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Estudios literarios por Lord Macaulay/Vida de Lord Macaulay

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

BREVES APUNTES
SOBRE LA VIDA Y OBRAS DEL AUTOR.



I.

«Uno de los filósofos franceses que acompañaron al general Bonaparte á Egipto (perdónenos Gerard) dice que la primera vez que vió la gran pirámide; quedó sorprendido de hallaria tan pequeña. La consideró aislada, en medio de inmensa llanura, sin objeto alguno cerca que le permitiera graduar sus proporeiones; mas cuando á su pié se plantaron las tiendas del ejército y le aparecieron como puntos imperceptibles, comprendió la inmensidad de aquel esfuerzo supremo del poder humano; que los hombres juzgan por comparacion y no pueden medir las proporciones de un objeto cuando carecen de este requisito, y por esa causa tambien, sólo desde que ha nacido una muchedumbre de autores de poca cuenta, se comprende y aquilata el mérito verdadero de los grandes maestros de la literatura.»

Este gráfico ejemplo no es nuestro, sino del mismo ilustre autor de los Estudios[1] que siguen, y que ahora presentamos traducidos por primera vez en lengua castellana, y la observacion que se hace en él nos parece tan exacta y tan razonada, que nos persuade y aparta del ánimo la idea de trazar un estudio biográfico y literario de lord Macaulay al frente de un libro en el cual se contienen algunas de sus producciones más notables en este género. Lord Macaulay representó en su patría un papel de mucha importancia, en las letras como en la polí tica, en la cátedra omo en la tribuna; fué al propio tiempo escritor discreto, ameno y cutto; historiador eminente, cuyas páginas abarcan la vida entera y todo el movimiento de las épocas que describe, pudiéndosele considerar bajo este aspecto como fundador de nueva escuela; orador parlamentario consumado, á quien sus adversarios oian silenciosos por el placer de oirlo, é inspirado poeta: ¿cómo hacer el estudio de su vida y de sus obras, trazando el cuadro de su época y comprendiendo en el juntamente con la relacion de su biografia una multitud de consideraciones, de apreciaciones y de juicios sobre su filosofia, sus principios políticos, su estilo, su oratoria, su poesía, sobre sus talentos y aptitudes todas, á tan poca distancia de los grandes y acabados modelos que él nos dejó en sus Estudios sobre Milton y Maquiavelo y que van á continuacion, del de Milton más principalmente, su obra maestra, la más hermosa y perfecta que en este género de literatura produjo su ingenio peregrino, careciendo nosotros de las condiciones que á él le alcanzaron fama universal? Si tal cosa hiciéramos, si de este modo plantáramos nuestra tienda al pié de la gran pirámide, áun los ménos entendidos juzgarian mejor entonces y apreciarian al primer golpe de vista toda la belleza de sus estudios, y partiendo de la pequeñez de nuestra obra y de nuestros defectos comprenderian sin tardanza las proporciones y la correccion inimitable de la suya. De buen grado nos prestariamos á este sacrificio de amor propio si ereyéramos que lord Macaulay habia menester en realidad; mas por desgracia es barto numerosa ya la muchedumbre de autores de poca cuenta, para que sea necesario aumentarla á fin de hacer más evidente el mérito de tan gran maestro. Háganse con otros biógrafos las comparaciones, que nunca serán más peligrosas para ellos, y reservémonos como única recompensa de nuestro trabajo la satisfaccion de haber dado á conocer en nuestra patria, vertidas en nuestro idioma, varias de las producciones más notables de tan distinguido escritor, sin entrometernos á comentarlas por cuenta propia; que esa tarea corresponde á ingenio más claro y á mejor cortada pluma que no la nuestra.

Esto no obsta para que demos á continuacion unos breves apuntes de la vida de lord Macaulay, en tos cuales se consignen las circunstancias más esenciales de su historia, y en párrafo aparte el juicio que han merecido sus obras á uno de los críticos más notables de nuestra época al clasificarlas en el catálogo de la literatura inglesa contemporánea entre las más principales que ha producido el ingenio británico.

II.

