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Estudios literarios por Lord Macaulay/Milton

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

MILTON.


Porque á Milton se conoce generalmente por sus obras poéticas, y porque el sufragio universal del mundo civilizado le designó asiento entre los más grandes y esclarecidos maestros del arte, comenzaremos considerándolo bajo este aspecto en el presente estudio. Diremos, no obstante, que á pesar de ser inmensa la mayoría de sus admiradores, no ha sido parte á imponer y acallar á los enemigos del poeta, y que no pocos críticos, algunos de mucha cuenta, han logrado exaltar la obra, rebajando el mérito de su autor con decir que, si bien considerada en sí misma puede clasificarse entre las más famosas producciones del humano espíritu, no por eso han de colocar a quien la ejecutó entre aquellos varones ilustres que, en la infancia de la civilizacion, suplieron la falta de cultura con su propio ingenio, y que, careciendo de modelos que imitar, los crearon inimitables à la posteridad más remota. En una palabra, que Milton heredó cuanto habian producido sus predecesores, que vivió en un siglo por extremo ilustrado, que recibió esmerada educacion, y que, para juzgar con exactitud de su talento, es fuerza despojarlo de todo aquello que debió á estas circunstancias.

Nada es menos cierto, sin embargo, porque ningun poeta de cuantos han existido se ha encontrado en circunstancias más desfavorables que Milton. El mismo creia haber nacido un siglo despues de lo que debiera: de aquí que Johnson lo hiciera objeto de sus pesadas burlas. Pero, en nuestro sentir, el poela comprendia mejor que no el crítico la naturaleza de su arte; y como sabia que ni la civilizacion que lo rodeaba ni la educacion que habia lugrado adquirir eran provechosas á su ingenio poélico, recordaba con pena los tiempos aquellos en los cuales sentia el hombre y se expresaba con vigor y sencillez.

Para nosotros tenemos que la poesía declina inevitablemente á medida que la civilizacion progresa. De aquí que, cuando consideramos las grandes obras de imaginacion que han aparecido á la manera de astros brillantes en siglos de oscuridad, no las admiremos más por esta circunstancia; que, á nuestro parecer, la más grande y maravillosa prueba que puede dar el ingenio humano, es concebir un gran poema en un siglo civilizado. Por eso no alcanzamos la lógica de los que aceptan como artículo de fe literaria que los poetas más antiguos son generalmente los mejores, y se extrañan al propio tiempo de la regla como si fuera excepcion, cuando la uniformidad del fenómeno indica uniformidad correspondiente en las causas que lo producen.

Pero es lo cierto que la generalidad de los observadores del progreso de las ciencias experimentales, deduce el de las artes de imitacion, sin advertir que las primeras adelantan lenta y gradualmente, y que son menester siglos para clasificar y organizar los materiales que se acopian en el trascurso de otros siglos. Porque si se funda un sistema, siempre queda algo que añadir, quitar ó reformar en él, y de esta suerte cada generacion hereda y disfruta del tesoro inmenso que le ha legado la anterior, para trasmitirlo despues á la siguiente, acrecentado de nuevas conquistas. Por tal manera, los primeros pensadores se hallan en situacion muy desventajosa, y son dignos de loa, áun cuando fracasen sus esfuerzos; y sus discípulos, áun con facultades intelectuales infinitamente inferiores, pueden aventajarles en ciencia positiva, no siendo extraño que una joven que haya leido los lacónicos diálogos de Mistress Marcet sobre la economía política, pudiera dar lecciones de hacienda á Montague 6 á Walpole, y que cualquier hombre, dotado de inteligencia, logre en nuestros dias, despues de haber estudiado las matemáticas, saberlas mejor que Newton al cabo de cincuenta años de trabajo y de meditaciones.

No acontece así con la música, la escultura, la pintura, y, sobre todo, con la poesía; porque los progresos de la civilizacion no suministran al arte sino muy rara vez asuntos más dignos de ser imitados. Cierto es que puede perfeccionar los instrumentos necesarios á las operaciones mecánicas del pintor, del escultor y del músico; pero la lengua, que es la máquina del poeta, conviene principalmente á su objeto cuando es aún tosca y ruda. Las naciones, como los individuos, comienzan por percibir, despues se elevan á la abstraccion, y de esta suerte, de las imágenes particulares pasan á los términos generales, de donde se sigue que el vocabulario de un pueblo medio civilizado es poético, y el de una sociedad ilustrada es filosófico.

Este cambio en el lenguaje de los hombres es en parte causa y en parte efecto de un cambio relativo en la naturaleza de las operaciones de su espíritu; cambio que, si es provechoso al desarrollo de la ciencia, es nocivo al de la poesía, porque mientras la generalizacion es necesaria al progreso de los conocimientos, los detalles particulares son indispensables à las creaciones de la imaginacion; y como á medida que los hombres saben y piensan más, prestan mayor atencion a las colectividades que á los individuos, abundan entonces las frases vagas á falta de imágenes, las cualidades personificadas á falta de hombres, las teorías à falta de poemas verdaderos. En esos períodos se está más en aptitud para analizar la naturaleza humana; pero esto de nada sirve al poeta, que no viene á ocuparse de análisis, ni de disecciones, sino es à cantar. Podrá creer en el sentido moral, como Shaftesbury; podrá atribuir todas las acciones de los hombres á su propio interes, como Helvecio, ó, tal vez, no pensar nunca en tales asuntos; que para el resultado es igual, porque sus opiniones en órden á materias de tanta trascendencia no ejercerán ciertamente más influjo en su inspiracion y su poesía que el estudio de la circulacion de la sangre en las combinaciones que haga en su paleta un pintor hábil para reproducir en el lienzo el suave carmin de las más puras carnaciones.

Si Shakspeare hubiera escrito un libro sobre las causas de las acciones humanas, no es muy seguro que hubiera sido bueno, y desde luego, sí, poco probable que en él se hallasen la mitad siquiera de los discretos y hábiles razonamientos que abundan en la fábula de las Abejas. Ea cambio, Mandeville, ¿hubiera podido crear á Yago? Por más grande que haya sido su talento para descubrir los diversos elementos que constituyen un carácter, ¿hubiera sido capaz de combinarlos de modo que resultara de ellos un hombre verdadero, vivo, individual?

Tal vez no sea posible ser poeta, ni áun siquiera gozar de la poesía sin hallarse bajo la influencia de una manera de enfermedad del espíritu, si de tal suerte es licito calificar á un estado del alma que tan inefables goces proporciona. Por esa causa entendemos que no debe llamarse poesía todo aquello que se escribe en verso, áun cuando se halle bien medido y merezca bajo este punto de vista los mayores elogios; que poesía es el arte de emplear las palabras de tal suerte, que produzcan ilusion à la fantasia, haciendo con ellas lo que el pintor con los colores. Así es como el más famoso de los poetas lo ha descrito en versos universalmente admirados por el vigor y la felicidad de su expresion, y que áun son más preciosos por la exactitud de las nociones que contienen sobre el arte, en el cual tau superior se hizo.

«Del propio modo que la imaginacion da forma á las cosas desconocidas, dice, así la pluma del poeta las corporifica y señala asiento, é imprime nombre á los átomos que vagan por los aires.»

Esta es consecuencia de la «bella exaltacion que atribuye el mismo al poeta; exaltacion bella, es verdad, pero que no por eso es miénos un estado de exaltacion. No es eslo decir que la verdad no sea indispensable à la poesía, pero es la verdad de la locura la que ha menester; una verdad en la cual los razonamientos sean justos, pero las premisas falsas. Porque, una vez establecidas las primeras suposiciones, todo lo demas debe ser rigorosamente lógico; mas, para establecer estas suposiciones primeras, se hace necesario un grado de credulidad que llegue casi à ser un desórden parcial y momentáneo del espíritu. De aquí que todos los niños tengan la imaginacion más viva que los hombres, que se abandonen sin reserva á todas las ilusiones, y que cuantas imágenes se ofrezcan de una manera enérgica á su inteligencia, les produzcan el efecto de la realidad. No hay hombre, por más sensible que sea, á quien Hamlet ó Lear logren conmover del modo que una niña se conmueve con la historia de Caperuchita encarnada, pues áun cuando sabe que los lobos no hablan, cree, llora, tiembla de miedo y se impresiona de tal suerte, que no se atreve despues á entrar en una vivienda á obscuras, temerosa de verse sorprendida por la fiera; que tal y tan grande tiranía ejerce la imaginacion en las inteligencias incultas.

En un estado primitivo de la sociedad, los hombres son niños con gran variedad y muchedumbre de ideas, y en tales modos de ser es donde podemos prometernos hallar el genio poético en su mayor grado de perfeccion. En un siglo ilustrado, encontraremos mucha inteligencia, mucho desarrollo en las ciencias, mucha filosofía, clasificaciones justas, precisas, exactas; análisis sutiles en abundancia extraordinaria, erudicion, conocimientos, elocuencia, muchos versos, muy buenos si se quiere; pero muy poca poesía, porque en esas épocas se compara y se juzga, mas no se crea; se habla de los antiguos poetas, se les comenta, se goza de ellos hasta cierto punto; mas apénas si se está en el caso de comprender el efecto que la poesía lograba producir en el ánimo de nuestros toscos antepasados, su angustia, sus trasportes de entusiasmo, su absoluta y completa credulidad. «Los rapsodas griegos, decia Platon, caian en convulsiones generalmente al recitar á Homero.» El Mohawk, cuando ha entonado el canto de muerto, apénas si siente el escalpelo.

El predominio que ejercian tos antiguos bardos de Alemania y del país de Gales sobre sus oyentes, parece increible á los lectores modernos, porque tales emociones son muy raras en las sociedades cultas, y más todavía entre aquellos individuos que más participan de sus progresos y adelantamientos, siendo ménos dificil hallarlas entro las gentes sencillas del campo.

Del propio modo que la linterna mágica produce ilusion en la vista, así la produce la poesía en el espíritu, y así tambien alcanza más perfectamen su objeto la poesía en tiempos de oscuridad, como la linterna mágica en una habitacion privada de luz. Porque à medida que la antorcha de los conocimienLos va iluminando sus cuadros, á medida que los rasgos de la certidumbre van destacándose más y apartándose de la masa general de sombra en que se hallaban envueltos, y que las probabilidades se hacen más distintas, los colores y los contornos de los fantasmas evocados por el poeta como que se desvanecen y se pierden; que no es posible poseer juntamente las ventajas incompatibles de la realidad y de la ilusion, y el claro discernimiento de la verdad con el goce exquisito é inefable de la ficcion.

Necesario es, pues, que aquel que desea ser gran poeta en una sociedad literaria é ilustrada, se convierta á la candidez de los niños; que rompa y destruya, y arroje lejos de si todo cuanto constituye su espiritu actual, y que olvide en gran parte los conocimientos que hasta aquel entonces han constituido tal vez sus principales titulos à la suporioridad entre sus contemporáneos, porque sus talentos son rémora que lo sujetan á la tierra y le impiden lanzar su vuelo á las regiones infinitas del espacio. La lucha será grande, y sus dificultades proporcionadas á los progresos que haya hecho en los estudios á la moda en su Liempo, y su progreso proporcionado al vigor y á la actividad de su espíritu. Dichoso podrá estimarse si al cabo de tantos sacrificios y esfuerzos logra conseguir que sus obras no semejen la conversacion de un tartamudo; quo hartos ejemplos hemos visto en nuestra edad de hombres de reconocido mérito, que despues de consagrar talento, actividad, y largas y profundas meditaciones á luchar contra el espíritu del siglo, apenas si han merecido un triunfo dudoso y débiles y flojos aplausos, aun no habiendo sido completamente vano el resultado de sus propósitos.

Si son justos estos razonamientos, ningun poeta ha triunfado de más grandes dificultades que Milton. llabia recibido educacion esmerada, conocia á fondo y escribia correctamente los clásicos; había estudiado todos los misterios de la literatura hebrea; poseia perfectamente todas las lenguas de la Europa moderna que podian á la sazon procurar instruccion y recreo, y era, tal vez, el único poeta eminente de los tiempos modernos que se haya distinguido por la perfeccion de sus versos latinos.

La versificacion en una lengua muerta es planta exótica, imitacion penosa, enfermiza y forzada de lo que puede hallarse en las obras de lo pasado en toda la plenitud de su savia y de su vigor. El suelo que produco esta rareza es, por lo general, tan poco aplo para florecer en la poesia indigena con lozanía, como lo son los tiestos de un invernáculo á producir encinas. De aquí que sea tan extraño que el autor de El Paraíso perdido haya escrito la Epistola & Manso, porque nunca se han logrado ver reunidas una originalidad tan pronunciada y una tan perfecta imitacion en el mismo escrito; cualidades, dicho sea en honor do la verdad, que se advierten en todos los poemas latinos de Milton, los cuales adunan de un modo admirable el carácter ficticio necesario á este género de obras, con el encanto particular que recibian de su ingenio, y que era parte à imprimirles el tono de nobleza y de distincion que las caracteriza y separa de los demas escritos de igual género. La versificacion latina de Milton nos recuerda los ejercicios guerreros de las falanges de Gabriel, en torno del cual la juventud del cielo se ejercitaba, sin armas, en los juegos heroicos, pero sobre cuyas angélicas cabezas se veian suspendidas armaduras celestiales, rodelas, cascos y lanzas guarnecidos de oro y pedrería,» porque no es posible contemplar los sencillos y alegres ejercicios en los cuales el genio de Milton se despojaba de su coraza sin entrever la espléndida y terrible panoplia que viste habitualmente. El vigor de su imaginacion triunfaba de todos los obstáculos; el fuego de su espíritu era tan intenso y ardiente, que no sólo no le abrumaba el peso de los materiales, sino que penetraba de su calor y de su vida cuanto pesaba sobre él.

No tenemos la pretension de emprender con el presente estudio una obra que semeje siquiera á un exámen completo de las poesías de Milton. El público se halla persuadido hace mucho tiempo del mérito de los pasajes más notables de sus obras, conoce la armonía incomparable de su ritmo y la perfeccion de su estilo, que ningun rival ha logrado imitar jamás, que ninguna parodia ha envilecido, y que despliega en el más alto grado los dones propios á la lengua inglesa, juntamente con todos los elementos más bellos, enérgicos y armónicos de todas las lenguas, antiguas y modernas. Sin embargo, algo nos proponemos hacer en el vasto campo de la crítica, á pesar de que ya llegamos tarde á él y cuando otros más felices lo han segado.

