahora con claridad los rostros de los hombres.... Creo recordar donde los he visto... en otro lado... en... en... ¡ya!
Ahora me explico porqué no encuentran los restos de los asesinados. ¡Hijos de la chingada! Y la sobreabundancia de... Esto sobrepasa mis conjeturas. ¡Canallas! ¡Ooh! Se movió el barril... ¡Qué bruto soy! Uno se ha dado cuenta. Se acercan tres con hachas en la mano. Me descubren... Esto es pánico... ¡Nooo! ¡Ahh!...
En cierta humilde plaza de la urbe luminosa y musical, la feria retumba de alegría, de gente, de puestos y de antojitos. Algunos locales resplandecen de luminosidad.
Seis corpulentos hombres apenas si se dan a basto para atender a la pobretona clientela que ha ido a tan económica taquería para saciar su apetito.
Nadie deja de paladear un sólo instante la sabrosura deleitosa de los tacos que ahí se expenden. Una mujer enrebozada comenta a su viejo:
—¡Qué sabrosos, verdá Pedro! —Y un hombre de oberol y cachucha rota contesta:
—Sí, vieja. Estos tacos de puerco sí que son ricos.
LOS PIANOS
Desde aquella noche de luna menguante sonaba aquel dúo de pianos con tanta intensidad,
que una mágica fascinación provocada por tal acontecimiento, eclipsó el sueño de los a esa hora durmientes.
Era como si manos misteriosas volaran sobre las teclas seduciendo tonos y medios tonos en armonías vibrantes, ora matizadas con furor, ora degastadas con melancolía.
Entre andantes y allegros iban derramando sus compases hasta terminar, después de breves silencios, en brillantes sonoros, imponentes y grandiosos.
En esa ocasión, el vecindario se deleitó con la música nocturna, pero al transcurrir las noches y repetirse la misma melodía siempre en punto de las doce, el placer convertido en rutina se transformó en aburrimiento primero, luego en insoportable angustia y después, en insomne desesperación.
Nadie conocía a quienes habitaban el caserón del que salían las notas apasionadas. Jamás habían visto a alguien entrar o salir de él, y por eso, aunque la gente del barrio se precisaba de muy cultivada, muchos comenzaron a pensar en brujerías.
Sin embargo, hasta entonces, nada parecía indicar que cualesquiera de los tantos, se decidiera a investigar la causa de aquel misterio. En el fondo, aunque no se aceptara, los invadía, o principiaba a invadirlos, un temor sin nombre ante aquello desconocido, a pesar de sus civilizados portes.
Pronto las consejas del chismorreo fueron acrecentándose, a cual más atrevida en suposiciones; desde la sospecha de una casa habitada por un loco, hasta la afirmación de los espíritus en pena o en goce...
No obstante, a pesar de los más diversos supuestos, los pianos continuaban con su algarabía de sombras a cada noche. Apenas los péndulos ayudaban con sus movimientos iresivenires a que las manecillas se encimaran frente al doce, cuando como en marejada, se estremecían los mutismos de medianoche con el sonido vibrante de un primer movimiento musical.
En cada una de las casas que rodeaban a la mansión melódica, los ojos separaban sus párpados y la pupila se agrandaba para darle forma a la silueta que circundaban el cuerpo al que pertenecían. En algunos, la mirada se enternecía como si estuvieran escuchando insólita serenata, cadenciosa, suave, añorante...
Otros se llenaban de fulgores extraños en los que se percibían miedos insospechados, imprevistos pánicos... Y nadie podía dormir en esos momentos. Los pianos sonaban sus alegretos y sus ritornelos, entre fugas ardorosas y vehementes y con sus compases, sembraban la inquietud y la confusión entre quienes los oían.
Por eso fue que casi al cumplir un año de lo que ya el vecindario consideraba común tormento musical, los afectados se reunieron para discutir algunos planes que pusieran remedio al escándalo nocturno y que parecía no tener final.
Era necesario, proponía el ingeniero Arellano, ir con las autoridades para que realizaran las investigaciones debidas y dijeran a quienes vivían en esa casa que no era posible continuar con tal situación. Si los conciertos fueran de vez en vez y variados, no protestarían. Sabían que en ocasiones algunos hacían fiestas y desvelaban con ellas al barrio, pero esos... esos que ni siquiera conocían, que noche a noche los molestaban con su música desesperante, debían aquietarse. O los pianos o ellos. No podía seguir aquello durante más tiempo.
Todos estuvieron de acuerdo con el ingeniero. Protestarían con gran energía. Fueran quienes fueran los que vivían allí, necesitaban una llamada de atención. En el día que tocaran cuando quisieran, pero de noche... De noche que dejaran dormir. Eran más de once meses los que habían soportado y francamente no podían resistir más. Nadie comprendía cómo ninguno se había atrevido, qué decir atreverse, decidido a poner un hasta aquí a esos... a esos... ¡Quién sabía lo que eran!
Todos coincidían en reconocer una enorme antigüedad a aquella casona ruidosa. Cuando llegamos a vivir aquí, y eso que fuimos de los primeros, ya estaba construida, nunca pensamos que... Clamoreaban los que más se las daban de fundadores.
Por ello, en masa, acudieron a las puertas de la mansión incógnita. Mientras se les hacía justicia legalmente, iniciarían sus protestas. Y estuvieron tocando un largo lapso, mas nadie acudía a abrir.
Hasta entonces a ninguno le había preocupado ver el interior, pero en esos instantes sintieron curiosidad y a través de las hendeduras comenzaron a fisgonear. Sólo alcanzaban a medio mirar el principio de un jardín bastante descuidado. Las altas y gruesas bardas de piedra volcánica, protegidas aún con alambre de púas, impedían a quienes habían trepado furiosos para penetrar en la residencia, contemplar más que arbustos y a lo lejos, entre enredaderas, unos pilares y unos ventanales que nada aclaraban.
Algo sucedía. Parecía que nadie la habitara, pero, ¿y los pianos? ¿Cómo explicarlo? ¿Quién los tocaba con tanta virtuosidad? La policía era la única que podía esclarecerlo. Debían llamarla cuanto antes.
Así, al cabo de unas horas, los zumbidos de las patrullas se presentaron y de ellas descendieron, como vomitados, casi una docena de agentes. Una muchedumbre promiscua, hombres, mujeres, jóvenes, niños, perros, se arremolinaron frente a la mansión misteriosa con el deseo de no perder ni un detalle de lo que acontecía y de lo que con probabilidad iba a suceder. Unos a otros se empujaban como para ver mejor.
Uno de los más prepotentes gendarmes llamó con increíble voz de gasero a los habitantes desconocidos, mientras que golpeaba con manos y pies el enorme portón. Nadie respondía. Ante esto, el comandante ordenó que abrieran a la fuerza. Un grito de admiración recorrió los labios de quienes presenciaban la escena. A empellones la puerta cedía y dejaba al descubierto una pequeña jungla. Era como si desde hacía mucho tiempo nadie se preocupara en cuidar aquel jardín que ahora mostraba con abundancia una vegetación silvestre e invasora.
Los agentes atravesaron los antiguos prados y llegaron a la puerta principal. Se asombraron de las dimensiones del terreno que abarcaba toda una gigantesca manzana. Bien podrían haber cabido allí una centena de casas comunes. Con llave maestra abrieron y al entrar percibieron un olor a podredumbre tan intenso que se vieron en la necesidad de salir. La peste se extendió rápidamente y la muchedumbre que los había seguido, retrocedió de inmediato como golpeada por un asqueado bofetón.
Un cierto temor se apoderó del comandante que presentía un crimen más. Y aguantando la respiración, mientras abrían las resguardadas ventanas, penetraron. Por dentro la casa era un amontonamiento de antigüedades, entre las que destacaban por su belleza, dos decimonónicos pianos negros de cola, convertidos en grisáceos por el polvo que los cubría.
Las miradas examinaban aquella balumba de riquezas, cuando una exclamación interrumpió la curiosidad. Allí, tirados sobre la alfombra y en un recodo de la escalera art-nouveau con labrados de cedro y caoba, se hallaban los residuos de los que habían sido seres humanos.
El comandante ordenó con serenidad, como quien está acostumbrado a hacerlo, que se llamara a la ambulancia. El rumor corrió más que el silencio y la noticia levantó cejas y patrocinó nuevos asombros. ¡Un crimen! ¡Un suicidio! ¡Qué misterio se cierne aquí! ¿Y los pianos? Muchos temblaron su cobardía.
Sin embargo, entre sonrisas y bocas abiertas, poco después se reveló que uno de los curiosos había encontrado en el cajón de un escritorio una carta y de inmediato la había entregado al comandante. Éste, al leerla, movió la cabeza y quedó pensativo. Era un caso extraño, pero la solución simple. El mensaje la contenía:
“Algún día nos van a asesinar, lo presentimos. Creen que somos ricas, pero no es cierto. Sólo tenemos poco, muy poco... casi nada; como nos gustan las antigüedades...
Por eso, creyendo que un día de estos nos matarán, si descuidamos lo que tanto esfuerzo y sacrificio nos ha costado, hemos decidido vivir aisladas del mundo protegiendo nuestras pertenencias.
Sabemos que en alguna hora, todas esas bolas que se dicen revolucionarias perderán sus ideales y se convertirán en saqueadores. Nuestra hacienda la hemos fraccionado y sólo nos reservamos una pedazo cómodo. Los asquerosos futuros millonarios querrán sentirse y verse parte de nuestra aristocracia, hoy destruida por la revolución, y querrán vivir en nuestras haciendas, pero como olvidarán con el tiempo para lo que luchan, entonces... sus hijos... o sus nietos...
Ya casi los vemos construir casas que imiten los estilos vacíos de los yanquis, en lugar de la elegancia europea. Y como tendrán dinero y apoyo del gobierno... ¡qué será de nuestro valle, de nuestras lomas, de nuestros pedregales, de nuestros riachuelos!
Nuestros patrimonios serán convertidos en hoteluchos o en insultantes residencias sin las alturas de la culta Francia.
Algún día moriremos, pero no saldremos a pedir auxilio, puede ser que... se aprovecharán y... ¡No! ¡No! Permaneceremos aquí, aunque nos maten quienes... no sabemos.
Si esto llegare a suceder, hemos arreglado en los pianos un mecanismo eléctrico para que siempre, a la misma hora, por la noche, a medianoche, toquen una melodía con el fin de que los vecinos se molesten, protesten y acudan a la policía. Así descubrirán el asesinato e investigarán, porque lo sabemos, lo sabemos: ¡Nos matarán! ¡Nos matarán!
Sólo pedimos piedad para nuestros cuerpos que han quedado desamparados en estas tierras de injusticia y sobresalto; y piedad para nuestras almas, pues tantas veces los incomprensivos ladrones de la patria dijeron que éramos vejestorios avaros y usureros. ¡Mas cuan equivocados! Sólo éramos unas pobres e indefensas viejecitas... Unas mártires viejecitas condenadas a morir y ser traicionadas... De todos modos, el tiempo ladrará, los oportunistas terminarán robándonos e instalando nuestras colecciones en sus horrendas casotas de políticos barbajanes sin abolengo, hijos de nuestros criados... o en las de presumidos e ignorantes nuevos ricos... cuyos padres también fueron lacayos en los días de nuestra aristocracia...”
HORMIGUITAS
-Tú, Miguel, conduces el Roll-Royce rojo y yo el amarillo. Así iremos cómodos los ocho. Será un buen día de campo. Verás cómo nos divertimos. —eso lo dijo Alfredo pensando en un buen inicio sexual con Eugenia. Y todos los amigos y amigas aplaudieron excitados por un pensamiento semejante, aunque callado, cual si hubieran realizado un gran descubrimiento, pero que se iba reflejando en el recién libidinoso brillo de sus ojos. Sin decirlo, ya imaginaban desnudas a sus parejas en todos los estilos de su esperado disfrute.
En aquel fin de semana, que ya presentían espléndido, irían a gozar de un tantas veces pospuesto paseo campestre. Pero hoy, todo lo habían previsto. Saldrían muy temprano, tomarían la supercarretera Intercontinental y al llegar al kilómetro 213, seguirían la desviación que por ahí se entronca. Se internarían entre los altos bosques de coníferas y en un lugar apropiado dejarían los automóviles. Descenderían y entre bromas y carcajadas cada vez más cachondas, subirían caminando por las abruptas laderas de la montaña hasta llegar al manantial que debido a la estación de lluvias, se vería convertido en una cascada rodeada con frescos pozuelos para nadar. Ojalá que no lloviera. La temporada de aguas se hallaba en su auge y no había tarde en la cual no cayeran tremendos chubascos. Ahora que si llovía, con eso de la humedad... a abrazarse y luego a secarse con la piel caliente...
Nada saldría tan perfecto como aquel día de campo. No habría tedio, sólo diversión y sexo. Por tal motivo, habían preparado exquisitas viandas cuyo costo no había sido objeto de detención para semejante regodeo.
Tanto los muchachos Jiménez, Alfredo y Miguel, hijos de una familia de famosos adinerados, como los jóvenes Montes, Joaquín y Alberto, progenie empresarial, que habían venido desde Nueva York a visitar a sus amigos de la capital, amigos desde la infancia, no habían reparado en gasto alguno.
Aunque, pensaban con lógica mercantilista que de nada les servirían las tarjetas de crédito ni los dólares en la montaña; a menos que se dieran la gran aburrida y de ahí se fueran a la playa. Conclusión: nada mejor dentro de los festejos merecidos por tan íntima amistad, que gozar la sensualidad de la vida al contacto con la naturaleza y por eso habían preferido organizar los anfitriones un estupendo pic-nic. Además llevaban buenísimas amigas: Eugenia, Elisa, Jenny y Yazmín, compañeras de la universidad.
