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La Odisea (Antonio de Gironella)/Introducción

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época


Introduccion




El hombre es poético por naturaleza. Siempre dispuesto á creer mas fácilmente lo sobrenatural que lo sencillo, por todas partes ve maravillas y portentos, como si aspirase á una esencia superior á la que se le ha concedido, que parece no bastar á sus deseos. Así es que suple á lo que no tiene con inventos, relatos fantásticos, que transmitidos de generacion en generacion, cobran las dimensiones colosales mas escéntricas. De este modo se han formado los primitivos anales fabulosos de todos los pueblos, y estas, o análogas narraciones, son lo que en el orígen griego se llamó epopeya, lo que equivale á dicho, cuento, relato, y lo que despues se ha concretado á designar la clase mas sublime y elevada de la poesía, que aun actualmente conserva el mismo nombre.

Como ha sucedido con todo lo humano, la esperiencia ha enseñado la senda mejor del acierto en este ramo preeminente de las letras, y sus observaciones, que han tomado el nombre de reglas á causa de su eficacia, han dado por resultado que la Epopeya es el relato de una accion grande, heróica, maravillosa, completa, que debe tener su principio, su nudo, su intriga, y su desenlace.

Es imposible dar aqui el tratado completo de un género tan elevado, ni deslindar como corresponde cada una de estas partes fehacientes que la componen. Muchos son los autores eminentes que desde Aristóteles, lo han espuesto en todas las naciones cultas, y yo me he atrevido á comentarles en mi ya citado Diccionario de Humanidades. Lo que, sí, me es lícito y oportuno manifestar es que este es un esfuerzo del ingenio humano, tan sublime y escabroso, que desde que la poesía tiene una historia, solo son ocho los Genios que lo han ensayado con algun éxito en el mundo todo, con la particularidad de ser cada uno de ellos de distinta tierra, como si tal beneficio no pudiese concederse á dos imaginaciones diferentes en un mismo clima. En efecto: Alemania solo tiene á Klopstock; Inglaterra á Milton; Portugal á Camöes; Francia á Voltaire; España, ínterin llega el gran cantor de su Hernan Cortés y su Pizarro, á Ercilla; Italia a Taso; Roma antigua á Virgilio; y Grecia, la cuna de este prodigio, al que primero lo concibió, al que primero lo echó fuera de su imaginacion inmensa por una doble fuente de inagotable poesía, ostentando la portentosa anomalía de que, si la naturaleza no pudo conceder dos imaginaciones épicas á un mismo pueblo, él con la suya sola bastaba á dos epopeyas. De este pues, fundador milagroso de lo mas sublime del arte, es del que voy á bosquejar el cuadro, antes de presentar el informal trasunto de la obra suya mas intrincada y rara, que he osado tocar con mis inespertas y temblonas manos.

