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Las vidas paralelas de Plutarco/Marcelo

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

MARCELO.


Es opinion que Marco Claudio, el que fué en Roma cinco veces consul, era hijo de otro Marco, y que entre los de su casa empezaron á llamarle Marcelo, lo que se interpreta Marcial, segun nos dejó escrito Posidonio; porque realmente era guerrero en el ejercicio y los conocimientos; en su cuerpo, robusto; en las manos, ágil, y en su indole muy inclinado á la guerra; y si bien en los combates se mostraba intrépido y fiero, en todo lo demas era prudente y humano y aficionado á la literatura y escritos de los Griegos, basta apreciar y admirar á los que en aquella sobresalian; aunque por sus ocupaciones no le fué dado aprender y ejercitarse en ella segun sus deseos. Porque si Dios á algunos hombres, como dice Homero, De juventud hasta la edad cansada Les concedió acabar sangrientas lides, esto se verificó tambien con los principales Romanos de aquella edad; los cuales de jóvenes hicieron la guerra á ios Cartagineses en Sicilia; en la edad varonil á los Galos por defender la Italia, y en la vejez otra vez á Aníbal y los Cartagineses, no pudiendo tener, como otros, reposo en sus últimos años, sino siendo llamados continuamente á los ejércitos y á los mandos, segun su generosa indole y su virtud.

En todo género de lid era Marcelo diestro y ejercitado; — pero en los duelos y desafios parece que áun se excedia á sí mismo: así no hubo desafio que no aceptase, y en ninguno dejó de dar muerte á sus contrarios. En Sicilia salvó á su hermano Otacilio que estaba para perecer, protegiéndole con su escudo, y dando muerte á los que le habian acosado: accion por la que, siendo todavía mozo, obtuvo de los generales coronas y premios. Como hubiese adelantado en la pública estimacion, el pueblo le nombró Edil, una de las más brillantes dignidades, y los sacerdotes Agorero, que es una especie de sacerdocio, al que la ley concedió la investigacion y conservacion de la adivinacion por las aves. Siendo Edil se vió en la necesidad de seguir una causa muy repugnante; porque tenia un hijo de su mismo nombre, dotado de singular belleza, y al mismo tiempo muy estimado de los ciudadanos por su modestia é instruccion, y Capitolino, colega de Marcelo, hombre vicioso y disoluto, le requirió de amores. El jóven al principio guardó dentro de su pecho aquel mal intento; mas como aquel hubiese repetido, y él lo hubiese revelado á su padre, indignado Marcelo, acusó á su colega ante el Senado. Puso el denunciado por obra toda especie de subterfugios y enredos, pidiedo la intercesion de los Tribunos; y como se excusasen de prestarla, se defendia con la negativa. No podia producirse testigo ninguno de la seduccion, por lo que se resolvió hacer comparecer al jóven en el Senado: y traido que fué, con ver su rubor y sus lágrimas, y que en su aspecto con la vergüenza resplandecia una ardiente ira, no necesitaron de más conjeturas para condenar á Capitolino y multarle en una crecida suma; con la que Marcelo hizo labrar un lebrillo de plata, que consagró á los Dioses.

Sucedió que fenecida la primera guerra Púnica al año vigésimosegundo, amenazaron á Roma principios de nuevas disensiones con los Galos: porque los losubres, habitantes de la parte de Italia que está al pié de los Alpes (pueblo tambien galo), ya de gran poder por sí mismos, allegaban otras fuerzas, convocando á los que de los Galos sirven á soldada, los cuales se llaman Gesatas: habiendo sido cosa prodigiosa y de gran dicha para Roma que ésta guerra céltica no hubiese concurrido con la africana; sino que los Galos, como si entraran de sustitutos, no se hubieran movido mientras duraba aquella contienda, y despues tratasen de acometer á los vencedores, y de provocarlos cuando ya estaban ociosos. No dejó con todo el país mismo de ser gran parte para que viniese temor en los Romanos, conmovidos con la idea de una guerra de la misma region, ya por la vecindad, y ya tambien por el antiguo renombre de los Galos; los cuales se ve haber sido muy formidables á los Romanos, que por ellos fueron desposeidos de su ciudad, pues que de resulta de este suceso establecieron por ley, que los sacerdoles fuesen exentos de la milicia, á no que sobreviniera otra guerra con los Galos. Daban tambien indicios de este miedo los mismos preparativos (porque se pusieron sobre las armas tantos millares de hombres cuantos nunca se vieron á la vez ní ántes ni despues), y las novedades que se hicieron en drden á los sacrificios; pues siendo así que nada admitian de los bárbaros ni de los extranjeros, sino que siguiendo principalmente las opiniones de los Griegos eran pios y humanos en las cosas de la religion; entonces al estar ya próxima la guerra se vieron en la necesidad de obedecer á unos oráculos de las Sibilas, y segun ellos á enterrar vivos en la plaza que llaman de los Bueyes á dos Griegos, varon y hembra, y del mismo modo á dos Galos: por los cuales Griegos y Galos hacen áun hoy en el mes de Noviembre ciertas arcanas é invisibles ceremonias.

Los primeros combates alternaron entre victorias y des15 TOMO II.

calabros, sin que condujesen á un término seguro; y miéntras los cónsules Flaminio y Turio hacian la guerra con poderosos ejércitos á los Insubres, se vió que el rio que atraviesa la campiña Picena corria teñido en sangre, y se dijo asimismo que hácia Ariminio habian aparecido tres lunas. Además los sacerdotes, que tienen á su cargo observar las aves, anunciaron que los agüeros de estas al tiempo de los Comicios consulares habian sido contrarios á los Cónsules: por todo lo cual al punto se enviaron cartas al ejército citando y llamando á éstos para que restituidos á Roma abdicaran cuanto ántes, y nada se apresuraran á hacer como Cónsules contra los enemigos. Recibió las carlas Flaminio, y no quiso abrirlas sin haber ántes entrado en accion con los bárbaros, á los que puso en fuga y les corrió la tierra. Regresó luego á Roma con muchos despojos; pero el pueblo no salió á recibirle; y por no haber cumplido así que fué llamado, ni haberse mostrado obediente á las cartas, estuvo en muy poco que no perdiese la votacion del triunfo; por tanto, no bien acabada la solemnidad de este, le redujo á la clase de particular, precisandole á renunciar el consulado juntamente con su colega: ¡tanta era la piedad de los Romanos en referirlo todo á los Dioses! Así es que sun presentando en cambio los más prósperos acontecimientos, no aprobaban el desden de los agüeros recibidos, creyendo que para la salud de la patria conducia más el que los magistrados reverenciasen las cosas de la religion que el que vencieran á los enemigos.

Por este término, hallándose cónsul Tiberio Sempronio, varon que por su valor y probidad era de los Romanos tenido en el mayor aprecio, declaró por sus sucesores á Eseipion Nasica y Cayo Marcio; y cuando ya estaban éstos en sus respectivas provincias, registrando los apuntes sobre milicia, halló por casualidad que se le habia pasado una de las prevenciones trasmitidas por los mayores, que era esta: cuando el general para tomar los agüeros fuera de la poblacion ocupaba casa ó tienda arrendada, y despues por caso tenia que volver á la ciudad sin haber obtenido señales ciertas, era preciso que dejara aquella mansion arrendada, y tomara otra para empezar en ella la ceremonia desde el principio. Esto era justamente lo que Tiberio habia ignorado, y tomó dos veces los agüeros en un mismo punto para declarar Cónsules á los que dejamos dicho. Advirtió por fin su error, y lo hizo presente al Senado; el cual no miró con desprecio esta falta, aunque pequeña, sino que escribió á los Cónsules, y éstos, dejando las provincias, se apresuraron á volver á Roma, é hicieron dimision de su dignidad: aunque esto sucedió más adelante. Mas por aquellos mismos tiempos á dos sacerdotes de los más distinguidos se les privó del sacerdocio: á Cornelio Cetego, por no haber distribuido por el orden prescrito las entrañas de las victimas; y á Quinto Sulpicio, porque en el acto de estar sacrificando se le cayó de la cabeza el velo que llevan los llamados Flamines.

Tambien estando el dictador Minucio nombrando por maestre de la caballería á Cayo Flaminio, porque en el acto se oyó el rechinamiento de un raton, al que llaman Sorice, retiraron sus votos á entrambos, y nombraron otros. Mas aunque tanta exactitud ponian en estas cosas que parecen pequeñas, no por eso tenía parte supersticion ninguna en no alterar ni omitir nada de las prácticas heredadas.