Los padres de tales jóvenes irradiaban prestigio social y financiero. Los Jiménez eran dueños de la cadena televisora más importante del país y los Montes, allá en Nueva York, debían su fama a su participación constante en la mayoría de las negociaciones destinadas a la alta moda.
Ambas familias explotaban de riqueza y la vida fácil para sus descendientes era obvia. Los hijos podían acudir a las Universidades más costosas de sus respectivas urbes, aunque resultaba que, de tanto poseerlo todo, el estudio era un simple ocio, un estadio más para pasar el tiempo.
Mas, como decían sus padres: —Tienen que prepararse para manejar bien nuestras empresas. No vaya a ser que algún obrerito líder se les trepe por descuidados.
Con todo, ninguno había destacado por la brillantez de su talento, mas bien eran conocidos en sus escuelas por su vida de relajo y las cantidades de dinero que llevaban para gastar. Así pues, la vida para ellos era sumamente fluida y dulce... Ya llegaría el momento de trabajar para administrar los negocios, y para eso, no se necesitaba ser sabio. Astucia y olfato; no más.
Por fin, después del vértigo deportivo de la velocidad, llegaron hasta donde se proponían y acamparon. ¡Qué voluptuosa y genital alegría se desparramó en sus rostros! El super equipo de sonido que llevaba el carro estalló en músicas paleolíticas y escandalosas y después de desnudarse completamente, sin mayor apocamiento, tanto ellas como ellos, corrieron a zambullirse en la ya bastante ancha laguna que la cascada producía. Y entre carcajadas, guitarrazos eléctricos y baterías electrónicas, se lanzaban a los rostros las transparencias del agua y en amistosa guerra náutica semejaban chiquillos lúbricos que recién habían descubierto la naturaleza. Los abrazos intencionados y los besos furtivos no se detenían con las condescendientes amigas, también hijas de familias adineradas que no ignoraban nada en cuanto a caricias atrevidas. Les encantaba.
Cuando salieron de las delectaciones acuáticas, el sol ya se había ocultado entre una inmensa nube de tonos blanquecinos y grisáceos, pero no había presagios de próxima tormenta.
Probablemente hasta el anochecer llovería y para entonces irían camino a casa muy satisfechos. Por la noche debían asistir a una recepción en la mansión de los Del Valle.
¡Esa sí era una loca mansión! ¡Mejor dicho, palacete de grandes puntadas! No se la perderían. Sabían las sorpresas que solían dar en honor de los visitantes para afianzar lazos de clase. Todo allí era muy chick. Además la Del Valle estaba en su plenitud y la enloquecían los veinteañeros. Solía dar sus resbalones con ellos. Pero ya era carne vieja.
Después de revolcarse un poco entre el pasto con el deseo levantado, pero discretamente impedido por las jóvenes que se las daban de discretas, dispusieron los manjares para saborear otros deleites.
Colocaron un precioso mantel bordado y entre todos dispusieron con elegancia las viandas para comenzar a despacharse. Desnudos disfrutaban las vituallas derramadas a propósito en la piel para que la pareja la limpiara sibarita con mordisqueos, chupetes y lengüetazos.
—¡Nunca me había divertido tanto!— comentó Elisa, mientras Alfredo y Alberto lamían la mermelada que le habían untado en los senos.
—Te lo he dicho... Allá en Nueva York habrá espectáculos impresionantes, pero nada mejor que la naturaleza. — Concluyó Alberto su lujurioso saboreo.
—¡Huy! Naturalista el joven... Yo la odio... Nunca nos satisface plenamente... — Arguyó Elisa que parecía ir excitándose con frenesí ante las dimensiones que veía en Joaquín.
—No aleguemos chovinadas por ahora y... mejor ahora disfruta de mi mantequilla... Chúpala bien...¡— Intervino Joaquín que se había dado cuenta de las miradas de Elisa.
—Cuidado, Jenny! — Alertó Eugenia que parecía muy concentrada con Miguel. — Esa hormiga roja te puede picar... Te sube por una pierna...
—Parece que nunca las has visto... Mira lo que le pasa... — Interrumpió Jenny mientras de un manotazo la aplastaba y se deshacía del insecto arrojándolo al pasto. —¿Ves?
—La trituraste... Sólo la hubieras hecho a un lado... Bueno, qué importa, mejor deja que Joaquín me triture como a ti con su hormigota... —y sonrieron cínicos, como desmayándose en delectación.
Luego del incidente, como si nada, continuaron engullendo con placer los bocadillos que llevaban y el champán. Sus cuerpos seguían sirviéndoles de mesas tersas y provocativas. Las carcajadas entre tanta burbuja les aceleraba el pulso y las ganas de estar más cerca. Alfredo traía un poco de marihuana, pero todos la rechazaron. Eso era de vulgares. Había que gozar al natural, sin artificios. Cosquilleos de la piel con la propia piel. Eso era la moda en Europa.
Tan entretenidos se encontraban en sus deliquios naturalistas que no alcanzaron a percibir un desfile de hormigas rojas, que, sin saber de dónde, se había formado. Los insectos, atraídos sin duda por las migajas del banquete campestre de los ya enardecidos jóvenes, se aproximaban con organizada disciplina en pos de llevarse las sobras alimenticias a sus madrigueras.
Sin que los fogosos chicos se dieran cuenta, durante todo el tiempo de sus voluptuosos escarceos, las hormigas habían trabajado huidizas en pos de lograr lo suficiente para su mantenimiento. Ahora que había modo, tal parecía que no deseaban perder la oportunidad...
De pronto Yazmín que principiaba a montar a Alberto gritó:
—¡Mira, Eugenia! ¡Cuántas hay! ¡Cuidado, te pueden picar! ¡Aplástalas Miguel! Si no, no nos dejarán en paz... Rápidamente... que quiero más...— Gimió zafándose de la inicial y delicada penetración de Alberto .
Los jóvenes procedieron a su labor destructiva. En pocos minutos, la columna rojiza de hormigas se debilitó, como si hubieran huido. Vueltos a sus regocijos pasionales y olvidados de aquello que ni como simple incidente consideraban, los jóvenes se había emparejado y propulsados por la embriaguez, principiaban a violentarse con mayor ardor y a dejarse ir en pos de sexo pleno.
—¿Escuchan?—De pronto, ante el azoro embestidor de Joaquín, Elisa interrumpió soltándose de su amante. —¿Qué ruido es ése? ¿Parece un zumbido?
—¿Mas bien como el de un tornado? — Respondió Alberto dejando de penetrar a Yazmín que protestó por el abandono. —¿Pero aquí?
—Mejor vamos a un motel. — Continuó Eugenia. —Se está nublando... No tarda en caer un aguacero...
—¿Qué dicen? Coger bajo un aguacero es muy sabroso. —Exclamó sonriente Joaquín— De lo que se pierden.
—¿Nos vamos entonces? — Molesta gruñó Yazmín que lucía humedecida su entrepierna.
—Vámonos pues... ¿Dónde quedaron mis pantalones? Ya casi nos veníamos...— Concluyó Miguel.
—¡Miren allí! — Dijo aterrada Yazmín mientras recogía su ropa— ¡Hormigas por montones nos están rodeando! Para ningún lado podemos escapar... ¡Son... !
—¡Qué horror! ¡Huyamos pronto! — gritó desesperada Eugenia quien desnuda comenzó a acelerarse.
—¡Cálmate Eugenia! Corramos hacía los automóviles y encerrémonos allí. — Ordenó Alfredo.
—No creía que unas simples hormigas pudieran organizarse con tanta perfección...— Prosiguió alarmado Joaquín mientras comenzaba a movilizarse como eludiendo obstáculos.
—¡Parecen millones! Si no huimos, peligramos... Es como si protestaran por las que aplastamos... Son un montonal. — Aún con su erección plena, Miguel gritó asombrado.
—¡Socorro muchachos! ¡Socorro! — Se oían como desintegrándose los gritos de las jóvenes cuyas desnudeces se veían desaparecer como succionadas por la tierra.
—Miguel... las hormigas las han tirado al suelo... ¡Cuidado! Ahora están subiéndosenos. No puedo detenerlas. Son incontrolables ¡Nos muerden! ¡Nos devoran! ¡No! ¡Noooo!
Y el zumbido se acrecentó como iracundo. Los aterrados quejidos fueron dejando de oírse cual si se volvieran lejanía.... Algo había ocurrido en unos cuantos minutos. Ahora los insectos se arremolinaban alrededor de un extraño y sanguinolento montículo, como en fiesta obrera.
Los jóvenes millonarios se habían esfumado; ni un residuo siquiera quedaba de ellos. Sólo cuatro o cinco hormiguitas negras recogían algunas insignificancias de comida que a pesar de su pequeñez transportaban a sus agujeros...
LAS SOMBRAS
(Hoy las vi de nuevo. Surgieron de donde siempre y atravesaron el jardín para perderse en donde mismo. Ya se lo dije a mi hermano y a mi padre, pero se rieron de mí. Creen que sólo son inventos de mi imaginación, pero aunque ellos no lo crean es verdad lo que afirmo; las he visto cruzar de manera continua entre los viejos árboles. Aparecen entre la penumbra por la reja que da a la cochera, se internan entre los prados sin saber cómo y luego... Yo he ido hasta el lugar de esfumación y por más que he hurgado, no encuentro puerta secreta alguna. Llegan hasta la tapia de las bugambilias y allí desaparecen. No tengo miedo ni temor. Es sólo una preocupación ante el misterio cuando no puedo explicármelo con claridad...
¿Y si fueran ladrones que estuvieran planificando saquear nuestra casa? Sin duda pocos ignoran que mi padre es uno de los hombres más ricos del país y por tanto han de querer muchos apropiarse de lo que nos pertenece. Pero yo no lo voy a permitir, por eso soy joven... Y si esas sombras persisten en sus intentos, ignoro los medios que pueda utilizar para defendernos, pero las desenmascararé...)
—¡Te digo que es cierto, papá! ¡Cómo piensas que voy a estar engañándote! Ni que fuera un niño aún... He crecido lo suficiente como para lograr respeto a mis opiniones. Además, todo lo hago por protegerte. Tú mismo has dicho que te ha costado muchos disgustos el lograr amasar la fortuna que ahora tienes. Y por eso me preocupa la aparición de esas sombras. Pueden ser asaltantes o asesinos... Hazme caso siquiera esta vez! Es por tu bien... bueno, por nuestro bien.
—La casa es muy segura, Arturo, porque si no lo fuera. no viviríamos ni un instante más en ella. ¿Piensas que voy a arriesgar lo que con tantos negocios he ganado? ¿Cuándo has visto que la alhajas se guardan en cajas de cartón? ¿Nunca, verdad? Sino siempre bajo llave y en caja fuerte. Nuestra residencia es así... Nadie puede entrar si no es bajo la vigilancia nuestra o de los criados... Si no, ¿para qué crees que la edifiqué tan sólida y tan bien resguardada? Los muros que la rodean pasan de tres metros y sobre ellos hay un sistema eléctrico automático que repele cualquier intento de transponerlos. Hay mucha seguridad. Así es que nada temas. Y deja de leer novelas de fantasmas... que éstos no existen... sólo en nuestra mente... No olvides que nuestra mansión está herméticamente protegida. Antes de acostarme yo mismo enciendo el mecanismo de clausura y ni con bombas pueden abrir. Cualquier contratiempo que vaya en perjuicio de quienes vivimos aquí, de inmediato el servicio de vigilancia lo descubre. Pierde cuidado...
—Insisto papá, alguien trama en contra de nosotros algo... Yo he visto las sombras recorrer el jardín como tratando de descubrir un objetivo... Créeme...
—Han de ser los perros o los criados cuando se dirigen a sus dormitorios.
—La primera vez eso creí porque nada más eran cinco sombras... pero la segunda aumentaron a diez y nosotros solamente tenemos ocho de servidumbre. A la tercera ya fueron quince y así ha venido creciendo su número. La última vez que las descubrí eran como cuarenta y cinco...
—(Carcajada) ¡Qué fantasía tienes! Mejor ve a dormir que ya es tarde, (Risa continuada) Anda... te hace falta descanso...
—¡Créeme papá! ¡Por favor! ¡Presiento algo terrible!
—¡Delirios de tus diecisiete años!
—¡Está bien! Conste que lo advertí...! ¡Hasta mañana!
(Otra vez ahí están. Pero ahora son infinitamente más. No avanzan. Se han quedado detenidas en todo el jardín, como si estuvieran decidiendo algo... Debo decírselo a mi padre... que las vea por sí mismo... así ya no dudará... Voy antes que sea tarde...)
—¡Papá! ¡Papá! Abre... Soy Arturo...
—¿Qué quieres? Deja descansar...
—¡Abre por favor! ¡Rápido!
—Está bien... ¿Ahora qué?
—Mira hacia el jardín...
—Ya estoy viendo hacia el jardín... ¿Y...?
—¿No las ves?
—¿A quiénes?
—Las sombras... ¡Míralas...! ¿Qué? Han desaparecido...
—Mañana mismo voy a hacer que te revise el médico... No estás bien.
—Te lo juro... Afuera había multitud de ellas... Se disponían a asaltar la casa... y destruirnos...
—Ve a dormir...Arturo. Ve... Descansa.
—Pero...
—Ve a dormir dije... Y no molestes ni a tu hermano ni a tu madre...
—Ahí estaban... papá... de veras... ahí...
—¡Obedece!
(Por qué se habrán ido... Hace dos semanas que no he vuelto a verlas. Probablemente sea verdad lo que mi padre me ha dicho... Sólo eran delirios provocados por mi fantasía. He revisado con detenimiento la seguridad de nuestra casa y no hay peligro alguno... Quien se atreviera a querer introducirse a ella, pagaría caro su osadía... Estamos protegidos y resguardados.. Nuestro poder no peligra por ahora... a no ser que esas sombras fueran ciertas... Pero no... No. Por ahora estamos a salvo... ¡Qué cabeza la mía! ¡Preocuparse por unas alucinaciones!)