En Rothley-Temple (Leicestershire), á 25 de Octubre de 1800, nació Tomás Babington Macaulay. Fué su padre gobernador de Sierra-Leona, hijo y sobrino de ministros de la Iglesia presbiteriana de Escocia, y grande amigo de Mr. Wilberforce, circunstancia que, unida á la de haber residido algun tiempo en Africa, influyó mucho en su ánimo para convertirlo á la causa de los negros y de la abolicion de la eaclavitud. Su madre, de muy honrada familia, era hija de un librero de Bristol, ejerció la profesion de institutriz y fué siempre modelo de discrecion y de virtudes, con lo cual y el ejemplo de la severidad de costumbres del abuelo y tio de nuestro Macaulay, en el hogar del futuro historiador de los puriLanos tenian asiento y brillaban las cualidades que más enaltecen la familia inglesa.

Fácil es hacerse cargo de cuál sería su educacion en el seno de aquella familia, pues áun cuando á las voces lograba leer á hurtadillas algunos capítulos de sir Walter Scott ó algun que otro cuento de Las mil y una noches, la Biblia, los sermones ejemplares de los buenos predicadores escoceses, con la adicion del Viaje del peregrine, de Bunyan, constituian lo sustancial de su lectura en aquella edad. Estas fueron sus primeras impresiones literarias, y leyendo las obras que produjo despues se viene en conocimiento de la huella profunda que dejaron en su ánimo.

Estudió en la universidad de Cambridge, donde manifestó facilidad extraordinaria para la poesía, la elocuencia, la literatura, la crítica y cuanto se propuso aprender, excepcion hecha de las matemáticas. Hallándose en ella escribió dos poemas notables que le valieron una recompensa, titulado el primero Pompeya y The Evening ol segundo.

El Quarterly Magazine fué el palenque en el cual hizo su primera salida con la publicacion de sus cantos históricos, que lograron tanto aplauso y popularidad; pero la Revista de Edimburgo fué la que dió acogida en sus páginas al primero de sus Estudios, que con ser precursor de otros brillantisimos, tales como el de Maquiavelo, Clive, Warren Hastings, Bacon, Hallam, Bunyan, Addison, Byron y tantos otros, constituirá siempre la joya más preciada de su corona literaria. En efecto, nada es comparable al ensayo sobre Milton, que dió á la prensa cuando sólo contaba veinticinco años, y que ántes parece producto de un talento superior llegado á la plenitud de su desarrollo y de su madurez en fuerza de cultivo, meditaciones y abundantisima lectura, que no el estreno de un joven que áun traia puestos los manteos de estudiante, como que al año siguiente de 1826 se recibió de abogado.

El órden, el método, la elocuencia y el espíritu que inspiraron este trabajo literario, llamaron la atencion de algunos individuos del Gabinete, y deseando afiliar al partido mhig de una manera definitiva á su autor, lo nombraron, primero, comisario de Quiebras, influyendo despues para que lord Lansdown, árbitro del distrito de Calne, lo hiciera elegir por él. Macaulay justificó desde luego con su talento parlamentario y su elocuencia el favor de sus protectores, combatiendo vigorosamente la política de los tories, y adquirió en poco tiempo la envidiable reputacion de ser uno de los oradores más notables de Inglaterra, y de los que con más gusto se oian en la Cámara de los Comunes. Su elocuencia, dice uno de sus biógrafos, era vigorosa, intencionada, sostenida é inspirada siempre por la equidad, tanto que a pesar de haber sido votado, puede decirse, por mandato de lord Lansdown, luchó en el Parlamento por la reforma electoral, que se proponia remediar estos abusos.

El año 1834 lo envió el Gobierno á la Indía con destino al Consejo Supremo de Calcutta y encargo de redactar un código para los naturales del país[2], que reemplazara la multitud de leyes y disposiciones que regían las diversas razas y religiones que en él tienen asiento. Pero la obra encomendada á Macaulay era con mucho superior al esfuerzo de un hombre, por más que se hallara dotado de superior inteligencia, y fracasó on la empresa. No obstante, aquellos mismos que declararon el código inaplicable, los ingleses que veian en él con muestras de inquietud ciertas disposiciones encaminadas á colocarlos bajo el mismo pié de igualdad que á los indígenas, reconocieron unánimes que sus divisiones, el espíritu que lo babia inspirado y la claridad de su redaccion eran admirables. Poco tardó en tomar el desquite de este contratiempo, y no bien de regreso en su patria, el historiador vengo al estadista, publicando las biografias de lord Clive y de Warren Hastings, fundadores del imperio británico en la India, y que pueden considerarse bajo el punto de vista de la verdad y del estilo, animado siempre y brillante, como lo mejor que se ha escrito en Inglaterra sobre la conquista del Indostan, poniéndose al descubierto en ambos estudios, que parecerán en otro volúmen de esta Biblioteca, los medios de que ambos se valieron para realizar su obra, y que fueron ciertamente los más inicuos y reprobados que registran los anales de la época moderna.

