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La Divina Comedia (traducción de Manuel Aranda y Sanjuán)/El infierno/Canto XVI

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

El hombre debe, siempre que pueda, cerrar sus lábios antes de decir una verdad, que tenga visos de mentira; porque se expone á avergonzarse sin tener culpa[1]. Pero ahora no puedo callarme, y te juro, ¡oh lector! por los versos de esta comedia, á la que deseo la mayor aceptacion, que ví venir nadando por el aire denso y oscuro una figura, que causaria espanto al corazon más entero; la cual se asemejaba al buzo que vuelve del fondo, adonde bajó acaso á desprender el ancla, que está afianzada á un escollo ú otro cualquier objeto escondido en el mar, y que extiende hácia arriba los brazos, al mismo tiempo que encoge sus piernas.


CANTO XVI.

Retrato de Gerion.—Dante habla de los usureros encerrados en el tercer recinto de los violentos.—Los poetas salen del séptimo círculo, conducidos por Gerion.

«Hé ahí la fiera de aguzada cola, que traspasa las montañas, y rompe los muros y las armas: he ahí la que corrompe al mundo entero.»

Así empezó á hablarme mi Maestro, é hizo á aquella una seña, indicándole que se dirigiera hácia la márgen de piedra donde nos encontrábamos. Y aquella inmunda imagen del fraude[2] llegó á nosotros, y adelantó la cabeza y el cuerpo, pero no puso la cola sobre la orilla. Su rostro era el de un varon justo, tan bondadosa era su apariencia exterior, y el resto del cuerpo el de una serpiente[3]. Tenia dos garras llenas de vello hasta los sobacos, y la espalda, el pecho y los costados salpicados de tal modo de lazos y escudos[4], que no ha habido tela turca ni tártara tan rica en colores, no pudiendo compararse tampoco á aquellos los de las telas de Aracnea[5].

Como se ven muchas veces las barcas en la orilla, mitad en el agua y mitad en tierra, ó como en el país de los glotones tudescos el castor se prepara á hacer la guerra á los peces[6], así la detestable fiera se mantenia sobre el cerco de piedra que circunda la arenosa llanura, agitando su cola en el vacío, y levantando el venenoso dardo de que tenia armada su extremidad, como la de un escorpion.

Mi Guia me dijo:—Ahora conviene que dirijamos nuestros pasos hácia la perversa fiera que allí está tendida.—Por lo cual descendimos por la derecha, y dimos diez pasos sobre la extremidad del márgen, procurando evitar la arena abrasada y las llamas: cuando llegamos donde la fiera se encontraba, ví á corta distancia sobre la arena mucha gente sentada al borde del abismo.

Allí me dijo mi Maestro:—A fin de que adquieras una completa experiencia de lo que es este recinto, anda y examina la condicion de aquellas almas, pero que sea corta tu conferencia. Mientras vuelves, hablaré con esta fiera, para que nos preste sus fuertes espaldas.

Continué, pues, andando solo hasta el extremo del séptimo círculo, donde gemian aquellos desgraciados. El dolor brotaba de sus ojos, mientras acá y allá se defendian con las manos, ya de las pavesas, ya de la candente arena, como los perros, en el estío, rechazan con las patas ó con el hocico las pulgas, moscas ó tábanos, que les molestan.

Mirando atentamente el rostro de muchos de aquellos á quienes azota el doloroso fuego, no conocí á ninguno; pero observé que del cuello de cada cual pendia una bolsa de cierto color, marcada con un signo, en cuya contemplacion parecian deleitarse sus miradas[7]. Aproximándome más para examinar mejor, ví en una bolsa amarilla una figura azul, que tenia toda la apariencia de un leon[8]. Despues, prosiguiendo el curso de mis observaciones, ví otra, roja como la sangre, que ostentaba una oca más blanca que la leche[9]. Uno de ellos, en cuya bolsa blanca figuraba una puerca preñada, de color azul[10], me dijo:—¿ Qué haces en esta fosa? Vete; y puesto que aun vives, sabe que mi vecino Vitaliano[11] debe sentarse aquí á mi izquierda. Yo soy paduano, en medio de estos florentinos, que muchas veces me atruenan los oidos gritando:—«Venga el caballero soberano, que llevará la bolsa con los tres picos [12].» Despues torció la boca, y sacó la lengua como el buey que se lame las narices[13]. Y yo, temiendo que mi tardanza incomodase á aquel que me habia encargado que estuviera allí poco tiempo, volví la espalda á tan miserables almas.

Encontré á mi Guia, que habia saltado ya sobre la grupa del feroz animal, y me dijo:—Ahora sé fuerte y atrevido. Por aquí no se baja sino por escaleras de esta clase: monta delante; quiero quedarme entre tí y la cola, á fin de que esta no pueda hacerte daño alguno.