—¡Arturo! Escucha tú, hijo de ricos... Dentro de poco ya no gozarás de la fortuna de tu padre, porque nosotros nos materializaremos y acabaremos con tus privilegios.
—¡Quién habla así! (Aterrado) Esto no es simple fantasía... escucho voces... sólo voces... extrañas voces...
—Sí, Arturo, somos las voces que pregonan tu fin... y el de tus semejantes... Somos las voces de tu conciencia... Ya verás como un día... estas sombras endebles que tú has visto se harán estridente realidad y acabaremos con los de tu estirpe de ladrones capitalistas. Seremos realidad... realidad...
—¡No! ¡No es cierto! ¡Mi padre tiene razón! ¡Sólo es mi fantasía! ¡Mi fantasía! Un delirio de mi fantasía.
— Su hijo debe seguir un tratamiento psiquiátrico, de lo contrario puede perder la razón... y en parte usted tiene la culpa, pues siempre lo han visto como un niño y nunca le ha dado ninguna autoridad mayor... Recuerde que desde hace tiempo ha dejado ya su adolescencia. Acaso por eso de modo inconsciente su cerebro reacciona en contra de usted y realiza tales invenciones, como un resentimiento...
—Creo que es acertado, doctor, lo que dice. Su madre comienza a preocuparse. Voy a comprarle un viaje de recreo y lo mandaré a pasear por el mundo... Así se dejará de tonterías.
—Es lo que debe hacer... Él se siente inferior a usted y a su otro hijo... Dele trabajo en su compañía constructora... Necesita saberse útil y no como un adorno más... Arturo tiene una gran sensibilidad que puede resultar perjudicial. Es lo que mejor puedo recomendar...
(—Sí... las sombras existen... lo sé... aunque mi padre no me crea.... Ellas vendrán un día para arrasarlo todo... a pesar de protecciones... a pesar de... Las sombras que he visto emergen con palas, picos, martillos, azadones y un día se materializarán para edificar su reino de luces sobre la escoria derrumbada de nuestra riqueza... ¡Las sombras se están fortaleciendo... aunque muchos no lo quieran ni lo sospechen; aunque crean que todo está controlado! Es verdad... existen... las presiento... las intuyo... las veo... ¡No estoy loco! Ya comienzan a salir de sus cavernas. Ya son más que ideas. Pronto estallarán sus explosivos y arrasarán palacetes y poderosos rascacielos. Sus albañilerías se van volviendo poderosas. Tendré que nacer de nuevo para no ser acabado por esas sombras y poder combatirlas hasta restituirnos lo destruido...pero si no lo logro, tendré que convertirme en la luz de su nuevo mito arquitectónico. Mientras, estaré pendiente como lámpara apagada entre las paredes de este enorme cuarto blanco en el que me han puesto los incrédulos.)
LOS CHEQUES
Selim era multimillonario. Muchos contaban haberlo conocido cuando apenas había llegado de su tierra; cuando a las duras tenía para comer y no era dueño de más propiedades que la ropa raída llevada puesta. Sin embargo, como la astucia formaba parte de su sangre, poco a poco, primero como abonero ambulante de pueblo en pueblo, medio hablando castellano y después, ya establecido, fue acumulando el producto de su esfuerzo que luego, con inteligencia, astucia y trato adecuado, se acrecentó.
Y de aquel Selim, adolescente de sucias ropas de manta e incipiente negro bozo, desembarcado en Veracruz en pos de la promisoria y legendaria América, ahora no quedaba absolutamente nada, sólo el nombre, porque ni en lo físico se parecía. Estaba desconocido.
Del joven alto, flaco, narigón y de famélica mirada insegura, poco existía. La delgadez se había convertido en abundancia de carnes y el hambriento reflejo de sus ojos, en penetraciones audaces, como para asegurarse de las ventajas o desventajas a que lo conduciría el trato con tal o cual persona.
Con ambiciosa frecuencia viajaba desde Tijuana, donde era el odiado propietario de más de una docena de maquiladoras, a las más diversas partes del país para efectuar diferentes negocios que concertados de modo ventajoso para él, siempre le dejaban aumentos no despreciables en sus posesiones.
El matrimonio nunca le había importado. Era un obstáculo, decía, y sólo le preocupaba la conservación de sus millones atesorados a fuerza de perseverancia, de privaciones, de disgustos y... sobre todo, de la constante lucha que tenía que realizar para no ser acabado por las ingratas obreras y los mugrosos obreros de sus fábricas, cuyas constantes peticiones de aumento en sus sueldos, le causaba profundos malestares.
—Si no fuera por nosotros que los ocupamos, ahora anduvieran muertos de hambre por ahí... como acostumbran... emborrachándose y llenándose de hijos. — Comentaba enfurecido en reuniones con otros potentados y se revelaba en contra de las peticiones de sus trabajadores. — Si no les parece el sueldo, váyanse a otro lado. ¡Sobran quienes quieran el empleo! — y remataba con su perorata de siempre: — Yo sí conocí la miseria, no como ustedes, patrioteros. No más para no tener líos con su gobierno ladrón, los liquido, pero si fuera por mí... ni agua.
Acostumbrado a la riña cotidiana con sus empleados, aquella mañana Selim se había disgustado más que nunca, como pocas veces de las muchas. Fernando, su chofer, se había enfermado y no podía llevarlo hasta donde con urgencia necesitaba ir, así que él ahora se iba a ver obligado a conducir. No podía confiarse de un desconocido. El holgazán de Fernando se tuvo que enfermar ahora, nada menos que cuando más lo requería, ¡Con lo molesto de atravesar la Rumorosa y luego el desierto de Sonora! Siempre le había parecido abominable. Tal vez porque le recordaba sus lugares de origen y las miserias que había pasado en ellos. Y sin más quehacer, sólo conformarse, subió refunfuñando su hipopotamesca persona al lujoso automóvil de ocho cilindros y arrancó.
Selim manejaba sin dificultad. Durante bastante tiempo él lo había hecho sin necesidad alguna de sirviente. Por eso fue que todo transcurría con normalidad y hasta sentía un alegre cambio en su ser al comprobar que no se le había olvidado esa actividad sin mayor gracia. (¡Y pensar que cualquiera con esta vulgar tontería hace el gran negocio de ser chofer! ¡Gran sabiduría! Cualquier imbécil ignorante puede manejar y aprovecharse de las necesidades de los pobres diablos sin transporte para quitarles un buen dinero. ¡Bah!) Pensaba despectivo, como envidioso de las ganancias fáciles de quienes manejan taxis o camiones.
Haciendo berrinches mentales en contra de los choferes, había entrado a la región desértica desde hacía tres horas y amenazaba no tener fin. El sol reverberaba sobre las áridas tierras y las piedras distribuidas en desorden por la Naturaleza, parecían cobrar movimiento ante tanto calor. Uno que otro cactus aparecía de vez en cuando y en ocasiones se veían volar en sus eternos giros los negruzcos plumajes de los zopilotes.
El tedio comenzó a invadir a Selim. Era sumamente cansado el trayecto y demasiado aburrido el paisaje. Él, que ya no estaba muy acostumbrado a manejar, se contradecía en su inicial entusiasmo manejador, comenzaba a resentirlo. Ni siquiera un solo carro se veía circular por esa carretera. Todo era nada. Acaso hubo un relámpago de odio en su cerebro por la ausencia de su chofer. (¡A causa de él...! ¡Hijo de puta!)
Un jaloneo comenzó a aparecer en el motor del automóvil y Selim se extrañó de ello. El auto era nuevo y de gran marca. Dos o tres veces lo había usado. No era posible que fuera a descomponerse. Quizás el calor sofocante del desierto había perjudicado la máquina. Pero, cómo... Y Selim tronaba los labios. El jaloneo se hizo más intenso y un tronido se escuchó, como si algo se hubiera roto. Una humareda salió por el cofre y el coche rodó unos cuantos metros más por el impulso natural de la velocidad a la que venía, hasta detenerse.
El motor había dejado de funcionar. Selim apretó los puños y murmuró algunas palabras. (¡Maldito Fernando!) Nada peor podía pasarle. Su rostro enrojeció de furia. No sabía que hacer. No llegaría a tiempo para el importantísimo negocio que planificaba. Perdería millones... Y hasta el aire acondicionado había dejado de trabajar. Parecía que la mísera máquina se había puesto de acuerdo para no continuar.
Decidió bajar a revisar, tal vez no era algo importante y podría arreglarlo. ¡Y sin que pasara alguien por ahí! Como un golpazo sintió el aire hirviente sobre su rostro. (¡El infierno en llamas...!) pensó (...como en mi tierra... cuando en caravana huíamos de los ambiciosos ingleses. Y yo era tan niño... tan desvalido.) No resistió lo candente de la temperatura y regresó al interior del carro. Allí la frescura había desaparecido, quemaba. Se quitó la corbata y el saco. ¿Qué haría allí? ¿Cómo resolver la situación? ¡Y no saber si había algún poblado cerca!
Resolvió, a pesar del sol, ir por toda la carretera hasta encontrar alguien que lo ayudara. Debía pasar cuanto antes un automóvil. La insolación podría matarlo y él comenzaba a sentir miedo. Había luchado tanto para hacerse de su fortuna que deseaba gozar más tiempo con ella. No era posible. Debía salir a como diera lugar de esa situación.
Lentamente el carro fue quedando atrás. Selim volteó para verlo y maldecirlo: ¡Carro infeliz! Ya me la pagarán los que me lo vendieron. Van a ver. De mí nadie se burla. ¡Los arruinaré! Aunque me cueste bastante. No importa. Y seguía caminando con sus carnes a cuestas. El sol era irresistible. Jamás, ni allá en sus desiertos nativos, lo había sentido con tanto furor. Y en su caminata, como si fuera el momento de su muerte, recordaba hasta los mínimos detalles de su vida. Se veía niño, rodeado de miserias y de ruegos... de multitudes hambrientas y sin esperanzas. Reimaginaba a su madre mirándolo a él y a sus hermanos, sin hacer nada, sin poder hacer... Y a su padre, muerto aquella mañana por los asesinos del jeque traidor. El calor parecía aumentar, se sentía desfallecer y en sus recuerdos se contemplaba joven, en el puerto de la vieja Fenicia, subiendo al barco que lo transportaría a la tierra de promisión, entre decenas de ilusionados que se dirigían hacia allá... Y luego la llegada a este país y la lucha que comenzó en él para lograr lo que ahora tenía. ¡No! El sol no iba a lograr matarlo. ¡Y menos en un desierto! Por eso él había dejado su lugar de nacimiento, no había querido permanecer allá para no morir de hambre ni de impotencia; para no ser devorado, como muchos de los suyos, en las arenas estériles de la inmensidades arenales que constituían su antigua patria. ¡No! ¡No! ¡Lucharía! Lucharía en contra de ese sol que lo sofocaba y lo bañaba de sudores. ¡Lucharía...! Además... de un instante a otro, imaginaba, pasaría algún camión que le daría ayuda. Dentro de pronto... Sí, dentro de pronto... No tenía por qué desesperar.
Volteó hacia atrás como para ver su automóvil, pero había quedado ya muy distante. Entonces pareció ver a aquella hermosa muchacha de Guerrero que le había entregado toda su inocencia enamorada y que cuando ella le hizo saber de su embarazo, huyó como un infame hacia la California. La ardiente caminata le hacía retrotraer recuerdos que parecían haberse borrado de su vida. ¿Qué habría sido de ese hijo?
Había recorrido como diez kilómetros y ni la aridez ni el calor cesaban. De pronto no resistió más y ante su enorme obesidad cayó. Arrastrándose se dirigió hasta una roca que lograba hacer un poco de sombra y allí quedó como sofocado, como si un infarto... No supo cuánto tiempo. Cuando recobró el sentido era de noche. Una inmensa oscuridad lo rodeaba. El cielo lucía toda la esplendidez del universo y se extendía impresionante. Cual si quisiera succionarlo.
Selim se levantó como pudo y nuevamente fue hasta la carretera para proseguir su andanza. En ella iba cuando vislumbró a lo lejos las luces de un poblado. Una sonrisa iluminó su angustia y respiró el tibio aire nocturno que vagaba acariciador. Luego, corrió convulsionado como loco hacia su salvación...
Cuando la silueta de Selim se introducía a las primeras calles del pueblo, sus gritos pidiendo ayuda, rompían con el silencio monótono de la hora. Pero nadie parecía oír. Era extraño ese lugar. Parecía que nunca había transcurrido el tiempo en él, como si jamás hubiera evolucionado o estuviera en una edad sin historia.
La desesperación de Selim llegó al máximo y corrió hasta una de tantas puertas que se extendían a lo largo de la calle empedrada en la que iba y tocó. Un hombre, provisto de una tea y acompañado por una mujer y varios niños vestidos con cierta rareza para él, le abrió y algo pronunció.
Selim escuchó entonces algo semejante a preguntas en una lengua que sonaba a arcaica y que no entendía. Oía mencionar palabras jamás escuchadas. Selim intentó a su vez explicarle con presura lo que le acontecía, mas el hombre gesticulaba incomprensión y sorpresa entre la admiración de su probable familia. Frente a frente se encontraban, pero incomunicados.
— Vengo de Tijuana. Se descompuso mi automóvil. Dónde está el telégrafo. Tengo dinero. Pida lo que quiera. ¡Soy rico! ¡Auxílieme! — Atropellando los vocablos, Selim rabió desesperado y sólo cuando mencionó riquezas, el hombre intentó comprender y dio un potente grito.
De todas las casas comenzaron a salir individuos cuyas ropas eran antiguas. Sus rostros reflejaban exclamaciones. El hombre dijo a quienes iban llegando que el forastero tenía dinero y necesitaba ayuda. Todos afirmaron que se le concediera, pero antes debía distribuir la riqueza prometida en pago, para el bien de todos.
Selim comprendió y diseñó una sonrisa maquiavélica.