Hecba la abdicacion por Flaminio y su colega, fué designado cónsul Marcelo por los que llaman intereyes, y luego que se entregó de la autoridad, le dieron por colega á Neyo Cornelio. Dicese que como los Galos diesen muchos pasos hacia la reconciliacion, y tambien el Senado se inclinase á la paz, Marcelo irritó al pueblo para que apeteciese la guerra; y áun sin embargo de que llegó á hacerse la paz, los Galos mismos parece que obligaron á la guerra, pasando los Alpes y alborotando á los lasubres; porque siendo unos treinta mil, se unieron á éstos, que les excedian mucho en número; y llenos de altanería marcharon sin detencion contra Acerras, ciudad fundada á ias orillas del Pó; y de allí el rey de los Gesatas Viridomaro salia con unos diez mil hombres, y talaba todo el país por donde discurre este rio. Luego que esto llegó á los oidos de Marcelo, dejando á su colega por la parte de Acerra con toda la infanteria, toda la tropa de línea y el tercio de la de á caballo, y tomando consigo lo restante de la caballería y de las tropas más ligeras basta unos seiscientos hombres, movió sus reales, y aceleró la marcha, sin aflojar ni de dia ni de noche, hasta que alcanzó á los diez mil Gesatas bácia el pueblo llamado Clastidio Caserio, otro tiempo de los Galos, y que hacía poco había entrado en la obediencia de los Romanos. No le fué dado rehacerse y dar algun reposo á su tropa, porque luégo tuvieron los bárbaros antecedentes de su venida, y la miraron con desprecio, por ser muy poca su infantería, y no dar los Celtas á su caballeria importancia ninguna; pues sobre ser tenidos por diestrísimos y sobresalientes en este modo de combatir, con mucho excedian tambien en ol número á Marcelo. Por tanto, como para llevársele de calles, marcharon sin dilacion contra él con gran impetu y terribles amenazas, precediéndoles el Rey. Marcelo, para que no se le adelantaran y le onvolvieran viéndole con tan pocos, llevó con prontitud a bastante distancia sus escuadrones de caballería, y adelgazando su ala, la extendió mucho, hasta que se puso cerca de los enemigos. En el acto mismo de lanzarse contra éstos, sucedió que su caballo, inquietado con los relinchos de la caballería contraria, volvió grupa para llevar bácia atras á Marcelo. Él entonces, temiendo que este acoidente diese motivo á alguna supersticion en los Romanos, hizo uso del freno, y volvió repentinamente el caballo frente á los enemigos adorando al sol; como que no por acaso, sino de intento y con aquel mismo objeto habia hecho á su caballo dar vuelta, porque girando en torno es como los Romanos acostumbran adorar á los Dioses; y al tiempo de embestir á los enemigos se dice haber hecho voto á Júpiter Feretrio de consagrarle las más hermosas armas de los enemigos.

En esto le echó de ver el rey de los Gesatas, y conjeturando por las insignias que aquel era el general, picó á su caballo, y se adelantó mucho á los demas, provocándole 4 grandes voces, y blandiendo su lanza: siendo superior á los demas Galos, y sobresaliendo entre ellos por su talla y por toda su armadura, en que brillaban el oro, la plata y la variedad de los colores, con lo que venía á ser como rayo de luz entre nubes. Llevaba Marcelo su vista por toda la hueste enemiga, y como al descubrir aquellas armas le pareciesen las más hermosas de todas, y se le ofreciese que con ellas habia de cumplir su voto, arremetiendo contra su dueño, le atravesó con la lanza la coraza, y con el encuentro del caballo le hizo perder la silla y caer al suelo todavía con vida; pero repitiéndole segundo y tercer golpe acabó luego con él. Apeóse en seguida, y luego que tomó en la mano las armas del caido, alzando los ojos al cielo, exclamó: «Oh Júpiter Feretrio, tú que registras los designios y las grandes hazafias de los generales en las guerras y en las batallas, tú eres testigo de que con mi propia mano he traspasado y dado muerte á esta enemigo, siendo general á otro general, y siendo cónsul á un rey:

conságrote, pues, estos primeros y excelentisimos despojos; tú concédeme para lo que resta una ventura igual á estos principios! En esto acometió la caballería, peleando, no con la caballería separada, sino tambien con la infantería que allí se agolpó; y alcanzó un especial, glorioso é in comparable triunfo, pues no hay memoria de que tan pocos de á caballo hubiesen vencido jamás á tanta caballería é infantería juntas. Dióse muerte á un gran número; y cogiendo muchas armas y despojos, volvió á unirse con el cologa, que combatia desventajosamente con los Celtas, junto a la ciudad mayor y más populosa de los Galos. Llámase Milan, y los Cellas la reconocen por metrópoli; por lo cual, peleando con particular denuedo en su defensa, habian conseguido sitiar al sitiador Cornelio. Volviendo en esta sazon Marcelo, los Gesatas luego que entendieron la derrota y muerte de su rey, se retiraron; Milan fué tomada, y los Celtas espontáneamente entregaron las demas ciudades, y se sometieron con todas sus cosas á los Romanos, que les concedieron la paz con equitativas condiciones.

Decretado por el Senado el triunfo solamente á Marcelo, apareció éste en la pompa, si se atiende á la brillantez, riqueza y copia de los despojos, y al número de los cautivos, magnifico y admirable como los que más; pero el espectáculo más agradable y nuevo era ver que él mismo conducia al templo de Júpiter la armadura del bárbaro; para lo cual habia hecho cortar el tronco de una frondosa encina, y disponiéndolo como trofeo, puso ligadas y pendientes de él todas las piezas, acomodándolas con cierto órden y gracia; y al marchar el acompañamiento púsose al hombro el tronco, subió á la carroza, y como estatua de sí mismo, adornada con el más vistoso de los trofeos, así atravesó la ciudad. Seguia el ejército con lucientes armas, entonando odas é himnos triunfales en loor del Dios y del general. De esta manera continuó la pompa, y llegada al templo de Júpiter Feretrio, subió á él, é hizo la consagracion, siendo el tercero y el último hasta nuestra edad:

porque el primero que trajo iguales despojos fué Rómulo de Acron, rey de los Ceninetes; el segundo Cornelio Coso de Tolumoio, Etrusco; y despues de éstos Marcelo de Viridómaro, rey de los Galos, y despues de Marcelo nadie.

Dase al Dios á quien se hizo la ofrenda el nombre de Júpiter Feretrio, segun unos, por el hecho mismo de habérsele llevado el trofeo, como derivado de la lengua griega (1), (1) Dopéu significa llevar, y probablemente se tomo de aquí el ferre de los Latinos, muy mezclada entonces con la latina; segun otros, esta es denominacion propia de Júpiter Fulminante, porque al herir ó lisiar los Latinos le llaman ferire. Otros, finalmente, dicen que se tomó el nombre del mismo golpe ó acto de herir en la guerra, porque en las batallas cuando persiguen á los enemigos, repitiendo la palabra hiere se excitan unos á otros. Al bolin comunmente le l'aman despojos; pero á los de esta clase les dicen con especial denominacion ópimos; y se refiere que en los comentarios de Numa Pompilio se hace mencion de ópímos primeros, segundos y terceros; mandando que los primeros que se tomaban se consagrasen á Júpiter Feretrio; los segundos á Marte, y los terceros á Quirino: y que por prez del valor recibian el primero trescientos asos, doscientos el segundo, ciento el tercero; acerca de las cuales cosas prevalece además la opinion de que entre aquellos sólo son honorificos los que se toman los primeros en batalla campal, dando muorte el un general al otro: mas baste ya de este punto. Los Romanos tuvieron en tanto esta victoria y el modo con que se terminó esta guerra, que de los rescates enviaron en ofrenda á Apolo Pitio una salvilla de oro; y de los despojos, además de partir largamente con las ciudades confederadas, regalaron asimismo considerable porcion á Hieron, tirano de Siracusa, que era tambien amigo y aliado.

Cuando Aníbal invadió la Italia habia sido Marcelo enviado á Sicilia con una armada. Sucedió luego la calamidad de Canas, muriendo muchos millares de Romanos en aquella batalla, y retirándose á Canisio aquellos pocos que habian podido salvarse. Como se temiese que Aníbal acudiria al punto á tomar á Roma con la facilidad con que había deshecho lo más robusto de sus tropas, Marcelo fué el primero que desde las naves envió á Roma para su guarMicion mil y setecientos hombres. Comunicósele luégo una órden del Senado, y pasando en su virtud á Canisio, recogió los que allí se habian refugiado, y los sacó fuera de muros, para no dejar á discrecion el país. De los Romanos los varones propios para el mando y de opinion en las cosas de la guerra, los más habian muerto en las acciones; y en Fabio Máximo, que era el que gozaba de mayor autoridad por su justificacion y su prudencia, culpaban el detenimiento en las determinaciones, para no arriesgarse á descalabros, notándole de inactivo é irresoluto. Juzgando, pues, que si bien éste era cual les convenía para consultar á su seguridad, todavía no era el general que tambien necesitaban para ofender á su vez, volvieron los ojos Marcelo; y contraponiendo y como mezclando su osadía y arrojo con la moderacion y prevision de aquél, los fueron nombrando, ora cónsules á ambos, y ora cónsul al uno y procónsul al otro. Refiere Posidonio á este propósito que á Fabio le llamaban escudo, y á Marcelo espada; y el mismo Anibal solia decir que á Fabio le temia como á ayo, y á Marcelo como á antagonista; porque de aquél era contenido para que no hiciese daño, y de éste lo recibia.

