La Divina Comedia (traducción de Manuel Aranda y Sanjuán)/El infierno/Canto IV
el largo tema que he de seguir y muchas veces las palabras son breves para el asunto[1]. Bien pronto la compañía de seis queda reducida à dos: mi sábio guia me conduce por otro camino fuera de aquella inmovilidad hácia una aura temblorosa, y llego à un punto privado totalmente de luz.
Así descendí del primer círculo al segundo, que contiene menos espacio, pero mucho más dolor, y dolor punzante, que origina desgarradores gritos. Allí estaba el horrible Minos que, rechinando los dientes, examina las culpas de los que entran; juzga y da à comprender sus órdenes por medio de las vueltas de su cola. Es decir, que cuando se presenta ante él un alma pecadora, y le confiesa todas sus culpas, aquel gran conocedor de los pecados vé qué lugar del infierno debe ocupar y se lo designa, ciñéndose al cuerpo la cola tantas veces cuantas sea el número del círculo á que debe ser enviada[2]. Ante él están siempre muchas almas, acudiendo por turno para ser juzgadas; hablan y escuchan, y despues son arrojadas al abismo.
—¡Oh, tú, que vienes à la mansion del dolor! me gritó Minos cuando me vió, suspendiendo sus funciones; mira cómo entras y de quién te fias: no te alucine lo anchuroso de la entrada[3].—Entonces mi guia le preguntó:—¿Por qué gritas? No te opongas á su viaje ordenado por el destino: así lo han dispuesto allí donde se puede lo que se quiere; y no preguntes más.
Luego empezaron á dejarse oir voces plañideras: y llegué à un sitio donde hirieron mis oidos grandes lamentos. Entrábamos en un lugar que carecia de luz, y que rugia como el mar tempestuoso cuando está combatido por vientos contrarios. La tromba infernal, que no se detiene nunca, envuelve en su torbellino à los espíritus; les hace dar vueltas contínuamente, y les agita y les molesta: cuando se encuentran ante la ruinosa valla que los encierra, allí son los gritos, los llantos y los lamentos, y las blasfemias contra la virtud divina.
Supe que estaban condenados á semejante tormento los pecadores carnales que sometieron la razon á sus lascivos apetitos; y asi como los estorninos vuelan en grandes y compactas bandadas en la estacion de los frios, así aquel torbellino arrastra á los espíritus malvados llevándolos de acá para allá, de arriba abajo, sin que abriguen nunca la esperanza de tener un momento de reposo, ni de que su pena se aminore. Y del mismo modo que las grullas van lanzando sus tristes acentos, formando todas una prolongada hilera en el aire, así tambien ví venir, exhalando gemidos, á las sombras arrastradas por aquella tromba. Por lo cual pregunté:
—Maestro, ¿qué almas son esas á quienes de tal suerte castiga ese aire negro?—La primera de esas, de quienes deseas noticias, me dijo entonces, fué emperatriz de una multitud de pueblos donde se hablaban diferentes lenguas, y tan dada al vicio de la lujuria, que permitió en sus leyes todo lo que excitaba el placer, para ocultar de este modo la abyeccion en que vivia. Es Semíramis, de quien se lee que sucedió á Nino y fue su esposa y reinó en la tierra de que hoy es dueño el Sultan[4]. La otra es la que se mató por amor y quebrantó la fe prometida á las cenizas de Siqueo[5]. Despues sigue la lasciva Cleopatra.
Ví tambien á Helena, que dió lugar á tan funestos tiempos[6]; y ví al gran Aquiles, que al fin tuvo que combatir por el amor[7]. Ví á Paris, á Tristan[8], y á más de mil sombras que me fué enseñando y designando con el dedo, y á quienes Amor habia hecho salir de esta vida. Cuando oí á mi sabio nombrar las antiguas damas y los caballeros, me sentí dominado por la piedad y quedé como aturdido. Empecé á decir:—Poeta, quisiera hablar á aquellas dos almas que van juntas y parecen más ligeras que las otras impelidas por el viento.—Y él me contestó:—Espera que estén más cerca de nosotros; y entonces ruégales por el amor que las conduce que se dirijan hácia tí.—Tan pronto como el viento las impulsó hácia nosotros, alcé la voz diciendo:—¡Oh almas atormentadas! venid á hablarnos, si otro no se opone á ello.—Así como dos palomas, excitadas por sus deseos, se dirigen con las alas abiertas y firmes hacia el dulce nido, llevadas en el aire por una misma voluntad, así salieron aquellas dos almas de entre la multitud donde estaba Dido, dirigiéndose hácia nosotros á través del aire mal sano, atraidas por mi eficaz y afectuoso llamamiento.
