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Las vidas paralelas de Plutarco/Pelópidas

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

PELÓPIDAS.


Caton el mayor, como algunos celebrasen desmedidamente á un hombre de arrojado y atrevido en las cosas de la guerra, les advirtió que había gran diferencia entre lener en mucho la virtud, y tener en poco el vivir: perfeclisimamente á mi entender. Militaba con Antigono un varon muy resuello, pero endeble y flaco de cuerpo: preguntóle, pues, el Rey la causa de estar descolorido, y le confesó que padecia una enfermedad oculta. El Rey, manifestándole su aprecio, dió órden å los médicos para que no omitiesen nada en su asistencia y remedio; pero curado por esta diligencia aquel, valiente, ya no era arrojado ni pronto en los combates, tanto, que Antígono se lo echó en cara, admirándose de semejante mudanza; y él no le negó la causa, diciéndole: «Tú, oh Rey, eres quien me has becho menos determinado librándome de aquellos males por los que menospreciaba la vida.» A este mismo propósito dijo un Sibarita hablando de los Esparciatas, que no hacian mucho en morir en la guerra para salir de tanto trabajo y de lan mal trato como se daban. Mas si entre los Sibaritas, enmollecidos con el regalo y el deleite, de los que por celo y amor de la virtud no temian la muerte podia decirse con razon que aborrecian la vida, para los Lacedemonios era acto de virtud el vivir y el morir con ánimo alegre, segun aquel epicedio:

' Porque, segun se dice, mueren estos No reputando un bien la vida ó muerte; Sino el que la virtud presida á entrambas:

pues ni el evitar la muerte es reprensible, cuando no se quiere vivir afrentosamente, ni el exponerse á ella es laudable, si se hace por tener en poco el vivir. Ast Homero á los varones osados y belicosos los hace siempre salir bien armados y defendidos á los combates; y los legisladores de los Griegos castigan al que pierde el escudo, y no al que arroja la espada y la lanza: enseñando con esto que primero es no recibir daño, que causarto á los enemigos; y que esto es lo que cada uno debe tener presente; pero en especial el que manda en una ciudad ó en un ejército.

Porque si come discurria Ificrates, las tropas ligeras dicen semejanza con las manos, la caballería con los piés, el grueso del ejército con el pecho y el torso todo, y el general con la cabeza, arriesgândese éste temerariamente, no pareceria que se olvidaba de sí mismo solamente, sino de todos, que tienen en él librada su salud, y al contrario. Así Calicratides, aunque hombre grande en todo lo demas, no tuvo razon en la respuesta que dió al Agorero; porque rogándole éste que se guardara de la muerte que le denuaciaban las víctimas, le contestó que no pendia Esparta de un solo: pues peleando, navegando y siendo mandado, Calicratides no era más que uno; pero de general, tomando sobre si la suerte de todos, ya no era uno solo aquel con quien tan grandes intereses iban á perderse. Mejor lo hizo Antigono el mayor cuando al trabarse el combate naval cerca de Andros, diciéndole uno que eran muchas más las naves de los enemigos, «pues qué, le replicó, ¡no te haces cargo que yo valgo por muchas?» ¡Grande ornamento del mando quien con destreza y virtud hace lo que se ha propuesto, y cuya atencion primera es salvar al que ha de salvarlo todo! Por tanto, juiciosamente Timoteo, como Cares mostrase un dia á los Atenienses algunas cicatrices en su cuerpo y el escudo pasado de una lanzada; «pues yo, les dijo, estoy muy avergonzado de que cuando tenía sitiada á Samos me hubiese caido muy cerca un dardo, porque me conduje más juvenilmente de lo que correspondia á un general que tenía á su mando tantas tropas.» Porque cuando va un grande interes en que se arriesgue el general, enLónces está muy bien que trabaje y lo ponga todo en el tablero sin ningun miramiento, enviando noramala á los que le vengan con el refran de que el buen general debe morirse de vejez, ó á lo ménos morir viejo; pero cuando es de poca importancia lo que se ha de sacar del vencimiento, y todo se pierde si el general cae, entonces nadie debe pedir de éste una hazaña peligrosa, que sería más bien de un soldado raso. Me ha parecido oportuno empezar por estas advertencias cuando voy á escribir las vidas de Pelópidas y Marcelo, varones eminentes, pero que perecieron por inconsideracion: pues con ser ambos muy denodados en el pelear, ornamento uno y otro de su patria por sus brillantes mandos, y opuestos á los más terribles conten dores; siendo éste, segun se dice, el primero que quebrantó á Aníbal; y habiendo aqué! vencido en batalla campal á los Lacedemonios que dominaban en tierra y en mar; por no haber tenido de sí mismos la debida cuenta, expusieron su vida con temerario arrojo, precisamente en el momento en que más necesidad habia de su conservacion y de su mando; que es por lo que, llevados de esta semejanza, hemos puesto en cotejo las vidas de ambos.

La familia de Pelópidas el de Hipoclo era, como la de Epaminondas, de las más ilustres de Tebas. Crióse con las mayores conveniencias; y entrando todavía jóven en la administracion de una casa opulenta, se dedicó desde luego á dar socorros á los necesitados que contemplaba dignos, para ser verdaderamente dueño y no esclavo de las riquezas; pues la mayor parte de los hombres, como dice Arisbarva:

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Al cabo de poco Pelópidas, que habia recibido cara á cara siete heridas, vino á caer entre multitud de cadáveres de amigos y enemigos; y entonces Epaminondas, no obstante tenerle por muerto, para proteger su persona y sus armas siguió la pelea y el riesgo, solo contra muchos, teniendo por mejor morir en la demanda que abandonar á Pelópidas caido: hasta que, hallándose ya él mismo en el peor estado, herido de una lanzada en el pecho, y de una estocada en un brazo, vino en su auxilio de la olra ala Agesípolis, rey de los Esparciaías, y contra toda esperanza los recobró á entrambos.

De allí á algun tiempo, aunque los Esparciatas todavia afectaban ser amigos y aliados de los Tebanos, en la realidad miraban ya con ceño su altivez y su poder; y sobre todo no estaban bien con el partido de Ismenias y Androclides, al que pertenecia Pelópidas, por parecerles demasiado liberal y democrático. En esta situacion, Arquias, Leontidas y Filipo, oligarquistas y ricos, que aspiraban á mandar, persuadieron al Esparciata Febidas que cayendo repentinamente con su ejército se apoderara del alcázar Cadmeo, y arrojando de las ciudad á los que se opusieran, arreglara un gobierno de pocos, al modo del de los Lacedemonios, y dependiente de él. Entró aquél en el plan, y sorprendiendo a los Tebanos, bien ajenos de tal intento, mientras celebraban las Tesmoforias (1), se hizo dueño de la ciudadela. En cuanto á Ismenias, hiciéronle preso, y llevado á Esparta, á poco tiempo le quitaron la vida: Pelópidas, Ferénico y Andróclides huyeron y fueron proscritos; mas Epaminondas permaneció tranquilo y olvidado en el país, teniéndolo por poco inquieto á causa de su filosofla, y por de ningun poder á causa de su pobreza.

Los Lacedemonios bien privaron á Febidas del mando, y le multaron en cien mil dracmas; pero no por eso dejaron de conservar en su poder la ciudadela: determinacion de cuya inconsecuencia se admiraron todos los Griegos, pues que castigaban al autor y confirmaban lo mal hecho. En tanto, á los Tebanos, que habian perdido su propio gobierno, quedando esclavizados á Arquias y Loontidas, ni siquiera les era dado esperar algun término de una tiranía que habia sido introducida por la fuerza militar de los Esparciatas, y no podia desatarse si no habia quien arrancase á estos su superioridad é imperio por mar y por tierra; y sin embargo, sabedor Leontidas de que los des(1) Fiestas de Atenas en honor de Céres su legisladora, adoptadas por otros pueblos, terrados se hallaban en Atenas amados de la muchedumbre, y honrados de los hombres virtuosos y rectos, trató de armarles escondidas asechanzas, para lo cual se valió de unos hombres desconocidos, que con engaños dieron muerte á Andróclides, librándose de sus manos los demas.

Enviáronse tambien cartas por los Lacedemonios á los Atenienses, en que les ordenaban que no recibiesen ni auxiliasen en sus intentos á los desterrados, sino que los hiciesen salir como pregonados por enemigos públicos de toda la federacion. Mas los Atenienses, en quienes parece ingénito el ser humanos, correspondiendo a los de Tebas, que fueron la principal causa de que volviesen á su patria, y que dieron un decreto para que si algun Ateniense llevase armas contra los tiranos por la Beocia, ningun natural de ella hiciese demostracion de que lo veia ó lo entendia, ni en lo más mínimo ofendieron á los Tebanos.

