Las vidas paralelas de Plutarco/Alcibíades

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ALCIBIADES.


El linaje de Alcibiades sube hasta Eurusaces el de Ayax, que parece contarse como su primer abuelo. Por parte de madre era Alcmeonida, hijo de Deinomaca la de Megacles.

Su padre Clinias peleó gloriosamente en el combate de Artemisio en nave armada á sus expensas; y murió despues peteando con los Beocios junto á Coronea. Fueron tutores de Alcibiades Pericles y Arifron, hijos de Jantipo, que tenian con él deudo de parentesco. Dicese, no sin fundamento, que la inclinación y amistad que le profesó Sócrates contribuyó mucho para su gloria, puesto que de Nicias, Demóstenes, Lamaco, Formion, y áun de Trasíbulo y Teramenes, ni siquiera se sabe cómo se llamaron sus madres; cuando de Alcibiades sabemos quién fué su ama de leche, que lo fué una Lacedemonia llamada Amiclas, y que fué su ayo Zopiro; dándonos de lo uno razon Antistenes y de lo otro Platon. Acerca de la belleza de Alcibiades no hay más que decir sino que, floreciendo la de su semblante en toda edad y tiempo, de niño, de jovencito y de varon, le hizo siempre amable y gracioso: pues lo que dijo Eurípides, que en todos los que son hermosos es tambien hermoso el otoño, no es así, y sólo en Alcibiades y otros pocos se verificó por la floura y buena conformacion de su rostro. A su voz dicen que le dió cierto atractivo el ser ceccoso, y que á su habla este mismo tartamudear la hacía muy gracios...

Hace mencion Aristófanes de su tartamudeo en aquellos versos en que zahiere á Teoro:

Con tartamudo acento Alcibiades Me dijo luégo: «¿Vistes á Teola!

Yo cabeza de cuelvo le apellido.» Ceceó así Alcibiades bellamente.

'Y Arquipo, haciendo tambien escarnio del hijo de Alcibiades, «tiene, dice, el andar de hombre afeminado, con la ropa arrastrando, y para que se le tenga por más parecido al padre, El cuello tuerce, y habla ceceoso..

Sus costumbres con el tiempo, como no podia ménos de ser en tan extraordinarios acontecimientos y en tantas vicisitudes de la fortuna, tuvieron grandes contrariedades y mudanzas; mas estando por su índole sujeto á muchas y grandes pasiones, las que más sobresalian eran la soberbia y la ambicion, como lo convencen sus hechos pueriles de que hay memoria. Luchaba en una ocasion, y viéndose muy estrechado por el contrario, al tiempo que hacia esfuerzos para no caer, levantó los brazos de éste que le oprimian, y parecia que iba á comérsele las manos. Soltó entonces el contrario, y diciéndole: «muerdes, oh Alcibiades, como las mujeres;» «no á fe mia, le replicó, sino como los leones.» Siendo todavía pequeño jugaba á los dados en un sitio estrecho, y cuando le tocó tirar venía por allí un carro cargado; gritó al instante al carretero que detuviera el ganado, porque iban á caer los dados en el paso del carro; y como por rusticidad no hiciese caso, y fuese adelante, los demas muchachos se apartaron; pero Alcibiades.

T arrojándose boca abajo delante del ganado y tendiéndose á la larga, le gritaba que pasase entónces si queria; de modo que el carretero, temeroso, hubo de hacer cejar, y los que presentes se hallaban, espantados prorumpieron en gritos y corrieron hácia él. Cuando ya se dedicó á las honestas disciplinas, oia con placer á todos los demas maestros; pero á tocar la flauta se resistia, diciendo que era ejercicio feo é impropio de hombres libres, y que el uso del plectro y de la lira en nada alteraba la figura y semblante que anuneian un hombre ingenuo, cuando la cara de un hombre que hinche con su boca las flautas, apénas pueden reconocerla sus mayores amigos; y además, que la lira resuena y acompaña en el canto al que la tañe; mas la flauta cierra la boca, y obstruye la voz y el habla del que la usa. «Tañan, pues, la flauta, decia, los hijos de los Tebanos, pues que no saben conversar; mas nosotros los Atenienses, como dicen nuestros padres, miramos á Minerva como nuestra soberana, y á Apolo como nuestro compatriota; y es bien sabido que aquella tiró la flauta, y que éste hizo desollar al que la tocaba.» Con tales burlas y tales véras se apartó Alcibiades á sí mismo, y apartó á los otros de aquel estudio; porque luego corrió la voz entre los jóvenes de que hacia muy bien Alcibiades en desacreditar aquella habilidad y en burlarse de los que la aprendian: así enteramente fué ridiculizada la flauta y desterrada del número de las ocupaciones ingenuas.

En el libro de invectivas de Antifon se refiere que siendo muchacho abandonó su casa y se fué á la de Demócrates, uno de sus amantes. Queria Arifron hacerle pregonar; pero Pericles no se lo permitió, porque si habia muerto, sólo se ganaria con el pregon que se descubriese un dia antes, y si estaba salvo, era preciso tenerle por perdido para toda la vida. Dícese allí, además, que en la palestra de Siburtio mató á uno de sus criados, sacudiéndole con un palo. Mas no es cosa de dar crédito á tales especies, que él mismo, que por zaherir usa de ellas, reconoce ser movido á divulgarlas por enemistad.

Desde luego se dedicaron muchos de los principales á seguirle y obsequiarle; pero era bien claro que la mayor parte de ellos no admiraban ni halagaban otra cosa que lo bello de su figura: solo el amor de Sócrates nos da un indudable testimonio de su virtud y de su indole generosa.

Advertia que ésta se manifestaba y resplandecia en au semblante; y temiendo á su riqueza, al esplendor de su origen, y á la muchedumbre de ciudadanos, de forasteros, y de aliados que trataban de apoderarse de él con sus lisonjas y sus obsequios, se propuso defenderle y no des ampararle, como una planta que en flor iba á perder y viciar su nativo fruto. Porque en nada la fortuna le fué tan favorable, ni le pertrechó tanto exteriormente con los que llamamos bienes, como con haberle hecho por medio de la filosofia invulnerable é impasible á los dichos mordaces y cáusticamente libres de tantos como desde el principio se propusieron corromperle, y retraerle de oir á su amonestador y maestro; y así es que a pesar de todo, por la bondad de su indole hizo conocimiento con Sócrates, y se estrechó con él, apartando de sí á los ricos y distinguido!

amadores. Entró, pues, muy luego en su confianza, oyendo la voz de un amador que no andaba á caza c placeres indignos, ni solicitaba indecentes caricias, sir que le echaba en cara los vicios de su alma y reprimia vano y necio orgullo, Como gallo vencido en la pelea, Dejó caer acobardado el ala.

Veia en esto la obra de Sócrates; pero en la rea reputaba ministerio de los Dioses en beneficio y sa de los jóvenes. Desconflándose, pues, de sí mis rando á aquel con admiracion; apreciando su b cia, y acatando su virtud, insensiblemente abrazó el ídolo del amor, ó, segun expresion de Platon, el contramor, ó amor correspondido. Maravillábanse todos, por tanto, de verle cenar con Sócrates, y ejercitarse y habitar con él, mientras que se mostraba con los demas amadores ásperó y desabrido; y áun á algunos los trataba con altanería, como á Anito el de Antemion. Amaba éste á Alcibiades, y teniendo á cenar á unos huéspedes, le convidó al banquete:

rehusó él al convite; pero habiendo en casa bebido largamente con otros amigos, fuése á casa de Anito para darle un chasco: púsose á la puerta del comedor, y viendo las mesas lleras de fuentes de plata y oro, dió órden á los criados de que tomaran la mitad de todo aquello, y se lo llevaran á casa; esto sin pasar de allí, y ántes se retiró con los criados. Prorumpieron los huéspedes en quejas, diciendo que Alcibiades se habia portado injuriosa é indecorosamente con Anito; mas éste respondió: «No, sino con mucha equidad y moderacion, pues que habiendo side dueño de llevárselo todo, aun nos ha dejado parte.» Asi trataba á los demas amadores; solamente á uno de la campiña, hombre, segun dicen, de pocos haberes, y que todos los iba enajenando, como lo que le quedaba, que montaría á cien pesos (1), lo presentara á Alcibiades, y le rogara que lo recibiese; ochándose á reir, y celebrando el caso, lo convidó á cenar. En el banquete, mostrándosele benigno, le volvió su dinero, y le mandó que al dia siguiente excediera en la postura á los arrendadores de los tributos públicos, pujándoles las que hiciesen: resistíase el aldeano, porque el arriendo, decia, era de muchos talentos; mas le amenazó que le haría dar una paliza si así no lo ejecutaba; y es que entonces tenía pleito con los asentistas en reclamacion de algunos intereses propios. Fuése (1) El estater griego, que yo traduzco peso, valia poco menos que nuestro peso sencillo.

el aldeano de madrugada á la plaza, y añadió á la postura un talento. Volviéronse á mirarle los asentistas, é indignados con él le mandaron que diese fiador, dando por supuesto que no le encontraria; y efectivamente, él se quedó cortado, é iba á retirarse; pero Albiciades, que se hallaba á alguna distancia, gritó á los magistrados: «Escribase mi nombre, porque es mi amigo y yo le flo.» Al oir esto los asentistas no sabian qué partido tomar, estando acostumbrados á pagar los primeros asientos con los productos de los segundos: así ninguna salida le veian á aquel negocio.

Trataron, pues, con el aldeano de que se apartara, ofreciéndole dinero, mas Albiciades no le dejó que se contentara con menos de un talento. Diéronsele aquellos, y él le mandó que lo tomara y se volviera á su casa: dejándole socorrido por este medio.

Este amor de Sócrates tenía muchos que le hicieran oposicion; mas lograba, sin embargo, dominar á Alcibiades por este buen natural; fijándose en su ánimo los discursos de aquél, convirtiendo su ccrazon, y arrancándole lágrimas: aunque habia ocasiones en que cediendo á los aduladores que le lisonjeaban con placeres, se le destizaba á Sócrates, y como fugitivo tenía que cazarle; pues sólo respecto de él se avergonzaba, y á él sólo le tenía algun temor, no dándosele nada de los demas. Decia, pues, Cleantes que este tal amado era por los oidos por donde de Sócrates habia de ser cogido; cuando á los otros amadores les presentaba muchos asideros, á que aquél no podia echar mano: queriendo indicar el vientre, la lascivia y la gula, porque realmente Alcibiades era muy inclinado á los deleites; dando de esto bastante indicio el que Tucidides llama desconcierto suyo en el régimen ordinario de la vida. Mas los que trataban de pervertirle, de lo que principalmente se valieron fué de su ambicion y de su orgullo, para hacerle ántes de tiempo tomar parte en los negocios públicos, persuadiéndole que lo mismo sería entrar en ellos, no solamente eclipsaria á los demas generales y oradores, sino que al mismo Pericles se aventajaria en gloria y poder entre los Griegos. Como el hierro, pues, ablandado por el fuego, despues con el frio vuelve á comprimirse, y sus partes se aprietan entre sí, de la misma manera cuantas veces Alcibiades disipado por el lujo y la vanidad volvia á las manos de Sócrates, conteniéndole éste y refrenándole con sus razones, le hacía sumiso y moderado, reconociendo que estaba todavía muy falto y atrasado para la virtud.