Homero es un culto y sus obras son un monumento indestructible. La costumbre de los siglos le llama el príncipe de los poetas y de los filósofos, y para hacerle perder este encumbrado asiento seria necesario que las aguas del Leteo pasaran por la tierra toda, y que todos sus habitantes bebiesen de ellas; con uno solo que quedase sin beber, aquella inmensa fama volveria á retoñar. ¿Aquesta predileccion universal es fortuna ó equidad? Yo, para mí tengo que se han reunido ambas circunstancias en favor de este cantor inmenso; porque si ha sido dicha suya el que sus obras sean la mas antigua poesía regular que conocemos; aun cuando por su misma perfeccion demuestren que otras y otras existieron antes que ellas; es justo apreciar la grandeza de los asuntos que forman su base, su estension, los vastos conocimientos que encuadran, lo profundo de las máximas que consagran y los infinitos rayos poéticos con que estan iluminadas. Fortuna hubo ademas para el en haber parecido y escrito en un siglo enteramente poético; así como hoy día hay desgracia completa é irreparable en mostrarse poeta español, supuesto que la pobre patria, ocupada toda de su presente historia política, no tiene el ocio que requiere el dulce trato de las Musas. Homero cantó en Grecia, nacion ferviente y poética, cantó en el idioma mas sonoro y armomoso que haya poseido jamas el género humano, y cantó los hechos mas grandes que aquel pueblo hubiese hasta entonces ejecutado. Su canto fue para los griegos un constante panegírico, una historia exacta, detallada y minuciosa de los usos, leyes y costumbres de sus antepasados, y un tratado geográfico puntualísimo de todos los paises y mares que les interesaba conocer. Al mismo tiempo, su musa, valiente y pundonorosa, infundia en los ánimos el ardor marcial, de modo que la consecuencia de sus animosas inspiraciones fue producir infinitos mas guerreros que poetas. Contribuyó tambien mucho á su inaudita celebridad el ir el mismo cantando sus versos, como todavía lo practican los poetas orientales, ó haciéndolos cantar por los Homéridas sus discípulos; de modo que parece que sus dos grandes poemas, la Ilíada y la Odisea, fueron conocidos y sabidos de memoria por los pueblos griegos, a causa de este método que seguia su autor, de irlos propagando de comarca en comarca con el ausilio de la lira. Esto, ademas de la popularidad, les procuraba una primera impresion mucho mas favorable que la que hubieran obtenido si les hubiese sido posible salir escritos, porque está fuera de duda que el canto y la declamacion tapan los defectos que la lectura pone en toda su desnudez.

Pasó ya la época en que la existencia de Homero pudo ser controvertida. La baja é indisculpable envidia de los modernos doctores desesperada sin duda de hallar tanta perfeccion y tanta profundidad en época tan remota y de no haberla podido adelantar, apeló á mil sofismas para atenuarla, recurriendo hasta al efugio de poner en duda la verdad, que ya hoy día aparece incontrastable.Homero es griego, porque el tipo inimitable de originalidad que llevan sus escritos basta solo a comprobarlo; pero nadie sabe cuál fuese el verdadero pueblo de su nacimiento, ni la época fija en que vivió. Plutarco ha descuidado ó no ha podido darnos esta vida, y solo nos dice en la de Licurgo, que este legislador halló la coleccion completa de las obras de Homero en la mansion de los descendientes de Cleofilo, deduciendo de ello, que estos habrían recibido el famoso vate en sus hogares. Pausanias dice, que Climenia, madre de Homero, había nacido en la isla de Chio , y nadie ignora que muchos años despues de la muerte del poeta, varios pueblos reclamaron la honra de haber sido su cuna. Hay quien asegura que nacido en una clase muy obscura, fue maestro de escuela y le representan tambien ciego, mendigo, y en tan miserable estado, cantando sus composiciones de pueblo en pueblo, y de plaza en plaza. El ingles Wood y el frances Chevalier, han recorrido toda Grecia con las obras de Homero en la mano, sin duda para asegurarse de la veracidad de sus descripciones; y porque han hallado en ellas que el poeta pinta con gran predileccion y puntualidad las comarcas jónicas, quieren que haya nacido en Esmirna ó Chio, hallándose ademas apoyados en su idea por Aristóteles, Estrabon y Pausanias que le dan el mismo orígen. Eugenio Bareste, último traductor de estas obras inmortales, dice en una de sus notas que Dryatis, filósofo y químico persa, que vivía ciento y cincuenta años despues de Jesus, asegura que Homero nunca fue ciego; que su nombre verdadero fue Pensalon; que murió en Persépolis, ciudad del reino de Persia; que pertenecia á una familia ilustre; que había figurado entre los Magos, y que primitivamente escribió sus obras en idioma persa. Añade que habia tomado el nombre de Homero, queriendo significar con el y su fingida ceguera, que para vivir entre los hombres es preciso cegar sobre sus defectos, lo que tambien fue causa que diese á sus obras este nombre mismo de Homéridas; y en fin, que los Magos persas tradujeron estos poemas en griego, lo que ha ocasionado que se creyese que este vate estraordinario era oriundo de este último país. Otros autores hay que llaman á Homero Monides y tambien Melesigenes, suponiendo que su padre se llamaba Meon, y que había nacido en las orillas del Melesio.

