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David Copperfield (1871)/Primera parte/VII

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
VII


MIS VACACIONES DE NOCHEBUENA.

Llegamos antes de que fuese de dia á la posada donde se paraba la diligencia, que no era la misma en que estaba aquel mozo que tan bien me habia ayudado á despachar mi almuerzo. Condujéronme á un cuartito que tenia pintado encima de la puerta un delfin. Tenia mucho frio, á pesar de una taza de té que me habian servido delante de la chimenea, en una pieza del piso bajo.

Despues de haberme desnudado prontamente en la habitacion del Delfin, fué grande mi júbilo metiéndome en la cama, y envolviéndome la cabeza con las sábanas.

Mr. Barkis, el tartanero, debia venir á buscarme á las nueve de la mañana. Me levanté á las ocho, algo cansado, pues habia dormido poco, y me avié para estar presto.

Mr. Barkis me recibió de la misma manera que si no hubiesen pasado mas que cinco minutos desde mi último viaje, colocó mi baul en la tartana, me hizo subir, se instaló en el pescante, y puso su caballo al paso de costumbre.

— ¿Qué tal vá? le pregunté, creyendo que le halagaria.

Por toda respuesta, el tartanero se pasó la manga por el rostro.

— Cumplí vuestro encargo, escribí á Peggoty, continué, creyendo que seria mas comunicativo para conmigo.

— ¡Ah! exclamó con sequedad.

— ¿Hice mal?

— No, pero ella no ha respondido.

— ¿Luego habia una respuesta?

— Cuando un hombre dice que está dispuesto, es lo mismo que si dijese que espera una contestacion, dijo Barkis con aire gruñon.

— ¿Quereis que se lo recuerde?

— Con mucho gusto; solo que esta vez os que
Es tu hermanito, me dijo mi madre.

daria agradecido si la dijeseis : Barkis está dispuesto y espera una contestacion... A propósito, ¿cómo se llama?

— Peggoty.

— ¿Ese es su nombre ó su apellido?

— Su apellido; se llama Clara.

— ¡Ah! exclamó Mr. Barkis.

Y hallando en esto sin duda un motivo de reflexion profunda, guardó silencio.

— Pues bien, exclamó al cabo de algun tiempo, decidla que Barkis está dispuesto y que espera una contestacion.

— Os lo prometo, sin falta.

Con esta seguridad, el taciturno tartanero volvió á caer en su silencio hasta que llegamos, despues de haber sacado de su bolsillo un pedazo de tiza y escrito en forma de memorandum, en el hule de su tartana : Clara Peggoty.

¡Ah! ¡qué sensacion tan extraña la de regresar al hogar, cuando este hogar no es ya el nuestro, por mas que todos los objetos que se ven os traigan á la memoria el tiempo en que lo fué! ¡Cuán lejanos me parecian aquellos dias en que mi madre, Peggoty y yo viviamos en familia, sin que nadie se interpusiese entre nosotros! ¡Recuerdos que me parecen hijos de un sueño que no volveré á tener!...

Sentí tal tristeza, que no acierto á explicar la alegria que experimenté al salir de Salem-House, y se me figura que de buena gana hubiera desandado mi camino é ido á buscar á mi querido Steerforth.

Pero en el momento en que hacia esta reflexion amarga, los añosos olmos cimbrearon sobre mi cabeza sus ramas despojadas de hojas, y sembraron por el suelo los últimos nidos de los pájaros.

El tartanero me dejó á mí y á mi maleta en la verja del jardin. Atravesé la calle de árboles que guiaba á la casa, mirando las ventanas y temiendo á cada momento ver la figura de Mr. ó de miss Murdstone. Pero no ví á nadie. Llegué inapercibido hasta la puerta del vestíbulo, y como tenia la costumbre de abrirla, entré, sin llamar, con paso tímido.

