David Copperfield (1871)/Primera parte/VIII

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
VIII


ANIVERSARIO MEMORABLE.


Omito todo cuanto pasó en el colegio hasta el aniversario de mi nacimiento, que era en marzo. De lo único que me acuerdo es de que Steerforth obtenia cada vez mas mi admiracion. Debia marcharse á fines del semestre, ó quizás antes. Cada vez mas independiente y seguro de sí mismo, me parecia que cada dia tenia una nueva seduccion: aparte esto, lo demas se me ha olvidado por completo. El gran acontecimiento que vino á marcar para mí aquella época, ha absorbido hasta cierto punto todos los demas, y sobrevive solo en mi imaginacion.

El intervalo que medió entre mi regreso á Salem-House y el memorable aniversario, creo que no fué muy largo. Para comprenderlo necesito saber qué pasó, necesito recordármelo; sin eso creeria que habian transcurrido cuarenta y ocho horas.

Recuerdo hasta el tiempo que hacia aquel dia: la niebla de la mañana envolvia la casa; aun se me figura estar viendo la nieve que habia caido la víspera; los mechones de mi pelo se trasformaban en copos sobre mis mejillas; de trecho en trecho la llama de una vela lucha con la espesa atmósfera de la sala de estudios, condensada aun mas con el aliento de los discípulos, que se soplan las uñas y pegan con el pié en el suelo para calentarse.

Ya habiamos almorzado y nos hallábamos en la sala cuando entró Mr. Sharp y dijo :

— David Copperfield, á la sala de visitas.

Como esperaba un regalo de Peggoty, me puse mas contento que unas pascuas. Algunos compañeros se me acercaron para decirme que no les olvidara en el reparto de golosinas anunciadas por mí. Así, pues, salí corriendo y saltando y me dirigí á la sala de visitas.

— No os deis tanta prisa, David, dijo Sharp; tiempo teneis, no hay que apurarse.

A haber reflexionado hubiera podido notar el acento de compasion de Mr. Sharp; pero no recordé tal cosa hasta despues. Entré en la sala, donde hallé á Mr. Creakle sentado á la mesa, almorzando, con su baston y un periódico delante de sí; mistress Creakle tenia una carta en la mano: lo único que no ví fué el regalo.

— David Copperfield, dijo mistress Creakle llevándome hácia el sofá y haciendo que me sentara á su lado, tengo que hablaros á solas... Tengo que deciros una cosa, hijo mio.

Mr. Creakle, á quien yo miraba naturalmente, meneó la cabeza sin volverla hácia mi lado, y ahogo un suspiro al mismo tiempo que se tragaba una tostada de manteca.

— Sois demasiado jóven para comprender las vueltas repentinas que dá este mundo, continuó mistress Creakle, y con cuánta rapidez pasa la vida; pero todos estamos condenados á saberlo, unos en la juventud, otros en la edad madura, y otros...

Yo la miraba con mucha atencion.

— Cuando os separásteis de vuestra familia estas vacaciones, ¿la dejasteis completamente buena?

No respondí nada.

Al cabo de un minuto de silencio volvió á preguntar mistress Creakle:

— ¿Estaba enferma vuestra mamá?

Púseme á temblar sin saber por qué, y la miré con la misma atencion sin tratar de responder.

— Porque... continuó, porque tengo el sentimiento de deciros que me acaban de escribir que vuestra mamá está muy enferma...

Interceptóse una nube entre mistress Creakle y yo. No tardé en dejar de verla, pues mis ojos se preñaron de lágrimas.

— Vuestra mamá está enferma de gravedad... añadió.

¡Ah! antes de que me dijese « ha muerto » ya lo sabia yo. Habia exhalado un grito de desesperacion, el grito de la criatura que se siente huérfana en el desierto del mundo.

Mistress Creakle fué muy buena para conmigo. Me hizo quedar allí todo el dia, dejándome solo algunos momentos. Lloré, lloré tanto, hasta que experimenté el abatimiento que precede al sueño: me dormí, y desperté para volver á llorar. Cuando mis ojos se secaron me puse á reflexionar, y entonces mi corazon se sintió oprimido de tal modo, que se me figuraba que no habia nada en el mundo que pudiera aliviarme.