Nada tiene esta version de verosímil, ni lo es mas el que, como dicen unos, Homero fuese hijo de Apolo, y como otros, de Mercurio. Hay quien le supone egipcio, quien babilonio, quien ateniense. Dícese que vivía ochenta años despues del sitio de Troya y tambien se le coloca mucho mas acá, siendo la opinion mas general que existia en el octavo siglo antes de Jesucristo. Lo mas cierto es que sobre ambos estremos no hay nada positivo sino que tenemos unas obras muy grandes, muy curiosas y muy poéticas que todas las tradiciones afirman haber sido compuestas por un hombre que se llamaba Homero; y lo digo con esta brevedad y restriccion, porque hasta existe una carta escrita por un aleman llamado Kottz, en que se dice que el historiador Herodoto y el poeta Homero son tan semejantes que parecen ser una persona misma; y se añade, a la verdad sin prueba ninguna, que si es cierto que en los siglos muy remotos, aparecieron dos poemas titulados la Ilíada y la Odisea, estaban escritos en estilo tan bárbaro y vetusto, que un cierto Cineto de Chio los mudó, les dio un órden mas regular y los puso en un estilo mas arreglado a los conocimientos y adelantos de su época. Hay pues forzosamente que abandonar esta materia y dejar al hombre para ocuparse solo de la obra, que es efectivamente el punto mas interesante de la cuestion.

Las composiciones, pues, de este cantor famoso, á mí ¡pobre pigmeo! me parecen hechas de inspiracion, sin plan, arreglo, ni premeditacion anterior, naciendo de ello sus incoherencias, su desigualdad y, sobre todo, sus infinitísimas repeticiones. Hay en ellas muchísimo estro y poquísimo sistema, cosa fácil de esplicar: un hecho muy grande para aquellos tiempos hirió la imaginacion del poeta, que se apoderó de él, se lo identificó y vivió con él de tal manera que la guerra de Troya y Homero son y han sido hasta hoy día una cosa misma. Era este, en efecto, un manantial muy abundoso de poesía, mayormente en un siglo de supersticiones y con una religion tan brillante y cercana á la esencia del hombre; este es, la Ilíada , y hallo que su autor se gozó tanto en su asunto que, despues de haberlo apurado directamente en todas sus faces, quiso aun aprovechar sus consecuenciasy formó, no diré compuso, la Odisea, como un corolario, un final de cuento de su primera creacion. Séase como fuere, siempre es preciso convenir en que Homero fué uno de los hombres mas instruidos de su época, y que consagró en sus obras los conocimientos mas esquisitos de su siglo. La geografía que hay en ellas lleva el sello de la inspeccion personal hecha en los sitios mismos. La pintura de los usos y costumbres prueba haber hecho la práctica misma de ellos, y tambíen se ve que poseia los siglos anteriores por haber ido en busca de una tradicion escrupulosa, requerida pacientemente de pueblo en pueblo y de lugar en lugar, único medio de obtenerla supuesto que las letras no habian nacido aun. Se desprende de la perfeccion con que pinta siempre al hombre, que le habia estudiado en muchas partes y bajo muchos aspectos; y en cuanto a la moral, que abunda tanto en él y que es tan sublime, por el mismo fervor con que la vierte, se ve que la sabia, nó por un estudio científico, sino porque la tenia como una idea innata y la hallaba en el fondo de su honrado corazon. Ademas estas dos obras suyas, ya nombradas, manifiestan, si nó una especialidad de conocimientos profundos, a lo menos una generalidad de nociones en todas las cosas esenciales, que es un prodigio en tiempos tan remotos. Así es que habla de medicina y cirugía en las heridas y modo de curarlas; de los combates; de las artes, y en fin, generalmente de todo lo que puede interesar al hombre, con una detencion que prueba mas que vulgares conocimientos. Sin embargo, para mi, encuentro que este deseo de ser exacto y escrupuloso es, muchas veces, en detrimento del fuego poético, de la hermosura y claridad del lenguage y del interes de la narracion; porque se detiene tanto en lo que describe, que desciende hasta á lo mas bajo y trivial, si es que, como le sucede á menudo, no llega a lo repugnante.