Salido ya de la edad pueril, fué á la escuela de un maestro de primeras letras, y le pidió algun libro de Homero; mas como respondiese que nada de Homero tenía, le dió una puñada, y se marchó. Ya otro maestro le dijo que tenía un Homero enmendado por él; y entonces le repuso:

¿Cómo enseñas las primeras letras? ¿Siendo capaz de enmendar á Homero, por qué no educas á los jóvenes?» Quiso en una ocasion visitar á Pericles, y llamó á su puerta; mas se le informó que no se hallaba desocupado, sino que estaba viendo cómo dar cuentas á los Atenienses; y entónces se retiró diciendo: «¿Pues no sería mejor ocuparse en ver cómo no darlas?» Siendo todavía muy jovencito, militó en el ejército enviado contra Potidea, en el cual tuvo á Sócrates por camarada, y en los combates peleó á au lado. Hubo una fuerte batalla, en la que los dos sobresalieron en valor; y como Alcibiades hubiese caido de una herida, Sócrates se puso por delante y le defendió; haciéndose visible con esto que le sacó salvo y con sus armas, y que por toda razon debia el prez ser de Sócrates.

Con todo, cuando se advirtió que los generales, movidos del esplendor de Alcibiades, estaban empeñados en atribuirle aquella gloria, Sócrates, para encender más en él el deseo de sobresalir en acciones ilustres, fué el primero en atestiguar y promover que se diesen á aquél la corona y la armadura. Para eso en la batalla de Delio, cuando los Atenienses volvieron la espalda, como Alcibiades tuviese caballo, y Sócrates con muy pocos se retirase á pié, no le desamparó aquél luégo que le vió, sino que le acompañó y defendió, cargándoles los enemigos, y haciéndoles mucho daño; pero esto fué algun tiempo despues.

A Hipônico, el padre de Calias, varon de suma dignidad y gran poder por su riqueza y linaje, le dió una bofetada, no movido de enfado ó de alguna disputa, sino por juego, á causa de una apuesta que había hecho con sus amigos.

Hizose muy pública en toda la ciudad esta afrenta; y como todos hubiesen mirado el hecho con la indignacion que era justo, á la mañana siguiente muy temprano se fué Alcibiades á casa de Hipónico, y llamando á la puerta, entró á su habitacion, donde quitándose la ropa le presentó su cuerpo, pidiendo que le lastimase y tomara satisfaccion; mas él le perdonó y depuso el enojo, y áun más adelante le hizo esposo de su hija Hipareta. Otros son de sentir que no fué el mismo Hipónico, sino Calias, su hijo, quien casó á Hipareta con Alcibiades, dándole diez talentos; y que luego cuando parió ésta, le arrancó Alcibiades otros diez talentos, como que así se habia pactado si daba á luz varones. Temeroso Calias de que le armase algun enredo, se presentó ante el pueblo, cediéndole su hacienda y su casa, si llegase á morir sin descendencia: é Hipareta, sin embargo de que era mujer prudente y de condicion apacible, incomodada con él, porque sin consideracion al matrimonio frecuentaba otras mujeres forasteras y ciudadanas, abandonando su casa se fué á la del hermano. Mirólo Alcibiades con indiferencia, y áun parecia hacer gala, por lo cual aquella se vió en la precision de poner en poder del Arconte la peticion de divorcio, no por medio de procurador, sino presentándose ella misma. Luego que pareció personalmente conforme á la ley, acudió Alcibiades, y tomándola del brazo marchó á casa desde el foro, llevándosela consigo, sin que nadie se le opusiese ó pensase en quitársela; y permaneció en su compañía hasta que falle ció, que fué no mucho tiempo despues, en ocasion de navegar Alcibiades para Efeso: así no pareció que aquella violencia de babérsela llevado hubiese sido muy injuriosa é inhumana: además de que si la ley exigia que la que se divorciaba se presentara en el foro personalmente, es de crear que en ello habia la mira de proporcionar al marido el concurrir tambien, y retenerla.

Tenía un perro celebrado de grande y hermoso, el que habia comprado en setenta minas, y fué y le cortó la cola, que era bellísima. Reprendiéronselo sus amigos, diciéndole que todos le roian y' vituperaban por lo hecho con el perro; y él, riéndose, «eso—es, les respondió, lo que yo quiero; porque quiero que los Atenienses hablen de esto, para que no digan de mí cosas peores.» Su primera entrada al favor popular dícese haber sido un donativo de dinero, no preparado de antemano, sino nacido de casualidad, porque yendo por la calle, en oca sion de estar tumultuados los Atenienses, preguntó la causa, é informado de que era por una distribucion de dinero, se acercó y les dió tambien. Comenzó el pueblo á gritar y aclamarle; y olvidado con este placer de una codorniz que llevaba debajo de la capa, dió ésta á volar y se le buyó; con lo que creció más la aclamacion de los Atenienses, y muchos corrieron á ayudarle á cobraria, babiendo sido Antioco el piloto quien la cogió, y se la volvió; por lo cual le tuvo de allí en adelante en mucha estimacion. Su linaje, su riqueza y su valor en los combates le abrian ancha puerta para introducirse en el gobierno, mayormente teniendo muchos amigos; pero, con todo, su mayor deseo era ganar el ascendiente sobre la muchedumbre con la gracia en el decir; y de que sobresalia en esta dote nos dan testimonio los poetas cómicos, y tambien el más vehemente de los oradores, diciendo en su oracion contra Midias, que Alcibiades, entre otras mucbas dotes, tenía la de la elocuencia. Y si hemos de dar crédito á Teofrasto, el hombre más investigador y de más noticias entre los filósofos, Alcibiades sobresalia mucho en la invencion y en el conocimiento de lo que en cada asunto convenia; mas como no sólo examinase qué era lo más oportuno, sino tambien de qué manera se diria con las voces y las frases más adecuadas, carecia de facilidad, y así tropezaba a menudo, y en medio del período callaba y se detenia, para ver cómo habia de continuar.

Hízose muy célebre por los caballos que mantenia, y por el número de sus carrozas; porque en Olimpia ni particular ni rey alguno presentó jamás siete, sino él solo; y el haber sido á un tiempo vencedor en primero, segundo y cuarto lugar, segun Tucidides, y áun en tercero, segun Eurípides, excede en brillantez y en gloria á cuanto puede conseguirse en este género de ambicion. Euripides en su canto dice así: A ti te cantaré, oh hijo de Clinias: bellisima cosa es la victoria; pero más bello, lo que ninguno de los Griegos alcanzó jamás: ganar con carroza el primero, segundo y tercer premio, y marchar coronado de oliva dos veces sin trabajo alguno (1), pregonado vencedor por el heraldo.

A este brillante vencimiento lo hizo todavía más glorioso el empeño de los contendores en honrarle, porque los de Efeso le armaron una tienda guarnecida riquisimamente; la capital de Quio dió la provision para los caballos y gran número de victimas, y los de Lesbos el vino y demas prevenciones para un suntuoso banquete de muchos convidados. Tambien una calumnia ó perversidad, divulgada sobre esta misma magnificencia, dió mucho que hablar por entonces; porque se cuenta que hallándose en Atenas un tal Diomedes, hombre de bien y amigo de Alcibiades, y (1) Otras dos veces se adjudicó el premio á carrozas enviadas por Alcibiades, sin concurrir él mismo.

P ALCIBIADES.

15 deseando alcanzar la victoria en los juegos Olímpicos, noticioso de que en Argos habia un excelente carro perteneciente al público, y de que Alcibiades gozaba en Argos de gran poder y tenía muchos amigos, le rogó se lo comprase; pero que habiéndolo comprado, lo hizo pasar por suyo, y dejó á un lado á Diomedes, que lo sintió en gran manera, y se quejó del hecho á los Dioses y á los hombres.

Parece que sobre él se movió pleito; y hay una oracion de leócrates del par de caballos, escrita á nombre del hijo de Alcibiados, en la que es Tisias, y no Diomedes, el demandante.

Era aún muy joven cuando se dió å los negocios del gobierno; y aunque al punto oscureció á todos los demas concurrentes, tuvo que contender con Feaces el de Erasistrato, y con Nícias el de Nicerato; de los cuales éste le precedia en edad, y tenía opinion de buen general; y Feaces, que procedia de padres ilustres, y como él empezaba á tener adelantamientos, le era inferior entre otras calidades en la de la elocuencia; porque parecia más propio para conciliar y persuadir en el trato privado, que para sostener los debates en las juntas: siendo, como dice Eupolis, Diestro en parlar; mas en decir muy torpe.

Corre asimismo una oracion escrita contra Alcibiades y Feaces, en la que se dice, entre otras cosas, que teniendo la ciudad muchas tazas de oro y plata, Alcibiades usaba de todas ellas como propias en su mesa diaria. Vivia entónces tambien un tal Hipérbolo de Periteo, el cual, además de que Tucídides hace mencion de él como de un hombre malo, dió materia á todos los poetas cómicos para zaherirle; pero él era inmoble é inalterable á los dicterios y á las sátiras, por un abandono de su opinion que, siendo en realidad desvergüenza y tonteria, algunos le graduaban de intrepidez y fortaleza; y éste era de quien se valia —LAS VIDAS PARALELAS.

16 el pueblo cuando queria desacreditar y calumniar á los que estaban en altura. Movido, pues, entonces por este mismo, iba á usar del ostracismo, que es el medio que emplean siempre para enviar á destierro al ciudadano que se adelanta en gloria y en poder, desahogando así su envidia, más bien que su temor. Era claro que las conchas caerian sobre uno de los tres; y por tanto Alcibiades, reuniendo los partidos para este objeto, habló á Nicias, bizo que el ostracismo se convirtiera contra Hipérbolo.

Otros dicen que no fué con Nicias, sino con Feaces con quien Alcibiades se confabuló, y que por medio de la faccion de éste, consiguió desterrar á Hipérbolo, que estaba de ello bien ajeno: porque ningun hombre ruin y oscuro habia hasta entónces incurrido en este género de pena, como, haciendo mencion del mismo Hipérbolo, lo dijo así Platon el Cómico:

Fué á sus costumbres merecida pena; Mas por su calidad de ella era indigno:

Porque no se inventó seguramente Contra tan vil canalla el ostracismo.