¡Dios mio! ¡qué recuerdos de mi primera infancia despertó en mí la voz que acababa de oir en la sala! Mi madre tarareaba una cancion que creí recordar, aunque nueva á mi oido; una cancion que comparé á la voz de esas personas queridas cuyas facciones trata uno de reconocer cuando no las ha visto en mucho tiempo.

¡Ah! si he oido ya esa cancion, sin duda debió ser cuando me mecia en sus brazos para que durmiera.

El murmullo melancólico de la voz de mi madre me daba á conocer que se hallaba sola... Me escurrí sin ruido en el salon : se hallaba sentada al lado de la chimenea, sola en efecto, en el sentido de que no tenia otro compañero que una criaturita á quien daba de mamar, y que estrechaba su cuello con sus manitas. Ella le contemplaba y le cantaba aquel estribillo que tanto me habia conmovido.

— ¡Madre mia!

Al oir esta palabra que pronuncié desde el dintel de la puerta, mi madre se estremeció y arrojó un grito. Pero al verme, me llamó ¡su querido David, su querido hijo! y saliendo á mi encuentro hasta el medio de la sala, se arrodilló, me besó y estrechó mi cabeza contra su seno, junto á la criaturita que tenia, y llevando su mano á mis labios.

¡Ah! si hubiera podido morir... morir así, en medio de aquella felicidad en que se ahogaba mi corazon, seguro estoy que el cielo me hubiera abierto sus puertas.

— Es tu hermanito, me dijo mi madre acariciándome: ¡David, mi querido, mi pobre hijo!

Y me cubria de besos echándome sus brazos al cuello, cuando en esto llegó corriendo Peggoty, que se puso á hacer mil extravagancias á nuestro lado durante un cuarto de hora.

No me esperaban tan pronto : el tartanero se habia adelantado contra su costumbre; Mr. y miss Murdstone, que habian ido á hacer una visita á los alrededores, no debian volver hasta por la noche. No contaba yo con esto; no habia pensado que podríamos hallarnos aun una vez reunidos los tres. Se me figuró que habíamos vuelto á aquellos tiempos en que tan felices éramos todos.

Comimos al lado del fuego. Peggoty quiso servirnos, pero mi madre exigió que se sentase á la mesa con nosotros. Me dieron mi antiguo plato, en el fondo del cual habia pintado un buque navegando á toda vela; Peggoty lo habia ocultado durante mi ausencia, y, segun decia, « no hubiera querido que se rompiese ni por cien guineas. »

Tambien me dieron mi antiguo vaso de cristal, en el que habia grabado David, mi antiguo tenedor y mi cuchillo, que se negaba, como siempre, á cortar.

Mientras que estábamos en la mesa tuve ocasion á propósito para hablar á Peggoty de Mr. Barkis. Antes de que yo acabase se echó á reir á carcajadas, tapándose la cara con el delantal.

— Peggoty, preguntó mi madre, ¿de qué se trata?

Peggoty reia cada vez mas sin quitarse el delantal, que se quedó como un saco sobre su cabeza cuando mi madre trató de retirárselo.

— ¿Pero qué significa todo esto, tonta? dijo mi madre echándose á reir á su vez.

— ¡Oh! ¡qué hombre! exclamó Peggoty; quiere casarse conmigo.

— Hariais una buena boda, ¿no es verdad? dijo mi madre.

— ¡Oh! no lo sé, respondió Peggoty. No me lo pregunteis. No quisiera casarme con él aun cuando tuviera mas oro que lo que pesa. Ni con él ni con otro alguno.

— Entonces ¿á qué viene no decírselo clarito? añadió mi madre.

— ¡Decírselo! exclamó Peggoty por debajo de su delantal. Jamás me ha dicho una palabra, porque sabe perfectamente lo que le aguarda. Si se atreviese á hablarme, os aseguro que le plantaria un pescozon.

Su rostro se habia puesto mas encendido que la grana, pero lo tapó de nuevo con su delantal y soltó una nueva carcajada. Despues de reirse á sus anchas siguió comiendo.

