Dos libros de versos

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
PARTE TERCERA


PARRAFADAS DE CRITICA


Dos libros de versos.


Confieso que, con los años y el estudio, he llegado a convencerme de que es muy fácil criticar y muy difícil producir; y de esta íntima convicción mía nace que, al juzgar obras literarias, esté siempre mi espíritu más dispuesto á la benevolencia que á la censura amarga. Cómoda tarea es la de buscar sólo los defectos, haciendo gala de delicadeza de gusto. Líbreme el cielo de sentar plaza de intransigente zoilo. Ni en literatura ni en política, soy de los que dicen que de cada mil almas una va con Dios y las demás con el diablo.

En países como el nuestro, donde la literatura no es una carrera, y en donde ni siquiera encuentra estímulos dignos quien consagra sus ocios al cultivo de las letras, creo que, los que, por justos ó verenjustos, hemos alcanzado á crearnos una modesta fama, llenamos deber de patriotismo alentando con una palabra de aplauso á los jóvenes que, con destellos de talento y sobra de entusiasmo, acometen la ardua empresa de dar á la estampa sus producciones. Y tanto es así, que prefiero callar cuando no encuentro en un libro pretexto para el elogio. No escribió, ciertamente, para mí el gran Víctor Hugo estas palabras:

—La boca de un poeta, encomiando á otro poeta, es un vaso de hiel azucarada.

Antes, pues, que desalentar á la juventud estudiosa con críticas virulentas que, á Dios gracias, ajeno soy á mezquindades y pasioncillas, consiento en aceptar este reproche que alguna vez se me ha dirigido:—Que Dios me echó al mundo para halagar vanidades.

Afortunadamente no se hallan en este caso los dos libritos de versos, sobre los que el director del Correo del Perú me ha impuesto hoy el compromiso de emitir ligero juicio. Los autores me son desconocidos.

Poniendo punto al introibo, un si es no es personal, pasemos á ocuparnos del prójimo en Cristo y hermano en Apolo.


Que en don José María Chaves, autor de las Melodías religiosas, hay dotes de poeta lírico, no es para mí cuestión. En efecto, poeta es el que escribe versos como los siguientes:

   ¡Ay! en el vicio estéril
el corazón del hombre se marchita,
sin savia que lo aliente,
cual un árbol mordido de serpiente.
Y el manzano agostado,
¿qué fruto puede dar? Y si su dueño
lo abandona al olvido,
¿podrá ostentarse fresco y florecido?

Vése, sin gran esfuerzo, que el autor ha leído, y con provecho, al divino Herrera, á Rioja y Luis de León, pues ha acertado á imitarlos en giros y locuciones. No desdeñe el joven poeta tan excelentes maestros que, andando los tiempos, ellos lo conducirán á figurar en el moderno Parnaso americano.

En la silva, principalmente, hallo felices reminiscencias de esos ilustres ingenios que tanto esplendor dieron á las letras castellanas. Véase la pintura que del poeta hace el señor Chaves, pintura llena de vigor en la expresión y de lozanía en las imágenes.

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Corazón con latidos de armonía,
alma de amor que nunca á odiar aprende,
relámpago divino
que sólo en Dios y para el bien se enciende,
acaso cual la tímida violeta,
desde un retiro le convida al mundo
su delicioso aroma,
y aunque sufra cual Job, su mismo llanto
es un himno, un perfume, un riego santo.
Sucesor de Moisés y de Isaías,
su función es un gran pontificado;
y cuando imperios grandes han caído
y reyes yacen en profundo olvido,
sus santas armonías,
al través de los siglos, aun deleitan
á miles de millones
de entusiastas y nobles corazones.

