La Divina Comedia (traducción de Manuel Aranda y Sanjuán)/El infierno/Canto VII
Digo, continuando, que mucho antes de llegar al pié de la elevada torre, nuestros ojos se fijaron en su parte más alta, à causa de dos lucecitas que allí vimos, y otra que correspondia á estas dos, pero desde tan lejos, que apenas podia distinguirse. Entonces, dirigiéndome hácia el mar de toda ciencia (1), dije:—¿Qué significan esas llamas? ¿ Qué responde aquella otra, y quiénes son los que hacen esas señales?—Respondióme:—Sobre esas aguas fangosas, puedes ver lo que ha de venir, si es que no te lo ocultan los vapores del pantano.—Jamás cuerda alguna despidió una flecha que corriese por el aire con tanta velocidad como una navecilla que ví surcando las aguas en nuestra direccion, gobernada por un solo remero que gritaba:—¿Has llegado ya, alma vil?—Flégias, Flégias (2), gritas en vano esta vez, dijo mi Señor; no nos tendrás en tu poder más tiempo que el necesario para pasar la laguna.—Flégias, conteniendo su cólera, hizo lo que un hombre à quien descubren que ha sido victima de un engaño, ocasionándole esto un dolor profundo. Mi guia saltó à la barca y me hizo entrar en ella tras
(1) Virgilio.
(2) Flégias es la representacion de la ira y de los orgullosos. Era hijo de Marte y rey de los Lapitas. Indignado de la afrenta que Apolo habia hecho á su hija, incendió el templo de este dios, que le mató á flechazos.—Dante le coloca aqui como iracundo. él; pero aquella no pareció ir cargada hasta que recibió mi peso (1).
En cuanto ambos estuvimos dentro, la antigua proa partió trazando en el agua una estela más profunda de lo que solia cuando llevaba otros pasajeros. Mientras recorríamos aquel canal de agua estancada, se me presentó delante una sombra llena de lodo, y me preguntó:—¿Quién eres tú, que vienes antes de tiempo? (2)—A lo que le contesté:—Si he venido, no es para permanecer aquí; pero tú que estàs tan sucio, ¿quién eres?—Respondióme:—Ya ves que soy uno de los que lloran.—Y yo á él:—¡Permanece, pues, entre el llanto y la desolacion, espíritu maldito! Te conozco aunque estés tan enlodado.—Entonces extendió sus manos hácia la barca, pero mi prudente Maestro le rechazó diciendo:—Vete de aquí con los otros perros.—En seguida rodeó mi cuello con sus brazos, me besó en el rostro y me dijo:—Alma desdeñosa (3), ¡bendita aquella que te llevó en su seno! Ese que ves fué en el mundo una persona soberbia; ninguna virtud ha honrado su memoria, por lo que su sombra está siempre furiosa.¡ Cuántos se tienen allá arriba por grandes reyes, que se verán sumidos como cerdos en este pantano, sin dejar en pos de sí más que horribles desprecios!—Y yo:—Maestro, antes de salir de este lago, desearia en gran manera ver à ese pecador sumergido en el fango.—Y él á mí:—Antes de que veas la orilla, quedarás satisfecho: convendrá que goces de ese deseo.—Poco despues, le ví acometido de tal modo por las demás sombras cenagosas; que aun alabo à Dios y le doy gracias por ello. Todas gritaban: «¡A Felipe Argenti
(1) Porque Dante tenia cuerpo, y los otros dos solo eran almas.
(2) Es decir: que vienes antes de estar muerto.
(3) Virgilio alaba el sublime desden del Dante. (1)!» Este florentino, espíritu orgulloso, se revolvia contra sí mismo, destrozándose con sus dientes.
Dejémosle allí, pues no pienso ocuparme más de él. Despues vino á herir mis oidos un lamento doloroso, por lo cual, miré con más atencion en torno mio. El buen Maestro me dijo:—Hijo mio, ya estamos cerca de la ciudad que se llama Dite (2); sus habitantes son criminales, y su número es grande.—Y yo le respondí:—Ya distingo en el fondo del valle sus torres bermejas, como si salieran de entre llamas.—A lo cual me contestó:—El fuego eterno que interiormente las abrasa, les comunica el rojo color, que ves en ese bajo infierno.
Al fin entramos en los profundos fosos que ciñen aquella desolada tierra: las murallas me parecian de hierro. Llegamos, no sin haber dado antes un gran rodeo, á un sitio en que el barquero (3) nos dijo en alta voz: «Salid, hé aquí la entrada.» Ví sobre las puertas más de mil espíritus, caidos del cielo como una lluvia, que decian con ira:—¿Quién es ese que sin haber muerto anda por el reino de los muertos?»—Mi sábio Maestro hizo un ademan, expresando que queria hablarles en secreto. Entonces contuvieron un poco su cólera y respondieron: «Ven tú solo, y que se vaya aquel que tan audazmente entró en este reino. Que se vuelva solo por el camino que ha emprendido locamente: que lo intente, si sabe; porque tú, que le has guiado por esta oscura comarca, te has de quedar aquí.»
Juzga, lector, si estaria yo tranquilo al oir aquellas palabras
(1) Fué un hombre rico y poderoso, de la familia Cavicciuli Adimari, que se enfurecia brutalmente por lo más minimo.
(2) Dite viene de Dis, que es el sobrenombre de Pluton.
(3) Flégias. malditas: no creí volver nunca á la tierra.—¡Oh mi guia querido! tú que más de siete veces me has devuelto la tranquilidad y librado de los grandes peligros con que he tropezado, no me dejes, le dije, tan abatido: si nos está prohibido avanzar más, volvamos inmediatamente sobre nuestros pasos.—Y aquel Señor que allí me habia llevado, me dijo:—No temas, pues nadie puede cerrarnos el paso que Dios nos ha abierto. Aguárdame aquí: reanima tu abatido espíritu y alimenta una grata esperanza, que yo no te dejaré en este bajo mundo.—En seguida, se fué el dulce Padre, y me dejó solo. Permanecí en una gran incertidumbre, agitándose el sí y el no en mi cabeza (1).
No pude oir lo que les propuso; pero habló poco tiempo con ellos, y todos á una corrieron hácia la ciudad. Nuestros enemigos dieron con las puertas en el rostro á mi Señor, que se quedó fuera, y se dirigió lentamente hácia donde yo estaba. Tenia los ojos inclinados, sin dar señales de atrevimiento, y decia entre suspiros:—¿Quién me ha impedido la entrada en la mansion de los dolores?—Y dirigiéndose á mí: Si estoy irritado, me dijo, no te inquietes; yo saldré victorioso de esta prueba, cualesquiera que sean los que se opongan á nuestra entrada. Su insolencia no es nueva: ya la demostraron ante una puerta menos secreta, que se encuentra todavía sin cerradura (2). Ya has visto sobre ella la inscripcion de muerte (3). Pero más acá de esa puerta, descendiendo la montaña y pasando por los círculos sin necesidad de guia, viene uno que nos abrirá la ciudad (4).
(1) Esto es: dudando si volveria ó no Virgilio.
(2) Porque, á pesar de la resistencia de los demonios, la puerta fué rota por Jesucristo, cuando bajó al Limbo.
(3) Véase el principio del canto II.
(4) El ángel enviado por Dios.