Justamente tiene pues granjeada la fama de exactitud; y aunque tambien posee la de invencion, en esta parte, aunque con toda la conviccion de mi nulidad, me atrevo a adelantar alguna mezquina observacion: me pregunto á mí mismo ¿qué es lo que ha inventado Homero? ¿la guerra de Troya que es la base de sus dos poemas? nó. ¿Los incidentes de ella? ¿el modo en que se hizo? ¿las prácticas de sus personages? Por las estrañezas de que todo esto abunda, por la incoherencia que en ello se encuentra tan a menudo, me inclino mas á que fuesen tradiciones antiguas que invencion, porque esta hubiera, en mi concepto, presentado mas regularidad, así como la ficcion es siempre mas sistematizada que la verdad, aunque sea quizás poco digna esta comparacion. En la Odisea particularmente, hay unos sucesos tan estraños y tan poco coherentes entre si, que, si son invenciones, parecen mas los cuentos de brujas de muchas tierras diferentes, que las ilaciones del trabajo de una sola imaginacion. Lo que indudablemente Homero ha inventado es lo maravilloso de sus poemas, la intervencion de los dioses, cosa que ha llevado a tal punto que pudiera pasar, si nó por el fundador, á lo menos por el legislador de la mitología; pero este parto brillante de su imaginacion florida ha sido en menoscabo del interes que deberian inspirar sus personages, que obrando siempre bajo una direccion divina, pierden todo su mérito personal; lo que no puede compensarse con lo que las acciones de los dioses puedan interesar, porque el que todo lo puede no sorprende, por grande que sea su accion.

Sin embargo, no quiero yo establecerme otro detractor de Homero, como Zoilo, ni hallarle quizás mas defectos de los que tiene. Ademas, ya Poppe, madama Dacier, La-Motte, Perrault, Dugas-Montbel, Fontenelle, y tantos y tantos, han hablado de este poeta singular, unos no queriéndole hallar defecto alguno y otros criticándole con acritud, que á mí no me cuadraria entrar en la liza para raciocinar sobre un asunto tal. La fama coloca su Ilíada como la primera de las poquísimas epopeyas existentes, mientras hay quien dice que este poema no es una accion sino una pasion, aludiendo a que la sola cólera de Aquiles forma su objeto primordial. Para mi es una cosa grande, muy grande y, sea bajo el aspecto que se quiera, digna de su reputacion colosal. No diré otro tanto de la Odisea, porque la sola diferencia de la materia basta para colocarla en una clase inferior; pero diré, si, tambien, que estas obras, ambas, al exaltar y á veces arrebatar el ánimo, no enternecen el corazon, y que Aristóteles no pudo encontrar en ellas los preceptos que recomienda para el interes. Homero es gran pintor, historiador escrupuloso, filósofo sabio, moralista profundo, poeta flúido y algunas veces romántico; y por tener tal vez en tan alto grado tan graves calidades, es que descuida las ternezas del corazon y que desdeña la regularidad de la composicion que nos hace leer con mas gusto á Virgilio, al Taso y á Milton.

Tampoco es justo echar en olvido que estas obras no han podido salir de la imaginacion de su autor cuales las tenemos hoy dia nosotros. ¡Cuántos trámites les ha tocado traspasar! En efecto: Homero, que en ellas no descuida ninguno de los conocimientos humanos de su tiempo, ni una palabra dice del que mas le interesaba: del arte de escribir. Hesíodo tampoco habla de él. La historia nos dice que en tiempo de Solon, esto es, cuatro siglos despues de Homero, este arte habia andado tan despacio que, para publicar sus leyes en Atenas, aquel sabio las hizo grabar sobre piedra, en la forma entonces llamada buserophedon, primeros signos de la infancia del arte. Josefo, historiador judío, dice que las letras llegaron á Grecia muy tarde, y que las obras de Homero no fueron allí conocidas anteriormente sino por los Homéridas y los Rhapsodes que las cantaban, alterándolas cada uno segun se las sugeria la memoria. Lo que se deduce de los testimonios de Plutarco y de Heráclito del Ponto, historiador que vivía en el siglo tercero antes de J. C., prueba que el arte de escribir solo puede contarse desde mitad del siglo sexto de la misma era, despues que se recibieron de Egipto los Papyrus; supuesto que los Diptheros, pieles de cabra ó de oveja toscamente preparadas, eran insuficientes para tarea tan dificil y prolija.