En primer lugar, como en el ejército por las mismas victorias de Anibal se hubiese introducido mucha insubordinacion é indisciplina, á los soldados separados de los reales que corrian el país los destrozaba, debilitando por este medio sus fuerzas. Despues, yendo en auxilio de Nápoles y de Nola, á los Napolitanos los alentó y confirmó, porque de suyo eran amigos seguros de Roma; y entrando en Nola, los encontró en sedicion, porque el Senado no podia reducir ni gobernar al pueblo que anibalizaba ó se mostraba del partido de Aníbal; y es que habia en aquella ciudad un hombre de los principales en linaje, y muy ilustre por su valor, llamado Bandio, el cual en Canas habia peleado con extraordinario valor; y habiendo dado muerte á muchos Cartagineses, á la postre se le habia encontrado entre los cadáveres traspasado su cuerpo de muchos dardos; de lo que admirado Anibal, no sólo le dejó ir libre sin rescate, sino que le dió dádivas, y le hizo su amigo y huésped. Correspondiendo, pues, Bandio agradecido este favor, era uno de los que anibalizaban con más ardor; y como tenta influjo, incitaba al pueblo á la desercion. No tenía Marcelo por justo deshacerse de un hombre á quien la fortuna habia distinguido tanto, y que había tenido parte con los Romanos en sus más memorables batallas; y como además fuese por su carácter dulce y humano en el trato, é inclinado á excitar en los hombres sentimientos de honor, habiéndole en una ocasion saludado Bandio, le preguntó quién era, no porque no le conociese mucho tiempo habia, sino para buscar algun principio y motivo de entrar en conversacion. Cuando le respondió soy Lucio Bandio, mostrando alegrarse y maravillarse: «¡Cómo! le respondió, ¿tú eres aquel Bandio de quien tanto se ha hablado en Roma, con motivo de la batalla de Canas, diciéndose baber sido tú el único que no abandonó al cónsul Paulo Emilio, sino que aun esperaste y recibiste en tu propio cuerpo los dardos que contra aquél se lanzaban? Contestándole Bandio, y mostrando además algunas de sus horidas; «paes te niendo, continuó Marcelo, tales señas de amistad bácia nosotros, ¿por qué no te has presentado al instante? ¿ crees que no sabemos recompensar la virtud de unos ami gos que vemos acatados de nuestros contrarios?» Además de balagarle y atraerle de esta manera, le regaló un caballo hecho á la guerra, y quinientas dracmas.

Desde entonces Bandio fué para Marcelo el compañero y auxiliar de mayor conflanza, y el más temible denunciador y acusador de los que eran de contrario partido; que había muchos, y tenian meditado, cuando los Romanos saliesen contra los enemigos, robarles el bagaje. Por lanto Marcelo, formando sus tropas dentro de la ciudad, colocó junto a las puertas todo el carruaje, é intimó á los Nolanos que no se aproximen á las murallas: notábanse estas de siertas de defensores, y esto indujo á Aníbal á marchar con poco órden, pareciéndole que los de la ciudad estaban tumultuados. Entónces Marcelo, dando órden de abrir la puerta que tenía próxima, hizo una salida, llevando á sus órdenes lo más brilla..te de la caballería, y dió de frente sobre los enemigos: á poco salieron por otra puerta los de infantería con impelu y algazara; y despues de estos, mientras Aníbal dividia sus fuerzas, se abrió la tercera puerta, y por ella salieron los restantes, y por todas parLes hostigaron á unos hombres sobrecogidos con lo inesperado del caso, y que se defendian mal de los que ya tenían entre manos, por los que últimamente habian sobrevenido. Y esta fué la primera ocasion en que las tropas de Aníbal cedieron á los Romanos, acosadas de éstos con gran mortandad y muchas heridas hasta su campamento:

pues se dice que perecieron sobre cinco mil, no habiendo muerto de los Romanos más de quinientos. Livio no confirma el que hubiese sido tan grande la derrota ni tanta la mortandad de los enemigos; pero sí conviene en que de resultas de esta accion adquirió Marcelo gran renombre, y á los Romanos se les infundió mucho aliento, como que no peleaban contra un enemigo invicto ó irresistible, sino contra uno que ya, decian, estaba sujeto á descalabros.

Por esta causa, habiendo muerto uno de los cónsules, llamó el pueblo para que le sucediese á Marcelo, que se hallaba ausente, dilatando la eleccion contra la voluntad de los demas magistrados hasta que regresó del ejército.

Fué, pues, nombrado cónsul por todos los votos; pero al celebrarse los comicios hubo truenos, y los sacerdotes no tuvieron por faustos los agüeros, sino que no se atrevieron á disolver la junta por temor del pueblo; mas él mismo hizo dimision de su dignidad. Con todo, no por esto rebusó el mando del ejército, sino que con el nombramiento de procónsul volvió otra vez al campamento de Nola, donde causó graves daños á los que habian tomado el partido del Cartagines. Sobrevino éste repentinamente contra él, y como le provocase á batalla campal, no tuvo entonces por conveniente el empeñarla, con lo que aquél destino á merodear la mayor parte de su ejército; y cuando menos pensaba en batalla, se la presentó Marcelo, que habia dado á su infantería lanzas largas, como las que usaban en los combates navales, y la habia enseñado á herir de léjos á los Cartagineses, que no eran liradores, y solo usaban de dardos cortos con los que herian á la mano. Así en aquella ocasion volvieron la espalda á los Romanos cuantos concurrieron, y se entregaron á una no disimulada fuga con pérdida de unos cinco mil hombres muertos, y cuatro elefantes muertos asimismo, y otros dos que se cogieron vivos. Pero lo más singular de todo fué que al tercer dia despues de la batalla se le pasaron de los Iberos y Numidas de á caballo más de trescientos, cosa nunca antes sucedida á Aníbal, que con tener un ejército compuesto de varias y diversas gentes, por mucho tiempo lo había copservado en una misma voluntad; y éstos despues permanecieron siempre fieles á Marcelo y á los generales que le sucedieron.

Nombrado Marcelo cónsul por tercera vez, se embarcó para la Sicilia, á causa de que los prósperos sucesos de Aníbal habian vuelto á despertar en los Cartagineses el deseo de recobrar aquella isla, con la oportunidad tambien de andar alborotados los de Siracusa despues de la muerte de Jerónimo su tirano; y por los mismos motivos habian tambien los Romanos enviado ántes algunas fuerzas al mando de Apio. Al entregarse de ellas Marcelo, se le presentaron muchos Romanos, que se hallaban en la afliccion siguiente: de los que en Canas pelearon contra Anibal unos huyeron, y otros fueron cautivados, en tal número, que pareció no haber quedado á los Romanos quien pudiera defender las murallas; y con todo conservaron tal entereza y magnanimidad, que restituyéndoles Anibal los cautivos por may corto rescate, no los quisieron recibir, sino que antes los desecharon, no haciendo caso de que á unos les dieran muerte, y á otros los vendieran fuera de la Italia, y los que volvieron de su fuga, que fueron muchos, los bicieron marchar á la Sicilia, bajo la condicion de no volver á Italia mientras se pelease contra Anibal. Estos, pues, se presentaron en gran número á Marcelo, y echándose por tierra, le pedían con griteria y lágrimas que los admitiese en el ejército, prometiéndole que harian ver con obras haber sufrido aquella derrota, más por desgracia que no por cobardía. Compadecido Marcelo, escribió al Se nado, pidiéndole el permiso para completar con ellos las bajas del ejército. Disputóse sobre ello en el Senado, y su dictamen fué que los Romanos para las cosas de la repú blica ninguna necesidad tenian de hombres cobardes; con todo, que si Marcato queria servirse de ellos, á ninguno se habían de dar las coronas y premios que los generales conceden al valor. Esta resolucion fué muy sensible á Marcelo; y cuando despues de la guerra de Sicilia volvió á Roma, se quejó al Senado de que en recompensa de sus grandes servicios no le hubiese permitido mejorar la mala suerte de tantos ciudadanos.

En Sicilia lo primero que entonces le ocurrió fué haber sido calumniado por Hipócrates, gobernador de los Siracusanos, que a fin de congraciarse con los Cartagineses, y tambien para negociar en su favor la tiranía de aquel pueblo, habia hecho perecer á muchos Romanos cerca de Leoncio. Tomo, pues, Marcelo esta ciudad á viva fuerza; y lo que es á los Leontinos en nada los ofendió; pero á todos los pasados que pudo haber á la mano los hizo azotar y quitarles la vida. En consecuencia de esto, la primera to ticia que Hipócrates hizo llegar á Siracusa fué que Marcelo hacía degollar sin compasion á todos los Leontinos, y cuando por esta causa estaban en la mayor agitacion, vino sobre la ciudad y se apoderó de ella. Marcelo con esta ocasion se puso en marcha con todo su ejército, con direccion á Siracusa; y sentando allí cerca sus reales, eavió mensajeros que pusieran en claro lo ocurrido con los Leontinos; mas no habiendo adelantado nada, ni logrado desengañar á los, Siracusanos, porque el partido de Hipócrates era el que dominaba, acometió á la ciudad por tierra y por mar á un tiempo, mandando Apio el ejército y mandando él mismo por sí sesenta galeras de cinco órdenes, llenas de toda especie de armas, manuales y arrojadizas.

Habia formado un gran puente sobre ocho barcas ligadas unas con otras; y llevando sobre él una máquina, se dirigía contra los muros, muy confiado en la muchedumbre y excelencia de tales preparativos y en la gloria que tenía adquirida; de todo lo cual hacian muy poca cuenta Arquimedes y sus inventos. No se habia dedicado á ellos Arquímedes exprofeso, sino que le entretenian, y eran como juegos de la geometría, á que era dado. En el principio fué el tirano Hieron quien estímuló hácia ellos su ambicion, persuadiéndole que convirtiese alguna parte de aqueila ciencia, de las cosas intelectuales, á las sensibles, y que aplicando sus conocimientos á los usos de la vida, hiciese que le entrasen por los ojos á la muchedumbre. Fueron, es cierto, Eudoxo y Arquitas los que empezaron á poner en movimiento el arte lan apreciado y tan aplaudido de la maquinaria, exornando con cierta elegancia la geometría, y confirmando por medio de ejemplos sensibles y mecánicos ciertos problemas que no admitian la demostracion lógica y conveniente; como por ejemplo, el problema no sujeto á demostracion de las dos liness medias, principio y elemento necesario para gran número de figuras, que llevaron uno y otro á una material inspeccion por medio de líneas intermedias colocadas entre líneas curvas y segmentos. Mas despues que Platon se indispuso é indignó contra ellos, porque degradaban y echaban á perder lo más excelente de la geometria con trasladarla de lo incorpóreo é intelectual á lo sensible, y emplearla en los cuerpos que son objeto de oficios toscos y ministeriales, decayó la mecánica separada de la geometría y desdeñada de los filósofos, viniendo á ser por lo tanto una de las artes. militares. Arquímedes, pues, pariente y amigo de Hieron, le escribió que con una potencia dada se puede mover un peso igualmente dado; y jugando, como suele decirse, con la fuerza de la demostracion, le aseguró que sí le dieran otra tierra, moveria esta, y la arrojaria sobre aquella. Maravillado Hieron, y pidiéndole que verificara con obras este problema, é hiciese ostensible cómo se movia alguna gran mole con una potencia pequeña, compró para ello un gran trasporte del arsenal del Rey, que fué sacado á tierra con mucho trabajo y á fuerza de un gran número de brazos; cargóle de gente y del peso que solia echársele, y sentado lejos de él, sin esfuerzo alguno y con sólo mover con la mano el cabo de un ingenio de gran fuerza atractiva, lo llevó así derecho y sin detencion, como si corriese por el mar. Pasmóse el Rey, y convencido del poder del arte, encargó á Arquímedes que le construyese toda especie de máquinas de sitio, bien fuese para defenderse ó bien para atacar; de las cuales él no hizo uso, habiendo pasado la mayor parte de su vida exento de guerra y en la mayor comodidad; pero entónces tuvieron los Siracusanos prontos para aquel menester las máquinas y al artifice.