189 Pelópidas, aunque todavía muy jóven, fué de uno en uno alentando á los desterrados; y áun en comun les manifestó en un discurso, que no era justo ni puesto en razon dejar á la patria en esclavitud y con guarnicion extranjera, y no pensar ellos en otra cosa que en vivir y conservarse pendientes de los decretos de los Atenienses, y haciendo obsequios á los que eran diestros en el decir y manejaban á la muchedumbre segun su arbitrio; sino que debian arriscarse á las mayores empresas, proponiéndose por ejemplo la virtud y resolucion de Trasi bulo: para que así como éste, partiendo de Tebas, destruyó en Atenas á los tiranos, de la misma manera ellos, volviendo desde Atenas restituyesen á Tebas la libertad. Persuadióles con eslas razones, é inmediatamente enviaron á Tebas con la conveniente reserva quien manifestara á los amigos que allí habían quedado lo que tenian resuelto. Convinieron estos en ello; y Caron, sin embargo de ser muy principal, se prestó å ofrecer su casa, y Filidas vió modo de hacerse secretario de Arquias y Filipo, que eran Polemarcos. Epaminondas ya muy de antemano tenia inflamados á los jóvenes, porque en los gimnasios les hacía que asiesen de los Lacedemonios y luchasen con ellos; y luego viéndolos muy ufanos de que los vencian y quedaban encima, les hacia cargo de que era una vergüenza que por cobardía estuvieran sujetos á aquellos á quienes tanto aventajaban en esfuerzo.

Señalóse dia para la empresa, y convinieron los desterrados en que Ferénico, tomando bajo sus órdenes á la mayor parte, aguardaria en la aldea de Triasio, y unos cuantos de los más jóvenes tomarian sobre si el peligro de adelantarse á la ciudad, bajo el concierto de que si éslos diesen en manos de los enemigos, los restantes se encargarian de que ni sus hijos ni sus padres careciesen de lo necesario. Suscribióse el primero para este hecho Pelópidas, y en pos de él Melon, Damóclides y Teopompo, Lodos de las principales casas, y para lo demas unidos en fiel amistad entre sí; pero en cuanto á gloria y valor acérrimos competidores. Eran entre todos unos doce, y saludando á los que se quedaban, lo primero que hicieron fué enviar un mensajero á Caron, siguiendo despues ellos con ropaje corto, y llevando perros y baston de caza, para que áun cuando alguno los encontrase en el camino no cayera en sospecha, y ántes se creyera que ocupados en bien diferente cosa, discurrian por el campo cazando. Cuando el mensajero enviado á Caron se avistó con él, le dijo que ya estaban en camino; éste, sin embargo de ver tan cerca el trance, en nada mudó de propósilo, sino que como hombre de probidad ofreció del mismo modo su casa. Uno llamado Hipostenidas, que no era de mal proceder, y ántes bien amaba á la patria, y estaba en buena correspondencia con los desterrados, mas á quien faltaba aquella resolucion que la oportunidad y la proyectada hazaña requerian, como que desmayó al ver el tamaño de la contienda en que se habian metido, sin que cupiese en su imaginacion cómo podian agitar en sus ánimos el pensamiento de trastornar en cierta manera el imperio de los Lacedemonios, y desTruir el poder que allí tenien, fiados únicamente en esperanzas inciertas y propias de hombres desterrados. Por tanto, retirándose á su casa sin decir palabra, envió uno de sus amigos á Melon y Pelópidas, advirtiéndoles que lo dilataran por entonces, esperando mejor ocasion, y que otra vez se volvieran á Atenas. Llamábase Clidon este de quien se valió, el cual se dirigió con toda diligencia á su casa, y sacando el caballo andaba buscando el freno. No sabia qué hacerse la mujer, porque no le lenía en casa; mas al fin dijo que lo babia dado á uno de sus conocidos; por lo que primero empezaron á altercar, y despues pasaron á las malas palabras; tanto, que la mujer llegó á echarle maldiciones sobre el viaje á él y á los que le enviaban:

viniendo á parar en que Clidon perdió gran parte del dia con esta riña, y agorando mal además con motivo de lo sucedido, dejó enteramente el viaje, y se puso á hacer otra cosa. ¡En tan poco estuvo el que las más grandes y excelentes hazañas se hubiesen desgraciado en su principio, malográndose la oportunidad!

Pelopidas y los que con él venian se disfrazaron luego con ropas de labradores, y separados unos de otros, enIraron unos por una parte y otros por otra en la ciudad, siendo áun de día. Nevaba además con ventisca, habiendo empezado á empeorarse el tiempo, con lo que fué más oculta su venida, habiéndose retirado casi todos á su casa por el frío. Los que estaban encargados de atender á lo que se tenía tratado cuidaron de buscar á los recien llegados y conducirlos á casa de Caron. Con los desterrados eran éstos al todo cuarenta y ocho. Vamos ahora á lo que pasuba con los tiranos. Filidas el secretario concurria, como hemos dicho, á la ejecucion de todo, estando de acuerdo con los desterrados; y para aquel dia había dispuesto de antemano para Arquías y los suyos una reunion con merienda y concurso de mujeres, preparándolos así á que relajados con los placeres y bien bebidos fueran más fácil presa de los que contra ellos venian. Cuando ya no les faltaba mucho para estar beodos, les vino una denuncia contra los desterrados, no falsa en verdad; pero dudosa y sin gran certeza de que estaban ocultos en la ciudad. Procuro Filidas desvanecer el aviso; mas con todo envió Arquias á uno de los ministros á casa de Caron con órden de que compareciera allí al punto. Era entrada la noche, y Pelópidas y demas confederados estaban adentro disponiéndose puestas ya las armaduras y tomadas las espadas. Llamóse de repente á la puerta; y corriendo uno de los de casa le enteró el ministro de que Caron era llamado de parte de los Polemarcos, lo que anunció á los de adentro con sobresalto. Todos eoncibieron que el negocio estaba descubierto, y que iban á perecer sin haber hecho nada digno de los hombres virtuosos. Con todo, tuvieron por conveniente que Caron obedeciese, y quitara toda sospecha á los magistrados; y él, aunque era de suyo varonil y firme en los riesgos, entonces se quedó confuso y apesadumbrado, no se levantase contra él alguna sospecha de traicion, pereciendo á un tiempo tantos y tan ilustres ciudadanos..

Mas teniendo al fin que partir, tomó en la habitacion de las mujeres á su hijo, que todavía era muy jovencito, y en la belleza y robustez sobresalia entre los de su edad, y le entregó á Pelópidas, para que si llegasen á entender de él algun engaño ó traicion, le trataran como á enemigo sin conmiseracion alguna. A muchos de ellos se les cayeron las lágrimas con semejante escena y semejante resolucion, y todos se mostraron ofendidos de que se creyera que podia haber entre ellos alguno tan tímido ó tan perturbado con aquellos acontecimientos que concibiera la menor sospecha ó produjese la más leve queja, rogándole que no pusiera entre ellos al hijo, y antes lo reservase de lo que podia ocurrir para que en él creciera el vengador de la ciudad y de sus amigos, salvándose y austrayéndose al rigor de los tiranos. Mas Caron no condescendió en que su hijo se libertase, diciendo que no podia haber para él vida ó salud más gloriosa que morir libre de afrenta con su padre y con tales amigos. Haciendo, pues, plegarias á los Dioses, y abrazando y confortando a todos, marchó con el cuidado de componer el semblante y el tono de la voz, de manera que no apareciese indicio de lo que pensaba ejecutar.

Llegado que hubo á la puerta, le salieron al encuentro Arquias y Filipo, diciéndole aquél: «He oido, oh Caron, que han venido algunos que están ocultos en la ciudad, y que son auxiliados por algunos de los ciudadanos.» Turbóse Caron al principio; mas preguntando quiénes eran los que habian venido y quiénes los que los tenian ocultos, como viese que Arquias no respondia cosa cierta, comprendiendo que la denuncia no había sido hecha por ninguno de los que estaban en el secreto: «Mirad, les dijo, no sea que algun rumor vano os cause sobresalto: con todo, yo inquiriré, porque en esta materia nada debe despreciarse.» Filidas, que tambien se hallaba presente, le decia que tenía razon; y con esto se llevó á Arquias, y procuró que se desmandara más en la bebida, haciéndosela más regocijada con las esperanzas que le daba de que vendrian las mujeres. Luego que Carou volvió á casa, y que los halló prevenidos, no como hombres que esperasen una victoria ó su propia salud, sino como resueltos á morir gloriosamente y con gran mortandad de sus enemigos, lo que habia de cierto en el negocio no lo descubrió sino á Pelópidas; á los demas les ocultó la verdad, diciendo que Arquias le habia hablado de otros asuntos. Mas apenas se había di sipado esta tempestad, la fortuna sustituyó inmediatamente otra; porque vino uno de Atenas de parte de Arquias el Hierofanta á Arquias su tocayo, que era tambien su huésped y su amigo, trayéndole una carta en la que ya no se TOMO II.

13 daba noticia vana ó fraguada, sino que se referian exactamente todas las cosas concertadas, segun despues se supo. Llegóse, pues, á Arquias, que ya estaba beodo, el portador de la carta, y al entregársela le dijo: «El que me la dió me encargó mucho que se leyera al punto, porque trata de un negocio sumamente urgente; á lo que sonriéndose contestó Arquias: «Pues los negocios urgentes, para mañana.» Y tomando la carta la puso debajo de la almohada, y continuó con Filidas la conversacion que traian.

La respuesta aquella, puesta en forma de proverbio, dura todavía como tal entre los Griegos.