Noté que á pesar de que mi madre se sonrió al mirar á Peggoty, se quedó cada vez mas pensativa y séria. Ya al llegar habia notado su cambio; siempre bonita, aunque con el aire un poco preocupado; su mano habia enflaquecido y era de una blancura casi transparente. Sobre todo, lo que mas llamó mi atencion fué la expresion de fisonomia con que mi madre oia hablar de una proposicion de casamiento hecha á su fiel criada. Leí en su rostro una inquietud y una ansiedad que no tardaron en manifestarse mas claramente.

— Peggoty, dijo cogiendo afectuosamente la mano de esta; mi querida Peggoty, ¿no quereis casaros?

— ¡Yo, señora ! respondió Peggoty asombrada, ¿que Dios me libre!

— Aun no, ¿no es verdad? dijo mi madre cariñosamente.

— ¡Jamás! exclamó Peggoty.

— No os separeis de mí, Peggoty, añadió mi madre, estrechándole la mano, permaneced á mi lado; no será por mucho tiempo, quizás. ¿Qué seria de mí sin vos?

— ¡Yo separarme de vos! exclamó Peggoty; no, por nada de este mundo. ¿Quién ha podido deciros semejante cosa? ¡vaya una idea!

Peggoty tenia la costumbre de tratar á mi madre de cuando en cuando como á una niña.

— Gracias, Peggoty, dijo mi madre.

— ¡Separarme de vos! prosiguió, ¡eso me seria imposible! Peggoty os seguiria... ¡Pues no faltaria otra cosa! No, no, repitió la jóven meneando la cabeza y cruzando los brazos, no hará nada. Eso no quiere decir que no habria quien se alegraria; pero no se les dará ese gusto. Que esperen. Quiero vivir á vuestro lado hasta que sea una vieja decrépita; cuando me vuelva demasiado sorda y ciega para servir de algo, entonces iré en busca de mi David y le suplicaré que me reciba.

— Y por mi parte, Peggoty, dije, seré feliz viéndoos y recibiéndoos como á una reina.

— ¡Que el cielo os bendiga, querido mio! exclamó Peggoty, bien sé cómo me recibireis. Y me besó á cuenta de su reconocimiento por mi futura hospitalidad. Despues de lo cual volvió á cubrirse el rostro con su delantal y se rió á cuenta de Mr. Barkis; luego sacó al niño de la cuna y se puso á hacerle fiestas encima de sus rodillas.

En fin, levantó la mesa, salió, volvió con un gorrito nuevo con su metro de cinta : la misma Peggoty de siempre.

Sentados al lado del fuego, compartimos tranquilamente. Les conté las crueldades de Mr. Creakle, y ellas me compadecieron. Les dije qué buen protector me habia echado en Steerforth, y Peggoty declaró que andaria diez leguas á pié por ir á verle. Cogí en mis brazos á mi hermanito así que se despertó, y le mecí con cariño. Cuando se durmió me acerqué á mi madre, como de costumbre, incliné mi cabeza en su hombro y sentí en mi frente la dulce impresion de sus hermosos cabellos... que comparé al ala de un ángel. ¡Ah! ¡qué feliz era! Sentado allí, contemplando el fuego y los giros de la llama, me hice la ilusion que jamás habia abandonado el hogar materno; soñé que Mr. y miss Murdstone solo eran figuras fantásticas que desaparecerian al apagarse el fuego, y que lo único que habia de real y verdadero en todos mis sueños, éramos mi madre, Peggoty y yo.

Peggoty zurcia una media á la claridad de las llamas.

— Pero ahora que me acuerdo, dijo Peggoty interrumpiendo sus eternos zurcidos para preguntarse de repente alguna cosa, ahora que recuerdo, ¿qué ha sido de la tia de David?

Mi madre en aquel momento se hallaba abstraida en alguna idea, y aquella pregunta vino á sacarla de su meditacion.

— ¿Por qué os acordais ahora de ella? le preguntó.

— No sé, señora; pero me preguntaba qué habrá sido de ella.

