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El Nilo

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EL NILO


¡Salud, oh Nilo! ¡Oh, tú que te has manifestado en esta tierra y vienes en paz para dar la vida a Egipto! ¡Dios oculto, vía del cielo que desciendes! ¡Dios Seb, amigo del pan! ¡Dios Nepra que das los granos! ¡Tú bebes el llanto de todos los ojos y prodigas la abundancia de bien!

Tal cantaba en mi alma el recuerdo de una plegaria egipcia cuando contemplé por vez primera el Nilo.

Sola, huyendo de toda humana compañía, que me importuna cuando salgo al encuentro de algo soñado en la niñez, escapé a la vigilancia amistosa de mi compañera de viaje, en la primer mañana de mi arribo al Cairo.

Y, pasajera en cómodo tranvía eléctrico, rumbo hacia las pirámides, hartaba mis ojos con la contemplación de esa maravilla de exóticas sorpresas que se llama la ciudad vieja" en el Cairo.

De súbito, frente a mí, brusco recodo del camino muestra majestuoso puente y, a derecha e izquierda, frondosa y lujuriante vegetación, gigantescos árboles, montan la guardia al rey de los ríos. Desde mi atalaya, la delantera del tranvía, abarcó el paisaje: Mis ojos buscan, anhelantes, las aguas del Nilo; las ven, y una deleitosa sensación, tan profunda que mue arranea lágrimas, suspende mis sentidos. ¡El Nilo! Así era el de mis sueños: Por hondo cauce corren las aguas; altos médanos boscosos sombrean sus orillas; grupos de palmeras, higuerales de la India, cañas en tupidos macizos, refléjanse en sus aguas; el verde único de la hierba egipcia sírvele de alfombra y los dehabeahs lo surcan, lentos, con las blancas y originales velas hospitalarias al viento.

Cruza el tranvía el largo puente. Del otro lado comienza la ancha avenida que lleva a las pirámides.

Franjeada de jardines de belleza sin par, sembrada de chalets suntuosísimos, bordeada por triple fila de árboles hermosos, imponentes, soberbios en la plenitud de su desarrollo, esa avenida de 15 kilómetros es única en el mundo.

Admirábala, seducida por el recuerdo que en mí despertó la vista de la roja y magnífica estrella en flor que vi por vez primera en todo su apogeo en nuestro Tucumán donde la llaman "estrella federal"; por vez segunda en los mágicos jardines de la Alhambra donde la llaman "flor de la pasión", y por vez tercera y en la plenitud de su hermosura deslumbradora, camino a las pirámides, donde la llaman "flor del sultán", cuando, a mi izquierda, una conocida silueta se perfila en la lejana linde del desierto que acecha al. Cairo por doquier: Sobre el cielo purísimo que le sirve de fondo, colocado en prominente lugar, eshelto templo, alza a Alá sus minaretes como musulmán en oración: Es ella, es la mezquita de alabastro, copia fiel de la de Santa Sofía,, en Constantinopla: Desde lo alto de la pétrea cintura que defiende del desierto a la ciudad egipcia, vela por los fieles mahometanos elevando al cielo los brazos en actitud de implorar.

Apenas han fijado mis ojos la gentil aparición, cuando un recodo de la vía descubre a la derecha nuea perspectiva: Allá a lo lejos, muy lejos, vagamente precisas, se dibujan las pirámides.

No me explicaré nunca por qué contradicción ilógica suspendí la soñada vía y, como huyendo de placer demasiado intenso, tomé el vehículo que al Cairo regresaba por riel paralelo. Creo que temí, vaga, inconscientemente, no tener fuerzas para recibir más emociones esa mañana ; qué deseé volver a encontrarme entre seres de mi época y de mi realidad vivida que me sacaran de esa ilusoria e hipnotizante realidad actual, de belleza enervante, de evocación poderosamente sugestiva y dominadora y me sustrajese a esa deleitosa, fortísima sensación de revíviscencia de un pasado milenario que anonada al infiltrar su verdad, su belleza, su eternidad.

Y regresé, como en sueños, embargada por la sagrada emoción de haber visto el Nilo, de haber visto las pirámides. Y la rumorosa y abigarrada ciudad meció con su vaivén de exótica vida la plenitud de ese gozar mío tan intenso que casi me hacía sufrir.