El partido whig se hallaba por entónces amenazado de inminente caida, y aun cuando no pensaba entrar Macaulay en la Cámara en aquellos momentos (1840), como lo eligiera por su diputado la ciudad de Edimburgo, aceptó el cargo y formó parte de la administracion de lord Melbourne con el carácter de subsecretario, hasta su caida en Setiembre de 1841. Con este motivo ilguró en los bancos de la oposicion y pronunció algunos de sus más notablos discursos en favor de las ideas liberales.

En 1842 dió á luz sus Cantos de la antigua Roma[3], y el año siguiente la edicion, en tres tomos, de sus estudios publicados ya en la Revista de Edim burgo, la cual forma, como dice atinadamente un escritor, una galería digna de Rubens ó de Van-Dyck.

Hemos indicado ántes que la independencia de carácter fué una de las cualidades más esenciales del de Mr. Macaulay: por eso habiendo sido diputado la primera vez, más por mandato de lord Lansdown que no por la libre y espontánea eleccion de sus comitentes, se reveló contra esas prácticas en el Parlamento, y por eso tambien, siendo diputado por Edimburgo y sin atender más que á la justicia, defendió la subvencion del seminario católico de Maynooth, acto de tolerancia que exasperó de tal modo á sus electores que le negaron sus, votos en 1847. El año antes habian recuperado el poder los whigs, y Macaulay que formaba parte del gabinete de lord John Russell, dímitió su cargo al ser derrotado en los comicios, abandonó momentáneamente la política y se consagró de lleno á reunir los materiales necesarios á su Historia de Inglaterra, cuyo primer tomo apareció en 1848. El público acogió esta obra con el entusiasmo que merece, y agotó once ediciones consecutivas en el intervalo de los dos primeros volúmenes á los dos últimos, que vieron la luz en 1855. En estos cuatro tomos, dice un historiador de la literatura inglesa, se contiene bajo todos sus aspectos y todas sus fases la Inglaterra del período que describe[4], y se presenta como literato, economista, narrador, biógrafo, arlista y filósofo á un tiempo; diversidad de aspectos que semeja la diversidad de la vida humana, y que así ejerce su influjo sobre el corazon y los sentidos, al exponer delante de los ojos la historia completa de la civilizacion de su patria en una serie de capitutos llenos de interes, de novedad, de atractivo, de luz, de vida y de armonia. La Historia de Inglaterra, de Macaulay, puede y debe ciertamente clasificarse entre las obras más notables de nuestro tiempo.

La universidad de Glasgow lo eligió por su rec tor en 1818, y en 1850 fué nombrado profesor de Historia de la Real Academia. Dos años despues, los mismos electores de Edimburgo que le habian negado sus sufragios en 1847, entusiasmados con el éxito de los dos primeros tomos de su Historia, lo enviaron de nuevo al Parlamento, sin que él lo solicitara directa ni indirectamente.

Poco tiempo representó, sin embargo, á su distrito. La vida estudiosa y activa que babia hecho siempre, y más principalmente los últimos cinco años pasados en el ímprobo trabajo de su ya nombrada Historia de Inglaterra, agotaron sus fuerzas y determinaron la enfermedad del corazon que habia de dar con él en el sepulcro[5]. Persuadido de que no podia ya corresponder de una manera eficaz á la confianza de sus clectores, renunció el cargo simultáneamente con la publicacion de sus dos últimos volúmenes. Entonces le hizo merced su soberana de un titulo nobiliario, y con el nombre de lord Macaulay tomó asiento en la alta Cámara, gozando poco tiempo de su nueva y merecida dignidad, pues los rápidos progresos de su dolencia lo acabaron, arrebatándolo al amor de sus deudos y á la admiracion de sus contemporáneos el 28 de Diciembre de 1859.