Al oir estas palabras, me quedé como aquel que, presintiendo el frio de la cuartana, tiene ya las uñas pálidas, y tiembla con todo su cuerpo tan solo al mirar la sombra; pero su sentido amenazador me produjo la vergüenza que dá ánimo á un servidor delante de un buen amo.

Me coloqué sobre las anchas espaldas de la fiera, y quise decir:—Ten cuidado de sostenerme;—pero, contra lo que esperaba, me faltó la voz; si bien él, que ya anteriormente me habia socorrido en todos los peligros, apenas monté, me estrechó y me sostuvo entre sus brazos. Despues dijo:—Gerion, ponte ya en marcha, trazando anchos círculos y descendiendo lentamente: piensa en la nueva carga que llevas[14].

Aquel animal fué retrocediendo como la barca que se aleja de la orilla, y cuando sintió todos sus movimientos en libertad, revolvió la cola hacia donde antes tenia el pecho , y extendiendola, la agitó como una anguila, atrayéndose el aire con las garras.

No creo que Faeton tuviera tanto miedo, cuando abandonó las riendas, por lo cual se abrasó el cielo, como se puede ver todavía[15]; ni el desgraciado Icaro, cuando, derritiéndose la cera, sintió que las alas se desprendian de su cintura, al mismo tiempo que su padre le gritaba:―«Mal camino llevas,»―como el que yo sentí, al verme en el aire por todas partes, y alejado de mi vista todo, excepto la fiera.

Esta empezó á marchar, nadando lentamente, girando y descendiendo; pero yo no podia apercibirme más que del viento que sentia en mi rostro y en la parte inferior de mi cuerpo. Empecé á oir hácia la derecha el horrible estrépito que producian las aguas en el abismo; por lo cual incliné la cabeza y dirigí mis miradas hacia abajo, causándome un gran miedo aquel precipicio; porque ví llamas y percibí lamentos, que me obligaron á encogerme tembloroso. Entonces observé, pues no lo habia reparado antes, que descendíamos dando vueltas, como me lo hizo notar la proximidad de los grandes dolores, amontonados por do quier en torno nuestro.

Como el halcon, que ha permanecido volando largo tiempo sin ver reclamo ni pájaro alguno, hace exclamar al halconero:«¡Eh! ¿Ya bajas?» y efectivamente desciende cansado de las alturas donde trazaba cien rápidos círculos, posándose léjos del que lo amaestró, desdeñoso é iracundo, así nos dejó Gerion en el fondo del abismo, al pié de una desmoronada roca; y libre de nuestras personas, se alejó como la saeta despedida por la cuerda.

  1. Dante advierte que no se deben narrar las cosas increibles, aunque sean verdaderas; porque la verdad que tiene visos de mentira avergüenza al narrador, haciéndole pasar por mentiroso sin culpa suya. Dice esto, para conseguir que se crea lo que tiene que contar, por lo mismo que sabia que no es maravillosa la ficcion poética, si antes no se la rodea de cierta verosimilitud.
  2. Gerion, símbolo del fraude, el cual con su agudeza vence todas las dificultades.
  3. El hombre fraudulento suele disfrazar su rostro y, bajo la apariencia de humanidad y de justicia, ocultar perversos designios.
  4. Emblemas del fraude. Los lazos significan las falsas palabras con que los fraudulentos envuelven y engañan á los demás, y los escudos, las defensas y artificios con que se ven obligados á encubrir sus defraudaciones.
  5. Jóven de la Lidia, que queriendo competir con Minerva en el arte de tejer, salió vencedora, por lo cual, irritada la diosa, la convirtió en araña.
  6. Dicese que la cola de este animal, al introducirse en el agua, la hace algo aceitosa, y los pescados acuden neciamente á ella, siendo presa de su enemigo.
  7. Son estos los usureros.
  8. El blason de los Gianfigliazzi, de Florencia, figuraba un leon azul en campo amarillo.
  9. Los Ubbriachi.
  10. Los Serovigni de Padua.
  11. Vitaliano del Dente, usurero de Padua.
  12. Juan Bajamonte, el más infame usurero de su tiempo, cuyas armas eran tres cabezas de águila.
  13. Como haciendo irrision del mismo á quien alababa irónicamente.
  14. Gerion, rey fabuloso de las Baleares, segun los poetas, tenia tres cuerpos y era muy astuto; por esto le coloca Dante á la entrada del octavo círculo, como guarda de los fraudulentos. Cuéntase que el tal rey tenia multitud de toros rojos, que se apacentaban con carne humana: fué vencido y muerto por Hércules.
  15. Segun la Fábula, la via láctea apareció en el cielo cuando el carro del sol, ma guiado por Faeton, incendió aquella parte del mismo cielo.