Elementos de economía política: 32
Apariencia
§. II. Las máquinas no tienen más que un inconveniente.
[editar] 242. No son, sin embargo, estos hechos tan decisivos como pudiera suponerse, y muchos publicistas combaten la introducción de las máquinas: M. de Sismondi, en particular, ha señalado sus funestos efectos. M. de Sismondi, partiendo del principio de que las necesidades de las naciones son una cantidad fija, dice que siempre que el consumo excede a los medios que se tienen de producir, todo descubrimiento nuevo es un beneficio para la sociedad, y que, cuando el consumo basta plenamente para la producción, todo descubrimiento semejante es una calamidad. En respuesta, J. B. Say no admite que las necesidades de una nación sean una cantidad fija y asignable, porque la población se aumenta, y porque todos los días se hace, uso de productos desconocidos para los que nos han precedido, así como nuestros nietos se servirán de productos de que no tenemos la menor idea; observa, además, que los productos creados por un productor suministran a éste los medios de comprar los productos creados por otro; que a consecuencia de esta doble producción, ambos están mejor surtidos, y que, en general, si hay exceso en un género es porque hay defecto en otro. Si se le replica que ciertas necesidades tienen límites necesarios y que no se necesitan en un país, verbi gracia, más sombreros que cabezas hay en él, responde que la multiplicación de los productos distintos de los sombreros multiplica las cabezas. En el capítulo XII desenvolveremos estas proposiciones.
243. Quéjase también M. de Sismondi de que un descubrimiento no produce más bien que el de surtir a los consumidores a precio más cómodo; sin considerar que la mayor baratura es sinónima de mayor abundancia. Ahora bien, lo que una máquina hace de más sobre lo que antes se hacía es un suplemento que se resuelve en objetos cualesquiera capaces de aumentar nuestro bienestar (237).
244. También ha dicho M. de Sismondi, y se ha repetido después de él, que vale más que un país esté poblado de ciudadanos que de máquinas; pero a esto la respuesta es perentoria: las máquinas no disminuyen la cantidad de los alimentos; luego si hay hombres que carecen de ellos, éste es un vicio de distribución, que nada tiene que ver con el oficio de las máquinas.
245. Pero es preciso convenir en que las máquinas obligan a los hombres a cambiar de ocupaciones, lo cual no se verifica sin algunos inconvenientes. No se hace sin dificultad un nuevo aprendizaje, ni se hace en un momento: tampoco se halla en un momento cuando se necesita la ocasión de hacer uno valer su trabajo o su industria; de aquí se originan males graves y crisis, que hasta ahora no se ha sabido remediar más que con paliativos muy poco eficaces. Esto es un problema más que resolver de los muchos que interesan a las clases pobres y a la sociedad entera. El inconveniente es tanto mayor cuanto la introducción es más súbita. Así fue como el descubrimiento del telar y de la máquina de vapor, hechos uno después de otro a fines del siglo XVIII, produjeron tantas complicaciones, cambiando todos los sistemas de fabricación.
246. Sin embargo, como estos inconvenientes, no son más que pasajeros, y no pueden a mayor abundamiento atajar los progresos por medio de los cuales llegan las naciones a la civilización y a la abundancia, razón más, pues que la sociedad halla en ello ventajas, para que se busque un medio de indemnizar a aquellos a quienes perjudica una nueva invención. Hasta ahora no se ha discurrido más que la creación de trabajos públicos para emplear en ellos el sobrante momentáneo de los jornaleros desocupados y aconsejar economías en la previsión de la crisis; mas por desgracia no siempre es fácil ahorrar cuando no se tiene más que lo necesario. En cuanto a los trabajos oficiales, no hay forma de costearlos más que con las contribuciones, y quien principalmente paga éstas es el pobre; además, esos trabajos no pueden pasar de ser un recurso muy limitado y provisional; por consiguiente, sacamos en limpio que los malos efectos de una máquina se harán sentir tanto menos cuanto mejor organizada esté la sociedad, y más fácilmente puedan hallar en ella una ocupación lucrativa las clases que viven de su trabajo.
247. Pero es preciso no hacer responsables a las máquinas de las crisis y de los excesos de producción ocasionados, ya por la fiebre de las especulaciones, ya por una mala legislación de aduanas, ya por la impericia de los empresarios, en suma, por la ignorancia.