A la semana de mi llegada al Cairo, me embarqué en el "Ramses, Nilo arriba. Posee, el rey de los ríos, buques de recreo lujosos y cómodos. Con capacidad para 80 pasajeros, con tres puentes de paseo; la parte central abierta de babor a estribor, lo que permite dominar a la vez ambas orillas del Nilo; alhajados, puentes, salones y galerías, con cómodos sitiales de las más variadas formas, provistos de almohadones de todos tamaños imaginables; la proa, convertida en espacioso y confortable salón de cristal, abriga del frío en las crudas noches egipcias y permite admirar, como suspendida el ánima en sueños agradables, el cambiante, féerico panorama.

En tales buques el turismo es un placer: Cómodas cabinas, la mayoría para una persona; espaciosos comedores en los que el paisaje forma marco constantemente renovado; lujosos salones, bibliotecas apropiadas, baños en todos los puentes, servicio ideal por lo mudo y habituado a adivinar el pensamiento, cocina internacional, alegre sociedad, nada falta. ¡Y pensar que, gracias a Cook y a las compañías de wagons—lits, así se viaja hasta Khartoum, en pleno centro de Africa!

m.

La vida, a bordo, es de deleitoso reposo, descanso de las excursiones realizadas hacia el interior del valle en una u otra margen. Detallaré, al acaso, el programa de uno de mis días: A las 7 aun toque de timbales: Es el despertar. Baño, desayuno. A las 8 y 30 partida. La mayor parte de los turistas norteamericanos, ingleses, alemanes y unos pocos franceses—montados en bonitos, dóciles, resistentes y diminutos burros egipcios; las señoras de edad, en cómodos coches que un guía, a pie, maneja galopando a la par de rápido caballo; unos pocos en camelles y yo y un matrimonio vienés, a caballo. A las 10, arribo a Tebas. A las 12, después de escalar la desnuda, trágica montaña líbica y bajar por la ladera opuesta a fresco valle, descanso y almuerzo en hotel que la varilla mágica de Cook ha hecho surgir entre tumbas. Hora y media más tarde, partida de nuevo a visitar al templo de Hatason, al pie de las montañas desiertas, rojizas, majestuosas, tétricas como las de infierno dantesco.

Otro galope para admirar el Ramasseum y los Colosos, realmente tales: a caballo no se llega al pedestal, pedestal que no se ve ni como grada desde lejos, cuando se les descubre sentados, las manos sobre las rodillas tranquilos, imponentes, al pie de la montaña.

A las 4.30, de regreso al "Ramsés": Un baño tibio y dos tazones de te con leche y descanso, muellemente acostada en la galería abierta sobre las dos márgenes del Nilo, verde a esa hora del atardecer.

El magno espectáculo del templo de Luxor, que sobre el puerto, donde está anclado nuestro buque, avanza, deja de ser visto una hora después del arribo al "Ramsés": La eterna belleza de la puesta de sol egipcia sobre el Nilo, románticamente seductor, absorbe, subyuga, domina: Imposible pensar, ni sentir, ni querer: Suave anonadamiento, íntima y profunda liberación del yo accidental, pasajero; insensible cuanto segura captación de la vida por la hermosura natural: Sólo hay fuerzas para mirar y mirar, para bañar los ojos en luz, para inundar el ser en color y en matices de suavidad ideal.

A las 7 y 30 llaman los timbales a cenar. A las nueve, partimos en coche a ver de nuevo, a Karnack bajo la luz de la luna, imponente, inolvidable espectáculo mágicamente evocador. A las 10 y 30 a dormir sin sueños ni ensueños, saciada de vida, saciada de luz, saciada de sensación.

Recordé al siguiente día, sin rastros de cansancio, después de disfrutar del reparador descanso no interrumpido ni por el más leve murmullo a borde de los buques turistas, donde, por reglamento, salvo las noches en que se baila, las luces y todo ruido, se apaga a las 11 a. m.