Sin embargo, mis reflexiones se sucedian vagamente y sin conexion. No se concentraban en mi desgracia : examinaba todos los recuerdos que mi infortunio habia despertado, y trataba de averiguar cuáles debian ser las consecuencias inmediatas. Pensé en nuestra casa cerrada, en el silencio que reinaria, en mi hermanito, que, segun me había dicho mistress Creakle, no sobreviviria largo tiempo á su madre; pensaba en la tumba de mi padre, refugio donde mi madre iba á ser depositada.

Cuando mistress Creakle me dejó solo, estaba sentado; me levanté para ver en el espejo si mis ojos estaban encarnados y mi rostro afligido. Al ver que mis lágrimas ya no corrian, me pregunté con cierta inquietud si se secarian para el dia de los funerales... pues se me esperaba para presidir el duelo. Experimenté un singular sentimiento de importancia, como si mi pérdida y mi dolor me revistiesen de cierta dignidad entre mis demas condiscípulos.

Mi afliccion fué muy sincera. Recuerdo que aquella importancia me causaba una especie de satisfaccion al atravesar el patio por la tarde y ver á mis compañeros mirarme por las ventanas al ir á sus respectivas clases : me sentí sumamente honrado, tomé un aire mas triste y acorté el paso. Así que se acabó la clase se acercaron á hablarme, y me ví como antes, un pobre y sencillo niño, presto a responderles sin orgullo y á reconocerles como antes.

Aquella misma noche salí en la diligencia que hacia el trayecto entre todas las localidades intermedias del camino. No pensaba al alejarme de Salem-House que no volveria al colegio. A la mañana siguiente, entre nueve y diez, llegamos á Yarmouth.

Busqué á Mr. Barkis : en su lugar ví un viejecillo, un poco obeso, con un aire complaciente, vestido de negro, con medias de seda y presillas de cinta en las rodillas y un sombrero de alas anchas. Se acercó, echando los bofes, á la puertecilla de la diligencia y pronunció mi nombre con un tono de interrogacion.

— ¿Quién se llama David Copperfield?

— Vuestro servidor, respondí.

— Servíos venir conmigo; tendré el gusto de conduciros á mi casa.

Seguíle sin saber quién pudiera ser, y le acompañé hasta un almacen situado en medio de una calle estrecha : en la muestra se leia :

OMER, PAÑERO, SASTRE, PASAMANERO, PROVEEDOR DE ARTÍCULOS DE LUTO; SE ENCARGA DE TODO LO CONCERNIENTE Á ENTIERROS.

Su almacen estaba atestado de ropas, ya hechas, ya á medio coser : el escaparate lo formaba la ventana, y en él habia sombreros de fieltro, castor, etc., etc. Pasamos á la trastienda, donde hallamos tres jóvenes ocupadas en coser una porcion de telas negras amontonadas encima de la mesa y cuyos retazos rodaban por el suelo. En la chimenea ardia un buen fuego, y en la habitacion habia un olor como de buñuelos quemados. Mas tarde supe de donde provenia semejante olor, que hasta entonces no conocia.

Las tres jóvenes, que parecian sumamente activas, alzaron la vista cuando entré, y en seguida continuaron su trabajo. Llamóme la atencion el ruido que metian al trabajar, y noté al mismo tiempo que de un taller que habia en el patio, mas allá de la trastienda, partia el ruido monótono de un martillo : toc, toc, toc, sin variacion ni cadencia.

— Perfectamente, dijo mi guia á una de las jóvenes : ¿qué tal va eso, Mineta?

— Estará listo á la hora convenida, respondió alegremente la jóven, sin volver la cabeza; descuidad, padre.

Mr. Omer se quitó el sombrero, tomó asiento y dijo despues de haber descansado unos instantes:

— Muy bien.

— Padre, añadió Mineta con ligereza, vais echando vientre.

— Es cierto, hija mia, no creas que no lo noto.

— ¡Os dais tan buena vida y lo tomais todo con tanta calma!.. dijo la jóven.

— Como se deben tomar las cosas, hija mia, replicó Mr. Omer.

— Razon teneis, padre; por eso aquí todo el mundo está contento; ¿no es cierto?

— Lo creo así, respondió Mr. Omer.

Enseguida añadió :

— Ahora que he descansado un poco voy á tomar medida á este jóven colegial. ¿Quereis pasar á la tienda, Mr. Copperfield?

Seguile á la tienda, donde me enseñó una pieza de paño que, segun él, era la que convenia perfectamente para el luto de una madre. Al mismo tiempo que me tomaba medida apuntaba los números en una carterita. Enseguida llamó mi atencion sobre los artículos de su industria de sastre, enseñándome un figurin nuevo y otro viejo.