(—Dondequiera son iguales. Muertos de hambre que quieren enriquecerse de inmediato, sin mayor esfuerzo. ¡Holgazanes ambiciosos!—)
Dio hipócritas gracias y al mismo tiempo buscó en los bolsillos de su pantalón lo indispensable para pagarles. Sacó una chequera. Pidió algo con que escribir. El sujeto le dio un objeto semejante a un lápiz y Selim extendió tres cheques al portador por cantidad jamás despilfarrada por él.
Bien merecía su vida tal precio y más... Los hombres y las mujeres que lo rodeaban se veían extrañados. ¿Qué hacía ese hombre? ¿Dónde estaban las riquezas que les prometía y que ellos aprovecharían para el mejoramiento de la comunidad? No veían oro, ni plata, ni metal precioso alguno.
—Aquí tienen. Son diez millones para ustedes. Socórranme.
Todos comenzaron a reír, como si lo que les entregara no tuviera ningún valor para ellos.
— Son cheques. Valen tanto como dinero en efectivo. ¿O acaso son tan primitivos que no los conocen?— Aclaró ansioso Selim, mientras los hombres se retiraban irónicos y burlones.
Cuatro de ellos, altos, robustos y jóvenes, vestidos con una especie de overol, lo levantaron por la extremidades y en formidable carrera lo condujeron nuevamente hasta el desierto.
Selim pregonaba desesperado sus riquezas, imploraba piedad. Les ofrecía cantidades exorbitantes, ¡toda su fortuna! Pero ellos no hacían caso. Iba amaneciendo. Los cuatro hombres depositaron en la arena su carga de ofertas e iluminados por el día, dieron la vuelta y en rapidez increíble, regresaron a su población.
— Tengan el dinero. ¡Créanme! ¡Soy rico! ¡Infinitamente rico! ¡Riquísimo! — Selim gritaba como convenciendo, mas nadie lo escuchaba ya. Su voz se fue quebrando. Arrodillado en la arena, suplicante, veía angustiado a todas partes y sólo miraba el desierto, el desierto infinito.
Sollozante se dejó caer. Sus manos que apretujaban la chequera se abrieron sin fuerza y la soltaron. Los cheques firmados se desprendieron en el instante en que un viento leve y cálido comenzó como a sonreír y los iba dispersando. Selim agonizaba, tenía hambre, sed, estaba solo y el calor, en medio de pánico y llanto, aumentaba más y más y más... Algo como el pasado lo fue envolviendo y su corazón no resistió más.
SOLILOQUIO DE UN OMNIBÚS CUALQUIERA
(El silencio me envuelve como la sonrisa de un viejo burlón y entre los misterios de esta sensación de abandono, el tiempo parece distenderme en un acabóse previsto, pero no evitado. Como perdido de mi cuerpo, presiento la llegada de sucesos extraños. Algo como un sollozo que me brota.
Nadie creería que puedo pensar y discurrir en ideas lo que me acontece. He quedado solo después de la balumba que me habitaba transitoriamente. En mi diario recorrido me invado de regocijos, pero al terminarlo sucumbo en desoladoras impresiones y me invade algo como conciencia.
No debía inquietarme nada. Soy la cúspide del progreso. Soy grande, inmenso, potente... Mi vigor lo envidian todos los insignificantes compactados. Sólo yo puedo realizar el esfuerzo de cruzar las cumbres más elevadas sin que surja siquiera un mínimo de dificultad. Me detractan y me alaban. Sin embargo, siento como si algo me faltara, como si existiera un hueco en mis entrañas mecánicas. Algo que nunca he comprendido. Soy como libertad y esclavitud a la vez.
He surgido como producto de una gran estructura. Sin embargo, cuando ella dejó su apariencia férrea y comenzó a viciarse mi manejo, manos alteradas principiaron a transformarme en lo que ahora me erijo.
Entre todos los medios de conducción soy el único que tiene las mayores y mejores comodidades. Cientos de luces circundan mis techos y mis paredes transportables. El lujo de mis asientos lo desean otros de ínfima categoría. Nadie me gana. Soy el dueño y señor de las calles, de las avenidas, de los viaductos.
Hasta por fuera, a pesar de los rayos solares, de los vientos erosionantes o de las lluvias inmisericordes, aventajo, a muchos. Soy el orgullo de la compañía a la que pertenezco: Líneas Unidas. Mis barras, anunciantes de mis rutas, las luzco arrogante y cada una de las estrellas que las adornan parece lanzar destellos luminosos, en cuyos resplandores se confirma mi poderío.
Ya lo he pensado muchas veces, aunque los que me conducen ni siquiera lo sospechan. A pesar de tanta potencia, el abuso que hacen de mí está a punto de causar mi ruina. Apenas hay un nuevo lugar en la ciudad que presagie éxito comercial de ruta e inmediatamente me llevan hacia allá y aunque se opongan los mismos habitantes de ese sitio, instalan oficinas para poner en servicio el transporte, alegando que beneficiará al barrio al instalar tan eficaz medio de comunicación.
Tal vez será por esto que me siento abatido, vacío, enervado, extenuado de andar y desandar por los caminos mil veces recorridos de la urbe laberinto.
Esta noche he sentido algo especial dentro de mis partes mecánicas. Como si de improviso mi motor quisiera explotar o mi carrocería deseara romperse en incontables fragmentos.
No sé por qué, pero creo que ésta es la noche temida, la de mi fin. Todo lo que he atesorado en mí se derrumbará. Me van a cambiar por nuevos omnibuses más sencillos y más económicos. Lamento reconocerlo, pero la decadencia que sufro me está llevando al borde de mi destrucción... sin que nadie me salve... A menos que... Sí... la innovación... requiero innovarme... El hastío de ser el único que impera en los transportes requiere un cambio... y esto tendrá que suceder... aunque para ello cada vez sienta más cercano mi término.
Sí, lo sé. Casi estoy seguro, aunque no lo deseo plenamente. Ésta es la noche última. Mi cuerpo principia a estremecerse. Infrecuentes dolores recorren vagabundos mi mecanismo. Una advenediza fuerza, como inmenso imán, atrae mi configuración de acero... y siento desmembrarme. Quiero resistir pero es inútil... me estoy despedazando... Los cristales de mis arruinadas ventanillas han desaparecido arrancados por una disimulada aspiradora... Mi motor se desintegra... Caen al piso mis llantas, mi carrocería, mi maquinaria entera... me desmorono como si fuera un ilusionado castillo de arena... Como todos los viejos transportes, sucumbo. Nada quedará de mi imperio... lo presiento... ¡Nada! Tal vez ni el recuerdo de mis pasadas grandezas... ni de mis lujos... ni de mis barras... ni de mis estrellas... ¡Me desarmo! El tiempo está ladrando.)
LA JUSTIFICACIÓN DEL MIEDO
(¡No! ¡Morir no! ¡No quiero morir! ¡No quiero! De un momento a otro nos bombardearán. Por eso nos han concentrado a todos en los cuarteles generales. Probablemente la invasión será en la madrugada y no tenemos las defensas suficientes para contrarrestar el ataque. Nos destruirán sin piedad. Nadie quedará vivo. ¡Nadie! ¡Y yo quiero vivir! ¡Quiero vivir! La vida es tan hermosa, magnífica, hecha para gozarla y sentirla. ¿Qué más puede uno pedir?
¿Por qué tienen algunos que mandar sobre los demás y ordenar la matanza de quienes consideran contrarios? ¡Qué injusto! ¡A nosotros qué diablos nos importan los enredos que hayan hecho los mandamases! Debían dejarnos vivir como pudiéramos, pero todo por dominar, por imperar...
Nomás de pensar que tantos han muerto por culpa de quienes están en el poder, me hace rebelar. Si ellos desean algo, que traten de conseguirlo por sí mismos y no mandar a combatir a quienes no tenemos por qué. Nos obligan desde sus estúpidas leyes de conquista. No sé cómo no entienden mis compañeros que sólo somos insignificante carne de cañón para que otros gocen egoístamente de nuestro sacrificio. Y los obedecemos con la dorada de píldora que somos los protectores de la patria. ¡Demagogos! Locos ambiciosos.
Siempre los pretextos de siempre... que la defensa de la libertad, que la lucha contra la esclavitud, que la justicia, que la verdad... ¡Bah! ¡Pamplinas! En el fondo sólo defienden sus propios intereses y ponen como títeres a los pueblos. Pero nosotros tenemos la culpa; les hacemos caso; no nos rebelamos y dejamos que nos arrastren a la guerra. ¡Imbéciles! ¡Somos unos imbéciles! Servir de manada para satisfacciones egoístas que ponen de parapeto a la Nación. ¡Mentiras! Si pensaran... sabrían que el respeto y la comprensión bastarían para vivir en la paz, sin necesidad de combates, de crímenes, de calumnias, de sangre. Pero ellos tienen los hilos y nos manejan a su antojo, como títeres. No sé como la gente les cree.
Tengo que hacer algo. ¡Yo quiero vivir! No me voy a quedar aquí de guajolote. En unas horas más la guarnición será bombardeada y todos quedaremos aplastados como miserables insectos, sin oportunidad de ver siquiera un día más la luz del sol ni sentir la caricia del viento ni escuchar el rumor de las ramas de los árboles cuando él las mueve. ¡Ah! ¡Quiero vivir! ¡Vivir! La existencia es tan bella. A cada instante nos ofrece nuevos panoramas, diversos caminos, claros horizontes, anheladas esperanzas. Hay tanta maravilla en la existencia que...
¡Cómo odio a quienes han provocado esta situación! Me lleno de rabia cuando pienso que mientras ellos están muy seguros en lugares de protección, nosotros, yo, de un momento a otro moriremos. Nos convertirán en pedazos de podredumbre humana. ¡Oh! ¡Tiemblo al recordarlo! Debo huir, tengo que huir. ¡Escapar! ¡Sí! ¡Escapar! Pero... ¿a dónde? Por ahí...
—¡Soldado Méndez! ¿Qué pasa con usted? No ha escuchado las órdenes del capitán? ¡Vaya a su puesto! No es hora de meditaciones. El enemigo está próximo. ¡Prepárese...!
—Perdone señor, voy...
—¿Nervioso? Es lógico. Usted no está acostumbrado a esto, pero ahora se aguanta intelectualito. Total, algún día tenemos que morir. ¡Apúrese...!
(¡Cretino! Ni creas que voy a quedarme. En cuanto te descuides, aprovecharé las sombras de la noche y... me internaré en el bosque. Allí será difícil que me encuentren. Me ocultaré en alguna cueva y cuando todo haya pasado, iré a la ciudad confundido con la masa para seguir mi vida. Tengo que huir, que huir...)
—¿Y Méndez, soldado Carrillo?
—No lo he visto desde hace una hora en que lo vi que iba el cerro. Me dijo que usted lo había mandado.
—¡Yo no he mandado a nadie! Se me hace que fue un pretexto para largarse y desertar. ¡El muy cobarde! Pero no irá muy lejos. ¡Eh! ¡Pelotón de auxilio! ¡Prepárense para localizarlo!
(¡Aaah! No puedo correr más... no puedo. Las piernas no me obedecen. Flaqueo. Hace como tres horas ya que abandoné el campamento y aún está muy lejos el día... No debo detenerme, sería la muerte. ¡Ah! Ni descansar. Todo está tan oscuro... ¿Qué será aquello que brilla a los lejos? Parecen fogatas. Debo ir con mayor sigilo. Despacio. ¡Que sopor tan espantoso me está invadiendo! Debo calmar mis nervios...
¡Es un campamento enemigo! Han de ser quizá los que van a atacar por la madrugada....)
—¡Alto o disparo!
(Me han descubierto. Debo correr. Tengo que llegar hasta la inmensa construcción que apenas se nota entre la oscuridad. ¡Me están disparando! ¡No! ¡No! ¡Yo quiero vivir! Y me siguen... me siguen. Me ocultaré allá dentro. ¡Es un almacén de explosivos! Necesito apagar esa antorcha para ocultarme entre los bultos de dinamita... ¡oh! ¿Qué he hecho? La he tirado. Se incendia todo. Va a explotar todo... ¡No...!)
—Gracias a la heroicidad de Pablo Méndez, el enemigo fue vencido en esta primera etapa. Hombres como él requieren las naciones que deseen vivir en la paz y el progreso. La solidaridad de los pueblos se debe a individuos que no les importa dar la propia existencia con el fin de lograr los más altos valores humanos: la libertad y la dignidad.
La historia ha recogido hoy en sus páginas, a la figura sencilla de un soldado que no le importó arrastrar peligros ni perder la vida, inclusive, con el propósito de descubrir guarniciones enemigas y arrasarlas, aun a costa de su propia destrucción. El mundo libre tiene una deuda en memoria del soldado Pablo Méndez.
—Ahora me explico el por qué de su misteriosa huída. No quería exponer a toda la compañía. Y nosotros que lo creíamos un cobarde desertor, sin saber que el intelectualito era todo un valiente.
LA PROPAGANDA
“¿Quiere hacerse famoso? Acuda a nuestras oficinas”. Era el anuncio que Daniel leía en el periódico. Después de una noche intranquila transcurrida en las inquietudes reflejadas en los sueños tormentosos que había tenido, trataba de distraerse con la lectura del diario.
En el pequeño departamento que habitaba desde hacía un año, cuando llegó de su pueblo, forjaba ilusiones y profusos deseos de éxito. Había venido de su provincia para conquistar la ciudad. Su padre le enviaba mensualmente una cantidad considerable con el fin de que se sostuviera con cierta holgura, sin apremios. Estudiaba en la universidad, pero él sentía que no era su medio. El quería ser actor, un actor conocido y admirado en todo el orbe; por eso la insatisfacción carcomía cada uno de sus proyectos de vida. Conquistar Hollywood algún día. Ser un superestrella del cine.