Mi guía árabe reservábame una sorpresa: Una planta de "loto", de esa especie de lirio, característico de las márgenes del Nilo, que tiene por raíz una cebolla comestible y produce semilla nutritiva con la cual se hace pan: De ahí que los griegos apellidaran a los egipcios "lotófagos". Homero cuenta que los compañeros de Ulises hallaron la planta tan exquisita que renunciaron a volver a embarcarse para poderla comer a saciedad. Quizás apreciaron la virtud embriagadora de esta maravillosa raíz celebrada con el nombre de "flor del olvido", "el olvido, ese beneficio de los dioses”. Por otra parte, el loto fué considerado en la antigüedad como "el principio mismo de los seres": En el Budismo, las divinidades son re presentadas saliendo de una cebolla sagrada, es decir, del loto, germen divino.

Mi próximo viaje a Egipto sabido es que nadie pisa la tierra de los Faraones sin sentirse atraído por siempre tendrá el siguiente itinerario: Estada de tanto tiempo como disponga, que siempre poco será, en el Cairo. Excursión en camello y con carpas portátiles, a través del desierto, hasta Fayoum, delicioso oasis de rosas y de frutas, situado a 80 kilómetros al sur del Cairo, en el desierto líbico. Excursión a Menfis, ciudad de la cual sólo la tradición señala el emplazamiento ocupado hoy por bosques magníficos de palmeras gigantes en medio de los cuales duermen las dos estatuas colosales de Ramsés el Grande. Prolongar la excursión a caballo hasta las pirámides de Sakkara, el Serapeion, la tumba de Tih, una de las mejor conservadas en las márgenes del Nilo que muestra, frescas aún, pinturas y grabados en los que desfilan, natural y vivamente, las costumbres y usos de hace 5.000 años. Cruzando el desierto y cambiando el caballo por el camello, regreso al Cairo por las pirámides de Gizeh y la Esfinge, sorprendiendo, así, desde el mejor punto de vista, la visión de estas maravillas de ingeniería antigua. Partida del Cairo, rumbo al Alto Egipto por tren, hasta Assiout, la ciudad del gigantesco dique embalsador de las aguas del río fertilizante, maravilla aun después de visto el del Cairo sólo el de Assouam, antes de la primer catarata, se lleva la palma. Visita del curiosísimo convento copto en medio del desierto. Excursión hasta Beni—Hassan, cuyas tumbas rocosas, cavadas a mitad del cerro, causan tenebrosa impresión. Con ellas contrasta alegre y vivamente el riente espectáculo del valle fertilísimo, dominado desde la cima del cerro a la que se llega cómodamente a lomo de burro.

Embarco en Assiout, a bordo de uno de los buques turistas. La compañía alemana y la inglesa de Cook disponen de cómodos vapores. Aconsejo la Cook, porque en sus manos está todo en Egipto: buques, 188 guías, medios de transporte, hoteles, bazares, mercados. Conviene retener pasaje con meses de anticipación, si posible es, pues de noviembre a marzo la afluencia de viajeros es enorme.

Si se quiere hacer vida de sociedad, son preferibles los lujosísimos "Arabia" y "Egipto". Si se quiere disfrutar de excursiones y, a elección, según el humor, de soledad y de sociedad, elíjase cualquiera de los buenos y confortables buques—turistas de Cook. Reténgase cabina de una sola plaza situada lejos de los salones, cuanto más a popa mejor y en el puente superior.

Estos buques—turistas marchan durante la noche para no turbar el sueño de los viajeros con el menor rumor. Así es que, desde el puente de paseo, desde la galería abierta hacia ambas márgenes, desde el salón de cristal, a proa, desde la cama en la cabina, desde la silla en el comedor, hasta desde la bañadera en el baño, el viajero contempla sin cesar paisajes de belleza única, de harmonía, de suavidad, de exotismo:

Nunca vistos ni imaginados son los colores: El purísimo cielo en el Cairo, punto de partida hacia el Alto Egipto, donde más días lluviosos cuenta el año, hay 5 sobre los 365, la transparente atmósfera, el sol de brillo sin par, la estrellada bóveda celeste, más alta aún y más poblada de estrellas que la de nuestra provincia de San Juan y aun que la de Jujuy; el verde precioso de la hierba, los matices variadísimos de las palmeras, la cambiante corriente del Nilc, el desierto rojo brillante, reverberante, vívido, magnético, hipnotizador; las trágicas, desnudas, tétricas montañas, la lejana visión désde sus cimas dominando la linde neta del oasis y del desierto, desconcertadores en mágico contraste; el efecto de luna sobre el río, sobre ruinas, sobre las aldeas, sobre la vegetación:

la divina fiesta del ocaso egipcio, embriaguez de colores, de suaves e intensísimos matices, fiesta de luz que dura más de hora tarde a tárde sin saciar jamás, inundando de harmonía, de paz, de belleza.