—¡Oh ser gracioso y benigno, que vienes á visitar en medio de este aire negruzco á los que hemos teñido el mundo de sangre: si fuéramos amados por el Rey del universo, le rogaríamos por tu tranquilidad, ya que te compadeces de nuestro acerbo dolor. Todo lo que te agrade oir y decir, te lo diremos y escucharemos con gusto, mientras que siga el viento tan tranquilo como ahora. La tierra donde nací está situada en la costa donde desemboca el Po[9] con todos sus afluentes para descansar en el mar. Amor, que se apodere pronto de un corazon gentil, hizo que este se prendara de aquel hermoso cuerpo que me fué arrebatado de un modo que aun me atormenta. Amor, que no dispensa de amar al que es amado, hizo que me entregara vivamente al placer de que se embriagaba este, que, como ves, no me abandona nunca. Amor nos condujo á la misma muerte. Cain[10] espera al que nos arrancó la vida.—Tales fueron las palabras de las dos sombras.
Al oir á aquellas almas heridas, bajé la cabeza y la tuve inclinada tanto tiempo, que el Poeta me dijo:—En qué piensas?—¡Ah! exclamé al contestarle: ¡cuán dulces pensamientos, cuántos deseos les han conducido á este sitio doloroso!—Despues me dirigí hácia ellos, diciéndoles:—Francisca, tus desgracias me hacen derramar tristes y compasivas lágrimas. Pero dime: en tiempo de los dulces suspiros, ¿cómo os permitió Amor conocer vuestros secretos deseos?—Ella me contestó:—No hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria; y eso lo sabe bien tu Maestro[11]. Pero si tienes tanto deseo de conocer cuál fué el principal origen de nuestro amor, haré como el que habla y llora á la vez. Leíamos un dia por pasatiempo las aventuras de Lancelote, y de qué modo cayó en las redes del Amor: estábamos solos y sin abrigar sospecha alguna. Aquella lectura hizo que nuestros ojos se buscaran muchas veces y que palideciera nuestro semblante; mas un solo pasaje fué el que decidió de nosotros. Cuando leimos que la deseada sonrisa de la amada fué interrumpida por el beso del amante, este, que jamás se ha de separar de mí, me besó tembloroso en la boca: el libro y quien lo escribió fué para nosotros otro Galehaut[12]; aquel dia ya no leimos más.
Mientras que un alma decia esto, la otra lloraba de tal modo, que, movido de compasion, desfallecí como si me muriera, y caí como cae un cuerpo inanimado.
- ↑ Es decir que muchas veces las palabras son poco en comparacion de la magnitud del asunto.
- ↑ Nec vero hæ sine sorte datæ, sine judice sedes,
Quæsitor Minos urnam movet: ille silentum
Conciliumque vocat, vitaque et crimina discit.
(Æneida, lib. vi.) - ↑ Facilis descensus Averni:
Noctes atque dies patet atri janua Ditis;
Sed revocare gradum, superasque evadere ad Auras,
Hoc opus, hic labor est.
(Æneid. lib. VI.)
Lata porta et spatiosa via est quæ ducit ad perditionem.
(S. Mateo, VII.) - ↑ El Egipto y la Siria.
- ↑ Dido, que se suicidó por amor á Eneas.
- ↑ A guerra y ruina de Troya.
- ↑ Por amor hácia Patroclo que le obligó á tomar las armas en favor de los griegos.
- ↑ Caballeros andantes, famosos en la novela de la Tabla redonda.
- ↑ La ciudad de Rávena, situada ahora á tres millas del mar. Francisca era hija de Guido de Polenta, señor de Rávena. Amada por el jóven Pablo Malatesta, á quien ella correspondia, se casó sin embargo con su hermano mayor, Lanciotto, príncipe cojo y deforme. Los dos amantes no pudieron olvidar su primera inclinacion. Un dia que estaban leyendo juntos las aventuras de Lancelote del Lagó, el marido, que los espiaba, los atravesó de una misma estocada.
- ↑ Cain, es decir, el círculo de Cain.
- ↑ Se refiere á estos versos de Virgilio:
Sed si tantus amor casus cognoscere nostros...
Quamquam animus meminisse horret, luctuque refugit,
Incipiam.
(Æneid., lib. vi.) - ↑ Gallehaut ó Galeoto, que secundó los amores de Lancelote y de la reina Ginebra.