Deseaba con vehemencia la fama, no podría esperar más. Era indispensable que desde ahora comenzara a ser el punto del interés público. Quizá por ello adoptaba en cualquier lugar poses insultantes que muchas veces terminaban en escándalos. Y el sentía un placer infinito... Se lucía.
Tenía muchos amigos y con ellos había organizado un club literario bastante unido. ¡Cómo se divertían! Lo mismo montaban una obra de teatro que hacían excursiones. Eran una asociación hácelotodo. No obstante, a Daniel no le bastaba ese éxito reducido, anhelaba mayores triunfos, inmensos. Que todo el mundo hablara de él, que lo señalaran con admiración, que corrieran las multitudes para conocerlo como si hubieran deseado palpar la existencia de esa leyenda viviente. Y en estos febriles pensamientos se arremolinaba su cerebro. Además, todos sus amigos coincidían en afirmar que tenía grandes cualidades para la actuación, además de un apuesto físico de atleta. No en balde pasaba horas en el gimnasio y en sus espejos.
Ahora había visto aquel letrero. “¿Quiere usted hacerse famoso?” Y el encontró una respuesta a sus interrogantes. Su padre, no un pobre campesino, sino un rico ganadero, podía darle un poco más para pagar en publicidad y hacerse partícipe de la victoria.
Ya parecía verse convertido en el centro de la fama y de los comentarios. Nadie dejaría de hablar de él. Sería la referencia obligada de la farándula. Sí, acudiría a pedir informes. Eso es lo que haría de inmediato. Por unos cuántos centavos de inversión, a cambio agrandaría su personalidad hasta hacerla admirable y entonces ya no sería uno más de los tantos desconocidos provincianos que venían a la ciudad en busca de mejoramiento. ¡Sí! Eso era lo que haría. ¡No importaba cómo! ¡No quería ser uno más entre el montón de extraños!
—Tenemos una inmensa red publicitaria en todas las ciudades del país. Ellas se encargan de cumplir con las órdenes que aquí expidamos. ¿Quiere usted tarjetas, cartelones, anuncios para paredes, gas neón, entrevistas, informaciones sensacionalistas, noticieros de cine y de televisión? Podemos formar un gran truco publicitario y sólo por la cantidad fijada.
—Me parece excelente. Ahora mismo le daré un anticipo. Quiero ver mi nombre con letras muy grandes anunciado en todas partes primero, en gigantescos espectaculares para despertar curiosidad. Que la gente pregunte sobre mí y que nadie sepa responder quién soy. Durante un mes, cotidianamente, sólo mi nombre. Después, invéntese historias, anécdotas, viajes. Que todos crean que se trata de un personaje notable. Luego de dos meses, publíquense mis fotografías con pies elogiosos. Para entonces nadie habrá dejado de enterarse o de escuchar por lo menos, cualquier asunto relativo a mí. De seguro, algún productor cinematográfico se fijará en mí y querrá capitalizar mi fama incipiente al contratarme, porque verá en mí a un imán taquillero. ¿Qué le parecen mis sugerencias a su proyecto?
—¡Maravillosas! Resultó usted un magnífico publicista. Lo contrataría encantado. Sus ideas ágiles me permiten presagiarle un gran éxito en cualquier actividad que realice.
—No es para tanto... Lo único que quiero es hacerme un personaje popular, ser actor conocidísimo y demostrar a la ciudad entera que un simple hijo de rancheros puede conquistarla. Y no sólo a ella, sino a todo el mundo.
—¡Ambicioso el joven! Ese empuje es el que hace falta en las mayorías; si todos lo tuvieran, no habría mediocridad. Se ve que usted no quiere ser uno más, sino el más...
—...perdone que lo interrumpa, pero debo retirarme. Aquí tiene este cheque. Puede cobrarlo ahora mismo. Es sólo un adelanto por sus servicios.
—¡Gracias! ¡Gracias...! Verá lo que haremos por usted. Todos querrán conocerlo y nosotros lo dejaremos satisfecho.
—¡Corran muchachas! ¡Es él! ¡Es él! ¡Corran! (Griterío).
—¡Qué tal! ¡Qué tal! Mucho gusto, mucho gusto.
—¡Es exacto! ¡Es estupendo! ¡Mejor que en fotografía!
—¡Cálmense señoritas! ¡Cálmense! ¡No es para tanto! Una por una. A ninguna voy a dejar sin autógrafo... (¡Ah! Esto es lo que quería. ¡Qué diferencia! Sentirme bajo las miradas curiosas de quienes ni siquiera se conoce. Aunque a veces comienza a preocuparme esta popularidad. No puedo estar un momento tranquilo. En ningún lado, por más que lo busco.... No importa. Lo mejor es que ahora todo mundo habla de mí y soy motivo de sus pláticas...) Una por una... una por una... Todas tendrán mi autógrafo.
—¡Una fotografía por favor!
—Está bien...
—¡Otra! ¡Otra!
—Es suficiente. ¡Son muchos fotógrafos! Ya por favor, nada más...
—¡No! ¡No! Necesitamos algunas poses de usted...
—¡Que no! ¡Déjenme ya! ¡Déjenme ya!
—¡Dejen libre al señor! Se los suplico. El señor Daniel del Rey se encuentra ya cansado. Otro día, otro día. ¡Señor del Rey! ¡Corra mejor! Son muchísimos los que quieren verlo en persona. ¡Suba a aquel carro de policía! Por la otra entrada del teatro. Esta muchedumbre lo puede aplastar. ¡Corra! ¡Escape!
—¡Déjenme pasar! ¡Déjenme pasar! (Griterío. Golpes. Desmayos). Con permiso...
—¡Dejen pasar al señor Del Rey! A un lado, a un lado...
—(¡Es fastidioso esto! Los gendarmes apenas si pueden contener a la multitud. No puedo pasar. No puedo. Quiero algo de tranquilidad y esta gente que no me deja llegar al carro...) Por favor... por favor... Permítame... ¡Oh! Déjeme... Ahí está. ¡Uf! ¡Al fin...
—Siéntese cómodo señor Del Rey. Por poco lo desnucan sus admiradoras de tanto querer besarlo. ¡Lo qué es la fama! Está usted pálido y sudoroso, como en sus filmes de aventuras.
—¡No sabe lo que dice! Es abominable. ¡La detesto! Vea allá fuera como se arremolinan, como gritan, como lloran por no verme... ¡Es insoportable! Y pensar que... ¡Lléveme a casa, se lo suplico! (Necesito huir de todo este escándalo. Estoy harto. No tengo un instante de paz y no sé dónde esconderme. Todos me conocen, todos saben quien soy, todos quieren hablarme, palparme. ¡Todos! Y pensar que esto era lo que ambicionaba. He sido un necio.)
—¡Cómo me gustaría ser tan famoso como usted!
—Vale más que nunca lo sea. No sabe en lo que se metería.
—Lo dice como si estuviera arrepentido o asustado. ¿Por qué...?
—¡Qué milagro que viene a estas oficinas! Como Daniel del Rey ahora es tan importante ni caso nos hace ya. Sólo recibimos instrucciones para su enorme publicidad por medio de su representante.
—Es que... Tal vez no me comprenda. ¡Estoy fastidiado de tanta mentira! ¡Tanta fantasía alrededor de mí! Así como ustedes me han dado la importancia que, tarde reconozco, no valía, quiero que me destruyan. Hagan llegar a todas partes la noticia de mi muerte...
—¡¿Qué?! ¿Va a suicidarse? ¿Bromea? ¿O está usted loco? En menos de dos años se ha colocado como la figura más prestigiada de los espectáculos mundiales. Hay muchas firmas importantes en juego. Disputan por contratarlo y sus ahora múltiples representantes, no se dan tampoco abasto.
—No, no me ha entendido. Quiero morir publicitariamente. A ver si así me dejan tranquilo. Me convertiré en ratón de sótano. No saldré de ahí hasta que me hayan olvidado...
—Pero... ¿y los compromisos firmados? Usted deseaba esto. No puede destruirse así como así. Aunque usted no lo crea, arruinaría a muchas empresas. Todas las que lo tienen cautivo y que le han dado adelantos por sus actuaciones. No puede... lo demandarían y aunque no quisiera usted, se reanudaría la publicidad para su persona. ¡Y con mayor intensidad! ¡Un verdadero escándalo de proporciones comerciales maravillosas!
—Para buscar la forma de evitar eso, acudí aquí. ¡Debe ayudarme!
—Lamento decirle que no puedo. Cómo justificarían la desaparición de su cuerpo. Recuerde la multitud de intereses a su rededor y el propio prestigio de mi compañía. Es una locura. Ahora se aguanta. Lo siento.
—Digan que perecí en un incendio... Lo tengo todo planeado. ¡Quiero desaparecer para el mundo y vivir como antes, en mi pueblo! Quiero acabar con todo esto o voy a volverme loco. ¡No resisto más! ¡No resisto! ¡En verdad!
—¡Cálmese! ¡Es imposible lo que usted pide! ¡Imposible! Debe continuar el éxito. El público lo exige y él es el único que puede darle fin a su carrera. ¡Cálmese! ¡Parece un niño espantado! ¡No sea irresponsable! A estas alturas resulta imposible retroceder con tanta facilidad.
—¿De modo que ahora estoy convertido en un monigote del prestigio artificial que me rodea? ¡Eso creen! Voy a desaparecer para siempre. Lo verán.
—¡Espere! ¡Espere! ¡Se ha vuelto loco! ¡Espere! ¿A dónde va? ¿Qué va a hacer?
—(Tengo que huir. Y esa gente que comienza a mirarme, a mirarme. No, no. ¡Que no me reconozcan! Debo apresurarme. Todo se me ha convertido en un laberinto. Tengo que huir... huir con rapidez...)
—Perdone... ¿Usted es...
—¡No! ¡Se equivocó! Déjeme en paz.
—¡Qué humor! Pero no cabe duda... ¡Es él!
—(¡Oh! Me ha reconocido. Tengo que correr, correr, correr... )
—¡Es él! (Griterío) sigámoslo para que nos dé un autógrafo. ¡Sigámoslo!
—(No puedo más, no puedo más. Y atrás vienen cientos persiguiéndome, como si fuera un criminal. Me siguen. Me alcanzan. Ya no puedo. Ya no puedo.
—¡Su autógrafo! ¡Su autógrafo!
—¡Arráncale la corbata!
—¡Déjenme! ¡Déjenme!
—¡No! ¡No lo suelten! Es una oportunidad para conocerlo. ¡Es tan famoso!
—¡Suéltenme! ¡Suéltenme! (No puedo más. No puedo resistir.) suélten... me... suél... ten... me... (No puedo... ¡Oh no...! Que hagan de mí lo que quieran... lo que quieran...)
—¡Su autógrafo! ¡Su autógrafo!
—¡Sí! ¡Sí! ¡Su autógrafo! ¡Su autógrafo!
—¡Ya... no... ! Y... a... n... o...
EL DESAPARECIDO
(Siempre he vivido deseando lo que no puedo tener. ¡Y pensar que trabajo tanto para nada! De qué me sirve, si a cada rato un montón de problemas interfieren mis deseos y estrellan mis ilusiones. No me alcanza el sueldo. La renta, los niños, la ropa, la comida. Luego cuando se enferman. ¡Oh! Me desespero. En cambio Don Ignacio, mi patrón, sin hacer nada, con sólo firmar unos cuantos papeluchos, gana miles y miles. Si no, ¿de dónde sacaría para la súper casona que tiene y para las opulencias que la adornan, dizque amante de las antigüedades? ¿Y para la colección de automóviles que ostenta: carros de todas marcas, tamaños y lujos? ¿Y los deportivos que les ha comprado a sus holgazanes hijos? ¿Y el rancho de descanso en la sierra? ¿Y la mansión en la costa con playa particular? ¿Y su quinta de descanso veraniego en Miami? ¡Qué rabia! ¡Pinche sociedad de ricos o pinche suerte la mía!
Mientras que yo me friego el lomo haciendo números y más números para calcular los gastos de entradas y salidas, hago presupuestos y pagos o planifico las inversiones de la compañía, Antolínez vive como rey, sólo el título le falta, porque en cuestión de dineros, no necesita más. Si yo pudiera ganar un cinco por ciento de lo que él recibe...
Sé que mi trabajo es eficiente y correcto. Así lo ha reconocido el mismo patrón; acaso por eso no me ha corrido como a muchos. Sabe que le convengo y me dora la píldora diciéndole a los demás que soy una pieza importante en su empresa. De ahí se valen algunos resentidos y envidiosos para murmurar que soy un presumido lambiscón. ¡Para lo que me importa hacer amistades con los de la compañía! Todos son una runfla de mediocres.
Reconozco que no soy muy modesto. La modestia es una forma de ser vanidoso. Estoy convencido de ello. Estoy seguro de merecer más que la “distinción”, entre comillas, que me dispensa el dueño. Yo valgo más que él; sé más y sobre todo, trabajo más.
Mientras yo me jodo haciendo planes y cálculos, los holgazanes de sus hijos se la pasan tonteando en la universidad; como lo tienen todo, ni un poco de esfuerzo siquiera les cuesta. Saben que está a su disposición la cuenta bancaria que cada uno tiene y que su padre les abrió; que a donde quiera que vayan, por el solo hecho de ser hijos del señor don Ignacio Antolínez y Alcántara tendrán a su disposición hasta lo más difícil de conseguir. El dinero todo lo compra. ¡Infelices!
Cuantas veces he deseado tener siquiera uno de esos automóviles que lucen sus hijos, pero... ¡Cuestan tanto! Tengo que conformarme con trasladarme en colectivos con la mugre de sueldo que me da. Aunque si me propusiera, ahorrando, obtendría lo que deseo, mas, sacrificando a mis hijos y a mi esposa. Eso me detiene. ¡Pinche responsabilidad! Después de todo, no debo ser un mal padre. Quizás ellos logren tener lo que yo no he podido. Si es que no salen igual a mí o a su madre. Pero yo tengo la culpa por haberme casado tan joven. Todo por cachondo.