— Todos estos cambios repentinos de la moda son causa de que hayamos perdido crecidas cantidades, dijo Mr. Omer. Las modas son como los mortales : vienen sin saber de dónde ni por qué, y se van del mismo modo. Todo es la imágen de la vida humana, segun mi opinion.

Interrumpió su discurso para dirigirse á una puertecilla, que abrió y desde donde gritó :

— Traed el té con tostadas de manteca.

Al cabo de un rato, que pasé escuchando el ruido de la costura y del martillo, entró una criada con una bandeja en que habia una taza de té para mí.

No hice gran caso del convite, pues en medio de aquel taller donde reinaba el luto no me sentia con apetito.

Mr. Omer me contempló durante algunos segundos, y me dijo :

— Hace tiempo que os conozco, amiguito.

— ¿De veras?

— Os conozco desde el dia que nacisteis, y aun me atreveria á decir de antes, replicó Mr. Omer. Tambien conocí á vuestro padre, que tenia cinco piés, nueve pulgadas y algunas líneas : descansa en un terreno de veinte y cinco piés cuadrados.

Aquí se dejó oir de nuevo el toc, toc, del martillo.

— Sí, descansa en un terreno de veinte y cinco piés cuadrados, continuó Mr. Omer; él mismo escogió el sitio...

— ¿Podeis decirme cómo sigue mi hermanito? pregunté.

Mr. Omer meneó la cabeza por toda respuesta, y el martillo dejó oir su toc, toc; pero como mi mirada seguia interrogándole aun, el sastre me respondió:

— Está en los brazos de su madre.

— ¡Pobre niño! exclamé : ¿ha muerto?

— No os entregueis al dolor, hijo mio... Sí, ha muerto.

Aquella noticia renovó mi llaga. En vez de probar el almuerzo que acababan de servirme, me retiré á llorar en un rincon, apoyándome en una mesita, que Mineta se apresuró á desembarazar de las telas que tenia, temiendo sin duda que las manchase con mis lágrimas.

Mineta era una buena chica, y su mano cariñosa separó mis cabellos que caian sobre mis húmedos ojos, pero al mismo tiempo se mostraba muy alegre por haber acabado su labor y estar segura de llegar á tiempo. A los pocos minutos, en efecto, cesó el ruido de la costura y del martillo : un jóven de porte agradable entró por la puerta del patio; llevaba un martillo en la mano y cogidos con los labios unos clavos pequeños, que se quitaba cuando queria hablar.

— Y bien, Joram, dijo Mr. Omer, ¿qué habeis hecho?

— Ya está concluido, señor, respondió Joram.

Mineta se ruborizó, y las otras dos jóvenes se miraron sonriéndose.

— ¿Quiere decir que habeis velado ayer noche mientras yo me hallaba en mi círculo? preguntó Mr. Omer guiñando los ojos.

— Sí, señor, respondió Joram; como nos habiais prometido que Mineta y yo os acompañaríamos, hemos tratado de acabarlo todo á la hora convenida.

— Verdad es que os lo prometí.

— Ahora si quereis venir á ver cómo ha salido, me dareis vuestra opinion, añadió Joram.

— Con mucho gusto, dijo Mr. Omer. Vaya, vamos...

Y volviéndose á mí, me dijo:

— Tendriais gusto en ver el...?

— No, padre, no, dijo Mineta interponiéndose.

— Pensaba que tendria gusto en... Pero, hija mia, sin duda teneis razon.

No podré decir cómo adivinaba que se trataba del ataud de mi madre. Jamás habia oido clavar ninguno, ni tampoco lo habia visto... pero al oir el ruido del martillo lo habia adivinado todo, y cuando entró el jóven no me quedó ninguna duda.

Así que se dió de mano á la obra, las otras dos costureras se cepillaron sus vestidos y se dirigieron al almacen para arreglarlo todo y esperar á los parroquianos.

Mineta se quedó para doblar lo que habian cosido y arreglarlo en dos cestos.

Mientras que cumplia su cometido, al compás de una alegre cancion que tarareaba, Joram, que se me figuraba que era su futuro, le dió un beso sin cuidarse de mí en lo mas mínimo. Al mismo tiempo lo dijo :

— Vuestro padre ha ido en busca del coche, y no me queda mas que el tiempo necesario para prepararlo todo.

Despues de decir esto salió.