Pareciéndoles, pues, que se estaba en la ocasion oportuna de la empresa, se decidieron á ella, repartiéndose de este modo: Pelópidas y Damoclidas, contra Leontidas é Hipates, que vivian cerca uno de otro; y Caron y Melon contra Arquias y Filipo, ajustándose por disfraz ropas mujeriles sobre las corazas, y poniéndose coronas de abeto y pino que les oscurecian el rostro. Paráronse á la puerta del banquete, hicieron ruido y bulla; con lo que se pudo creer serian las mujerzuelas que rato habia se aguardaban. Mas como luego hubiesen recorrido con la vista cuidadosamente todo el banquete, haciéndose cargo con atencion de cada uno de los convidados, y hubiesen echado mano á las espadas, arrojándose por entre las mesas á Arquias y Filipo, se vió entonces á las claras quiénes eran. A algunos de los concurrentes pudo contenerlos Filidas, diciéndoles que se estuviesen quedos: los demas se levantaron para defender á los Polemarcos; pero en el estado de embriaguez en que se hallaban fué fácil acabar con ellos. Más arduo fué el desempeño para Pelopidas y los que le siguieron, porque tambien las hubieron de haber con Leontidas, hombre cuerdo y muy denodado. Hallaron además cerrada la puerta, porque ya se habia recogido; y habiendo llamado largo rato, nadie les respondia. Sintiólos ya tarde un esclavo, que salió de adentro, y descorrió el cerrojo, y en el momento mismo de moverse y ceder las puertas, se arrojaron de tropel, y pasando por encima del esclavo corrieron al dormitorio. Leontidas por el ruido y el modo de correr conjeturó lo que era, y levantándose tomó la espada; mas no le ocurrió apagar las luces, con lo que en las tinieblas se habrían batido unos con otros: así, estando todo iluminado fué de ellos visto. Adelántase hácia la puerta del dormitorio, y á Quefisodoro, que fué á entrar el primero, lo deja en el sitio. Caído éste, traba pelea con el segundo, que era Pelópidas, siendo esta embarazosa por la angostura de la puerta y por el cadáver de Quefisodoro, que tambien estorbaba; vence al fin Pelópidas; y habiendo dado cuenta de Leontidas, marcha corriendo con los suyos en busca de Hipates. Trataron de introducirse del mismo modo en su casa; pero lo sintió, y dió al punto á correr hácia las casas vecinas: siguiéronle sin detencion, y alcanzándole, tambien le dieron muerte.

Hechas estas cosas, y reunidos con Melon y sus asociados, coviaron al Atica á llamar á aquellos desterrados que allí quedaron; y en la ciudad excitaban á la libertad a los habitantes, armando á los que encontraban, para lo que quitaban de los pórticos las armas traídas en triunfo, y se metian por los obradores de los lanceros y espaderos que por allí había. Vinieron asimismo con armas en su auxilio Epaminondas y Gorquidas, que habian ya reunido no pocos jóvenes, y de los ancianos los de mayor reputacion. Ya toda la ciudad estaba conmovida, y era grande el alboroto; se veian luces en todas las casas, y se corria de unas á otras; sin embargo, todavía la muchedumbre no hacía pié, sino que estaban aturdidos con los sucesos, y no sabiendo nada de positivo, aguardaban el dia. De aquí nació el hacerse cargo á los Lacedemonios que tenian alli el mando, de no haberse adelantado á combatirlos, siendo así que la guarnicion era de mil y quinientos, y que mochos se les pasaban; pero contenidos con el miedo que causaban el ruido, las luces y la muchedumbre que rodaba por todas partes, se estuvieron quedos, contentándose con guardar el alcázar. Al rayar el dia sobrevinieron los desterrados en estado tambien de pelea, y el pueblo concurrió en inmenso número á la junta pública. Introdujeron en esta Epaminondas y Gorquidas á Pelópidas y los suyos, rodeados de los Sacerdotes, que les presentaban coronas, y exhortaban á los ciudadanos á venir en auxilio de la patria y de los Dioses. La junta toda á este espectáculo se puso al punto en pié con algazara y regocijo, recibiéndolos como á sus tutelares y libertadores.

Fué desde luego Pelópidas elegido Beotarca juntamente con Melon y Caron, y lo primero que hizo fué circunvalar la ciudadela, y empezar a combatirla por todas partes, dándose priesa á arrojar de ella á los Lacedemonios y dejarla libre, antes que de Esparta pudieran venir tropas. En lo que se adelantó tan å punto, dejándolos salir en virtud de capitulacion, que al llegar á Megara los alcanzó ya Cleombroto, que venía sobre Tebas con grandes fuerzas.

Los Esparciatas, de tres que eran los prefectos que habia en Tebas, á Hertpidas y á Orsipo les hicieron causa, y los condenaron á muerte; y al tercero, que era Dusanoridas, como lo multasen en una crecida suma, él mismo se desterró del Peloponeso. Tan brillante empresa, que en el valor de los que la ejecutaron, y en el buen suceso con que la coronó la fortuna, se dió la mano con la de Trasibulo, fué de hermana de ésta calificada entre los Griegos, pues no es fácil designar otros que sojuzgando con sola la osadía y arrojo los pocos á los muchos, y los desvalidos á los poderosos, hubiesen sido causa para su respectiva patria de mayores bienes: aunque á ésta le concilió mayor gloria el extraordinario cambio que produjo en los negocios de la Grecia: por cuanto la guerra que acabó con la grandeza de Esparta, y á los Lacedemonios los privó de su superioridad y dominio por mar y por tierra, puede decirse que tuvo principio en aquella noche, en que Pelópidas, no con tomar una fortaleza, una plaza ó una ciudadela, sino sólo con ser uno de los doce que volvieron, desató y cortó, si nos es permitido usar de una metáfora, los lazos de la dominacion lacedemonia, tenidos por indisolubles é indestructibles.

Vinieron con esta ocasion los Lacedemonios con grandes fuerzas contra la Beocia, é intimidados los Atenienses, desahuciaron de todo auxilio á los Tebanos; y á los que beotizaban (esto es, se mostraban sus partidarios), delatándolos al tribunal, á unos los condenaron á muerte, á otros los desterraron, y á otros les impusieron crecidas multas, pareciendo que las cosas de los Tebanos iban malamente, no habiendo nadie que les diese socorro. Pues como esto así pasase, Pelópidas y Gorquidas, que con él era á la sazon Beotarea, armaron una celada, y para indisponer de nuevo á los Atenienses con los Lacedemonios recurrieron á este artificio: El Esparciata Esfodrias, hombre apreciable y de reputacion en las cosas de la guerra, pero casquivano y henchido de ambicion y de necias esperanzas, había quedado con algunas fuerzas en Teapias para recibir y proteger á los que se habian rebelado á los Tebanos. Hizo, pues, Pelópidas que con reserva se dirigiese á él un mercader amigo suyo, al que proveyó de dineros y consejos, aunque con éstos fué con los que principalmente lo persuadió, para que le hiciese entender que debia emprender cosas grandes, y tomar el Pireo, cayendo de improviso sobre los Atenienses que estaban descuidados en su guarda; pues nada podia ser más grato á los Lacedemonios que ocupar á Atenas; y más que los Tebanos, que estaban mal con ellos, y los tenian por traidores, de ningun modo los auxiliarian. Por An, Esfodrias se dejó vencer; y tomando sus tropas, se metió de noche por el Atica, llegando hasta Eleusis. Allf los soldados empezaron á reoelar, y hubo de descubrirse; con lo que, y con llegar á prever que suscitaba á los Esparciatas una guerra peligrosa y dificil, se retiró otra vez á Tespias.

Con este motivo los Atenienses volvieron con nuevo ardor å su alianza con los Tebanos, saliendo al mar, y recorriendo los pueblos de la Grecia con el fin de amparar á los que daban muestras de defeccion. Con esto, los Tebanos, habiéndolas á solas con los Lacedemonios, y riñendo combates, no grandes en sí, pero que eran causa de gran atencion y ejercicio, iban elevando sus ánimos y endureciendo sus cuerpos, adquiriendo juntamente experiencia y aliento con la continuacion de aquellas lides. Por esto es fama que el Esparciata Antaleidas dijo á Agesilao en ocasion de retirarse herido: «¡Mira qué premio te dan los Tebanos por haberlos enseñado á lidiar y pelear contra su voluntad!» Y su maestro en verdad no era Agesilao, sino los que oportunamente y con mucha cuenta lanzaban á los Tebanos como unos cachorros contra los enemigos, para acostumbrarlos y hacerles gustar y tener placer con victorias no muy arriesgadas; de lo que Pelópidas se llevó la principal gloria: pues desde la vez primera que lo eligie ron general, todos los años le conferian el mando supremo, y o bien como caudillo de la cohorte sagrada, ó bien como Beotarca, presidió siempre á. los negocios hasta su muerte. Así en Platea y en Tespias sufrieron por él los Lacedemonios sus derrotas y sus retiradas, en una de las que falleció Febidas, aquel que se apoderó de la ciudadela Cadmea; y en Tanagra, habiendo hecho huir á muchos, dió muerte al prefecto Pantoides: combates que si bien á los vencedores les inspiraban aliento y osadía, todavía no alcanzaban á deprimir el ánimo de los vencidos. Porque no hubo una batalla campal ni un combate ordenado y de cierto aparato, sino que con hacer correrías, retiradas y alcances á tiempo, en esta casta de lides fué en las que salieron vencedores.