Lo mejor es resignarse con lo que uno tiene. ¿Resignarse? ¿Pero por qué? Mientras el idiota del patrón desperdicia en insignificancias, mi familia sufre los efectos de la impotencia y de la desigualdad. Nada más por eso quisiera que fuera cierto lo que algunos predican sobre socialismo. ¡Abajo los burgueses explotadores! ¡Qué haya igualdad económica! ¡Qué cada quien tenga según su propio esfuerzo! ¡Bah, sueños! No hay más consuelo que tragarse la rabia y los resentimientos!
Cómo quisiera comprar uno de esos automóviles que el viejo Ignacio tiene y sentarme cómodamente al volante, encender la marcha, deslizarme por las calles, tal cual si estuviera flotando; y escuchando el estéreo con su envolvente volumen, salir de la ciudad cuando se me diera en gana. ¡Ah! No sé por qué me gustan tanto sus autos. Eso sí, tiene buen gusto como coleccionista...y el capital. ¡Un modelo del año como los de Antolínez! No sé qué daría.)
—Diga señora, ¿qué desea?
—Disculpe usted mi nerviosismo, pero es que mi esposo hace cuatro días que no llega a casa y estoy preocupada por él. Nunca había sucedido esto. Sé que la empresa a veces lo manda fueras, a viajes de negocios, pero siempre me avisa. En cambio ahora... no...
—¡Ah! ¿Usted es la esposa de Suárez?
—Sí, señorita.
—Pues el señor Antolínez está muy disgustado, porque hace precisamente cuatro días que no se presenta en las oficinas y tenemos mucho trabajo. Sobre todo él, que se había ganado la confianza de Don Ignacio y se iba convirtiendo en su dedo chiquito. Dígame si ya no va a regresar para informar al patrón de esto y buscar otro...
—¿Despedirlo?
—¡Claro! Por informal e incumplido, aunque cabe hacer la aclaración, ya que lo merece, jamás se había tenido queja de él. Siempre se hablaba de su excelente profesionalismo. Precisamente don Ignacio tenía pensado aumentarle al doble el sueldo, pero ahora que...
—¡Es que no sabemos dónde se encuentra! ¡Ha desaparecido! Sus familiares y yo lo hemos buscado hasta en los lugares más inapropiados y no logramos hallarlo. No nos explicamos. No tenía enemigos. Alguna que otra vez se le pasaban las copas con sus amigos, pero siempre regresaba a casa. Ahora... hace cuatro días... De seguro le ha de haber pasado algo.
—Lo siento, señora. Le informaré al señor Antolinez para que tome las medidas necesarias. Mientras, le recomiendo que llame a la policía.
—Ya lo he hecho señorita.
—Bueno, eso es problema suyo. Le suplico se retire pues tenemos mucho trabajo y pocos empleados... Tramite la póliza de vida, por si acaso...
(¡Qué me ha sucedido! ¿Dónde están mis manos y mis piernas? No puedo moverme. Ya no soy yo. ¿Qué es lo que me ha pasado? Quiero hablar y no puedo. La gente pasa a mi rededor y se queda viéndome sin dirigirme la palabra. ¿Por qué no me hacen caso? ¿No me oyen? ¡Escúchenme! ¡Escúchenme por favor! Se los suplico. ¡Sálvenme! ¡Sálvenme...!
¡Oh! ¡Es inútil! Es como si... como si fuera un objeto más... como si yo fuera una cosa... como si no me vieran tirado en la calle. ¡Auxilio! ¡Yo soy Armando Suárez contador público! ¡Trabajo en la compañía comercial Antolínez y Alcántara! Tengo esposa, tres hijos, familiares. ¿No me oyen...? O...¿fingen no oírme? ¿Acaso soy una piedra, un animal, un objeto? ¡Mírenme...!
Nadie me escucha. Parece que mis gritos solamente los emitiera en el silencio. ¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Oh! ¡Es inútil! Sólo me miran y se alejan murmurando, como si contemplaran asombrados un objeto nada más...)
(Dos semanas y ni un rastro de Armando. ¿Qué se habrá hecho de él? Los niños me preguntan a cada rato por su papá y no sé qué responderles. No sé si decirles la verdad... No puedo hacerme a la idea de que esté muerto. Su cadáver no ha sido localizado, ¿entonces...? ¡No sabemos! ¡Ojalá que pronto...!)
—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Ya se llevan el carro abandonado. Ése que dejaron allí desde hace dos semanas. La grúa vino por él. ¡Ven a ver!
—Ahora no...
—¡Sí! ¡Sí! ¡Ven! Verás qué padre carro. Jamás había visto uno igual... ¡Qué color ¡qué lujo! A papá le gustaría tener uno así... ¡Está padrísimo!
(¡Qué me hacen! ¡Qué hace toda esta gente a mi rededor! ¡Y esa grúa! Comienza a andar y me arrastra como si fuera... ¡Oh! ¡No! ¡Auxilio! ¡No soy un auto! ¡Soy un hombre! ¡Soy un hombre! ¡Me llamo Armando Suárez! ¡Soy contador público y trabajo en la compañía comercial Antolínez y Alcantara! ¡No soy un auto! ¡No soy un objeto! ¡No soy una cosa! ¡Auxilio!)
—¿Viste mamá? ¡Qué carrazo! ¿De quién sería...?
—Quién sabe... (¡Cuánto hubiera dado Armando por ser dueño de un automóvil como ése!)
—¿Por qué lloras mamá?
—No... no lloro hijo. Pensaba. Es algo difícil que tienes que saber...
PEQUEÑAS NOTICIAS: “En la subasta mensual de automóviles, en vista de no haber aparecido el dueño y de que ni siquiera se hallaba registrado debidamente, se remató el sensacional automóvil que apareció abandonado frente al número 1944 de la calle San Antonio. El afortunado comprador fue nada menos que el conocido y acaudalado hombre de negocios don Ignacio Antolínez y Alcántara. Un carro más para su ya famosa colección...”
ROBERTO NO SABÍA LA VERDAD...
Roberto no sabía la verdad. Ni siquiera la sospechaba. Tanto tiempo había pasado lejos de su familia que ignoraba la realidad lacerante e inconmovible, como siempre, como es. Aún creía que la vida en su hogar era la misma de otras épocas, aquella cuando él era niño.
Ahora, después de permanecer más de diez años en Europa, conociendo mundo y educándose como rico heredero en las mejores universidades, retornaba al seno familiar.
Cuando llegó al aeropuerto, la ciudad, renovada para sus recuerdos, le pareció otra. Ya no era la misma que él había conocido de pequeño. La urbe apacible y tranquila se había transformado. La evolución, con su maquinístico desenfreno, la había convertido en un desquiciamiento urbano con sus mercaderías callejeras y sus embudos de tránsito; con su mugre a cada esquina y sus contrastes de aparente rica. Hasta la arbolada Polanco, donde había nacido, se encontraba inundada de mercachifles.
Después de haber bajado las escalerillas del jet, siguió, mejor dicho se dejó llevar por la muchedumbre de pasajeros que junto con él había arribado también. Estaba sorprendido del cambio. Y, sin darse cuenta, se vio dentro de una amplia sala. “Aduana”, decía. Se sentía ligeramente nervioso por el retorno y lo que comenzaba a preocuparle era no haber visto a ninguno de sus parientes ni siquiera a alguno de sus conocidos o sus amigos de infancia con quienes se carteaba. (¿Por qué no habrán llegado? ¿No recibirían a tiempo mis telegramas? No me explico.) Meditabundo se encontraba cuando una voz lo sacudió de sus interrogaciones internas.
—Queda usted detenido...
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué he hecho? No entiendo. —Quiso defenderse mientras aquel individuo lo tomaba de un brazo y tres hombres más aparecían amenazantes con sus caras de bulldog. La gente que se encontraba realizando sus trámites para internarse definitivamente al país principió a mirarlo curiosamente.
—Señores... ¿De qué se me acusa? ¿Me confunden?
—Eso lo declarará en la comandancia...
—Pero... Yo... No es posible... Acabo de regresar de Europa... Cómo es que pueden acusarme de algo... si ni siquiera he estado en el país desde hace diez años... Esperen un momento a que venga algún familiar mío...
—Usted se llama Roberto Godínez. ¿O no?
—Sí...
—Entonces acompáñenos... Tenemos órdenes estrictas de no dejarlo libre.
—¡No me muevo de aquí hasta que me digan el motivo de esta aprehensión.
—Mejor obedezca, le conviene, no se meta en más líos...
—Pero cuáles... Tengo la conciencia tranquila... Nada malo he hecho...
—Ya lo explicará en la comisaría... y con las autoridades competentes.
Y los agentes lo sacaron por la fuerza del lugar...
(¿Por qué me habrá sucedido todo esto? No hay razón para que se me encarcele tan intempestivamente. Lo más extraño es que nadie de mis parientes ha venido a preguntar por mí... Ni mis padres... No puedo comprender...) Roberto discurría alarmado en los acontecimientos que se iban sucediendo. Aún no sabía la verdad. Ignoraba los hechos que habían transformado el seno de su familia. Ninguno de sus amigos, al escribirle, cuando él se encontraba en Europa, se había atrevido a decirle ni siquiera un punto de la realidad. Una voz, brotada de un amplificador de sonido incrustado en una de las paredes de la celda oscura en la cual se encontraba el detenido, interrumpió sus pensamientos.
—Roberto Godínez, escuche. —y el joven quedó atento —Está usted condenado a morir en la cámara de gases... —el preso se incorporó de la enclenque silla en la que se encontraba sentado. Su lívido rostro era el reflejo de una angustia increíble. ¿Por qué iban a hacer con él aquello? ¿No tenían ningún motivo para castigarlo? ¿Qué extraña clase de justicia era aquella que así procedía? ¡No! ¡Por qué iba a morir! ¡Nada había hecho de malo! ¡Y sus familiares! ¿Dónde estaban? ¿Qué había pasado con ellos? ¿Por qué ninguno acudía en su defensa?
—Va usted a ser llevado a la cámara de gases...— la voz repitió con la fuerza de mando necesaria... Roberto gritó desesperado... Nunca había sido un cobarde, pero había llegado al borde de lo tolerable... ¿Qué razones había para castigarlo? Su comportamiento en Europa había sido de lo más digno que pudiera imaginarse. Los más elevados honores en el estudio, en la investigación científica y en el deporte le habían sido conferidos por las autoridades educativas de aquellos lugares... y sin embargo... ahora se enfrentaba a esa terrible situación... (Cámara de gases... cámara de gases... ¿Por qué? ¿Por qué?)
En sus razonamientos casi imposibles por la crisis nerviosa en la que había caído, se percataba que en el país a los acusados, aún por crimen, jamás se les condenaba a muerte y mucho menos con aquel medio de quitar la vida...
Roberto quedaba como mudo... cabizbajo... mientras su mente continuaba reflexionando enfurecida. Eso no podía ser real. Era una broma cruel. Acaso alguien tramaba algo en su contra... por alguna razón que él ignoraba... sin embargo... tan profunda era la impresión que le había causado el próximo acontecimiento de su ejecución que por más que quería, no lograba concatenar sus ideas como él hubiere deseado... Además el malpaso. Casi sin comer, apenas una migajas y algo de agua que alguien introducía por una rendija de la puerta. Lo trataban como a un animal contagiado.
De pronto... de todas las paredes de la celda comenzaron a brotar voces y más voces... “Eres el culpable... Asesino... Serás ejecutado esta misma noche. No escaparás...” Aquello fue un vértigo... Dar vueltas y más vueltas tratando de ver los lugares por donde emanaban aquellas amenazas... No pudo... Mareado, exhausto y sudoroso, angustiado y lleno de pánico, trémulo, cayó al piso... y rendido por el cansancio y la falta de alimento, quedó desmayado...
La tortura se había extendido quien sabe cuantos días, semanas o meses. Roberto sólo era ya una sombra del joven apuesto que regresaba victorioso de Europa. La noción del tiempo y del espacio se encontraba extraviada para él. Se le confundía la mente y sólo como una espantosa obsesión, escuchaba sin saber si eran reales o imaginarias aquellas voces que lo amenazaban sin llegar la sentencia. (Cámara de gases... cámara de gases... ¿Cámara de gases? ¡Ja! Si yo soy inocente... ¿O? Tal vez... nadie sabe... pero... ¿Cuándo me van a matar...? Dijeron que hace... no sé cuanto... Creo que más de un mes...) Sentado en un rincón del cuartucho sin luz que le servía de cárcel... demacrado... Roberto aguardaba el momento de su muerte... y enarcando las cejas y sonriendo a lo diabólico, frotándose las manos, murmuraba como absorbiendo al unísono las incesantes palabras: (Cámara de gases... cámara de gases... cámara de gases... ¡Qué mentira!... ¡Qué mentira!) Y se carcajeaba...
Un día se hartó de tanta espera y no quiso oír más... La presión afectiva le hizo explotar: —¡Ni madres que me van a hacer daño a mí¡ Jijos de la chingada! Dejen de amenazarme y cumplan lo que dicen. ¡No mamen! ¿Creen que no he visto a Hitchcock? – Y gritaba y golpeaba las paredes y se carcajeaba retorciéndose de rabia, de dolor y de furia...
Roberto no sabía la verdad... Sus padres habían muerto misteriosamente y eran tantos los bienes en acciones, en joyas y en propiedades que habían dejado sin los arreglos testamentarios indispensables, que se había suscitado gran expectación entre los familiares cercanos. El único heredero directo era Roberto, y la sórdida ambición capitalista los había aliado con el fin de eliminarlo. La única manera... el crimen perfecto... era la locura...
Ahora Roberto sabía la verdad, pero sus agresores habían entrado en la duda... Parecían enloquecer en su ambición urgida...