El carácter distintivo, predominante de la poesía de Milton, es el extremo alejamiento de las ideas por medio de cuya asociacion influye en el ánimo de sus lectores, porque produce los efectos menos por medio de lo que expresa, que por medio de lo que sugiere; ménos por las ideas que comunica, que por otras ideas relacionadas con ellas, electrizando el ánimo por medio de hilos conductores. Un hombre que carezca de imaginacion comprende la nada, porque Homero, ní le deja vagar en la eleccion, ni exige de él ningun esfuerzo; él lo hace todo, y coloca las imágenes en luz tan viva que no es posible dejar de percibirlas. Las obras de Milton no es dado comprenderlas y gozar de ellas, á ménos que el espíritu del lector no se identifique con el del autor. Milton no concluye sus cuadros ni canla para deleitar á um auditorio completamento pasivo: bosqueja, traza, indica y abandona á los demas el cuidado de pinlar sobre sus contornos; da el tono y espera que la melodía se eleve del auditorio.

Con harta frecuencia se oye hablar del mágico influjo de la poesía; pero esta es una frase que, en general, no tiene sentido, sino es aplicada á los escritos de Milton. Su poesía seduce, fascina, encanta, y su mérito reside ménos en su sentido evidente que en su fuerza oculta y misteriosa. Sus palabras no parece que expresan más que otras palabras semejantes al oirlas; mas luego al punto nos ballamos ya bajo la influencia de su magia, y áun resuenan en nuestros oidos cuando ya lo pasado se trasforma en presente, y lo que se hallaba léjos de nosotros aparece á nuestro lado. Nuevas formas de belleza se nos revelan instantáneamente, como si todos los sepulcros de la memoria se abricsen y nos restituyeran sus muertos con la vida y la hermosura del mejor período de su existencia. Tanto es asi, que si tocamos la estructura de la frase, si sustituimos un sinónimo por otro, el efecto se destruye, el encanto pierde su eficacia y deja de ser, y aquel que esperase utilizarla en su provecho, se veria en el mismo caso que Cassim, el de las Mil y una noches, cuando decia: trigo, ábrete; cebada, abreté, à la puerta que sólo cedia á las palabras: sésamo, ábrete. El ridículo desastre de Dryden cuando á costa de grandes esfuerzos intentó traducir en su lengua algunos trozos del Paraíso perdido, dan testimonio de esta verdad.

Deberemos observar en apoyo de lo que decimos, que hay pocos pasajes en las poesías de Milton que sean más generalmente conocidos y citados que aquellos que no son otra cosa que largas listas de nombres, los cuales no son más armoniosos ni se hallan mejor adaptados que otros cualesquiera; pero son nombres de mágico efecto, y cada uno de ellos es el primer anillo de una prolongada cadena de ideas estrechamente ligadas entre sí, y que producen en nuestro ánimo el efecto que el recuerdo de la casa de nuestros padres que habitamos en la infancia nos eausa en la edad madura, ó el canto de la patria cuando le oimos en el extranjero, esto es, un efecto independiente de su valor intrínseco. Un nombre nos trasporta á períodos remotos de la historia; oiro nos hace vivir en el seno de una sociedad diferente de la nuestra; otro evoca los recuerdos clásicos de nuestra juventud, tan caros á nuestra memoria: nuestro ejemplar de Virgilio, las horas pasadas en el colegio, las vacaciones, la suspirada Pascua, los premios; otro hace aparecer á nuestra vista, como en mágico panorama, las lides del palenque en los tiempos caballerescos, los trofeos, las banderolas y gallardetes, los caparazones bordados, los emblemas, las galas, las armaduras aquellas brillantísimas, las divisas conceptuosas, la gentileza de las damas, las selvas temerosas, los jardines encantados, y los altos hechos de los enamorados caballeros, y las dulces sonrisas de las princesas rescatadas de triste cautiverio con el esfuerzo de su brazo.

Pero donde la manera particular de Milton se manifiesta con más felicidad que en ninguna de sus obras, es en el Allegro y el Penseroso, no siendo ya posible imaginar un grado de perfeccion más exquisita en el mecanismo del lenguaje. Difieren estos poemas de los otros, como difiere del agua de rosas el extracto, como difiere un perfume tenue y casi evaporado de la esencia más concentrada. A decir verdad, no tanto son poemas estos libros como serios de datos y de antecedentes, de cada uno de los cuales el lector puede hacer un poema, sirviéndole cada epítelo de asunto para una estrofa.

El Comus y el Samson agonistes son obras de mérito muy diferente, pero que ofrecon, sin embargo, ciertos rasgos notables de semejanza, y que bajo la forma de obras dramáticas, constituyen poemas líricos.

Tal vez no exista en la literatura dos géneros de composicion que sean más opuestos, más radicalmente diversos que la oda y el drama. El autor dramático debe permanecer siempre oculto, exhibiendo solo á sus personajes, porque desde el punto en que llama la atencion del espectador sobre sus opipiones ó sentimientos personales, la ilusion se desvanece y nada queda, siendo el efecto que se produce tan desagradable como el que causa durante la representacion la voz del apuntador ó la presencia del maquinista en la escena. En esto consiste et que las tragedias de Byron hayan logrado ménos auge que sus demas producciones. Los personajes de Byron semejan á esas muñecas con cabeza de quita y pon, y á las cuales una sola sirve para média docena de cuerpos, de tal manera, que vemos la misma fisonomía adaptada à un traje de húsar, á una toga de magistrado ó á los harapos de un mendigo, porque todos, sean los que fueren, patriotas ó tiranos, enemigos ó amantes, hablan de igual modo, y son tan sombríos y sarcásticos como Harold. Esta especie de personalidad que tan nociva es al drama, inspira la oda; que la mision del poeta Itrico tiene por objeto abandonarse sin reserva á suts propias emociones.

Muchos varones eminentes en las letras han intentado repetidas veces amalgamar y fundir en uno solo estos elementos contrarios, sin lograrlo. La tragedia griega, sobre cuyo modelo se ha compuesto el Samson, tuvo su origen en la oda; sus diálogos acomodados á los coros tomaron algo, naturalmente, de su carácter. El ingenio de Esquilo, el más esclarecido autor dramático de Atenas, obraba de concierto con las circunstancias que acompañaron los comienzos de la tragedia, siendo poeta lírico de corazon y de alma, pues los griegos tenian en su tiempo infinitamente más contacto con el Oriente que en la época de Homero, y no habian aún adquirido la inmensa superioridad que despues en la guerra, en las ciencias y en las artes, que hizo à la generacion siguiente tan desdeñosa de los asiáticos. Las narraciones de Herodoto parecen indicar que áun experimentaban en su tiempo cierto involuntario respeto bácia el Egipto y la Siria, y natural era que la literatura griega llevara entonces impreso el sello del estilo oriental, estilo que, à nuestro parecer, se reconoce fácilmente en las obras de Pindaro y de Esquilo. Este último, sobre todo, nos recuerda con frecuencia los escritores hebreos, tanto que, como composicion y estilo, el libro de Job ofrece una gran semejanza con varias de sus tragedias; las cuales, si se las considera como obras dramáticas carecen de sentido; pero si se las considera como coros, resultan superiores á todo elogio: si examinamos con arreglo á los principios del arte dramático el discurso de Clitemnestra á Agamenon en el momento de su vuelta, ó la descripcion de los siete jefes del Argos, fuerza será condenarlo por tan monstruosas composiciones; mas si damos de lado á los personajes para pensar únicamente en la poesía, necesario será declarar que nunca ha producido el ingenio humano nada que le sea superior en energía y magnificencia.

Sofocles hizo que la tragedia griega fuese tan dramática como era posible, conservando su forma primitiva; sus retratos tienen cierta semejanza con los originales; pero no la que da la pintura, sino el bajo relieve; sugieron una imágen, pero no producen ilusion alguna. Eurípides trató de llevar la reforma todavía más lejos; mas aquella era obra superior à sus fuerzas y tal vez superior á la fuerza humana: en vez de corregir lo malo, destruyó lo bueno, y puso en boca de sus personajes malos sermones, en vez de odas hermosas y grandilocuentes.

Sabido es que Milton era grande admirador de Euripides, más de lo que á nuestro entender mererecia el dramático griego; admiracion que, justa d no, ejerció su nociva influencia sobre el Samson Agonistes. Si Milton hubiera tomado á Esquilo por modelo, se hubiese abandonado al lirismo y prodigado los tesoros de su espíritu on su obra, sin pensar una sola vez en las conveniencias dramáticas que la naturaleza de la obra hacía imposibles de observar, y fracasó donde y como cualquiera otro hubiera fracasado; esto es, en sus esfuerzos para conciliar cosas opuestas é irreconciliables. Ni es posible que nos identifiquemos con los personajes como en una buena obra dramática, ni tampoco que nos identifiquemos con el poeta como en una buena oda; que los elementos opuestos que hay en ella se neutralizan mutuamente como un ácido y un álcali cuando se les mezcla. No quiere decir esto, ciertamente, que seamos insensibles al mérito do una produccion literaria que ha logrado alcanzar tan alto renombre como el Samson por la dignidad severa de su estilo, la solemnidad graciosa y conmovedora del prólogo, y la melodía salvaje y bárbara que imprime à los efectos del coro inflexiones lan extraordinarias; quiere decir sólo que, á nuestro parecer, es el esfuerzo ménos feliz del ingenio de Milton.

El Comus ha sido trazado sobre el modelo de las mascaradas italianas, del propio modo que el Samson lo está sobre el plan de las tragedias griegas, y es, sin duda, la obra más notable que se ha concebido jamás en este género, siendo tan superior á la Pastora fiel, como ésta lo es á la Aminta, y que ésta á su vez al Pastor Fido. Felizmente Milton no tuvo entonces ningun Euripides que lo extraviase. Comprendia y amaba la literatura moderna de Italia; pero no experimentaba por ella el respeto que le inspiraban los restos de la poesía ateniense y romana, consagrados por tantos recuerdos ilustres. Las faltas de sus predecesores italianos eran, por otra parte, de tal naturaleza, que excitaban en su ánimo antipatias mortales; porque si bien Milton podia descender hasta el estilo más sencillo, tenía horror del oropel: su musa vestía sin repugnancia ja eslameña; pero apartaba lejos de sí las rebuscadas elegancias de Guarini: que los adornos de la musa del Milton son de oro puro finísimo, y así deslumbran la vista con su brillo como resisten siempre á la prueba.

Milton aplicó en el Comus la distincion que desdeñó despues en el Samson. Su mascarada es esencialmente lfrica, y dramática sólo en la apariencia; y a pesar de no haber intentado siquiera la lucha contra los defectos inherentes á la naturaleza de este género de composiciones, triunfó siempre allí donde era posible. Es necesario leer los discursos como majestuosos soliloquios para descubrir en ellos su elocuencia, su alteza y su armonía, sin atender á las interrupciones del diálogo, que contrarían en cierto modo y destruyen la ilusion. Los pasajes más bellos son los en que la forma y el fondo son líricos. «Prestaria yo de buen grado mucha atencion a la parte trágica,» escribia á Milton sir Enrique Wotton, «si la parte lírica no me sedujera tanto con la forma dórica de vuestras odas y canciones, á las cuales, lo confieso sin rebozo, aunque tema ofender vuestra modestia, no hallo nada que pueda ser comparado en nuestra lengua.» La crítica era justa, porque sólo cuando Milton rompe las trabas del diálogo y se siente libre del trabajo de combinar dos maneras de estilo incompatibles, y se abandona sin reserva á sus trasportes poéticos, es cuando se hace superior á sí mismo; sólo entónces, como el genio que nos pinta despojándose de la forma terrestre y de las vestiduras de duelo de Thirsis, avanza con hermosura y libertad celestiales, y parece decir con éxtasis: «Ahora cumplo la mision que me fué dada y puedo lanzarmo al espacio y recorrer la tierra.» Porque entonces le vemos deslizarse sobre la superficie de nuestro planeta, remontar su vuelo hasta las nubes, bañarse en el rocio celestial del arco íris, y respirar los embalsamados perfumes del nardo y de la acacia que las dulces alas de los céfiros envian en fragantes ondas por las sendas de cèdros del jardin de las Hespérides.

Bien quisiéramos hacer algunas observaciones sobre varios de los pequeños poemas de Milton, y áun con más gusto emprenderiamos el exámen del Paraíso reconquistado, admirable composicion, de la cual no se habla casi nunca sino para ofrecerla como ejemplo de la ciega predileccion paternal que tienen los hombros de letras por los hijos de su inteligencia. Diremos de paso, sin embargo, que, aun admitiendo sin dificultad que Milton estaba en error cuando preferia ese poema, á pesar de su belleza, al Paraíso perdido, la superioridad de éste sobre aquél no se halla más demostrada todavía que la de aquél sobre todos los poemas que han parecido despues. Los límites que nos hemos trazado son tan estrechos que no consienten más amplia discusion sobre la materia; y dicho esto, vamos á tratar del Paraíso perdido, monumento extraordinario de la literatura asentado en la cumbre de las composiciones humanas por el sufragio universal de la crítica.

El único poema do los tiempos modernos que pueda ser comparado al Paraíso perdido es la Divina Comedia. El asunto escogido por Milton se asemeja, bajo cierto punto de vista, al escogido por el Dante; pero lo ha tratado de diverso modo. Para mejor exponer nuestra opinion sobre el gran poeta inglés, examinaremos su obra comparándola con la del padre de la literatura toscana.

La poesía de Milton difiere de la del Dante, como los jeroglíficos egipcios de los cuadros gráficos de Méjico; las imágenes que emplea el Dante se explican por sí mismas, se dan por lo que son; las de Milton tienen las más de las veces un significado que sólo pueden comprender los iniciados en ella; su valor consiste, no tanto en lo que realmente expresan, como en los recuerdos que evocan de lo pasado: por extraña y grotesca que pueda ser la aparicion que el Dante trate de escribir, nunca retrocede, y nos da la forma, el color, el sonido, el olor y el gusto, el número y la medida de ella, y sus comparaciones parecen la narracion de un viajero.