Mas el combate de Tegira fué ya como ensayo de la batalla de Leuctros, y contribuyó mucho para la gloria de Pelópidas, no dejando en cuanto á la victoria duda entre él y los demas jefes, ni pretexto alguno á los enemigos en cuanto al vencimiento. Hacía tiempo que estaba en observacion de la ciudad de los Orcomenios, que habia abrazado el partido de los Esparciatas y había admitido dos batallones de estos por seguridad; y no aguardaba más que la ocasion. Habiendo, pues, oido que aquella guarnicion hacía una expedicion á la Locrida, con la esperanza de tomar á Orcomeno desmantelada, marchó allá, llevando consigo la cohorte sagrada y algunos caballos. Cuando ya estaba para llegar a la ciudad, se halló con que habia llegado de Esparta el relevo de la guarnicion, y hubo de retroceder con su tropa nuevamente por Tegira, que era por donde únicamente habia camino, rodeando la falda del monte; pues todo el demas terreno que mediaba lo hacía intransitable el rio Melas, que inmediatamente y en su mismo origen se reparte en balsas y lagos navegables. Poco más abajo de estos lagos hay un templo de Apolo Tegireo, y un oráculo de poco acá abandonado, pero que estuvo en gran crédito basta la guerra de los Medos, siendo Equecrates el que daba las respuestas. La fábula dice que allí fué donde el Dios nació, y lo que es el monte que está allí cerca, se llama Delos, y junto á él terminan las divisiones del rio Melas. A la espalda del templo nacen dos fuentes de aguas admirables por su abundancia, su dulzura y su frialdad, de las cuales á la una la llaman Palma, y á la otra Olipo hasta el dia de hoy; deduciéndose que la Diosa tuvo su parto, no entre dos árboles, sino entre dos arroyos. Tambien está cerca el Ptoon, donde dicen que se asustó por haberse aparecido de repente el macho de cabrío; y por lo que hace á la serpiente Piton y á Tício, tambien los lugares concurren á atestiguar el nacimiento del Dios; sino que dejamos ya aparte todos los demas indicios, por cuanto las relaciones del país no colocan á este Díos entre los héroes, que de mortales por mudanza hubiesen pasado á ser inmortales, como Hércules y Baco, que con esta especie de cambio perdieron por su virtud lo mortal y pasivo, sino que es uno de los sempiternos y no nacidos: si por lo que han referido los más sensatos y más antiguos, hemos de formar algun juicio sobre estas cosas.

Al llegar, pues, los Tebanos á Tegira volviendo de la Orcomenia, al mismo tiempo sobrevinieron los Lacedemoníos por la parte opuesta, por haber partido de la Locrida.

Apénas les dieron vista los que empezaban á pasar las gargantas, cuando corriendo uno hácia Pelópidas le dijo: «Hemos dado en los enemigos; y replicando él: ¿Pues por qué no éstos en nosotros?» mandó á la caballería que pasara de la retaguardía como para adelantarse á embestir; y formó muy apiñados á los infantes, que eran pocos, con la esperanza de cortar mejor por donde acometiesen á los enemigos, que le excedian en número. Eran los Lacedemonios dos de sus moras ó batallones; y Eforo dice que cada mora era de quinientos hombres, Calistenes de seteeienlos, y otros de novecientos, entre ellos Polibio. Los comandantes de los Esparcíatas Gorgoleon y Teopompo marcharon con gran confianza contra los Tebanos; y trabada principalmente la refriega entre los caudillos, con gran cólera y violencia de una y otra parte, muy luégo murieron los comandantes de los Lacedemonios, batiéndose con Pelópidas; y heridos y muertos despues los que estaban junto á ellos, cayó gran miedo sobre toda la tropa; y Pelopidas la partió en dos trozos, como si quisiese que los Tebanos fuesen adelante y pasasen por allí; mas cuando estuvieron en medio los incitó contra los enemigos, que se estaban parados, y los acosó con gran mortandad; de manera que luego dieron todos á huir en desórden. No se les persiguió con todo por largo tiempo, á causa de que los Tebanos temian á los Orcomenios, que estaban cerca, y tambien al relevo de los Lacedemonios. Mas lo cierto fué que vencieron de poder á poder, y que por fuerza se abrieron paso por en medio de toda la tropa vencida. Erigieron, pues, un trofeo, y despojando á los muertos, se retiraron á casa muy ufanos; pues á lo que parece en tantas guerras sostenidas entre Griegos y con los bárbaros nunca ántes los Lacedemonios, siendo más en número, fueron vencidos por los que eran ménos, ni áun cuando en batalla se habian batido con iguales fuerzas. Así hasta entónces fué intolerable su altanería, y con su gloria acobardaban á sus contrarios, de modo que ellos mismos do se creian capaces de competir con los Esparciatas con iguales fuerzas, y rehusaban venir con ellos á las manos. Pero esta batalla fué la primera que enseñó á los demas Griegos que no era el Eurotas, ni el sitio entre Babuca y Cnacion (1), el que producia hombres valientes y guerreros; sino que si los jóvenes se avergüenzan de lo indecoroso, tienen resolucion para lo bueno, y huyen más de la reprension que de los riesgos, éstos donde quiera se hacen temibles á sus enemigos.

La cohorte sagrada se dice haber sido Gorquidas el primero que la formó de trescientos hombres escogidos, á los que la ciudad les daba cuartel y racion en la ciudadela, por lo que se llamaba asimismo la cohorte cívica; pues á lo que parece, los de aquel tiempo daban tambien el nombre de ciudades á los alcázares. Algunos son de opinion que este cuerpo se compuso de amadores y de amados, conservándose en memoria cierto chiste de Pamenes: porque decía que el Nestor de Homero no se habia acreditado de táctico cuando ordenó que los Griegos formasen por tribus y por curias, A su curia se agregue cada curia, Y con su tribu se una cada tribu, (1) Babuca era el puente sobre el Eurotas, y Cnacion un riachuelo al Poniente de la ciudad de Esparta. (Vida de Licurgo.) pues lo que se debia mandar era que el amante tomase formacion junto al amado; porque en los riesgos, los de la misma curia ó tribu no hacen mucha cuenta unos de otros; cuando la union establecida por las relaciones de amor, es indisoluble é indivisible, pues temiendo la afrenta los amantes por los amados, y estos por aquellos, así perseveran en los peligros los unos por los otros. No debe tenerse esto por extraño, cuando se teme más la afrenta que puede venir de los amantes no presentes que la de cualesquiera otros testigos, como se vió en aquel que estando caido, y para recibir el último golpe de su contrario, le rogó que le pasara la espada por el pecho, para que si su amado le veia muerto, no tuviera motivo de avergonzarse creyéndole herido por la espalda. Refférese asimismo que siendo Yolao amado de Hércules, participó tambien de sus trabajos, y le asistió en ellos; y Aristóteles dice que en su tiempo todavía hacian sobre el sepulcro de Yolao sus mutuas promesas los amados y los amadores. Era razon, pues, que la cohorte se llamara sagrada, cuando Platon llama al amante amigo divine. Dícese además que esta cohorte permaneció invicta hasta la batalla de Cheronea; despues de la cual, reconociendo Filipo los cadáveres, se paró en el sitio donde habian eaido los trescientos que frente á frente se habian opuesto en paraje estrecho á las armas enemigas; y hallólos amontonados entre sí, lo que le causó extrañeza, y cuando supo que aquella era la cohorte de los amadores y los amados, se echó á llorar, y exclamó: «Vayan noramala los que hayan podido pensar que entre semejantes hombres haya podido haber nada reprensible.»» Por fin á esta intimidad de los amantes no dió origen entre los Tebanos, como lo dicen los poetas, el desgraciado suceso de Layo, sino los legisladores; los cuales, queriendo mitigar y suavizar desde la juventud lo que habia en su carácter de altivo é indócil, en toda ocupacion y juego quisieron que interviniese la flauta, conciliando á la música honor y consideracion; y en las palestras procuraron mantener este amor tan provechoso, para templar con él las costumbres de los jóvenes. Por lo mismo como que concedieron con razon el derecho de ciudad á aquella Diosa que se finge nacida de Marte y Vénus, para que lo pendenciero y belicoso se uniese con lo que participa más especialmente de la persuasion y de las gracias, y resultase un gobierno que fuese el más solicito y más arreglado, arreglándolo todo la armonía. Esta cohorte sagrada Gorquidas la repartió en la primera fila, y la distribuyó por toda la falange entre la infanteria, con lo que oscureció la virtud de aquellos varones, y no empleó su fuorza para que obrase en comun, pues que estaba como disuelta y confundida con los que eran inferiores; mas Pelopidas, luego que resplandeció la virtud de aquellos en Tegira, habiéndolos visto combatir denodadamente á su lado, ya no la dividió ó diseminó, sino que empleando el cuerpo reunido, lo puso delante en los más arriesgados combates.

Pues asi como los caballos corren con mayor velocidad en los carruajes que solos, no porque en mayor número rompan más fácilmente el aire, sino porque enardece su aliento la reunion y la competencia de unos con otros, creia que de la misma manera los hombres valerosos, tomando entre si emulacion para las acciones brillantes, se hacian más útiles y más ardientes para lo que tenian que hacer en comun.