Al acometer, pues, los Romanos por dos partes, fué grande el sobresalto de los Siracusanos y su inmovilidad á causa del miedo, creyendo que nada habia que oponer á tal impetu y á lantas fuerzas; pero poniendo en juego Arquímedes sus máquinas, ocurrió á un mismo tiempo al ejército y la armada de aquellos. Al ejército con armas arrojadizas de todo género, y con piedras de una mole inmensa, despedidas con increible violencia y celeridad, las cuales, no habiendo nada que resistiese á su peso, obligaban á muchos á la fuga, y rompian la formacion. En cuanto a las naves, á unas las asian por medio de grandes maderos con punta, que repentinamente aparecieron en el aire saliendo desde la muralla, y alzándolas en alto con unos contrapesos, las hacian luégo sumirse en el mar, y á otras levantándolas rectas por la proa con garfios de hierro semejantes al pico de las grullas, las hacian caer en el agua por la popa, ó, atrayéndolas y arrastrándolas con máquinas que calaban adentro, las estrellaban en las rocas y escollos que abundaban bajo la muralla, con gran ruina de la tripulacion. A veces hubo nave que sus pendida en alto dentro del mismo mar, y arrojada en él, y vuelta á levantar, fué un espectáculo terrible, hasta que estrellados ó expelidos los marineros, vino á caer vacía sobre los muros, ó se deslizó por soltarse el garfio que la asia. Llamábase sambuca la máquina que Marcelo traia sobre el puente, por la semejanza de su forma con aquel instrumento músico; mas cuando todavía estaba bien lejos de la muralla se lanzó contra ella una piedra de peso de diez talentos (1), y luego segunda y tercera, de las cuales algunas, cayendo sobre la misma máquina con gran estruendo y conmocion, destruyeron el piso, rompieron su enlace, y la desquiciaron del puente; con lo que confundido y dudoso Marcelo se retiró á toda prisa con las naves, y dió órden para que tambien se retirasen las tropas. Tuvieron consejo, y les pareció probar si podrían aproximarse á los muros por la noche, porque siendo de gran fuerza las máquinas de que usaba Arquimedes, no podían ménos de hacer largos sus tiros, y puestos ellos allí serian del todo vanos, por no tener la proyeccion bastante espacio. Mas á lo que parece, aquél se habia prevenido de antemano con instrumentos que tenian movimientos proporcionados á toda distancia, con dardos (1) Cada talento venía á pesar sesenta y dos libras y media castellanas.

cortos, y no largas lanzas, teniendo además prontos escorpiones que por muchas y espesas troneras pudiesen herir de cerca sin ser vistos de los enemigos.

Acercáronse, pues, pensando no ser vistos; pero al punto dieron otra vez con los dardos, y eran heridos con piedras que les caian sobre la cabeza perpendicularmente; y como del muro tambien tirasen por todas partes contra ellos, bubieron de retroceder; y aun cuando estaban á distancia Ilovian los dardos y los alcanzaban en la retirada, causándoles gran pérdida y un continuo choque en las naves unas con otras, sin que en nada pudiesen ofender á los enemigos, porque Arquímedes habia puesto la mayor parte de sus máquinas al abrigo de la muralla. Parecia, por tanto, que Jas Romanos repetian la guerra á los Dioses, segun repentinamente habian venide sobre ellos millares de plagas.

Marcelo pudo retirarse, y motejando á los Siracusanos de menestrales y maquinistas: «No penseis, les decia, que hemos de abandonar el hacer la guerra á ese Briareo, que entre el vino y la burla ba arrojado al mar nuestras naves, y todavía se aventaja á los fabulosos centimanos, lanzando contra nosotros tal copia de dardos.» Y en realidad Lodos los Siracusanos venian á ser como el cuerpo de las máquinas de Arquímedes, y una sola alma la que todo lo agiLaba y ponia en movimiento; no empleándose para nada las demas armas, y haciendo la ciudad uso de solos aquelios para ofender y defenderse. Finalmente, echando de ver Marcelo que los Romanos habian cobrado tal horror, que lo mismo era ponerse mano sobre la muralla en una cuerda ó en un madero empezaban á gritar que Arquímedes ponia en juego una máquina contra ellos, y volvian en fuga la espalda, tuvo que cesar en toda invasion y ataqueremitiendo á sólo el tiempo el término feliz del asedio. En cuanto á Arquímedes, fué tanto su juicio, tan grande su ingenio, y tal su riqueza en teoremas, que sobre aquellos objetos que le habian dado el nombre y gloria de una inteligencia sobrehumana, no permitió dejar nada escrito; y es que tenía por innoble y ministerial toda ocupacion en la mecánica, y todo arte aplicado á nuestros usos; poniendo únicamente su deseo de sobresalir en aquellas cosas que llevan consigo lo bello y excelente, sin mezcla de nada servil, diversas y separadas de las demas, pero que hacen que se entable contienda entre la demostracion y la materia; de parte de la una por lo grande y lo bello, y de parte de la otra por la exactitud y por el maravilloso poder; pues en toda la geometría no se encontrarán cuestiones más dificiles y enredosas, explicadas con elementos más sencillos ni más comprensibles; lo cuat unos creen que debe atribuirse á la sublimidad de su ingenio, y otros á un excesivo trabajo, siendo así que cada cosa parece despues de hecha que no debió costar trabajo ni dificultad.

Porque si se tratara de inventarlas, no seria dado á cualquiera acertar por si solo con la demostracion; y en aprendiéndolas, al punto nace en cada uno la opinion de que las habria hallado: ¡tanto es lo que facilitan y abrevian el camino para la demostracion! Así no hay como no dar crédito á lo que se refiere, de que halagado y entretenido de continuo por una sirena doméstica y familiar, se olvidaba del alimento, y no cuidaba de su persona; y que llevado por fuerza á ungirse y bañarse, formaba figuras geométricas en el mismo hogar, y despues de ungido tiraba lineas con el dedo, estando verdaderamente fuera de sí, y como poseido de las musas, por el sumo placer que en estas ocupaciones hallaba. Habiendo, pues, sido autor de muchos y muy excelentes aventos, dícese haber encargado á sus amigos y parientes que despues de su muerte colocasen sobre su sepulcro un cilindro con una esfera circunscrita en él, poniendo por inscripcion la razon del exceso que hubiese entre el sólido continente y el contenido.

Siendo, pues, Arquímedes tal cual hemos manifestado, se conservó invencible á sí mismo, é hizo invencible á la TOMO II. .

16 ciudad en cuanto estuvo de su parte. Marcelo durante el sitio tomó á Megaras, una de las ciudades más antiguas de los Sicilianos, y se apoderó cerca de Acribas del campamento de Hipócrates, con muerte de más de ocho mil hombres, sorprendiéndolos en el acto de poner el valladar.

Corrió además la mayor parte de la Sicilia, separando las ciudades del partido de los Cartagineses, y venció en batalla á todos cuantos se atrevieron á hacerle frente. Sucedió en el progreso del sitio haber hecho cautivo á un Esparciata llamado Damasipo, que salió por mar de Siracusa; y como los Siracusanos deseasen recobrarle por rescate, y con este motivo se hubiesen tenido diferentes conferencias, puso en una de estas ocasiones la vista en una torre que estaba mal conservada y defendida, en la que podria introducir soldados ocultamente, siendo además el muro de fácil subida por aquella parte. Hablase hecho cargo con exactitud de la altura de este en sus frecuentes idas y venidas á conferenciar por la parte de la torre, y tenia ya prevenidas las escalas; viendo, pues, que los Siracusanos con motivo de celebrar una fiesta de Diana estaban entregados al vino y á la diversion, no solamente tomó la torre sin ser sentido, sino que antes de hacerse de dia habia coronado de gente armada toda la muralla, y quebrantado la hexapilo (1). Cuando los Siracusanos llegaron á entenderlo, todo fué confusion y desórden; y como Marcelo mandase hacer señal con todas las trompetas á un tiempo, dieron á huir sobrecogidos de miedo, creyendo que nada les quedaba por tomar á los enemigos. Faltaba, sin embargo, la parte más bella, de más resistencia y extension, que se llama la Acradina, porque su muralla separa la ciudad de afuera; de la cual á una parte dan el nombre de ciudad nueva, y á otra el de Tuca.