Diferente en esto de los demas poelas, y sobre todo de Millon, las expone con el mismo tono que se refiere un asunto cualquiera, sin atribuirles la belleza de los objetos de los cuales han sido tomadas, sin curarse del adorno que pueden añadir al poema, sino con el objeto de exponer á los ojos del lector tan clara y perceptiblemente su intencion como lo está en su mente. Las ruinas del precipicio que conducia del sexto al sétimo círculo del infierno son semejantes á las del peñasco que cayó en el Adigio, al Sur de Trento. La catarata del Flegelon es semejante á la del Agua Cheta en el monasterio de San Benito. El sitio en que los herejes estaban aprisionados en sepulcros ardientes, se parece al cementerio grande de Arlés.

Comparemos ahora las vagas indicaciones de Milton con los precisos detalles del Dante, citando algunos ejemplos.

El poeta inglés no ha pensado nunca en tomar la medida de Satanás; nos da una idea de su enorme estatura. En un pasaje, el demonio, extendido de largo en largo y flotando sobre dilatados espacios de agua, semeja en su magnitud los enemigos nacidos de la tierra que combatieron á Júpiter, ó al monstruo marino que el navegante toma por una isla; y cuando entra en lid con los ángeles guardianes, se alza enormo como el Atlas, tocando el cielo con la cabeza.

Compárense à estas descripciones los versos en los cuales el Dante describe el espectro gigantesco de Nemrod. «Su rostro, dice, me parecia tan grande como la bola que remata la cúpula de San Pedro en Roma, y las demas partes de su cuerpo eran proporcionadas á su cabeza de tal modo, que el rio que ocultaba la mitad de su cuerpo sumergida en él, descubría la otra mitad, de tanla magnitud, que tres talludos alemanes, puestos uno sobre otro, no hubieran logrado alcanzar á su luenga cabellera.»

Comparemos el lazareto del libro undécimo del Paraíso perdido con el último círculo de Malebolge en el Dante. Milton evita los detalles repugnantes y busca refugio en las imágenes indistintas, pero solemnes y terribles, que su fantasía le sugiere: la Desesperacion va de lecho en lecho, apresurada y afanosa, ofreciendo irónicamente sus servicios á los enfermos, y la Muerte se les acerca blandiendo su dardo, y á pesar de todas las súplicas, se muestra reacia en herir. ¿Qué dice el Dante? «De all partian gemidos semejantes a los que podrian oirse si se reunicran en la misma sima todos los enfermos que desde el mes de Julio al de Setiembre envian á poblar las salas del hospital de Valdichiana las lagunas toscanas y de Cerdeña, y se exhalaba de ella un olor pestilencial, como el que despiden los cadáveres en descomposicion!»

No queremos imponernos la poco envidiable tarea de fijar y establecer el orden de precedencia entre estos dos escritores: ambos son incomparables en su género, y fuerza es observar que ambos, por habilidad ó por fortuna, supieron escoger asunto propio á demostrar su talento y felicísimo ingenio con todas las galas, vigor y lozanía con que pródigamente los dotó Naturaleza.

La Divina Comedia es una relacion personal; el Dante oyó y vió cuanto refiere. El oyó á las sombras atormentadas pedir con grandes gritos la segunda muerte; él leyó la terrible frase escrita sobre aquella puerta detras de la cual no hay esperanza; él hubo de ocultar su rostro delante de la terrible Gorgona, y de huir de los garfios y de la pez birviendo de Barbariccia y de Draghignazzo; con sus propias manos tocó la velluda piel de Lucifer; subió la montaña de la Expiacion, y su frente lleva impreso el sello del ángel purificador. Los lectores arrojarían á un lado semejantes relaciones con in decible disgusto, si no estuvieran referidas con profunda expresion de verdad, con sobriedad borrible y con la mayor precision y abundancia de detalles.

La narracion de Milton difiere en esto de la del Dante, como las aventuras de Amadis difieren de las de Gulliver. El autor de Amadis hubiera hecho ridículo su libro, de introducir en él esos detalles minuciosos que prestan encanto á la obra de Swift: las observaciones náuticas, los escrúpulos que afecta á propósito de los nombres, los documentos oficiales transcritos en toda su extension, y todas las maledicencias, todas las intrigas cortesanas producidas de la nada y con la nada por objeto. Cuando se nos habla de un hombre que vivia no se sabe cuándo y que vió cosas muy singulares, sin repugnaneia y sin escrúpulo nos abandonamos á la ilusion de la novela; pero cuando Samuel Gulliver, médico que habitaba en Rotherhithe, nos habla de pigmeos y gigantes, de islas aéreas y de caballos filósofos, solamente pueden producirnos efecto en la imaginacion los detalles circunstanciados.

De cuantos poetas han introducido en sus obras la accion de los séres sobrenaturales, Milton es quien lo ha hecho con mejor éxito. El Dante le es inferior en este punto; y como este particular ha dado ocasion à juicios ligeros y temerarios, vamos à detenernos en él, siquiera sea por breves instantes.

La falta, el error más grave que pueda cometer un poeta en el arreglo de sus composiciones, es proponerse filosofar. Se ha censurado á Milton el haber atribuido á los espíritus muchas funciones que los espiritus deben ser impotentes para realizar; pero estas objeciones, protegidas sin embargo por los grandes nombres de sus autores, nacen de una profunda ignorancia del arte de la poesía.

¿Qué es un espíritut ¿Qué es nuestro propio espíritu, esto es, la parte del mundo espiritual que conozcamos mejor? Observamos ciertos fenómenos que no podemos explicar por causas materiales, y concluimos diciendo que existe algo en nosotros que no es material; pero sin que por eso tengamos idea de ese algo, sin que podamos definirlo sino es por medio de negaciones, sin que nos sea licito razonar sobre ello sino es por medio de símbolos. Nos servimos de la palabra, pero nos falta la imágen de la cosa, y la poesía trata con las imágenes y no con las palabras. El poeta emplea muchas palabras, pero ellas no son su objeto, sino el instrumento de su arte; son materiales que debe disponer de tal modo que sirvan á pintar un cuadro á los ojos del espíritu; y si no presentan este aspecto, no tienen más derecho al nombre de poesía, que un lienzo preparado ó una caja de colores al nombre de pintura.

Los lógicos pueden razonar sobre abstracciones; pero la masa de los hombres há menester de imágenes. La gran tendencia de la multitud en todos los tiempos y en todas las naciones hacia la idolatría, no puede explicarse por otra razon. Hay motivos para creer que los primeros pobladores de la Grecia adoraban una divinidad única é invisible; pero la necesidad de adorar algo más definido produjo en el trascurso de los siglos la multitud innumerable de los dioses del paganismo. Los antiguos persas creian que era una impiedad representar al Creador bajo forma humana; pero trasfirieron al sol la adoracion que en teoría creian deber solo al espíritu supremo. La historia de los judíos es la relacion de una lucha no interrumpida entre el teismo puro, protegido por las más terribles sanciones, y el desco singularmente seductor de tener algun objeto de adoracion visible y palpable.

Las causas secundarias á las cuales atribuye Gibbon ta rápida conquista del mundo operada por el cristianismo, mientras que el judaismo apénas adquiria un solo nuevo prosélito, no tuvieron, tal vez, agente más eficaz que este sentimiento. El Dios increado, invisible, incomprensible, se atraia pocos adoradores: el filósofo podia admirar tan noble y alta y sublime concepcion; pero la multitud se apartaba con disgusto de las palabras que no presentaban ninguna imágen al espíritu. A los piés de la divinidad encarnada en forma humana, habitando entre los hombres, participando de sus enfermeda des, apoyándose en su seno, llorando sobre sus sepuleros, durmiendo en la cuna y derramando su sangre en la cruz, quedaron vencidas, rotas, humilladas y caidas en el polvo las preocupaciones de la Sinagoga, y las dudas de la Academia, y el orgullo del Pórtico, y las baces del lictor y las espadas de treinta legiones. Mas apénas fué completo el triunfo del cristianismo, cuando ya el principio que le habia auxiliado al nacer comenzó á corromperlo, Irasformándolo en nuevo paganismo: los santos patronos ocuparon el lugar de los dioses Lares; San Jorge reemplazó á Marte; San Telmo consoló á los navegantes de la desaparicion de Cástor y Polux, y la Virgen Madre y Santa Cecilia sucedieron á Vénus y á las Musas[1]. Los encantos del sexo y de la belleza vinieron á unirse de nuevo á la dignidad celestial, y el homenaje del espíritu caballeresco se confundió con el del espíritu religioso. Los reformadores han luchado siempre contra este sentimiento; pero jamás han logrado triunfar sino es aparente ó parcialmente, y los que destruian las imágenes en las catedrales no conseguian siempre destruir las que tenian su alma por santuario.

No sería, por cierto, dificil empresa el probar que la misma regla es aplicable à la política; porque las doctrinas han menester, & nos engañamos mucho, de revestir un cuerpo antes de excitar emocion viva en el ánimo del público, y porque las masas muestran mayor interes por las insignias más frívolas y los sobrenombres más insignificantes que por los principios más rígidos y las máximas de más sólido fundamento.

Ciñéndonos á estas consideraciones, creemos que un poeta fracasaria vergonzosamente si pretendiese acercarse á la exactitud metafísica que se reprocha á Milton haber descuidado. Había otro escollo no ménos peligroso y que se hacía necesario evitar. La imaginacion de los hombres se halla regida en gran manera por sus opiniones; y el arte más consumado, los colores poéticos más perfectos no pueden crear una ilusion cuando se les emplea en representar objetos cuya falta de verdad y de armonía es fácil reconocer. Milton escribia en un siglo de filósofos y de teólogos; necesario era, pues, que se abstuviera de contrariarlos hasta el punto de mermar ó destruir el encanto con que se proponia fascinar sus imaginaciones.

Discurriendo Johnson sobre esto, reconoce que era absolutamente indispensable que los espíritus revistieran formas materiales; «pero, dice, el poeta hubiera debido asegurar el encadenamiento de su sistema, ocultando el mundo inmaterial á los ojos del observador y haciendo lo posible para que lo olvidara.» Fácil es decir esto; pero ¿cómo podia Milton persuadir á sus lectores de la inmaterialidad? ¿Qué hacer cuando la opinion contraria se habia de tal modo apoderado de los ánimos, que no dejaba espacio siquiera á esa semi-creencia que exige la poesía? Para nosotros tenemos que este era el caso en que se hallaba Milton; y que no pudiendo adoptar por entero ni el sistema inmaterial ni el material, se colocó en el terreno que se liligaba, dejando las cosas envueltas en la duda. Se exponia ciertamente, obrando así, à ser tildado de inconsecuente; pero sin embargo de que bajo el punto de vista Blosófico se hallaba equivocado, bajo el punto de vista de la poesía creeremos siempre que no lo estaba. Además, la empresa, que para cualquiera otro escritor hubiese sido irrealizable, para él fué llana, fácil y asequible; y el talento particular que poseia de comunicar sus impresiones por medio de prolongadas asociaciones de ideas, que dejaban entrever más de lo que decia, le permitió disimular el desacuerdo que no podia evitar.

La poesia que se refiere á los séres del otro mundo debe ser pintoresca y misteriosa al propio tiempo. La poesía de Milton es así; la del Dante es pintoresca por extremo; sus efectos semejan á los que puede producir la pintura y la estatuaria, mas es pintoresca hasta el punto de que excluye todo misterio. Es un defecto, un defecto bueno, si se nos permite la frase; un defecto inseparable del plan del poema dantesco, que hacía necesaria, indispensable, como ya hemos dicho, la más prolija exactitud en las descripciones. Es un defecto, repetimos, porque sus séres sobrenaturales, aunque excitan interes, no es todo el que debieran excitar: comprendemos que podriamos departir con sus espíritus y sus demonios sin experimentar la más leve emocion. Podríamos como D. Juan Tenorio convidarlos á cenar, y comer con buen apelito en su compañía. Y acontece así, porque los ángeles del Dante son hombres honrados y virtuosos con alas, y sus demonios, inhumanos verdugos, de horrenda catadura, y sus muertos, lisa y llanamente, hombres que viven de una muy singular manera.

La escena que tiene lugar entre el poeta y Farinata es justamente célebre, y, sin embargo, Farinata en la tumba ardiente es lo mismo que sería en un auto de fe. Nada puede haber más conmovedor que la primera entrevista del Dante y Beatriz; pero ¿qué pasa en ella que no sea parte á demostrar que es una mujer encantadora, dulce, de suave carácter y amoroso corazon, que vuelve á querer en la otra vida con austera calma y tranquila ternura al amante cuya pasion recuerda, al propio tiempo que detesta sus vicios? Los impulsos á que este trozo debe todo su encanto, así podrian desarrollarse y tener por escenario un pasco de Florencia como la cumbre de la montaña del Purgatorio.

Los espíritus de Milton difieren de los de todos los demas escritores. Sus demonios son creaciones maravillosas, no abstracciones metafísicas, ni hombres malvados, ni bestias feroces armadas de cuernos formidables y de luengas colas, como los demonios descritos por el Tasso y Klopstock, sino que tienen con la naturaleza humana aquella relacion necesaria para ser comprendidos de los seres humanos. Su carácter, como su forma, guarda cierta relacion con el sér bumano; pero sus dimensiones son gigantescas y el todo está envuelto en misteriosa obscuridad.