Sus despojos yacen bajo las bóvedas de Westminster, panteon espléndido, en el cual la Inglaterra reconocida ofrece asito donde descansen á las cenizas de sus hijos más ilustres[6].

Lord Macaulay, dice uno de sus biógrafos, era lector incansable y estaba dotado al propio tiempo de tan prodigiosa memoria que todo lo retenia, gustándole mucho, además, las canciones populares y las antiguas baladas, y se afanaba interrogando los ecos de los tiempos pasados para desentrañar y descubrir el sentido de las impresiones y de los afectos que fueron su inspiracion. Era bondadoso y amable por extremo, y poseía el don de hablar de tal manera, que su conversacion fué siempre natural, amena, sencilla, instructiva, copiosa é inagotable como las páginas que trazó su pluma.

El juicio más exacto é ingenioso que se ha pronunciado sobre lord Macaulay, concluye el autor á quien nos referimos, lo debemos á lord Melbourne, su grande amigo, cuando dijo: «Quisiera estar tan cierto de una sola cosa como él lo está de todas.» En efecto, la certidumbre de tener razon fué siempre el rasgo más pronunciado de su carácter, sin que por eso fuera hijo del orgullo y de la tenacidad, sino una como fe religiosa en el poder irresistible de la verdad y en los medios de hacerla comprensible á la inteligencia humana; una como plácida y robusta calma, que tenía su asiento en el espíritu, reposado y tranquilo, que se gozaba feliz en el espectáculo de los tiempos que vivia, de las glorias de su patria y de la suya propia tambien, y de la consideracion y del respeto que infundia su nombre dentro y fuera de la Gran Bretaña[7].

III

Ninguna lectura es más grata que la de los Esta dios de Macaulay, dice M. Taine[8], porque en poco tiempo se pasa de un asunto á otro, del renacimiento al siglo XIX, de la filosofía á la historia ó á la literatura, de la India á la Inglaterra; y el ánimo se esparce y se recrea juntamente, observando los origenes de tan noble y poderoso ingenio, estudiando las facultades que, á manera de fecundos manantiales, lo alimentaron y fortalecieron, y el curso de las investigaciones que formaron el caudal de su ciencia, y el de las opiniones que llegó á tener acerca de la filosofia, de la religion, del Estado y de las letras; en una palabra, contemplando lo que fué, lo que llegó á ser, lo que quiso y aquello en lo cual creyó con fe profunda.

Macaulay trata la filosofía á la inglesa: prácticamente. Es discípulo de Bacon, y su maestro el primero de los filósofos, y partiendo de aquí entiende que la verdadera ciencia data de él, que los antiguos pensadores nada hicieron de trascendental, que durante dos mil años el ingenio humano se ha dirigido por sendas estraviadas, y que sólo desde Bacon acá, y merced á él, se ha logrado descubrir el fin á que debe ir y el método por el cual puede conseguirlo. El fin de la ciencia es lo útil, y su objeto la aplicacion, no la teoría. Segun el noble lord, la filosofía de los antiguos se gastó descifrando enigmas indescifrables, trazando retratos de sabios imaginarios, exornándose de hipótesis, vagando de absurdo en absurdo, menospreciando lo prático y prometiendo lo imposible; y como desconoció los limites del humano espíritu,. ignoró siempre su alcance y su poder. La otra, por el contrario, aquilatando nuestra fuerza y nuestra flaqueza nos ha desviado de los caminos cerrados, llevándonos á los abiertos y asequibles; ha conocido los hechos y sus leyes, porque se ha resignado á no investigar su esencia ni sus principios; ha hecho al hombre más feliz, porque no ha tenido la pretension de hacerlo perfecto; ha descubierto grandes verdades y producido grandes efectos, porque ha tenido el valor y el buen sentido de concentrarse y de estudiar cosas pequeñas, y de no detenerse nunca en vulgares ensayos, y se ha hecho fuerte y famosa, porque ha querido ser bumilde y útil. Antes, cuando la ciencia se apartaba de la vida práctica y se decia señora del hombre, sólo poseia conceptos quiméricos y mucho caudal de vanidad: ahora es rica en verdades adquiridas, en legitimas esperanzas de más altos descubrimientos y en autoridad creciente, porque ha entrado en la vida activa, declarándose por sierva del hombre; y así continuará siendo, mientras no se aparte de su camino, ni se engria, ni la desvanezca el orgullo, ni trate de penetrar en los dominios de lo invisible, ni pretenda investigar lo que debe ignorarse, toda vez que su fin no está en ella misma, pues no es sino medio, y que el hombre no ha sido hecho para ella, sino es ella para el hombre, y que ella no es sino instrumento, como las pilas y los termómetros que sirven para sus ensayos, y que á esto debe circunscribir todo su oficio, su mérito y su gloria.

