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El Robinson suizo/Capítulo XXVIII

De Wikisource, la biblioteca libre.
El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo XXVIII


CAPÍTULO XXVIII.


La piragua.—Mejoras en la cueva.


Decididos á no ir directamente á Falkenhorst, tomámos otro camino que nos condujo á un bosque parecido á los de Suiza. Apénas penetrámos en él, multitud de monos encaramados en las ramas empezaron á arrojarnos piñas; pero un par de disparos con perdigones les hicieron huir, quedando dueños del campo. Franz cogió una, y examinándola ví que pertenecia á una especie de pino, cuyo piñon, á más de su buen sabor, produce exquisito aceite. Recogimos algunas y seguímos adelante.

Próximos al promontorio hicímos alto, indecisos sobre si salvaríamos ó no la colina que se elevaba á la derecha del cabo. Al fin nos decidímos por la afirmativa, y llegados á la cumbre dimos por bien empleada la fatiga que nos costó la subida. Descubríase un paisaje encantador. Abarcaba la vista una dilatada campiña fértil y risueña; todo eran prados de espesa y florida yerba, grupos de árboles en flor, arroyuelos que serpenteaban entre el césped, y aves que encantaban con sus armoniosos trinos. Plantámos tienda, y comenzámos como de costumbre por hacer lumbre, en la cual se echaron las piñas para que se abrieran á fin de desgranar los piñones. Mi esposa sólo los apreció por el aceite que esperaba sacar de ellos.

Terminado el desayuno, y convencido de lo adecuado del sitio para establecer otra granja, nos ocupámos en seguida en la construccion de la casa, que se dispuso como la de Waldek, pero mejor y en ménos tiempo que aquella, porque la práctica nos habia convertido de aprendices en consumados maestros. Salió tan bien la obra, que tenia la apariencia de un cortijo de Europa. Seis dias se invirtieron en ella, resultando un albergue bien ordenado tanto para personas como para animales. Así íbamos dejando por do quiera huellas de nuestra permanencia en la isla, que eran otras tantas conquistas del hombre sobre la naturaleza, y muestras de civilizacion en el desierto.

La nueva granja recibió el nombre de Prospect Hill (Buena Vista). Como buen aleman, habia yo ideado otra denominacion en mi idioma; pero el nombre inglés que le dió maese Ernesto, recordando haber visto en Port-Jackson una colina parecida á esta, y que se llamaba lo mismo, prevaleció sobre el mio, y Prospect Hill quedó definitivamente adoptado.

Terminada la tarea, nos echámos á buscar un árbol para labrar con su corteza una piragua en reemplazo de la destruida balsa de tinas. Hacia tiempo que me asediaba esta idea, y creí llegado el momento de ponerla en ejecucion. Despues de haber inspeccionado todos los árboles de las cercanías, encontré un roble gruesísimo cuya corteza era algo más lisa que la de los de Europa. Tendria el tronco como unos cinco piés de diámetro, más de lo suficiente para el objetivo que me proponia; pero se presentó la gran dificultad de arrancar sin estropearlo tan gran rollo de corteza de hasta quince piés de circunferencia por veinte de altura. Después de discurrirlo mucho, resolvíme al fin. Hice que Federico se encaramase al árbol, y que por bajo del nacimiento de las guias aserrase la corteza, miéntras yo siguiendo la misma línea paralela hacia lo propio al pié del tronco. Practicóse luego de corte á corte otro perpendicular, y á fuerza de cuñas, martillo, tenazas, barra y otros instrumentos, fuímos poco á poco desprendiendo, sin romperla, la corteza comprendida entre los dos cortes. La operacion salió perfectamente; el tronco quedó desnudo y á nuestra disposicion el rugoso traje que lo cubriera. Faltaba la segunda parte, que era darle la elegante forma de canoa, y era preciso hacerlo pronto aprovechando la flexibilidad que la savia y demás jugos, todavía no evaporados, comunicaban á la corteza. A cuyo efecto hice con la sierra dos profundos cortes triangulares de cinco piés en el centro de cada extremidad, y en seguida junté los bordes pegándolos con cola fuerte y clavos de madera, resultando quedar el medio tubo que formaba la corteza puntiagudo y algo levantado por los extremos, con lo que ofrecia ya la hechura de un barco con su correspondiente proa y popa. Para que al tiempo de la operacion el tubo no se ensanchase demasiado por el centro, lo até con cuerdas muy apretadas que lo estrecharon, formando un óvalo y dando por bajo la profundidad necesaria á la canoa. En este estado dejé la obra al calor del sol, para que al secarse quedase en la misma forma con que la trazara.