Los dioses y los demonios de Esquilo podrían, tal vez, mejor que otros, ser comparados con los ángeles y los diablos de Milton: el estilo del ateniense, como ya lo hemos hecho notar, conservaba todavía ciertos rasgos del carácter oriental, y lo propio acontece con su mitologia, á la cual falta la amenidad y la elegancia que caracteriza en general las supersticiones de la Grecia, siendo todo en ella rudo, bárbaro y grande. Las leyendas de Esquilo parecen convenir más á los inmensos y grotescos laberintos de granito eterno en los cuales adoraba el Egipto á su mistico Osiris, ó el Indostan se prosterna delante de sus ídolos de siete cabezas, que à los bosquecillos perfumados y á los esbeltos pórticos á donde acudian sus compatriotas á rendir tributo al dios de la luz y á la diosa de los deseos. Sus dioses favoritos son los de la generacion primera, esto es, los hijos del cielo y de la tierra, on comparacion de los cuales Júpiter mismo era un rapazuelo ó un personaje baladi, esto es, los gigantescos Titanes y las Furias inexorables. La primera creacion de esta especie es Prometeo, mitad demonio, mitad ángel redentor, amigo del hombre, enemigo implacable y aciago del cielo. Prometeo tiene muchos puntos de semejanza con el Satanás de Milton: en ambos encontramos la misma resistencia á obedecer, la misma ferocidad, el mismo indomable orgullo. Ambos tienen, sin embargo, algunos sentimientos generosos y dulces que entran á formar parte de sus caracteres respectivos; pero en proporciones diversas. Prometeo, apénas es bastante sobrehumano; habla demasiado de sus cadenas y de las molestias que le ocasiona su postura; se le ve agitado y abatido; y en cuanto á su propósito, á su resolucion, sólo parece inspirada en que sabe que la suerto de su verdugo está en sus manos, y que llegará à sonar para él la hora de la libertad. Satanás es una creacion de otro órden: el poder de su naturaleza intelectual triunfa de la grandeza infinita de su mal; y así le vemos, en medio de torturas cuya magnitud no alcanza el espíritu sin espantarse, deliberar, tomar resoluciones y hasta triunfar; su ánimo permanece inquebrantable sin ceder, ni vacilar siquiera, á la espada del arcángel Miguel, al rayo de Jehováh, al lago ardiente, al abismo de fuego, á la perspectiva pavorosa de toda una eternidad de continuos sufrimientos; se basta á st propio, se apoya en su energía interna, y no pide auxilio á nada que no sea él mismo, á nada externo, ni siquiera á la esperanza!

Y volviendo ahora al paralelo que hemos querido establecer entre Milton y el Dante, bien quisiéramos añadir que el carácter de la poesia de estos genios participa en gran manera de las cualidades morales de ambos. No son egoistas, y así no imponen sino muy rara vez al lector su personalidad, bien al contrario de esos mendigos de la fama, que excitan la compasion de las gentes inexpertas, ofreciendo en espectáculo la miseria y las llagas de sus corazones. A pesar de esto, seria dificil hallar dos escritores cuyas obras hayan recibido más completamente, áun á su pesar, el sello de sus impulsos personales.

El rasgo distintivo del carácter de Milton era la elevacion del alma; el del Dante, la intensidad de los sentimientos. En cada verso de la Divina Come dia se advierte la aspereza que engendra la lucha del orgullo con el dolor. Bajo este aspecto, tal vez no haya en el mundo una obra más profunda y uniformemente triste; que la melancolia del Dante no era un capricho, ni ménos un efecto de circunstancias externas, sino es un estado del alma, que ni el amor, ni la gloria, ni las luchas terrenales, ni la esperanza del cielo podian disipar. Su tristeza trasformaba y asimilaba todos los consuelos y todos los placeres, de la propia idéntica manera que el maléfico suelo de Cerdeña, cuya aspereza inveterada se percibe hasta en la dulzura de la miel; y para emplear las palabras mismas del poeta hebreo, su espíritu era como la comarca de las tinieblas y de la sombra de la muerte; su carácter lúgubre velaba todas las pasiones de los hombres, el aspecto mismo de la naturaleza, y arrojaba sus lividos reflejos así sobre las floros del Paraiso como sobre la gloria del trono del Eterno. Todos sus rotratos son característicos, y no es posible contemplar los rasgos de su fisonomia, noble hasta la rudeza, las profundas arrugas que surcan sus mejillas, la mirada melancólica y distraida de sus ojos, la desdeñosa y sombría sonrisa de sus labios, sin quedar conven cido de que es el semblante de un hombre demasiado susceptible y altivo para ser feliz.

Como el Dante, Milton fué hombre de Estado y amante, y como el italiano fué desgraciado tambien en sus ambiciones y en sus amores, habiendo tenido la desdicha de sobrevivir á su salud, á su vista, á la felicidad de su hogar y á la prosperidad de su partido. De cuantos hombres eminentes lo distinguieron á los principios de su carrera, unos sucumbieron antes de estallar la tempestad, otros siguieron aborreciendo la tiranía desde tierra extraña, otros pasaron largos años en obscuros calabozos, otros pagaron en el cadalso generoso tributo de sangre á la libertad. Escritorzuelos licenciosos y asalariados, que sólo tenian talento para revestir de formas vulgares bajos y livianos pensamientos, eran á la sazon los autores favoritos del monarca y de su pueblo. Era un rebaño repugnante, comparable sólo al conjunto de monstruos grotescos, mitad hombres, mitad cerdos, que vemos en Como, y que ebrios y ahitos iban de una parte á otra tropezando y cayendo, en medio de danzas obscenas. La noble musa de Milton, inspirada de altísimos pensamientos, pasaba por entre aquella orgía como una mujer honrada y pura por entre una turba de máscaras desenfrenadas, tranquila y serena, sin parar su atencion en las burlas insolentes, en los ademanes provocativos, en las insolencias de una comparsa de sátiros y demonios. Si alguna vez han podido ser excusables la amargura y la desesperacion en un hombre, ha sido en Milton; pero el vigor y la entereza de su espíritu triunfó de todo: ni la ceguera, ni la gota, ni la edad, ni la pobreza, ni las aflicciones demésticas, ni los desengaños políticos, ni las injurias, ni el destierro, ni el abandono fueron parte à turbar la tranquila y majestuosa serenidad de su paciencia. Su carácter no fué nunca vivo y animado; pero sí por estremo igual: fué grave siempre y casi austero; pero no hubo sufrimiento fisico ni moral que lo tornase sombrio ó taciturno, y, al cabo de su vida, despues de haber experimentado cuanta desgracia puede abrumar nuestra existencia: la pobreza, la vejez, la ceguera y los dolores morales con su inmensa pesadumbre, cuando se recogió á su albergue para morir, lo hallamos igual, idéntico á la época en que, en visperas de grandes sucesos, regresaba de sus viajes, en la flor de su vida y de su varonil belleza, rodeado de gloria literaria y lieno de patrióticas esperanzas.

A esta circunstancia debe atribuirse el que habiendo escrito el Paraíso perdido en una época de la vida en la cual las imágenes de la belleza y de la ternura empiezan de ordinario á marchitarse, aun en aquellas almas que no las han visto veladas ú obscurecidas ó borradas, tal vez, á impulsos de la zozobra y del desencanto, Milton lo revistió de cuanto hay de más bello, armonioso y seductor on el mundo físico y moral. Teócrito y el Ariosto no lograron tener un gusto más delicado y exacto del encanto de los objetos exterioros, ni amaron más que él los rayos del sol, las flores, el canto de las aves, los sabrosos frutos con que convida el verano, y la plácida frescura de las fuentes sombrías. Su manera de concebir el amor combina y mezcla y confunde las voluptuosidades del harem oriental, con la galantería de los tiempos caballerescos, y el afecto puro y tranquilo del hogar inglés. Su poesía nos recuerda los maravillosos espectáculos que ofrecen los Alpes, donde las rosas y los mirtos florecen sin helarse junto á la nieve, y en los cuales entre agrestes montañas y picos escarpados se descubren á las veces pintorescos valles cual nunca pudieron ni áun soñarlos las ninfas y las hadas.

Los rasgos más principales del carácter particular de Milton los hallamos en todos sus escritos; pero allí donde más brillan es en los sonetos, obras notabilísimas que han merecido el singular favor de ser radamente tratadas por críticos que no comprendieron la Naturaleza. Los sonetos no contienen rasgos epigramáticos; nada recuerda en ellos la ingeniosa habilidad de Filicaja, ni hay nada en su estilo que semeje los duros y brillantes esmaltes del Petrarca; son á manera de sencillos, pero majestuosos anales de los sentimientos del poeta, escritos sin el atavío y las galas que há menester una obra destinada a entrar bajo el dominio público, sino es cual pudieran estarlo sus memorias íntimas. Un ataque imprevisto contra la ciudad, una victoria, un momentáneo acceso de abatimiento ó de alegría, una frase lanzada contra uno de sus libros, un sueño que le devolviera por cortos instantes la imágen querida que la muerte le oculto para siempre, le hacian formular sus pensamientos y sus meditaciones en verso. La unidad y la severidad que caracterizan á estos fragmentos nos recuerdan la antologia griega, ó mejor aún las oraciones de la liturgia anglicana: el poema, por ejemplo, tan noble y elevado que le inspiraron las matanzas del Piamonte, no es otra cosa que una plegaria en verso.

Los sonetos son más é ménos notables, segun que las ocasiones que los inspiraban eran más o menos importantes; pero todos, sin excepcion alguna, se hallan penetrados de tanta majestad y grandeza de alma, que no sin pena les hallaríamos algo parecido en su género.

Por otra parte, no sería prudente deducir consecuencias positivas en órden al carácter de un escritor de pasajes en los cuales sólo habla de sí mismo. Pero las cualidades que atribuimos á Milton, aun cuando son más salientes en aquellas de sus obras que tratan de sus sentimientos personales, tambien se hallan en todas las páginas de sus libros é imprimen á todos sus escritos en prosa y verso, en latin, en inglés y en italiano un aire de familia muy pronunciado.

La conducta política de Milton fué la que podia esperarse de un hombre dotado de alma tan elevada y de tan poderosa inteligencia. Vivió en una de las épocas más memorables de la historia de la humanidad, en el momento más crítico de la gran lucha entre Oromasdes y Arimanes, entre la libertad y el despotismo, entre la razon y las preocupaciones; lucha que no se habia trabado en provecho de una sola generacion ni de un solo pueblo; que los destinos de la especie humana se hallaban empeñados en ella del propio modo que los del pueblo inglés. Entonces fué cuando se proclamaron por la primera vez los grandes principios que se abrieron paso hasta los más recónditos bosques de la Amé rica, que arrancaron la Grecia á la esclavitud y al rebajamiento que sufria de muy antiguo, y que, del uno al otro confin de Europa, comunicaron un fuego imposible de extinguir al corazon de los oprimidos, infundiendo un miedo ántes nunca sentido en el pecho de los opresores.

Milton fué el más decidido y el más elocuente campeon literario de estos principios, cuando áun se hallaban en la cuna, por decirlo así, y tenian 3 necesidad de quien amparase y defendiera su existencia. No hemos menester decir cuánto admiramos su conducta política; mas al propio liempo no se nos oculta que una gran parte de sus compatriotas la encuentra indisculpable. La guerra civil ha sido uno de los puntos más discutidos y ménos bien apreciados de la historia de Inglaterra. Los amigos de la libertad entraron en la lucha con la desventaja de que se lamentaba tan amargamente el leon de la fábula, porque, aun cuando fuesen vencedores, ellos no pintaban el cuadro. Es lo cierto que las Cabezas redondas hicieron cuanto estuvo de su parte para desacreditar y arruinar la literatura, y que ésta tomó sobre sus enemigos el desquite que siempre toma sobre los que la infieren daño. El mejor libro en su favor de cuantos se escribieron por aquel entonces, fué la simpática relacion de Mistress Hutchinson, pues si bien la historia del Parlamento de May es buena, se detiene en el momento más interesante de la lucha, y el trabajo de Ludlow es violento y falto de ingenio, y la mayor parte de los escritores que han intentado despues defender su causa, como Oldmiron y Catalina Macaulay, por ejemplo, han dado más pruebas de celo que de talento y de buena fe.

De la otra parte se hallan, por el contrario, las obras históricas más populares y que más autoridad gozan en la lengua inglesa: las de Clarendon y Hume. La primera, no sólo está bien escrita y llena de noticias y dalos preciosos, sino es que tiene una dignidad y una sinceridad en sa narracion que hace sim.

páticos y respetables hasta las mismas preocupaciones y errores en que abunda. A su vez, Hume escribió una relacion bella por extremo, tanto que la gran mayoría del público ilustrado se inspira y sigue benévolamente sus opiniones, sin parar mientes en que odiaba de tal modo la religion, que detestaba la libertad por haber sido su aliada, y que defendió la causa de la tiranía con la habilidad de un abogado, aparentando imparcialidad y grande amor à la justicia.

La conducta política de Milton merece aprobacion ó censura, segun que parezca justificada ó no la conducta de la nacion con Cárlos I. Y como nos ocurre que no carece de interes consagrar algunas páginas al exámen de osta cuestion, vamos á tratar de ella á seguida. No la discutiremos en el terreno de las razones generales; no iremos tampoco á remontarnos á los primeros principios de los cuales se deduce el derecho que todo gobierno tiene á ser obedecido. Podríamos aprovecharnos de las ventajas que esto nos daría; mas renunciamos á ellas de buen grado, porque nos hallamos tan convencidos de nuestra superioridad en este punto, que nos sentimos dispuestos á imitar la altiva generosidad de aquellos antiguos caballeros que hacian juramento de entrar en liza sin casco ni peto, renunciando de antemano á favor de su contrario las ventajas del sol y del viento. Trataremos la cuestion constitucional despojada de todo atavío, y partiendo de ella, diremos que cuantas razones se han hecho valer en favor de la revolucion de 1688, pueden aplicarse con justicia, cuando ménos igual, en pro de la que se llama la Gran Rebelion.

No más que bajo un aspecto, á nuestro parecer, pueden decir los partidarios más celosos de Cárlos I que fué mejor rey que no su hijo, y es porque no era papista[2] de hecho y de derecho; y decimos así, porque Cárlos mismo y Laud, su hechura, at abjurar las inocentes insignias del papismo, conservaron sus vicios más peligrosos, á saber: la sumision absoluta de la razon á la autoridad, la preferencia de la forma al fondo, la pasion pueril de las gazmoñerías místicas, la idolátrica veneracion por el carácter sacerdotal, y ante todo y sobre todo la intolerancia más despiadada. Damos de lado à todo esto, y concedemos que Cárlos fué buen protestante. Aun así, afirmamos que á pesar de su protestantismo, la situacion que él creó en nada es diferente de la de Jacobo II.