Pero en este punto hemos dicho en otra parte cuanto es digno de saberse.

Mas no por esto dejó Nicias de ser un objeto de mortificacion para Alcibiades, viéndole admirado de los enemigos y honrado de los ciudadanos; porque era Alcibiades público hospedador de los Lacedemonios, y habia obsequiado de ellos a los que habian sido cautivados en el encuentro de Pilo; y con todo, porque principalmente habian conseguido por medio de Nicias que se hiciese la paz y se les restituyesen los cautivos, teniah á éste en mayor estimacion; y entre los Griegos corria la voz de que si Pericles los habia hostilizado, Nicias había desvanecido la guerra; y los más á esta paz la llamaban Nicea: por tanto, enfadado Alcibiades sobre manera y agitado de envidia, formó la resolucion de romper el tratado. Y en primer lugar, noticioso de que los Argivos, por odio y miedo de los Esparciatas, buscaban cómo separarse de ellos, les dió reservadamente esperanza de que los Atenienses serian en su auxilio, y los alentó, enviando á decir á los principales del pueblo que no temiesen ni cedieran á los Lacedemonios, sino que se pasaran á los Atenienses y aguardaran lo poco que faltaba para que éstos mudaran de propósito y rompieran la paz. Como en este tiempo los Lacedemonios hubiesen hecho alianza con los Beocios, y hubiesen restituido á los Atenienses la ciudad de Panacto, no en pié como debian, sino habiéndola ántes deruido, hallando con este motivo indignados á los Atenienses, los irritó todavía más. Molestaba por otra parte á Nicias, y le calumniaba y acusaba con apariencia, de que estando con mando, no quiso cautivar por sí mismo á aquellos de los enemigos que habian quedado en Esfactería; y habiendo sido cautivados por otros, los habia dejado ir, y entregádolos, haciendo este obsequio á los Lacedemonios; y tambien de que siendo tan amigo no recabó de éstos que no se ligasen con los Beocios y Corintios, y que no estorbaran que de los pueblos griegos se aliase é hiciese amistad con los Atenienses el que quisiese, si á los Lacedemonios no les estaba á cuenta. Cuando así traia á mal traer á Nicias, dispuso la suerte que viniesen embajadores de Lacedemonia, haciendo por sf proposiciones equitativas, y diciendo que traian plenos poderes para todo lo que fuera de una justa conciliacion. Habíalos oido el consejo, y al dia siguiente se habia de congregar el pueblo: entonces, temeroso Alcibiades, manejó que los embajadores hablasen con él, y luego que se avistaron, «¿qué habeis hecho, les dijo, oh Esparcialas? ¿podeis ignorar que el consejo trata siempre con moderacion y humanidad a los que se le presentan, pero que el pueblo es altanero y tiene desmedidas TOMO II.

—2 etensiones? Si decis que venis autorizados para todo, xigirá y querrá obligaros á lo que no sea de razon:

waya, pues, deponed esa nimia bondad, y si quereis encontrar en los Atenienses moderacion y no ser precisados á los que no es de vuestro dietámen, proponed to que os parezca justo, sin que entiendan que venis con plenos poderes, con lo que nos tendreis de vuestra parte por hacer obsequio á los Lacedemonios.» Dicho esto, se les obligó con juramento, y enteramente los apart de Nicias, poniendo en él su confianza, y admirando su penetracion y juicio, que no era, decian, de un hombre vulgar. Congregado al dia siguiente el pueblo, se presentaron los embajadores, y preguntados por Alcibiades con la mayor afabilidad con qué facultades venian, respondieron que no venian con plenos poderes y al punto se volvió contra ellos con gran vehemene el mismo Alcibiades, como si fuese el hurlado, y quien burlaba, tratándolos de falsos y enredadores, c no podian haber venido á hacer ni decir cosa buc irritose tambien contra ellos e! Senado; el puebl mostró igualmente ofendido, y Nicias quedó admi y confundido con la mudanza que vió en los em dores, por ignorar el engaño y dolo en que se les hecho caer.

Despues de desconcertados así los Lacedemonios brado Alcibiades general, inmediatamente hizo Argos, de Mantinea y de Elea aliados de los Aten aunque nadie alababa el modo, se celebraba lo má lloso de su hazaña; siendo muy grande la de ho rado y conmovido casi puede decirse á todo el P y opuesto en un dia junto á Mantinea tantas tro cedemonios, y haberles ido á llevar el comba á tan grande distancia de Atenas, que con la ganaron, y si hubiesen sido vencidos, era d demonia hubiera vuelto en sí. Despues de tentaron los Quiliarcos (1) de Argos disolver la democracia y sojuzgar la ciudad; y áun los Lacedemonios que acudieron contribuyeron á la ejecucion de aquel designio; pero tomando las armas la muchedumbre, recobró la superioridad, y sobreviniendo Alcibiades, además de hacer más segura la victoria del pueblo, persuadió á éste que dilatara la gran muralla, y que poniéndose en contacto con el mar, acercara enteramente su ciudad al poder de los Alenienses. Trajo asimismo de Atenas arquitectos y canteros, y se les mostró del todo interesado por ellos, ganando de este modo favor y poder, no menos para sí mismo que para su patria. Persuadió de la propia manera á los de Patrás que con murallas prolongadas arrimaran su ciudad á la mar; y como alguno dijese á los Patrenses: «Los Atenienses se os tragarán.—Puede ser, repuso Alcibiades; mas será poco a poco, y por los piés; pero los Lacedemonios por la cabeza, y de una vez.» Aconsejaba al propio tiempo á los Atenienses que ellos se pegaran más á la tierra, exhortándolos á confirmar con obras el juramento que en Agraulo (2) prestan los jóvenes; y lo que juran os, que la frontera del Atica será para ellos el trigo, la cebada, las viñas y los olivos; dando á entender que tendrán por propia principalmente la tierra cultivada y fructifera.

á Pues con estos cuidados y estos discursos, con esta prudencia y esla habilidad en manejar los negocios, reunia un desarreglado lujo en su método de vida, en el beber y en desordenados amores; grande disolucion, y mucha afeminacion en trajes de diversos colores, que afectadamente arrastraba por la plaza; una opulencia insultante en todo:

lechos muelles en las galeras para dormir más regaladamente, no puestos sobre las tablas, sino colgados de fa(1) Magistrados de Argos, que en la guerra mandaban á 1.000 hombrea.

(2) Era un bosque sagrado cerca de Atenas.

jas; y un escudo que se hizo de oro, en el que no puso ninguna de las insignias usadas por los Atenienses, sino un Cupido armado del rayo. Al ver estas cosas, los ciudadanos más distinguidos, además de abominarlas y llevarlas mal, temian su osadía y su ningun miramiento, como tiráni—cos y disparatados; pero con el pueblo sucedia lo que Aristófanes expresó bellamente en estos términos:

A un tiempo le desea y le aborrece; Mas con todo en tenerle se complace.

Y más bellamente todavía en esta alusion á él:

No criar el leon lo mejor fuera; Mas aquel que en criarle tiene gusto, Fuerza es que á sus costumbres se acomode.

Porque sus donativos y sus gastos en los coros; sus obsequios á la ciudad, superiores á toda ponderacion; el esplendor de su linaje, el poder de su elocuencia y la belleza de su persona; y sus fuerzas corporales juntas con su experiencia en las cosas de la guerra, y su decidido valor, hacian que los Atenienses fueran con él indulgente en todo lo demas, y se lo llevaran en paciencia, dando siempre á sus extravíos los nombres benignísimos de juegos y muchachadas. Fué uno de ellos haber puesto preso al pintor Agatarco, y remunerarlo despues con dones, porque le pintó la casa: otro dar de bofetadas á Taureas, su contendor en un coro, porque le disputó la victoria; y otro asimismo haberse tomado de entre los cautivos á una mujer de Melia, y ayuntándose á ella criar un niño te"nido en la misma; porque tambien esto lo calificaban de bondad; y todo, menos el que tuvo gran parte de culpa én que se diese indistintamente muerte á todos los Melios, defendiendo el decreto. Cuando Aristofonte pintó á Nemea (1) teniendo á Alcibiades sentado en su regazo, lo miraban, y sallan muy gustosos los Atenienses; pero los ancianos tambien esto lo veian de mal ojo, como tiránico y violento. Parecia, por tanto, que no habia andado errado Arquestrato en decir que la Grecia no podria llevar dos Alcibiades. Y cuando Timon el Misántropo, encontrándose con Alcibiades á tiempo que se retiraba de la junta pública muy aplaudido y con un brillante acompañamiento, no pasó de largo, ni se retiró, como solía hacerlo con todos los demas, sino que acercándose y tomándole la mano: Brava, muy bien haces, le dijo, ok jóven, en irte acreditando, porque acrecientas un gran mal para todos éstos; unos se echaron á reir, otros lo miraron como una blasfemia, y en algunos produjo aquel dicho una completa aversion: ¡tan difícil era formar opinion de semejante hombre por las contrariedades de su carácter!

Tentaba ya la Sicilia, aun en vida de Pericles, la codicia de los Atenienses, que despues de su muerte habian dado algunos pasos hácia ella; y con enviar por todas partes lo que llamaban socorros y auxilios á los agraviados por los Siracusanos, iban poniendo escalones para una grande expedicion. Mas el que inflamaba hasta el último punto este deseo, y les persuadia á que no por partes y poco a poco, sino con poderosas fuerzas acometieran á la isla, era Alcibiades, dando al pueblo grandes esperanzas, y formando él mismo mayores designios; porque miraba en la Sicilia el principio, y no el término, como los demas, de las operaciones militares que en su ánimo meditaba. Con todo, Nicias, reputando difícil empresa la de tomar á Siracusa, retraia con sus persuasiones al pueblo; pero Alcibiades, que lo entretenia con los sueños de Cartago y del Africa, y que en consecuencia de esto tenía ya como en la mano la Italia y el Peloponeso, faltaba poco para que viese en (1) Era una cortosana de gran fama en aquel tiempo.

la Sicilia un viático para aquella guerra. Y lo que es los jóvenes espontáneamente se le unieron, acalorados con tan lisonjeras esperanzas; pues además oian á los ancianos deducir maravillosas consecuencias de aquella exposicion; tanto, que muchos se ponían en las palestras y en los corrillos á dibujar la figura de la isla, y la situacion del Africa y de Cartago. Mas dícese del filósofo Sócrates, y del astrólogo Meton, que ni uno ni otro esperaron nunca nada provechoso á la ciudad de semejante proyecto: aquél por aparecérsele, como es de creer, su genio familiar y predecírselo; y Meton, porque receló por su propio discurso lo que iba á suceder, ó porque usó para ello de alguna adivinacion: de forma que fingió haberse vuelto loco, y tomando un tizon encendido iba á pegar fuego á su propia casa: aunque algunos dicen que no hubo de parte de Meton tal ficcion de locura, sino que dió efectivamente fuego á su casa por la noche, y á la mañana se presentó á pedir y suplicar que por aquella desgracia le dejaran al hijo libre por entonces de la milicia; y habiendo engañado asi á los ciudadanos, consiguió lo que queria.