— Vamos, eres completamente tonta, Peggoty, replicó mi madre; cualquiera supondria que deseabais que viniese á vernos otra vez.

— ¡Que Dios nos libre! exclamó Peggoty.

— ¡Pues bien! entonces, dijo mi madre, á qué hablar de ella? Miss Betsey debe estar encerrada en su casa de campo á orillas del mar, y allí continuará; en todo caso no es probable que venga aun á incomodarnos.

— No es probable, murmuró Peggoty; pero me pregunto : ¿si no dejará algo á David si llegase á morir?

— Vamos, Peggoty, ¡qué cosas tan estúpidas teneis! ¿No recordais que el nacimiento de mi hijo fué para ella una especie de insulto personal?

— Supongo, añadió Peggoty, que no se hallará ahora muy bien dispuesta á perdonarle.

— ¿Y por qué? preguntó mi madre un tanto picada.

— Ahora que tiene otro hermano.

Mi madre se echó á llorar.

— ¿Cómo podeis hablar así? dijo. ¿Qué mal ha podido causaros ni á vos ni á nadie este pobre inocente que duerme en su cuna? ¡Qué de celos!... Mejor hariais en casaros con el tartanero. ¿Por qué no os casais con él?

— Eso os procuraria una felicidad demasiado grande, replicó Peggoty.

— Teneis un carácter infernal, Peggoty. Teneis una envidia ridícula á miss Murdstone. Supongo que querriais ser el ama de llaves de la casa, y bien sabeis que si las guarda es por complacerme y con las mejores intenciones.

— ¡Que el diablo cargue con sus buenas intenciones! murmuró Peggoty.

— Ya os comprendo, mala lengua. ¿Cómo no os avergonzais al juzgar así á una persona que os ha repetido con tanta frecuencia que yo soy sumamente aturdida y?...

— Y muy bonita... dijo Peggoty viendo que mi madre vacilaba al pronunciar esta palabra.

— ¡Pues bien! continuó mi madre sonriendo, ¿tengo yo la culpa si ella es lo bastante loca para decirlo y quiere ahorrarme todos los fastidios que se impone á sí misma, yendo á inspeccionar por todas partes, hasta en la carbonera, á donde seguramente no iria si fuese ella?... ¿No es eso abnegacion? ¿Os atreveriais á insinuarlo?

— Yo no insinúo nada.

— Sí, sí, Peggoty, precisamente no haceis otra cosa, continuó mi madre; y sin ir mas lejos, ¿no murmurais tambien de las buenas intenciones de Mr. Murdstone?...

— Jamás he hablado de tal cosa, replicó Peggoty.

— No, Peggoty, lo habeis insinuado segun vuestra costumbre; no podeis negar que mil veces habeis interpretado desfavorablemente los motivos que le hacen obrar. ¡No le he justificado mil veces! Pues si parece severo con alguno... no creas que hablo de tí, hijo mio... es por el bien de esa misma persona; sí, únicamente por su bien. Quiere á esa persona á causa mia, y sabe mejor que yo lo que es preciso hacer por él, pues mi cabeza es débil y él es un hombre enérgico, sério, grave. Así, le debo estar reconocida por los disgustos que toma por mí... Cuando no creo ser lo suficientemente agradecida, me lo echo en cara, Peggoty ; entonces me tengo odio y dudo de mi pobre corazon.

Como Peggoty veia que los ojos de mi madre se llenaban de lágrimas, permaneció silenciosa, mirando el fuego, y mi madre, á su vez, viendo que Peggoty se quedaba tan triste, cambió de tono y le dijo :

— Vaya, Peggoty, no nos enfademos; sois mi verdadera amiga. Cuando os digo que sois una criatura sin corazon ó absurda, ó cualquiera otra cosa, no dejo de pensar que sois mi mejor amiga, y que lo habeis sido siempre desde aquella noche en que Mr. Copperfield me trajo aquí por la primera vez y vos salisteis á recibirme á la puerta.