Mucho y muy groseramente se han desnaturalizado los principios de la Revolucion, y ahora, tal vez, más que nunca, porque existe una manera de hombres que al propio tiempo que aparentan respetar los grandes nombres y los grandes hechos de los tiempos pasados, jamás los estudian sino es con el propósito de hallar en ellos excusa para los abusos presentes. En todo precedente respetable, dejan á un lado lo esencial para fijarse en lo accidental, ocultan lo que es útil y proponen como ejemplo lo defectuoso; y si se presenta un gran modelo, digno de ser imitado, ofreciendo, no obstante, algun punto vulnerable, defectuoso, malsano, esas moscas literarias se precipitan á seguida sobre él con fruicion repugnanle. Y si, á pesar de esto, ven que sus esfuerzos no logran del todo el fin propuesto, entonces tratan de que su trabajo sirva al menos «para pervertir y corromper las buenas acciones del personaje, sacando del bien mismo elementos para causar el mal[3]

Estas gentes cierran los ojos para no ver las ventajas que la Inglaterra debe á su Revolucion. La expulsion de un tirano, el reconocimiento solemne de los derechos populares, la seguridad, la libertad, la tolerancia, todo es nada para ellos. Hubo una secta que por causas pasajeras fué necesario mantener bajo estrecha vigilancia y opresion; una parte del imperio se halló en circunstancias tan desfavorables, que sus padecimientos fueron necesarios á nuestro bienestar, su esclavitud á nuestra libertad; hé aquí las partes de la Revolucion que los politicos de que hablamos gustan de considerar, y que les parecen ántes desvirtuar que no justificar hasta cierto punto los muchos bienes que ella produjo. Hábleseles de Nápoles, de España ó de la América del Sur, y se les verá trasformados en partidarios celosos del derecho divino que, bajo el apodo de Legitimidad, volvió á Inglaterra como un criminal que vuelve de la deportacion. Hábleseles de la miseria de Irlanda, y entónces Guillermo III será un héroe; y Somers y Shrewsbury serán grandes hombres á sus ojos. Sin embargo, la Revolucion es una época gloriosa de la Gran Bretaña.

Ahora bien; las atrevidas afirmaciones de estas gentes han logrado persuadir, al fin, á gran parte del público de que Jacobo II fué expulsado únicamente por ser católico, y de que la revolucion fué una obra esencialmente protestante, lo cual no es exacto. Porque saben cuantos conocen la historia de aquel periodo con alguna más extension que se contiene en el compendio de Goldsmith, que si el rey Jacobo hubiera guardado para si sus opiniones religiosas sin tratar de hacer prosélitos, ó si, deseando hacerlos, hubiera consentido no empleará este fin sino su poder constitucional, nadie habria pensado en el príncipe de Orange. Nuestros antepasados sabían lo que querian, y á creerlos, su hostilidad iba derechamente á la tiranía, no al papismo, y así, no expulsaron al tirano por católico, sino por que se persuadieron de que los católicos en el trono serian tiranos. La razon por la cual declararon el trono vacante, fué la de «que Jacobo habia violado las leyes fundamentales del país:»> por eso los que aprueban la revolucion de 1688, deben admitir que la violacion de las leyes fundamentales del reino por el monarca justifica la resistencia por parte de los súbditos. Queda, pues, reducida la cuestion à saber si Cárlos I violó, en efecto, las leyes fundamentales de la Gran Bretaña.

Es imposible contestar negativamente á esta pregunta, á ménos de poner en duda, no sólo cuantas acusaciones formularon sus enemigos, sino lo expuesto por los mismos realistas y las propias declaraciones del Rey. Ahora bien, si los historiadores han dicho verdad al referir los sucesos de este reinado, la conducta de Cárlos, desde su advenimiento hasta la reunion del Parlamento Largo, no fué sino una prolongada serie de opresiones y perfidias. Que citen los que aplauden la Revolucion y condenan la Rebelion un solo acto de Jacobo II, cuyo semejante no se halle en la historia de su padre; que señalen un solo artículo de la declaracion de derechos presentada por las Cámaras á Guillermo y á María que Cárlos no haya violado, como todos reconocen. Sus amigos son los primeros en afirmar que usurpó las facultades del poder legislativo, que impuso contribuciones sin el consentimiento de las Cámaras, y que mandó alojar tropas en el domicilio de los ciudadanos de la manera más vejatoria. No pasó una sola legislatura sin que fuera señalada por algun ataque à la libertad de los debates; violó groseramente el derecho de peticion, y cada día nuevas sentencias arbitrarias, nuevas multas y nue vas prisiones venian á aumentar las quejas de sus vasallos. Si esto no es parte á justificar la resistencia, la Revolucion fué una alevosia; pero si la justiAlca, la Gran Rebelion fué digna de aplauso.

Pero, se dice, ¿por qué no adoptar medidas más suaves? ¿Por qué prosiguió el Parlamento aumentando sus exigencias á riesgo de provocar la guerra civil cuando el rey habia consentido tantas reformas y renunciado à tantas vejatorias prerogativas? Cárlos habia suprimido el impuesto sobre los buques, abolido la Cámara Estrellada y provisto á la frecuente convocacion de los Parlamentos y á la libertad de sus deliberaciones. ¿Por qué, pues, no proseguir la obra comenzada por medios regulares y pacíficos? Esto nos hace volver á la anatogía con la revolucion ¿Por qué Jacobo II fué expulsado del trono? ¿Por qué no lo mantuvieron en él bajo ciertas condiciones? Tambien había prometido convocar un Parlamento libre y someter á su deliberacion todas las cuestiones importantes. Pero es lo cierto que los ingleses tienen la costumbre de recordar con gratitud la obra de sus antepasados que les libertó del yugo de un tirano conocido y probado, áun siendo à costa de la revolucion, de la sucesion reflida, de la dinastía extranjera, de veinte años de guerras intestinas y exteriores, del ejército permanente y de la deuda nacional. El Largo Parlamento procedió asi, y merece por ello la gratitud del pueblo inglés. Tampoco podia ser de otra manera, ni ménos tener confianza en el Monarca. El Rey habia, es cierto, otorgado muchas concesiones saludables; ¿pero qué garantizaba de que no serian violadas? Habia renunciado à ciertas prerogativas; pero ¿quién respondía de que no volveria á recabarlas? La nacion tenía que habérselas con un hombre à quien ningun compromiso parecia obligar; que así hacía las promesas como las quebrantaba, y que cien veces habia empeñado su palabra, sin cumplirla nunca.

El Largo Parlamento se encuentra aquí en más sólido terreno que la Convencion de 1688, porque ningun acto de Jacobo II puede compararse á la conducta de Cárlos I à propósito de la peticion de derechos. Los lores y los comunes le presentan una ley que define los límites constitucionales de su poder. Vacila, elude, y, al fin, merced å un contrato, promete dar su asentimiento si la Cámara vota cinco subsidios. La ley recibe su sancion solemne y se votan los subsidios; mas, no bien el tirano los recibe, cuando anula sus pactos y viola todas las cláusulas del acta que habia prometido cumplir y cuyo precio habia cobrado.

La nacion habia visto violados durante diez años unos derechos que le pertenecian con el doble titulo de la herencia inmemorial y de la adquisicion reciente, cuando las circunstancias obligaron á Cárlos I á convocar otro Parlamento. Se presentaba una ocasion de reconquistar lo perdido. ¿Podian nuestros padres dejarla pasar? ¿Podian dejarse burlar de nuevo? ¿Podian votar subsidios bajo la fe de promesas á las cuales habia el Rey faltado tantas veces? ¿Podian acudir de nuevo respetuosamente á los piés del Trono con la peticion de derechos, hacer concesiones á cambio de una nueva ceremonia sin valor ninguno, y volver á sus hogares tranquilamente hasta que el Príncipe, al cabo de otros diez años de fraude y de opresion, acudiera á ellos menesteroso de subsidios para pagarles su nueva candidez con nuevo perjurio? Era forzoso escoger entre flarse del tirano o vencerlo. Creemos que la eleccion de nuestros antepasados fué digna y prudente.

Los abogados del Rey, como los de tantos otros malhechores contra los cuales se aducen testimonios irrecusables, se niegan por lo general á entrar en discusion sobre los hechos y se limitan á llamar la atencton acerca de su carácter, acerca de sus virtudes privadas principalmente! ¿Pero Jacobo II'carecia de ellas? ¿Acaso Cromwell, al decir de sus más encarnizados enemigos, estaba desprovisto de virtudes? Pero, ¿cuáles son las virtudes atribuidas á Cárlos I? El celo religioso, tan profundo como en su hijo, tan estrecho y pueril como en él, con el aditamento de algunas de esas virtudes domésticas que la mitad de las losas sepulcrales de Inglaterra declaran haber tenido en vida aquellos cuyos despojos cubren. ¡Buen esposo! ¡Buen padre! ¿Y esto puede ser parte á librarlo de la responsabilidad de quince años de persecuciones, de tiranía y de perjurios?

Si lo acusamos de haber quebrantado el juramento que prestó el dia de su coronacion, se nos contesta diciendo que fué consecuente y fiel á su esposa! Si lo acusamos de haber abandonado su pueblo á las venganzas despiadadas de un prelado, contestan que asentó sobre sus rodillas á su hijo y que le besó! Si lo acusamos de haber violado los artículos de la peticion de derechos, despues de haber prometido guardarlos y cumplirlos á cambio le una cantidad convenida, contestan que asistia puntualmente todas las mañanas, á las seis, á su capilla!

Razonamientos de esta índole, unidos al efecto que produce su retrato vestido á la Van Dyck, su rostro hermoso y su barba, deben haber contribuido de una manera eficaz á darle la popularidad de que goza entre los hijos de la generacion presente, no otra cosa.

Por lo que á nosotros respecta, no comprendemos el sentido de la frase tan usual: «Fué hombre virtuoso, pero mal rey,» porque tanto valdria decir que un hombre virtuoso fué padre desnaturalizado, ó que un hombre virtuoso fué pérfido amigo; que juzgando el carácter de un individuo, no podemos dispensarnos de tener en cuenta su conducta en la más importante de las relaciones humanas, y si hallamos que en esta relacion ha sido egoista, cruel y pérfido, lo calificaremos de malo, por mas que sea morigerado en la mesa y devoto hasta el exceso.

Diremos tambien algunas palabras acerca de un punto que los defensores de Cárlos gustan de tratar. Si gobernó mal á su pueblo, dicen, lo gobernó á ejemplo de sus predecesores; si violó los privilegios de sus vasallos, fué porque no se hallaban perfectamente definidos, y no es posible imputarle un acto de opresion cuyo semejante no se halle en los anales de los Tudors. Acerca de esto ha escrito Hume con arte y habilidad tan impropia en un historiador come admirable en un abogado. La respuesta es fácil y breve. Cárlos habia consentido en la peticion de derechos; habia renunciado al poder arbitrario que se pretende ejercieron sus predecesores, todo ello mediante sumas de dinero: no tenía, pues, derecho á invocar sus anteriores pretensiones cuando habia renunciado á ellas.

Esto es tan evidente, que parece supérfluo insistir en ello; pero los que saben cuánto se han desnaturalizado los sucesos de aquel tiempo, no hallarán que huelga en este momento una sencilla exposicion de los hechos.

Los enemigos del Parlamento consienten raras veces en empeñar la lucha sobre las grandes cuestiones en litigio, y se contentan con referir algunos de los crímenes y algunas de las locuras é intemperancius á que los trastornos y perturbaciones profundas dan ocasion: lamentan la injusta suerte de Strafford; cubren de invectivas la desenfrenada violencia del ejército; escaruecen los nombres bíblicos de los predicadores; dicen que la Gran Rebelion no produjo más que generales que saqueaban sus distritos, soldados que se enriquecian de los despojos del pueblo, personajes improvisados que hacían su agosto en los bienes de la aristocracia, tomando por asalto sus casas y haciendo leña de sus bosques seculares; pilluelos que rompian á pedradas las vidrieras de las catedrales; cuákeros que se paseaban desnudos á caballo por las plazas; hombres que pedian con grandes voces el rey Jesus, y agitadores estrafalarios que, haciendo púlpito de las cubas y templo de las tabernas, predicaban de la suerte del rey Agag.

Aun cuando estas acusaciones fueran más graves, no alterarian en lo más mínimo el concepto que nos hemos formado de un suceso que por sí solo ha bastado á mudar nuestra situacion política, trocando en ciudadanos de un pueblo libre á los que ántes de él eran siervos de un tirano. La guerra civil produjo gran cosecha de males, es cierto; mas ellos fueron el precio de la libertad conquistada. ¿Valia la adquisicion lo que costó? El demonio de la tiranía es de tal naturaleza, que antes de abandonar el cuerpo en que ha vivido lo destroza de tal modo, que los sufrimientos que produce allí donde mora, con ser intensos, profundos y crueles, áun son ménos horribles que aquellos que ocasiona en el momento de dejarlo, cediendo à la fuerza del conjuro.

Si fuera posible que un pueblo educado bajo un sistema de intolerancia y de despotismo derrocara ese sistema sin cometer actos de crueldad y de locura, caerian por su base la mitad de nuestras objeciones contra el poder absoluto, y por lo menos tendríamos que reconocer que no produce ningun efecto pernicioso en el carácter intelectual y moral de los pueblos. Deploramos las violencias que son el séquito de las revoluciones; pero cuanto más grande es la fuerza de sus embates, más nos persuadimos de su necesidad; que la intensidad de la violencia está siempre en relacion con la barbarie y la ferocidad del pueblo, y éstas con la opresion y el rebajamiento en que ha vivido. Así sucedió durante la guerra civil de Inglaterra. Los jefes de la Iglesia y del Estado recogieron la cosecha de lo que sembraron. El gobierno habia cerrado la puerta á toda discusion y hecho cuanto pudo para mantener al pueblo en la ignorancia de sus deberes y de sus derechos. La retribucion fué natural y justa, y si los gobernantes sufrieron las consecuencias de la ignorancia popular, fué porque ellos mismos arrojaron al abismo la llave de los conocimientos. El pueblo los atacó a todos con furor ciego, es cierto; pero tambien lo es que ellos le habian vendado ántes los ojos.

Es lo propio de las revoluciones presentar siempre à la vista su lado malo. Los hombres han menester de libertad algun espacio antes que sepan usar de ella. Asi vemos que son sobrios los que habitan en parajes abundantes de viñedo, y que la intemperancia reina en aquellos climas que no producen la vid.