Ajustaron paces los Lacedemonios despues de estos sucesos con todos los Griegos, y activaron la guerra contra solos los Tebanos, invadiendo el rey Cleombroto la Beocia con diez mil infantes y mil caballos. Ya el riesgo de éstos era mucho mayor que ántes: oíanse ya las amenazas de los contrarios, y las noticias de estar decretada la trasplanta cion; y el miedo era cual nunca le habia tenido la Beocia:

de modo que al salir Pelópidas de su casa y despedirle la mujer, le rogó ésta con encarecimiento y con lágrimas que procurara salvarse; á lo que contestó: «Eso, mujer mia, está muy bien encargarlo á los particulares; á los que mandan debe encargárseles que salven á los demas.» Marchó, pues, al ejército, en el que, como hubiese diversidad de opiniones entre los Beotarcas, fué el primero en adherirse al dictámen de Epaminondas, que habia votado se marchara á dar batalla á los enemigos; y sin embargo de que no se hallaba nombrado Beotarca, aunque si comandante de la cohorte sagrada, los atrajo á su parecer: consideracion debida á un hombre que tantas prendas babia dado para la libertad. Despues de resuelto el dar batalla, y que en las inmediaciones de Leuctras se pusieron los reales en oposicion á los de los Lacedemonios, tuvo Pelópidas entre sueños una vision, que le puso en grande sobresalto. Es de tenerse presente que en el territorio de Leuctras existe el sepulcro de las hijas de Esquedaso, á las que llaman las Leuctridas, por razon del sitio: por cuanto habiendo sido violentadas por unos forasteros Esparciatas, se les dió allí sepultura. De resulta de esta terrible é injusta accion, el padre, como no hubiese alcanzado en Lacedemonia condigno castigo, hizo contra los Esparciatas las más horribles imprecaciones, y luego se dió å sí mismo la muerte sobre el sepulcro de las doncellas. Tuvieron los Esparciatas frecuentemente oráculos y respuestas sobre que se precavieran y guardaran del castigo Leuctrico; sino que muchos no lo entendian, y se quedaban confusos acerca del sitio, por cuanto hay tambien una aldea de la Laconia á la parte del mar llamada Leuctron; y en las cercanias de Megalópolis de Arcadia hay tambien otro sitio del mismo nombre: bien que el suceso de arriba era más antiguo que estas Leuctras.

Durmiendo, pues, Pelopidas en el campamento, le pareció estar viendo á aquellas jóvenes llorar sobre sus sepuleros, y hacer imprecaciones contra los Esparciatas; y que Esquedaso le prevenia que sacrificase alli en honor de sus hijas una virgen rubia, si queria alcanzar victoria de sus enemigos. Por más que el mandato le pareció duro é injusto, se levantó y fué á proponerlo á los agoreros y á los caudillos. Unos decian que no era cosa de despreciarlo ó de no creerlo, produciendo los ejemplares de Meneceo el de Creon; de Macaria la de Hércules; mas adelante el de Ferecides el sabio, á quien los Lacedemonios dieron muerte, y cuya piel, segun cierto vaticinio, estaba confiada á la custodia de sus reyes; el de Leonidas, que cumpliendo con el oráculo se ofreció en cierta manera en sacrificio por la salud de la Grecia; y tambien el de los que fueron inmolados por Temistocles á Baco Omesta ó el terrible, åntes de darse el combate naval de Salamina; de todos los cuales dan testimonio las mismas victimas. Por el otro extremo, habiendo pedido la Diosa á Agesilao, al modo que å Agamenon cuando hacía la guerra en los mismos lugares que éste y contra los mismos enemigos, que le ofreciese en víctima su hija, vision que tuvo en Aulide entre sueños; como por ternura no hubiese hecho semejante ofrenda, tuvo que disolver el ejército, retirándose sin gloria ni utilidad. Otros, al contrario, sostenian que á la naturaleza excelente y superior á nosotros no podia serle agradable tan bárbaro é injusto sacrificio; pues que no estamos sujetos al imperio de aquellos Titanes ó aquellos Gigantes, sino al del padre de todos los Dioses y los hombres; y el creer que hay Genios maléficos que se complacen en la carnicería y la sangre de los hombres, debe probablemente tenerse por absurdo; mas cuando los haya, debemos no hacer caso de ellos, como que nada pueden: pues que la impotencia y la perversidad de ánimo van naturalmente unidas á los irracionales y malignos deseos.

Estando los principales en esta conferencia, y Pelopidas sumamente dudoso, de pronto una yegua nuevecita se escapó de la manada corriendo por entre las armas, y llegando donde aquellos estaban, se paró. A todos dió que observar el color de la clin resplandeciente como el fuego, sa ufanía y la suavidad y apacibilidad de su relincho; pero el agorero Teócrito, habiendo reflexionado un poco, dirigió la voz á Pelópidas, y exclamó: «La victima, oh bienbadado, te se ha venido á la mano: no esperemos ya olra virgen; valle de aquella que Dios te ha presentado.» Echaron entonces mano á la yegua; la llevaron á la sepultura de las doncellas, donde haciendo plegarias y poniéndole coronas, ta degollaron alegres, haciendo correr por el ejército la voz del ensueño de Pelópidas, y del sacrificio.

En la batalla Epaminondas marchó oblicuamente con la infantería y fué dilatando su ala izquierda, para llevar lo más lejos posible de los demas Griegos la derecha de los Esparcialas, y para rechazar con impetu y á viva fuerza á Cleombroto que la mandaba. Los enemigos advirtieron lo que pasaba, y empezaron á hacer mudanza en su formacion, extendiendo y encorvando la derecha, como para envolver y encerrar á Epaminondas cen su muchedumbre.

En esto, Pelopidas, acelerando el paso, y haciendo una conversion con sus trescientos, se adelanta corriendo ántes que Cleombroto desplegue su ala, ó que la vuelva á su estado corrando la formacion, y cae sobre los Lacedemonios cuando no estaban á pié firme, sino en cierta confusion y desórden. Es el caso que siendo los Esparciatas los más aventajados artifices y maestros en las cosas de la guerra, ou nada ponían más cuidado ni se ejercitaban más que en no separarse ni confundir ó desordenar la formacion, y ántos hacer todos de tribunos y cabos, para poder donde los cogiese la pelea y el riesgo cargar y combatir con mayor union; pero entonces la direccion de Epaminondas con la falange contra aquellos solos, pasando de largo por los demas, y el haber sobrevenido Pelópidas con increible rapidez y ardimiento, de tal manera desconcertó sus planes y toda su ciencia, que hubo de parte de los Esparciatas una fuga y una matanza cuales nunca se habian visto. Así sucedió que igual parte de gloria que á Epaminondas, Beotarca y general de todas las tropas, cupo por victoria y triunfo tan señalados al que no era Beotarea ni mandaba sino á muy pocos.

Invadieron ambos Beotarcas el Peloponeso, y atrajeron á su partido la mayor parte de los pueblos, separándolos del de los Lacedemonios: á Elis, Argos, toda la Arcadia y áun la mayor parte de la Laconia. Sucedió esto en el mismo trópico del invierno al acabarse ya el último mes, del que faltaban muy pocos dias, y era preciso que otros magistrados tomaran el mando al entrar el primer mes, ó sufrir pena de muerte los que no lo depusiesen. Los otros Beotarcas, por temor de esta ley, y por guardarse de la mala estacion, solian apresurarse á volver en ella el ejército á casa; mas entónces Pelópidas fué el primero que adhiriéndose al voto de Epaminondas, y acalorando á los ciudadanos, guió para Esparta; y pasando el Eurotas, les tomó muchas ciudades, y taló el país hasta el mar, acaudillando setenta mil soldados griegos, de los que no eran los Tebanos ni una duodécima parte; sino que la gloria de tales varones, áun prescindiendo de la opinion y resolucion comun, hacía que siguiesen tranquilamente los aliados cuando éstos los mandaban; por que la primera y más poderosa ley de todas da el mando sobre el que tiene necesidad de salud, al que puede salvarlo: á la manera que los navegantes mientras hay serenidad, ó caminan por la costa, tratan con desden y aun con altanería á los pilotos; pero luego que aparece la tormenta y el peligro, á óstos vuelven los ojos y en ellos ponen toda su confianza.

Así es que los Argivos, los Eleatas y los Arcades que en los congresos contendian y altercaban con los Tebanos por el mando, en los combates y en los apuros espontáneamente se sometian, sujetándose al mando de sus generales. En aquella expedicion redujeron á un solo imperio toda la Arcadia; y ocupando la provincia de Mesenia, de la que estaban en posesion los Esparciatas, llamaron y restituyeron á ella á los antiguos Mesenios, volviendo á poblar á Itomes. Al retirarse á casa por Cencrea, vencieron á los Alenienses, que trataron de oponérseles en las gargantas, é impedirles el paso.