Peggoty no tardó en responder á aquellas cordiales palabras, y ratificó el tratado de paz y amistad haciéndome una caricia. Pensé haber adivinado el verdadero motivo de aquella conversacion. Hoy tengo la seguridad de que la jóven la provocó á propósito, únicamente para que mi madre se consolase con la pequeña conclusion contradictoria que la terminaba. Salióse con ella, pues recuerdo que mi madre pareció enteramente feliz durante el resto de la noche.

Tomamos el té. Quise leer á Peggoty un capítulo del libro de los cocodrilos como recuerdo de otros tiempos... Precisamente lo tenia en su bolsillo, como si allí hubiera estado guardado desde entonces. Luego hablamos de Salem-House, lo cual me dió ocasion para volver á hablar de Steerforth, mi texto favorito. ¡Oh! ¡noche feliz, que fué la última bendita de mi niñez! ¡Jamás se borrará de mi memoria!

Eran cerca de las seis cuando oimos el ruido de un coche que se paró delante de la puerta; todos nos levantamos. Mi madre dijo que era muy tarde, añadiendo que como Mr. y miss Murdstone tenian la idea de que los niños debian acostarse temprano, haria perfectamente en irme á la cama.

Abracé á mi madre y subí inmediatamente á mi cuarto antes de que llegasen á la sala Mr. Murdstone y su hermana.

En la escalera pensé en que con su llegada introducian en el hogar cierta frialdad que helaba de repente todos los recuerdos felices de mi infancia. ¡Ay! ¡mi cuarto iba á ser mi calabozo!

Al dia siguiente me sentí bastante turbado al bajar á almorzar. No habia visto á Mr. Murdstone desde mi memorable atentado.

Sin embargo, preciso era verle. Presentéme, pues, en el salon, no sin pararme dos ó tres veces en el camino y aun haber intentado subir otra vez á mi cuarto de puntillas.

Mr. Murdstone estaba de pié, apoyado en la meseta de la chimenea, mientras que su hermana se ocupaba en hacer el té. Me miró con sequedad y aparentó no conocerme.

Me acerqué á él, despues de vacilar un poco, y le dije :

— Os suplico que me perdoneis; grande es mi disgusto al considerar lo que he hecho.

— Me alegro que os arrepintais, David, me respondió.

La mano que me alargaba era la que habia mordido. No pude impedirme de ver una cicatriz; pero la expresion de su fisonomía no tardó en turbarme.

— ¿Cómo estais, señora? pregunté á miss Murdstone.

— ¡Dios mio! respondió suspirando y alargándome las tenacillas del azúcar en vez de sus dedos... ¿Cuánto tiempo duran las vacaciones?

— Un mes, señora.

— ¿A partir desde cuando ?

— Desde hoy.

— ¡Oh! dijo miss Murdstone, un dia de menos.

Llevaba, digámoslo así, la cuenta en su calendario de vacaciones, y cada mañana borraba un dia apenas habia empezado : continuó esta operacion hasta que hubo llegado á diez; pero, cuando pudo hacer dos cruces una al lado de la otra, la esperanza iluminó su rostro, y hasta casi estuvo alegre al ver que se aproximaba el dia treinta y uno.

Pero ¡ay! desde el primer dia tuve la desgracia de inspirarla un violento terror, por mas que ella no estuviese sujeta á tales debilidades.

Habia entrado en la sala, donde estaba ocupada en ensartar abalorios, su diversion favorita. El reciennacido, que solo contaba algunas semanas, estaba sobre las rodillas de mi madre; cogíle con precaucion en mis brazos.

De repente, miss Murdstone arrojó un grito tan violento que por poco le dejo caer.

— ¡Mi querida Juana! exclamó á su vez mi madre.

— ¡Dios mio! ¡Clara, mirad esto! exclamó de nuevo miss Murdstone.

— ¿Qué es ello, mi querida Juana?

— ¡Lo ha cogido! dijo miss Murdstone con el mismo espanto. David ha cogido en sus brazos al niño.