Hé aquí las opiniones de Macaulay en punto á filosofia, rápida y brevemente expuestas. No trataremos, dice M. Taine con este motivo, de discutirlas; que al lector es á quien to ca censurarlas ó alabarlas; pero, aun cuando no es nuestro ánimo juzgar doctrinas, parécenos que nada es más notable que su absoluto desprecio de la especulacion y su absoluto amor á la práctica; disposicion de ánimo que se halla conforme con el carácter nacional del pueblo que áun llama instrumento filosófico al barómetro, y en el cual ia filosofia es cosa desconocida. Porque si la Inglaterra cuenta con moralistas y psicólogos, carece de metafisicos, en razon á que sus hijos, positivos y prácticos, excelentes para la política, la administracion y la guerra, para la vida activa, en una palabra, no se hallan mejor dispuestos que los antiguos romanos al estudio de los grandes sistemas y á las abstracciones de la dialéctica.

La única parte de la filosofia que agrade á los hombres de este carácter es la moral, porque es práctica, del propio modo que ellos, y no se ocupa sino es de hechos: en Roma no se estudiaba otra cosa,, y en Inglaterra, bastará que recordemos los nombres de Hutcheson, Price, Ferguson, Wollaston, Adam Smith, Bentham, Reid, y tantos otros como han escrito el siglo pasado acerca de las leyes que Bjan nuestros deberes y de la facultad que sirve á describirlos, para comprender la parte tan principal y considerable que ocupa en su literatura. Los Estudios de Macaulay son nuevo ejemplo de esta inclinacion nacional y dominante, porque sus biografías, no tanto son retratos como juicios, y por esa causa lo que más le importa dejar establecido, aquello á lo cual somete todo lo demas, es la justificacionó la censura de los personajes: ya nos hable de lord Clive, de Warren Hastings, de air William Temple, de Milton, de Addison ó de cualquiera otro, lo primero que hace nuestro autor es aquilatar sus defectos ó sus virtudes, y á fin de conseguirlo mejor, poco le importa interrumpir la narracion para examinar si el hecho que refiere es ó no justo, extendiéndose en consideraciones de jurisconsulto y de moralista, segun la ley positiva y natural, teniendo en cuenta el estado de la opinion pública en la época del personaje que retrata, los principios que profesaba y la educacion que habia recibido; y apoyando su opinion en las analogías que saca de la vida ordinaria, de la historia de todos los pueblos y de la legislacion de todas las naciones, aduce tantas pruebas, hechos tan positivos, razonamientos tan concluyentes que podrian servir de modelo al mejor letrado, ya fuese para defender ó para acusar; y cuando, por último, pronuncia el fallo, antes que historiador, parece juez. Si analiza una literatura, por ejemplo, la del período de la Restauracion, instituye una manera de Jurado ante el público para juzgarla; la hace comparecer, la acusa, expone las defensas que atenúan sus licencias y su moralidad, y luego toma la palabra y demuestra que les razonamientos aducidos no tienen aplicacion al caso de que se trata, que los escritores inculpados trabajaron con éxito y premeditacion para corromper las costumbres, que no sólo emplearon palabras inconvenientes, sino que pusieron especialísimo esmero en despojar al vicio de odiosidad, en ridiculizar la virtud, en clasificar el adulterio entre las cualidades más esenciales y obligadas de las personas bien nacidas y de buena crianza, y que tanto más manifesta era esta intencion, cuanto más se hallaba en las costumbres y en el espíritu de la época, y que halagaba más los defectos y malas pasiones de la misma. Si nos atreviéramos á emplear, como lord Macaulay, comparaciones misticas, diríamos que su crítica es semejante al juicio final, en que la diversidad de los talentos, de los caracteres y de las clases desaparecen y se borran, quedando sólo la virtud y el vicio en presencia del juez, para quien sólo hay justos y pecadores.