Los poemas de Homero no pudieron, pues, escribirse en su aparicion. La memoria los transmitia á retazos, del mismo modo que la fama, Kleos oion, transmitia el recuerdo de los grandes sucesos. Por esto se ven en ellos á menudo las sublimes invocaciones á las Musas, hijas de Memoria y entonces solas depositarias del pensamiento. Largo tiempo despues, hasta las leyes mismas se cantaban, como, segun Aristóteles, lo prueba la palabra nomos. Homero mismo habla de los Aœdes, corporacion de cantores depositaria de los conocimientos de su siglo y de las tradiciones nacionales. Los encomios que él mismo prodiga á esos hombres que llama predilectos de los Dioses; la confianza que se les dispensaba y las honras que merecian de los reyes autorizan á pensar que él mismo fuese uno de ellos, y que se haya encubierto bajo los nombres de Phemio y Demodocio.

Luego, como la memoria no basta á obras de tan largo aliento, es justo deducir que estas salieron por fragmentos, que pasaban de uno en otro cantor. Bastaria á inducirlo su forma episódica, como la tienen en la Ilíada el combate cerca de las naves, la Dolonia, las proezas de Agamenon, la enumeracion de los buques, las grandes acciones de Patroclo, el rescate del cadáver de Héctor; y en la Odisea la cueva de Calipso, la balsa de Ulises, la narracion en el palacio de Alcinó, los Cíclopes, la isla de Circe, el baño, la evocacion de los muertos, el degüello de los pretendientes, y la salida á la mansion de Laertes, que parecen piezas separadas, bien que hechas de intento para formar un solo mosaico. Todo prueba que en un principio salieron aisladamente cantadas por los Homéridas, que, segun Píndaro, eran individuos de la familia de Homero. Así se les llamaba de la voz 0mérêin, compuesto de Omou, junto, y de éréô, canto; lo que, por amplificacion, se ha traducido por juntadores, que se unian para cantar de consuno las obras de su fundador. Séase lo que fuese de esta ingeniosa consecuencia, lo mas lógico es que entonces se cantaba en Grecia porque no se sabia escribir; como lo hicieron igualmente los profetas hebreos, y despues los Bardos, los Druidas, los Escaldos y finalmente los Vates y Trovadores que formaron la historia ambulante y que se eclipsaron al generalizarse la escritura, porque no habia ya que cantar lo que cada uno podia leer.

Véase, pues, á cuántas alteraciones debieron estar sujetas unas obras que solo podian transmitirse por unos trámites tan vidriosos. Todos los testimonios históricos concuerdan en atribuir á Hiparco, hijo de Pisistrato que reinaba en Atenas en el año 561 antes de J . C., el haber formado un cuerpo solo de todos los fragmentos atribuidos á Homero; labor que, por mucho esmero que se la consagrase, debió salir muy imperfecta, pues no pudo hacerse sin las supresiones y añadíduras que exigia la union de tantos trozos separados. Luego es constante tambien que los Retores de Alejandría pusieron la última mano á estas obras, siendo Aristarco, que descollaba en aquel pueblo en el siglo tercero antes de J. C., el que las dividió en veinte y cuatro cantos, uno para cada letra del alfabeto; para lo cual pudo echar mano de las ediciones manuscritos que ya habian salido de Chio, Argo, Creta, Sinope, Chipre y de la que Aristóteles mandó transcribir para su discípulo Alejandro, conocida por el nombre de edicion de la cajita.