Fué, sin embargo, nombrado general Nicias contra su voluntad, repugnando no ménos el mando que el colega que se le daba: porque juzgaron los Alenienses que se conduciria mejor aquella guerra no dejando absoluto á Alcibiades, sino mezclando con su osadía la circunspeccion de Nicias; porque el tercer general Lamaco, aunque hombre de más edad, se habia visto en algunos combates que no cedia á Alcibíades en ardor y en arrojo á los peligros.

Cuando deliberaban sobre la cantidad y modo de los preparativos, volvió a intentar Nicias el oponerse y paralizar la guerra; mas contradijole Alcibiades y salió con su intento, escribiendo el orador Demostrato, y persuadiendo que convenia hacer á los generales árbitros de los preparativos y de la suma de la guerra; lo que así fué decretado por el pueblo. Estando ya todo dispuesto para dar la vela, no se presentaron favorables ni áun los auspicios de las festividades; porque cayeron en aquellos días las de AdoDis, en las cuales las mujeres ponian en muchos parajes imágenes semejantes á los muertos que se llevan á enterrar, y representaban exequias, lastimándose y entonando lamentaciones. Además la mutilacion becha en una sola noche de todos los llermes (1), que amanecieron con todas las partes prominentes del rostro cortadas, causó gran turbacion áun á muchos de los que no hacen alto en tales cosas. Dijose que los de Corinto, por amor de los Siracusanos, que era una colonia suya, con la esperanza de que aquel prodigio habia de contener á los Atenienses y hacerles desistir de la guerra, fueron los autores del alentado. Mas con todo, á una gran parte no les hicieron fuerza ni esta voz ni las razones de los que decian que nada siniestro habia en aquellos portentos, y que no eran más que una de aquellas travesuras que suele llevar consigo la insolencia de la gente jóven, propensa despues de un banquete á tales desórdenes; porque á un tiempo se irritaron y se llenaron de terror con lo sucedido, atribuyéndolo á alguna conjuracion fraguada con grandes miras. Hacíanse, por tanto, pesquisas rigurosas sobre cualquier sospecha por el Senado en repetidas juntas, y por el pueblo, reuniéndose lambien en pocos días muchas veces.

En esto presentó Androcles, uno de los demagogos, algunos esclavos y colonos que acusaban á Alcibiades y á sus amigos de otras mutilaciones de estatuas, y de haber en la embriaguez remedado los misterios: diciendo que un tal Teodoro habia hecho funciones de proclamador, Polulion las de porta—antorcha, el mismo Alcibiades las de Hicrofanta; y que los demas amigos habian sido los concurrentes, y participado de los misterios, llamándose mistas (1) Estatuas de Mercurio que habia muchas en los sitios públicos de las ciudades y en los caminos.

—LAS VIDAS PARALELAS.

ó iniciados: así estaba escrito en la delacion, siendo Tésalo el de Cimon quien delataba á Alcibiades de que era implo contra las Diosas (1). Irritándose con esto el pueblo, y estando muy indispuesto con Alcibiades, todavía le exasperaba más Androcles, que era uno de sus mayores enemigos; por lo que al principio Alcibiades no pudo menos de abatirse: mas advirtiendo luego que todos los marineros que habian de ir á Sicilia le eran muy aficionados, y lo mismo la tropa, y que los de Argos y Mantinea en número de mil decían abiertamente que sólo por Alcibiades se ofrecian á aquella marítima y lejana expedicion, y que si alguno le agraviaba desertarian, entonces cobró ánimo, y se aprovechó de aquella oportunidad para defenderse: de manera que por la inversa sus enemigos desmayaron, y empezaron á temer no fuera que el pueblo se mostrara blando con él en el juicio, por la consideracion de haberlo menester. Maquinaron, por tanto, que de los oradores los que no eran conocidamente enemigos de Alcibiades, aunque en su corazon no le aborrecieran ménos que sus contrarios declarados, se levantaran en la junta, y dijeran que era muy fuera de razon á un general nombrado con plenos poderes para mandar tantas fuerzas, en el momento de tener reunido el ejército y los auxiliares, causarle detencion con el sorteo de jueces y medida del agua (2), haciéndole perder la oportunidad de obrar: navegue, pues, en buen hora, y comparezca concluida la guerra á defenderse conforme á las mismas leyes. No dejó Alcibiades de percibir la malignidad que encerraba esta dilacion; así replicó, tomando la palabra, que era cosa terrible, dejando pendientes tal causa y tales calumnias, partir adornado de tan brillante autoridad, y que lo justo era, ó morir si no di(1) Ceres y Proserpina, cuyos misterios habia remedado.

(3) Al acusador y al reo se les señalaba tiempo para hablar, el que se media con relojes de agua.

sipaba la acusacion; ó en caso de desvanecerla, marcha contra los enemigos sin miedo de calumniadores.

Mas no habiendo logrado convencerlos, é intimándosele que partiese, dió la vela con sus colegas, llevando muy pocas ménos de ciento y cuarenta galeras; cinco mil y cien infantes; entre tiradores de arco, honderos y demas tropa ligera unos mil y trescientos, y todas las prevenciones correspondientes. Navegando la vuelta de Italia tomaron á Regio, y allí propuso á deliberacion el modo que habia de tenerse en hacer la guerra. Opúsose Nicias á sa dictámen; pero habiendo convenido con él Lamaco, se dirigió á la Sicilia, y atrajo á Catana á su partido; sin que hubiese ya podido hacer otra cosa, porque al punto fué llamado para el juicio por los Atenienses. Porque al principio, como dejamos dicho, sólo se propusieron contra Alcibiades algunas frias sospechas y calumnias por esclavos y por colonos; pero sus enemigos, luego que le vieron ausente, tomaron fuerzas contra él, y reunieron con el insulto hecho á los Hermes el remedo de los misterios, como que todo era efecto de una misma conjuracion para causar un trastorno; y á todos cuantos indiciados pudieron haber å las manos, sin oirlos los encerraron en la cárcel, sintiendo no haber cogido ántes á Alcibiades bajo sus votos, y sentenciádole por tan graves crímenes; mas la ira que contra él tenian la mostraron ásperamente en cualquiera deudo, amigo ó familiar suyo que por desgracia aprehendieron. Tucídides no hizo mencion de los denunciadores; pero otros escritores, entre ellos Frinico el Cómico, nombran á Dioclidas y á Teucro, siendo estos los versos de Frinico:

Amado Hermes, cuida no te caigas, Y á tí mismo te lisies, dando márgen A que otro Dioclidas que tenga Mala intencion, levante otra calumnia.

Tendré cuidado; pues en modo alguno Al execrable advenedizo Teuero Quiero se dé de la denuncia el premio.

Y no porque los tales denunciadores hubiesen dado pruebas ciertas y seguras: ántes preguntado uno de ellos cómo babia conocido á los mutiladores de los Hermes, respondió que á la claridad de la luna, con la más maniflesta falsedad, porque el hecho habia sido en el dia primero, ó de la nueva luna. Esto á las gentes de razon las dejó aturdidas; pero nada influyó para ablandar el ánimo de la plebe, que continuó con el misino acaloramiento que al principio, conduciendo y encerrando en la cárcel á cualquiera que era denunciado.

Uno de los presos y encarcelados por aquella causa fué el orador Andócides, á quien lelánico, escritor contemporáneo, hace entroncar con los descendientes de Ulises.

Era reputado Andócides por desafecto al pueblo y apasionado de la oligarquía; y sobre todo, en el crímen de la irreverencia le habia hecho sospechoso el grande Hermes, ofrenda que la tribu Egeide babia consagrado junto á su casa; porque de los pocos que había sobresalientes entre los demas, este sólo habia quedado sano: así, áun ahora se denomina de Andócides, y así le llaman todos, no obstante que la inscripcion lo repugna. Ocurrió asimismo que entre los muchos que por aquel delito se hallaban en la cárcel, trabó Andócides amistad é intimidad con otro preso llamado Timeo, que si no le igualaba en la fama y opinion, le aventajaba en penetracion y osadia. Persuadió éste á Andócides que se delatase á sí mismo y á algunos otros en corto número: porque al que confesase, se habia ofrecido la impunidad, y si para todos era incierto el éxito del juicio, para los que tenian opinion de poder era muy temible; por tanto que era mejor mentir para salvarse, que morir con infamia por el mismo delito; y áun atendiendo al bien comun, valia más con perder á unos pocos de dudosa conducta, salvar al mayor número y á los hombres de bien de la ira del pueblo. Con estos consejos y exhortaciones convenció Timeo por fin á Andócides; y haciéndose denunciador de sí mismo y de otros, consiguió para sí la inmunidad conforme al decreto; pero los que por él fueron denunciados, á excepcion de los que pudieron huir, todos murieron; y para ganarse más crédito, comprendió Andócides en la delacion á sus propios esclavos. Mas no con esto desfogó el pueblo toda su rabia; ántes libre ya de los irreverentes á Mercurio, como con una ira que habia quedado ociosa, se convirtió todo contra Alcibiades. Ultimamente envió en su busca la nave de Salámina, bien que encargando, no sin gran cautela, que no se le hiciese violencia ni se tocase á su persona, sino que se le hablara blandamente, dándole órden de ir á Atenas para ser juzgado y satisfacer al pueblo; porque lemian un tumulto y una sedicion del ejército en tierra extraña, cosa que Alcibiades, á haber querido, le hubiera sido muy fácil de ejecutar; pues con su ausencia desmayó mucho aquél, temiendo que en las manos de —Nicias iria larga la guerra y experimentaria dilaciones fastidiosas faltando el aguijon que todo lo movia, por cuanto aunque Lamaco era belicoso y valiente, carecia de dignidad y respeto por su pobreza.