Restábame aun el labrado y perfeccionamiento interior y exterior de mi obra, y como carecia de las herramientas necesarias, Federico y Santiago fuéron á Zeltheim en busca del trineo para trasladar la piragua, lo que ya podia hacerse, montado como estaba el vehículo sobre ruedas que facilitaban su direccion y movimiento.

Miéntras volvian, ayudado de Ernesto, corté la madera necesaria para el barquichuelo, encontrando unas ramas tortuosas y duras, cuyas curvas naturales venian de molde para las costillas con que pensaba proporcionar mayor resistencia á la piragua. Encontrámos tambien un árbol resinoso que suministró pez para calafatearla. Era ya casi de noche cuando los dos mensajeros llegaron de Zeltheim. Suspendióse el trabajo, y despues de cenar alegremente cerca de una hoguera que templaba el fresco que corria, nos acostámos dejando para el dia siguiente la prosecucion de la tarea.

No bien amaneció, despues de un ligero desayuno se trató de ponernos en marcha, colocando en el trineo la piragua, la resina, y toda la demás madera cortada, junto con algunos arbolillos para trasplantarlos en Zeltheim. Durante la travesía y al llegar al espacio que se encontraba entre el grande arroyo y las rocas, dejámos otra señal de nuestro tránsito, un lugar destinado á la cria de cerdos, cerrándolo á fin de que no perjudicasen las plantaciones inmediatas. Poco costó el cercado; las palmeras enanas espinosas y las higueras chumbas lo hicieron impenetrable, y para mejor seguridad se abrió una profunda zanja al rededor. Estos trabajos, que ya nos colocaban en el ramo de ingenieros, nos ocuparon cuatro días, durante los cuales, con una gran caña de bambú labré un mastelero para la canoa; y sin más que hacer por entónces, tomando el camino más corto seguímos hacia Zeltheim, á donde deseaba llegar pronto para concluir la flamante nave. A la última construccion se la puso por nombre la Ermita, y para justificarle se alzó frente á la cascada una cabaña con asientos de corteza para descansar.

Sin detenernos más que dos horas en Falkenhorst para comer y echar una ojeada á la posesion y á los animales, llegámos temprano á Zeltheim.

Despues de descansar un rato, nos pusímos á dar la última mano al barco, y lo hicímos con tanto ardor que pronto estuvo á punto de botarlo al agua. Se reforzaron los costados con duelas y costillas trabadas á la quilla, guarneciendo además los bordes con listones de madera flexibles, á los que se fijaron anillos de cuero para los cables y remos; el mástil de bambú se elevó majestuosamente en el centro con su vela triangular, los bancos de los remeros atravesaban diagonalmente el espacio, sin que faltase el correspondiente timon. En vez de lastre rellené el fondo con piedras y argamasa, que cubrí con un entablamento sólido y bien unido donde se podia uno acostar sin temor á la humedad, como tampoco á la lluvia por el resguardo de la cubierta que se colocó en la popa. Se calafateó todo con pez, alquitran y estopa; de esta suerte tuve á mi disposicion una piragua sólida, con las posibles comodidades, aventajando á muchas de las que en mis viajes por América viera fabricadas por los indios.