Por tales trámites nos han llegado estos monumentos primeros y mas elevados de las letras antiguas, que como se ve han pasado por tres épocas muy distintas: primera, la de los Homéridas y Rhapsodes que las trasladaban á la memoria de los pueblos descosidas y confusas; segunda, la de Pisistrato que formó de ellas un cuerpo regular y compacto, entregándolas á las letras escritas en dos partes principales, bajo los nombres de Ilíada y Odisea; tercera, la época de la escuela de Alejandría, cuyos gramáticos las dieron la forma y subdivisiones que tienen en el día.

¿No resulta pues de todo ello la causa de las inconnexiones que he señalado, la falta de plan, de unidad, de sistema que me he atrevido a indicar? ¿Cómo podia ser de otra manera despues de tan larga serie de vicisitudes y traspasos? Esto no quita sin embargo que todo ello sea una cosa grande, inmensa, y que un solo hombre sea su factor primero. Es un rio portentoso que salió por hijuelas y se reunió al cabo en un solo cauce, para asombrar al mundo y hacer fructificar en él el gérmen mas precioso y seductor: el de las letras humanas, móvil el mas poderoso de la civilizacion.

Por todo lo que acabo de decir se hallará, sin duda, que traducir á Homero es una cosa muy difícil; traducirle en verso es una fatuidad y traducirle sin conocer la lengua en que ha escrito es una locura, si no se quiere decir con mas propiedad que es una imperdonable necedad. Estos enormes pecados de lesa-Literatura acabo yo de cometer con la presente traduccion de la Odisea, y lo mas chocante de tal procedimiento es que los he cometido con plenitud de conocimiento de lo que iba á hacer. Mi disculpa está en esta sola frase: no he sabido resistir á la amistosa exigencia de tal sacrificio. Aunque conozco que este descargo es mas especioso que tolerable, lo alego porque no tengo otro; pero á lo menos para que se sepa que, en una situacion tan crítica, he buscado todos los posibles medios para salir de ella lo menos mal que me ha sido dable, diré los materiales que he empleado en un trabajo tan ímprobo y desempeñado con tan pocas probabilidades de acertar.

Digo que es un trabajo ímprobo, porque ademas de la inmensa dificultad de verter á nuestro moderno idioma y de hacer aceptar al gusto del dia las costumbres poéticas de aquellos remotísimos tiempos y de verterlas en espresiones equivalentes y claras, pero tolerables; se añadió la circunstancia de ser esta para mi una obra que, si encierra bellezas estraordinarias, tiene una acumulacion de descripciones individuales tan mínuciosas, tan triviales, un diálogo tan inconexo, unas comparaciones tan inadaptables, unos incidentes á veces tan repugnantes, y sobre todo tan duplicadas y triplicadas repeticiones, que ya desde el colegio había sido poco de mi gusto, y esto sea dicho con todo el respeto debido a su autor. Ha habido un tiempo en que un esceso de finura en el buen gusto de los pueblos no consentia que, bajo pretesto alguno, se presentasen desnudeces desagradables; y así era que para el traductor elegante la ley absoluta consistia en dar íntegro el pensamiento del original, pero encuadrándolo á lo mas puro y fino que pudiese hallar en su propio idioma. Ahora, esencialmente en todo lo vetusto, no se admite como traduccion la que no da la perfecta equivalencia hasta de los epitetos menos significantes del autor; que no lleva el tipo mismo del original, sin entrar en discernir si por la diferencia de los usos y lenguages hay en ello posibilidad. Una prueba incontrastable de ello es que, si el abate Delille ha puesto las Geórgicas y la Eneida de Virgilio en una poesía francesa ínimitable, que llegó á merecerle el que se dijese en su tiempo que ya el Cisne Mantuano era frances, al cabo los presentes anticuarios han declarado que estas obras no eran traducciones y que no se podía conocer á Virgilio por ellas. En la obra de que se trata he hallado siempre la version material de las espresiones como imposible, no sabiendo como, con la delicadeza del gusto moderno, podrian pasar las palabras técnicas con que Homero nombra los objetos y las cosas que pinta; pues si en su tiempo los perros, los cerdos, los bueyes, las vacas, las ijadas, las sexualidades y tantas otras voces vulgares podian ser del dominio de la poesía, habia de ser á causa del candor de las costumbres, ó por la sonoridad de la lengua; estando fuera de duda, que en nuestras diccíones menos gratas, nuestras Musas, mas delicadas, no consentirian tales voces, á no ser en el estilo muy burlesco, y cierto nada está menos en esta clase que un poema que es una interminable narracion de sucesivas desventuras, y que concluye por una escena de sangre, la mas espantosa que se pueda imaginar.