Embarcándose, pues, inmediatamente Alcibiades, les quitó a los Atenienses á Mesana de entre las manos, porque estando prontos los que habian de entregar la ciudad, él, que estaba bien enterado de todo, lo reveló á los amigos de los Siracusanos, y deshizo la negociacion. Llegado á Turios, bajó de la galera, y ocultándose, pudo frustrar la diligencia de los que le buscaban. Hubo alguno que le conoció, y le dijo: «¿No te flas, oh Alcibiades, en la patria?» y él le respondió: «En todo lo demas sí, pero cuando se trata de mi vida, ni en madre, no fuera que por equivocacion echase el cálculo negro en lugar del blanco.» Oyendo despues que la ciudad le habia condenado á muerte, «pues yo, repuso, les haré ver que vivo.» Consérvase memoria de que la delacion estaba concebida en estos términos: «Tésalo de Cimon Lasiade denuncia á Alcibiades de Clinias, Eseambonide, de haber ofendido á las Diosas Céres y su hija, remedando los misterios y divulgándolos á sus amigos en su casa, habiéndose puesto el ornamento que lleva el Hierofanta cuando celebra los misterios, tomando él mismo el nombre de Hierofanta, dando á Polution et de porta—antorcha, y á Teodoro Fegés el de proclamador, y llamando á sus amigos iniciados y adeptos, contra lo justo y lo establecido por los Eumolpidas, los proclamadores y los sacerdotes de Eleusis.» Condenároule en rebeldía, y confiscaron sus bienes, y mandaron además que todos los sacerdotes le maldijesen, á la cual resolucion solamente se opuso, segun es fama, Teano la de Menon de Agraulo, diciendo que era sacerdotisa para bendecir, no para maldecir á nadie.

Cuando estos decretos y estas condenaciones se pronunciaron estaba detenido en Argos, porque al fugarse de Turios lo primero que hizo fué irse al Peloponeso; pero temiendo á sus enemigos, y renunciando del todo á su patria, escribió á Esparta, pidiendo que se le ofreciese la impunidad, y dando palabra de que les haria favores y servicios que excedieran con mucho á los daños que ántes les habia causado. Concediéronselo los Esparciatas, y recibido benignamente de ellos, luego que pasó allá, el primer servicio que al punto les bizo fué que andando en consultas y dilaciones sobre dar auxilio á los Siracusanos, los movió y acaloró á que enviasen por general á Gilipo, y quebrantasen las fuerzas que allí tenian los Atenienses; fué el segundo hacer que ellos mismos por sí moviesen á estos guerra; y el tercero y más granado hacerles murar á Decelea, que fué lo que más perjudicó y contribuyó á la ruina de Atenas. Estimado, pues, por sus hechos públicos, y no ménos admirado por su conducta privada, atraía y adulaba á la muchedumbre con vivir enteramente á la Espartana; pues viéndole con el cabello cortado á raíz, bafiarse en agua fría, comer puches, y gustar del caldo negro: como que no creian, y antes dudaban fuertemente de que hubiese tenido nunca cocinero, ni hubiese usado de ungüentos, ni hubiese tocado su cuerpo la ropa delicada de Mileto. Porque entre las muchas habilidades que tenía era como única, y como un artificio para cazar los ánimos, la de asemejarse é identificarse en sus afectos con toda especie de instituciones y costumbres, siendo en mudar formas más pronto que el camaleon; y con la diferencia de que éste, segun se dice, hay un color, que es el blanco, al que no puede conformarse; pero para Alcibiades ni en bien ni en mal nada habia que igualmente no copiase é imitase:

así, en Esparta era dado á los ejercicios del gimnasio, 80brio y severo; en la Jonia voluptuoso, jovial y sosegado; en la Tracia bebedor y buen jinete; y al lado del sátrapa Tisafermes excedia su lujo y opulencia á la pompa persiana: no porque le fuera tan fácil como parece pasar de un método de vida á otro, y admitir toda suerte de mudanza, sino porque conociendo que si usaba de su inclinacion natural desagradaria á aquellos con quienes tenía que vivir, continuamente se acomodaba y amoldaba á la forma y manera que estos preferian. En Lacedemonia, pues, en cuanto á su porte exterior podia muy bien decirse: No es éste el hijo de Aquiles, sino el mismo que pudiera haber formado Licurgo; mas en la realidad cualquiera, segan sus afectos y sus obras, hubiera podido gritarle: Esta es siempre la mujer de antaño (1). Porque á Timea, mujer de Agis, mientras éste estaba ausente en el ejército, de tal manera la sacó de juicio, que de su trato se hizo embarazade, sin negarlo; y como hubiese sido varon el que dió á luz, para (1) Esta frase y la de arriba eran proverbios entre los Griegos.

los de afuera se llamaba Leutuquidas; pero el nombre que al oido se le daba en casa por la madre entre las amigas y los confidentes, era el de Alcibiades: ¡tan ciega de amor estaba la tal mujer! y él con desvergüenza solia decir que no la habia seducido por hacer agravio, ni tampoco halagado del deleite, sino para que descendientes suyos reinasen sobre los Lacedemonios. Hubo muchos que denunciaron á Agis estos hechos; pero é! principalmente se atuvo al tiempo; porque habiendo habido un terremoto, él de miedo saltó del lecho y del lado de su mujer, y despues en diez meses no se ayuntó á ella; y como despues de este tiempo hubiese nacido Leutuquidas, no le reconoció por hijo suyo y por esta causa fué despues Leutuquidas privado de suceder en el reino.

Despues de los desgraciados sucesos de los Atenienses en Sicilia, enviaron á un tiempo embajadores á Esparta los de Quio y Lesbos, y tambien los de Cicico, para tratar de su defeccion. Los Beocios bablaban por los de Lesbos, y Farnabazo por los de Cicico; pero á persuasion de Alcibíades prefirieron auxiliar á los de Quio ántes de todo; y yendo él mismo en aquel viajo, hizo que se separase de los Atenienses casi puede decirse toda la Jonia; y con estar al lado de los generales lacedemonios fué muy grande el daño que les causó. Con todo, Agis era siempre su enemigo, á causa de la mujer por la afrenta recibida, y además le incomodaba tambien su gloria: porque se habia difundido la voz de que todo se hacía por Alcibiades, y á él era á quien se tenia consideracion. Sufríanle asimismo de mala gana los de más poder y dignidad entre los Esparciatas por la envidia que les causaba. Tuvieron, pues, mano, y negociaron con los que en casa quedaron con mando, que enviasen á Jonia quien le diese muerte. Llegó á entenderlo reservadamente, y vivia con recelo; por lo que en todos los negocios públicos promovió los intereses de los Lacedemonios, pero huyó de caer en sus manos; y habiéndose entregado por su seguridad á Tisafernes, sátrapa del Rey, al punto fué para con él la persona primera y de mayor poder; porque aquella suma destreza suya en plegarse y acomodarse áun al bárbaro, que no era hombre sencillo, sino perverso y de malísima inclinacion, le causó gran maravilla; y á sus gracias en los entretenimientos cotidianos y en el trato familiar no habia costumbres que resistiesen, ni genio que no se dejaso conquistar; tanto, que áun los que le temian & tenian envidia, en tratarle y conversar con él experimentaban placer. Por tanto, con ser Tisafernes entre los Persas uno de los enemigos más declarados de los Griegos, de tal modo se rindió á los halagos de Alcibiades, que llegó á excederle en sus reciprocas adulaciones: así, de los paraísos ó jardines que tenía, el más delicioso á causa de sus aguas y praderías saludables, y en el que habia además mansiones y retraimientos dispuestos régia y ostentosamente, ordenó que se llamase Alcibiades; y este fué el nombre y apelacion con que en adelante le llamaron todos.

Abandonando, pues, Alcibiades el partido de los Lacedemonios por su infidelidad, y teniéndoles ya miedo, comenzó á desacreditar y poner en mal á Agis con Tisafernes, no consintiendo ni que los auxiliase decididamente ni que rompiese del todo con los Atenienses, sino que prestándose penosamente á sus demandas, los fuese quebrantando y aniquilando con lentitud, y por este medio pusiese á ambos pueblos bajo el poder del Rey, debilitados los unos por los otros. Dejóse éste persuadir fácilmente, viéndose bien á las claras que le amaba y tenía en mucho: de modo que de una y otra parte teman los Griegos puestos los ojos en Alcibiades, arrepentidos ya los Atenienses con sus malos sucesos de la determinacion tomada contra él; y él mismo estaba incomodado por lo hecho, y temia no fuera que destruida del todo la ciudad, viniera á caer en las manos de los Lacedemonios, de quie—LAS VIDAS PARALELASnes era aborrecido. En Samos venía á estar entonces la suma de los intereses de los Atenienses; y partiendo desde allí con sus fuerzas navales, recobraban á unos aliados, y conservaban á otros, por ser en el mar superiores á sus enemigos; pero temian á Tisafernes y sus galeras fenicias, que se decia no estar léjos, y eran en número de ciento y cincuenta, porque si acertaban á llegar, no le quedaba esperanza alguna de salud á la ciudad. Bien convencido de esto Alcibiades, envió reservadamente á los principales de los Atenienses quien les diese confianza de que les volveria amigo á Tisafernes, no por complacer á la muchedumbre, ni esperando nada de ella, sino en obsequio de los principales ciudadanos, si determinándose á ser hombres esforzados y á contener la insolencia de la plebe, tomaban por su cuenta ellos mismos salvar la república y sus intereses. Todos los demas apoyaron con empeño la proposicion de Alcibiades; pero uno de los generales, Frinico Diradiote, sospechando lo que era, á saber, que á Alcibiades lo mismo le importaba la democracia que la oligarquía, y que procurando ser rehabilitado de la calumnia que le hizo contraría la muchedumbre, con esta mira lisonjeaba y halagaba á los principales, le hizo contradiccion. Quedó vencido por los demas votos; y hecho ya enemigo descubierto de Alcibiades, lo denunció secretamente á Astuoco, almirante de los enemigos, préviniéndole que se guardara y precaviera de Alcibiades, como de hombre que queria estar con unos y con otros; mas no sabía que el asunto iba de traidor á traidor: porque haciendo Astuoco la corte á Tisafernes y viendo que para con él era el todo Alcibiades,'manifestó á éste lo que Frinico le habia comunicado. Alcibiades mandó al punto á Samos acusadores contra Frinieo; con lo que todos se indignaron y sublevaron contra él; y como para ocurrir á aquel peligro no se le ofreciese á éste otro medio, intentó curar un mal con otro mal mayor: porque envió otra vez quien se quejase con Astuoco de haberle descubierto, y le avisase de que tenía resuelto hacerle entrega de las naves y del ejército de los Atenienses. Con todo, no trajo daño á éstos la traicion de Frinico por otra traicion de Astuoco, que tambien anunció á Alcibiades esta nuevalpropuesta de Frínico. Volvió éste en sí, y temiendo segunda acusacion de Alcibiades, se anticipó á prevenir á los Atenienses que los enemigos iban á sobrecogerlos, exhortándolos á estarse quietosen las naves y atrincherar el ejército. Cuando ya esto se habia puesto en ejecucion, aunque vinieron otra vez cartas de Alcibiades advirtiéndoles que se guardaran de Frinico,que iba á entregar á los enemigos la armada, no les dieron crédito, imaginándose que Alcibiades, que estaba bien informado de los preparativos é intentos de los enemigos, abusaba de estas noticias para calumniar á Frinico falsamente. Pero más adelante, habiendo uno de los de la guardia de Hermon dado de puñaladas á Frinico en la plaza y quitádole la vida, formada causa, condenaron los Atenienses á Frinico por traidor despues de muerto, y decretaron coronar á Hermon y los de su guardia.