Mineta guardó el dedal y las tijeras en su bolsillo, clavó en su corpiño una aguja enhebrada con seda negra y se compuso un poco su traje delante de un espejo que reflejaba su risueña fisonomia.

Todo esto lo observé desde el rincon donde me hallaba, con la cabeza apoyada en mi mano y entregado á bien tristes pensamientos.

El carro, que era de madera pintada de negro del mismo color que el caballo, no tardó en pararse delante de la puerta. Acomodaron los ataudes y aun sobró puesto para nosotros.

¡Triste fué el efecto que me causó hallarme en compañía de todas aquellas personas y emprender un viaje con el objeto que lo haciamos, despues de haber asistido yo á todos aquellos preparativos!... No por eso les tenia mala voluntad, pero me inspiraban una especie de terror, como si hubiesen sido criaturas de una especie diferente á la mia.

Su alegria no se interrumpia por nada. Mr. Omer guiaba su carricoche, y de cuando en cuando se volvia para responder á Mineta y Joram, que seguian hablando alegremente.

Dos ó tres veces me dirigieron la palabra, pero yo me mantuve sombrio y silencioso, asombrado de su alegre conversacion y de que el cielo no castigase á las personas que tienen un corazon duro.

Cuando nos paramos para echar un pienso al caballo rehusé aceptar las golosinas que habian tocado ellos, prefiriendo no comer nada. Cuando nos hallamos á algunos pasos de la casa me escurrí por la zaga con la mayor ligereza posible, á fin de no hallarme con ellos ni oir su conversacion, que tanto me disgustaba.

Apenas ví la ventana del cuarto de mi madre mis ojos se preñaron de lágrimas : al lado de su ventana distinguí otra, que en tiempos mas felices habia sido la de mi estancia.

Antes de que traspusiera el dintel de la puerta, ya me hallaba en los brazos de Peggoty, con la cual penetré en casa. Así que me vió dió rienda suelta á su dolor; pero trató de contenerse, me habló en voz baja y evitó meter ruido en el andar, ¡como si hubiese podido turbarse el sueño de los muertos!

Hacia dos semanas que no se acostaba y pasaba las noches velando á su querida ama, como llamaba á mi madre. Tambien la habia velado las dos noches anteriores, no queriendo abandonarla mientras fuese de este mundo.

Mr. Murdstone no reparó siquiera en mí cuando entré en la sala, donde le hallé sentado junto a la chimenea y con los ojos arrasados en lágrimas.

Miss Murdstone, ocupada enteramente en escribir cartas, de las cuales tenia llena la mesa donde escribia, me alargó sus glaciales dedos, preguntándome con su tono duro si me habian tomado medida del traje de luto.

— Sí, señora, le respondí.

— ¿Habeis traido vuestras camisas? me preguntó.

— Sí, señora, he traido toda mi ropa y todas mis cosas.

A eso se redujeron todos los consuelos que me dió.

No dudo que experimentaba un verdadero placer en hacer alarde, en semejante ocasion, de lo que ella llamaba su presencia de ánimo, su fuerza de carácter, su buen criterio y todo el catálogo de sus diabólicas cualidades. De lo que mas orgullosa se mostraba era de su aptitud para los negocios; y como prueba de ella apuntó por escrito todo, sin permitir que se tocase á nada. Mientras duró aquella larga entrevista y hasta el dia siguiente no dejó de escribir, hablando de cuando en cuando con el mismo tono imperturbable, impasible, desabrido.

Su hermano cogia un libro, lo abria, hacia como que leia, y, sin embargo, continuaba media hora en la misma página; luego le cerraba, y dejándole encima de la mesa se ponia á pasear á lo largo de la sala.

Por mi parte continuaba impasible, con las manos cruzadas, observándole, contando sus pasos.

Hablaba raramente á su hermana, nunca á mí; podia decirse que era el único de la casa que se movia.

No volví á ver á Peggoty hasta la noche, que, así que supo que estaba acostado, fué á sentarse al pié de mi cama. Al dia siguiente, al pasar al lado del cuarto en que se hallaban mi madre y mi hermanito, hallé á Peggoty en el dintel de la puerta, y me cogió de la mano para que entrara.

Lo único que recuerdo es que, bajo una especie de paño blanco, se me figuró que yacia la personificacion helada de aquella solemne y silenciosa inmovilidad que reinaba en la casa. Mi pensamiento tomaba vuelo, cuando Peggoty hizo ademan de levantar el paño.

