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Estudios literarios por Lord Macaulay/Dos palabras al que leyere

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

DOS PALABRAS AL QUE LEYERE.



Si alguien me preguntara cuál es (en mi sentir) el libro más ameno, variado, útil y deleitoso de este siglo, no dudaria en responder que la coleccion de los Ensayos de Macaulay. Confieso que siento por él una predileccion especial. Ninguno enseña tanto sobre los hombres y las cosas: de ninguno se sacantantas y tan provechosas lecciones de buen gusto y de utilidad práctica. Cuando comencé á estudiar inglés, uno de los primeros libros que cayeron en mis manos fué una coleccion de artículos extractados de la Revista de Edimburgo, donde entre otras cosas figuraban los estudios sobre Milton y Maquiavelo, que verá el lector en este volúmen. Aquella lectura me encantó, y desde entonces es Macaulay mi predilecto crítico.

Estriba para mí el mérito de sus estudios literarios (ya que por estos empieza la coleccion que hoy traduce el Sr. Juderías Bender) en dos cualidades que rara vez suelen andar unidas, y menos en los ingleses; pero que cuando llegan á escarlo, hacen el más admirable compuesto que puede imaginarse. Es la una un sentido práctico y positivo, de moralista y político (comun en la raza sajona), y un ingenio vivo, agudo y brillante, que parece patrimonio de los pueblos meridionales. Macaulay es hombre de poderosa fantasía, aunque algo refleja (si vale la frase), y bien lo muestra, así en sus admirables Cantos de la antigua Roma (por ejemplo, en el de la Batalla del lago Regilo), como en sus estudios históricos, verdadera resurreccion de una sociedad pasada, bajo todos sus aspectos y relaciones; como en sus artículos críticos, donde á un simpático y penetrante entusiasmo por la belleza artística, se junta una como adivinacion del espíritu y condiciones geniales del escritor. Macaulay derrama la luz donde quiera que pone la mano.

Pero no se ha de olvidar que Macaulay es inglés, y por tanto poco ó nada amigo de abstracciones y de estéticas. Para él no hay más filosofía que la de Bacon, ni más método que el método experimental y de observacion; pero ¡qué observacion más profunda y sagaz! ¡Cuánto más provechosas é inspiradas por un verdadero sentimiento estético son sus observaciones acerca de Milton, Dante ó Byron que las que se presentan arreadas con los pomposos nombres de crítica trascendental y filosofía del arte! Ni el ciego juzga de los colores, ni estéticos y preceptistas sin alma pueden juzgar de la belleza y enamorarse de sus divinos resplandores. Redúcese su vana ciencia á encubrir con fórmulas vagas y elásticas su impotencia para expresar lo que no sienten.

En cambio, ¡qué bien lo siente y dice Macaulay! No vaga en la region de las teorías; encuentra no más que curiosa la cuestion de las causas de lo sublime y de lo bello: la mira como una especie de pugilato en que emplearon mucha habilidad, pero sin éxito, Burke y Dugald-Stewart. En cuanto á él, político, hombre de Estado é historiador, á la vez que poeta y hombre de gusto, bástale con juzgar (diré mejor) adivinar y reanimar el escritor y la época. Método por método, vale éste tanto ó más que cualquiera otro. Si Macaulay me da á conocer la Italia del Renacimiento y los móviles de su política, y penetra con una delicadeza de análisis psicológico asombrosa (principal condicion de los moralistas ingleses) en el alma de Maquiavelo, y separa el oro y la escoria que allí andaban impuramente mezclados, y aprecia en enérgicas frases las maravillosas excelencias literarias del secretario florentino, ¿qué más he de desear? ¿No ve el lector en una como iluminacion súbita la Florencia de los Médicis, y recorre sus plazas, y habla con sus políticos y artistas?

El estudio, no más que empezado, de los oradores atenienses es otra clarísima prueba del poder de estilo y del vigoroso talento de Macaulay. En cuatro frases, haciéndonos asistir al ágora de Atenas, da mejor idea de la cultura helénica que otros con largas disertaciones. El final del estudio sobre Grecia es un trozo bellísimo de pasion y de elocuencia.