(1) Sitio eminente y fortificado. Véase la sinonimia geográfica de Abraham Ortelio.

Tomadas tambien estas, al mismo amanecer marchó Marcelo por el hexapilo, dándote el parabien todos los caudillos que estaban á sus órdenes; mas de él mismo se dice que al ver y registrar desde lo alto la grandeza y bermosura de semejante ciudad, derramó muchas lágrimascompadeciéndose de lo que iba á suceder: por ofrecerse á su imaginacion qué cambio iba á tener de alli á poco en su forma y aspecto saqueada por el ejército; porque ninguno de los jefes se atrevia á oponerse á los soldados, que habian pedido se les concediese el saqueo, y áun muchos clamaban por que se le diese fuego y se la asolase. En nada de todo esto convino Marcelo, y sélo por fuerza y con repugnancia condescendió en que se aprovecharan de los bienes y de los esclavos, sin que ni siquiera tocaran á las personas libres; y expresamente mandó que no se diese muerte, ni se hiciese violencia, ni se esclavizase á ninguno de los Siracusanos. Pues con todo de dar órdones tan moderadas concibió lo que iba á padecer aquella ciudad; y en medio de tan grande satisfaccion, se echó de ver lo que padecia su alma, al considerar que dentro de breves momentos iba á desaparecer la brillante prosperidad de aquel pueblo:

diciéndose que no se recogió ménos riqueza en aquel saqueo que la que se allegó despues en el de Cartago; por que habiéndose tomado por traicion de alli á poco tiempo las demas partes de la ciudad (1), todo lo saquearon, á excepcion de la riqueza de los palacios del tirano, la cual fué adjudicada al erario público. Mas lo que principalmente afligió á Marcelo fué lo que ocurrió con Arquímedes; porque casualmente se hallaba entregado al exámen de cierta figura matemática, y fljos en ella su ánimo y su vista, no sintió la invasion de los Romanos ni la toma de la ciu(1) La toma de la Acradina y de la Ialeta ofreció muchas diflcultades; de las que Plutarco no hace mérito. Véase á Livio, libro XXV.

7 dad. Presentósele repentinamente un soldado, Jándole órden de que le siguiese á casa de Marcelo; pero él no qui so antes de perfeccionar el problema y llevarlo hasta la demostracion; con lo que irritado el soldado, desenvaino la espada y le dió muerte. Otros dicen que ya el Romano se le presentó con la espada desnuda en actitud de matarle, y que al verle le rogó y suplicó se esperara un poco, para no dejar imperfecto y oscuro lo que estaba investigando; de lo que el soldado no hizo caso, y le pasó con la espada. Todavia bay acerca de esto otra relacion, diciéndose que Arquímedes llevaba á Marcelo algunos instrumentos matemáticos, como cuadrantes, esferas y ángulos, con los que manifestaba á la vista la magnitud del sol; y que dando con él los soldados, como creyesen que dentro llevaba oro, le mataron. Como quiera, lo que no puede dudarse es que Marcelo lo sintió mucho; que al soldado que le mató de su propia mano le mandó retirarse de su presencia como abominable, y que habiendo hecho buscar á sus deudos, los trato con el mayor aprecio y distincion.

Para los de afuera tenian si opinion los Romanos de ser terribles en la guerra, y cuando se venía á las puñadas; pero no habian dado nunca ejemplos de indulgencia, de humanidad y de las demas virtudes políticas; y entonces por la primera vez hizo Marcelo ver á los Griegos que eran más justos los Romanos. Porque se portó de modo con los que tuvieron que entender con él, é hizo tanto bien á las ciudades, que si con los de Ena, los Megarenses ó los Siracusanos intervino algun hecho de inmoderacion, más deberá echarse la culpa á los que lo padecieron, que á los que se vieron en la precision de ejecutarlo. Haremos mencion entre muchos de uno solo de sus actos de bondad.

Hay en Sicilia una ciudad llamada Enguion, aunque pequeña, muy antigua y celebrada por la aparicion de las Diosas, a las que dicen las madres, habiendo tradicion de que el templo faé obra de los Cretenses; y en él enseñan ciertas lanzas y ciertos yelmos de bronce, con inscripcionesunos de Merion y otros de Ulises, consagrado todo en honor de las Diosas. Era esta ciudad de las más decididas por los Cartagineses; y Nicias, uno de los ciudadanos más principales, intentaba traerla al partido de los Romanos, hablándolos con la mayor claridad en las juntas, y tratando con aspereza á los que le contradecian; pero estos, que tenian su opinion y su influjo, concibieron el designio de echarle mano y entregarle á los Cartagineses. Llególo á entender Nicias, y se resguardó andando con cautela; pero sin reserva bizo correr opiniones poco piadosas acerca de las madres, y ejecutó cosas que daban á entender que no creia y se burlaba de la aparicion; con lo que se pusieron muy contentos sus enemigos, pareciéndoles que esto era dar armas contra sí mismo para lo que tenian meditado.

Cuando iban á ponerlo por obra, habia junta pública de los ciudadanos: en ella Nicias empezó á hablar y persuadir al pueblo, y en medio de esto, repentinamente se tiro al suelo, estando un poco como desmayado; sucedió á esto, como es natural, un gran silencio y admiracion, y entonces levantando y moviendo la cabeza con voz trémula y profunda, empezó á articular, aumentando por grados el eco.

Cuando vio que todo el pueblo estaba poseido de un mudo terror, arrojando el manto y rasgando la túnica, dió á correr medio desnudo hacia la salida de la plaza, gritando que las madres lo arrebataban. Nadie osaba acercársele, y ménos detenerle por un temor supersticioso, sino que ántes se apartaban, y así pudo encaminarse á todo correr hácia las puertas, sin omitir ninguno de los gritos y contorsiones que son propios de los endemoniados y poseidos. La mujer, que estaba en el secrelo, y entraba á la parte en esta maquinacion, tomando por la mano á sus hijos, empezó por postrarse delante del templo de las Diosas, y despues, haciendo como que iba en busca de su marido perdido y desesperado, se marchó del pueblo sin que nadie se lo estorbase y con toda seguridad, dirigiéndose ambos salvos por este medio á Siracusa á presentarse á Marcelo. Este, que babía recibido muchas ofensas y agravias de los Enguyenses, marchó allá é hizo encadenarios á todos para tomar venganza; mas entónces Nicias acudió á él, y empleando los ruegos y las lágrimas, asiéndole de las manos y las rodillas, le pidió por sus conciudadanos empezando por sus enemigos; y apiadado Marceio, los dejó libres á todos, sin haber causado á la ciudad la menor ve jacion, y á Nícias le hizo concesion de mucho terreno y le díó grandes presentes. Este hecho es Posidonio el filósofo quien nos le dejó escrito.

Por llamamiento de los Romanos volvió Marcelo á la guerra prolongada y doméstica, trayendo la mayor y más rica parte de las ofrendas votivas de los Siracusanos, para que sirviesen de recreo á su vista en el triunfo y á la ciudad de ornate; porque ántes no habia ni se conocia en ella objeto exquisito y primoroso, ni se veía nada que pudiera decirse gracioso, pulido y delicado: estando llena de armas de los bárbaros y de despojos sangrientos, que no hacian una vista alegre y exenta de temor y miedo propia de espectadores criados con regalo, sino que, así como Epaminondas llamaba orquesta de Marte al territorio de la Beocis, y Jenofonte á Efeso maestranza de la guerra, de la misma manera parece que cualquiera daria á Roma, segunel lenguaje de Pindaro, la denominacion de campo consagrado al belicoso Marte. Por esta causa Marcelo, que adornó la ciudad con objetos vistosos y agradables, en que se descubria la gracia y elegancia griega, se ganó la benevolencia del pueblo; pero Fabio Máximo la de los ancianos: porque no recogió esta clase de objetos, ni los trasladó de Tarento cuando la tomó, sino que los otros bienes y las otras riquezas los extrajo; pero se dejó las estatuas, pronunciando aquella sentencia tan conocida: «Dejemos á los Tarentinos sus Djoses irritados.» Reprendian, pues, á Marcelo, lo primero porque habia concitado odio y envidia á la ciudad, llevando en triunfo no sólo hombres, sino Dioses cautivos; y lo segundo, porque al pueblo, acostumbrado á pelear y labrar, distante del regalo y la holgazanería, y que era á semejanza dei Hércules de Euripides, Nada artero en el mal, para el bien recto, le llenó de ocio y de parlanchinería sobre las artes y los artistas, haciéndose placero, y consumiendo en esto la mayor parte del dia. Con todo, él hacía gala áun entre los Griegos de haber enseñado á los Romanos á apreciar y tener en admiracion las preciosidades y primores de la Grecia, que ántes no conocian.