Estaba como paralizada de horror; pero se irguió para lanzarse sobre mí y cogerme mi hermano; luego estuvo á punto de desmayarse, se quejó como si sufriese, y fué preciso darla aguardiente de cerezas. Así que recobró sus sentidos, me prohibió formalmente que cogiera á mi hermano, no importa bajo qué pretexto, y mi pobre madre, segun lo que veia, deseaba lo contrario; pero tuvo que confirmar la prohibicion, añadiendo:

— A no dudar, teneis razon, mi querida Juana.

Otro dia, que nos hallábamos reunidos los tres, mi pobre hermanito, que me era muy querido, á causa de nuestra madre, prestó una nueva ocasion á miss Murdstone de encolerizarse.

Mi madre, que examinaba sus ojos mientras que lo tenia en sus rodillas, me dijo :

— David, ven aquí.

Y se puso á examinar mis ojos.

Miss Murdstone prestaba la mayor atencion.

— Confieso, dijo mi madre con dulzura, que son exactamente parecidos. Supongo que son los mios, pues son del mismo color, y se parecen muchísimo.

— ¿Qué es lo que estais diciendo, Clara? preguntó miss Murdstone.

— Mi querida Juana, respondió mi madre tartamudeando, un poco turbada por el tono severo de aquella pregunta, creo que los ojos del chiquitin y de David son enteramente iguales.

— Clara, dijo miss Murdstone irguiéndose con aire amenazador, á veces sois bien loca.

— ¡Mi querida Juana! dijo mi madre como si quisiese protestar.

— ¡Una verdadera loca! continuó miss Murdstone. ¿Quién se atreve á comparar el hijo de mi hermano con el vuestro? No se parecen en nada. Son sumamente diferentes, y espero que continuarán siéndolo. No quiero seguir oyendo semejantes atrocidades.

Y en seguida salió y cerró la puerta con violencia.

En fin, no era el favorito de miss Murdstone; y á decir verdad, no era el favorito de nadie; pues los que me querian no podian probarme su afeccion, y los que no me querian lo hacian ver claramente : así, me sentia siempre de mal humor, contrariado, molestado y molestando á los demas.

Si entraba en la sala donde estaba mi madre con Mr. Murdstone y su hermana, los tres hablaban entre sí, y mi madre parecia alegre hasta cierto punto, veia una nube de inquietud que se extendia sobre su encantador rostro. Si, por casualidad, Mr. Murdstone estaba de buen humor, se volvia taciturno; si miss Murdstone se hallaba en un cuarto de hora de mal talante, se agriaba aun mas su carácter.

A través de mi susceptibilidad, conocia que mi madre era una victima. Tenia miedo de hablarme ó de parecer que me demostraba demasiado cariño, pues temia que la regañasen despues, como si hubiese cometido un crímen.

Así, siempre estaba sobre sí, al mismo tiempo que seguia todos mis movimientos tratando de examinar el efecto que producirian en los demas. Resolví, pues, permanecer casi siempre aparte. Veces mil oí sonar la campana desde mi cuarto, envuelto en mi capote y leyendo mis novelas.

Algunas veces, por la noche, me iba á sentar á la cocina con Peggoty. Allí estaba á mis anchas, y no temia que me viesen tal como era naturalmente. Pero en la sala no se aprobaba ninguno de estos dos recursos, y el espíritu de tiranía que reinaba trató de privarme de ambos.

Se me juzgó aun necesario para la educacion de mi pobre madre, y como un medio de probar sus adelantos en la escuela de la entereza.

Mis ausencias fueron una nueva queja contra mí.

— David, me dijo un dia Mr. Murdstone al salir de la sala como de costumbre, tengo el disgusto de ver que vuestro carácter es sombrío y demasiado ensimismado...

— Tan sombrío como el de un oso, añadió miss Murdstone.

Yo bajaba la cabeza por toda respuesta.

— Así, pues, David, añadió Mr. Murdstone, un carácter sombrío y ensimismado es el peor de todos los caracteres.