— ¡Oh! no no, exclamé deteniéndole la mano.

Recuerdo, como si hubiera pasado ayer, toda la ceremonia de los funerales. Veo, tal como estaba arreglada, la sala principal, el vivo fuego de la chimenea, la mesa encima de la que habian dispuesto botellas de vino y el pastel tradicional; recuerdo el traje de miss Murdstone y de los demas que llegaban silenciosamente. Delante de mí habia entrado el comadron Mr. Chillip, y se acercó á estrecharme la mano.

— ¿Cómo estais, mi querido David? me preguntó afectuosamente.

Por toda respuesta le abandoné mi mano.

— ¡Dios piadoso! prosiguió tratando de sonreirse y volviéndose hácia miss Murdstone con una lágrima en los ojos, ¡cómo crecen y se desarrollan los jóvenes á nuestro lado! Para reconocerlos, preciso es no haberlos perdido de vista.

Miss Murdstone permaneció muda lo mismo que yo.

— Aquí ha habido muchas mejoras, señora, se atrevió á añadir Mr. Chillip, á quien turbaba un tanto aquel silencio.

Aquella vez, miss Murdstone arrugó el entrecejo. Mr. Chillip, desconcertado, se retiró conmigo á una esquina del salon, y no volvió á abrir la boca.

Mostréme indiferente á estas y otras escenas, observando todo con una especie de estupor, hasta que oí el toque de la campana de la iglesia que me hizo estremecer. Enseguida entró Mr. Omer acompañado de otra persona que dijo que nos preparásemos. Peggoty me ha repetido muchas veces que en el salon se reunian las mismas personas que acompañaron á mi padre al cementerio.

Mr. Murdstone, nuestro vecino Mr. Grayper, Mr. Chillip y yo, marchábamos delante. A la puerta encontramos los cuatro sepultureros con el ataud : seguímosles por la calle de álamos del jardin, y desde allí á la triste morada en que habia oido veces mil gorgear á los pájaros á la salida del sol.

Al llegar á la fosa, todo el mundo se descubrió. El dia se me figura diferente de los demas, la luz no presenta el mismo color, tiene un tinte mas triste. Despues de un momento de recogimiento
Me cogió la mano con tierna solicitud.

solemne, el sacerdote, con voz grave, lenta y clara, pronunció estas palabras :

— Soy la resurreccion y la vida, dijo el Señor.

La voz del sacerdote fué interrumpida por los sollozos. No lejos de donde me hallaba, ví á aquella pobre criatura, aquella fiel servidora, á quien quiero mas que á nadie en este mundo, á quien estoy seguro que el Señor dirá un dia, á propósito de mí : « Habeis obrado perfectamente. »

Veo otros rostros que conozco, que veia en la iglesia cuando era niño, — los mismos tal vez que habian sonreido á mi madre el dia en que llegó á la aldea, adornada con todo el brillo de su juventud. Los veo, los conozco, no puedo menos de mirar, por mas que esté entregado de lleno á mi dolor; así como tambien veo á Mineta que cambia á hurtadillas una mirada de inteligencia con su novio.

Todo se acabó; la fosa rellena, luego nos retiramos en silencio. Ante nosotros vemos nuestra casa, siempre bonita, siempre la misma, y asociándose siempre á todos mis recuerdos de la juventud : al verla, sufrí mas que durante los tres dias precedentes. Sacáronme de allí, y Mr. Chillip me habló; una vez que estuvimos en la sala, me refrescó los labios con un vaso de agua. Le pido permiso para retirarme á mi cuarto.

— Sí, amigo mio, podeis iros, me dijo con la ternura de una mujer.

Todo esto, lo repito, me parece que pasó ayer. ¡Cuántos sucesos mas recientes se han borrado de mi memoria para no volver, sino el dia en que sean evocados á nuestra vista todos los acontecimientos de nuestra vida!... en cambio, este lo tengo siempre presente.

Sabia que Peggoty vendria á buscarme á mi cuarto. La calma de aquel dia correspondia perfectamente á todos nuestros pensamientos. Sentóse á mi lado encima de mi cama; cogióme entre las suyas mi mano, la llevó á sus labios, la acarició como lo hubiese hecho á mi hermanito para que no llorara. En fin, haciendo un esfuerzo sobre sí misma, me contó de este modo lo que habia pasado :

— Hacia mucho tiempo que ella estaba muy delicada de salud; sufria su imaginacion y no era feliz. Con el nacimiento de su hijo creí que se restableceria; pero, cada vez mas delicada, debilitóse de dia en dia. Antes de dar á luz á su hijo, amaba la soledad para poder llorar; pero luego tomó la costumbre de cantar al recien nacido con una voz tan dulce, que oyéndola una vez, se me figuró que aquella era la voz de un ángel que volaba por cima de ella.