Por tal manera, puédese comparar un pueblo nuevamente libertado, con un ejército que viniera del Norte y acampara en las orillas del Rhin ó del Guadalete; porque los soldados que nunca gustaron del precioso licor, al tenerlo en abundancia se entregan á la embriaguez; mas luego el uso les enseña prácticamente la moderacion, y basta algun tiempo para trasformar en hombres sobrios y morigerados á los que en un principio estaban ebrios en toda ocasion. Del propio modo los frutos definitivos y permanentes de la libertad son la sabiduría, la moderacion y la clemencia. Sus efectos inmediatos son las más de las veces crímenes atroces, combates terribles de unos errores con otros, engendrar el escepticismo en órden á cuestiones evidentes, y formular pretensiones dogmáticas sobre aquellos puntos que se antojan más misteriosos. En ese momento es cuando sus enemigos se complacen mostrándola con el dedo; y derribando los andamios que rodean el no concluido edificio, dejan al descubierto nubes de polvo, materiales diseminados, desórden & irregularidad por todas partes, y preguntan con despreciativa sonrisa: ¿dónde está la magnificencia y la belleza prometida? Si tan miserables sofismas pudieran prevalecer, ciertamente no exis tiria en el mundo ni un buen gobierno ni una buena casa.

El Ariosto reflere la historia de una hada que, por ley misteriosa de su destino, parecia en ciertas épocas del año bajo la forma de venenosa serpiente, recobrando luego la hermosura celestial que le era propia, y que, entonces, aquellos que la hicieron mal en el periodo de su trasformacion en reptil repugnante, quedaban excluidos para siempre de las mercedes que podia dispensar, miéntras hacía objeto de su predileccion á cuantos la protegieron ó se dolieron de su mal, colmándolos de bienes y de felicidad, y dándoles ventura en amor y en lides. La libertad es un espíritu igual. La vemos á las veces trasformada en asqueroso reptil, arrastrando sus anillos por el suelo, dando silbidos que ponen miedo en el corazon, y clavando sus dientes é inoculando su ponzoňa. Pero, ¡ay de aquellos que intenten aplastar su cabeza! ¡Dichosos de aquellos que, a pesar de su forma repugnante, la dejan pasar sin causarle daño, porque ellos recibirán la recompensa cuando llegue la hora de su hermosura y de su gloria!

Solo hay un remedio para los males que produce la libertad recien conquistada, y es la libertad misma. Cuando un preso sale por primera vez de su calabozo, no puede soportar la luz del dia, ni distinguir los colores, ni reconocer los objetos. Pero el remedio no consiste entonces en volver á encerrarlo en más lóbrega prision, sino es en acostumbrarlo lentamente á la luz. El resplandor de la libertad deslumbra y trastorna en un principio á los pueblos que han pasado largo tiempo en las tinieblas de la servidumbre; mas, si persisten con los ojos abiertos, luego se familiarizan con él. Con el tiempo los hombres aprenden á razonar; la violencia de las opiniones se calma y se sosiega; las contrarias teorías se corrigen reciprocamente; los elementos dispersos de la verdad cesan su lucha y se funden, y el órden y la justicia, erigidos en sistema, surgen del caos.

Los políticos de la época presente acostumbran á establecer como principio de verdad incontrovertible y evidente por aí misma, que ningun pueblo debe ser libre antes de hallarse en aptitud de usar de su libertad; máxima digna de aquel loco que determinó de no echarse al agua hasta saber nadar, porque si los hombres hubieran de aguardar la libertad hasta que el ejercicio de la esclavitud los hiciera dignos de ella por su prudencia y su virtud, esperarian siempre en vano.

Hé aquí por qué precisamente aprobamos la conducta de Milton y de los hombres honrados que, à despecho de cuanto habia de repugnante y de ridículo en la conducta de sus aliados, permanecieron fieles á la causa de las libertades públicas. No creemos que nadie haya acusado al poeta de tomar parte en los censurables excesos de su época; en cambio, condenan sus enemigos la línea de conducta que adoptó respecto de la ejecucion del Rey. Por lo que á nosotros respecta, reprobamos la sentencia de Cárlos; pero tambien diremos, impulsados de la justicia que debemos á los hombres eminentes que en ella tomaron parte, y sobre todo á Milton que la defendió, que nada es más absurdo que las recriminaciones bajo cuyo peso se abruma á los regicidas desde hace ciento sesenta años.[4] Nos hemos abstenido constantemente de apelar á cierto órden de ideas, y no recurriremos ahora á ese medio; pero si volveremos à recordar el caso análogo de la Revolución, preguntando: ¿Qué diferencia esencial existe entre la ejecucion del padre y el destronamiento del hijo? ¿Cuál es la máxima constitucional que se aplica al primero y no al segundo? Si el rey no puede causar mal ninguno, tan inocente fué Jacobo como pudo serlo Cárlos. Si sólo es responsable de los actos del monarca su ministro, ¿por qué no acusar á Jefferies, dejando libre à Jacobo? Si la persona del rey es sagrada é inviolable, ¿podrá decirse que así fué considerada en la batalla de la Boyne? Porque se nos antoja que se halla muy cerca de ser regicida el que manda hacer fuego sobre las masas en que sabe se halla su rey. No debe olvidarse nunca tampoco que Cárlos fué condenado á muerte por aquellos à quienes habia exasperado su conducta hostil por muchos años, por hombres que nunca estuvieron unidos á él con otros vínculos que los que le unian á los demas ciudadanos, mientras los que destronaron á Jacobo, y sobornaron su ejército, y lo hicieron abandonar de sus amigos, y comenzaron por aprisionarlo en su palacio, concluyendo por expulsarlo de él, no sin atormentarlo ántes y vejarlo de una manera brutal, y lo persiguieron à sangre y fuego hasta los confines de su imperio, y ahorcaron y arrastraron y descuartizaron á sus parciales, y condenaron á muerte civil à su inocente heredero, eran su sobrino y sus dos hijas. Cuando reflexionamos acerca de estas cosas no podemos explicarnos cómo las mismas personas que el 5 de Noviembre dan gracias al Señor por haber conducido maravillosamente à Guillermo hasta las gradas del trono, dándole la victoría en todas partes, pueden temer el 30 de Enero que la sangre del rey mártir caiga sobre sus cabezas y las de sus hijos.

Desaprobamos, lo diremos una vez más, la ejecucion del rey Cárlos, no porque la Constitucion declare al rey exento y libre de responsabilidad; que bien sabemos que estas máximas, por excelenles que sean, tienen á las veces sus excepciones; ni tampoco porque el carácter del monarca decapitado nos inspire la menor simpatía; que su sentencia de muerte lo definia con perfecta justicia calificándolo de «tirano, traidor, asesino y enemigo del pueblo, sino porque nos hallamos intimamente persuadidos de que el regicidio fué muy perjudicial à la libertad. La persona de Cárlos era una garantía, y al desaparecer, los realistas trasmitian sus derechos en toda su integridad á su hijo, que estaba libre. Los presbiterianos no hubieran podido reconciliarse nunca por completo con el padre; mas contra el hijo ningun odio tenian. Por otra parte, la gran mayoría del país se mostró tan opuesta á la ejecucion de Cárlos I, que, áun siendo inmotivada su actitud, ningun gobierno podia arrostrarla sin cometer grave imprudencia.

Pero así como hallamos censurable la conducta de los regicidas, la de Millon nos aparece bajo muy distinto aspecto. No era posible resucitarlo. El mal estaba hecho; lo prudente, lo patriótico, era alenuarlo. Eso hizo Milton. Así es que al propio tiempo que. hallamos censurable la conducta de los jefes del ejército por no haber cedido à las corrientes de la opinion pública, reputamos digna de alabanza la del poeta por haber tratado de cambiar su curso. El propio impulso que nos hubiera vedado cometer el acto, nos habria movido, una vez perpetrado, á defenderlo y preservarlo de los trasportes de servilismo y de supersticion del pueblo inglés. Por amor á las libertades públicas, hubiéramos deseado que no se hiciera lo que la nacion desaprobaba; mas, tambien por amor á las libertades públicas, hubiéramos querido que la nacion aprobase lo hecho.

Si alguna justificacion hubiera necesitado Milton, el miserable libro de Salmasio hubiera proveido á ella, inspirando la refutacion que se contiene en el Enea magni dextra. La obra de Salmasio no pasa hoy, con justicia, sino por una advertencia á los charlatanes literarios que aspiran á trasformarse en hombres de Estado; pero entonces no era así, ni la generalidad de las gentes alcanzaba la distancia que separa al erudito del filósofo político. Además, y en este punto no es lícita la duda, un tratado suscrito por el nombre de un crítico tan eminente como era su autor y que atacaba los principios fundamentales de todos los gobiernos libres, hubiera producido peligrosos efectos en el espíritu público quedando sin respuesta.

Otro de los puntos que los enemigos de Milton se complacen en tratar, es el de su conducta durante la administracion del Protector. Cierto es que á primera vista se antoja extraordinario que el adorador apasionado de la libertad aceptase un empleo bajo un usurpador militar; pero no lo es menos tambien que las circunstancias en que à la sazon se hallaba el país eran todas extraordinarias. La ambicion de Oliverio Cromwell no era una ambicion vulgar; nada indica, por otra parte, que hubiera deseado el poder absoluto; comenzó combatiendo sinceramente y con denuedo por el Parlamento, y no lo abandonó hasta que el Parlamento faltó á sus deberes; si lo disolvió de una manera violenta, fué cuando se apercibió de que los individuos que áun quedaban en él, al cabo de tantas muertes, renuncias y expulsiones, querian levantarse con un poder del cual sólo eran depositarios, para imponer á su patria una oligarquía veneciana; y cuando, despues, se vió á la cabeza de los negocios por la fuerza de las circunstancias, no sólo no se alzó con la dictadura, sino que dotó á su patria de una Constitucion infinitamente más perfecta que todas cuantas hasta entonces se conocian en el mundo, reformando el sistema representativo de tal modo, que mereció los elogios del mismo lord Clarendon. Pidió, es cierto, que su lugar fuese el primero en el Estado; pero con un poder y facultades que no excedian de las de un stathouder holandes ó de un presidente americano. Dió voto al Parlamento en la eleccion de los ministros; le abandonó por entero el poder legislativo sin reservarse el veto sobre sus actos, y no exigió que la primera magistratura de la nacion fuera hereditaria en su familia. Si hasta aquí se examinan imparcialmente las circunstancias y las ocasiones de engrandecerse en que se halló Cromwell, parécenos que nada perderá si se le compara con Bolivar ó con Washington. Si, despues, á su moderacion hubieran respondido con la moderacion debida, es lógico pensar que no se hubiera apartado de la línea de conducta que se trazó á sí propio en un principio; mas al apercibirse de que sus Parlamentos discutian su autoridad, y de que corria gravísimo peligro de verse despojado del poder tan restringido que tenía y que era absolutamente indispensable á su seguridad personal, fuerza es convenir en que adoptó una política más arbitraria.

Sin embargo, persuadidos como lo estamos de que las intenciones de Cromwell fueron honradas al principio, de que si se apartó luego de la noble y digna línea de conducta que se trazó, fué forzado de circunstancias irresistibles; de que la capacidad y la energía de su brillante administrasion fué admirable, como no abogamos por la causa del poder absoluto, aun en manos del Protector, diremos que una buena Constitucion vale infinitamente más que el mejor de los déspotas. Añadiremos, en descargo de Cromwelt, que las circunstancias aquellas lo eran de prueba, los momentos dificiles por todo extremo, y la violencia de las querellas políticas y religiosas tan incontrastable, que hacía imposible fundar nada bueno y permanente, y habia que escoger, no entre Cromwell y la libertad, sino entre Cromwell y los Estuardos.

Nadie podrá dudar de la buena eleccion de Milton cuando se comparan con imparcialidad los sucesos del Protectorado con los de los treinta años siguientes, que fueron los más tristes y vergonzosos que registran los anales ingleses. Cromwell asen+ taba positivamente los cimientos de un sistema admirable, por más imperfecto que fuese su modo de proceder. Jamás ántes se habia gozado de la libertad religiosa y de discusion como entonces; jamás estuvo el honor nacional mejor defendido en el exterior, ni resplandeció más vivamente el imperio de la justicia en el interior; y hubiera sido diffeil excitar el resentimiento de aquel usurpador liberal y magnánimo á no extremar la oposicion contra él, llegando hasta la rebeldía. Las instituciones que creó, tal y como se hallan consignadas en el Instrument of Government y en la Humble petition and advice, son excelentes. En la práctica se alejó con frecuencia, fuerza es reconocerlo, de la teoría de estas instituciones; pero, si hubiese vivido algunos años más, es probable que sus instituciones hubieran pasado á la posteridad y que sus prácticas arbitrarias pasaran con él. Y como su poder no se hallaba consagrado por añejas preocupaciones, sino que se mantenia únicamente por sus altas prendas personales, de aquí que nada debiera temerse de un segundo Protector, á ménos que no reuniera las condiciones de un segundo Cromwell. Los acontecimientos que siguieron à su muerte son la justificacion más completa de los que se esforzaron por sostener su autoridad, porque con su muerte se destruyó todo el edificio social: el ejército se sublevó contra el Parlamento, y los diversos cuerpos del ejército, unos contra otros; cada secta cubrió de invectivas á las demas; cada partido conspiró contra sus rivales, y los presbiterianos, ganosos de vengarse de los independientes, sacrificaron su propia libertad y abjuraron de todos sus principios; y sin atender á lo pasado, sin exigir una sola garantía para lo porvenir, pusieron su libertad á los piés del más frívolo y frio de los tiranos.

Entonces fué aquel tiempo que no puede recordarse sin rubor; tiempo de servidumbre y de vasallaje sin fidelidad; de sensualismo y licencia sin antor; de talentos pigmeos y de vicios gigantes; paraíso de corazones frios y de inteligencias mezquinas y vulgares; edad de oro de la bajeza, de la hipocresía y del servilismo; cuando el rey se humillaba á su rival para mejor hollar y abatir á su pueblo, y se hacia á manera de virey del monarca frances, para de esta suerte recibir sus mandatos, sus insultos y su oro, más degradante aún que sus ultrajes; cuando las coqueterías de mujeres sin pudor y las burlas de los bufones regian la política del Estado; cuando el gobierno sólo tenía aptitud para engañar y religion para ser intolerante y perseguidor; cuando los principios de libertad fueron objeto de escarnio para los palaciegos; cuando en todos los lugares habitados por los partidarios de los Estuardos se adoraba á Cárlos y á Jacobo jantamente en el mismo altar, y se envolvia en nubes de incienso á estos nuevos Belial y Moloch, y cuando la Inglaterra, para hacerse propicios ambos vergonzosos ídolos, sacrificaba en sus aras la sangre de los más nobles y bizarros de sus hijos; y de esta suerte el crimen siguió al crimen como la sombra al cuerpo, y la infamia á la infamia, hasta que los Estuardos, maldecidos de Dios y de los hombres, fueron expulsados por segunda vez para ir á errar por el mundo y concluir siendo el escarnio de las gentes.