En casi todos los estudios de Macaulay hay algo de historia interna y social. El de Milton, por ejemplo, es tan político como literario. No discutiré los juicios del autor, wigh fervoroso siempre (y más en aquellos dias de su primera juventud), sobre la revolucion inglesa. Solo diré que en este ardiente alegato hay conviccion sincera, y que Macaulay ha escogido para lidiar un terreno admirable: la violacion de las leyes constitucionales de Inglaterra por el rey Cárlos I. En Inglaterra, donde la libertad política (y Macaulay lo inculca á cada paso) es algo positivo y que depende de leyes y tradiciones veneradas, por lo cual en manera alguna ha de confundirse con la libertad histriónica, declamatoria, clerofóbica y sesquipedal que en el Mediodía conocemos y que se alimenta de sueños y utopías; en Inglaterra, digo, puede tener razon Macaulay, y como él piensan muchos doctos y sesudos varones del Reino Unido, por ejemplo, el historiador católico Lingard. Lo que resulta del escrito de Macaulay es un cargo terrible contra la llamada gloriosa revolucion de 1688, infinitamente más injusta que la primera, segun él demuestra con dialéctica inflexible, quizá contra el interes de la causa que defiende.

Precioso estudio de costumbres à la par que de crítica es el de les dramáticos ingleses de la restauracion, reducido tal como hoy le tenemos á las dos semblanzas de Wicherley y Congreve, bastantes á dar cumplida idea de aquella literatura cómica, lastimosa por el fondo, aunque rebose de ingenio, la cual viene á ser como el reflejo de la increible perversion moral, fria, refinada y sin entrañas, de la corte de Cárlos II y áun del buen Jacobo.

Distinguese Macaulay por lo sereno, reposado y majestuoso de su estilo, que (diga lo que quiera Taine) tiene algo de la hermosura clásica. Ni ingenio ni gracia le faltan, ántes los derrama, pero sin prodigalidad ostentosa. Los ejemplos y símiles de que para claridad y adorno de la oracion se vale; las imágenes con que da cuerpo á sus ideas y las engalana, son siempre de exquisito gusto: la claridad y el órden perfectos. Tomado un libro de Macaulay en las manos, no hay modo de dejarle: atrae, seduce y encanta: se le toma cariño como à un amigo y compañero, y siempre se vuelve á sus páginas con nuevo deleite. Tiene el don de amenizarlo todo, y es tal la rectitud moral y la firmeza de ideas que en sus libros resplandecen, que inducen á disculpar ó tolerar hasta sus resabios de sectario, por dicha no muy frecuentes. Es tan sincero y hombre de bien Macaulay, que no duda en hacer concesiones amplísimas á la justicia y á la verdad, aunque no le sean simpáticas. Ejemplo de ello el estudio sobre las Revoluciones del Pontificado, de Ranke.

Persuadido estoy de que la elegante traduccion de los Estudios de Macaulay, á la cual sirven de prólogo estas líneas, ha de hacer muy provechosa impresion en el ánimo de la juventud española (aparte de los resabios antedichos que el traductor ha salvado en oportunísimas notas), y habituarla al estudio formal de la gran literatura del Norte, que para mí no es la alemana (¡Dios nos libre!), sino la inglesa. En Inglaterra un poderoso elemento latino, reavivado sin cesar por el trato y comunicacion con los meridionales, sobre todo en la época del Renacimiento, se ha sobrepuesto á la barbarie septentrional: resultando una raza práctica y analizadora, raza de grandes moralistas y psicólogos y de poetas en cuyas concepciones brilla, sobre todo, la verdad humana. En tal pueblo ha debido florecer y ha florecido mucho la crítica no aérea ni nebulosa. El primero de sus críticos es, sin duda, Macaulay. No hay autor más popular entre los ingleses modernos: todos los años se repiten las ediciones de sus Estudios y de su Historia.

¡Quiera Dios que llegue á igual popularidad entre nosotros, y no poco contribuirá á ello el Sr. Juderías Bender, sobre cuya traduccion siento no poder extenderme tanto como deseara! Difiere tanto de las traducciones que en España solemos ver; está hecha por tan elegante y discreta manera, con tanta facilidad y soltura, y con tan buena elocucion castellana, que bien merece más aplauso y crédito que muchas producciones originales. Fortuna ha sido la de Macaulay en caer en tan buenas manos. El que sepa cuánto difiere la construccion inglesa de la castellana, y cuán duras y escabrosas suelen salir las traducciones españolas de aquella lengua, apreciará en todo lo que vale el trabajo del modesto escritor que ha dado un texto de Macaulay agradable, sin tropiezos y con verdaderas condiciones literarias.