Ha habido pues en mi dos enormes dificultades que superar: la de la obra en sí y la de mi repugnancia en emprenderla por la conviccion de no poder llega á un resultado feliz. Menos fácil se me ha presentado llenar tal objeto valiéndome de la composicion métrica, sin que me alentase el uso del verso blanco, que en mi concepto es inferior en halago á la prosa regular. Esta clase de lenguage debe hacerse disculpar la inmensa facilidad que le dan las inversiones y licencias poéticas, y el estar exento de la penosa sujecion de la rima por una armonía, una elevacion, una elegancia, superiores á todo otro método; y como á mi ver, esto no es factible teniendo que traducir las prolijidades y minuciosas materias que hallo en la Odisea, estoy en que el precitado metro no es fácil que se pueda adaptar á ellas con brillantez y con vislumbre de resultado lisonjero. Quise probar y aun probé el uso de la octava real, pero no pudo ser, á lo menos para mis flacas fuerzas. La division de las estancias no podia aplicarse á la seguidez de tantas, tan intrincadas y largas narraciones, y si tal vez la paciencia lo pudiese conseguir, tambien podria ser que la vida de un hombre no bastase á ver una conclusion acertada. Aunque nó con tanta dificultad, la rima pareada ó mezclada daba una absorcion de tiempo igual, y en fin, la asonancia ofrecia una gran superabundancia de monotonía; pues si es ritmo que se admite en la corta duracion de los actos de un drama, no podria resistirse en cantos que á veces llevan mil y mas versos de estension: todo esto, ademas, aumentaba los datos del mal resultado, al considerar que cuanto mas elevado y difícil fuese el metro que se adoptase, siendo el asunto á veces tan prolijo y material, tanto menos fácil seria verterle con exactitud y propiedad. Yo creo que esta es la causa por la cual en frances, no se hace mérito de ninguna traduccion aconsonantada de Homero, siendo menos estraño en aquel idioma, que no admitiendo el verso blanco, ha hecho pensar á sus poetas que la sujecion de la rima y Homero no podian coincidir. No habia pues para mi mas que optar entre la prosa y el verso libre; yo estaba por lo primero; pero la misma ley de condescendencia que me obligó á emprender la obra, hizo que me sujetase á la forma de estilo que era menos de mi propension, alegándome por últimas razones, que Homero siendo todo poesía y la lengua española tan poética, la prosa no se habia de admitir. Cedí; probé los primeros cantos y tengo escritos los testimonios del estraordinario encomio que mereció mi trabajo. No soy tan ciego que no viese en tan abultados elogios una estimulante indulgencia como recompensa de un tan ímprobo trabajo. Fuese lo que se quiera, ello es que me dejé llevar de la aprobacion y seguí, siendo el resultado la obra tal cual va puesta á continuacion. En ella he procurado de cuando en cuando sembrar algunas asonancias para neutralizar la sequedad y estrañeza de todas las caidas. No sé si he hecho bien ó mal: el lector, si es poeta lo juzgará; pero temo que en un texto, á mi ver, á veces tan difuso, la construccion poética haya producido obscuridad, ó cuando menos confusion.