La mayor parte de las observaciones que acabamos de hacer en orden al carácter público de Milton, le son sólo aplicables en su calidad de parte de un gran todo; y á fin de que resaiten y sobresalgan más algunos de los rasgos que lo distinguen de sus contemporáneos, vamos á recorrer rápidamente los bandos que á la sazon dividian el mundo político. Ante todo diremos que nuestras observaciones van enderezadas tan sólo á los que sinceramente se hallaban afiliados á su respectivo partido, no á ciertas gentes que lo parecian sin estarlo en realidad, porque sabido es que en los tiempos de alteracion y de trastorno sigue á las facciones políticas como á los ejércitos en Oriente gran muchedumbre de vagabundos, gente inútil y cobarde, que busca arrimo y proteccion, que siempre merodea entre los despojos, y que se halla dispuesta en toda ocasion de adversa suerte á desertar del campo en que medró para pasarse al contrario y ayudar al enemigo en daño del antiguo protector, si así conviene.

En la época de que hablamos abundaban en Inglaterra esos políticos inconstantes y egoistas, que asi daban como negaban su apoyo a todos los gobiernos sucesivamente, que así se arrastraban á los piés del rey en 1640, como lo escarnecian on 1649; que así aplaudian cuando Cromwell era proclamado en Westminster, como cuando lo desenterraban para ahorcarlo en Tyburn, y que así hacian una cosa como otra, como todas, segun las circunstancias y los tiempos y las conveniencias de su estómago, sin asomo de vergüenza, sin pudor alguno, sin asco de sí propios. No es de esa gente depravada y despreciable de la que vamos á tratar, sino de los partidos políticos, juzgándolos por los hombres que militaban en ellos y merecian ser calificados de verdaderos hombres de partido.

Mencionaremos primero á los puritanos, que constituyen, tal vez, la más notable agrupacion que se baya formado en el mundo. Las partes odiosas y ridiculas de su carácter aparecen en la superficie, y es fácil advertirlas á primera vista, como lo han notado varios observadores atentos y no nada benévolos por cierto. Durante algunos años, y ya bien entrados los de la Restauracion, fueron el punto de mira de las burlas y de las invectivas más acerbas por parte de la prensa y de los autores dramáticos Bueno es advertir que nunca fué mayor tampoco la licencia del teatro y de la prensa, y que por tanto los dardos llevaban triple esencia de veneno. Los puritanos no eran hombres de letras; como partido, eran impopulares, y ni podían defenderse de los ataques de que eran objeto, ni el público queria tomarlos bajo su proteccion, quedando, por lo tanto, abandonados á la sátira sin misericordia. La sencillez afectada de su traje, su aspecto sombrío, su pronunciacion nasal, su rígido continente, sus oraciones interminables, sus nombres rebuscados entre los del pueblo hebreo, las frases bíblicas que citaban á todo propósito, su menosprecio de la ciencia humana y la manera de horror en que tenían las distracciones elegantes, prestaban materia copiosa á las burlas de los escritores satíricos; pero no es sólo en los escritores satíricos en los que se debe aprender la filosofía de la historia, sino que antes hemos de preservarnos de la maléfica y poderosa influencia del ridículo que á tantos publicistas de cuenta ha logrado extraviar, recordando aquellos versos que dicen:

Ecco il fonte del riso, ed ecco il rio
Che mortali perigli in se contiene;
Hor qui tener a fren nostro desio.
Ed esser cauti molto a noi conviene.

En efecto, los que enardecieron el espíritu de la nacion para resistir la tiranía; los que dirigieron su política durante una larga serie de años azarosos; los que formaron de materiales que nada bueno prometian el ejército más hermoso que haya visto nunca la Europa; los que abatieron al monarca, á la Iglesia y á la aristocracia, y que, aparte de los cortos intervalos señalados por revueltas y tumultos interiores, hicieron temible el nombre de Inglaterra à todas las naciones del universo, no eran por cierto fanáticos vulgares. La mayor parte de sus extravagancias consistia en los signos y en los emblemas exteriores, insignias propias de la masonería ó de las órdenes monásticas. Nos duele que los emblemas y los distintivos de los puritanos no hayan sido gratos á la vista, y más aún que una faccion, al valor y talento de cuyos miembros la humanidad es deudora de tan incalculables bienes, no haya participado de la distincion de maneras y de la exquisita elegancia que caracterizó á varios de los parciales de Carlos I, ni de la cortesía y de la apostura tan familiares de los de Cárlos Il, y que dieron á su corte tanta celebridad en Europa; mas, si hemos de escoger entre unos y otros, haremos como Bassanio en la comedia, apartando la vista de los cofres, artística y primorosamente trabajados, que contenian objetos repugnantes, y optaremos por el modesto cofre de plomo que guarda un tesoro.

Los puritanos eran hombres cuyo espíritu se inspiraba constantemente en la contemplacion asidua de los seres superiores y de los intereses eternos, y que no satisfechos con reconocer en términos generales el gobierno de la Providencia, atribuian todos los acontecimientos à la voluntad del Sér Sapremo, á cuyo poder nada resiste y á cuya vigilancia nada escapa. A su parecer, el objeto de la existencia es conocerlo, servirlo, amarlo y gozar de él; rechazaban desdeñosamente las ceremonias que otras sectas sustituian á la pura adoracion del alma, y en vez de entrever la Divinidad velada entre nubes de incienso, aspiraban á contemplarla en todo su esplendor y á estar en directa comunicacion con ella.

De aquí su desprecio por las pompas y grandezas terrenales, y de aquí tambien que las diferencias entre los grandes y los humildes y abatidos, desaparecian á su vista comparándolas con el espacio infinito que separaba la raza humana de aquel en quien tenian puestos constantemente los ojos. No reconocian otros títulos á la superioridad que el favor del cielo, y seguros de él, menospreciaban todos los goces y todas las dignidades del mundo. Si no conocian las obras de los filósofos y de los poetas, habian estudiado á fondo los oráculos de Dios. Si sus nombres no parecian en los registros de los reyes de armas, se hallaban inscritos en el libro de la vida, y si no les seguia numeroso séquito de servidores lujosamente ataviados de magnifica librea, los servian legiones enteras de ángeles y seraines. Sus palacios eran moradas construidas sin la intervencion de la mano del hombre, y sus coronas de gloria eterna.

Despreciaban á los ricos, á los oradores, á los nobles y á los sacerdotes, porque se reputaban ricos de más finos y abundantes tesoros, elocuentes en más sublime lenguaje, ilustres de más antiguo abolengo, y sacrificadores por la imposicion de mano más eficaz y poderosa. El último de los puritanos era un sér á cuyo destino se unia importancia misteriosa y terrible, como que los espíritus de luz y de tinieblas contemplaban con inquieto afan y solicitud extrema sus menores acciones, y que antes de que cielo y tierra fuesen hechos, habia sido designado para entrar en posesion de una felicidad in comparable que duraria más aún que tierra y cielo. Los acontecimientos que los políticos de corto alcance atribuian á causas puramente mundanas, habian sido dispuestos para él; los imperios se habian levantado, prosperado y caido para él, y para él habia proclamado su voluntad el Altísimo, valiéndose de la pluma del Evangelista y del arpa del Profeta. No habia escapado á las garras de un enemigo vulgar, merced á un libertador vulgar; no habia sido rescatado por las ánsias de una agonía humana, ni merced á la sangre de un sacrificio terrestre, sino que por él se habia velado el sol, y rasgádose el velo del templo, y desgajádose las rocas, y resucitado los muertos y estremecidose toda la naturaleza al dolor y los sufrimientos de su Dios espirante.

Constaba, pues, el puritano de dos individualidades diferentes: una toda humildad, arrepentimiento, gratitud y amor; otra, toda altivez, energia, calma y sagacidad: se prosternaba en el polvo para adorar á su Creador; pero ponia el pié en el cuello á su rey para abatirlo. En su mistico retiro rezaba con llanto en los ojos, entre gemidos y convulsiones, y casi perdia la razon entreviendo los fantasmas radiantes ó terribles que forjaba su imaginacion exaltada; oia pulsar las arpas celestiales y los murmullos tentadores de los demonios, y percibla clara y distinta la bienaventuranza, y salia de su éxtasis espantado como si despertara de horrible pesadilla en que bubiera sentido el calor de las llamas infernales. Como Vane creia empuñar el cetro milenario, y como Fleetwood se lamentaba con amargura de que Dios le habia ocultado su faz. Pero cuando tomaba asiento en el Consejo ó ceñia la espada de batalla, las pasadas tempestades del alma no parecian haber dejado huella en él. Por eso, los que no veian en los santos sino es su extraña figura, ni oian sino es sus gemidos y sus lamentaciones y sus cánticos místicos, podian en verdad burlarse de ellos; mas en la sala de las deliberaciones ó en la guerra no daban ocasion á esto, porque la serenidad de su juicio y la inflexibilidad de su resolucion eran incomparables; circunstancias que han dado lugar á que algunos publicistas las creyeran en desacuerdo con su celo religioso, siendo, por el contrario, efecto natural, consecuencia precisa de él. La intensidad de sus emociones en un punto determinado como que adormecia las demas partes de su organismo, dominando la fuerza de un sentimiento de la piedad, del odio, de la ambicion y del temor. A sus ojos la muerte no era terrible, ni el placer ofrecia seduccion à sus sentidos; sonreían y lloraban, gozaban y sufrian, mas no por cosas mundanas: el entusiasmo los había trasformado en estóicos, puMILTON.

rificado sus almas de pasiones vulgares y elevádolos á una altura donde no alcanza la influencia de la corrupcion, y aunque pudiese á veces arrastrarlos á perseguir un fin que no fuera prudente, los medios que ponian en juego lo eran siempre. Como Talo, el férreo azole de sir Artegal, iban por el mundo derribando los opresores y confundiéndose con los seres humanos; pero sin participar de sus dolencias y flaquezas, insensibles al cansancio, al placer y al sufrimiento, impenetrables al acero é irresistibles de tal suerte que ningun valtadar era parte á contenerlos.

Hé aquí lo que á nuestro parecer constituyó el carácter de los puritanos. Sus modales eran ridicalos; su sombría tristeza y sus costumbres domésticas extrañas por extremo; el equilibrio de su espíritu se resentia, á las veces, de los esfuerzos que hacian para profundizar más de lo que pueden los mortales, cayendo con frecuencia en el peligroso defecto de la intolerancia y de la austeridad más extravagante, y acabaron por tener sus anacoretas y sus cruzados, sus Danstans y sus Montforts, sus Domingos de Guzman y sus Escolares; mas todo bien considerado, y á pesar de ello, necesario es reconocer que constituyeron un cuerpo vigoros0, prudente, honrado y útil.

Abrazaron los puritanos la causa de la libertad política principalmente porque era la de la religion.

Hubo otro partido poco numeroso, pero ilustre por su capacidad y su ciencia, que enderezaba sus pasos al propio fin que los puritanos, si bien por camino diferente: nos referimos al que Cromwell tenía la costumbre de apellidar Pagano, y en el cual militaban hombres que, para definirlos en el lenguaje de la época, sería preciso llamar Tomistas incrédulos 6 Galios indiferentes en materia religiosa; pero que tenian el fanatismo de la libertad, é inflamados con el estudio de la literatura antigua, tomaban por idolo su país, y por ejemplo los héroes de Plutarco. Tuvieron cierta semejanza con los brisotinos de la revolucion francesa; pero no es fácil establecer una línea divisoria entre los Paganos y los Santas, sus devotos asociados, cuyo tono y maneras gustaban de remedar á las veces cuando así les convenia, logrando hacerlo con tal perfeccion y tán fácilmente, que en más de una circunstancia lo hicieron sin apercibirse de ello.

Pasemos ahora á los realistas. Trataremos de ellos con la misma sinceridad y buena fe que lo hemos hecho de sus contrarios los puritanos. No haremos responsable à todo un partido de la conducta desenfrenada y abyecta de los lacayos, de los tahures y de los asesinos, á quienes la esperanza del botin y de la licencia atraia de todos los antros de Whitefriars al cuartel general de Cárlos I, cuyas banderas deshonraron con sus excesos; excesos, dicho sea de paso, que jamás consintió la rigorosa disciplina de las tropas del Parlamento. Para hablar de los realistas, escogeremos tipos honrados; y, en efecto, aun persuadidos como lo estamos de que la causa del rey era la causa de la tiranía y de la supersticion, no podemos por menos que considerar con viva complacencía el carácter hidalgo de los antiguos caballeros, sobre todo comparándolos con los instrumentos, que los déspotas de otros pueblos se ven forzados á emplear en su servicio; con los autómatas que pueblan sus antecámaras y los genizaros que les dan la guardia. Los realistas ingleses no eran cortesanos sin corazon ni dignidad, de esos que pasan la vida saludando á cada paso y sonriendo neciamente á cada palabra del amo; no eran tampoco aparatos de destruccion forrados de uniformes, adiestrados á palos, valientes por exceso de vicio y que así defendieran sin amor el trono, como exterminaran sin odio á sus enemigos, sino es hombres libres aunque sometidos, pobles hasta en la degradacion,'penetrados del sentimiento de la independencia individual, extraviados, es cierto, pero no por móviles bajos ni egoistas. La compasion que sentian por su rey, excitada por el romanticismo de la empresa que acometian al defenderlo, el honor, las preocupaciones de la infancia, los venerables nombres que ostentaban, todo, hasta sus mismos defectos, era parte eficaz á enaltecerlos y á aumentar el prestigio de que gozaban, y aun más cuando se les veia como al Caballero de la Cruz Roja balirse con denuedo persuadidos de que lo hacian por una deidad oprimida, siendo una perfida hechicera la que avasallaba sus pensamientos, subyugaba sus corazones y armaba sus brazos.