La navegación del Nilo es difícil: exige prácticos y, con todo, más de una vez encalla el buque en bancos de arena que el caprichoso río forma de la noche a la mañana en su cambiante lecho de fecundante limo.

Después de excursiones que llamaremos menoresno porque cada una de ellas, aisladamente, no constituyera, en otra circunstancia, por sí sola motivo de viaje — a los dos días de navegación se llega a Denderah, templo dedicado a Hathor, la Venus egipcia, monumento asociado al recuerdo de la bella Cleopatra esculpida hermosamente en una muralla exterior. Dos horas son cortas para admirar el bien conservado templo.

El ismo día, a la puesta del sol, parte el buque hacia Luxor. Allí es preferible quedarse una o más semanas reteniendo siempre, con anticipación, el pasaje para el buque que parta en época conveniente. En Luxor, la misma agencia Cook proporciona guías patentados. Conviene visitar esos maravillosos templos y los alrededores, Karnack y Tebassin la rumorosa y molesta compañía de los turistasbandada. Los hoteles "Luxor" y "Luxor Winter Palace" son regiamente confortables. El guía, mediante buena propina, escoge caballos árabes rápidosnerviosos, de excelente silla, dóciles, si se les sabe manejar, es decir, si se respeta el derecho que tiene todo lo bueno a mostrar su voluntad. ¡Qué excursiones inolvidables a Tebas, por ejemplo, a través del oasis, del desierto, de aldeas, de bosques; el árribo a la montaña guardada por los célebres colosos, el internarse en desfiladeros de belleza trágicamente sobrehumana! Y luego, en asno, esa ascensión a los montes líbicos, desde ccya cima se descubre, ilimitada, feérica, deslumbrante visión: el inmenso oasis a orillas del Nilo, el río bellísimo, el desierto líbico reverberante, magnetizado, cadáver cubierto por mortaja de luz viviente; la montaña llena de tumbas, de sepulcros, agujereada como avispero: la muerte y la vida estrechamente unidas desde la eternidad. Hoy esa muerte y esa vida han recibido la afrenta de la civilización moderna. El sepulcro de Ramsés VI, iluminado a luz eléctrica! Escarnio es el derramar sobre esas momias torrentes de luz artificial: para el antiguo egipcio la vida de ultratumba era sacrosanta.

"Un recinto fresco en un país ardiente y un reposo profundo": A esto tenían derecho los que habían entrado "e 'en otra tierra". Calificaban de "hospederías" a las habitaciones de los vivos, ya que en ellas sólo residían unos pocos días, y de "habitación eterna" a la de los muertos, puesto que los muertos viven en el "Amenthés" un tiempo ilimitado. De aquí que no se esmerasen en la construcción de sus casas, al paso que edificaron con extraordinario cuidado sus sepulturas. Tumbas y templos cubren todo el terreno no arable del Alto Egipto. Eligieron la montaña, por ser estéríl, en valle donde la tierra productiva tiene valor vital, y por no llegar hasta la altura las inundaciones periódicas del Nilo.

Reembarcado el viajero en Luxor, llega en el día al barraje de Esneh, así bautizado por su hermoso templo al que se va cómodamente a pie, después de atravesar curiosísima aldea. Síguese Nilo arriba hasta Edfou, cuyo templo, maravillosamente conservado, es de belleza tal que, si la ocasión se presentadebe visitársele por segunda vez a la luz de la luna o a la luz de antorchas y luces de bengala.

Recórrense, al siguiente día, las canteras de Silsi leh, ocultas en estrecha y pétrea garganta. Vense, frescas aún, las marcas reales: el sello de los faraones de diversas dinastías.