Dominando entonces en Samos los amigos de Alcibiades, enviaron á Pisandro á la ciudad para mudar el gobierno y alenter á los principales á ponerse al frente de los negocios, y disolver la democracia, pues con estas condiciones les ganaria Alcibiades á Tisafernes por amigo y aliado: á lo ménos este fué el pretexto y la apariencia de los que establecian la oligarquia. Mas despues que tomaron consistencia y se apoderaron del mando los llamados cinco mil, aunque no eran más de cuatrocientos, ya no se curaban gran cosa de Alcibiades, y hacían muy remisamente la guerra; parte por desconfianza que tenian de que aguantaran los ciudadanos aquellas novedades, y parte porque imaginaban que cederian los Lacedemonios, inclinados siempre y afectos á la oligarquía; y la plebe en la ciudad se estuvo, aunque de mala gana, sosegada por entonces, TOMO II.

3 porque habian perecido no pocos de los que se opusieron á los cuatrocientos. Los de Samos cuando lo entendieron, irritados de aquel proceder, pensaron en dar al punto la vela con direccion al Pireo, y llamando á Alcibiades, al que tambien nombraron general, le ordenaron que los condujese, y acabase con los tiranos; mas éste no se manejó ó condescendió como cualquiera otro que repentinamente se hubiera visto en tanta autoridad por el favor de algunos de sus conciudadanos, creyendo que debia complacer en todo, y no rehusar nada á los que de fugitivo y desterrado lo habían hecho presidente y general de tantas naves y de tamañías fuerzas; sino que como correspondia á un gran caudillo, hizo frente á los que sólo se gobernaban por la ira, y los contuvo para no cometer un desacierto; con lo que indudablemente salvó entonces la república. Porque si haciéndose al mar, se hubieran restituido á casa, infaliblemente los enemigos habrían quedado dueños sin fatiga de toda la Jonia, del Helesponto y de las Islas; y Atenienses habrian tenido que venir á las manos eon Atenienses, trayendo la guerra á su ciudad; lo que Alcibiades sólo impidió sucediese, no precisamente persuadiendo é instruyendo á la muchedumbre, sino yendo en particular á unos con ruegos y á otros con violencia. Sirvióle en esta ocasion Trasibulo Estirieo, yendo á su lado y gritando; porque, segun se dice, era el que tenía la voz más fuerte entre todos los Atenienses. Otra segunda accion brillante hubo tambien entónces de Alcibiades, y fué que babiendo ofrecido que las naves fenícias que estaban los Lacedemonios esperando, teniéndoselas prometidas el Rey, ó las atraeria en su favor, ó á lo ménos negociaria que no se uniesen con aquellos, sin dilacion navegó con este objeto; y se verificó que Tisafernes, aunque se apareció con las naves hácia Aspendo, no las unió, sino que engañó á los Lacedemonios; habiendo sido Alcibiades la causa de que no estuviese ni con unos ni con otros, y sobre todo de que no estuviese con los Lacedemonios, por haber enseñado al bárbaro que se desentendiera y dejara que los Griegos se destruyeran unos å otros: pues no podia haber duda en que unidas tan poderosas fuerzas á uno de los dos pueblos, éste quitaria enteramente al otro el dominio del mar.

ALCIBIADES.

Fué disuelto á poco el gobierno de los cuatrocientos, por haberse agregado con ardor los amigos de Alcibiades á los que estaban por la democracia. Querian los de la ciudad, y habian dado la órden para que Alcibiades volviese; mas él creyó que no debia volverse con las manos vacías y desocupadas, sino glorioso con alguna ilustre hazaña. Con este objeto navegó al principio por el mar de Cnido y Coos; mas habiendo llegado allí á su noticia que el esparciata Mindaro subia at Helesponto con toda su armada, en persecucion de los Atenienses, se apresuró á dar auxilio á sus generales; y quiso la fortuna que llegase con sus diez y ocho galeras precisamente en el oportuno momento en que, habiendo caido unos y otros con todas sus naves cerca de Abido, y librádose combate, veucidos en parte y en parte vencedores, permanecieron en la lid basta cerca del anochecer. Con su aparecimiento en esta sazon bizo á ambos partidos equivocarse, inspirando conflanza á los enemigos y miedo á los Atenienses; pero levantando luego insignia amiga en la capitana, cargó repentinamente á los Peloponenses vencedores, que seguian el alcance. Hizolos volver, é impeliéndolos á tierra, destrozó sus naves, hiriendo á muchos que escapaban á nado, sin embargo de que Farnabazo los protegia con infantería, y peleaba por salvarles las naves: finalmente, aprosando treinta de los enemigos, y conservando las propias, erigieron un trofeo.

Con tan brillante y próspero suceso ardia por hacer de él ostentacion con Tisafernes, para lo cual, haciendo prevencion de presentes y regalos, y llevando el acompañamiento propio de un general, se encaminó allá. Mas no le salió como esperaba, porque difamado ya de antemano Tisafernes por los Lacedemonios, y temeroso de que por el Rey se le biciera cargo, juzgó que Alcibiades se le presentaba en la mejor coyuntura, y echándole mano, lo puso preso en Sardis, para desvanecer con esta maldad aquella acusacion.

Al cabo de treinta dias, habiendo podido Alcibiades proporcionarse un caballo, escapó de la vigilancia de los guardas y huyó á Clazomene, haciendo correr contra Tisafernes la voz de que él mismo le habia puesto en salvo.

Navegó de allí al ejército de los Atenienses, y llegando á entender que Mindaro y Farnabazo juntos se hallaban en Cicico, incító á los soldados y les hizo entender ser preciso que por mar y por tierra, y áun combatiendo muros, peleasen contra los enemigos, pues no podrian ganar botin si por todos estos modos no vencian. Armó, pues, las naves, y dando la vela hácia Proconeso, dió órden de que se encerraran y detuvieran dentro de la armada los buques ligeros para que por ningun medio pudieran presumir los enemigos su marcha. Hizo la casualidad que de repente llovió mucho con truenos, y que vino tambien en su favor tal oscuridad, que encubrió todo aquel aparato; de manera, que no sólo se ocultó á los enemigos, sino áá los mismos Atenienses; porque cuando estaban ya descoufiados, dió la órden y partieron. De alli á poco, la oscuridad se disipó y se divisaron las naves de los Peloponenses, que estaban ancladas delante del puerto de Cicico. Temeroso pues, Alcibiades, de que viendo antes de tiempo lo grande de sus fuerzas se retiraran á tierra, dió órden á los otros generales de que navegaran lentamente y se fueran atrasando, y él se presentó no teniendo consigo más de cuarenta naves, y provocó á los enemigos. Cayeron éstos en el lazo, y mirando con desprecio el que viniesen contra tantas, al punto se fueron para los contrarios y trabaron combate; pero cuando sobrevinieron las demas naves, emT pezada ya la accion, dieron á huir aterrados. Alcibiades entonces, con veinte de las mejores galeras, se metió por medio y encaminó á tierra; y saltando á ella, scometió á los que se retiraban de las naves, dando muerte á muchos.

Venció á Mindaro y Farnabazo que se adelantaron en defensa de éstos, dando muerte á Mindaro, que peleó valerosamente: mas Farnabazo logró fugarse. Fué grande el número de muertos y el de las armas de que se apoderaroo; tomaron todas las naves; se hicieron asimismo dueãos de Cicico; y huido Farnabazo y destrozados los Peloponenses, no solamente quedaron en segura posesion del Helesponto, sino que alejaron á viva fuerza de aquellos mares á los Lacedemonios. Cogiéronse hasta las cartas en que lacónicamente participaban á los Eforos aquella derrota. Nuestras cosas están perdidas, Mindaro muerto. La »gente hambrienta. No sabemos qué hacer.» • Fué tan grande con esto el engreimiento de los soldados de Alcibiades, y salieron tanto de sí, que tenian á ménos el reunirse con los demas soldados: ¡con los que muchas veces han sido vencidos, decian, los que son invietos todavía! Porque no mucho antes habia sucedido que derrotado Trasilo en las inmediaciones de Efeso, se habia erigido por los Efesios un trofeo de bronce en oprobio de los Atenienses. Con estas cosas daban en cara los de Alcibiades á los de Trasilo, ensalzándose á sí mismos y á su general, y no queriendo alternar con los otros ni en gimnasios ni en campamentos. Mas cuando Farnabazo vino luego sobre éstos á tiompo que hacian incursion en las tierras de Abido, trayendo mucha caballería é infanteria, Alcibiades, corriendo prontamente en su auxilio, puso en fuga á Farnabazo, y le siguió el alcance juntamente con Trasilo hasta entrada la noche. Uniéronse ya entonces, y gloriosos y alegres, tornaron al campamento; y levantando al dia siguiente un trofeo, talaron la region de Farnabazo, sin que nadie se atreviers á resistirles. Cautivó en aquella —LAS VIDAS PARALELASaccion algunos sacerdotes y sacerdotisas, pero los dejó ir libres sin rescate. Disponíase á sujetar por armas á los de Calcedonia que se habían rebelado, y habian recibido guarnicion y comandante de mano de los Lacedemonios; pero habiendo entendido que habian recogido cuanto podia ser objeto de botin, y lo habian llevado en depósito á los Bitinios sus amigos, pasó á los términos de éstos con su ejército, y les mandó un heraldo con esta queja; mas ellos concibieron miedo, y además de entregarle el botin, le pactaron amistad.