EL MANDATARIO
Antes de aceptar, quiero probar esta novedosa
técnica de limpieza y decir lo que siento... Confesarme como quien dice. Para eso estoy tirado a todo lo largo de mis carnes y de mis músculos en este suave diván...ante usted señor psicoanalista. Veré que puede interpretar de mis asociaciones... y de mis sueños... De esto depende su destino... y el mío...
¿Qué hable con fluidez, sin turbación, conforme me surjan los pensamientos? Por supuesto. No otra cosa quiero experimentar con su método que dicen es la moda más reciente. ¿Por dónde comenzar? ¿Mis más antiguos recuerdos? ¿Mi familia? Veamos... para mi gracia o mi desgracia, como no existían anticonceptivos fáciles entonces, nací por falta de ellos. No, no se asombre. No soy un desvergonzado, sino alguien que sabe lo que habla y está seguro de lo que siente.
Como mi madre no encontró una comadrona discreta que me sacara fetal de su vientre y los abuelos la habían corrido con gran ignominia, ¡nunca se los perdonaré!, he aquí que sin pedirlo, como una piedra de tantas, nací a fines del siglo pasado. Según ellos, mi ingenua y creída madre había manchado el honor de la familia... Honor... ¡Bah! ¡Estúpidas ideas aristocráticas que haré desaparecer por otras más elevadas!
Si supiera cómo he valorado la decisión de mi madre de afrontar todos los desprecios y tenerme; sobre todo al criarme sin padre, como pudo. Era una mujer muy moderna ya a fines del siglo XIX.
¿Mi padre? Nunca lo conocí con certeza. Cuando creía haberlo encontrado, resultaba que siempre no era él. Como mi madre había tenido después tantas aventuras... Tal vez por eso, desde entonces me venía en ocasiones un miedo angustioso e indescifrable que me deprimía. No sabía explicármelo bien, y me asustaba. Era una sensación de faltarme algo como inefable. Por fortuna lo he sabido controlar con decisión y disciplina. Esa es la razón por lo que no estoy aquí con tanta frecuencia... Usted que me cobra tan caro... acaso me lo diga... Aunque ya lo sé... No necesita agrandarme mis molestias... hacerme consciente de ellas y luego dejarme peor...por lo que intuyo... A usted sólo le importa mantener el tiempo que me cobra y no solucionar nada...
Pero sepa que quizá por mis orígenes desconocidos a la mitad, la vida me había parecido con frecuencia árida, estéril, como un enigma sin solución o un crucigrama sin respuesta... ¿O sería un crisigrama, señor analista?
Hoy ya no me importan esas pequeñeces, pues ahora tengo una avidez tremenda por triunfar, por alcanzar el poderío que me permita construir el mundo como lo he soñado y mostrarle a mi padre, dondequiera que se encuentre, lo que él no quiso ni pudo darme; su hijo que se elevará sobre los débiles e insignificantes políticos y los subyugará.
Yo no creo en las patrañas parlamentarias ni en los partidos. El que manda es el que manda. El líder adorado por un pueblo no tiene más que enfrentar su compromiso y sin asomo de miedo demostrar su genialidad. Lo que digan y discuta el montón no puede ser tan elevado como el que ha demostrado su fortaleza, su disciplina, su ejemplo. Y yo soy todo eso.
De seguro me va a decir usted que todo lo dicho, sólo es para llenar mi inseguridad. Se equivoca, porque para nada me importa la admiración de los idiotas que se me acercan con alabanzas en pos de ver lo que pueden sacarme en su provecho. Yo los paro en seco y hago que se arrepientan de su pusilanimidad.
De buena gana hubiera desbaratado a todos esos inferiores a mi raza... pero como entonces, en mi búsqueda de ascenso, me sentía tan desvalido, tan sin protección de nadie; ni de mi madre que me ha enseñado a ser lo que ahora soy... me parecía imposible, sin embargo, listo como estoy para dirigir los destinos de mi pueblo, este pueblo que me idolatra, mi decisión es firme y voluntariosa. Vea como me prefieren y me eligen. Los votos que me dan son el resultado de que cuando digo algo, se hace; lo cumplo. Sólo cuando llego a esta conclusión, me entra la calma y me pregunto si mi lucha se encuentra a punto de tornarse realidad para dirigir a un pueblo de valientes, donde sólo quedarán los mejores, los fuertes. Un pueblo de cobardes no merece conquistar el mundo.
¿Sueños? ¿Quiere que le diga mis sueños recientes? A veces he tenido sueños donde aparezco perdido y en medio de seres que no alcanzo a distinguir, pregunto sin encontrar respuesta: ¿Qué es lo que espero? ¿Qué busco? ¿Para qué vivo? ¿Para quién? Cuando despierto enfebrecido entre las sombras, una duda me taladra. Tengo entonces la certidumbre de que aunque puedo efectuar lo que sea, hasta lo imposible, pienso si lo haré perfecto... y yo quiero ser la perfección... ¡Cómo de que no! Yo quiero la perfección y no voy a ser un mediocre, un mediocre... como todos... como todos... Estoy demostrando al mundo que no lo soy; si no, no merecería vivir. ¡Mediocre, no! Mejor el suicidio. Nadie me verá timorato. El brío exalta mi destino.
¿Que continúe narrando otro sueño? ¿Para qué...? Sé lo que significan para mí. Son la guía de mis acciones. ¿En verdad a usted le dicen algo mis sueños? Nunca los había contado. Estoy seguro que usted va a imaginar explicaciones forzadas y me gustaría saber hasta dónde llega. Pero mejor no; basta....
Bueno, le confieso que de pronto me han dado unos como deseos inmensos de llorar... y de gritar... como si de súbito renaciera aquella impotencia, aquella angustia y desesperación de ser un insignificante joven provinciano en medio de la urbe.
Sin embargo, pronto podré restregarles a todos en la frente lo que valgo, lo que el mundo perdería si yo muriera... ¿Si yo muriera? ¡No! No le haré el favor a ninguno de verme humillado con la muerte... a ninguno de los que me envidian... sobre todo los espías de la prensa amarillista que siempre tuercen todo lo que digo. Pero ya la van a pagar.
Cuando niño me conformaba con el amor de mi madre que con su fortaleza hacía el papel de padre también...el muy hijo de puta nunca se enteró de mi existencia, como ya se lo dije, pero pronto se lo haré saber... creo que era judío... Lo acabaré hasta llenar mis huecos... hasta que se arrepienta incluso de haber nacido. Él nunca quiso saber ni siquiera mi nombre, yo que era entonces el más necesitado...
Durante mucho tiempo fui un reprimido... y creo que por eso, en el fondo, soy ambicioso... ¿O un insatisfecho? ¡Las dos cosas! Ambicioso e insatisfecho. Quiero dominio, gloria y riquezas para ser más fuerte. Un superhombre... ¿Amor? ¿Esa es una estúpida ilusión destructiva? No; eso no; mi madre me ama... y es la única que siente piedad amorosa por mí... Con eso me basta. Sólo deseo lo demás...
¿Que a qué llamo lo demás? A la belleza que se desprende del arte. Las formas arquitectónicas siempre me han elevado; me han hecho sentir alturas indescriptibles. Sí, aunque se asombre: yo amo la belleza y a ella me he entregado sin importarme lo que sea, aunque reflexionando en ello, la belleza en sí no, sino el deseo de apropiarme de ella, de su esencia sensible: de los crepúsculos, de los colores, de los árboles, de las mujeres hermosas, de los hombres vigorosos, soy todo.. y a todo me he entregado... Hasta hoy que ya no necesito nada y duro de corazón he alcanzado las atalayas de la disciplina. Creo que soy un magnífico esteta y para gobernar se requiere una artística mano dura.
¿Que si me atraen sólo las mujeres bellas? Claro que sí. Cuando joven me embelesaban las mujeres agraciadas, pero no podía acercármeles porque era un don nadie y cuando gozaba con alguna, me sentía tan feliz, tan delirante, como solamente pude estarlo cuando de niño mi madre me abrazaba.
Sin embargo, suelo ser tímido, porque aunque a ellas hoy las conquisto fácilmente, el reto para mí, ahora, se ha convertido en poseer a hombres apuestos y de perfectas proporciones musculares para sentirlos dominados por el culo. Es como un capricho que me ha ido apasionando. Si sospechara usted el enorme placer que siento al tenerlos sometidos por detrás, pero a eso no le denomino amor. Sólo es como una lucha donde siempre triunfo yo. Sus quejidos cuando los estreno, me encrespan la pasión. No sé por qué a veces me gusta domarlos así, será tal vez porque ellos tiene la galanura que yo quisiera poseer y a pesar de que tiemblo al verlos y me agito, y en ocasiones ordeno a mi servicios secretos que los sigan por las callejuelas de la vieja ciudad, sepan donde viven y luego los traigan a mis oficinas, nunca les invito de manera directa. Mis guardias especiales saben quien necesita ser castigado por mí: sólo machos excepcionales físicamente... incluso algunos de ellos, lo han sido.
Por cierto, aquí quiero contarle un sueño que tengo con frecuencia y que de pronto he recordado, para que vea que siempre soy accesible: Estoy en el ajetreo cabalgándolos y cuando logro el orgasmo los veo con las mujeres exuberantes que deseo poseer. En ese instante contemplo hombres de músculos formidables y bien proporcionados, abrazando con sus gigantescas tenazas a mujeres de senos inmensos y caderas abundantes. Entonces voy pronunciando entre sueños una serie de nombres viriles y femeniles sin relación, pero que me hacen sentir un placer descomunal, sólo comparable con el que sentía cuando mi madre me abrazaba en mi infancia... Luego despierto humedecido, pero molesto.
Así comencé a idear la creación de nuevos hombres y mujeres admirables. Hombres y mujeres que formen una nueva súper raza. Por eso en mis séquitos de guardia sólo tienen cabida seres como ellos. Antes de elegirlos, pruebo su resistencia. La última prueba de que son verdaderos machos, es el disfrute de su culo. Si aguantan y los hago gozar, los convierto en verdaderos hombres que a nada temen. Si no, mis servicios secretos los desaparecen.
Quisiera saber, señor psicoanalista, en dónde está la causa de este comportamiento... ¿En mis vísceras? ¿En mis glándulas? ¿En mi educación...? ¿En la sociedad que me ha tocado vivir? Porque yo no lo sé... ni me atrevo a saberlo...aunque lo quisiera... Y se me están ocurriendo ideas geniales para perfeccionar al mundo. Vea que he superado todos los remordimientos de esa moral hipócrita de los aristócratas y los burgueses. Nada de sus preceptos puede detenerme, porque ellos nunca los han cumplido.
Soy como un torbellino... incontrolable... Nadie me sujeta y a nadie me sujeto. Yo soy el que quiero dominar... dominar a los hombres, dominar a las mujeres, dominarlo todo, y ya me encuentro en el camino de poder lograrlo. Sólo así la patria será engrandecida.
Con mi palabra, que me he ido dando cuenta que seduce a las masas, las he convencido de mis propósitos para llevarlas al imperio del mundo. Porque sé que un día cada vez más cercano, lo lograré... sí... triunfaré con mi pueblo, seré el conductor de mi pueblo, que me proclamará su hijo glorioso y entonces... dudo cómo he de proceder. ¿Como un malvado? A mis fanáticos ya les parezco un santo. Nadie sabe... Ni yo...
Sepa usted señor Segismundo que sus pamplinadas me valen una mierda y su opinión me la paso por el culo, como todo un hombre líder que soy y en este tiempo en el que nadie se preocupa por nadie y sólo les interesa enriquecerse, he llegado yo... el nuevo salvador del orbe. Ninguno mejor para lograr la redención de mi nación. Cuántas veces me he preguntado si era posible hacer lo que ahora intento y cuántas mismas me he respondido que nadie podría superarme.
Sin duda pensará en una probable locura de mi parte y únicamente tendrá la convicción de que me invade una demencia extraña. ¡Falso! Yo sé que digo la verdad. ¿Quién podrá ahora que tengo el apoyo de tantos, aventajarme en inteligencia y en facilidad de pensamiento? Que lo intente el que se atreva. Mi cuerpo es fuerte y ágil; capaz de romper con los obstáculos más impresionantes. Yo soy el predestinado a elevar a mi pueblo a la cúspide de un triunfo que siempre ha deseado. Seremos los emperadores del mundo; dejaremos de ser los menospreciados.
Entonces mi voz estremecerá las plazas de las ciudades extranjeras exigiendo el respeto que me merezco por ser el nuevo salvador esperado, sin mancha alguna. Pero por favor, no me vea así; véame con mayor calma, contemple detenidamente la hermosura de mis facciones y la arrogancia de mi cuerpo, aunque un poco pequeño. Observe si no es verdad lo que afirmo... ¡Soy sublime! ¡Sublime!
¿Qué dice? Atrévase a repetirlo. ¡Guardias! Tomen preso a este estúpido que ha osado mofarse de mí. Háganlo que estrene las prisiones que he diseñado para quienes no se disciplinen a mi pensamiento grandioso, que es el pensamiento de la nueva patria.
Pues bien, señores, nos hemos reunido en este día para promulgar mi candidatura como primer mandatario. Creo que nadie la merece más que yo... si no, que lo digan los aquí presentes. ¿Alguien pone en duda esta afirmación? Con uno sólo que lo hiciere, no aceptaría, porque el líder debe serlo de todos. (Si alguna vez se hiciera un homenaje a alguien por sus méritos, el único que los acreditaría sería yo... ¡Yo..! Porque como ven ustedes, imbéciles que me escuchan, en mí se han reunido con gran fortuna todas las cualidades de la verdadera grandeza del hombre y así... aunque pocos lo acepten por resentimiento... soy sublime... ¡Sublime! y por eso soy, ni más ni menos, el elegido...)
En este tiempo en que nadie se preocupa por nadie, he llegado yo... el nuevo salvador de la patria... Yo que he llegado a lo sublime del mandato, acepto el cargo y tiemblen nuestros enemigos.