Con tales hechos todos estaban tan complacidos de su virtud como admirados de su buena suerte; pero la envidia, inseparable de las ciudades capitales, y que crece en proporcion de la gloria de los hombres grandes, no les tenía dispuesto el mejor ni el más correspondiente recibimiento; pues ambos á su vuelta tuvieron que defenderse en causa capital, porque previniendo la ley que en el primer mes, al que dan el nombre de Bucacion, entregasen á otros la Beotarquia, la habian retenido por otros cuatro meses integros, que fué en los que no dejaron de la mano las empresas de Mesena, de la Arcadia y la Laconia. El primero llamado á juicio fué Pelópidas, y por lo mismo fué tambien el que estuvo más expuesto; aunque al cabo ambos fueron absueltos. En la injusta prueba de esta acusacion, Epaminondas mostró mucha serenidad, sabiendo que en las cosas políticas la paciencia es una gran parte de la fortaleza y de la magnanimidad; mas Polópidas, que de suyo era ménos sufrido, y además se veia incitado de los amigos á que por aquella persecucion se vengase de sus contrarios, no omitió aprovechar la siguiente ocasion. Meneclidas el orador habia sido uno de los que con Pelópidas y Melon se habian reunido en casa de Caron; mas porque no habian hecho los Tebanos tanto caso de él, á causa de que si bien no podia negársele su habilidad en el decir, era por otra parte desarreglado y de mala conducta, empleaba su talento en suscitar toda especie de acusaciones y calumnias á los más distinguidos, no dándose por ven cido áun despues de la mencionada causa. Y á Epaminondas logró excluirlo de la Beotarquia, y por largo tiempo Io tuvo fuera de los negocios; á Pelópidas no pudo desconceptuarlo con el pueblo; mas á falta de esto procuró indisponerle con Caron: y es que como todos los envidiosos hallan consuelo, ya que ellos no puedan ganarse más aprecio. en hacer que se rebaje el de los otros, ponía gran conato en ensalzar ante el pueblo las hazañas de Caron, y en celebrar sus expediciones y sus victorias. Con esta mira trató de que de la expedicion de Platea, en la que los Tebanos antes de la jornada de Leuctras alcanzaron alguna ventaja yendo Caron de caudillo, se fijara un público monumento por este término. Androcides de Cicico habia recibido de la ciudad el encargo de pintar en un cuadro otra distinta batalla, y estaba en Tebas mismo trabajando en él; mas como luego hubiese ocurrido aquella rebelion, y sobrevenido la guerra cuando ya estaba muy cerca de concluirse, los Tebanos se quedaron con el cuadro. Pues éste era el que Meneclidas trataba de que se consagrase á la memoria de Caron, haciendo poner en él su nombre para marchitar la gloria de Pelúpidas y Epaminondas. Era empeño muy necio con batallas y triunfos tan señalados querer poner en conlienda un oscuro encuentro, y dar valor á una victoria en la que, fuera de la muerte de un Geradas, de poco nombre entre los Esparciatas, y las de otros cuarenta, no hay memoria de que se hubiese hecho cosa que mereciese atencion. Pelópidas salió al encuentro de este proyecto de decreto, y lo notó de injusto, apoyándose en que entre los Tebanos no estaba recibido que el honor se atribuyera privadamente á un hombre solo, sino que el nombre y el honor de la victoria quedase integro para la patria. Y lo que es á Caron le elogió constante y profusamente en su discurso; pero baciendo ver el desarreglo y la malignidad de Meneclidas, preguntó si creian que no habia hecho nada en servicio de la ciudad. Con lo que consiguió que á Meneclidas se le multase en una suma muy crecida; y como no pudiese paTOMO II.

garla, últimamente intentó alterar ó trastornar el gobierno. Esto tambien pertenece al exámen de estas vidas que escribimos.

Hacía á la sazon la guerra Alejandro, tirano de Feres, á las claras á muchos de los Tesalianos, pero en la intencion y con asechanzas á todos; por lo que las ciudades enviaron mensajeros á Tebas, pidiendo un general y tropas; y como Pelopidas viese á Epaminondas ocupado en proseguir las empresas del Peloponeso, se escogió á sí mismo, y como que se repartió para el auxilio de los Tesalianos; no sufriendo, por una parte, tener ociosos sus conocimientos y sus fuerzas, y no creyendo, por otra, que donde estaba Epaminondas hiciese falta otro general. Apenas se encaminó á Tesalia con algunas fuerzas, tomó inmediatamente á Larisa; y como Alejandro viniese á él con ruegos, trató de trasformarle, y de tirano convertirle en un monarca benigno y justo para los Tesalianos. Mas él era insufrible y feroz, y además se le atribuia mucha crueldad, mucha insolencia y avaricia; por lo que, como Pelópidas se irritase é incomodase con él, se retiró á loda priesa con los de su guardia. Pelópidas, habiendo proporcionado á los Tesalianos gran seguridad de parte del tirano, y gran union y concordia entre sí mismos, partió para la Macedonia, por cuanto haciendo la guerra Tolomeo á Alejandro, que reinaba sobre los Macedonios, ambos le llamaban para que entre ellos fuese un árbitro y un juez, y un aliado auxiliar del que pareciese habia sufrido injustícia. Llegado allá, compuso sus diferencias, y restiluyendo á los desterrados, recibió en rehenes á Filipo, hermano del Rey, y á otros treinta jóvenes de los más principales, los que condujo á Tebas, haciendo ver á los Griegos á qué grado de consideracion habian subido las cosas de los Tebanos por la opinion de su poder y por la confianza en su justicia. Este es el mismo Filipo que despues hizo la guerra á los Griegos contra su libertad; el cual todavía jóven entonces pasó en Tebas su vida en casa de Pamenes. Ya desde aquella época parece que se hizo imitador de Epaminondas, llegando quizá á alcanzar su actividad en las cosas de la guerra y en las campañas, que era la parte ménos principal de las virtudes de este héroe; pero de su tolerancia, de su justicia, su magnanimidad y su mansedumbre, en las que era verdaderamente grande, no pudo Filipo participar nada, ni por naturaleza, ni por imitacion.

Como de allí á poco volviesen los Tesalianos á quejarse de que Alejandro de Feres vejaba á las ciudades, fué Pelópidas enviado por mensajero juntamente con Ismenias, y se presentó sin llevar tropas de Tebas, y sin ir apercibido para la guerra, siéndole preciso valerse de los mismos Tesalianos para lo que pudiera ofrecerse. Turbáronse lambien otra vez á este mismo tiempo las cosas de Macedonia, porque Tulomeo dió muerte al Rey, apoderándose de la autoridad, y los amigos de éste llamaron á Pelópidas, el cual queria intervenir en aquellos negocios; mas no teniendo tropas propias, tomó allí mismo algunos estipendiarios, y con éstos marchó sin detenerse contra Tolomeo. Luego que estuvieron cerca uno de otro, Tolomeo corrompió con algunas sumas á estos estipendiarios, logrando que se be pasasen; pero al mismo tiempo, temiendo la gloria y el nombre de Pelopidas, le salió al encuentro como á superiof, le dió la diestra, y le hizo ruegos, conviniendo en que conservaria la autoridad real á los hermanos del muerto, y en que con los Tebanos tendria á unos mismos por amigos y por enemigos, entregando en rehenes para el cumplimiento á su hijo Filoxeno y cincuenta de sus amigos. Envió á éstos Pelópidas á Tebas, y conservando el resentimiento por la traicion de los estipendiarios, como supiese que la mayor parte de sus riquezas, sus hijos y sus mujeres los tenian en Farsalo, de manera que con apoderarse de éstos tomaria bastante satisfaccion de su ultraje, reunió algunos Tesalianos, y marchó con ellos á Farsalo; mas á poco de haber llegado se presentó Alejandro el tirano con sus tropas. Pensó Pelópidas que venía á darle excusas: así, no tuvo inconveniente en dirigirse á él, pues aunque era cruel y asesino, por respeto á Tebas y á su misma autoridad y gloria, no temia que nada malo pudiera sucederle. Mas éste, viendo que iba solo y sin armas, al punto le echó mano, y se apoderó de Farsalo. Infundió esto sumo terror y susto á los que le obedecian, como que despues de semejante injusticia y arrojo, ya á nadie perdonaría, sino que segun las ocurrencias se portaria en los negocios y con los hombres como quien por desesperacion habia echado enteramente el pecho al agua.

Irritáronse los Tebanos con estas nuevas, y al punto decretaron la formacion de un ejército; pero por cierto enfado con Epaminondas nombraron otros generales. El tirano en tanto hizo conducir á Feres á Pelópidas, permitiendo al principio que le hablaran los que quisieran, creyendo que los trabajos le harian apacible y doblarian su ánimo; pero como Pelópidas exhortase á los Tesalianos que lamentaban su suerte, á que no desconfiasen, pues entónces era más cierto que el tirano tendria su merecido, y á éste mismo le enviase á decir, era cosa muy extraña que continuamente estuviese dando tormentos y la muerte á miserables ciudadanos que en nada le ofendian, y que á él le dejase, cuando debia conocer que habia de ser el primero á castigarle, si tenía medio de huir; maravillado de semejante entereza é impavidez: «¿Por qué, exclamó, se empeña Pelópidas en apresurar su muerte?» Y habiéndolo éste entendido, respondió: «Para que tú perezcas más pronto y más en la ira de los Dioses.» Con este motivo prohibió que nadie de los de fuera de casa pudiera hablarle.

Teba, hija de Jason y mujer de Alejandro, sabedora por los que custodiaban á Pelópidas de su firmeza y de la elevacion de sus sentimientos, deseó conocerle y trabar con él conversacion. Fué, pues, á verle; y como mujer, no advirtió al primer aspecto la entereza que conservaba en medio de su triste estado; y ántes considerando por el desaseo de su cabello y barba, por su gastada ropa, y por el modo con que se le trataba, que se le hacía pasar por lo que no correspondia á la autoridad de su persona, se echó á llorar. A Pelópidas, que no sabía quién fuese aquella mujer, le causó admiración; mas luego que lo supo, la saludó por su nombre de familia, por ser amigo íntimo de Jason; y como aquella le dijese: «Cuánto compadezco á vuestra mujer! Yo tambien á vos, le respondió, porque estando sin prisiones, aguantais á Alejandro.» Por este término se insinuó en el ánimo de Teba, que no podia efectivamente sufrir la crueldad y las maldades del tirano; el cual habia llegado en ellas hasta el extremo de haber hecho sufrir la última afrenta al más mocito de los hermanos de la misma Teba. Así es que frecuentemente visitaba á Pelópidas, y franqueándose con él sobre lo que padecia, su ánimo se llenó de ira, de encono y de despecho contra Alejandro.