Barreada Calcedonia de mar á mar, vino Farnabazo para hacer levantar el cereo, é Hipócrates el gobernador, sacando tambien de la ciudad sus fuerzas, acometió a los Atenienses; mas Alcibiades, formando contra ambos su ejército, obligó á Farnabazo á huir cobardemente, y á Hipócrates y muchos de los suyos los destrozó enteramente, alcanzando de ellos una señalada victoria. Navegó en seguida al Helesponto, donde anduvo recogiendo contribuciones, y tomó á Selimbria, aventurando su persona sin consideracion: porque los que habian de entregarle esta ciudad habian convenido en que levantarian una tea la media noche; pero se vieron precisados á mostrarla ántes de hora, por temor de uno de los conjurados, que de repente se les había vuelto. Levantada, pues, la tea cuando la tropa no estaba todavía á punto, tomando consigo como unos treinta, marchó corriendo á la muralla, dejando órden de que los demas le siguiesen prontamente. Abriéroule la puerta cuando á los treinta se habian reunido veinte peltastas, ó armados de rodela, y entrando sin detencion, percibió que los Selimbrios venian de frente hácia él armados. De estarse quieto conoció que no habia para él recurso; y el buir, habiendo sido invicto siempre hasta aquel dia, no lo tuvo por de su carácter: hizo, pues, seña al trompeta de que impusiera silencio, y á uno de los que con él se hallaban le ordenó que gritase: «Atenienses, no hagais armas contra los Selimbrios. Esta intimacion hizo en unos el efecto de ser más remisos en el pelear, pareciéndoles que estaban dentro todos los enemigos; y en otros el de formar más lisonjeras esperanzas de favorable concierto. Mientras que entre sí conferenciaban sobre lo hacedero, le llegaron á Alcibiades todas las tropas, y conjeturando que las intenciones de los Selimbrios eran pącificas, temió que habian de saquear la ciudad los Traces, los cuales eran en gran número, y por inclinacion y amor á Alcibiades habian tomado las armas con la más pronta voluntad. Hizoles, pues, á todos salir de la poblacion, y en nada ofendió á los Selimbrios que estaban recelosos, sino que con haber recogido un impuesto, y haber dejado guarnicion, se retiró.

Los generales que mandaban el sitio de Calcedonia convinieron con Farnabazo por un tratado en que recogerian una contribucion, los Caldedonios volverían á la obediencia de los Atenienses, y éstos no harian ningun daño en la satrapía de Farnabazo; obligándose éste á dar á los embajadores de los Atenienses escolta con toda seguridad. Como á la vuelta de Alcibiades desease Farnabazo que él tambien jurara el tratado, respondió que no lo ejecutaria antes de haber jurado ellos. Prestados que fueron los juramentos, marchó contra los Bizantinos que se habian rebelado, y circunvaló la ciudad. Ofreciéndole, bajo la condicion de salvar ésta, Anaxilao, Licurgo y algunos otros que la entregarian, hizo correr la voz de que le llamaban fuera de allí novedades ocurridas en la Jonia, y por el dia salió con toda su escuadra; pero volviendo á la noche, saltó en tierra con la infantería, y resguardándose con las murallas, se estuvo allí quedo; pero las naves vinieron sobre el puerto, y acometiendo impetuosamente con grande gritería, alboroto y estruendo, asombraron á los demas Bizantinos por lo inesperado del caso; y á los adic tos á los Atenienses les proporcionaron el recibir á Alcibiades sobre la pactada seguridad, y el encontrar auxilio en el puerto y en las naves. Mas con todo no fué esta jornada exenta de riesgo, porque los Peloponenses, Beocios y Megarenses que allí se hallaban, ú los que descendieran de las naves los rechazaron y obligaron á reembarcar; y llegando á entender que había Atenienses dentro, formándose en batalla, marcharon juntos contra ellos. Trabado un reñido combate, los venció Alcibiades, mandando él el ala derecha y Teramenes la izquierda; y de los enemigos que les vinieron á las manos tomaron vivos unos trescienLos. De los de Bizancio despues del combate ni se dió muerte ni se desterró á ninguno, porque con esta condicion se entregó la ciudad; y tambien con la de que á nada que fuese de ellos se habia de tocar. Por esta razon, defendiéndose Anaxilao de la causa sobre traicion que se le movió en Lacedemonia, hizo ver en su discurso que no tenía por qué avergonzarse de lo hecho: porque dijo que no siendo Lacedemonio, sino Bizantino, viendo en peligro, no á Esparta, sino á Bizancio; hallándose su ciudad cercada de manera que nadie podia entrar, y consumiendo los Peloponenses y Beocios todos los víveres que habia en la ciudad, mientras que los Bizantinos fallecian de hambre con sus mujeres y sus hijos, no le pareció que cometia traicion con la entrega, sino que redimia á su ciudad de la guerra y de los males que padecia, imitando en esto á los más ilustres de la Lacedemonia, para quienes sólo es honesto y justo lo que es en provecho de la patria. Los Lacedemonios á este razonamiento cedieron con respeto, y absolvieron á los acusados.

Alcibiades, teniendo ya deseo de volver á ver á Atenas, y más todavía de ser visto de los ciudadanos despues de haber vencido tantas veces á los enemigos, dió la vela con esta direccion, yendo las galeras áticas adornadas en derredor con muchos escudos y despojos, llevando á remolco muchas naves tomadas, y ostentando en mayor número todavía las banderas de las que habian sido vencidas y echadas á pique, porque entre unas y otras no bajaban de doscientas. Mas lo que añade á esto Duris de Samos, que se da por descendiente de Alcibiades, diciendo que Teopompo, coronado en los juegos Píticos, les llevaba la cadencia á los remeros con la flauta; que daba las órdenes Calipides, actor de tragedias, adornado de un rico vestido, con el manto real y todo el demas aparato de teatro, y que la capitana entró en el puerto con una vela de púrpura, como si viniera de un convite bacanal, no lo refiere ni Teopompo, ni Eforo, ni Jenofonte; además de que no es de creer que se presentara á los Atenienses con tan insolente lujo, volviendo de destierro, y habiendo pasado tantos trabajos. Antes entró temeroso, y estando ya en el puerto, no saltó en tierra, hasta que hallándose sobre cubierta, vió que iba á presentársele su primo Euruptolemo y muchos de sus amigos y deudos, que yendo á recibirle, le estaban llamando. Luego que estuvo en tierra, cuantos le iban al encuentro ni siquiera parece que veian á los otros generales, sino que puesta la vista en él, le aclamaban, le saludaban, le acompañaban, y acercándosele le ponian coronas: los que no podian llegarse á él le miraban de léjos, y los ancianos se lo mostraban á los jóvenes. Con aquel gozo de la ciudad se mezclaron tambien muchas lágrimas, y la memoria en tanta prosperidad de las pasadas desgracias, haciendo cuenta de que ni habria dejado de tomar la Sicilia, ni les habria salido mal nada de lo que se prometian si hubieran dejado á Alcibiades el mando en aquellas empresas y sobre aquellas fuerzas; pues que áun ahora, tomando á su cargo la ciudad desposeida casi del todo del mar, y dueña en la tierra apenas de sus arrabales, dividida además y sublevada contra af misma, levantándola de tan débiles y apocadas ruinas, no solamente le habia restituido el imperio del mar, sino que hacía ver que tambien por tierra do quiera habia vencido á sus enemigos.

Sancionóse primeramente el decreto de su vuelta á propuesta de Cricias de Calaisero, como él mismo lo escribió en sus elegías, recordando así á Alcibiades este favor:

Yo el decreto escribi para tu vuelta, Y en junta le propuse: obra fué mia.

Mi lengua fuera quien le impuso el sello.

Reuniéndose entonces el pueblo en junta, se presentó Alcibiades: quejóse y lamentóse de sus desgracias, sin hacer más que culpar ligera y blandamente al pueblo, atribuyéndolo todo á su mala suerte y á algun genio envidioso; y concluyendo con darles grandes esperanzas contra los enemigos, é inspirarles aliento y confianzas: le coronaron con coronas de oro, y le nombraron generalísimo sin restriccion juntamente de tierra y de mar. Decretose asimismo que se le restituyesen sus bienes, y que los Eumolpidas y heraldos levantasen las imprecaciones que habian pronunciado de órden del pueblo. Levantáronlas los demas; pero el hierofanta Teodoro respondió: «yo ninguna imprecacion hice contra él, si en nada ha ofendido á la ciudad.» Aunque procedian con tan brillante prosperidad las cosas de Alcibiades, á algunos les causó inquietud el tiempo de la vuelta: porque en el dia de su arribo se hacían las purificaciones ó lavatorios en honor de la Diosa. Celebran las sacrificantes estas orgías arcanas en el dia 25 del mes Targelion, quitando todo el ornato y cubriendo la imágen:

por lo que los Atenienses cuentan este dia de cesacion de todo trabajo entre los más aciagos. Parecia, pues, que la Diosa no recibia con amor y benignidad á Alcibiades, sino que se le encubria y lo apartaba de sí. Sin embargo, habiéndole sucedido todo segun su deseo, y hecho equipar cien galeras, que iban á salir otra vez al mar, le asaltó en esto una cierla ambicion generosa, y le detuvo hasta el tiempo de los misterios, por cuanto desde que se muró á Decelea, y los enemigos se apoderaron de los caminos de Eleusine, ningun aparato habia tenido la iniciacion, siendo preciso ir por mar; y así los sacrificios, los coros y muchas de las ceremonias propias del camino cuando se invoca á Yaco, se habian omitido por necesidad. Parecióle, por tanto, á Alcibiades que ganarian en piedad respecto de la Diosa, y en gloria respecto de los hombres, dando á la solemnidad la forma antigua, acompañando por tierra la pompa de la iniciacion, y pasando las ofrendas por entre los enemigos: porque ó haria estarse enteramente quieto á Agis, pasando por esta humillacion, ó pelearian una guerra sagrada y acepta á los Dioses por las cosas más santas y más grandes á la vista de la patria, teniendo á todos los ciudadanos por testigos de su valor. Luégo que se decidió por esta idea, y dió parte de ella á los Eumolpidas y á los heraldos, puso centinelas en las alturas, y desde el amanecer envió algunos correos. Tomando despues consigo á los sacerdotes, á los iniciados y á los provectos, y ocultándolos con las armas, los condujo con aparato y sin ruido; dando en esta especie de expedicion un espectáculo augusto y religioso, al que daban los nombrea de procesion sagrada, propia de los santos misterios, los que estaban exentos de envidia. Ninguno de los enemigos osó oponerse, y habiendo hecho la vuelta con igual seguridad, él mismo se engrió en su ánimo; y llenó de tanto orgullo al ejército, que se miraba como incontrastable é invencible bajo tal caudillo. A los jornaleros y á los pobres se los atrajo de manera que concibieron un vielento deseo de que dominara solo, diciéndoselo así algunos, y acercándose á él para exhortarle á que despreciando la envidia, se sobrepusiera á los decretos, á las leyes y á los embelecadores que perdian la ciudad, para poder obrar y manejar los negocios como le pareciese, sin temor de calumniadores.