Allí donde los hombres se ocupan tanto de moral y tan poco de filosofía se profesa mucha religion, y á falta de teología natural, todos se vuelven bácia la positiva y buscan en la Biblia la metafisica que niega la razon. Macaulay es protestante, y áun cuando de abierto y liberal espíritu, conserva en ciertos casos las preocupaciones inglesas contra la religion católica, tenida entre los suyos por idolátrica impiedad y degradante servidumbre; que al cabo de dos revoluciones en las cuales vieron al protestantismo aliado á la libertad y al catolicismo aliado á la tiranía, consideran al primero religionde libertad y al segundo de odioso despotismo, tomando ambas doctrinas el nombre respectivo de las causas que sirvieron, siendo aquella objeto de la veneracion y del amor que inspiran los derechos que amparaba, y ésta del odio y menosprecio que infunden el vasallaje que protegia; y como las pa siones políticas acrecentaron la fe religiosa, el protestantismo aparece á los ojos de todo inglés formando una cosa misma con la patria victoriosa y libre, y el catolicismo con el enemigo vencido; persistiendo la preocupacion áun despues de acabada la lucha, de tal modo, que los sectarios de Inglaterra no aciertan á tener con la doctrina católica la imparcialidad ni la benevolencia que tienen los católicos con la doctrina protestante.

Empero estas opiniones inglesas, por decirlo así, de lord Macaulay, se hallan atemperadas en él por su ardiente amor á la justicia y el espíritu que las anima, liberal en el sentido genuino y propio de la palabra. Por eso reclama la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos, y que los individuos de todas las religiones tengan idénticos derechos al ejercicio de los cargos públicos, refutando la opinion de Mr. Gladstone y de los partidarios de las religiones del Estado con ardor, elocuencia, superabundancia de datos, y pruebas y razonamientos incomparables. Su amor á la justicia se torna en verdadera pasion cuando se trata de la libertad política, su cuerda sensible; Macaulay la ama por interes tambien, porque la considera como única garantía de la vida y del bienestar de los ciudadanos; por orgullo, á título de timbre de nobleza del honor humano, y por patriotismo, por ser herencia pingüe y valioso legado de las generaciones precedentes. El espectáculo de la opresion le indigna, y los atentados á la voluntad humana le ofenden cual si fueran ultrajes personales. En el cuerpo de sus obras da siempre grandes muestras de este espiritu; pero más principalmente en la Historia de la Revolucion, porque en ella se hace justicia y toma venganza de los que violaron los derechos populares, hicieron traicion á la causa nacional y atentaron á la libertad. De aquí que no hable como historiador en ese libro, sino como contemporáneo, y que aparezca como quien aboga por sí, cual si su vida y su honra se hallaran en juego; como si perteneciera al Parlamento Largo y estuviese oyendo á la puerta de la Cámara las culatas de los mosquetes, los regatones de las lanzas y las pisadas de los guardias enviados para prender á Pym y á Hampden. Macaulay, siguiendo su sistema, instruye un proceso, y al mostrarse parte en él, convierte las páginas de su obra en acusacion vehemente, dura, arrebatadora, razonada, la mejor de cuantas se han formulado, siendo lo más terrible de ella que cada uno de sus cargos se halla sostenido con tantas citas, autoridades y precedentes históricos, y razonado y justificado con tanlas pruebas y documentos tan concluyentes como pudiera reunir y acumular la inmensa erudicion de Hallam y la tranquila dialéctica de Mackintosh.

Una de las cosas que más sorpresa causan en Macaulay, es la solidez de su talento y de sus demostraciones. Siguiéndolo, casi estamos seguros de no equivocarnos nunca: si se apoya en un testimonio, comienza por graduar la veracidad y la inteligencia de los autores que cita y por corregir los errores en que pueden haber incurrido; si emite un juicio, se apoya en los hechos más ciertos, en los principios más claros y en las deducciones más sencillas; si desarrolla un razonamiento, siempre va derecho al objeto, sin hacer digresiones ni perder de vista un sólo instante el asunto; si se eleva á consideraciones generales, sube paso a paso todos los grados de la generalizacion sin. omitir uno solo, explorando continuamente el terreno, sin quitar ni añadir un ápice á los hechos para llegar á costa de cuantas precauciones é investigaciones son imaginables, á la posesion y á la certidumbre de la verdad. Y como conoce un número incalculable de pormenores y detalles de todo género, y atesora un caudal inmenso de ideas filosóficas y de todo órden, y su erudicion es de tan buena ley como su filosofía, con ambas acuña una moneda inmejorable, de curso fácil entre la generalidad de las gentes y muy solicitada de las personas peritas...