— Y este muchacho, observó su hermana, es el mas testarudo ensimismado y sombrío de todos los chicos que he conocido. Supongo, mi querida Clara, que vos misma lo habeis observado.

— Perdonadme, mi querida Juana, dijo mi madre, pero ¿estais bien segura, — supongo que llevareis á mal que dude, — estais bien segura de comprender á David?

— Me avergonzaria de mí misma, respondió miss Murdstone, si no comprendiese á ese ó á otro cualquier niño. No me alabo de ser muy profunda, pero tengo la pretension de tener sentido comun.

— Sin duda, mi querida Juana, replicó mi madre, vuestra inteligencia pasa los límites de lo ordinario, y...

— No, amiga mia; hacedme el favor de no decirme eso, replicó miss Murdstone con tono desabrido.

— Sí, sí, segura estoy, añadió mi madre, y esa es la opinion de todo el mundo. Me aprovecho hasta tal punto de vuestra rara inteligencia, ó al menos deberia aprovecharme tan bien, que nadie está mas convencida que yo. Así, hablo con temor cada vez que emito una opinion que difiere de la vuestra.

— Y bien, sea, Clara, dijo miss Murdstone ajustando á sus puños sus brazaletes de acero; supongamos que no comprenda á ese niño... Convengo, si así os place, que no le comprendo absolutamente nada; pero quizás la penetracion de mi hermano le permitirá conocer claramente su carácter, y creo que mi hermano hablaba de ello cuando le hemos interrumpido con tan poca discrecion.

— Se me figura, Clara, dijo Mr. Murdstone con voz grave, que hay jueces mas expertos y previsores que vos para poder juzgar una cuestion semejante.

— Eduardo, respondió tímidamente mi madre, bien sabeis que sois mejor juez en todas las cuestiones que no yo. Lo confieso, os reconozco como muy superior á mí. Solo decia que...

— Deciais una cosa sumamente ligera é inconsiderada, respondió Mr. Murdstone. Tratad de no reincidir, Clara, poned cuidado.

Mi madre movió los labios como si quisiese responder : « Sí, Eduardo »; pero no pronunció distintamente esta respuesta.

Entonces Mr. Murdstone se dirigió de nuevo á mí, y me repitió muy seria y desabridamente :

— Noto con disgusto, David, que teneis un carácter sombrío y taciturno. Es un carácter que no consentiré que se desarrolle en mi presencia, y por tanto me esforzaré para corregirlo. David, tratad de corregiros.

— Nosotros mismos debemos corregirlo...

— Dispensad, señor, dije tartamudeando; desde que he vuelto del colegio, no he hecho nada que...

— No echeis mano de una mentira para justificaros, continuó con tal ímpetu, que mi madre extendió sus manos para intervenir entre nosotros. Os habeis retirado á vuestro cuarto con aire mohino; allí habeis permanecido en vez de bajar aquí, y os digo, ahora para siempre, que quiero que permanezcais aquí; ademas quiero que mostreis un aire sumiso; y pues me conoceis, no tengo nada mas que deciros sino que yo lo quiero.

Miss Murdstone se rió aun sarcásticamente.

— Quiero que vuestra conducta sea respetuosa, que me mostreis docilidad y solicitud, lo mismo que á vuestra madre y á miss Murdstone. No quiero que se huya de este salon como si estuviese infestado, y tampoco me acomoda luchar con el capricho de un chiquillo. Así, pues, sentaos.
Ya estaba en la tartana...

Me hablaba como lo hubiera hecho á un perro; obedecia lo mismo.

— Aun no he acabado, añadió : noto que vuestros gustos son vulgares; no debeis tener tanta familiaridad con los criados, pues ni con ellos ni en la cocina adquirireis las cualidades que os faltan. No quiero hablaros de la criada, que os mima... porque vos misma, Clara, añadió alzando la voz, mostrais hácia ella gran debilidad, á causa de una costumbre inveterada y de antiguos recuerdos.