Los generales tebanos, habiendo invadido la Tesalia, por impericia y algun casual descalabro se retiraron sin haber contribuido en nada al objeto de la expedicion; y la ciudad, despues de haber multado á cada uno de ellos en diez mil dracmas, confió á Epaminondas el mando del ejéreito. Al punto, pues, hubo grandes alteraciones entre los Tesalianos, alentados con la fama del general; y las cosas del tirano se pusieron en estado de no ser necesario gran poder para echarlas por tierra: ¡tal fué el miedo que sobrecogió á sus generales y sus amigos! ¡tal el ansia que nació en sus súbditos de abandonarle! y ¡tal el gozo por lo que esperaban! pareciéndoles estar ya en el momento de ver al tirano expiar sus crímenes. Pero Epaminondas, prefiriendo á su propia gloria el salvar á Pelopidas, y temiendo no fuera que si las cosas se revolvian, Alejandro en un acceso de desesperacion se convirtiese, á la manera de las fieras, contra aquél, iba conllevando la guerra y como tomando rodeos; así, con las disposiciones y la vigilancia hizo tambien que el tirano se preparara y estuviese en inquietud, mas de manera que no se debilitara su confianza y engreimiento, ni se inflamara su cólera y aspereza. Porque sabia llegar á tanto su crueldad y su desprecio de lo honesto y de lo justo, que á unos hombres los hacía enterrar vivos, y á otros los cubria con pieles de jabalies y osos, y azuzaba contra ellos perros de caza para que los despedazasen; ó les lanzaba dardos, entreteniéndose con esta diversion. En las ciudades de Melibea y Escotusaamigas y protegidas por tratados, cercándolas en el acto de celebrar sus juntas públicas, dió muerte á todos los habitantes; y la lanza con que traspasó á su tio Polifron la consagró y coronó y le hizo sacrificios como á un Dios, llamándole Ticon (1). Habiendo visto en cierta ocasion á un cómico representar las Troyanas de Euripides, se salió á toda priesa del teatro, y envió á decir al representante que estuviese con tranquilidad y nada malo sospechase de aquel hecho; pues no se habia retirado por hacerle desprecio, sino por no sufrir ante los ciudadanos la vergüenza de que no habiendo mostrado compasion por ninguno de tantos como habia hecho matar, le vieran llorar por los infortunios de Hécuba y Andrómaca. Mas con todo, sobrecogido con la gloria y el nombre de Epaminondas y con todo el aparato de su expedicion, Dobló este gallo como esclavo el ala, y envió bien pronto quien con aquél le pusiese en buen lugar. Epaminondas no condescendió con que por parte de los Tebanos se hiciese paz y amistad con un hombre seme(1) Es voz que viene de TúXP, que significa fortuna, y por esta causa le vino á hacer el Dios Ticon.

jante: solamente pactó treguas de treinta dias, y recobrando á Pelúpidas é Ismenías, hizo su retirada.

Noticiosos los Tebanos de que los Lacedemonios y los Atenienses habian enviado embajadores al gran Rey para negociar una alianza, mandaron tambien por su parte á Pelópidas, con muy buen consejo á causa de su gran nombradia. Ya desde el principio, al pasar por las provincias del Rey, fué muy considerado é hizo gran ruido: porque no cundió tibiamente ó como rumor vago por el Asia la fama de los encuentros sostenidos contra los Lacedemonios, sino que apénas se divulgó la voz de la batalla de Leuctras, aumentada é impelida cada dia con algun nuevo triunfo, se extendió hasta los países más remotos. Así, cuando llegó al palacio, apénas le vieron los Sátrapas, los de la guardia y los generales, comenzaron con admiracion á decirse: «Este es el que derribó el imperio de la tierra y del mar, de que estaban apoderados los Lacedemonios, y el que contuvo entre el Taigeto y el Eurotas aquella Esparta que poco antes habia hecho la guerra al gran Rey y á los Persas, llevándola basta Suza y Ecbatana por medio de Agesilao. A Artajerges la habian sido de gran placer estos sucesos: así mostró admirar á Pelópidas áun más allá de su fama, y quiso hacer ostentacion de que le honraba y obsequiaba sobre cuantos habian merecido su estimacion.

Túvole todavía en más luego que vió su figura y que oyó sus razonamientos más enérgicos que los de los Atenienses, y más sencillos que los de los Lacedemonios; y como sucede ordinariamente á los reyes, no disimuló su aprecio hácia tan singular varon, ni se ocultó á los otros embajadores que le trataba con mayor distincion. Entre todos los Griegos, parece haber sido el lacedemonio Antalcidas quien de él habia recibido más señalado honor, cual fué el de haberle enviado bañada en esencias la corona que mientras bebia ornaba su cabeza. A Pelópidas no le hizo un regalo igual, pero le envió presentes ricos y del mayor valor, y condescendió con sus proposiciones: «que fuesen independientes todos los Griegos, y se repoblase Mesena; y que los Tebanos fuesen tenidos por amigos hereditarios »del Rey.» Recibida esta respuesta, y de los dones solos los que pudieran ser una muestra de aprecio y benevolencia, se restituyó a su patria; con lo que todavía quedaron más desacreditados los otros embajadores. Así los Atenienses, puesto en juicio Timágoras, le condenaron á muerte: si fué por el exceso de los Jones, justísimamente; pues no sólo admitió oro y plata, sino un lecho de grandisimo precio, y esclavos que lo preparasen, como si los Griegos no supiesen este ministerio; y además de esto, ochenta vacas con sus vaqueros, porque necesitaba tomar la leche para cierta enfermedad. Finalmente, fué conducido en silla de manos hasta el mar, siendo el Rey quien pagó á los mozos el jornal. Mas no parece haber sido este soborno lo que principalmente irritó á los Atenienses; pues que á Epícrates el Cosario, que no negaba haber recibido regalos del Rey, y que se atrevió á presentar un proyecto de decrelo para que cada año, en lugar de los nueve arcontes, se nombrasen nueve embajadores cerca del Rey, tomados entre los plebeyos y pobres, á fin de que volvieran ricos, el pueblo se lo tomó á risa: por tanto, su principal encono fué porque todo se hizo en consideracion á los Tebanos, sin reflexionar que la gloria de Pelópidas era de más influjo que los discursos y las palabrerias para con un hombre que siempre se ponia de parte de los que en las armas eran superiores.

Concilió esta embajada no pequeña consideracion á Pelópidas en su vuelta, tanto por la repoblacion de Mesena, como por la independencia de todas las ciudades griegas.

En tanto, Alejandro de Feres había descubierto otra vez su carácter, destruyendo no pocas ciudades de las de Tesalia, y poniendo guarniciones en la Ptiotide, en la Acaya, y por toda la Magnesia; y noticiosas las demas ciudades del regreso de Pelopidas, enviaron al punto embajadores á Tebas, pidiendo tropas, y á éste por caudillo. Decretose asi sin tardanza, y hechos prontamente todos los preparativos, cuando el general estaba para partir hubo un eclipse de sol, y en medio del dia quedó la ciudad en tinieblas.

Pelápidas, viéndolos á todos consternados con este accidente, creyó que no convenia violentarlos en su terror y desaliento, ni tampoco aventurar en la empresa las vidas de siete mil ciudadanos: así, ofreciéndose por sí solo á los Tesalianos, y tomando únicamente consigo trescientos extranjeros de á caballo que voluntariamente le siguieron, partió, contra la opinion de los agoreros y el deseo de los demas ciudadanos: por parecerles que aquella señal del cielo no se hacía sino por un varon ilustre. Él, por otra parte, estaba muy acalorado contra Alejandro por las ofensas que le había hecho, y esperaba tambien encontrar su misma casa indispuesta y enconada contra él por las conversaciones que habia tenido con Teba. Mas lo que sobre todo le atraia era lo brillante de la accion; pues cuando los Lacedemonios habian enviado á Dionisio, el tirano de Sicilia, generales y gobernadores, y cuando los Atenienses recibian sueldo del mismo Alejandro y le habian puesto una estatua de bronce como á bienhechor, entonces mismo se afanaba él y aspiraba al honor de hacer ver á los Griegos que solos los de Tebas hacian guerra á los tiranos y quebrantaban en la Grecia los poderíos violentos é injustos.

