La tristeza del Diablo
La tristeza del diablo
Silencioso, mordiéndose los puños,
Por sus fúnebres alas cobijado,
En pico abrupto que la nieve ciñe
Detúvose una noche el Fulminado.
Prolongaba la tierra, inmensa y tristc,
Los continentes que la mar azota;
Fúlgido arriba centelleaba el cielo
Y él contemplaba la tiniebla ignota.
Allí, clavados los sangrientos ojos
En el antro de humanas tempestades―
Hormiguero febril de hombres y bestias
Que rápidas sepultan las edades—
Oyó ascender los pérfidos hosannas,
El canto de los reyes, los clamores
De los pueblos en cruz, y del incendio,
Lejanos y profundos estertores.
El lúgubre concierto de los males,
Antiguo como el mundo, y más ardiente,
Y más encarnizado que sus odios,
Cruzó del inmortal bajo la frente.
Evocando sus glorias fugitivas
Abismóse en los tiempos insondables,
Y al medir el horror de su destino
Temblaron sus entrañas formidables.
Y los brazos torciendo enfurecido
El soñador, la víctima primera,
Gritó por el espacio sin medida
Do el turbión de los soles reverbera:
—Van los días monótomos cayendo
En la honda eternidad de mi amargura:
Fuerza, orgullo, combates, desencantos,
Sólo aumentan mi tedio y desventura.
Si el odio y el amor me traicionaron,
Si lágrimas, á mares, he bebido,
Aniquiladme, oh mundos! ¡Que yo sea
En el sagrado sueño sumergido!
Y las razas malditas, las felices,
Del resonante espacio en el desierto,
Sabrán también que el Orbe ha terminado
Cuando ruja una voz: ¡Satán ha muerto!