Estaban equivocados. No estudiaron el problema político. Así y todo, no tanto se batian por un rey pérfido y una Iglesia intolerante, como por las antiguas banderas de la patria que flotaron gloriosas en cien combates sobre los cascos de sus antepasados, y por los altares al pié de los cuales recibieron la fe de sus esposas; recuerdos que confundian con la causa del monarca. Sus opiniones no podian ser más erróneas; pero no es menos cierto que poseian en alto grado las dotes que forman el más bello ornamento de la vida privada, de que carecian casi por completo sus adversarios, y que con muchos de los defectos de la Mesa Redonda tenian muchas de sus virtudes: la cortesía, la generosidad, la veracidad, la ternura y el respeto hacia la mujer. Sa instruccion era más profunda y más culta que la de los puritanos, sus modales más distinguidos, su carácter más afable, sus gustos más selectos y sus casas más elegantes y alegres.

No pertenecia Milton á los realistas, ni á los librepensadores, ni á los que defendieron al rey, ni á los que encendieron y propagaron en la nacion el fuego de la resistencia; pero reunia en sí las nobles cualidades de todos los partidos, combinándolas y armonizándolas en su carácter, cual si hubiera escogido y apropiádose cuanto habia de bueno y de grande en el Parlamento y en la corte, en los claustros y bajo los arcos góticos, en las lúgubres y sepulcrales asambleas de las Cabezas redondas y en las fiestas de los caballeros, y rechazaba léjos de sí los elementos nocivos ó viciados que pudieran manchar los elementos puros. Del propio modo que los puritanos vivia siempre cual si estuviera contemplándolo su divino Maestro,» y del propio modo que ellos tenía constantemente ocupada su alma del Juez Todopoderoso y de la recompensa eterna. Así, llegó á poseer su menosprecio de las circunstancias exteriores, su valor, sa tranquilidad y su resolucion inflexible; pero el escéptico más frio y más profano corria mayor riesgo que no él de contagiarse de sus fanáticas ilusiones, de sus maneras brutales, de su ridícula fraseología, de su desden por la ciencia y de su odio á los placeres. Al propio tiempo, y siendo enemigo declarado de la tiranía, se hallaba en posesion de cuantas cualidades amables y distinguidas monopolizaba casi exclusivamente el partido del tirano. Ninguno de sus contemporáneos apreciaba mejor que él la literatura, ninguno tenía gusto ni aficiones más delicadas, ni refinamientos más caballerescos en materia de honra y de amor. Sus opiniones eran democráticas; pero sus gustos y sus hábitos se acordaban sobre todo con la monarquía y la aristocracia, de tal manera que se halló siempre bajo la influencia de aquellos impulsos exageradamente nobles y generosos que arrastraron à tantos extravios á los antiguos caballeros, sin caer, sin embargo, bajo su yugo, como que era su dueño y árbitro y no su esclavo. A la manera del héroe de Homero, gozaba de todos los placeres de la fascinacion sin fascinarse; oia el canto de las sirenas sin que lograran arrastrarlo á sus orillas; bebia en la copa de Circe, pero llevaba consigo siempre un antidoto infalible contra los efectos del brebaje encantador. Por tal manera las ilusiones que cautivaban su fantasía no lograban atacar nunca las facultades de su razon, y el hombre político se halló siempre en aptitud de resistir al esplendor, á la grandeza, á la solemnidad y al romanticismo que seducian al poeta. Cuantos hayan observado el contraste que existe entre los sentimientos expresados en su libro sobre el Puritanismo, y los versos tan dulces y delicados que le inspiraron la música y la arquitectura religiosa en el Penseroso, que pareció hácia el mismo tiempo, comprenderán lo que queremos decir; inconsecuencia que, más que otra cosa, eleva su carácter á nuestros ojos, al demostrar las inclinaciones y los gustos personales que sacrifica para realizar lo que considera su deber para con la humanidad. Tal es la lucha de Otelo: su corazon flaquea, pero no su mano; no procede por odio, sino es por honra; así es que abraza á la pérfida antes de inmolarla.

Fáltanos todavía decir algunas palabras en órden á la cualidad que prestaba al carácter público de Milton tan grande y original esplendor. Porque si trabajó para derribar un rey perjuro y una jerarquía tiránica, lo hizo de concierto con los demas; pero lo que hizo solo, aisladamente, fué trabar batalla con los antiguos errores para conquistar la libertad más preciada y mónos comprendida entónces: la del humano espíritu, y por eso le pertenece integra esta gloria. Sus contemporáneos alzaban la voz con grande estruendo contra el impuesto de los buques y la Cámara estrellada; pero muy pocos podian darse cuenta entonces de los males más torribles aún que producia la servidumbre moral é intelectual, ni preveian los beneficios que resultarian de la libertad de la prensa y del ejercicio del libre exámen. Y esto era lo que Milton consideraba con harta razon como lo más importante. Por eso queria que la nacion tuviese la libertad de pensar por si misma y la de imponerse sus contribuciones, del propio modo que deseaba verla emancipada del imperio de las antiguas preocupaciones y del yugo del rey Cárlos; viendo con pena de su parte que aquellos que, movidos de las mejores intenciones, daban de lado á estos proyectos de reforma y se contentaban con destronar al rey y perseguir á los sospechosos, procedian como los desacordados hermanos de su poema, que en su prisa de dispersar el séquito del encantador se olvidaban do libertar á la cautiva, sin advertir, cuando sólo pensaban en vencer, que hubieran debido pensar tambien en conjurar el hechizo.

«¡Cuán engañados estuvisteis! Hubierais debido arrancarle de las manos la vara mágica y atarlo fuertemente, porque si no haceis esto, y no pronunciais las palabras del conjuro, no será posible que destruyamos el encanto ni que liberteis á la dama que, muda é inmóvil, espera encadenada con férreas ligaduras[5]

Arrancar la vara mágica, pronunciar el conjuro, romper las ligaduras que ataban al yugo de la servidumbre à todo un pueblo, tal era el noble propósito de Milton. Todo su programa político está expresado en esas palabras. Para verlo realizado se unió á los presbiterianus, y los abandonó despues. Estuvo á su lado en el momento de la lucha y del peligro; pero se apartó con desprecio de ellos al considerar cuán insolentes y altivos los tornaba la victoria, y cuán hostiles se mostraban á la libertad del pensamiento despues de haber triunfado de los enemigos de esta idea. Entonces se unió á los independientes y excitó á Cromwell para que rompiera la cadena secular y emancipara la libertad de conciencía de las garras del lobo presbiteriano. Con la vista fija en este objeto, atacó el sistema de la censura en aquel sublime tratado que todo estadista debiera tener siempre presente, y combatió, no tanto los abusos particulares, como los errores profundamente arraigados en que se fundan casi todos ellos, á saber: el culto servil de los hombres eminentes y el desacordado temor à toda innovacion.

Para quebrantar más eficazmente el fundamento de estas preocupaciones, se colocaba siempre en el puesto literario de más peligro. Nunca iba á relaguardia, sino delante de todos, y una vez abierta la brecha se precipitaba por ella à la cabeza de los más bravos. Al iniciarse el movimiento, escribió con energía y elocuencia incomparables contra los obispos; pero cuando le pareció que su opinion prevaleceria, pasó á otros asuntos y abandonó la prelatura à aquellos escritores que acudian en tropel para insultar á un partido vacilante ya y á punto de caer. Ninguna empresa es más ocasionada á peligros que la de penetrar con la antorcha de la verdad en las cavernas donde toda lobreguez é infeccion tienen su asiento. Para Milton no habia, sin embargo, placer más grande que este; y los mismos que desaprueban sus opiniones, no pueden menos de reconocer y de admirar el atrevimiento y el valor indomable con que las sostuvo. Abandonó á otros el fácil honor de exponer y mantener cuanto hubiera de popular en su fe religiosa y política, encargándose sólo de plantear y apoyar aquello que la mayoría rechazaba como crímen ó ridiculizaba como paradógico. De esta suerte defendió el divorcio y el regicidio y atacó los sistemas docentes à la moda, semejando así su carrera brillante y bienhechora á la del dios de la fecundidad y de la luz:

Nitor in adversum; nec me, qui coetera, vincit
Impetus, et rapido contrarius evehor orbi.

Es lástima que sean tan poco leidas en nuestros dias las obras en prosa de Milton, porque son composiciones que merecen la atencion de cuantos desean conocer el alcance y el vigor de la lengua inglesa; y de tal modo abundan en ellas los pasajes elocuentes, que á su lado parecen débiles los más enérgicos discursos de Burke; como que son cual un recio y doble paño de oro de muy tupida trama y recamado de espesos bordados de lo mismo. Tanto es así, que ni en los primeros cantos del Paraíso perdido se elevó el poeta á lanta altura como en algunos periodos de sus obras de controversia, en las cuales, excitados sus sentimientos con la lucha, se exhalan en magníficas explosiones de entusiasmo lírico y religioso.

Tuvimos el propósito de examinar más de cerca estos escritos, de analizar las particularidades del estilo, de insistir con cierta extension en órden á la sabiduría sublime de la Areopagitica, á la nerviosa retórica del Sconodacta, señalando de paso algunos pasajes de los más bellos del Tratado de la Reforma y del Ataque contra el remontrant; pero debemos desistir de ello á causa de la extension que ya hemos dado á nuestras observaciones.

Fuerza es concluir, bien á nuestro pesar, y separarnos de nuestro asunto. Mas es lo cierto, y sirvanos esto de disculpa, que cuando tralamos de Milton y vemos y locamos sus reliquias literarias, nos parece que vivimos en comunion con él, que penetramos en su modesta vivienda y lo vemos sentado delante del órgano, buscando en vano con sus ojos claros y brillantes la luz del dia, y que leemos en los nobles rasgos de su fisonomía la melancólica y altiva relacion de su gloria y de su desgracia. Creemos que, conteniendo la respiracion, escuchamos en silencio sus palabras; parécenos que, en nuestro apasionado respeto por él, caemos de rodiIlas á sus piés y le besamos las manos y lloramos sobre ellas; adivinamos el celo con que consolaríamos su inmensa desventura, si alma tan noble, tan grande, tan superior hubiera menester de consuelo humano, y el afan con que disputaríamos á sus hijas y á Elwood, su buen amigo, el privilegio envidiable de leerle á Homero, ó de transcribir al papel los inmortales acentos que brotaban de sus labios.

Por más extrañas que puedan parecer estas ilusiones de nuestra fantasía, desearíamos vivamente que las líneas que acabamos de escribir produjeran iguales impulsos en otras imaginaciones. No tenemos costumbre de rendir tributo de adoracion á vivos ni á muertos; pero hay caracteres que han logrado salir incólumes del exámen más prolijo y de las pruebas más grandes; que han salido puros del crisol y con el peso debido de la balanza; que por aclamacion ha declarado la humanidad de buena ley; que llevan impreso en la frente el sello de Dios, y que Milton era de estos hombres.

La vista de sus obras y el rumor de su nombre nos arroban; sus pensamientos fueron como las flores y los frutos celestiales que, desde los jardines del Paraíso, esparcia sobre la tierra la virgen mártir de Massinger, y que se diferenciaban de los demas productos del suelo, no tan sólo en su perfume y su sabor incomparables, sino es tambien en el dón milagroso que tenian de fortalecer y de sanar; que su poder y su eficacia así alcanza á producir inefable deleite en el espíritu, como á elevarlo y depurarlo.

De aquí que nos infundan lástima grande aquellos que logran estudiar la vida ó los libros del poeta inmortal y del patricio ilustre sin sentirse movidos á imitarlo, ya que no en las obras sublimes de su ingenio y con las cuales enriqueció la literatura, en el celo con que se consagró al bien público, en el valor con que soportó los sufrimientos personales, en el noble desden, en la sublime indiferencia con que resistió las tentaciones más fuertes y los mayores peligros, en el odio profundo que le inspiraron siempre los fanáticos y los tiranos, y en la fe acendrada y austera que al mismo tiempo tuvo en su patria y en su gloria!


  1. No debo perderse de vista que el autor que tales y tan gratuitas afirmaciones hace es protestante. La significacion quo dentro del catolicismo tiene el culto de las imágenes y la altísima idea filosófico-religiosa en que se funda, contradice vigorosamente las gratuitas y nada nuevas aseveraciones de Macaulay. Si algunos espiritus sencillos se extravian viendo en las imágenes más de lo que debe verse, ń atribuyendo á tal ó cual santo más de lo que debe atribuirse, no por esto podrá condenarse la doctrina católica, que en este punto, como en todos, descansa en las necesidades esenciales del espíritu humano. Si el hombre lo es por la inteligencia y el corazon, la religion verdadera habia de dar pasto á la una y al otro; la religion que deja abandonado el deseo de conocer ó el doseo de adorar, la aspiracion de la inteligencia hácia lo infinito 6 la aspiracion del corazon hácia el sentimiento imperecedero, no podrá estar nunca conforme con las cualidades esenciales del alma, y por lo tanto, no puede ser verdadera.

    El protestantismo critica y ha criticado siempre el culto de las imágenes, y para hacerlo, ha necesitado atribuir á este culto la significacion más vulgar y grosera; significacion que nunca ha tenido dentro de la doctrina católica.—N. del T.

  2. Papista es el nombre que dan los herejes que niegan la obediencia al Pontifice, á los católicos romanos, porque te obedecen y conflesan cabeza de la Iglesia y Vicario de Cristo.

    Teniendo esto en memoria, y que el autor fué protestante, es por lo que no hemos querido traducir haciendo una perífrasis la palabra subrayada, para dejarle en an laconismo el alcance que la dan los herejes siempre que la emplean.—N. del T.

  3. Their labour must be to pervert that end,
    And out of good still to find means of evil.

  4. Este ensayo se publicó la primera vez en la Edimturgh Review de Agosto de 1825.
  5. Oh, ye mistook! Ye should have snatched his wand
    And bound him fast. Without the rod reversed.
    Aud backward mutters of dissevering power.
    We cannot free the lady that sits here
    Bound in strong fetters fixed and motionless.