En el último tiempo parecia cada vez mas tímida, y como herida de un secreto terror. Una palabra dura le heria como si le hubieran dado un golpe. Para mí fué siempre la misma, nunca varió para su pobre Peggoty, querida ama mia!...

Peggoty guardó silencio, me cogió la mano con tierna solicitud, y prosiguió:

— La última vez que la ví como en otro tiempo, fué el dia que vinisteis del colegio, mi pobre David. El dia que os marchásteis me dijo : « No volveré á ver á mi pobre hijo, una voz interior me lo dice, sí, es la verdad, ¡lo siento! »

Trató de disimular aquel presentimiento, y mil veces, cuando le reprochaban su ligereza de carácter y de corazon, hubiera querido hacerlo creer, pero no éra cosa fácil.

Jamás confió á su marido lo que me confiaba á mí... temia decírselo á cualquiera otra persona... pero cierta noche, unos ocho dias antes de la catástrofe, dijo a Mr. Murdstone :

— Amigo mio, se me figura que me voy á morir.

Aquella noche, cuando la ayudaba á acostarse, me dijo que le parecia que se habia quitado un gran peso de encima : « Cada dia, durante algun tiempo, creerá mas y mas en mi presentimiento; luego se le borrará de la memoria. Siento muchísima fatiga; si es de sueño, quiero dormirme á tu lado, no te vayas. ¡Que Dios bendiga á mis dos pobres hijos! ¡Dios proteja y guie á mi pobre huérfano! »

A partir de aquel momento no me separé de ella, añadió Peggoty. Si alguna vez por casualidad, pensando en las dos personas que tanto queria, se alejaba de su lecho para acercarse á la ventana, las fuerzas le faltaban, y se apoyaba en mis brazos y en ellos se dormia.

La última noche me abrazó y me dijo :

— Si mi hijo pequeño muriese tambien, Peggoty, deseo que le coloquen en mis brazos y que nos entierren juntos.

Cumplióse su deseo, pues el pobre angelito la sobrevivió solo algunas horas. En seguida añadió:

— Que nuestro querido David nos acompañe á nuestra última morada, y repítele que su madre le bendice mil veces antes de morir.

Despues de una nueva pausa y de haberme acariciado de nuevo, Peggoty continuó :

— A media noche me pidió de beber, y así que hubo humedecido sus labios, me sonrió y me dijo algunas palabras cariñosas. Ya brillaba el sol en el horizonte cuando me habló de Mr. Copperfield, de lo bueno y afectuoso que habia sido para con ella, y de la superioridad que existe entre el hombre que posee un corazon amante y generoso y el que solo tiene ingenio y talento. « Mi querida Peggoty, añadió en seguida, acércate á mi lado... — ya se sentia sumamente débil, — sosténme con tus brazos, no esquives tu mirada, pues quiero verte... »

Hice lo que queria... ¡Ah! David, habia llegado el momento en que se realizaba lo que os anuncié al daros mi adios... Sí, ¡Dios mio! habia llegado el momento en que se tenia por feliz apoyándose en los brazos de su querida Peggoty... y en ellos murió con la misma tranquilidad que el niño que se duerme.

Así acabó Peggoty su relato. Desde que supe la muerte de mi madre, borróse completamente de mi memoria la imágen de lo que para mí habia sido durante los últimos meses de su vida. Solo se presentó á mi imaginacion como la madre cariñosa de mis primeras impresiones, jugando con los rizados bucles de mis cabellos ó corriendo conmigo por el parque.

Lo que Peggoty acababa de contarme, lejos de despertar mis recuerdos mas recientes, me hizo grabar mas profundamente en mi mente mi primera imágen. Por extraño que parezca esto, es la pura verdad. Con su muerte, deseché de mi mente para siempre mis impresiones desfavorables.

La madre que reposaba en su tumba era la madre de mi niñez; el niño que tenia en sus brazos era yo mismo... tal como habia sido en otro tiempo... durmiendo para siempre, apoyado en su corazon...