Luego que llegó á Farsalo reunió sus tropas, y marchó sin dilacion contra Alejandro; el cual, viendo pocos Tebanos al lado de Pelopidas, y que él tenía más que doble infanteria de Tesalianos, le salió al encuentro junto al templo de Tetis; y como alguno le dijese á Pelópidas que el tirano venía con mucha gente: «Mejor, respondió; con eso serán más los que venzamos.» Extiéndense hacia el medio de las llamadas Cinocéfalas varios collados de bastante inclinacion y altura, y unos y otros se dirigieron á ocuparloscon la infantería; y al propio tiempo Pelópidas mandó á los suyos de á caballo, que eran muchos y excelentes, que se batiesen con la caballería enemiga. Vencieron éstos, y bajaron á la llanura en persecucion de los fugitivos; mas se vió que Alejandro habia tomado las alturas, y que acometiendo a la infanteria tesaliana, que se había rezagado y se encaminaba á los puntos más fuertes y elevados, dió muerte á los primeros, y los demas, siendo ofendidos, nada hacian por su parte. Advertido, pues, esto por Pelópidas, llamó á los de á caballo, y les dió órden de que corriesen contra lo más apiñado de los enemigos, y él mismo, embrazando el escudo, marchó de carrera á unirse con los que peleaban en los collados; y penetrando por la retaguardia hasta los primeros, infundió en todos tal valor y aliento, que áun á los mismos enemigos les pareció ser aquellos otros hombres en el cuerpo y en el espiritu; y si bien éstos rechazaron dos ó tres choques, al ver que todavia volvian con impetu, y que la caballería dejaba el alcance, cedieron por fin, y se retiraron. Pelópidas desde la eminencia viendo toda la hueste de los enemigos, no puesta en fuga, pero si ya en gran confusion y desórden, se detuve un poco á mirar, en busca del mismo Alejandro; y cuando observó que estaba en el ala derecha animando y ordenando á sus estipendiarios, no hizo uso de la razon para refrenar la ira, sino que inflamado con su vista, y abandonando á la cólera su persona y el mando, se adelantó á todos los demas, clamando y llamando á gritos al tirano, el cual estuvo bien distante de sostener el ímpetu y de aguardar, sino que dando á correr hácia los estipendiarios, se escondió. Y los primeros de éstos, que hicieron oposicion, fueron cortados por Pelópidas, y aun algunos heridos y muertos; pero los demas, hiriéndole de léjos con las lanzas, acabaron con él, miéntras que los Tesalianos venian á carrera desde los collados en su auxilio. Cuando ya habia muerto acudieron tambien los de á caballo, y pusieron en buida todo el ejército, persiguiéndole gran trecho, y llenaron aquella llanura de cadáveres, tanto, que fueron más de tres mil á los que dieron muerte.

Que los Tebanos presentes á la muerte de Pelópidas cayesen en el mayor desconsuelo, llamándole padre, salvador y maestro de los mayores y más apreciables bienes, nada tiene de extraño; pero el que los Tesalianos pasasen con sus decretos la raya de cuanto honor puede dispensarse á la humana virtud, esto fué lo que principalmente manifestó en sus demostraciones el aprecio y gratitud con que le miraban. Porque se dice que cuantos concurrieron á aquella batalla, ni se quitaron la coraza, ni desensillaron los caballos, ni se curaron las heridas luego que llegó á su notícia aquel infausto suceso, sino que corriendo como se hallaban adonde estaba el cadáver, como si hubiera de sentirlo, pusieron alrededor de su cuerpo en monton los despojos de los enemigos, cortaron las clines á los caballos, y se cortaron tambien el cabello, y que muchos yeado despues á las tiendas, ni encendieron fuego ni se sentaron á comer, sino que el silencio y la pesadumbre se difundió por todo el campamento, como si no hubieran alcanzado la mayor y más completa victoria, sino que más bien hubiesen sido vencidos y esclavizados por el tirano.

De las ciudades, luego que corrió la nueva, vinieron lasautoridades, y con ellas los mancebos, los muchachos y los Sacerdotes, para recibir el cuerpo, trayendo para adornarle trofeos, coronas y armaduras de oro. Llegado el momento de haberse de conducir el cadáver, adelantándose los Tesalianos de más provecla edad, pidieron á los Tebanos que les permitieran darle sepultura; y uno de ellos habló de esta manera: «Os pedimos, oh aliados nuestros, una gracia que nos ha de servir de honor y de consuelo; pues no hacen la corte los Tesalianos á Pelópidas, todavía vivo, ni en tiempo que pueda sentirlo le retribuyen los correspondientes honores, sino que con sernos permitido tocar su cadáver, hacerle las debidas exequias, y sepultar su cuerpo, parecerá que debe creérsenos si decimos que esta calamidad es mayor para nosotros que para los Tebanos; pues que vosotros sólo habeis perdido un exce lente general, cuando nosotros, además de esta pérdida, hemos sido privados de la libertad. ¿Y cómo ya nos atreveremos á pediros otro general, no restituyéndoos á Pelópidas?» Condescendieron, pues, los Tebanos con sus ruegos.

Ciertamente que no habrá habido excquias más magnificas que estas, á juicio de los que no colocando lo magnífico en el marfil, en oro y en la púrpura, se distinguen de Filisto, que cantó y engrandeeló el enterramiento de Dionisio, haciéndolo el desenlace teatral de su tiranía, como si fuera el de una gran tragedia. Tambien Alejandro el Grande, muerto Efestion, no sólo esquiló las clines de los caballos y de las acémilas, sino que quitó las almenas de los muros, para dar á entender que las ciudades lloraban, habiendo tomado aquel aspecto lúgubre y humilde en lugar de su antigua belleza. Mas todos estos no son sino preceptos de tiranos, impuestos por necesidad, para envidia de aquellos en favor de quienes se expiden, y en más odio de los que para ellos emplean la fuerza; y lejos de ser expresiones de gratitud y honor, no lo son sino de un fausto bárbaro y de ostentacion, y molicie de hombres que gastan su caudal en cosas vanas indignas de imitarse. Por el contrario, el que un hombre popular, muerto en tierra extraña, sin hallarse presentes su mujer, sus hijos ó sus deados, sin que nadie lo exija y ménos lo mande, sea honrado en sus exequias por tantas ciudades y pueblos reunidos, que llevan y coronan su féretro, esto debe con justa razon parecer el complemento de la felicidad; porque no es la más triste, como Esopo dijo, la muerte del hombre dichoso, sino antes la más bienaventurada, por haber puesto ya en lugar seguro sus buenas acciones, y haberse 220 quítado del alcance de las mudanzas de fortuna. Por tanto, mejor lo entendió aquel Lacedemonio que á Diágoras, triunfador en Olimpia, que alcanzó á ver á sus hijos coronados en los juegos, y nietos de hijos é hijas, le saludó diciéndole: «Muérete, oh Diágoras, pues que no has de subir á otro Olimpo.» Pues todas las victorias Olímpicas y Piticas juntas no creo que hubiese quien las comparase con uno de los combates de Pelópidas; el cual, habiendo reñido muchas lides, vencedor en todas, y habiendo pasado la mayor parte de su vida en el honor y la gloria, últimamente en su decimatercia Beotarquia, despues de haber alcanzado el prez del valor sobre muerte de un tirano, dió su vida por la libertad de la Tesalia.

Si su muerte causó sumo pesar á los aliados, todavía les fué de mayor provecho, porque los Tebanos, luego que tuvieron noticia del fallecimiento de Pelópidas, no po niendo dilacion ninguna en el castigo, dispusieron inmediatamente una expedicion de siete mil infantes y ochocientos caballos, al mando de Malquites y Diogiton, los cuales llegando á tiempo en que Alejandro todavía estaba escaso y debilitado de fuerzas, le obligaron á que restituyese á los Tesalianos las ciudades que les habia tomado; á que dejase en paz á los de Magnesia, de la Ptiotide y de la Acaya, retirando las guarniciones, y á que pactase con ellos en un tratado, que adonde quiera que los Tebanos le condujesen ú mandasen, allá los seguiria: siendo esto con lo que los Tebanos se dieron por satisfechos. Ahora referiremos cuál fué la venganza que los Dioses tomaron de Alejandro, á causa de Pelópidas. Ya éste habia ántes enseñado á Teba, como arriba dijimos, á no mirar con miedo la brillantez y aparato exterior de la tiranía, que interiormente se sostenía sólo con algunas armas y algunos tránsfugas: además, recelosa siempre de su infidelidad, é indignada de su fiereza, trató y convino con sus hermanos, que eran tres, Tisifono, Pitolao y Licofron, el deshacerse de él de esta manera. Todo el resto de la casa estaba al cuidado de aquellos guardias á quienes tocaba custodiarle por la noche; pero del dormitorio en que solia acostarse, que estaba en allo, era único centinela, puesto delante de él, un perro atado, temible á todos, sino á ellos dos y al que le daba de comer. Al tiempo concertado para el hecho, Teba desde ántes de la noche tenía ocultos á los hermanos en una casa vecina: entró sola, como lo tenía de costumbre, al cuarto de Alejandro, que ya estaba dormido: salió de allí á poco, y mandó al esclavo que se llevara á fuera el perro, porque aquél queria reposar con el mayor sosiego: inmediatamente, para precaver que la escalera hiciese ruido al subir los hermanos, tendió lana por toda ella; trajo luego a los hermanos armados, y dejándolos á la puerta, entró al dormitorio y sacó la espada que Alejandro tenía colgada sobre el techo, siendo esta la seña que se tenían dada para entender que éste dormia y que era el momento de sorprenderle. Como entonces se acobardasen aquellos jóvenes y se detuviesen, empezó á motejarlos y amenazarlos con que despertaria á Alejandro y le descubriria el designio; y entonces entre avergonzados y medrosos los introdujo, y los colocó alrededor del lecho, llevando luz. Sujetóle el uno por los piés y el otro le tomó la cabeza por los cabellos, y el tercero le pasó con la espada; muriendo, atendida la celeridad del hecho, quizá más pronto de lo que fuera razon; y sólo en haber sido el primer tirano muerto por su mujer, y en la afrenta que sufrió su cadáver, siendo arrojado al suelo, y hollado por los de Feres, puede decirse que tuvo el fin debido á sus maldades.