El mismo espíritu de prudencia que lo inspira en sus investigaciones históricas, lo guia en las ciencias morales, y la misma necesidad de certidumbre y el propio instinto de lo práctico y de lo verdadero que desde Bacon acá constituyen el mérito y el poder de su patría, con lo cual, si el arte y la belleza sufren menoscabo, la certidumbre y la verdad decuplican su fuerza.

Pero el talento de Macaulay para demostrar lo acrecienta su talento para exponer y desarrollar aquello de que desea persuadir, llevando la luz á todas partes y el convencimiento con ella de lal inodo, que así hace ver como creer, y así evidencia las cosas como convence de ellas. Cuando expone los asuntos, lo hace bajo todos sus aspectos, cual si luviera en cuenta la inteligencia de cada uno de sus lectores, y despues que los ha convencido, los lleva al fin propuesto, logrando ambas cosas con tan feliz facilidad, que mientras nos hallamos bajo la influencia de sus discursos, nos parece que se abren nuevos y desconocidos horizontes á nuestra vista, y que una voz interior nos dice que antes nunca habíamos percibido con exactitud, y deploramos haber pasado tanla parte de nuestra vida creyendo que la media luz era la luz del Mediodía al verla brillar en ondas tan claras y trasparentes en las páginas de sus libros. Y luego, su estilo correcto, las antitesis de ideas, la forma simétrica de los períodos, los párrafos artísticamente opuestos unos á otros, los resúmenes brillantes, la sucesion natural, regular y lógica de los pensamientos, las comparaciones frecuentes, la belleza del conjunto, las cualidades todas que adornan sus escritos como su oratoria, maravillan de tal modo, que no sólo contribuyen á persuadir la razon, sino que cautivan y seducen y embelesan el espíritu.

Pocos han sido los oradores modernos de tan arrebatadora elocuencia escrita y hablada. Poseia Macaulay ese quid divinum que hace al orador, y cuando hablaba, el eufonismo de las palabras completaba su sentido y su alcance, y lo propio acontece cuando escribe: de aquí la inmensa dificultad de traducirlo. En la tribuna y en el libro lucha por imponerse y dirigir los espíritus; parece como que se irrita de la resistencia y que combate disertando; pero el triunfo es siempre suyo, porque así en la tribuna como en el libro avanza con acompasado movimiento y fuerza creciente, en linea recta, cual esos rios caudalosos de la América, impetuoso como el torrente y ancho como el mar; y su abundancia de estilo y de pensamientos, unida á la multitud de ideas, de hechos y de explicaciones que aduce, forman una masa enorme de ciencia histórica que va rodando impulsada por fuerza interior, arrastrando á su paso las objeciones, y añadiendo al empuje de la elocuencia la fuerza irresistible de su peso y su volúmen. Tanto es así, que puede muy bien decirse que la Historia de Jacobo II es un discurso arrebatador, en dos volúmenes, y pronunciado sin flaquear en una audiencia.

Macaulay se diferencia de la generalidad de los oradores en que mientras éstos se inclinan siempre de preferencia á defender, él propende á demostrar, pues profesa el principio de que los hechos particulares y concretos hacen más efecto que no las consideraciones generales, y así, comprendiendo que para dar á los hombres idea clara y perfecta de una cosa es necesario referirlos á su propia experiencia, para que se den cuenta exacta de una tempestad, por ejemplo, entiende que el mejor medio es recordarles alguna de cuyos estragos hayan sido testigos; practicando por lal medio la filosofla de Bacon y de Locke, segun la cual el principio de toda idea es una sensacion.

Cuando da suelta á las burlas, lord Macaulay permanece imperturbable, como la mayor parte de los escritores de su patria, y su humour consiste en decir de una manera séria las cosas más cómicas, conservando la misma elevacion de estilo y amplitud de frase que si tratara el asunto sériamente. La ironía, el sarcasmo, las burlas más sangrientas que tan familiares son á los ingleses, él las maneja con arte y habilidad consumada.