Próximos a las canteras, en la montaña, está el templo de Komonibo, único en su género, pues es doble: una parte consagrada al dios sol, la qtra a Sebek, divinidad encarnadora del mal. Pinturas frescas, parecerían recientes si no se supiera que cuentan los años por millares.

Arríbase a Assouam, çuyo dique es mundialmente célebre. En pequeñas y elegantes embarcaciones se remonta la primer catarata hasta la Isla Elefantina, cuyo museo es interesante por lo exótico. En Assouam conviene permanecer una o más semanas:

El clima es delicioso, los alrededores bellísimos, los bazares de lujo asiático, las costumbres exóticas: los pueblos vecinos y las tribus semibárbaras realmente african as: los indígenas llevan la cabeza descubierta, el pelo largo, crespo, trenzado menudamente formando verdadera cascada de trencitas sucias, terrosas.

Otros lo abren y sacuden como lana cardada y lo peinan en dos pisos, y entre uno y otro echan una grasa asquerosa y mal oliente que mantiene bajo y casi liso el pelo de en medio.

Llevan ajorcas en los tobillos, en las muñecas; anillos en las narices, en el labio, en lo alto del lóbulo de la oreja. Los egipcios son casi negros, pero de perfil menos innoble: más altos, fornidos, de anchas espaldas y largos brazos de remadores. Los sudaneses son negros de color y de conformación.craneana etiópica, con narices chatas, abiertas, enormes; pelo largo, muy crespo. Y todos son infantiles por la curiosidad, por la eterna alegría inmotivada, por el respeto, miedo, superstición; por el amor a lo que brilla y el eterno deseo de jugar.

Bellísima es la excursión a la isla de Philo; en esos meses el Nilo, indicado en Assouam, la inunda.

De sus templos magníficos sobresalen las cornisas y capitales; los bosques dé palmeras gigantes muestran las copas verdosas como islas o camalotes.

Al reembarcarse en Assouam, rumbo a la segunda catarata, se prepara el ánimo para la grandeza que surgirá, Nilo arriba, pasado el estrecho de Kalacheh.

Durante horas el buque pasa entre dos montañas de rojo granito que encauzan el Nilo. El desierto, cada vez más próximo, de un rojo vivísimo, brillante, deslumbrador, conquista palmo a palmo al terreno al estrecho valle y a las montañas. Visitados los templos de Dendur y Amada; las ruinas de la fortaleza romana levantada a pico sobre la montaña, mirando al río, en Derr—a—Ibrim, ofrécese al viajero el imponente espectáculo del templo de Ramsés, en Abou—Simbel :

cuatro estatuas del rey, de gigantesco tamaño, 20 metros de altura, esculpidas en la roca viva, indican la entrada al magno templo cuyo techo, cavado en la roca, álzase a 64 metros del suelo de granito. Las esculturas y pinturas son de belleza sin par, aun en este Egipto fértil en asombros.

Nilo arriba, va el buque bordeando rojo, infernal desierto, luminoso, fosforescente, llameante espéctáculo de "magnífica desolación' hasta llegar a Houady—Halfa engarzada en riente oasis. De la segunda catarata a Kaartoum, se va en lujoso tren de la compañía "wagons—lits". Allí es fácil contratar guías y medios de transporte para participar en cacerías hasta el Nilo Azul.

El regreso al Cairo reserva, como se guarda una pera para la sed, bellezas del valor del templo de Gebel—Addeh, Kalabsha, antes de la primer catarata; y la incomparable maravilla de Abydos, entre Assouab y Assiut, donde la tradición cuenta, reposan los restos de Osiris; donde This, la ciudad más antigua que la historia egipcia conserva, levantó palacios y murallas de las que queda sólo la leyenda. Allí está el árbol genealógico de Abydos" maravillosa reconstrucción cronológica de la historia egipcia.

"No puede darse un paso en esa tierra sin encontrar un sepulero, dice Chateaubriand. Vemos una columna?, pues es una tumba; ivemos una cons trucción subterránea?, pues es una tumba también.

Y cuando la luna, elevándose en el firmamento por detrás de la gran pirámide, aparece en el vértice de ese sepulero inmenso, diríase que surge el faro mismo de la muerte".