Pero lo que más honraba mi inventiva fue la idea original que me ocurrió de colocar al rededor del barco vejigas de lija que aseguraban por completo la embarcacion contra cualquier siniestro. Nuestra flota, pues, estaba ya completa; para excursiones lejanas contábamos con la pinaza, y la ligera canoa nos servia para recorrer la costa y proveer á nuestra subsistencia.

Se me habia olvidado decir que durante la estacion de las lluvias la vaca nos dió un ternero, al que pasé la cuerda por la ternilla de la nariz como al búfalo, y en cuanto empezó á comer le acostumbré á la cincha y silla de montar que habia servido al búfalo su padre. Como le destinaba para montar, era preciso adiestrarle en el picadero; pensé al principio encargarme de ello, pero reflexionando que Franz no tenia como sus hermanos un animal que cuidar, siendo este su compañero y favorito, y no queriendo que se afeminase permaneciendo siempre pegado á las faldas de su madre como hasta entónces, le pregunté un dia si se atreveria á adiestrar al ternero que llegaria á ser toro valiente.

—¿Qué te parece? le dije, ¿te crees capaz de educar al ternero?

Se enardeció el niño al oir estas palabras, brillando en sus ojos la alegría.

—¡Y tanto como me creo! respondió. ¡Déjelo V. por mi cuenta, papá! ¿No me ha contado V. la historia de un hombre que creo se llamaba Milon [1], quien comenzó diariamente á cargarse á las espaldas un ternero recien nacido, y repitiendo la operacion por espacio de años, cobró tal fuerza con ese ejercicio que llegó á cargárselo cuando llegó á toro? Además, prosiguió el niño entusiasmado, aunque pequeño, yo haré que me obedezca mi discípulo, tratándole con cariño, y así alcanzaré que me quiera y esté pronto á mi voz como el onagro de Ernesto. Será lo mismo que un caballo y cabalgaré en él como Santiago sobre el búfalo.

Desde este momento quedó convenido que Franz se encargase de la educacion del ternero. Le preguntábamos qué nombre trataba de darle, y eligió el de Broum, por analogía á su terrible mugido. Santiago aprovechó la coyuntura para que se sancionase el de Sturm (tempestad), con que denominó despues al búfalo.

Franz comenzó al punto su tarea con el nuevo discípulo: él era quien le daba de comer, le limpiaba y guiaba atado con una cuerda, reservándole siempre la mitad del pan que le tocaba; le prodigó tantas atenciones y cuidados que el animal reconocido le seguia por do quiera como un cordero.

Aun faltaban dos meses para las lluvias del invierno, los que se emplearon en adornar, embellecer y hacer cómoda y agradable la gruta de la sal. Los tablones del buque nos sirvieron para los tabiques que dividian las habitaciones, cuyo pavimento cubrímos con mezcla de barro y yeso para que resultase una costra fuerte y lustrosa, y para que se conservara limpia y aseada, y para las alcobas y gabinete de estudio se construyeron con lienzo engomado unas alfombrillas, imitando al fieltro, para abrigar los piés.

De esta suerte la gruta de dia en dia tomaba mejor aspecto, adelantando siempre en el sendero de la civilizacion. ¡Separados completamente de la sociedad y condenados á pasar quizá el resto de la vida en aquella ignota y desierta isla, la misericordia de Dios á manos llenas nos concedia elementos para vivir dichosos en lo posible! En un año de repetidas excursiones nunca hallamos el menor rastro de alma viviente, salvaje ó civilizada, y como la perspectiva de un cambio de situacion era cada vez más improbable, poco á poco se fué borrando hasta el recuerdo de otros tiempos y lugares, sin ocuparnos sino en sacar el mejor partido posible de la posicion actual.






  1. Milon de Crotona, célebre atleta de la antigüedad, floreció cerca de seis siglos ántes de j. c., del cual se cuenta lo que aquí cita el autor, y otras proezas maravillosas dignas de un Hércules, tanto que llegó el caso de no presentarse antagonista alguno á luchar con él. Se fija su muerte por el año 300 ántes de j. c. (Nota del Trad)