Demas de orador elocuente, de sabio historiador, de publicista ingenioso y ameno y de castizo escritor, era poeta en toda la extension de la palabra, bastando á demostrarlo áun á los que no hayan leido sus Cantos de la antigua Roma, el recordar algunos fragmentos de sus obras en prosa, y en los cuales la imaginacion contenida largo espacio por la severidad de las demostraciones, desborda en metáforas magnificas, dignas por su belleza y majestad de tener cabida en la epopeya. Para no dar más de un ejemplo, citaremos á continuacion las palabras que consagra á la libertad en el Estudio sobre Milton[9].

«El Ariosto, dice, refiere la historia de una hada que, por ley misteriosa de su destino, parecia en ciertas épocas del año bajo la forma de venenosa serpiente, recobrando luego la hermosura celestial que le era propia, y que, entonces, aquellos que la hicieron mal en el período de su trasformacion en reptil repugnante, quedaban excluidos para siempre de las mercedes que podia dispensar, mientras hacía objeto de su predileccion á cuantos la protegieron ó se dolieron de su mal, colmándolos de bienes y de felicidad, y dándoles ventura en amor y en lides. La libertad es un espíritu igual. La vemos á las veces trasformada en asqueroso reptil, arrasIrando sus anillos por el suelo, dando silbidos que ponen miedo en el corazon, y elavando sus dientes é inoculando su ponzoña. Pero, ¡ay de aquellos que intenten aplastar su cabeza! ¡Dichosos de aquellos que, a pesar de su forma repugnante, la dejan pasar sin causarle daño, porque ellos recibirán la recompensa cuando llegue la hora de su hermosura y de su gloria!»

Estas generosas palabras, dice M. Taine, parten del corazon; y como la medida está llena, rebosa; mas, por mucho que desborde, no se agota, porque siempre que habla de la misma causa, siempre que ve delante de sus ojos la libertad, la humanidad y la justicia, las cuerdas de su lira despiden espontáneamente dulces y armoniosas notas.

Nada hemos dicho hasta ahora, de los defectos de lord Macaulay, y no debemos dar de mano á nuestra tarea sin consignar acerca de ellos lo que piensa el ilustre historiador de la literatura inglesa: á Macaulay, dice M. Taine, le falta el ingenio y la gracia griega, como que no pudo ser á un tiempo ateniense y británico; pero, en cambio, su memoria es asombrosa, su ciencia enorme, su amor á los principios políticos que profesa, profundo y ardiente, su talento para exponer y para demostrar, extraordinario, y completo su conocimiento de los hechos grandes y pequeños que, así en el discurso como en la narracion, atraen, ilusionan, seducen, vivifican y arrebatan.


  1. Véase el titulado Dante en este volúmen, páginas 264 y 65.
  2. Merece que consignemos, siquiera sea en una nota, que los emolumentos de su cargo ascendian á 25.000 pesos fuertes anuales, y que lo ejerció durante cinco años. Esta circunstancia, unida á sus costumbres metódicas y hábitos de órden y economía y á lo que le produjeron sus escritosde los cuales la Historis de Inglaterra solamente le valió 15.000 libras esterlinas, le permitieron siempre vivir con holgura y dejar á su hermana y sobrinos, al morir, pues nunca fué casado, un capital de ocho millones de reales.
  3. Lays of ancient Rome.
  4. The history of England from the accession of James II.
  5. En pocos años la misma enfermedad ha arrebatado á tres historiadores eminentes: Washington Irving, Prescott y lord Macaulay.
  6. Lord Macaulay fué sepultado á poca distancia de Addison, cuya biografia escribió.
  7. Buena prueba de ello fué la sensacion profunda que produjo en Inglaterra la noticia de su fallecimiento, el inmenso concurso de gentes que lo acompañó á Westminster, y la calidad de las personas que llevaron las cintas de su féretro, entre las cuales recordamos al lord gran canciller, al duque de Argyle, al presidente de la Cámara de los Comunes, al dean de San Pablo, al conde de Stanhope, á lord John Russell y á sir Enrique Holland.
  8. Histoire de la littérature anglaise, tomo IV, páginas 152-283.
  9. Véanse las páginas 45 y 46 del presente volúmen.