— ¡Ilusion bien inexplicable! exclamó miss Murdstone.

— Es el caso, David, añadió Mr. Murdstone tomándola otra vez conmigo, que desapruebo el que prefirais el roce con gente como Peggoty á estar con nosotros, y que es preciso renunciar á tal cosa. Ya me habreis comprendido, quiero que se me obedezca al pié de la letra, y ya sabeis á qué os exponeis desobedeciéndome.

Lo sabia, quizás mejor de lo que él pensaba, y así fué que le obedecí al pié de la letra.

No volví á retirarme á mi cuarto ni á refugiarme al lado de Peggoty; permanecí fastidiándome en la sala, y deseando de todo corazon que llegase la hora de irme á la cama.

¡Cuánto no sufria al pasar horas enteras en la misma soledad, sin atreverme á mover ni un brazo ni una pierna, por temor á que miss Murdstone se quejase de mi turbulencia, esquivando su mirada por no hallar la expresion de su descontento! ¡Y qué horrible fastidio el oir el tic tac de la péndola del reló, ó de contar en voz baja los granos de acero que miss Murdstone ensartaba en forma de rosario! Algunas veces me preguntaba si no se casaria nunca, y semejante suposicion me hacia deplorar la suerte del desgraciado que cargara con ella.

¡Cuántos paseos solitarios dí por los alrededores, con un cielo encapotado, llevando grabado en mi mente el triste salon con la presencia de Mr. y de miss Murdstone, horrible pesadilla que me seguia por do quiera, que no podia desechar de mí y que me quitaba toda la alegria natural!

¡Y cuántas comidas tristes, en que comprendia que en la mesa habia un cubierto de mas, esto es, el mio, y uno que sobraba allí, y que era yo!

¡Cuántas noches en que esperaban que cogeria un libro, y yo, no atreviéndome á tomar uno que fuese divertido, escogia un tratado de aritmética y trataba en vano de resolver algun problema sin lograrlo nunca!

¡Y cuántos bostezos involuntarios, qué de luchas contra el sueño, qué modo de despertarme sobresaltado cuando creia poder dormir sin que nadie me apercibiese! Cuando por casualidad hacia alguna observacion, nadie me respondia. Sentia que no significaba nada para nadie, y que, sin embargo, estorbaba á todo el mundo. El único rato de bienestar que experimentaba durante el dia era el último, así que el reló daba la primera campanada de las nueve y que miss Murdstone con una dicha inefable decia :

— ¡Podeis ir á acostaros!

Así pasaron las vacaciones de Pascua, hasta que llegó un dia que miss Murdstone se apresuró á decir :

— ¡Hoy es el último dia!

Y aquel dia me sirvió la última taza de té.

No sentia marcharme : habia caido en un estado de embotamiento estúpido; sin embargo, volví algo en mí al pensar que iba á volver á ver á Steerforth, por mas que Mr. Creakle estuviese detrás de él.

Mr. Barkis presentóse aun otra vez en la puerta del jardin, y tambien aquella vez, cuando mi madre me estrechaba en sus brazos para darme el beso de despedida, miss Murdstone exclamó con voz severa : ¡Clara!

Besé á mi madre y á mi hermanito, y experimenté un gran pesar, aun cuando no fuese el de separarme de ella; pues en la misma casa existia un vacío entre nosotros, y cada dia se repetia nuestra separacion. Por mas que el beso que me dió mi madre fué sumamente tierno, recuerdo mucho menos aquel beso que lo que pasó despues...

Ya estaba en la tartana cuando oí que me llamaban. Volví los ojos y ví que mi madre estaba en el quicio de la puerta con su hijito en brazos. El frio era muy vivo; ella continuó allí, inmóvil, fijando en mí una mirada ansiosa y con su niño á cuestas.

¡Así me separé de ella! ¡así la ví en sueños en mi colegio, silenciosa é inmóvil al lado de mi cama, mirándome, con su hijo en brazos!