Oponíanse los enemigos de Marcelo á que se le decretase el triunfo, porque todavía se habia quedado algo por hacer en Sicilia, y porque concitaba envidia el tercer triunfo; mas convinose con ellos en que el triunfo grande y perfecto le tendria fuera, yendo la tropa al monte Albano; y en la ciudad tendria el menor, al que llaman aclamacion los Griegos y ovacion los Romanos. En éste el que triunfa no va en carroza de cuatro caballos, ni se le corona de laurel, ni se le tañen trompas, sino que marcha á pié con calzado llano, acompañado de flautistas en gran número y coronado de mirto, como para mostrarse pacífico y benigno, más bien que formidable; lo que para mí es la señal más cierta de que en lo antiguo, no tanto se distinguian entre sí ambos triunfos por la grandeza de las acciones como por su calidad; porque los que en batalla vencian de poder a poder á los enemigos, gozaban á lo que parece de aquel triunfo marcial, y digámoslo así, imponedor de miedo, coronando profusamente con laurel las armas y los soldados, como se acostumbraba en las lustraciones de los ejércitos; y á los generales que sin necesidad de guerra con las conferencias y la persuasion terminaban felizmente las á contiendas, les concedia la ley esta otra aclamacion y pompa pacífica y conciliadora. Porque la flauta es instrumento de paz, y el mirto es el árbol de Vénus, la más abominadora de la violencia y de la guerra entre todos los Dioses. La ovacion no se llama así, como muchos opinan, de la voz griega europóc, que significa feliz canto ó aclamacion, pues que tambion et acompañamiento del otro triunfo da voces de aplauso y entona canciones; sino que el nombre viene de haberlo aplicado los Griegos á sus usos, creyendo que en ello habia algun particular culto á Baco, al que llamamos tambien Buio y Triambo. Mas áun no es de aquí de donde en verdad se deriva, sino de que en el triunfo grande los generales sacrificaban bueyes segun el rito patrio; y en éste sacrificaban una res lanar á la que los Romanos llaman oveja, y de aquí á este triunfo se te dijo ovacion.

Será bueno asimismo examinar cómo el legislador de los Lacedemonios ordenó los sacrificios á la inversa del legislador romano: porque en Esparta el general que con estraLagemas y la persuasion logra su intento, sacrifica un buey; y el que ha tenido que venir á las manos, sacrifica un gallo; y es que con todo de ser los mayores guerreroscreen que al hombre le está mejor alcanzar lo que se propone por medio del juicio y la prudencia, que no por la fuerza y el valor: quédese, pues, esto lodavia indeciso.

Habia sido Marcelo creado cuarta vez cónsul, y sus enemigos ganaron á los Siracusanos para que se presentaran á acusarle y desacreditarle ante el Senado, por haberlos tratado con dureza contra el tenor de los pactos. Hallábase casualmente Marcelo ocupado en la solemnidad de un sacrificio en el Capitolio; y acudiendo los Siracusanos, cuando todavía estaba congregado el Senado, á pedir que se les admitiera á alegar y entablar el juicio, el colega los hizo salir, indignándose con ellos por tal intento, no haHándose Márcelo presente. Mas éste, habiéndolo entendido, vino al punto, y lo primero que hizo, sentándose en la silla curul, fué despachar lo que como cónsul le correspondia; y despues que lo hubo terminado, bajó de su asiento, y en pié se puso como un particular en el sitio destinado á los que van á ser juzgados, dando lugar á que los Siracusanos entablaran su peticion. Sobrecogiéronse éstos sobremanera con la autoridad y confianza de tan ilustre varon; y al que en las armas habian mirado como inexorable, todavía en la toga le tuvieron por más terrible y más grave. Pero en fin, animados por los contrarios de Marcelo, dieron principio á la acusacion, pronunciando un discurso en que con la declamacion propia del acto, iban mezclados los lamentos. Reducíase, en suma, á que, no obstante ser amigos y aliados de los Romanos, habian sufrido agravios de que otros generales se abstienen áun contra los enemigos. A esto respondió Marcelo, que á pesar de las muchas ofensas y daños que habian hecho á los Romanos, no habian padecido, con haber sido tomada la ciudad á viva fuerza, más que aquello que es imposible evitar en tales casos; y que se habian visto en tal conflicto por culpa propia, no habiendo querido escuchar sus amonestaciones; porque no habian sido violentados á pelear en defensa de sus tiranos, sino que ellos eran los que habian acalorado á éstos para el combate. Concluidos los discursos salieron los Siracusanos, como es de costumbre, de la curia, y con ellos salió Marcelo, teniéndose el Senado bajo la presidencia de su colega. Detúvose á la puerta del tribunal, sin alterar su natural porte, ni por miedo al juicio, ni por indignacion contra los Siracusanos, esperando con mansedumbre y con modestia á que se pronunciase la sentencia. Luego que dados los votos se anunció que habia vencido, los Siracusanos se arrojaron á sus piés, pidiéndole con lágrimas que aplacase su ira contra ellos y se compadeciera de la ciudad, que tenía presentes y agradecia sus beneficios: templado, pues, Marcelo se reconcilió con aquellos mismos, y á los demas Siracusanos les hizo siempre todo el bien que pudo; confirmando el Senado la libertad, las leyes, y aquella parte de bienes que Marcelo les habia concedido; en recompensa de lo cual, recibió tambien de los Siracusanos honores muy singulares, y eatre otros el de haber hecho una ley para que, si Marcelo ó alguno de sus descendientes aportase á Sicilia, los Siracusanos tomasen coronas y con ellas sacrificasen á los Dioses. De allí partió contra Aníbal; y siendo así que despues de la batalla de Canas casi todos los generales y cónsules no tuvieron otro modo de contrarestarle que el de huirle et cuerpo, no atreviéndose ninguno á esperarle y pelear en formacion; él tomó el medio enteramente opuesto; ereyendo que si con el tiempo se quebrantaba á Aníbal, más pronto quedaba con él quebrantada la Italia; y juzgando que Fabio, con atenerse siempre á la seguridad, no curaba por el modo conveniente la dolencia de la patria, pareciéndose en el esperar á que debilitado el contrario se apagase la guerra, á aquellos médicos irresolutos y timidos en la curacion de las enfermedades, que aguardan á ver si se debilita la fuerza del mal. Tomó en primer lugar las principales ciudades de los Samnites que se habian rebelado; y en consecuencia de ello gran cantidad de trigo que allí habia, mucha riqueza, y los soldados de Aníbal que las guarnecian, que eran unos tres mil. A poco, como Aníbal hubiese dado muerte en la Apulia al procónsul Neyo Fulvio con once tribunos más, y hubiese destrozado la mayor parte del ejército, envió Marcelo cartas á Roma, exhortando á los ciudadanos á que no desmayaran, porque se ponia en marcha para desvanecer el gozo de Anibal.

Acerca de lo cual dice Livio, que leidas estas cartas, no se disipó la pesadumbre, sino que se acrecentó con el miedo, por ser tanto mayor que la pérdida ya sucedida el temor de lo que recelaban, cuanto Marcelo se aventajaba á Fulvio. Aquél al punto, como lo habia escrito, marchó á la Lucania en persecucion de Aníbal, y alcanzándole en las cercanías de la ciudad de Numistio, donde habia tomado posicion en unos collados bastante fuertes, él puso su campo en la llanura. Al dia siguiente se anticipó á poner en órden su ejército, y bajando Aníbal, se trabó una batalla que no tuvo éxito cierto ó que fuese de importancia: con todo de que habiendo empezado á las nueve de la mañana, con dificultad cesaron despues de haber oscurecido. Al amanecer estuvo otra vez pronto con su ejército, formando entre los cadáveres, desde donde provocaba á Aníbal á la batalla; mas como éste se retirase, despojando los cadáveres de los contrarios, dando sepultura á los de los amigos, se puso de nuevo á perseguirle, y habiéndose librado de las muchas asechanzas que aquél le iba armando sin dar en ninguna, superior siempre en las escaramuzas de la retirada, se atrajo una grande admiracion.

Llegábase el tiempo de los comicios consulares, y el Senado tuvo por más conveniente hacer venir de Sicilia al otro cónsul que mover de su puesto á Marcelo en la lucha continua con Anibal. Luego que llegó, le dió órden para que publicase por dictador á Quinto Fulvio: porque el que ejerce esta dignidad no es elegido ni por el pueblo ni por el Senado, sino que presentándose ante la muchedumbre uno de los cónsules ó de los pretores, nombra dictador á aquel que le parece; y por este dicho ó nombramiento se llama dictador el designado, porque al hablar ó pronunciar le llaman los Romanos dicere; aunque á otros les parece que el dictador se llama así, porque sin necesidad de votos o de autorizacion de otros para nada, él por sí mismo dicta lo que cree conveniente: porque tambien los Romanos á las determinaciones de los arcontes que llaman los Griegos ordenanzas, les dan el nombre de edictos.

Cuando vino de Sicilia el colega de Marcelo, queria que se proclamase á otro por dictador; como fuese muy ajeno de su carácter el ser violentado en su opinion, se hizo de noche á la vela para Sicilia; y de este modo el pueblo nombró dictador á Quinto Fulvio: con todo, el Senado escribió á Marcelo para que lo designase él mismo; y mostrándose obediente, lo ejecutó así, suscribiendo á los deseos del pueblo; y él fué otra vez designado para continuar en el mando con la dignidad de procónsul. Convino con Fabio Máximo en que éste se dirigiria contra Tarento, y que él, viniendo á las manos y distrayendo á Aufbal, le estorbaria que pudiera ir en socorro de los Tarentinos; en consecuencia de lo cual le acometió cerca de Canusio, y aunque éste mudaba de posiciones y andaba retirándose, se lo aparecia por todas partes. Finalmente, estando para fijar los reales, lo provocó con escaramuzas; y cuando iban á trabar la batalla, sobrevino la noche y los separó. Mas al dia siguiente se halló ya Aníbal con que tenía su ejército sobre las armas; de manera que llegó á incomodarse, y reuniendo á los Cartagineses, les rogó que en reñir aqueIla batalla excedieran á cuanto habian hecho en las anteriores: «Porque ya veis, les dijo, que no nos es dado reposar despues de tantas victorias, ni tener bolganza siendo los vencedores, si no espantamos á este hombre;» y con esto se comenzó la batalla. Parece que en ella, queriendo Marcelo usar de una estratagema que se vió ser intempestiva, cometió un yerro; porque, padeciendo el ala derecha, dió órden para que avanzara una de las legiones; y como este movimiento hubiese inducido turbacion en los que peleaban, puso con esto la victoria en manos de los enemigos; habiendo muerto de los Romanos dos mil y setecientos hombres. Retiróse Marcelo á su campamento, y reuniendo el ejórcito, les dijo que lo que era armas y cuerpos de Romanos, veia muchos; pero Romano no veia ninguno. Pidiéronle perdon, y les respondió que no podia darlo a los vencidos, y sólo lo concederia si venciesen, pues al dia siguiente habian de volver á la batalla, para que sus ciudadanos oyesen ántes su victoria que su fuga; y dicho esto, mandó que á las escuadras vencidas se les repartiese cebada en vez de trigo; con lo que, sin embargo de que muchos se hallaban grave y peligrosamente heridos, se dice que ninguno sintió tanto en aquella ocasion sus males, como estas palabras de Marcelo.

