El Virrey de las indecisiones: 5

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
V

Muchos años habían transcurrido.

Cierto día nos encontramos frente á Liniers contemplando lo que había sido cincuenta años después de su muerte, y más singular, en el momento de su último naufragio, pues el que llegó á la cumbre de la gloria en Buenos Aires, fué tan desventurado hasta después de sus días que, muerto, se fué al agua.

En otra noche de plena luna cual la en que navegaba la de sus sueños en el Plata, surcábamos el Paraná acompañando la diputación de Buenos Aires que se dirigía al Congreso en la ciudad de aquel nombre. Sumamente crecida, la corriente era tan rápida que al choque violento de la primera lancha de tierra, fuese al río negro bulto que pasando rápidamente á popa del vapor apenas alcanzamos á distinguir. Cuando momentos después regresaba la urna pescada, supimos contenía los restos del general Liniers y sus compañeros muertos en Cruz Alta. La comisión presidida por don Juan Barra y el cónsul de España en el Rosario, según Fillol, conducía las cenizas de Allende, Concha, Moreno y Rodríguez, jefes levantados en armas contra la revolución de Mayo, y de Liniers, cuya popularidad acaso hubiese retardado la emancipación.

Uno de los congresales de Buenos Aires, el poeta Mármol, exclamó de improviso cuando se le dijo que todos los españoles se habían ido al agua.

— Estos godos protestan, aún después de cincuenta años de muertos, viajar en compañía de los hijos de la tierra que dió en tierra con los que se opusieron á su independencia.

Era aquella noche del 20 de Marzo de 1861. En esa misma hora caía en ruinas la ciudad de Mendoza, desapareciendo por espantoso terremoto, cuyas vibraciones se prolongaron á los confines de Buenos Aires, llegando á sospecharse que la inmensa oleada que produjo el choque y casi naufragio, últimas ondulaciones fueran de los estremecimientos del Andes al Paraná. Más tarde, en el silencio de media noche, descendimos á la improvisada capilla ardiente para honrar las cenizas de los que el general Concha, ministro en el gobierno de Isabel II, había solicitado repatriación del presidente de la República, doctor Derqui, quien se apresuró á decretar honras debidas á su rango. Y en verdad que dignos son de recordación los méritos del «Virrey de las vacilaciones».