Cuál hubiese sido su modo de pensar acerca de esta propuesta de tiranía, no puede saberse; pero habiendo los principales ciudadanos concebido miedo, dieron calor á que se embarcara cuanto ántes, concediéndole todo lo demas, y los colegas que quiso. Partiendo, pues, con las cien galeras, y tocando en Andros, venció, sí, en batalla á los habitantes y á cuantos Lacedemonios alli habia, pero no lomó la ciudad; y este fué el primero de los cargos de que se valieron contra él sas enemigos. Y en verdad que parece haber sido Alcibiades más que otro alguno victima de su propia gloria y reputacion: porque siendo muy grande y muy acreditado de valor y prudencia por tantos prósperos sucesos, lo que no conseguia lo hacía sospechoso de que no ponia eficacia, no queriendo creer que era no haber podido; pues que con la diligencia nada habia de desgraciársele: por tanto, esperaban la noticia de que habia sujetado á los de Quio y toda la Jonia, y se indignaban de que no se les diese todo concluido con la presteza y celeridad que apetecian; no parándose á considerar su falta de fondos, á causa de la cual, habiendo de hacer la guerra á hombres que tenian al Rey por su mayordomo, se veía muchas veces precisado á navegar y abandonar el ejército para asistirle con las pagas y los viveres: porque el último cargo dimanó de la siguiente causa. Enviado Lisandro por los Lacedemonios con el mando de la armada, y dando de paga á los marineros cuatro óbolos en lugar de tres del dinero que tomó de Ciro; Alcibiades, que ya penosamente les acudia con los tres óbolos, tuvo que marchar á Caria á recoger alguna suma. Antioco, que fué el que quedó con el mando de las naves, era buen marino, pero necio por lo demas y de ningun provecho; y aunque Aleibíades le dejó prevenido que de dingun modo combatiese áun cuando le buscasen los enemigos, de tal modo se insolentó y tuvo en poco aquella órden, que equipando su galera y una de otro capitan, se fué la vuelta de Efeso, y haciendo y diciendo mil sandeces é insultos, se metió por entre las proas de las naves enemigas. Al principio Lisandro, yéndose á él, so puso á perseguirle con pocas naves; pero cuando vinieron en auxilio de aquél los Atentenses con todas las suyas, pasando adelante, deshizo al mismo Antioco, le tomó muchas naves y gente, y levantó un trofeo. Luego que Alcibiades oyó lo sucedido, volviendo á Samos, marchó con todas sus fuerzas y provocaba á Lisandro; pero éste, contento con su victoria, no quiso hacerle frente.

Siendo entre los que en el ejército miraban mal á Alcibiades el mayor enemigo suyo Trasibulo el de Trason, marchó á Atenas para acusarle; y acalorando á los que all tenia, hizo entender al pueblo que Alcibiades habia desgraciado los negocios de la república y perdido las naves por abusar de la autoridad, dando la comandancia á hombres que con francachelas y con las fanfarronadas propias de los marinos, granjeaban todo su favor, para que él, andando de una parte á otra, pudiera enriquecerse y entregarse á sus desórdenes en el beber, y á liviandades con sus amigas Abidenas y Jonías, sin embargo de navegar bien cerca los enemigos. Culpábanle asimismo de la prevencion de la muralla que habian hecho construir en Tracia á la parte de Bisante, para refugio suyo, por no poder ó no querer vivir en la patria. Arrastrados de estas inculpaciones los Atenienses, eligieron otros generales, poniendo de manifiesto su encoro y malignas ideas contra Alcibiades; el cual luégo que lo entendió, por temor se retiró en un todo del ejército, y haciendo recluta de extranjeros, se dedicó á hacer la guerra por su cuenta á los Traces, que no reconocian rey, y allegó mucho caudal de los que sojuzgó, poniendo al mismo tiempo á los Griegos establecidos por aquellos contornos en plena seguridad de parte de los bárbaros. Con todo, más adelante, cuando los generales Tideo, Menandro y Adimanto, que con todas las —LAS VIDAS PARALELASnaves que les habian quedado á los Alenienses estaban en el puerto de Egos—potamos, solian ir todas las mañanas muy temprano en busca de Lisandro, surto con las naves de los Lacedemonios en Lamsaco para provocarie, y volviéndose despues al mismo puesto, pasaban el día desordenada y descuidadamente como despreciando á éstos:

Alcibiades, que se hallaba cerca, no lo miró con indiferencia y abandono, sino que montando á caballo advirtió á los generales, que estaban mal apostados en un país que carecia de puertos y de ciudades, habiendo de proveerse de Sesto que les caia muy lejos, y teniendo en tanto abandonada la tripulacion en tierra, yéndose cada uno y esparciéndose por donde le daba la gana; cuando tenian al frente la escuadra enemiga, acostumbrada á ejecutar sin rebullirse cuanto manda un hombre solo.

Hizoselo así presente Alcibiades, y les persuadió que trasladaran sus fuerzas á Sesto; pero los generales no le dieron oidos, y áun Tideo le ordenó con expresiones injuriosas que se retirase, porque no era él, sino los mismos quienes tenian el mando; con lo que se retiró Alcibiades, no sin formar de ellos alguna sospecha de traicion, y diciendo a los que le acompañaban desde el campamento por ser sus conocidos, que á no haber sido lan ignominiosamente despedido por los generales, en breves dias hubiera puesto á los Lacedemonios en la precision de combatir contra su voluntad, ó de abandonar las naves. Algunos lo graduaron de jactancia; mas á otros les pareció que iba muy fundado, si su ánimo era llevar por tierra muchos de los soldados Traces, tiradores y de á caballo, y acometer y poner con ellos en desórden el campo enemigo. Por de contado, que adivinó y predijo acertadamente los errores de los Atenienses, bien pronto lo acreditó el suceso; porque viniendo sobre ellos repentina é inesperadamente Lisandro, solas ocho naves se salvaron con Conon: todas las demas, que eran muy cerca de doscientas, cayeron en poder de los enemigos; y de las tropas á unos tres mil hombres que Lisandro tomó vivos, á todos los pasó al filo de la espada. Tomó tambien á Atenas de allí á poco, incendió sus naves, y destruyó la llamada larga muralla. En vista de esto, temiendo Alcibiades á los Lacedemonios que dominaban por tierra y por mar, se trasladó á Bitinia, haciendo conducir y llevando consigo inmensa riqueza, y dejando todavía mucha más en la ciudad de su residencia. Pérdió tambien despues en Bitinia gran parte de sus bienes, robado de los Traces de aquella parte, por lo que determinó ir á ponerse en manos de Artagerges, pensando que si llegaba el caso haria al Rey servicios no inferiores en si á los de Temistocles, y más recomendables en su objeto: porque no se emplearia, como aquél, contra sus ciudadanos, sino que en favor de la patria y contra sus enemigos trabajaria é imploraria el poder del Rey. Juzgando empero que por medio de Farnabazo sería más seguro su viaje, se encaminó hacia él á la Frigia, donde en su compañía se detuvo, obsequiándole y siendo de él honrado Era muy sensible á los Atenienses verse despojados del imperio y superioridad; pero despues que Lisandro los privó además de la libertad, poniendo la ciudad en manos de los treinta tiranos, aquellas reflexiones que no les ocurrieron cuando les habrian servido para su salud, las hicieron entonces cuando todo estaba perdido con lamenLaciones y quejas, trayendo á la memoria sus errores y desaciertos, y teniendo por el mayor este segundo encono que habian concebido contra Alcibiades, porque fué depuesto del mando cuando él mismo en nada habia faltado; y sólo porque se habian incomodado con un subalterno que ignominiosamente habia perdido unas cuantas naves, con mayor ignominia habian privado á la ciudad del más esforzado y experimentado de sus generales. Con todo, áun en medio de las calamidades que los rodeaban entreveian una sombra de esperanza de que del todo no caeria la república mientras Alcibiades existiese: porque si ántes cuando fué desterrado no pudo sufrir el vivir en el ocio y en el reposo, tampoco ahora, á no estar del todo imposibilitado, llevaria en paciencia que los Lacedemonios les bicieran agravios, y que los treinta los trataran con vilipendio. Ni era extraño que á estos sueños se entregaran los demas, cuando los mismos treinta no se aquietaban sin pensar é inquirir sobre él, y sin mover frecuente conversacion de lo que hacía y de lo que pensaba. Ultimamente Cricias hizo entender á Lisandro que no viviendo en democracia los Atenienses, podía tenerse por seguro el imperio de los Lacedemonios sobre la Grecia; pero que por más sumisos y obedientes que se mostrasen á la oligarquía, mientras Alcibiades viviese, no los dejaria permanecer quietos en el órden establecido. Sin embargo, para que Lisandro accediese á estas sugestiones, fué al fin preciso que viniera de Esparta una órden, por la que se le mandaba que se quitara á Alcibiades del medio; bien fuera porque temiesen su actividad y grandeza de alma, ó bien porque quisieran complacer á Agis, Cuando Lisandro envió á Farnabazo la órden para la ejecucion, y éste la cometió á su hermano Magazo y á su tio Susamitres, hizo la casualidad que Alcibiades se hallaba en cierta aldea de Frigia, teniendo en su compañía á Timandra, que era una de sus amigas. Habia tenido entre sueños esta vision: parecióle que se habia adornado con , los vestidos de su amiga, y que ésta, reclinando él la cabeza en su regazo, le adobaba el rostro como el de una mujer, pintándolo y alcoholándolo. Otros dicen que vió en sueños á Magazo y los de su faccion que le cortaban la cabeza, y que era quemado su cuerpo; mas todos convienen en que tuvo la una ó la otra vision poco antes de su muerte. Los que fueron enviados contra él no se atrevieron á entrar en la casa, y lo que hicieron fué, apartándose alrededor de ella, pegarle fuego. Sintiólo Alcibiades, y recogiendo muchos vestidos y otras ropas los echó en el fuego, y rodeándose á la mano izquierda su manto, con la diestra desenvainó la espada, y pasando con la mayor intrepidez por encima del fuego ántes que se hubiesen encendido las ropas, con sólo presentarse dispersó á los bárbaros, porque ninguno de ellos tuvo valor para aguardarle ni lidiar con él, sino que desde lejos le lanzaban saetas y dardos. Traspasado de ellos cayó finalmente muerto; y despues que los bárbaros se marcharon, Timandra recogió el cadáver, y envolviéndole en las ropas de ella, le hizo el funeral y honrosas exequias que las circunstancias permitian. Dícese que fué hija de ésta la célebre Lais, llamada Corintia, tomada cautiva en Hicaros, aldea de la Sicilia. Otros escritores hay que refieren de diferente modo el acontecimiento de la muerte de Alcibiades, diciendo que no tuvieron la culpa de ella ni Farnabazo, ni Lisandro, ni los Lacedemonios, sino que habiendo el mismo Alcibiades seducido una mozuela de una familia conocida suya, y reteniéndola consigo, los hermanos, que sentian vivamente esta afrenta, dieron por la noche fuego á la casa en que vivia Alcibíades, y le asaetearon, como se ha dicho, cuando salia por medio de las llamas.

TOMO II