Al amanecer ya se vió puesta, segun la costumbre, la túnica de púrpura, que era el signo de que se iba a dar ba talla, y pidiendo las oscuadras vencidas formar las primeras, les fué concedido: sacaron luego los tribunos las demas tropas, y anunciado que le fué á Anibal: Por Júpiter, exclamo, ¿qué partido puede tomar nadie con un hombre que no sabe llevar ni la mala ni la buena suerte? Porque sólo él no da reposo cuando vence, ni le toma cuando es vencido; sino que siempre, á lo que se ve, tendremos que estar en pelea con un general que para ser de nodado y resuelto, ora salga bien, ora salga mal, halla siempre motivo en tenerse por afrentado.» Trabáronse con esto las haces, y como de hombres á hombres se pelease de una y otra parte con igualdad, dió órden Anibal para que, colocando en la primera fila los elefantes, los opusieran á la infantería romana. Produjo al punto esta medida gran turbacion y desórden en los que iban los primeros, y entónces tomando la insignia uno de los tribunos llamado Fabio, se puso delante, é biriendo con el hierro de la lanza al primero de los elefantes le hizo retrocedor. Pegó éste con el que tenía á la espalda y le ahuyentó con todos los demas que le seguian. Apénas lo observó Marcelo, dió órden á la caballería para que con violencia cargara á los que estaban ya en desórden, y acabara de desconcertar y poner en huida á los enemigos. Acometieron aquellos con denuedo y siguieron acuchillando á los Cartagineses hasta su mismo campamento; y tambien los elefantes, tanto los que morian, como los heridos, causaron gran daño, porque se dice que los muertos fueron más de ocho mil. De los Romanos murieron unos tres mil; pero heridos lo fueron casi todos; y esto dió á Anibal la facilidad de levantar cómodamente el campo y retirarse léjos de Marcelo: porque no estaba en estado de perseguirle por los muchos heridos, sino que con reposo se encaminó á la Campania, y pasó el verano en Sinuesa, para que se repusieran los soldados.

Aníbal luego que respiró de Marcelo, considerando su ejército como libre de toda atadura, corrió toda la Italia, poniéndola en combustion; de resultas de lo cual era en Roma desacreditado Marcelo. Sus enemigos, pues, acaloraron, para que le acasase, á Publicio Bibulo, uno de los tribunos de la plebe, hombre violento y que poseia el arte de la palabra; el cual, congregando muchas veces al pueblo, consiguió persuadirle que diera el mando á otro general, porque Marcelo, dijo, habiéndose ejercitado un poco en la guerra, se ha retirado ya como de la palestra á los baños calientes, para cuidar de su persona. Llególo á entender Marcelo, y dejando encargado el ejército á los legados, marchó á Roma á vindicarse de aquellas calumnias; sobre las cuales encontró que se le había formado causa.

Señalóse dia, y reunido el pueblo en el Circo Flaminio, se levantó Bibulo á hacer su acusacion; y Marcelo se defendió, diciendo por sí mismo pocas y muy sencillas razones; pero de los primeros y más señalados ciudadanos tomaron varios con intrepidez y energía su causa, advirtiendo á los demas que no se mostrasen ménos rectos jueces que el mismo enemigo, condenando por cobardía á Marcelo, cuando era el único general de quien aquél huia; teniendo tan resuelto no pelear con éste, como pelear con los demas. Oidos estos discursos, quedó el acusador tan frustrado en sus esperanzas, que no solamente fué Marcelo absuelto de los cargos, sino que se le nombró por quinta vez consul.

Encargado del mando, lo primero que hizo fué apaciguar en la Etruria un gran movimiento que para la rebelion se habia suscitado, visitando por sí mismo las ciudades. Quiso despues dedicar un templo que con los despojos de la Sicilia habia construido á la Gloria y á la Virtud; y como en la empresa le detuviesen los sacerdotes á causa de no tener por conforme que, un solo templo contuviera dos divinidades, comenzó de nuevo á edificar otro, no tanto por no llevar bien aquella oposicion, como por tenerla á mal agüero. Porque concurrieron á sobresaltarle diferentes prodigios, como haber sido tocados del rayo algunos templos, y haber roido los ratones el oro del templo de Júpiter. Dijose tambien que un buey habia articulado voz humana, que habia nacido un niño con cabeza de elefante; por lo que los agoreros, dificultando sobre las libaciones y los conjuros, le detuvieron en Roma, á pesar de su inquietud y ardimiento: pues no hubo jamás hombre inflamado de más vehemente deseo, que el que tenía Marcelo de terminar la guerra con Aníbal. En esto soñaba por la noche; de esto conversaba con sus amigos y colegas; y su única voz para con los Dioses era que le diesen cautiver á Aníbal; y si hubiera sido posible que los dos ejércilos hubiesen estado encerrados dentro de un mismo muro ó de un mismo campamento, me parece que su mayor placer habria sido luchar con él: de manera que á no hallarle tan colmado de gloria y haber dado tantas pruebas de ser un general juicioso y prudente, podria acaso decirse que en este negocio habia sido arrebatado de un ardor más juvenil que el que á su edad convenia: porque era ya de más de sesenta años cuando obtuvo el quinto consulado.

Hechos que fueron todos los sacrificios y purificaciones que los agoreros denunciaron, partió con su colega á la guerra; y puesto entre las ciudades de Baucia y Venusia, provocó por bastante tiempo á Aníbal, el cual no bajó á presentar batalla; pero habiendo entendido que aquellos habian enviado tropas á los Locros Epicefirios (1), armándo(1) Que habitaban junto al promontorio Cefirio.

les una colada al pié de la montaña de Petelia, les mató dos mil y quinientos hombres. Enardeció más esto á Marcelo para la batalla, y así acercó todavía mucho más sus fuerzas. En medio de los dos campos habia un collado, que ofrecia bastante defensa, aunque poblado de muchos arbuslos; el cual además tenía cañadas y concavidades á una y otra falda, abundando tambien en fuentes que despedian raudales de agua. Maravilláronse, pues, los Roma—nos de Aníbal que, habiendo sido el primero á tomar posesion, no habia ocupado aquel lugar, sino que lo habia dejado á los enemigos; y es que no obstante haberle parecido á propósito para acampar, le juzgó más propio para poner celedas; y prefiriendo el destinarle á este objeto, sembró de tiradores y lanceros la espesura y las cañadas, persuadido de que la disposicion del terreno atraeria á los Romanos: esperanza que no le salió vana; porque al momento se movió en el ejército romano la conversacion de que era preciso ocupar aquel puesto; y echándola de generales anunciaban que serian muy superiores á los enemigos fijando allí su campo, ó fortificando aquella altura.

Túvose por conveniente que Marcelo se adelantase con algunos caballos á hacer un reconocimiento; mas ántes, teniendo consigo un agorero, quiso sacrificar: y muerta la primera víctima, le mostró el agorero el hígado que carecia de asidero; sacrificada luego la segunda, apareció un asidero de extraordinaria magnitud, y todo se manifestó sumamente fausto, con lo que se creyó desvanecido el primer susto, con todo, los agoreros insistian en que todavia aquello inducia mayor miedo y terror, porque la mezcla de lo próspero con lo adverso debia hacer sospechar mudanza. Mas, como decia Píndaro, Al bado estatuido no le atajan Ni fuego ardiente, ni acerado muro.

Marchó, pues, llevando consigo á su colega Crispino, y á su hijo, que era tribuno, con unos doscientos y veinte de á caballo, entre los cuales no había ningun Romano, sino que los más eran Etruscos, y como cuarenta Fregelianos, que siempre se habian mostrado obedientes y fieles á Marcelo. Como el collado era, segun se ha dicho, poblado de espesura y sombrío, un hombre sentado en la eminencia estaba en observación de los enemigos, registrando, sin ser visto, el ejército de los Romanos: y dando aviso de lo que pasaba á los lanceros, dejaron éstos que Marcelo, que se adelantaba en su reconocimiento, llegase cerca, y levantándose de pronto, le cercaron á un tiempo por todas partes, y empezaron á tirar dardos, á herir y á perseguir á los fugitivos, trabando pelea con los que hacian frente, que eran solos los cuarenta Fregelianos; pues los Etruscos fueron ahuyentados desde el principio, y éstos, dando cara se defendian protegiendo á los cónsules; hasta que Crispino, herido con dos dardos, dió á huir con su caballo, y Marcelo fué traspasado por un costado con un hierro ancho, al que los Romanos llaman lanza. Entónces los pocos Fregelianos que estaban presentes le abandonaron viéndolo ya en tierra, y arrebatando al hijo que tambien se hallaba herido, se retiraron al campamento.