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Una de las buenas cualidades del vate á quien juzgamos, es la sinceridad de creencia que respiran sus versos. En él, el sentimiento religioso se halla muy lejos de ser amanerado ó fruto convencional ó de cálculo. Sin penetrar en las nebulosas regiones de la filosofía, el señor Chaves siente y se expresa con claridad, y por mucho que el espíritu del siglo sea un tanto volteriano y descreído, nuestro poeta se encastilla en la fe de sus padres, en los recuerdos de la infancia y en la severidad de los buenos ejemplos que, como semilla bendita, han fructificado en su alma.

En cuanto á la forma, mucho habría donde hincar el diente. Abundancia de ripios; abuso de adjetivos y sinónimos; versos que pecan mortalmente contra las leyes de la armonía, y... pero el poeta confiesa, hasta cierto punto, su pecado, cuando dice-«Yo no soy hijo del arte: yo soy como la fuentecilla de la pradera, que á veces se seca, y otras veces rompe su cauce y se dilata hasta el pie de los árboles que acompañan sus quejas con su susurro.»

Quien así se conoce y así se expresa, quien así es modesto, se halla en camino de adelantar mucho y de escribir, en breve, algo menos desaliñado que las Melodías religiosas.


Ego Polibio es la firma bajo la cual se esconde un poeta que acaba de coleccionar cien picarescos sonetos, á los que llama Zanahorias y Remolachas. El librito es una panacea contra la tristeza, y como tal lo recomendamos á los caracteres melancólicos. Sonetos tiene, como el titulado Zamacueca, que convidan á echar una cana al aire.

La idea que constituye el fondo, el jugo diremos mejor, de las zanahorias y remolachas, es en sí trivialísima ó manoseada; pero lo magistral de la ejecución, la reviste de mérito y novedad. Las incorrecciones, y complacémosnos en reconocer que no son muchas, no valen la pena de tomarse en cuenta. Ensáñense en ellas los alguaciles del Diccionario, que no otra cosa son los critiquizantes que andan á la pesca del casticismo palabrero.

Lo que más cautiva en los versos de Ego Polibio es la riqueza de rima. Parece, á primera vista, que el poeta se hubiera propuesto escribir con pies forzados, y sacrificar la idea á la robustez y gracia del consonante; pero esta presunción queda destruída ante la soltura y facilidad de los versos. Esas rimas difíciles han brotado, por entre los puntos de la pluma, con la naturalidad del arroyo.

Pero no todos los sonetos son legumbres de la huerta; no todos son chiste y travesura. Dos hay que no son zanahorias ni remolachas. El uno es flor perfumada del ramillete de una dama, y el otro espinoso cardo. Gran intención filosófica, aunque ligeramente amarga, hay en ellos, y verdadero aroma poético. Me refiero al titulado A una bella y al que voy á darme el gusto barato de copiar:

á un ingrato

Triste llegaste de la culta Europa,
sin un rasgo siquiera de cultura,

á mendigar humilde la basura,
de mi tierra feraz, en baja tropa.

   Sin un realillo de vellón, sin ropa,
con la grasienta faja en la cintura,
conservando tu estólida gordura
con la olla podrida y mala sopa.

   Pronto vestiste como Adán decente;
que cariñoso, liberal, clemente,
de la escoria te alzó noble peruano.

   Olvidaste tu ayer, nada halagable,
¡y muerdes hoy, imbécil miserable,
la bella, fiel y generosa mano!

En conclusión: Ego Polibio no ha nacido para poeta lacrimoso. No es romántica lira de cuerdas de oro la que él maneja, sino alegre, encintada castañuela y bullicioso tamboril. Hartas lágrimas hay sobre la tierra y escasísimas risas (se ha dicho), y por eso aspira á prolongar las fiestas carnavalescas tomando la vida por su lado risueño. Que las decepciones no envenenen un día su espíritu, aleje Dios de sus labios la hiel del sarcasmo y, los que amamos los versos graciosos y ligeros, nos prometemos que la juguetona musa de Ego Polibio nos regalará con producciones más limadas y de mayor aliento que las Zanahorias y Remolachas.