Cumplamos ahora con nuestra palabra señalando los moldes de que me he servido para mi fabricacion. Cuando se me quiso impeler á una empresa para mi tan ardua y repugnante, se me dijo que esta obra faltaba a la literatura española, pues que seguramente no se puede hacer mérito de una traduccion del secretario Gonzalo Perez, publicada por la imprenta real en 1767. A mí, que no puedo haber desempeñado bien tan delicado encargo, no me toca hablar de otro que lo quiso probar primero; solo diré que hallo que este traductor no tomó su tarea con seriedad. Ciertamente, pues, era una consideracion para un amante de las letras el regalar á su patria una tan preciosa antigüedad; pero en mi este patriótico impulso estaba balanceado por dos consideraciones: decia á mis instigadores: «¿pero si á pesar mio confieso que no me gusta, y si no sé el griego?» á lo primero me contestaban que no me gustaba porque no la habia visto con detencion; que cuanto mas adelantase en la obra mas bellezas hallaria en ella, lo que confieso humildemente que, generalmente hablando, así me ha acontecido; y á lo segundo que el griego de Homero, que no es una lengua general, sino uno de sus cuatro distintos dialectos, nadie lo sabe actualmente, como lo prueban las continuas contradicciones que hay entre los traductores relativamente al verdadero significado de una palabra misma, y que las buenas traducciones latinas, italianas, francesas, inglesas y alemanas, son tales y de tales autores, que yo, aun cuando me hallase ser un perfecto Helenista, nunca hallaria en mi original mas que lo que ellos hallaron, ni sabria espresarlo mejor. Algo concluyente es este raciocinio y para mi esforcé el convencimiento á que lo fuese mas. Tomé pues la exactísima y literal version latina de Henr. Sthephano, publicada en París en 1624. La inglesa de Poppe, las francesas de J. P. Bitaubé, de Dugas-Montbel, de madama Dacier, del príncípe Le Brun, el sabio concólega del cónsul emperador, y de Eugenio Bareste, última que se ha publicado y que se supone ser la mas técnica. No quise apelar á mayor número de materiales, para evitar dudas y confusiones, y estudiando bien y compulsando entre sí estos ausiliares, hallé que en efecto podia apoyarme en ellos. En este exámen hallé que el secretario Gonzalo Perez, á pesar de que dice haber hecho su version sobre el griego, la ha estampado palabra por palabra sobre la latina, y esta ha sido la causa, ó á lo menos una de las causas de su mal resultado; pues ó no supo, ú olvidó que el latín no se ofende de la crudeza ó desnudez de las espresiones técnicas, por indecorosas que sean, mientras el español no lo sabe tolerar. Por fin, me decidí á tomar por primera norma al príncipe Le Brun, por, mas claro, mas conciso, mas elegante, sin empero dejar de tener los otros á la vista, esencialmente el latino, por mas amoldado al autor; siendo fácil comprobar que tal ha sido mi conducta. En efecto, para que nada faltase á mi trabajo, se hallará que hay en él algunos pasos, como la mutilacion del zagal Melancio y otros que sin duda por indecorosos ha desechado el traductor frances. Yo en esta parte he creido que nada se podia ocultar; y supuesto que contamos lo que nuestro héroe hizo en las mansiones de Calipso y Circe, á pesar de estar siempre llorando á su Penélope; y las chuscas aventuras de Marte y Venus, sin dejarnos en el tintero la transformacion de los pobres compañeros en cerdos inmundos y mil otras lindezas por el mismo estilo, no sé por qué nos entraria el escrúpulo de disimular alguna cosa.

Doy, pues, mi trabajo como una traduccion bastante aproximada de las versiones latina, francesa é inglesa, sin llevar en ello la mas leve pretension. ¡Ojalá sea cierto que por él se conozca mejor en España una maravilla que lleva tres mil años de existencia! Bajo este aspecto tal vez se deba apreciar la intencion que lo ha impulsado y mi resignacion en haberme prestado á él. La honradez de intento en literatura es una calidad esencial, cuando cada dia se ve que lo contrario engendra males de tan dolorosa gravedad. Esta cualidad tengo el amor propio de creer que figura en todas mis obras; y si veo que ahora el espíritu del siglo, esencialmente en mi patria, no tiene el ocio necesario para recompensar con un aplauso á los escritores honrados, me queda la esperanza consoladora de que quizás la posteridad me agradecerá este deseo de bien público, que es el móvil que me ha hecho aspirar siempre á merecer la calificacion de autor.


El Traductor.