Los muertos fueron poco más de cuarenta, quedando cautivos de los lictores cinco, y de los de á caballo diez y ocho. Murió tambien Crispino de sus heridas, habiendo sobrevivido muy pocos dias; y entonces por la primera vez sufrieron los Romanos un descalabro nunca antes visto, que fué morir los dos Cónsules en un mismo combate.

De todos los demas hizo Aníbal muy poca cuenta; pero al oir que Marcelo habia muerto, marchó inmediatamente al sitio, y parándose ante el cadáver, estuvo mucho tiempo considerando la robustez y belleza de su persona, sin proferir expresion ninguna de vanagloria, ni manifestar regocijo en su semblante, como otro quizá lo hubiera heTOXO II.

17 cho al ver muerto tan grave y poderoso enemigo; sino que admirado de lo extraño del caso, le quitó, sí, el anilio; pero adornando y componiendo el cuerpo con el conveniente decoro, lo hizo quemar, y recogiendo las cenizas en una urna de plata que ciñó con corona de oro, las envió al hijo. Algunos Namidas asaltaron a los que las conducian, y se arrojaron á quitarles la urna, y como los otros trataran de recobrarla, en la lucha y contienda arrojaron por el suelo las cenizas. Súpolo Aníbal y prorumpió ante los que con él estaban en la expresion de que es imposible hacer nada contra la voluntad divina, y aunque castigó á los Numidas, ya no volvió a pensar en recoger y enviar los huesos, como dando por supuesto que por alguna particular disposicion de Dios habia sucedido por un modo extraño la muerte de Marcelo, y el que quedase insepulto. Así es como lo refieren Cornelio Nepote y Valerio Máximo; pero Livio y César Augusto afirman que la urna fué llevada á poder del hijo, y que se le dió honrosa sepultura. Sin contar las dedicaciones de Roma, consagró Marcelo un gimnasio en Catana de Sicilia, y estatuas y cuadros de los de Siracusa que colocó en Samotracia en el templo de los Dioses que llaman Cabirios, y en el templo de Minerva junto á Lindo. En éste, segun dice Posidonio, se había puesto á su estatua esta inscripcion:

El astro claro de la patria Roma, Descendiente de ilustres genitores Marcelo Claudio es, huésped, el que miras.

La dignidad de Cónsul siete veces Regentó en la ciudad del fiero Marte, Siendo de sus contrarios grande estrago.

Por lo que se echa de ver que el que hizo la inscripcion añadió á los cinco consulados los dos proconsulados que obtuvo tambien Marcelo. Su linaje permaneció siempre ilustre hasta Marcelo el sobrino de César, que era tijo de Octavia hermana de éste, tenido de Cayo Marcelo. Ejerciendo la dignidad de Edil de los Romanos murió recien casado, habiendo gozado muy poco tiempo de la compañía de la hija de César. En su honor y memoria su madre Octavia le dedicó una biblioteca, y César un teatro que so llamó de Marcelo.

Y MARCELO.

Lo que se deja dicho es cuanto nos ha parecido digno de referirse acerca de Marcelo y de Pelopidas; mas entre las cosas que les fueron comunes por naturaleza y por hábito, siendo por ellas justamento contrapuestos, pues ambos fueron valientes, sufridos, fogosos y de grandes alientos, parece que sólo se encuentra diferencia en que Marcelo hizo derramar sangre en muchas de las ciudades que subyugó; cuando Epaminondas y Pelópidas á nadie dieron muerte despues de vencedores, ni esclavizaron las ciudades; y áun de los Tebanos se dice que no habrian tratado asl á los Orcomenios, si éstos hubieran estado presentes.

Entre las hazañas de Marcelo las más admirables y señaladas tuvieron lugar contra los Galos, y fueron haber ahuyentado tan inmensa muchedumbre de infantería y caballería con los pocos caballos que mandaba, lo que no se dirá fácilmente de ninguno otro general, y haber dado muerte por su mano al caudillo de los enemigos; y en igual caso Pelopidas no salió con su intento, sino que fué cautivado por el tirano, recibiendo daño en lugar de causarle. Con todo, á aquellas proezas pueden muy bien oponerse las batallas de Leuctras y Tegira, sumamente ilustres y celebradas. Por lo que hace á victoria conseguida por medios ocultos é insidiosos, no tenemos de Marcelo ninguna que sea comparable con la alcanzada por Pelópidas, cuando despues de su vuelta del destierro dió en Tébas muerte á los tiranos: hazaña que sobresalió mucho entre cuantas se han ejecutado en tinieblas y con asechanzas. Aníbal, enemigo terrible, fatigaba á los Romanos, al modo que á los Tebanos los Lacedemonios; y es cosa bien cierta que Pelópidas los venció y puso en fuga en Tegira y en Leuctras; pero Marcelo ni una sola vez venció á Aníbal, segun dice Polibio; sino que éste parece haberse conservado invencible hasta Escipion. Sin embargo, nosotros damos más crédito á Livio, César y Nepote, y de los Griegos al rey Juba, que refleren haber Marcelo derrotado y puesto en fuga algunas veces á las tropas de Aníbal; bien que estos descalabros no tuvieron nunca gran consecuencia, pareciendo que era una falsa caida la que experimentó el africano en estos encuentros. Fué ciertamente admirable, más de lo que alcanza á imaginarse, aquel que despues de tantas derrotas de ejércitos, de tantas muertes de generales, y de haber estado titubeando todo el poder de Roma, infundió ánimo en los soldados para hacer frente.

Y éste, que al antiguo miedo y terror sustituyó en el ejército el valor y la emulacion, hasta no ceder fácilmente sin la victoria, y ántes disputarla y sostenerse con aliento y con brio, no fue otro que Marcelo; porque acostumbrados ántes á fuerza de desgracias á darse por bien librados si con la fuga escapaban de Aníbal, los enseñó á tenerse por afrentados si sobrevivian al vencimiento, á avergonzarse si un punto se movian de su puesto, y á apesadumbrarse si no salian vencedores.

Pelópidas no fué vencido en ninguna batalla en que tuvo el mando, y Marcelo venció muchas mandando á los Romanos; por tanto, parece que con lo invicto del uno, podrán ponerse á la par lo difícil de ser vencido del otro y el gran número de sus triunfos. Marcelo tomó á Siracusa, y Pelópidas no pudo apoderarse de la capital de los LacedeY MARCELO.

263 monios; pero con todo, tengo por de más mérito que el tomar á Sicilia el haberse acercado á Esparta, y haber sido el primer hombre que en guerra pasó el Eurotas; á no que oponga alguno que esto se debe más atribuir á Epaminondas que á Pelópidas, igualmente que la jornada de Leuctras; cuando Marcelo en sus grandes hechos no tuvo que partir su gloria con nadie. Porque él solo tomó á Siracusa, y sin concurrencia de otro alguno derrotó á los Galos; y contra Aníbal cuando nadie se sostenia, y ántes todos se retiraban, él solo hizo frente, y mudando el aspecto de la guerra, fué el primero que estableció el valor.

Ni de uno ni de otro de estos ilustres varones puedo alabar la muerte; ántes me aflijo y disgusto con lo extraño de su fallecimiento: causándome sorpresa el que Aníbal en tantas batallas, que apenas pueden contarse, ni una vez fuese herido; así como admiro á Crisante, que segun se dice en la Ciropedia, teniendo ya levantada la espada, y estando para descargar el golpe sobre el enemigo, como oyese en aquel momento que la trompeta tocaba á retirada, dejándole ileso, se retiró con el mayor reposo y mansedumbre. Con todo á Pelópidas le disculpa el que en el acto mismo de la batalla y con el calor de ella le arrebató la ira á que convenientemente se vengase: porque lo más laudable es que el general quede salvo despues de la victoria; y si no pudiere evitar la muerte, que con virtud salga de la vida, segun expresion de Euripides: pues entónces el morir, que ordinariamente consiste en padecer, se convierte en una accion gloriosa. Además de la ira concurria tambien el fin de la victoria, que era á los ojos de Pelopidas la muerte del tirano, para no graduar enteramente de temerario su arrojo: pues es dificil encontrar para aquel acto de valor otro designio ni más brillante ni más decoroso. Mas Marcelo, sin que pudiera proponerse una gran ventaja y sin que el ardor de la pelea le arrebatase y sacase de tino, imprudentemente se arrojó al peligro, corriendo á una muerte no propia de un general, sino de un batidor á de un centinela, y poniendo á los piés de los Iberos y Numidas, que hacian la vanguardia de los Cartagineses, sus cinco consulados, sus tres triunfos, y los despojos y trofeos que de reyes habia alcanzado. Así es que ellos mismos miraron con pena tal suceso, yel que un varon tan señalado en virtud entre los Romanos, tan grande en poder, y en gloria tan esclarecido, se malograra de aquel modo entre los descubridores Fregelianos. No quisiera que estas cosas se tomaran por acusacion de tan excelentes varones; sino más bien por un enfado y desahogo con ellos mismos y con su valor, al que sacrificaron sus otras virtudes, no teniendo la debida cuenta con sus vidas y sus personas, como si solo murieran para sí, y no más bien para su patria, sus amigos y sus aliados. Despues de muertos, del entierro de Pelópidas cuidaron aquellos por quienes murió, y del de Marcelo los enenigos que le dieron muerte; y aunque lo primero es apetecible y glorioso, excede todavía á la gratitud que paga beneficios, la enemistad que rinde homenaje a la misma virtud que la ofende: porque en esto no sobresale más que el honor, y en aquello lo que se descubre es el provecho y utilidad que se reportó de la virtud.