—¡Bravo señor presidente! (¡Maldito dictador! ¡Asesino!)
EL IMPERIO
Ahí estaban...
Cual desprendidas estatuas de una galería fantasmagórica, sus siluetas paseaban por las calles apenas iluminadas con aquellas extrañas luces de níquel.
De sus ojos brotaban esplendores maléficos nunca antes vistos por sus ingenuos y antiguos dueños; como expectantes de algo desconocido; de un deseo aguardado en la inconsciencia de momentos presentidos entre las antiguas voces de sus instintos.
Sin cruzarse, de acera a acera, se desplazaban en un ir y venir de boomerang, sedientos de un agua que a punto estaba de emerger, aunque sus hocicos no sabían con precisión cuándo.
El último tirano, aunque siempre se había fingido espumeante de bondad, se hallaba a punto de salir de los restos del único subterráneo antiatómico que quedaba. En ese momento, la nueva estirpe se levantaría triunfante como eslabón encontrado. Sus cuatro patas dejarían de ser rastreras para elevarse como fortalezas bípedas y aprovechar lo que los desaparecidos monos pelones habían dilapidado.
Cuando lo vieron emerger tambaleante por la ceguera de las radiaciones, ladraron y aullaron recordando los pretéritos tiempos de sus nostalgias de luna; ladraron y aullaron con tal fuerza que los postes iluminados se estremecieron y los árboles recogieron sus ramas temerosos y asqueados del veneno de sus demarcadores regadíos.
Entonces fue cuando, venciendo timideces aparentes, se lanzaron hacia él, el último poderoso de una raza en extinción, debilitada por el morbo y la molicie. Destronada por la droga y la ambición. Había que llegar a él primero, antes que otros oportunistas les arrebataran el sueño de su eterna espera. Quien llegara antes, tendría la oportunidad de exterminarlo. Se hallaba tan desvalido, a pesar de sus falsas defensas, que cualquier animalucho lo acabaría. Ratas, gatos, cucarachas, arañas, zopilotes, hienas y otras especies afilaban sus intenciones de treparse al trono, pero se replegaban en sus ganas de dominarlo ante los colmillos furibundos de los perrunos que parecían defenderlo.
Nadie más que estos habían esperado con tanta humillación el instante del derrumbe de los engreídos humanos. Se habían dejado domesticar, golpear, encadenar, con el propósito de estar cerca siempre de los dominadores para identificar sus zonas débiles. Los perros fueron desde antigua épocas, los iniciales descubridores de los gustos hedonistas y artificiosos de la humanidad. Ellos lo detectaron antes que los propios guardianes humanos. Por eso, en la hora del acabóse, a ellos les correspondía ser los primeros en recibir la herencia. La decisión natural del cambio de poderes estaba echada y no podían desairar tal oportunidad. Pelearían como perros por ascender. La silla presidencial aguardaba. Era obligado llegar...
El mundo canino había esperado con tanta paciencia aquella ocasión, sin importarle noches y noches en vela, cuidando el sueño de su hipócrita mejor amigo, con el fin de ver realizada su conquista y erigirse sobre las demás bestias, que ya se consideraban los nuevos reyes de la creación. Las selecciones iban a ser ganadas por ellos. Eran los más elegibles. El voto de la naturaleza lo preveía. Para eso habían lamido la mano de su futuro destronado patrono.
Debían con todas sus fuerzas aprovechar la ocasión y sobrepasar la velocidad de sus rivales adelantados. Por ello, nadie escapaba a la amenaza de sus fauces; mucho menos aquél único ejemplar homo sapiens sapiens que ahora aparecía indefenso ante tantos depredadores.
Decepcionado por la traición de sus fieles custodios, pasmado los contemplaba aterrado. Sin embargo, lo intuía, eran los únicos que podrían conducirlo a través de los laberintos de aquella ciudad en tinieblas para ayudarlo a sobrevivir. Siempre habían sido Lazarillos perfectos. Él era el último hombre ciego sobre la faz de la tierra, uno nada más, y se sentía en la obligación de extender la estafeta de la elección a sus súbditos, ahora rivales. Si él no lo hacía, el dedo de la evolución giraría y quién sabe a quién señalaría como el nuevo rey de la creación. Por eso habían esperado tanto. El último de los humanos se encontraba a punto de caer en sus garras y no debían cometer errores.
Desde hacía siglos fraguaban apoderarse del mundo, pero cuando no era la maldita rabia que los destruía, eran los automóviles que los destrozaban en las vías rápidas. Siempre la ignominia les había impedido realizar plenamente sus objetivos de conquista, a pesar de que a las mujeres les agradaban y a muchos hombres llenaban de amistad. Tanto habían logrado avanzar en la confianza de la humanidad que pusilánimes aceptaban castigos sin refunfuñar o caricias entre miradas de una aparente e inocente resignación.
Un día sospecharon el acabóse humano y comenzaron a planificar cómo imponerse al hombre, al irresponsable hombre individualista, y casi ya lo habían conseguido. Como la humanidad se había venido destruyendo día tras día, devorada por las ambiciones, la egolatría y los estupefacientes hasta la gran explosión final que los llevó a la aniquilación, el instante del gran salto había llegado. Únicamente faltaba un humano para hacer desaparecer esta infame especie, uno solo... El último hombre sobre la faz de la tierra; Adán al revés se volvería Nada.
Por eso aquella noche, aprovechando la oscuridad natural y la luz decadente, todos los perros del mundo aguardaban el momento. En su lucha por imperar tejían redes complicadas y las relacionaban para hacer caer a cada uno de los rivales que se acercaban. Moviendo la cola servilmente; brillando sus ojillos con una alegría no experimentada y abriendo sus hocicos, babeantes, aguardaban que ese a quien perseguían, les transpusiese el don.
Y el hombre estaba tan confuso en la oscuridad de su eterna ceguera que al ver acercársele tantas sombras, sintió miedo, sin embargo al percibir los hocicos amistosos y las colas llenas de promesas, tomando seguridad de no sabía donde, les dio lo que pedían y se dejó llevar y llevar y llevar. Los perros ladraron y comenzaron a lamerlo primero, a mordisquearlo después con cierta tímida fuerza que al ir tomando confianza se convirtió en feroces mordidas.
Él se lanzó a correr huyendo entre las calles semiluminadas hasta que no pudo más y cayó. Los perros se le abalanzaron y con furia sin límite continuaron devorándolo hasta que sólo dejaron despojos malolientes de lo que había sido el último estúpido ejemplar humano. Algunos disfrutaron aún de sus huesos...
Los aullidos se extendieron por los aires y se unificaron con el quejido de los vientos. Eran aullidos de alegría, de una alegría nunca vista en la raza perruna. Brincaban y hacían piruetas. Al fin habían vencido al último humano. El imperio nuevo surgía y los perros, satisfechos de haber terminado con su víctima, se convertían en reyes...
LA ESFERA
¿De modo que no cree? Voy a demostrarle para que se convenza de que es cierto. Venga. Siéntese. ¿Está cómodo? Bueno... Prepárese. Mire fijamente a la esfera de cristal. Allí aparecerá dentro de unos momentos lo que yo quiero que vea. Pero mire bien. Allí... sí, allí... Mire cómo van surgiendo las escenas. Ya comienza. Observe entre las imágenes vaporosas que principian a surgir. Fíjese... fíjese bien... Será lo que vendrá dentro de pronto, aunque no quiera ni quieran... El destino final ha sido tejido entre las manos de los que se creen poderosos y ya la esfera lo ha computado. Vea por fin...el fin... Anticípese, por lo menos para durar un poco más...
La guerra final ha comenzado. Escuche el ruido de los bombardeos y el rugido de los aviones que hieren la paz de las inmensidades etéreas. El humo que se desprende de las ciudades devastadas, emerge violento en fantasmagóricas visiones y ahoga a los combatientes en océanos de toses y de angustias. Las guerras anteriores sólo eran juegos... ensayos acaso en relación con la gran final. Oiga; sienta cómo se expanden los gemidos lastimeros de los moribundos... No se distinguen quienes los emiten porque todos amontonados forman masas revueltas de cuerpos anónimos, de rostros aterrados y carnes exangües... Ojos desorbitados, dedos alargados crispándose, bocas al máximo de sus estertores... Usted y los suyos por ahí deben andar aterrados...
¡Vea! Los espíritus más férreos y altaneros se doblegan. La sangre fluye en arroyos humíferos y no hay lugar por el cual no se extiendan sus charcos borboteantes. Las paredes de los gigantescos edificios se derrumban en hórridos estruendos. Las multitudes corren ahogadas en pánico, pero no alcanzan a escapar de las toneladas de vidrios, de tabiques y de fierros que los aplastan inmisericordes. ¡Mire bien! ¡Todo es soberbia destrucción! Cual si un orgullo criminal gozara viendo cómo se doblegan los insignificantes cuerpos de hombres y mujeres; de niños y ancianos; de negros, amarillos y rubios. No hay distingo ni compasión.
Contemple cómo las calles se alfombran con cadáveres. No pierda ni un detalle de este energúmeno panorama. Después de todo, es un estupendo espectáculo real. Escuche el llanto de algún desconocido que suplica imposibles. ¡Escúchelo! ¡Berrea... en medio de la hecatombe!
La ciudad, antes arrogante y altiva, con sus siluetas vanidosas de rascacielos, se incendia y sus edificaciones se precipitan como a propósito. Dígame si no lo ve con claridad. ¡La destrucción se extiende por todos lados!
El mundo se hace ruinas, regresa al caos, sucumbe... Sucumbe en la búsqueda fracasada de un futuro ineluctable. ¿O no lo vislumbra en mi esfera? ¡Dígame si no! ¡Convénzase! ¿Aún no? Entonces mire más...
La guerra danza en su apogeo. Pululan los cuerpos sin cabeza, los brazos destazados, los genitales sin dueño y los rostros que lanzan al aire miradas pánicas de máscaras sanguinolentas en pleno estertor.
Manos desesperadas en desgarrante desamparo, en oleajes incontrolables de espigas convulsionadas, suplican piedad, pero sólo encuentran dolor... y lamentos... y ayes.... Piernas destrozadas por allí; ojos saltados de sus cráneos acá; torsos desflorados escurren sus tripas por doquier... Ninguna epopeya antigua puede igualar tanta crueldad y destrucción.
Vea muy bien en la esfera. Allí se refleja todo lo que sucederá. Sé que aún no me cree. Mas... siga viendo y se sorprenderá de lo que el hombre ha creado. Esa máquina engreída y programada, orgullo de filósofos apresurados en declarar las falacias de su egoísmo glorificado. Contemple cómo el cielo se tiñe de púrpura y sobre la tierra se extiende la desolación y la muerte... La muerte que es otra forma de seguir la vida... Las armas atómicas, nucleares, químicas, de los robotes han triunfado.
Escuche cómo gritan los valientes jefes a sus ejércitos acobardados que ya no quieren más lucha... porque saben la derrota de todos... nadie sobrevivirá. Ningún credo, ninguna ideología, ninguna presuntuosa raza. Escuche cómo desde sus búnkeres azuzan rabiosos a la carne de cañón con magnavoces premeditados, pero será inútil. Todo será arrasado:
—¡Al combate, por la democracia!
—¡Abajo comunistas ateos!
—¡Qué muera la riqueza injusta!
—¡Viva la religión! Matemos a los que no creen...
—¡Destruyamos al capitalismo!
—¡Destruyamos al comunismo!
—¡Destruyamos al imperialismo!
—¡Muera el socialismo!
—¡Qué muera cualquier ismo!
—¡Viva la libertad!
—¡Y la paz...!
¿Se sorprende? ¿Los ha identificado entre el torbellino de hipócritas e ilusos! Nunca pensó siquiera que ellos... Como siempre se han encontrado escondidos fingiendo laboriosidad, decencia y progreso...
Lo que está viendo no pueden negarlo sus ojos. ¡Mire! Los hombres se destruyen y mueren culpables e inocentes. Se aniquilan. Tal parece que la egolatría, la codicia, la barbarie, el odio, triunfarán. El mundo se está convirtiendo ya en un desierto... un desierto miserable y total. Ni mierda queda. ¡Fíjese bien! Antes que la imagen se vaya. No pierda detalle. Casi se borra todo. Ya nada se ve. Sólo el brillo interno de la esfera perdura. De ella nadie huye. Somos sus juguetes de lotería.
La vida se encuentra prisionera en esta esfera. Por más que se intente, nadie escapará de tanta libertad encarcelada. A menos que... alguien como usted reorganice el caos desde fuera y ... Alguien tan ajeno que pueda lograrlo... pero si todos estamos dentro... ¿quién?
¿Ha visto? ¿Está convencido de mi arte? ¿No? ¿Que todo es ficción? ¿Mentira? ¿Ilusión óptica? ¿Engaño? ¿Truco? ¿Infantilada? ¿Tonterías? ¿Pamplinas? ¡Y me llama embustera! ¿Embustera yo que soy la maga de esta feria y pronto... ¡je...je...je..! No importa. Algún día... algún día dirá si no vio la verdad; por única vez, la verdad. ¡No! ¡No estoy loca! Ni crea que fracasé.¡De todos modos voy a convencerlo tarde o temprano! ¿Qué? ¿Se va? ¡No! No puede hacerlo. ¡Usted se quedará! Usted va a permanecer aquí. No tiene escapatoria. ¡Nadie! ¡Claro que sí! Voy a meterlo en la esfera para que no sea el ajeno que la destruya. ¿Lo duda? No se ría. No se ría... ¿Qué? ¡Espere! ¡No puede irse! ¡No puede irse! ¡No puede...! ¡Bah! ¡Se largó! ¡Cretino! No sabe que él ya está dentro de la esfera, como yo, como todos... Como todos los que nos suicidamos viniendo a este mundo a creernos humanos eternos... ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!